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Sangre Blanca por Leia-chan

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Notas del capitulo:

Ugh, no se que tanto lemon sea...

 

Gritos y más gritos. Golpes e insultos volando a mi alrededor. Ya no lo aguantaba. Odiaba esa situación, odiaba tanto ruido, tanto caos. Quería el silencio. Un silencio pacífico y desolador, donde sólo estuviera yo... Se volvió insoportable y sólo quería salir. Huir. Abrí la puerta de la precaria casa que compartía con mi padre, ignorando sus imparables improperios y salí a la calle, donde una copiosa lluvia me dio la bienvenida. La corta falda de encaje negro y el corsé con flores oscuras que llevaba se empaparon al instante y se pegaron a mi cuerpo haciendo que la tarea de caminar fuera algo incomoda. Pero no importaba. Seguí caminando, esperando jamás volver. Caminaba sin rumbo, frotando mis brazos desnudos con las manos. Me estaba helando y no traía nada abrigado en la pequeña mochila que tenía conmigo. Escuchaba el chasquido que hacían mis botas al pisar los pequeños charcos que se formaban en las calles. "La ciudad se hunde", pensé, pero sabía que era imposible. Que esta ciudad a blanco y negro llena de alimañas se hunda por completo, llevándose consigo toda su mugre es un sueño demasiado idílico para ser cumplido. Mis sueños nunca se cumplen. Mi vida era y es una espiral de decepción y desesperación, donde me hundo más y más en este infierno blanco. Y yo solo quería salir...

Caminé más rápido, como escapando de mi propia desolación. Me pregunté si él me buscaría. Nunca fue un buen padre, ni un buen hombre. Por eso lo deje yo hoy, por eso lo dejó mi madre antes... No creí que me buscaría. Tal vez, cuando se le acabase la cerveza y la comida y debiera irse a buscar sus botellas con sus propias y vacilantes piernas. Me reiría largo rato si presenciara tal intento. Aquel hombre no era capaz de contar ni hasta diez después de un par de botellas. Pero no podía pensar en él, ni en ningún otro detalle de mi vida pasada. De la vida de la que estaba huyendo... ¿Adónde iría? No lo sabía...

Llegué a un parque. Me adentré pensando refugiarme de la lluvia en alguno de sus juegos. Me dirigía a un sitio que pensé seco, cuando escuché el chirrido de los columpios a mi izquierda. Me di vuelta, un tanto asustada y la vi. Dios, la vi. Un ser tan bello y puro que dejaba en vergüenza a todas aquellas damas que se proclamaron hermosas. Era una joven cuya belleza la hacía brillar sobre un fondo gris. Blanca, completamente blanca. El cabello, las ropas, los labios... Blancura en cada centímetro de su ser. Los largos cabellos blancos se balanceaban pesadamente por el agua y el movimiento de vaivén del columpio. La joven se columpiaba con los ojos cerrados, por lo que aún no sabía de mi presencia. Sonreía ensimismada, disfrutando de la helada caricia de las gotas de lluvia. Yo la veía embelesada por tanta belleza. Sus líneas suaves, su presencia casi irreal. Un fantasma en la lluvia, un espíritu de la naturaleza... Debía ser algo así. No podía ser humana. Imposible...

La joven se detuvo y abrió sus ojos, me vio. Me miró con su mirada blanca, que en cualquier otra situación me atemorizaría, pero ante tanta belleza, yo sólo podía suspirar asombrada. Mi corazón se detuvo por algunos instantes, los instantes en que ella se dedicó a estudiarme de pies a cabeza. Luego, sonrió. Una sonrisa tan cálida que borró de un plumazo el frío que embargaba mi cuerpo. Yo sólo podía verla. Creo que olvidé hasta cómo respirar. Ella sonrió y, al verme tan quieta y anonadada, rió. Una risa cantarina que hacía que mi corazón bailará inquieto en mi pecho. Cuando la risa paró, siguió mirándome, con una sonrisa calma y preciosa que podría quedarme a observar por el resto de mis días. Y, de repente, fui consciente de mi situación. Allí estaba yo, una simple mortal que vestía ropas tan oscuras como sus cabellos, frente a una beldad que sólo creía posible en el país de los sueños. Me sonrojé furiosamente y bajé la vista, avergonzada ante su presencia.

Ella se levantó entonces y se acercó a mi. Llevaba una liviana blusa blanca que se le pegaba al cuerpo por la humedad y marcaba un par de senos perfectos. Me mordí el labio y me obligué a desviar la vista. Ella tomó mi mano y tiró de mí, guiándome a uno de los columpios. Sentí un estremecimiento exquisito al contacto con esa piel suave y nívea. Me hizo sentar y fue a mi espalda para comenzar a empujarme suavemente, columpiándome con ternura. Yo me dejé hacer, un sumiso cordero que se deja guiar por su amable pastor. Me movía de atrás para adelante, de arriba abajo, con lentitud, disfrutando del suave movimiento y las gotas de lluvia acariciando mi rostro. Cerré los ojos y al abrirlos, decidí comenzar a hablar. "Me llamo Nicole", tartamudeé nerviosa y esperé su respuesta. Una respuesta que no llegó. Ella detuvo el columpio y rodeo mi cuerpo con sus delicados y elegantes brazos. En un suspiro, me dejé hundir por la calidez que emanaba su cuerpo y su aroma... El olor de un laberinto de rosas en una noche de luna llena.

Me soltó y se dio vuelta para pararse frente a mí. Su sonrisa eterna me invitó a pararme, sin usar ni una sola palabra. Nos quedamos frente a frente, ella mirándome dulcemente y yo terriblemente sonrojada, sin atreverme a verle aquel rostro perfecto. La lluvia comenzaba a amainar, pero seguía presente. Alzó la mano y acarició mis cortos cabellos negros, pronto sus dedos recorrieron mi mejilla, en una caricia sutil y sugerente a la vez. Cerré los ojos, mientras mi cuerpo se estremecía ante su toque delicado. Volvió a tomarme de la mano y me llevó fuera del parque. Bajamos algunas calles desoladas hasta llegar a una tétrica casa abandonada. Las paredes eran azules con manchas negras de moho, las ventanas tenían rejas oscuras, con motivos florales y muchas espinas... El conjunto era algo asustador, pero me encantaba. Abrió la puerta y me invitó a entrar, cosa que hice al instante. Adentro, las telarañas y los muebles roídos nos dieron la bienvenida.

Miraba curiosa a mi alrededor, tratando de entender lo que estaba haciendo allí con aquella chica tan bella y extraña, cuando su risa alegre volvió a llamar mi atención. Me di la vuelta para verla, pero no la encontré. Me sentí decepcionada, ya que me encantaba su compañía, pero mi decepción duró poco. La encontré en la enorme escalera que llevaba al segundo piso, subiendo entre saltitos de alegría. Yo la seguí sin dudarlo en algún tipo de estupor. La seguí hasta una habitación con una gran cama de sabanas negras, con dosel. Ella me esperaba al pie de la cama, sonriéndome como siempre. Me acerqué a ella y me detuve a centímetros de su cuerpo. Respiraba con agitación, embriagándome con el olor a rosas. Me atrevía a levantar la mano y tomé entre mis dedos una hebra de su precioso cabello blanco. Sus cabellos se deslizaban delicadamente entre mis dedos, como si fuera líquido. Quería mucho más, quería tocar su piel y cerrar la distancia entre nuestros cuerpos, pero no me atrevía. Me mordía nerviosa el labio, tratando de ordenar mis ideas... La deseaba tanto...

Y fue ella la que me salvó de tanta incertidumbre, dando el paso que nos separaba y tomando mis labios entre los suyos. Un contacto ínfimo, pero íntimo, que despertó cada celula de mi cuerpo. Sus brazos rodearon mi cuello, y yo con los míos sujeté su estrecha cintura. Su cuerpo húmedo se pegó al mío, mientras nuestras lenguas se daban a la tarea de reconocer a la otra. Manos inquietas luchaban con las prendas que nos alejaban del ideal de desnudez. Ella fue la primera en librarse de mis molestas prendas, y de inmediato la seguí yo. Me di unos largos segundos para apreciar la blanca desnudez de mi nueva compañera. Una piel tan tersa y brillante, líneas suaves y ese aroma a rosas... Olía a rosas y a gloria. El sabor de sus labios en mi boca se desvanecía y lo único que quería era volver a probarla. Un sabor dulce que también encontré en su cuello, en sus hombros...

Nos tiramos a la cama, ya completamente desnuda. Extasiada en un sueño de rosas dulces, comencé a extrañar su cercanía y mi boca ansiosa se posó en la piel de sus senos, unos senos firmes y hermosos, como toda ella. Sus manos acariciaban todo lo que alcanzaba, lanzando placenteras descargas a todo mi cuerpo. Me sentía trasportaba en un delicioso infierno de placer, donde los únicos residentes eran nuestros cuerpos empapados de lluvia y sudor. Los gemidos, míos y de ella, resonaban en la habitación ruinosa. Entre sábanas oscuras, sus dedos buscaron mi placer, así como los míos buscaron el suyo. Explorando nuestra anatomía más privada en un ritual de lujuria y desenfreno que duró toda la noche...

...

No sé en que momento me rendí ante el sueño, pero me arrepentiré de ello toda la vida... Ya que, al despertar, ella ya no estaba. Sólo estaba yo en un catre mohoso, apuntó de caerse, en la misma habitación de antes. Por un segundo, creí que todo había sido un sueño. Un sueño por demás húmedo. Pero el recuerdo de sus caricias, de su sabor... de su olor seguía tan vívido... Mi cuerpo me gritaba que aquello no había sido un sueño. Que ella era real y que yo la extrañaba...

...

Olía a rosas y sus besos y todo su ser era dulce... Aunque al despertar, sentí un fuerte sabor metálico en la lengua. Me vestí tan rápido como pudo y salí a buscarla con desespero sin llegar nunca a encontrarla. Y hasta ahora, meses después de aquel incidente, sigo buscándola. Es más difícil ahora que mi padre ha decidido encontrarme. Tengo que huir de él, a la vez que la busco a ella. Vago por las calles revisando cada parque, cada casa abandonada... No sé su nombre, ni de donde es. Debí preguntarle si podía volver a verla, pero, pensándolo bien, no creo que hubiera contestado. No creo que hablara, al menos no mi lengua... Ella se comunicaba con su sonrisa, con su mirada. Con el serpentear de su cuerpo bajo el mío... La extraño. La extraño tanto que a veces caigo en un abismo de desesperación ante la idea de no volver a verla.

Pero me repongo, sabiendo que no viviré hasta reencontrarla, pero tampoco moriré si ella sigue aquí. Y vago por las calles de esta ciudad a blanco y negro, llena de personas sin rostro y flores sin colores... La vida es siempre tan gris, tan árida... Y ella era blanca... Pura, limpia, adorable... Debo encontrarla, pase lo que pase debo encontrarla...

...

Ha pasado tanto tiempo... Mis esperanzas han menguado, pero siguen allí. Si no estuvieran, ya me habría muerto, lo sé. La sola idea de ver su reflejo en una vidriera es suficiente para hacerme seguir, pero fue hace tanto que las fuerzas se me estan escapando. El semáforo cambia justo cuando llegó a la esquina y me detengo al lado de un señor de gabardina que también espera cruzar. Tal vez, deba buscar en otras ciudades... Tal vez, vaya de ciudad en ciudad coleccionando corazones ingenuos... Pero de este corazón ingenuo no se escapará, no señor... Y justo cuando decido comenzar ese largo viaje, el semáforo indica que puedo pasar y yo comienzo a caminar. El señor de la gabardina se queda quieto, pero no le doy importancia. Tengo algo de dinero, iré a la estación para comprar un boleto a...

-      ¡No te escaparás! - el señor de la gabardina me toma con fuerza del brazo, tanta que me lastima. Me doy vuelta rápidamente para encararlo y mi rostro palidece. Es mi padre. Me ha encontrado. Yo forcejeo tratando de liberarme de su agarre, pero él no me las pone fácil. Me grita de todo en medio de la calle, mientras algunos transeúntes, llevados por el morbo se quedan a ver. Nadie ayudará, lo sé. Esto ha de ser lo más sorprendente que les sucedió en su gris semana. Yo grito también por respuesta, diciéndole que me suelte, que no es mi padre, que no lo necesito. Luchamos algunos segundos, hasta que su fuerza supera a la mía y logra llevarme a la acera. Pero yo no me rindo y al llegar me suelto de golpe y me doy la vuelta, con la intención de cruzar la calle. Todo es tan rápido y confuso que no noto que la luz del semáforo ha vuelto a cambiar y que el tránsito comienza su frenético flujo...

Lo inevitable sucede y un auto me embiste a gran velocidad, estrellando mi cuerpo contra el asfalto. El dolor y la conmoción es sobrecogedor. Voy a morir, lo sé. Siento que algo se derrama de mi cabeza. Ladeó mi cabeza y veo un charco formado con mi sangre. Mi sangre que es blanca, como la primera luz del semáforo... Blanca, como ella... Veo que el contorno de su rostro se forma en el pequeño charco, pero su sonrisa ya no es tierna... Es macabra. Me mira desde el espejo de la muerte, triunfante y burlona. Siento que sus manos se yerguen desde la sangre a mi alrededor y me rodean, me estiran hacia abajo... Y huelo a rosas... A rosas que se marchitan y se transforman en azufre...

...

Su sabor era tan dulce y su cuerpo olía a rosas... Su sonrisa era tan serena y su risa hacia que mi alma bailara... Caí rendida ante su perfección, obnubilada por su belleza y no noté que en verdad ella venía por mi alma, por mi vida, por mi corazón... Para llevárselo a su hogar que huele a azufre e inundar mi boca con el recio sabor de la sangre muerta...

...

"¿Quién diría que el infierno huele a azufre?"

Notas finales:

Bueno... animense a decirme que les parecio..


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