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Un regalo para amarte por Shisain-chan

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Notas del fanfic:

 Los personaje no son mios sino de Hiromu Arakawa.

 

 

Alphonse Elric estaba recostado en el sillón del hotel, con las los brazos y las piernas completamente extendidos. Hacía un calor insoportable y simplemente no tenía ganas de nada. Escuchaba el sonido del agua cayendo en la ducha, al otro lado de la puerta del baño. Esta vez, habían cambiado los patrones de siempre y se animaron a hospedarse en una suite de dos habitaciones, que podían costear utilizando (de mala manera, tal vez) el dinero  para la investigación de Edward.


Toda la mañana se había cargado un humor de perros y tenía la vaga esperanza de que mejorara con el paso de las horas pero eso no ocurrió.  Algo le molestaba, algo que daba vueltas en su cabeza de forma insistente y que no daba señales de desaparecer.


A los pocos minutos, su hermano salió del baño, vestido de manera casual, con una simple camiseta negra de mangas largas y pantalones azul profundo. Esta vez no llevaba su trenza habitual, sino que una sencilla coleta recogía los dorados cabellos. Alphonse lo observó con algo de curiosidad mientras él terminaba de arreglarse.


— ¿Saldrás hoy? – se animó a preguntar.


Edward le devolvió una mirada alegre, mientras acomodaba los puños de su camisa.


— Sí, saldré con Hawkeye.


A Al le impresionó un poco que fuera ella con quién saldría, nunca antes había sabido de que ellos se encontraran por asuntos no oficiales.  Se sentó en el sillón y lo miró con atención.


— ¿Con Hawkeye? ¿Te traes algo con ella? —preguntó, con el ceño levemente fruncido.


Ed soltó una risita.


— ¡Claro que no! Es sólo que necesito… algo, y ella debe saber más de estas cosas. Es mujer después de todo.


— ¿Algo importante?


— Sí —dijo Ed regalándole una misteriosa sonrisa a su hermano menor.


— Referente a… Winry ¿tal vez? —espetó dejando salir un poco de su mal humor.


Ed se sobresaltó, pensaba negarlo rotundamente e incluso abrió la boca para hacerlo pero se detuvo a pensarlo. Un ligero rubor asaltó sus mejillas. Se encogió  en hombros y desvió la mirada.


— Sí, se trata de ella —respondió arrastrando las palabras. Era mejor así.


Al endureció la mirada y volvió a dejarse caer en el sillón con ambos brazos detrás de su nuca.


— ¡Vaya! Ahora te sale lo detallista ¿no? —comentó,  entre dientes.


Ed abrió los ojos por completo. Le desconcertaba un poco la actitud de Al pero, todos tenemos derecho a tener malos días y eso él lo sabía muy bien.


— ¿Te pasa algo? —preguntó Ed con una voz suave. Tenía una idea, o más bien la certeza de lo que le sucedía pero mencionarlo, seguramente arruinaría todo.


— No —cerró los ojos y soltó un suspiro fastidiado—. Es sólo que pensé que este día lo pasaríamos juntos.


Ed suavizó la mirada y buscó el tono indicado para responder a ese comentario.


— Bueno, yo —comenzó a decir, atrayendo la mirada de su hermano y sin poder reconocer en ella algo que no fuera  molestia—. Yo ya tenía planes pero, si quieres, puedes venir con nosotros.


— No —fue la seca respuesta que dio Al antes de girarse sobre el sillón y darle la espalda a su hermano—. Me quedo aquí, ve a hacer lo que tengas que hacer.


Ed sopesó la incómoda tensión entre ambos y trató de decir o hacer algo que la hiciera desaparecer pero era malo para eso. Su falta de tacto, e incluso de sensibilidad, casi nunca le daba opciones para contrarrestar los, por escasos que fueran, malos ratos de Al.


— Vale, tampoco te pongas así… —quiso preguntar de nuevo por aquello que alteraba a Al pero prefirió guardar silencio.


Al, volvió su vista por encima del hombro y pudo ver a Ed, de pie junto a él, paseando la inquieta mirada por la habitación.


— No, es sólo que quiero dormir un rato… o tal vez saldré a buscar algo interesante que hacer. No quiero molestarte.


— ¿De qué hablas? —se apresuró a decir, Ed—. No me molestas en lo absoluto.


Se escuchó el sonido de algunos golpes secos en la puerta de la habitación. Ambos dirigieron la mirada a la puerta, en total silencio. De alguna manera, Ed se sintió a aliviado de que alguien terminara con ese tedioso momento.


— Debe ser Hawkeye —comentó Edward. La mirada que Al le lanzó, fue mucho más pesada de lo que esperaba—. Voy  abrirle.


Al se incorporó de nuevo en el sillón. Por desganado que estuviera, no había razón para mostrarse descortés con la teniente ni faltarle al respeto recibiéndola tirado en el sillón. Edward abrió la puerta y, en efecto, encontró a la Teniente de pie  al otro lado de la puerta.


Ella  llevaba el cabello suelto, cayendo sobre sus hombros, lo cual resaltaba todavía más su belleza salvaje. Belleza que a pesar de todo, era sofisticada. Vestía un elegante vestido verde oliva de corte casual que lucía tan bien en ella, como todo lo que se ponía.


Al parecer, tienen pensado algo interesante para esta tarde, pensó Al, al ver a la teniente tan bien preparada.


Pero con lo que, seguramente, ninguno de los dos contaba, era con la sorpresa que Hawkeye traía consigo. Antes de que ella tuviera la oportunidad de saludar a los Elric, un hombre apareció a su espalda, con una arrogante sonrisa en los labios.


— Buenos días, Acero —se escuchó la profunda voz del Coronel Roy Mustang.


Edward abrió los ojos por completo al ver la arrogante figura de Mustang de pie en la puerta. Al principio no encontró ni palabras pero, sin perderlo de vista, comenzó a quejarse con Hawkeye.


— N-no me digas que este idiota viene con nosotros.


— ¿Qué? —Respondió Riza, girándose un poco para ver la triunfante sonrisa del coronel—. No, ni siquiera ha venido conmigo.


— No seas idiota, acero —comenzó a decir Mustang, dando un paso enfrente para entrar a la habitación—.  Yo tengo algo mucho más importante que hacer, simplemente vine a saludar.


— ¿Quién te dijo que podías entrar? —preguntó Edward.


Alphonse, desde el sillón, sólo alternaba la mirada entre el Coronel y su hermano. Edward echaba llamas por los ojos, carbonizando con su brava mirada al Coronel, que no borraba la sonrisa burlona de su cara.


— Edward, ya es hora de irnos —dijo Riza.


— ¿La escuchaste, idiota? —Preguntó Edward sin hacer demasiado caso de Hawkeye—. Estamos por salir así que ve largandote.


— No —respondió Roy—. Tú te vas pero me da lo mismo, te he dicho que tengo otros asuntos que atender.


— Ed…  —repitió Riza al no haber obtenido la atención Edward.


— ¡Pues ve a hacerlos! ¿A qué esperas? —preguntó el rubio.


— Ya te dije que atenderé mis propios asuntos, tú ve a hacer lo que tengas que hacer —contestó Roy, agitando la mano para restarle importancia a las exigencias de Ed.


— Pues empieza ya, no…


— Yo me voy —dijo Riza, suspirando al ver que la discusión podría volverse interminable. Dio la media vuelta y regresó por su camino, sin haber entrado siquiera  a la habitación de los Elric.


Edward giró su cabeza para ver a Riza alejarse por el pasillo del hotel. Se mordió los labios antes de lanzarle a Roy una  miranda enardecida.


— Me largo —dijo Edward—. Vuelvo más tarde, Al —se despidió de su hermano antes de salir a toda prisa tras la Teniente.


Alphonse lo vio salir con demasiada prisa para esperar su respuesta.  Ahora sólo quedaban el Coronel y él, en la amplia habitación. Le dedicó una mirada y una sonrisa cordial.


— ¿Está demasiad ocupado como para que le invite a tomar algo? —preguntó. Algo de compañía le haría bien y sólo quería distraer su mente.


Roy asintió.


— Bien, tome asiento —le indicó con amabilidad—. ¿Quiere un café o algo así?


— ¿Qué beberás tú?


— Chocolate.


— Uno para mí.


Al le sonrió y se dirigió a la cocina. Luego de unos minutos, apareció con dos tazas de chocolate, le entregó una a Roy y se sentó junto a él. 


— Hoy te vez diferente. No pareces tan alegre como siempre —comentó Mustang.


Al lo miró y negó con la cabeza.


— No es nada —le dio un sorbo a su taza.


Roy asintió y permanecieron algunos segundos en silencio. Cuando volvió a enfocar su mirada en él, se dijo a sí mismo que había llegado la hora.


— Gracias por el chocolate, está realmente bueno.


— De nada —respondió un tanto ausente.


— ¿Sabes? En cierta forma esperaba tener unos minutos contigo ya que casi no convivimos si no está tu hermano cerca.


La mención de su hermano le recordó a Al aquello que lo tenía disgustado.


— ¿Ah sí?


Alphonse volvió a beber de la taza y una gota de chocolate quedó suspendida en la comisura de sus labios y resbaló lentamente al cabo de unos instantes. En un movimiento atrevido, Mustang se acercó más de la cuenta y limpió  con la punta de los dedos aquella gota de chocolate. Al se sobresaltó y parpadeó confundido al ver  Roy llevarse el dedo húmedo a los labios.


— Parece que sabe mejor si le  agregas tu sabor.


Al endureció la mirada.


— ¿De qué habla?


— O tal vez es que no lo he probado realmente… y créeme que me gustaría.


A Alphonse no le hizo nada de gracia ese comentario. Dejó la taza en la mesa auxiliar y lo enfrentó.


— ¿Pero qué cosas dice? ¿Quiere probar mi sabor? —repitió como si fuera una verdadera tontería.


— Claro ¿No se nota? —dijo empleando aquel cautivador tono tan propio de él.


Apenas al escucharlo, Al se levantó del sillón, notoriamente molesto. Pero le sirvió de poco por que Mustang lo imitó impidiendo que huyera.


— Basta, coronel…  –al mirarlo, Al no pudo evitar sentir un brinco en el estomago.


Roy se acercó al rostro del castaño. Notaba el sonrojo que poseía las mejillas del menor y que le parecían encantadoras. Los ojos de Al se paseaban por su rostro, irradiando irá al sentirse acosado por él. Pero Mustang sabía que esa era la primera reacción que cabía esperarse en él y que todo cambiaría cuando…


Se inclinó decididamente a los labios de Al para poder besarlo… sin embargo el menor giró su rostro en el preciso momento en que interponía su ante brazo entre él y el beso que Roy pretendía darle.


Roy parpadeó y se separó ligeramente sin perderlo de vista. En verdad, Al parecía molesto. Tenía la mirada fija en el suelo y bajo ella se encontraba aquel sonrojo que no pasaba desapercibido. 


— No sé con cual Elric crees que estás tratando —Alphonse comenzó a hablar, dejando salir en su voz  el sentimiento indignado que lo dominaba—. Pero yo no soy mi hermano —Alphonse colocó sus manos en las muñecas  de Mustang y usó su fuerza para separarlas de su cuerpo, librándose así del abrazo—.   No voy a dejarme llevar sólo así.


— Espera un momento ¿Por qué piensas que sólo espero que te dejes llevar? —dio un paso al frente, para acercarse más a él—. Y no veo que tiene que ver tu hermano en esto.


— Mi hermano… —Alphonse desvió la mirada y se alejó notoriamente—. Él no tiene nada que ver.


A Roy le pareció un poco extraño el comportamiento de Al. Hizo ademán de volver a acercarse a él pero en cuanto Alphonse lo notó, extendió los brazos  al frente, colocando las palmas de su mano en el pecho del coronel, impidiéndole dar un paso más.


— Ya se lo dije —dijo con una voz frustrada e impaciente. Miraba a suelo, notoriamente molesto—. No soy Ed, saque esas ideas de su cabeza ¿Entiende?


Roy resopló con un deje de fastidio. No por la resistencia de Al sino por la mención del nombre de Ed que parecía no abandonar la conversación en ningún momento.


— A ver —dijo cruzando los brazos. Alphonse lo dejo y continuó de pie ante él, sin levantar el rostro— Respóndeme de una buena vez ¿por qué demonios lo mencionas a cada instante?


Al lo miró a los ojos. Era evidente que estaba furioso, sus mejillas estaban encendidas  como una clara manifestación de recelo. Permaneció uno instantes mirando a su interlocutor sin hablar, antes de contestar.


— Porque no crea que no lo sé –dijo resuelto—. Usted ha venido a buscarlo a él, con no sé qué propósitos, pero como se fue con la Teniente, piensa anotar conmigo ¿Y qué dijo? ‘El hermanito se parece si cierro los ojos’ Se equivoca, yo no tengo ningún interés en reemplazarlo así que mejor olvídelo.


Roy parpadeó al escucharlo.  Lo último que esperaba era esa respuesta, en realidad pensaba que a Al le preocupaba lo que su hermano pensara de él, pero le enterneció de alguna manera el escucharlo hablar así. Cerró  los ojos y esbozó una sonrisa arrogante.


A Alphonse no le pasó desapercibido la extraña forma en que él sonreía. Enardecido, dio la media vuelta y se alejó del egocéntrico militar.


— Baka  —musitó Roy, al momento en que abría los ojos.


— ¿Qué dice?


— Que eres un idiota —repitió. Con más fuerza que antes,  extendió el brazo y sujetó el de Alphonse firmemente.


El joven, nada sorprendido, alternó la mirada entre la enguantada mano que lo sujetaba y el rostro maniaco del coronel.


— Suélteme —pidió con voz paciente.


Pero Roy ni siquiera prestó atención a sus palabras. Con el cuerpo suficientemente retirado al del castaño comenzó hablarle, mirándolo directamente a los ojos y sin suavizar el tono de su dominante voz.


— Escúchame, y escúchame bien —sus ojos eran dos abismos clavados en los de Al—. No viene aquí por él. En realidad es en lo  último que pensaba.  Si estoy aquí es porque vine a verte a ti. Supe de la oportunidad de hablar en privado  y no pienso desaprovecharla.


Alphonse enfrentó su mirada. Ahora parecía un poco más relajado pero no había bajado la guardia ni un poco.


— No le veo demasiadas intenciones de hablar. Suélteme, por favor —repitió.


— No —fue la única respuesta de Roy antes de. Al contrario de las exigencias de Al, aló su brazo para acercarlo a su cuerpo y así poder rodearlo con el brazo derecho—. Pero si quieres que hable, lo haré.


Alphonse se sintió aprisionado por los brazos del coronel. Para entonces, su interior comenzaba a dudar de la voluntad que tenía para seguir oponiéndose. Percibía el suave aroma que emanaba el fuerte pecho del mayor. Cerró los ojos y secretamente se permitió deleitarse con aquel contacto.


 — No siga —pidió  con una voz más firme de la que creía tener.


— Sí, voy a  hablar y tú a escucharme. Es lo que querías ¿No es así?


— Lo que quiero es que… —se detuvo,  no podía dejarse engañar tan fácilmente— deje estos cuentos.


— El único que me interesa eres tú.


— ¿Y-yo? —preguntó, aun dudando de la veracidad de las palabras del coronel.  Arqueó una ceja y esbozo una sonrisa incrédula. Seguramente ¿Cómo no?, pensó. Pero algo, algo en su interior comenzaba a ver las cosas de diferente manera.


Roy colocó su mano en la mejilla de Alphonse  y alzó el rostro del menor. Observó detenidamente, memorizando cada facción de su rostro pero, más que nada, leyendo las emociones que  proyectaban. 


De pronto, Al encontró sus ojos con los de él. Comenzó a sentir como su rabia cedía ante aquella mirada. No le parecía la misma frialdad de siempre y era lo que más temía. ¿Estaba cayendo? Se hacía esa pregunta mentalmente mientras sentía los oscuros ojos que lo observaban, pasear por su rostro.


Es curioso, pensó Alphonse, comienzo a creer que sería interesante que sus palabras fueran verdaderas. ¡Qué iluso soy! Lo único que le interesa en estar a solas conmigo, según dijo. Sus ojos también estudiaron al coronel, y pronto, su mirada se estancó en los labios finos, en donde se detuvo mientras su mente se dejaba llevar. Sí fuera cierto ¡Si tan sólo fuera cierto! Sin darse cuenta, sonrió ante aquel pensamiento. Y tampoco se percató de lo mucho que Roy se había acercado a él hasta que el aliento que escapaba de sus labios, golpeó los de él como una tímida caricia.


Al darse caer en cuenta de esto, se sobresaltó, escandalizado por haberse perdido mirando los labios de  Roy ¿Cuándo llegó a esa distancia de su rostro? Impulsó su cuerpo  hacía atrás, extendiendo las manos frente a él para dividir el espacio entre uno y otro. Una sonrisa nerviosa se dejó ver bajo el rubor que repentinamente de apoderó de sus mejillas.


— Basta ya… aléjese de mí.


Esa voz ya comenzaba a dudar, Roy lo supo. Lo único que quedaba era saber hasta qué punto se resistiría Alphonse, la prueba le parecía magnética.  Pero se acercó otro poco, provocando que las manos del menor se pegaran en el ancho pecho, lo que intensifico el calor que abordaba el rostro de Al.


— ¿Tienes miedo de mí? —preguntó con un ronroneo sensual.


— No… no es eso es que yo… —dijo en un tono quedo y sumiso. Su mirada estaba fija en el suelo, y las puntas del flequillo cubrían sus ojos, plateados y tímidos.


Está titubeando entre el sí y el no, pensó Roy, es tan inocente e ingenuo…. Definitivamente, no puedo dejarlo ir.


Pero Alphonse nuevamente le dio una gran sorpresa al levantar la vista, con mera convicción reflejándose en ella. Sus manos estaban en el pecho del Coronel, pero pareció no importarle, pues las retiró, giro sobre sus talones y se dirigió a la puerta.


—  Ya váyase por favor —ordenó Al. Tomó la perilla de la puerta y la abrió, mientras se volvía a Roy mostrándole claramente la salida.


Roy se acercó a él. No estaba seguro de maldecir o reír. Le parecía algo tierno pero tantas vueltas al asunto lo estaban haciendo perder  la paciencia. Se detuvo en el umbral de la puerta, esperando que Al le diera la cara pero el menor se mantenía sereno, con la vista fija en el interior de la habitación.


— Alphonse —lo llamó.


Por fin, Al se dignó a mirar con desconfianza los ojos negros del coronel. Mustang le tendió la mano a modo de despedida. Ciertamente, dudo entre estrecharla o no, pero la naturaleza educada de Al, le impidió ignorarlo. Roy  la apretó y educadamente se despidió de él… pero no se marcharía sólo así.


Sin que Al se lo esperara siquiera,  cogió con más firmeza su mano y lo atrajo hacía sí mientras usaba la otra mano para azotar la puerta al cerrarla. Acto seguido, mientras Alphonse aún era incapaz de reaccionar, lo aprisionó entre la puerta de madera y su propio cuerpo. Ahora, una de sus manos rodeaba su cintura mientras la otra paseaba entre el cuello y las mejillas. 


Alphonse podía sentir el calor  de Roy, al igual que el contorno de sus firmes músculos que se oprimían contra él. El rostro de ambos estaba tan cerca uno del otro que incluso respiraban el mismo aire.  Ninguno de los dos se movía, si siquiera Al que permanecía quieto, solamente esperando. Estaba perdido y desconectado del mundo, mirando los oscuros ojos que le observaban. Podía empújalo, seguir rehuyendo pero algo no se lo permitía.


— Coronel… —musitó Al con su suave voz de niño, lo cual arrancó una sonrisa del rostro de Roy.  Esos ojos, pensaba Alphonse, me están llamando.


Pero ni Roy sabía lo que vendría.


De pronto, ambas manos del pequeño fueron a dar al cuello de la camisa de Roy. En un abrir y cerrar de ojos, Alphonse aló de las ropas de Mustang para acercarse, y acercarlo a su vez, a él. Le plantó un beso en los labios, un beso que sintió como una dulce sinfonía de sabores, de emociones y finas pizcas de vértigo.


Roy abrió los ojos por completo al sentir los suaves y delicados labios del menor sobre los suyos ¿Era Al, el pequeño Alphonse Elric, quien lo había besado? No habían pasado ni dos segundos, cuando Roy cerró los ojos y plantó mano de lleno en la espalda de Al, para poder entregarse de mejor forma al beso que apenas comenzaba como un contacto sutil.


 El castaño, reaccionó automáticamente al sentir el tacto del coronel: abrió los ojos y se separó de él con el rostro completamente enrojecido y la mirada avergonzada. Mustang lo miraba desconcertado, cosa que acrecentó su sonrojo y, en un acto de reflejo, se llevó ambas manos al rostro para esconderlo.


— ¡Lo siento! ¡Lo siento, lo siento, lo siento! —se disculpó las veces que le fue posible antes de que la propia timidez l hiciera callar de golpe. Hizo el intento de retroceder pero la puerta se lo impedía y el Coronel bloqueaba su paso, al frente.


Roy llevó su dedo índice a sus labios, para tocar con la punta de las yemas, aquellas zonas que aún sentían la humedad de Alphonse. Este ultimo, pedía disculpas como un loco, pero él no podía escucharle; a decir verdad, no podía pensar en nada que no fuera en inesperado acontecimiento. Se abalanzó a él y lo rodeo con ambos brazos, procurando someter cada miembro del menor a aquella muestra de afecto.


Alphonse se quedó congelado, no era la primera vez en el día que lo abrazaba peor las cosas habían cambiado gracias a su imprudencia. Aún no recuperaba el color natural del rostro pero, por aquel arrebato por parte del coronel, no lo veía ni cercano. Roy estaba encorvado de tal forma que la cara se ocultaba en su cuello; los cabellos negros de Roy, tocaban su mejilla levemente, causándole un cosquilleo que no era tan intenso como aquel que se apoderaba de su vientre.


Roy esbozó una sonrisa con una risita que ambos pudieron escuchar. Levantó su rostro, separándolo del hombro de Al, pero se detuvo justo a la altura de la oreja en donde le susurró al oído suavemente.


— Me dejaste sin palabras —comentó Mustang—. Eso es precisamente lo que yo deseaba hacer.


— B-bueno, yo… no sé por qué lo hice.


— Yo creo que sí lo sabes —Mustang se acomodó para mirar de frente al pequeño, sin liberarlo del abrazo y manteniendo una íntima distancia entre los dos—. Lo hiciste porque lo querías…  —el Coronel jugueteó los mechones de color caramelo que caían sobre la espalda de Al. Poco a poco, disminuyó la distancia entre ambos, con suma lentitud. Alphonse tuvo tiempo de quitarse, rechazar el beso o simplemente patear a ese coronel  y quitárselo de encima de una buena vez… pero en lugar de eso, abrió la boca de manera sumisa y le permitió a Roy besarlo como era debido.


Suaves, húmedos y tiernos, eran los besos que Roy dejaba en los labios de Alphonse. El menor de los Elric, sentía su corazón latiendo a una velocidad extravagante pero sus ojos estaban cerrados y él no se disponía a perderse de las bellas sensaciones que causaba un primer beso.  Una firmeza cálida rozó su lengua con sensualidad, a lo que Al identificó como la lengua del coronel.


Roy cogió la mejilla de Al. El menor se estremeció pues notaba que la pasión de aquel acto se intensificaba poco a poco.  Pero él también estaba dejándose llevar y, temerosamente,  alzó ambos brazos, aferrándose al cuello del coronel.  No estaba seguro de lo que sentía, había una pizca de miedo camuflada con la emoción y la dicha saber que eso estaba pasándole a precisamente a él, y que era Roy quien lo había buscado sólo para estar con él… esto último era también lo que lo asustaba. Decidido a disipar las inquietudes, realizo un movimiento con sus labios que, incluso a él, le hizo conocer los arrebatos de pasión que comúnmente surgían en esa clase de experiencias; así como despertar el deseo que guardaba dentro.


Al sentirlo, Roy sonrió para sus adentros. Pasó sus manos por la espalda de Alphonse, oprimiéndolo aún más a él. Le gustaba sentir su frágil figura. Alphonse abrió un poco más su boca y Roy no perdió tiempo en adentrar su lengua en ella, alcanzando la de Alphonse. Ambos estaban unidos por aquel jugueteó delicado entre la lengua experta de uno y la inocente de otro.


La respiración de Alphonse se volvió más ardua, y comenzó a sentir que Roy estaba robando el aire de su interior, aunque poco le importaba, solamente quería seguir así, pues temía que al separarse, toda aquella suerte se marchara, volviéndose sólo un recuerdo.  Y el miedo se intensificó y cambió de dirección. Las sensaciones que se ocupaban de él eran sobrenaturales, una de las mejores experiencias pero ¿Cuál era el precio por sentirlas? Si todo lo que tendría era un par de horas de verdadera dicha, eso sí, pero que al final el se volvería en un numero más para Roy  y volvería a ser todo como antes, con la diferencia de que los recuerdos le azotarían en la cara.


Cerró los puños, y llevó sus manos al pecho de Roy. Era agradable estar así con él, pero tenía la sensación de que no debió pasar, de que ni él mismo debió cruzar la línea. Empujó a Roy con toda la fuerza que pudo, separándolo de él.


Roy lo observó sin terminar de entender  a qué se debía aquél cambio tan drástico en él.  Pensaba que ya había atravesado la barrera de Al pero se daba cuenta de que era difícil, aunque no imposible. Trataba de ver el rostro de Alphonse, aunque era difícil ya que mantenía su cabeza baja. Esperó por varios segundos, hasta que Al le dirigió la mirada. Para su sorpresa, los ojos del pequeño estaban húmedos y enrojecidos, en ellos se advertía algo de  ira, de recelo y a la vez de un doloroso sentimiento.


— ¿Qué te pasa? —preguntó.


Pero Al no respondió inmediatamente.  A Mustang le parecieron interminables los segundos que pasaron en silencio.


— No… —comenzó a decir Alphonse, con una voz temblorosa que a duras penas podía dominar— no juegue conmigo.


Mustang escuchó esas palabras con temible pesadez. Se sentía un verdadero idiota, al darse cuenta de la impresión que estaba dando. Era un excelente seductor pero una pésima persona.


— ¿Pero qué dices? —fue todo lo que atinó a decir.


— Digo que… que yo no quiero seguir si esto va a terminar mal —se ruborizó simplemente al pensar en lo que estaba por decir—. Yo sé que esto no tiene ninguna importancia para usted… pero no quiero que me lastime.


Alphonse trató de contener las lagrimas para mantener la dignidad pero sabía que esta no valía gran cosa cuando ya había empezado a hablar. Su rostro se humedeció poco a poco, desvió la mirada e intentó secar una de las lágrimas que estaban por llegar a su labio. Sentía la mirada de Roy en él, pero no decía nada ¿por qué diablos no decía nada?  Simple: porque no era el tipo de cosas con las que Roy quisiera lidiar.


Enorme fue su sorpresa al sentir la mano del coronel alborotar su cabello. Volvió a mirarlo. Roy sonreía  con confianza y ternura. Lo encontró mucho más atractivo que antes.


— Pero no me dejaste terminar de hablar hace un momento —le dijo con un dulce tono que él no conocía hasta entonces—. Te decía que quién me interesaba eres tú. No sólo me gustas, esto es mucho más profundo que eso.  Tienes algo, algo especial que no puedo pasar por alto.


El corazón de Al se aceleró. Buscó en aquellas palabras al famoso Don Juan que predominaba en el cuartel pero sólo logro ver a un hombre: un hombre sincero.  Se dejó caer en el cuerpo del coronel, abrazando su torso y causando sorpresa, tanto suya como de Roy. Estaba aferrado con fuerza y su rostro escondido en el ancho pecho.


— Quiero creerlo —dijo en un leve susurro.


Roy lo abrazó. Esa manera de ser, tan inocente, era lo que más le gustaba de él.


— ¿Quieres creerlo? Yo pienso que sería mejor sentirlo.


Antes de darse cuenta, se besaban de nuevo con pasión. Pero esta vez, ambos podían sentir una entrega total por parte del otro.  El beso era calido, tierno y sensual. Roy acarició la espalda de Alphonse de arriba abajo, causando un estremecimiento en el castaño que temerosamente recorrió, con la delicadeza de sus manos, el cuello del coronel. Alphonse terminó con la espalda apoyada en la puerta mientras Roy se dejaba caer, equilibrando su peso, sobre él. Pronto, sus cuerpos estuvieron completamente unidos. Alphonse dio pequeños y provocativos mordiscos a los labios del coronel, lo que encendió el beso de manera brutal.


 Pero se vio obligado a separarse cuando realmente no pudo contener la respiración por más tiempo.  Tomó aire en un profundo suspiro, esperando poder volver cuanto antes a su tarea.


Sin embargo, apenas dejó el beso, Roy se dirigió directo al cuello Al y posó su húmedos labios en él.


Al se sobresaltó al sentir al coronel besarle el cuello de manera lenta y precisa. El tibio contacto de la lengua de Roy, dibujando círculos en su piel, lo obligó a levantar el rostro, dejando completamente vulnerable todo la piel del cuello. Cerró sus ojos, deleitándose al sentir las delicadas caricias que comenzaban a revolver todas las ideas de su mente y a despertar el deseo oculto que guardaba en su interior. Tenía los labios entreabiertos y era necesario respirar así, pues su cuerpo no tenía suficiente control para hacerlo de otra forma.


Roy exploraba la piel de Al, mientras la saboreaba de la mejor manera. El pecho de Al se expandía lentamente, revelando la dificultad con la que respiraba. Para Roy, aquello era cada vez mejor, sentía ganas de tenerlo, de hacer con él todo lo que imaginaba y  un poco más. El deseo ya comenzaba a adueñarse de él. Colocó las manos en el cuello de la camisa de Al y uno a uno, los desbotono con adiestrada agilidad, dejando el pecho de Al completamente a su disposición.


— ¡Qué está haciendo! —exclamó Alphonse. Por su tono de voz y la expresión de su rostro, no le desagradaba del todo aquella acción.


— ¿Exactamente? —susurró, dejando que las vibraciones de su voz golpearan el sensible cuello de Al, provocando escalofríos en el menor—. No tengo idea —Y no mentía, realmente estaba haciendo más de lo que tenía pensado—. Pero lo sientes ¿no es así? —se levantó un poco para verlo.


Al tenía los labios entre abiertos. No fue capaz de encontrar la voz para responder por lo que simplemente hizo un movimiento con la cabeza agachándola para mirar tímidamente a Roy.


— S-sentir ¿qué? —preguntó, por fin.


— Que esto no es un juego para mí.


Al asintió y dejo claro que estaba dispuesto a continuar.


El recorrido de sus besos comenzó a bajar hacia su pecho. Alphonse, se aferraba a su espalda, acariciando de cuando en cuando, pero sobre todo, rindiéndose a cada nueva sensación.  La  blanca y tersa piel del pecho, le provocaban a Roy el deseo irracional, como aquel que te incita a profanar lo más casto y puro. Besaba con desasosiego cada parte del cuello y pecho, sus manos siguieron el juego y recorrieron el vientre firme, los marcados y jóvenes  músculos y exploraron el pecho hasta dar con un pequeño botón que esperaba impaciente. Roy suspiró, al darse cuenta de que estaba tocando, en ese sentido, al pequeño Elric. La piel de su nuca se erizo y dejó de pensar cuando un suave gemido de sorpresa de escapó de los labios del menor.


Alphonse mantenía los ojos bien cerrados, no quería ver la imagen de Roy entreteniéndose con su cuerpo pues estaba demasiado avergonzado.  Pero le gustaba. Cada movimiento que Roy hacía era un exquisito descubrimiento. No era un simple arrebato de lujuria pues lo que más deseaba era seguir conociendo aquella dulce que permanecía oculta.


— A-aquí no —murmuró Alphonse.


Roy no esperó un segundo más. Esa frase le dejaba mucho que pensar pues significaba que Al estaba dispuesto a llevar las cosas un poco más  allá. Se incorporó y le regaló a Alphonse una sonrisa satisfecha, que él respondió con una más tímida mientras cubría con sus ropas el pecho descubierto. El menor  no sabía por qué se detenía ero prefirió no hacer preguntas.


— Si ese es el problema, lo resolvemos enseguida —sentenció Mustang.


— ¿Qué?


Roy cogió su muñeca y lo llevó de la mano hasta el dormitorio. Al lo seguía pero en cuanto cayó en cuenta de el lugar al que se dirigían, su el sonrojo lo abrumó a tal punto  que el calor se sintió incluso en el cuero entero.


Abrió la puerta. Ambos permanecieron de pie en el marco, mirando el interior del lugar. Solamente había una cama de matrimonio además de algunos muebles decorativos y sillón de estilo clásico que le daba un excelente toque al lugar.


Al sólo podía concentrar su mirada en la cama. La cama. Tragó saliva. ¿En verdad estaba dispuesto a hacer eso? Besar al coronel y permitir que lo tocara era una cosa pero entre eso y hacerlo con él había una gran diferencia.  Primeramente estaba el temor por el simple hecho de que sería su primera vez y sería con él. Un evento de verdad importante como para tomarlo a la ligera, como si fuera algo que se hace justo después de confesarse. Y la segunda razón. Mucho menos profunda quizá, era pensar que no tenía idea de lo que debía hacer. Jamás había estado en una situación medianamente parecida y le avergonzaba el no saberlo.


Roy colocó la mano en su hombro, sacándolo de sus pensamientos. El tacto, firme y tibio, le dio seguridad.  Giró su rostro para ver el del coronel.  Se perdió en sus oscuros ojos. Mustang le miraba con ternura y la sonrisa que había en su rostro lo tranquilizaba. Estaba seguro de lo que sentía por él y tenía la certeza de que si había una persona adecuada para ese momento, sin duda, era Roy Mustang.


Roy acarició con la palma de su mano el hombro de Al y pronto envolvió el cuello del chico con él para abrazarlo atrayéndolo hacia sí. La frente del pequeño quedó recargada en su  pecho. Se daba cuenta de los nervios que lo embargaban, pero era natural. Era tan sólo un niño que incluso, más que nervios, era posible que fuera miedo.


— ¿Quieres hacerlo? —preguntó de manera directa pero no de manera descarada, más bien parecía estar pidiéndole permiso y disculpas a la vez.


Al ocultó su rostro.


— N-no lo sé —respondió con una voz realmente baja. Rodeó el torso del coronel con ambos brazos, tal como lo había hecho unos instantes antes y permaneció en aquella posición durante varios segundos— Yo… —no pudo terminar, solamente dio su aprobación con un asentimiento.


Roy besó su frente cariñosamente. Se dirigió a la cama, aun con Alphonse abrazado. Dirigió al chico para sentarlo en el borde. Su camisa seguía desabrochada pero el contemplarlo así, inocente, dispuesto, temeroso pero sobre todo el saber que era él la única persona en la mente de Al, le volvían loco. 


Se puso de cuclillas ante él. Intentó mirar directamente a sus ojos pero estos se desviaban con tal de no aumentar más el color rosado de sus mejillas, aunque fue una práctica en vano pues se intensificó el rojizo color. Dirigió sus manos al cuello de la camisa y cuidadosamente fue retirando  la prenda para hacerla resbalar por los hombros. Alphonse cerró los ojos fuertemente. La imagen se volvió mucho más encantadora e incitante.


Se acercó a él y le dio un ligero beso en el hombro. Lo empujó lentamente para recostarlo sobre la cama.  Alphonse abrió los ojos. Se colocó a gatas sobre la cama y sobre Al. Paso el dedo índice por la mejilla en un roce delicado. Le sonrió y, cuando Al se sintió lo bastante seguro para devolver la sonrisa, él bajó para sellar sus labios con un beso que comenzó como uno lento pero que poco a poco se tornó más ardiente.


Alphonse no sentía más miedo. Sus emociones se encargaban de controlar sus movimientos.  Le gustaba el sabor de los labios del coronel y le gustaba aun más aquella forma en que los usaba para besar los suyos.  Roy recorría su cuello, los hombros y el pecho hasta que pudo llegar de nuevo a una de las tetillas. Tomó una entre los dedos y  la acarició con sumo cuidado. Acompañado del calor de los besos, y el simple conocimiento de lo que estaba por suceder, el resultado era delicioso y alarmante. La lengua de Roy jugueteaba y exploraba su boca municiosamente. Alphonse había aprendido, aquella tarde y con bastante rapidez, la manera adecuada de responderle encontrando de forma suave su lengua con la de Roy.   El calor se adueñaba de él y de su cuerpo que descubría a cada momento nuevas sensaciones.


No se alteró cuando Mustang jugueteó con las manos en su vientre, pero su corazón dio un salto al saber que Roy seguía bajando cada vez más. Pero no iba a detenerlo porque él mismo sabía que deseba que lo tocara… y así fue. Soltó un gemido leve que fue sofocado por los besos de Roy cuando sintió, a través de la ropa, que su miembro estaba  preso entre las manos del coronel. Su cuerpo se tensó y lo único que pudo hacer fue c abrazar el cuello de Roy, haciendo que éste se acercara más a su cuerpo. Antes de darse cuenta, el botón de su pantalón también cedió.


Roy metió la mano bajo las ropas de Al, sujetó cuidadosamente la virilidad del menor. Percibió  el estremecimiento de Al en el momento en que lo tomó entre sus manos y el temblor, en el momento en que los movimientos de arriba abajo se hicieron aparecer. El sexo de Alphonse se endurecía más con cada caricia. Roy atrapó entre sus labios varios gemidos de placer que se escapaban de él. La pequeñas  manos de Al, recorrían su pecho sin atreverse aún a hacer movimientos radicales.  Él, por su parte, acrecentaba la velocidad de sus caricias y se encontraba masajeando el miembro de Al de la manera más desvergonzada y atrevida posible.


— ¡Ah…! —un pequeño gemido se escapó de la boca de Al cuando dejó el beso por la falta de aire de sus pulmones.


Ahora fue Roy quien experimentó una excitante punzada en el vientre al escuchar la mitigada voz de Al. Encontraba adorable el hecho de que aquellas simples caricias bastaran para arrancarle suspiros. Le recordaba cuan inocente era.


Se levantó, sin dejar de tocarlo  ni de mirar su rostro encendido, y con la mano libre, bajó el pantalón y los boxers hasta poco antes de llegar a las rodillas. Alphonse levanto la cabeza y la mitad del torso, apoyándose sobre sus codos, para ver lo que Roy estaba haciendo con él. El asombro era tanto que a penas salió su voz para intentar hablar.


— ¿Q-qué va a hacerme? —cuestionó. Inmediatamente, soltó otro suspiro extasiado.


— Tranquilízate —le pidió Mustang con una picara sonrisa.


Alphonse abrió los ojos por completo al ver aquella sonrisa que tanto lo inquietó.


Mustang se agachó, dirigiendo su cabeza a la entrepierna del menor y sin desviar la mirada que sostenía la de Al, de dio una ligera lamida a la punta.


— ¿Q-qué…? —quiso decir Alphonse, pero ni valor tuvo.


Roy se llevó por completo el miembro de Al a la boca. Lo metió en su totalidad y luego lo sacó lentamente, sin despegar la lengua de aquel sensible lugar. Volvió a meterlo y sacarlo repetidas veces. Alphonse se dejó caer de nuevo en la cama, llevándose una de sus manos al rostro para cubrir con ella su boca y evitar hacer más ruidos de los que deseaba. Roy veía el otro puño, apretado ferozmente con una sabana entre los dedos. Le gustaba el sabor joven de Al, su piel virgen y las ansias inofensivas que había en él. Francamente,  lo enloquecía su inocencia.  Al encorvó la espalda sobre la cama y se mordió los labios para amortiguar el gemido que, de todas formas, se escuchó con claridad.


— ¡Espera! —dijo Alphonse. Instintivamente guió ambas manos a la cabellera oscura de Roy, sin atreverse a intentar detenerlo— ¡Espera, espera… Roy… !  Yo… creo que… —Justo después de decir eso, se corrió por primera vez en la boca del coronel.


Roy saboreó la esencia de Alphonse y limpió, con el dorso de la mano, las gotas blanquecinas que habían salpicado su mejilla. Se levantó, irradiando alegaría, y se sentó junto al  cuerpo prácticamente desnudo de Al que yacía tendido sobre la cama con los brazos extendidos y el pecho inflándose trabajosamente gracias el momento de éxtasis que había vivido segundos atrás.


— ¿Cómo estás? —preguntó Roy, con el sabor salado en sus labios, todavía.


Alphonse lo miró atentamente antes de sonreírle con la seguridad plena de sentirse desnudo ante él y no solamente en el sentido físico, si no que tenía la sensación de  haber salido nuevamente de aquella prisión denominada cuerpo y que era su alma quien daba la cara por él. 


— Eso fue… —tomó aire una vez más para regular su respiración— Eso… eso no fue justo.


— ¿Cómo dices? —preguntó Roy, alzando una ceja, desconcertado.


Alphonse se sentó sobre la cama. Sólo atinó a darle a Mustang una enigmática sonrisa. Acto seguido se puso en pie y se postró frente a Mustang. Ni él mismo sabía a donde había ido a parar la timidez que jamás lo abandonaba, claro, salvo esta renombrada excepción.  Al movió las piernas delicadamente, haciendo que los pantalones y los boxers resbalaran por completo al suelo.


— No es justo que sea usted el único que vea.


Roy se quedó boquiabierto. Embobado por la perfecta figura de Alphonse y por aquel movimiento tan insinuante y erótico.  Lo miró de pies a cabeza, deleitando su mirada con la desnudez del joven Elric. El deseo se disparó como una bala hacía el cielo pero, manteniendo la cordura, se puso de pie lentamente.


— Tienes razón —comenzó por desabotonar la chaqueta militar y  lanzarlo a algún lugar de la habitación cuando se lo hubo sacado.  Entonces vio que Alphonse aún estaba indeciso entre armarse de valor o desviar la mirada y cubrirse con lo primero que encontrara, pero no despegaba la vista del moreno. Roy  se sacó la camisa negra con lentitud. Sentía la mirada curiosa de Al sobre la suya pero evitó enfrentarla para no intimidarlo. Desabrochó el cinturón de cuero negro y fue en ese momento en el que Al retiró su mirada, la cual resaltaba sobre las coloradas mejillas, pero bastó abrirse el pantalón para volver a captar su atención. En cuestión de segundos, estaban ambos desnudos, frente a frente.


Alphonse veía que el coronel estaba más que preparado. Para él, la vista que tenía ante sí era excepcional.  Aun contra su voluntad y contra toda la prudencia que le quedaba, su mirada fue llamada por el sexo de Roy que estaba ante él. Su propio sexo de había calmado ya pero al ver aquella imagen volvió a cobrar vida con extrema rapidez.  El coronel le tendió la mano y, sin dudarlo, la cogió.


Una vez más, Roy se sentó en el borde de la cama se ayudó de su mano, sujetada a la de Al, para que el menor se acercara a él.


— Tranquilo —le dijo con sutileza. Seguidamente lo incitó a sentarse sobre sus piernas, quedando de  frente y con las rodillas sobre la cama de manera que las piernas de Roy quedaban entre estas.


No sin cierta timidez, Al se sentó  directamente en su regazo, provocando que el miembro del coronel chocara directamente sobre el suyo.


— Coronel no sé…  no sé si esto esté bien –dijo de pronto, bajando la mirada. La intención de esto último era olvidarse de la situación pero ahora se encontraba mirando aquella parte, erguida y alerta, que representaba todo el problema.


— Si no quieres hacerlo, dímelo —al decir esto, besó la oreja de Al con sigilo y sensualidad, hundiendo su lengua en ella.


Al sintió un  la excitación recorrer su cuerpo entero, cerró los ojos y olvidó el embrollo en el que estaba metido. O al menos lo intentó porque los impredecibles dedos de Roy llegaron a su entrada en cuestión de segundos. Como un acto de reflejo se empujó a sí mismo hacia adelante restregándose por completo contra el miembro de Roy.


— ¡Ah! —el sonido se escapó al sentir aquella pequeña muestra de delicia. Volvió a hacerlo, con relajado compás para sentir la fricción enloquecedora que se creaba entre su miembro y el del coronel. Mustang cooperó también al tiempo que contorneaba y separaba su entrada  con la delicadeza de un fino gato.  Roy humedeció sus dedos con saliva y los llevó a su orificio.  Se encargó de mojarlo y acariciarlo delicadamente. Con lentitud, insertó uno de sus dedos en la entrada de Alphonse—. Eso… —se encorvó hacía adelante, recargando su rostro en el hombro de Roy—…  eso duele.


— ¿Quieres que pare? —preguntó Roy, frenando los movimientos de sus dedos.


Alphonse negó con la cabeza, sin dar la cara todavía. Prontamente sintió que el dedo de Roy llegaba más a fondo en su interior. Apretó los labios y exhaló para relajarse pero pegó un brinco cuando un segundo, seguido de un tercer dedo, hacían compañía al primero. Después todos entraron y salieron de su interior. Dolía, no lo negaba, pero no dejaba de sentirse placentero. Sin embargo, no se le borraba de la mente el hecho de que, si tres dedos dolían, dolería mucho más cuando el sexo de Roy entrara en él.  Y los dedos salieron, anunciando el inicio del todo.


— Luego de esto, no dolerá tanto —dijo Roy, como si adivinara cada pensamiento de Alphonse—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?


Alphonse le sonrió y le dio un rápido beso en los labios.


— Sí. Quiero hacerlo.


Roy colocó su miembro justo en la entrada del castaño y lo ayudó a bajar lentamente, tomándolo por la cadera. Al apretaba los dientes y contenía un pequeño pero vergonzoso grito de dolor pero no pasaron ni cuarenta segundos cuando  el miembro de Roy estuvo por completo  dentro de él.


— ¿Quieres que siga? —preguntó Roy con una voz dulce, al tiempo que acariciaba el cabello de Alphonse.


— Ya… llegué hasta aquí ¿no es así? —dijo en un sutil tono de broma.


Roy le dio un beso en la mejilla, atrayendo la mirada de Alphonse. Observó los bellos ojos de color plateado, transfiriendo con los suyos el cariño y la adoración que le tenía.


 — Te amo.


Alphonse se quedó mudo ante tal confesión. Al principio no estaba seguro de cómo responder pero, como siempre, dejó que fuera su corazón el que hablara por él. Se abalanzó al él, lo abrazó y repartió cientos de besos  en los labios del coronel. Se dio cuenta tarde de que un par de finas lágrimas comenzaban a caer de sus ojos. Era victima de la dicha, en aquel momento. No se le ocurría algo mejor que escuchar un ‘Te amo’ de la persona indicada.


— También lo amo, coronel —le susurró para luego atraparlo en un fogoso beso.


Mustang aprovechó el arrebato de pasión para comenzar a mover al pequeño, levantándolo y dejándolo caer de forma suave. Al quiso quejarse pero estaba más ocupado con los besos que daba a Roy que no se dio tiempo para ello y nuevamente se movió con ayuda del coronel. A los pocos minutos se había convertido en una danza ardiente, en el que el dolor se combinaba con el placer.  Iban lento y sin alguna prisa esperando a que Alphonse se acostumbrara a aquellas sensaciones y venciera el dolor.  Cada vez que Al adentraba a Roy dentro de sí, un intenso amor se inyectaba en sus cerebro, haciéndole perder el conocimiento. Sentía en cada poro, la escénica del amor  mezclada con el deseo. Lo amaba, lo amaba de verdad.


Sin embargo, no se podría decir que la lujuria había pasado a segundo plano pues se hacía presente tanto en uno como en otro. Poco a poco la velocidad fue aumentando y con ella los gemidos y gritos silencioso de Alphonse. Sus cuerpos se habían humedecido por el sudor causado por el calor abrasante que se creaba entre los  dos. Roy jadeaba, extasiado por los movimientos de Al que a pesar de ser inexpertos podían describirse como sensacionales. Pero se dio cuenta de que el menor comenzaba a cansarse en esa posición, por lo que lo abrazó con fuerza y ágilmente se dio la vuelta, con el prendido al cuerpo, para tumbar a Alphonse, boca arriba, sobre la cama. Esta vez era su turno.


Lo embistió con fuerza sin olvidar que estaba tratando con él y sin perder la conexión y la consideración que con la que habían iniciado. Al levantó las piernas y las enlazó en el cuerpo de Roy mientras este entraba y salía cada vez con mas rapidez. Ahora también él se vio obligado a reprimir, sin mucho éxito, los gemidos hechizados por la pasión. Observaba el rostro de Al en cada momento. Sabia, por los parpados apretados del menor y los labios entreabiertos por los que escapaban los  embriagados  jadeos, que Alphonse estaba próximo a terminar. Tomó de nuevo el sexo de Al con la mano derecha y lo acarició, respetando el ritmo.


— ¡¡Coronel!! —casi gritó Alphonse— ¿Qué está….? —una envestida más lo hizo interrumpirse por un sonoro gemido— No… Voy a… me voy a… —atrapó los labios de Roy con desesperación y lo beso con tanta pasión como pudo mientras su cuerpo recibía un placer desenfrenado.


Alphonse apretó con  fuerza los brazos, abrazando al coronel con una intensidad mortal, cuando sintió las contracciones del orgasmo haciéndose de él.  Ahora sí, había tocado el mismo cielo.  Su escénica salió de golpe, derramándose sobre la mano de y  el vientre de Roy.


Al sentir los espasmos y las contracciones, le fue inevitable seguir el mismo curso y Roy terminó por venirse en el interior de Alphonse.  Todo comenzaba a relajarse y su corazón recobraba el tranquilo palpitar. Los brazos de Alphonse también  se relajaban y lo dejaban poco a poco en libertad aunque él hubiera preferido permanecer unido a él. Ayudó a Alphonse a acomodarse en la cama, lo cubrió con las mantas y se recostó a su lado, abrazando su cuerpo desnudo y agitado bajo las mantas. El pequeño se refugió en su pecho, comenzaba a dormitar mientras Roy acariciaba los húmedos cabellos cobrizos.


— ¿Al?


— ¿Sí? —Al levantó la mirada para encontrarla con la de Roy.


Él simplemente sonrió y se acercó a besar sus labios fugazmente.


— Feliz cumpleaños  —susurró en la cercanía de sus labios.


Al se levantó  sin terminar de creer lo que había escuchado, las lagrimas empañaron su vista. Roy sonreía, llevó sus manos detrás de su nuca, apoyándose en ellas como si se tratara de una almohada. De pronto las lagrimas comenzaron a correr por el rostro de Al y aunque al principio trató de disimularlas pronto dejo aquel intento por la paz.


— ¿L-lo sabías? —preguntó con voz ahogada.


— Desde luego, por eso he venido.


Alphonse se inclinó para unir sus labios con los de Roy. Los conmovidos suspiros apenas le permitían besarlo. Roy respondió aquel acto sin borrar su sonrisa.


Al continuaba llorando, lloraba de felicidad por estar con así con la persona a la que tanto había esperado y más aún de que esta fuera  la única  persona que había recordado su cumpleaños. Ni su propio hermano lo había recordado y eso lo había tenido con los nervios de punta pero ahora ni siquiera reparaba en Edward, simplemente disfrutaba de la presencia de Mustang.


No supieron canto tiempo pasaron así, acostado uno al lado de otro hablando como si hubiesen pasado años enteros sin verse y besándose de vez en cuando. Roy reía con naturalidad como pocas personas lo habían visto antes, pero  era la sonrisa de Al era, sin lugar a dudas, lo que mas valoraba.  Mustang estaba satisfecho y en paz consigo mismo al saber que hacía feliz a aquella persona que le había robado el corazón. Pensó para si mismo en cada elemento que atribuyó a flecharlos, comenzando y estos iban desde su ingenuidad, su dulzura y esa indiferencia que había demostrado esa tarde, para con él. No le cabía duda de que Al era una persona única, una persona a la que podía amar sin reservas.


La puerta principal de la habitación se abrió con un estruendoso golpe. Amos se sobre saltaron al escucharlo. Se escucharon pasos en la sala de estar junto a dos risas  amortiguadas.


— ¡¡Al!! —era la voz de Edward—. Al, ven acá por favor. Tengo que mostrarte algo.


Alphonse y Mustang se sentaron en la cama y e intercambiaron una mirada inquisitiva. Al se levantó, envolviendo su cuerpo con una de las mantas y se dirigió a la puerta de dormitorio. La abrió lo suficiente para asomar su rostro por la abertura pero sólo pudo distinguir a Edward hablando con alguien que seguramente sería la Teniente, por lo que se vio obligado a abrirla un poco más.


Edward y Riza estaban de pie en la estancia, una caja adornada con papel azul celeste estaba en el piso y sobre ella sobre salían las cabezas de dos gatitos pequeños uno rubio y otro castaño, ambos con un lazo rojo en forma de moño atado al cuello. Edward pudo ver el rostro de su hermano, le sonrió causando que el anterior resentimiento que le guardaba desapareciera en menos de un segundo.


— ¡Feliz cumpleaños, hermanito!


Alphonse no se detuvo a pensar, simplemente salió corriendo de donde estaba directo a abrazar a su hermano, que respondió aquel abrazo con entusiasmo. Después de unos instantes, se separó para besar a Riza en la mejilla al tiempo que ella  le deseaba un feliz cumpleaños y, por ultimo, se dejó caer en el suelo para abrazar a los dos adorables gatitos.


— ¡Gracias!


Roy apareció, segundos después, vestido con los pantalones y la camisa negra, pero descalzo. Edward lo vio  salir y dejó ver la consternación en la expresión de su cara. Cómo era de esperarse, Edward entendió lo que había sucedido. Se quedó boquiabierto sin saber que pensar. Lo primero que pasó por su mente fueron los celos fraternales y es que no aceptaba con facilidad que alguien se acercara a su hermanito.


— Al —le dijo con una voz apagada. Alphonse levantó su rostro y lo miró a los ojos. Pero el rubor apareció en el rostro de Edward que inmediatamente desvió la mirada. —. Tú… —era difícil controlar los nervios de su voz, por lo que solamente  indicó con la mano que mirara en hacía abajo.


 Al lo obedeció y fue cuando se dio cuenta de que la única prenda que cubría su cuerpo era una sencilla manta. Ahora fue él a quien  el rostro se le tornó de color rosado. Se levantó y salió corriendo, tal como llegó, en dirección a la habitación para vestirse.


En la sala había un silencio espectral. Riza paseaba la mirada entre los dos varones que quedaban en la sala preparándose para la explosión que seguiría. Edward por fin se decidió a mirar a Mustang que parecía irradiar felicidad.


— ¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó de manera hostil.


— ¿Qué te parece que estoy haciendo?  —Mustang se cruzó de brazos con la arrogante sonrisa en el rostro.


Edward, encolerizado, se acercó a Roy amenazándolo con la iracunda mirada.


— Mira, imbécil, si tú te atreves a jugar con él ¡Te juro que te castro!


Roy contuvo el impulso de reír a carcajadas. Enfrentó la mirada de Ed y de manera clara le dijo:


— ¿Jugar con él? Te equivocas, Acero. Yo lo amo.


Edward se quedó pasmado al escucharlo. No dijo nada más hasta que Alphonse volvió a entrar a la sala, completamente vestido y con el cabello arreglado. Se acercó a su hermano y al coronel. Roy rodeó decididamente los hombros de Al y lo acercó,  estaba de pie junto a él pero ese brazo dejaba claro que algo sucedía entre ellos, por lo que Al comenzó a temblar.


— ¿Y qué sucederá ahora? —preguntó Ed con un puchero desganado.


— ¿Qué sucederá? —Repitió Mustang—. Lo que tenga que suceder. Ahora, él y yo estamos juntos ¿no es así, Al?


Al no pudo evitar sonreír ampliamente, no habían hablado de ello pero ahora importaban poco las palabras. Ellos tenían algo verdadero.


— Sí.


Ed suspiró, resignado o tal vez aliviado.


— En ese caso… cuídalo bien, Roy.


Alphonse bajó la mirada. Tenía a sus amigos con él, era su cumpleaños, su hermano aprobaba su relación y dicha relación era con la persona que lo hacía feliz. Nada más podía pedir.


 

Notas finales:

¿Qué les pareció? Amenazas a muertes, sugerencias o comentarios;  con un simple review.


Dando un giro a las parejas y esperando que acepten bien a esta, pues les comento que no es el ultimo fic que subo de ella. 


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