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Sucubo por Leia-chan

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Notas del capitulo:

La advertencia deberia decir: Muerte de personajes variados, con algunas escenas de organos y miembros fuera de lugar...

La idea es hacer algo loco, loco... ojala les guste...

He estado en lugares horribles: guerras entre países tercermundistas, guetos, campos de refugiados... He visto cosas horribles y por eso sé que esta escena pocos la aguantarían. Debió haber sido una pelea entre pandillas, al menos, debió haber comenzado así. Pero era obvio que llegó otro grupo, tal vez unos satánicos, que comenzaron a descuartizar cuerpos a diestra y siniestra sin distinción. La sangre había salpicado incluso el techo. El bar de la escena era pequeño, con dos habitaciones comunicadas por una enorme puerta corrediza. El techo era muy bajo en ambas cámaras. En una tan sólo había dos mesas de billar, algunas sillas y un tragamonedas. En la otra estaba la barra, algunas mesas y un candelabro que iluminaba esa parte del bar. Fluorescentes iluminaban la otra. De dicho candelabro colgaba una cabeza, sostenida por lo que parecían ser intestinos aún frescos, aún chorreantes de sangre. Las paredes tenían cuadros y blancos para los dardos, antes eran de un amarillo desvencijado, pero después se tiñeron de tanta sangre que quedaron rojas y negras. Era casi imposible caminar por el bar. Los cuerpos formaban intrincados laberintos, con brazos, piernas y vísceras tiradas de aquí para allá. No se había hecho una autopsia decente, pero en un primer vistazo podía asegurarse que los corazones de la mayoría al menos, hacían falta. Los policías aún recorrían el lugar con cautela, tomando fotos y haciendo notas. Yo seguía en la puerta, algo indeciso. Me duele admitirlo, pero la situación me superaba en aquel momento. Vacilé largo rato y cuando me disponía a marcharme sin realizar el trabajo, él volvió.

Con su habitual sonrisa algo tonta, con sus grandes ojos celestes que reflejaban una alegría algo torcida y esos desordenados cabellos rubios que bailaban sobre su cabeza. Era mi compañero de reportajes, el encargado de obtener las mejores fotografías. Entró al bar como si nada, como si no estuviera cubierto por cuerpo aún tibios, con rostros desencajados por el horror, estáticos para siempre en un infierno de dolor y vísceras. Tan solo dio unos pasos grandes, procurando no pisar ningún cadáver y cuando encontró un lugar que le parecía conveniente, comenzó a tomar fotografía tras fotografía. Se movía de aquí para allá, llenando de flashes el local. A veces, murmuraba cosas como "esto se verá genial", "esta toma va para primera plana" y cosas así. La fotografía era su pasión y, aunque nadie más podría adivinarlo, fotografiar victimas de asesinatos sangrientos parecía su hobby más apasionante. ¿Cómo alguien que lucía como un ángel podía tener una mente tan mórbida? Creo que de no ser fotógrafo, habría sido un psicópata.

Era imposiblemente delgado, a pesar de alimentarse bien. Lo sé bien ya que pasábamos todos los días juntos y el chico comía más que yo. Siempre vestía ropas estrafalarias, de colores estridentes o con matices de disfraces. Una vez acabamos en un desierto del medio oriente y él apareció vestido como un príncipe árabe... Antes de salir, había escuchado que el crimen se dio en un bar y bufó molesto por no tener nada con que combinar la escena, así que llevó un conjunto rojo y negro que consistían en unos pantalones cortos y una camisa tipo safari, con muchos cuadros, y unas botas altas. "Si hay mucha sangre, es mejor asegurar", había dicho, con la permanente sonrisa amplia. Las botas resultaron útiles. Con tanta sangre en el piso, yo, no tan previsor como mi compañero, terminé manchando mis zapatos más caros.

Él estaba en cuclillas, frente al cuerpo de un gran hombre con piercings en las orejas, los labios y la nariz, tratando de sacar la mejor toma posible, cuando llegué a su lado. Él giró la cabeza y me dedicó una de sus más grandes sonrisas. "Te avisé que sería un desastre...", dijo, riéndose de las manchas de mis zapatos. Yo me quedé mudo. Desde hacía tiempo que venía sintiendo cosas por él, a pesar de su retorcido carácter. Traté de ignorar todo sentimiento no profesional, pero aquella imagen simplemente derribó todas mis defensas de un soplido.

En verdad, era un ángel. Su enorme boca abierta en una límpida sonrisa, sus ojos celestes brillando en un rostro blanco enmarcado por un rebelde cabello rubio. Era un ángel que exudaba ternura e inocencia, ternura e inocencia rodeadas de un mar de sangre y desesperación. Era una imagen fuerte que resaltaba aún más bajo la tenue luz que despedía el candelabro. Él lo sabía. No sé que tanto sabía, pero siempre hacía cosas para provocarme. Manipulaba nuestro presupuesto para que tuviéramos que dormir en la misma habitación y siempre se comportaba de esa forma. Tierno, inocente pero sensual. Un ángel caído que me tentaba a profanar la falsa pureza que yo imaginaba que existía en él. El punto es que yo también sabía que él sólo parecía bueno, y que, aunque inocente, no era puro, no estaba cuerdo...

Evans estaba loco. No tengo otra forma de describirlo. En algún momento de su infancia, un cable se zafó y acabó perdiendo toda noción de responsabilidad, empatía o moral. Siempre hacía lo que le placía, conmigo y con todos, y nunca le importaba. Y no, no era un pedante egoísta o un mimado al que pudiera golpear. Evans estaba simplemente loco de remate. Al principio, no lo sabía, pero también, al principio no hablábamos. Después de mucho trabajar juntos, él comenzó a confiarme sus pensamientos... En el fondo, todos estamos algo locos. Evans también estaba loco en la superficie. Y, si no fuera por su carita de ángel y por lo tremendamente seductor de su tierno actuar, ya lo habría mandado a un manicomio.

El chico admiraba sinceramente las matanzas, era capaz de coleccionar poster de asesinos famosos sin remordimiento alguno. Hitler era un ídolo para él... Y él no le veía nada de raro a todo ello. Unas muertes aquí y otras allá. "La muerte de uno es una tragedia, la muerte de muchos, una estadística", repetía una y otra vez. Y creo que por eso coleccionaba muertes en sus fotografías, para nunca tener que afrontar una tragedia... Pero capaz eso sea un atributo falso, surgido de mi latente afecto por él. Ya que, a pesar de la locura, de las manías sangrientas, del miedo a lo que pudiera llegar a hacer, él  era un ángel. Bello, tierno, asustador... Era un ángel caído y yo, su condenado esclavo.

A veces, me pregunto como llegó a obtener el trabajo de fotógrafo. Es cierto que hablaba poco y que eso cubría en parte su locura. Pero la primera impresión de Evans tampoco era nada buena. Tendía a sonrojarse y a encogerse en su sitio, trataba de no verte a la cara y nunca daba la mano. Odiaba el tacto humano. Al principio, acostumbraba mostrarse tímido, la timidez propia de un niño retraído ante un completo extraño. Muchos caen, es cierto, pero nadie es lo bastante idiota como para darle trabajo a un chico inmaduro como él. Pero él llegó a mi, sólo y sin que nadie siquiera sospechara de sus problemas. Él llegó a mí, con toda su belleza y su locura. Y yo me dejé atrapar con placer...

Siempre supe que la locura de Evans podía en serio salirse de control, que el fanatismo lo llevaría a la imitación. Pero loco y todo, Evans era listo y trataba de no caer... O eso creía. No fue aquella la primera vez que lo noté, pero en ese bar ya no fui capaz de negar lo obvio. Esperó a que los policías salieran a tomar aire (tanta masacre concentrada era demasiada para muchos) y se levantó de golpe, invitándome a seguirlo. Y como siempre, lo seguí. Me llevó detrás de la barra y se puso unos guantes. Me miró y en ese momento su sonrisa perdió toda inocencia y se volvió más desquiciada. Se agachó y abrió una pequeña nevera que reposaba bajo la barra. Allí estaban tres corazones ordenados alrededor de un pene, curiosamente erecto. Comenzó a reír quedamente, tratando de no hacer ruido. Levantó el rostro y levantó el dedo índice, indicándome que guardara silencio. Tomó el miembro y me mostró el porque de la erección. El atacante había insertado un palillo en el medio, evitando que cayera. Algo me decía que el objeto ya estaba allí cuando el hombre murió. Devolvió el pene a su lugar y sacó una fotografía. "Esto sólo tú y yo lo sabremos... ¡Se armará un escándalo cuando publiquemos esta foto! Podríamos incluso hacer otro reportaje acerca de la ineptitud de los policías...", y comenzó a darme un largo discurso.

Yo dejé de escucharlo, sumido en mis cavilaciones. La nevera sería encontrada tarde o temprano, ya sea que nosotros hablemos de ella o no. No existe ningún cuerpo policial tan despistado. Evans no me mostró la nevera para exponer la inutilidad de los oficiales. No, Evans quería que viera que él conocía la escena del crimen. Quería que admitiera que él había estado antes allí, que él... Tenía mucho que ver en este local. "Vámonos", le dije. Me asusté, es cierto. Me asusté por tantas cosas. Con ese simple acto, descubrí que Evans era listo, es cierto, pero no trataba de resistirse a la caída... Caía con gusto y deleite. Siendo listo, Evans trataba de no ser descubierto... ¿Quién podría sospechar de un fotógrafo con cara de niño, con bajo coeficiente intelectual? Era tan pequeño que la brisa sería capaz de hacerlo volar. Pero Evans lo había hecho. La masacre del bar y muchas otras antes de esa. Todas fueron causadas por Evans. ¿Cómo? Es algo que no importaba en ese momento. Porque lo que en verdad me asustaba era la idea de que Evans podría ser descubierto... y si lo atrapaban... Ya no estaría conmigo.

Mientras lo arrastraba lejos del local, comencé a pensar que Evans y yo no nos habíamos conocido por casualidad, que Evans había añorado ese encuentro, porque lo había elegido a él para ser su lacayo. Evans lo tenía en sus manos y lo sabía y se deleitaba con eso. Y yo... yo no podía quejarme, sólo pensar y pensar qué hacer cuando la policía lo encuentre... Daría mi vida por proteger a un psicópata asesino con cara de ángel, y sentía que lo hacía por voluntad propia...

Esa fue una historia que no hicimos, a pesar de ser los primeros en el local, a pesar de contar con detalles de primera mano... Aquel día, nos encerramos en nuestro departamento. Bueno, yo nos encerré. Evans había manifestado sus deseos de salir muchas veces, pero yo o lo ignoraba o lo regañaba con saña. Caminaba nervioso por todas las habitaciones, tratando de ordenar mis ideas. Evans estaba loco y mataba gente... Y yo lo amaba. ¿Por qué? ¿Por qué se veía como un jodido niño al que con gusto violaría?

Él se pasó viendo televisión. En algún momento de la noche, abandonó la sala y fue al escritorio. Cuando entré allí, lo encontré dando vueltas en la silla. Estaba jugando. Según la ficha de Evans, él ya tenía 27 años... Pero pocas veces aparentaba su edad. Tal vez, nació hace 27 años, pero por dentro... Me preguntó si la locura tendría forma de cumplir años, de envejecer... Me miró y me sonrió. ¿Por qué te amo? Quise haberle preguntado. Me habría respondido, estoy seguro de que sí. Pero creo que no quería oír esa respuesta... Aún  no quiero oírla. Quiero pensar que lo amaba por ser único, diferente, especial. Por vivir su vida a su manera, mientras que yo siempre me sentía agobiado por las reglas de la sociedad. Cultura, familia, lazos, moral... Patrañas. Uno estaba solo en este mundo... Pero yo no estaba solo, o tal vez, sí. Pero Evans no estaba sólo. Yo siempre estaría con Evans, aunque él estuviera inmerso en un mar de pensamientos coloridos... Evans nunca estaría solo.

"¿Qué has hecho, Evans?", pregunté, cuando quise haber preguntado qué me había hecho.

"Hice cosas maravillosas...", respondió con efusividad, "cree obras de arte...".

"¿Arte? ¿Llamas a eso arte? ¡Eso no es arte, eso es una puta masacre!".

"Las paredes se veían feas de amarillo y la decoración era deprimente... Tan sólo cambié el ambiente...".

Y vaya cambio, pensé yo. Estaba enfurecido, confundido y tenía miedo. Pero Evans estaba tranquilo, feliz, como siempre. Nada de eso lo afectaba. Él seguía en su mundo donde el sufrimiento es un chiste y la muerte es pasajera... Otra vez, creo que eso no era cierto. Pero ¿qué importa ya? Nada importa...

Recuerdo que antes de acostarme, cerré todas las puertas y ventanas con llave y le arranqué sus copias a Evans. No quería que saliera. No quería que hiciera más daño... Eso quise pensar. En verdad, no quería darle oportunidad para equivocarse. ¿Qué tal si esa noche salía y olvidaba apagar alguna cámara o alguna de las victimas sobrevivía y lo reconocía? Evans sería arrancado de mi lado. Lo meterían a la cárcel o al manicomio y ya no estaría conmigo... No, no podía dejar que se equivocara, que lo alejaran de mí. Haría hasta lo imposible por evitarlo. Me acosté, ordenándole a Evans que guardara silencio. Necesitaba descansar y recargar energías. Tenía que encontrar una solución y para ello debía estar tranquilo. Me tomé una pastilla para dormir y me aseguré de esconder las llaves de la casa. Luego, trate de dormir...

El sueño se resignaba a visitarme, como temiendo que al alcanzarme caería en las manos de Evans... Evans, Evans, Evans... ¿Por qué yo? ¿Por qué me elegiste a mí para amarte, para enseñarme el alcanza de tus tórridas manías? ¿Por qué me dejaste ver tu verdadero rostro?

"Porque es idéntico al tuyo". De repente, apareció encima de mí, con su rostro a centímetros del mío. No cabía en mí del asombro. No sólo había cerrado la puerta de mi habitación, sino que la había trancado. Y la puerta seguía cerrada, así como las ventanas. Evans simplemente se había aparecido en mi habitación. Su delgado cuerpo encima de mí, sus apetecibles labios a milímetros de los míos, y la distancia se fue acortando y acortando, precipitándose a la no existencia. Sus labios tocaron los míos y sentí que ardía en llamas. Jamás pensé que con un solo beso pudiera llegar al paraíso. O al infierno, en este caso. Un infierno de acalorada pasión, con manos recorriendo con ansías cada recoveco de mi cuerpo. Así lo sentía. Mientras Evans devoraba con hambre mis labios y su cadera bailaba sobre mi ingle, podía sentir como si sus manos se multiplicaran y terminaran acariciando mi corazón. Tanta pasión, tanto calor...

No me resistí, si al principio no le correspondí fue por que me sentía sobrecogido por tantas sensaciones. En el instante en que mi mente y mi cuerpo asimilaron la situación, me di a la acción de aprovechar la situación, a sacarle el jugo a la locura y el ardor de la noche. Lo tumbé sobre la cama y me coloqué encima, y él tan sólo rió. Una risa de niño endemoniado, que timbraba de inocencia y sexo... ¡Oh, Dios! Él me hacía sentir que profanaba a un niño y yo pecaba con placer. Pero no era un niño, aunque se veía y sonreía como uno. ¡Oh, Dios! ¡Perdóname! ¡Perdóname! No, no. No me perdones. No me arrepiento, ni ahora en las puertas del infierno. No se de dónde saqué las fuerzas, pero con un solo estirón simplemente rompí las ropas que lo cubrían, inundando por la urgencia de acariciar su piel. Una piel blanca, suave, tierna... que me dediqué a palpar, a besar, a acariciar... Me faltaban manos, me faltaban bocas... ¡Quería comerlo! Y él se dejaba tocar, retorciéndose de placer bajo mis caricias, deleitando mis oídos con sus dulces y excitantes sonidos.

"Más. Más...", gemía y yo me desvivía tratando de complacerlo... Al adentrarme en él, sentí que iba a explotar de tanta satisfacción... y de necesidad. Era lo que deseaba y necesitaba más y más. Me abrazó y llegó a enterrar sus uñas en la piel de mi espalda. Gemidos y gruñidos abandonaban sus labios. Su espalda se arqueaba imposiblemente... y también era imposible soportar tanto placer como el que soportaba. Aquella fue una noche de imposibles... Donde me abandoné a mis deseos más oscuros y dejando tragar por la avidez sexual de Evans...

No sé cómo fuimos capaces de aguantar encerrados esos tres días. Comíamos lo imprescindible y no hicimos mucho más que entregarnos a la más enferma pasión que haya sentido. Una y otra vez, como si no pudiera hacer otra cosa, como si aquel que saltaba sobre mí, gimiendo palabras ininteligibles, no fuera un loco homicida que podía acabar con mi vida en cualquier momento y por cualquier capricho. Tres días y luego caí rendido. El cansancio hizo mella en mí y me sumió en un profundo sueño. Desperté después de otros tres días, en una blanca y pura habitación de hospital, con múltiples vendas alrededor de mis muñecas, mis muslos, el tórax y el cuello. Al parecer, Evans había disfrutado todo lo que pudo con mi cuerpo inconsciente. Dos agujas conectaban mi brazo a una bolsa de sangre y otra a un suero de un clarísimo color amarillo. Luego de ubicarme, me desesperé preguntándome cómo y por qué había terminado en un hospital. Como si hubiera predicho mis incertidumbres desde su cómodo consultorio, en ese momento entró un doctor con muchos kilos de más, un rostro serio pero confiable y un cabello prolijo, lleno de canas. Me lanzó una fugaz y tranquilizadora sonrisa y contestó a mis preguntas.

La policía había descubierto a Evans gracias a una grabación hecha por una discreta cámara oculta. Lo estuvieron buscando hasta encontrarnos en mi departamento, conmigo atado a la cama, con múltiples heridas, al borde de la muerte. La conclusión era que yo lo había descubierto primero e intenté entregarlo, pero Evans logró reducirme y me mantuvo recluso, abusando sexualmente de mí hasta que mi cuerpo me falló, entonces se dedicó a realizarme cortes en todo el cuerpo. No dije nada... No pude decir nada. Pensé que querrían que prestará mi testimonio en el juicio. Pero el doctor trató de calmarme diciendo que con el video había sido prueba suficiente para condenarlo... El Estado había visto el video y los actos de Evans habían repugnado tanto al Jefe de Estado que Evans fue sentenciado a pena de muerte casi inmediatamente.

Evans no opuso resistencia, llegó incluso a aceptar ser el responsable de todos los asesinatos. E hizo lo imposible por parecer vagamente cuerdo... Evans, ese chico con carita de niño bueno, de ángel... Evans era un monstruo... y yo sentí que mi alma se partía en pedazos al enterarme de que nunca más podría tener a aquel monstruo entre mis brazos. La sentencia se llevó a cabo unas tres semanas después. Ya me habían dado de alta y comparecí a la ejecución, junto a un montón de indignados parientes y amigos de las victimas que venían prácticamente a festejar la partida de Evans. Lo observaban con rabia, con miedo, con asco... Yo lo observaba con pavor. "Huye", quise gritarle, "escapa, desaparece... No, no lo permitas...", pero ningún sonido abandonó mi garganta. Cuando se sentó en la silla eléctrica, su mirada encontró la mía. Me sonrió, esa misma sonrisa bobalicona, con una extraña mezcla de ternura y manía que me había obsesionado tanto. No pude evitar que una lágrima cayera por mi mejilla. Y cuando él lo vio, segundos antes de que el interruptor bajara sesgando su boca, rió. Su carcajada alegre y vivaz retumbó en la habitación dejando perplejos a todo el mundo. El verdugo bajó el interruptor, como apremiado por las risas y la corriente atravesó el cuerpo de Evans, silenciándolo casi al instante...

Evans se había ido... Y yo me sentí desolado... fue allí que me permití responderme. Fue allí que acepté que lo amaba por todo lo que era. Un homicida maníaco que alimentaba todos aquellos sucios deseos que intenté suprimir en mí. Era un loco asesino que aceptó mis locuras pedofílicas y trató de satisfacerme... Como si... como si hubiera visto mi alma...

Planeaba abrir los puntos de mis muñecas, de mi cuello... Planeaba acabar con mi existencia al llegar a la casa, pero me detuve. Al abrir la puerta, encontré una caja en medio de la sala. Una pequeña caja negra con una nota encima...

"Invócame...", decía la nota, "invoca mi alma desde lo más profundo del infierno, con todo el amor que tu marchito corazón me ha dedicado...". No lo pensé, ni por un segundo. La caja venía con oscuras instrucciones para realizar invocaciones... para invocar demonios... Debí saberlo desde un principio. Un solo niño asesinando tanta gente de un solo golpe... Debía ser un demonio, un súcubo lujurioso que se había robado mi alma...

... Y cuando el ritual terminó, él apareció. En un espectáculo de fuegos fatuos y gritos de desesperación, Evans se hizo presente. Tan bello, tan angelical. Me miraba fijamente, esa vez con un ojo tan azul como el que recordaba y con otro amarillo con una fina línea negra por pupila. Sonreía, pero su sonrisa era más oscura, más retorcida. Abrió sus labios y me dejó ver unos pequeños colmillos puntiagudos. Su lengua mojó sus labios en un gesto que desbordaba sensualidad. Vestía un ajustado atuendo de cuero negro que incitaba aún más mis deseos.

"¿Por qué me has hecho esto?", se me escapó, dándome cuenta de que por aquel pequeño diablo haría de todo.

"¿Qué no es obvio?", respondió Evans, lanzando un gemido, "para devorar tu sucia, corrompida y enamorada alma...".

Y supe que era en serio. Lo supe y, aunque tenía más miedo de lo que tuve en toda mi vida, sólo podía pensar en rogarle por una noche más de sexo frenético...

Como adivinando mis pensamientos, Evans rió. Y su estruendosa risa burlona coreó los últimos segundos de mi existencia...

Notas finales:

Final inspirado en Kuroshitsuji... Por favor, quien no penso en shota al ver ese anime? Al menos, yo si... Y cuando pidio que sea tan doloroso como pudiera ser... Kyaa!!!! En fin... Si a alguien le gusto... podria dejarme un comentario y tal vez alzarme el animo... y si no... bueno, no me apaleen muy fuerte...


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