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Todos fuimos ángeles por Etnol

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Notas del fanfic:

 

Será una serie de oneshots (sí, ¿por qué será?)

Así no me presiono por cada cap xD

 

Notas del capitulo:

Este capítulo lo hice pensando en una maldad (qué raro de mí o.O)

En realidad no quedó como lo tenía originalmente planeado =(

Igual se expresa la idea...

El estúpido word estaba con diccionario en inglés y se auto corregía en ese idioma. Cambié de nuevo las palabras que alcancé a ver.. pero si encuentran alguna incongruencia en el texto, o simples faltas de ortografía, sintaxis... sean amables en decirme o.o



El chico sin nombre


En las oscuras calles de la ciudad, un joven de aspecto lúgubre, traje y zapatos color negro, piel pálida, cabellos castaños ensortijados y ojos verdes caminaba de la mano de su novia, Alicia Keener. La muchacha estaba muy enamorada de aquel joven. Le fascinaba que su novio tuviese tanto sentido del humor y buen gusto para las obras de teatro y las películas; y pese a ser más de media noche, les gustaba caminar en el frío de la noche. Robert Fish, el chico en cuestión, era despreocupado con la vida. A él le apetecía más pasar una noche tranquila en su casa antes de tener que salir con su novia a quien ya casi no toleraba, quizá tanto o más que su madre. Era bastante dichoso con tener una vida fácil, pero hablar con la demás gente le hacía recordar que todo el mundo tenía problemas, y compartían esos problemas como si a él le interesaran. Claro que Robert no era delicado. Y tampoco sufría.

Poco a poco comenzaron a caer gotas de lluvia sobre la pareja que continuaba caminando en la acera de la calle. Robert rápidamente abrazó a su novia, ambos habían olvidado sus paraguas. Corrieron un tramo para buscar un lugar donde refugiarse, pero todo parecía indicar que estaban muy lejos de mantenerse secos. La joven comenzó a chillar que sus zapatos se estropearían si se mojaban, y su novio buscó deprisa una solución. Una tienda de dulces tenía en sus ventanas toldos, diminutos, a penas para servir de adornos. Sin embargo el alféizar de las ventanas era bastante amplio, así que tomó a su novia de la cintura y la sentó en el alféizar para que ella y el resto de su ropa pudieran mantenerse a salvo del agua que comenzaba a arreciar.

    —Gracias amor…  —sonreía la chica, y abrazó a Robert, como si le sirviera de algo, pero el chico no se quejaría. Nunca lo hacía y no tenía por qué empezar en ese momento.

    —De qué… —respondió, agachando la cabeza y hundiéndola en el pecho de Alicia. Un detalle que le fascinaba de ella era su olor, demasiado dulce para una chica de dieciocho años. Pero Alicia era así de inocente e infantil y al menos era agradable por el hecho de no hablar, con tanto lujo de detalle, acerca de las dificultades que el mundo pasaba alrededor de ellos, aunque a veces las trivialidades también se extendían más de lo que él necesitaba.

    —¡Hijo de puta!

Robert se separó de su novia estrepitosamente. Aquel grito había arruinado completamente la paz de la joven pareja. Por la voz parecía ser un joven un tanto mayor que ellos dos.

    —¡Soltadme! —se escuchó el sollozo de un chico, y de esa voz Robert sí pudo distinguir que era alguien más joven.

Alicia comenzó a preocuparse. La lluvia caía muy fuerte, y por el sonido, aquellos buscapleitos debían estar cerca.

    —Tranquila. Echaré un vistazo —pero la chica le tomó fuerte del borde de su camisa. No pensaba dejarlo ir tan fácilmente. Entonces Robert se desprendió violentamente. Era muy paciente con cualquier súplica que su novia le hacía, pero esa vez tuvo una necesidad de correr a ver. No lo quiso decir, e incluso Alicia lo tomaría como una tontería, pero a Robert Fish le preocupó aquel chico que parecía en aprietos.

Efectivamente, los sujetos estaban hundidos en el callejón, a un costado de donde Robert y su novia descansaban. Difícilmente pudo ver sus siluetas. Un tipo, bastante alto, pateaba insistentemente al más pequeño, quien se retorcía en el suelo.

    —¡Dejadle de una vez grandísimo gilipollas! —fue desenfrenada y nada premeditada la furia que dejó salir al ver cómo abusaban de un inocente. A Robert no le precisaba estar en ese callejón sin salida, defendiendo a un niño extraño de un loco salvaje de la calle, pero ahí estaba, de pie, sin saber qué más decir.

El abusador propició una última patada al cuerpo, ya inmóvil, del otro jovencito y se retiró bufando junto a los dos que le hacían de secuaces.

    —¡Malditas cucarachas! ¡Esto pasa cuando nacen sin que nadie los deseara! —fue lo último que gritó el hombre, pasando a un lado de Robert. El joven Fish, ni siquiera volteó a ver la cara del sujeto y prefirió auxiliar al chico moribundo.

Alicia continuaba sentada en el alféizar de aquella tienda. Escuchó a su novio gritar y tuvo un impulso, así que bajó, hundiendo en un charco sus estimados zapatos. Y no solamente el calzado. Su amplia falda también se ensució con el agua que salpicó. Se miró entristecida.

    —Mala suerte jovencita —escuchó y levantó la cabeza— ¡Que pase buena noche! —se despidió amablemente aquel hombre. Se preguntó si era el mismo tipo que había gritado esa última blasfemia. Los otros dos tipos también la despidieron con cortesía. Estaba muy confundida, mas recordó que su novio era más importante, y en ese instante corrió hacia el fondo del callejón. El cielo dejó de llover, y permitió que Alicia viese mejor, pese a la hora que era. Cuán fue su pavor al ver a su novio ensangrentado de su blanca camisa. No pudo hacer más que llorar y tirarse al suelo.

    —¡Alicia! ¡Rápido, ve por ayuda, llama a un hospital! ¡No te quede ahí aplastada! —le gritaba un Robert que no había visto jamás. Uno completamente conturbado.

Los minutos que vivieron los dos jóvenes, auxiliando a aquel chico, gravemente herido, fueron los más largos e insoportables, y que desgraciadamente nunca olvidarían. La ambulancia fue rápida y fueron capaces de acompañar al chico en el traslado hasta el hospital, donde ahora esperaban noticias de la condición de aquel pobre infeliz. Cuando les preguntaron los datos del chico, no supieron qué responder. No le habían encontrado ninguna identidad, a excepción de una carta sellada escondida en la chaqueta del muchacho, y un bolígrafo en el bolsillo de su pantalón; mientras, él continuaba inconsciente.

    —Mi amor, creo que debemos irnos. Esto no me gusta… —chillaba Alicia, pero Robert ignoró, por vez primera, su petición.

    —Tal vez me necesiten para declarar. Si estás tan cansada, te conseguiré un carro de sitio para que te lleve a casa —Por un segundo, Alicia se molestó, sin embargo no diría más hasta que su novio entrara en razón. Lamentablemente la chica quedó profundamente dormida en brazos de Robert, pues no fue sino hasta las cinco de la mañana, cuando una enfermera les avisó que el chico ya había sido dado de alta— ¡Eso en ridículo! ¿Sabe acaso la gravedad conque ese niño fue herido?

    —En realidad, está en perfectas condiciones —la enfermera señaló al susodicho, quien estaba en recepción, firmando un papel. Robert se levantó y se dirigió rápidamente hacia el chico. Éste dio media vuelta para salir. Increíblemente lucía espléndido, como si nunca hubiese recibido golpe alguno. Su cara jovial y risueña con ojos de iris azules mostraba una grata tranquilidad. Aun así, sus ropas continuaban sucias y su cabello rubio estaba todo enmarañado, revuelto aun más por la mano del propio chico, quien recién despabilaba.

Robert le tocó el hombro, preguntándole si realmente se encontraba en condiciones para salir del hospital. A esto, el menor sonrió y soltó una risita, mirándolo enternecido.

    —Niña… ¿Acaso ellos dos son amigos? —preguntó, susurrando, la enfermera.

    —Creo… —respondió Alicia solo para quitársela de encima y caminó hasta alcanzar a su novio, tomándolo del brazo.

    —Ah… la de la mala suerte… —rió el chico, y Alicia se asombró por la confianza con la que el chico la señalaba.

    —¿Está drogado? —quiso saber Alicia, preocupándose por la condición en la que dejaban ir a ese pobre muchacho.

    —Eso mismo me pregunto, ¿qué demonios pasa con este hospital? —“¿Qué pasa con este niño?”. La cabeza de Robert estaba sumergiéndose en la desesperación. Tomó al muchachillo de ambos hombros y le miró fijo, sin pestañear —¿Realmente estás bien? ¿Te atendieron bien los médicos?

    —¿Tienes nombre? —quiso saber la chica, pensando que su nombre sería lo primero que debían conocer de aquel niño.

    —Lo tuve… —sonrió, y rió como recordando un chiste.

A Alicia no le pareció su respuesta, y haló más el brazo de Robert, pero este persistía con su mirada hacia el otro chico.

    —Mi nombre es Robert Fish… y ella es mi novia, Alicia Keener —se presentó, esperando que así el rubio tuviese más confianza en decir su nombre.

    —No, no, no, no…. Vosotros sois… chica de la mala suerte —señaló a Alicia— y… —rodó sus ojos, pensando un poco en cómo nombraría a Robert— Chico impertinente—. Al terminar, se soltó ágilmente de las manos de Robert y rodeó a la pareja, dejándolos en la recepción, dándose espacio para salir por la puerta del hospital— ¡Hasta luego, críos gafados! —los saludó y les sonrió por última vez. Se acomodó su chaqueta, y partió del lugar cuando la lluvia comenzaba a caer nuevamente.

La joven pareja quedó boquiabierta. Robert insistió en Recepción por qué aquel chico había sido dado de alta tan deliberadamente. Las enfermeras le explicaron que el chico no había resultado herido. Entonces Alicia preguntó si lo habían dopado, pero tampoco había sido así. Pero el joven Fish, por motivos que ni el mismo conocía, estaba impaciente, y salió del hospital, corriendo bajo la lluvia en busca de aquel desamparado chico.

    —¡Robert! ¿A dónde vas? ¡Robert, espera!—gritó Alicia desde la salida del hospital, pero su novio ya estaba varios metros alejado de ella, de su voz y su dulce olor.

Afortunadamente el chico rubio se había detenido en una esquina, apoyado en un poste de luz. Lucía realmente agotado. Robert apresuró el paso y llegó con él justo antes de que se desplomara en el suelo, sujetándole de sus livianos brazos, los cuales le rodearon la espalda.

    —Lo sabía, ¿por qué te dejaron salir en tu condición? —lo ayudó, apoyándolo nuevamente en el poste, tocando su rostro. Lo sentía febril.

    —Fue porque yo se los ordené. —rió de mala gana—. Es broma —enserió de pronto—. Nadie quiere a un malnacido como yo. O… ¿A usted le gustaría? En realidad no tengo un lugar esta noche… ¿puedo quedarme con usted? No parece un pervertido para nada.

    —¿Perdón? —Robert pestañeó, perturbándose por un segundo.

Alicia permaneció en el hospital, y desde allí llamó a sus padres para que la fueran a recoger. Su madre dio el grito en el cielo cuando la chica le dijo que habían terminado en el hospital, a lo que sólo pudo explicar con pocas palabras, prometiéndole contarle con lujo de detalles cuando pasaran por ella.

    —No tienes un buen novio —dijo la enfermera que antes la había despertado. Y lo aseguraba totalmente seria, como si conociera a fondo su relación.

    —Es bueno siempre. Nada tiene de malo si hoy no quiso escucharme —se defendió.

    —Me refería a la junta que se carga. Aquel chiquillo andrajoso.

    —Si ese chiquillo está con mi novio, es porque él también tendrá algo de bueno —defendió al chico extraño, a pesar de todo. Fue a tomar asiento y cruzó sus brazos sobre sus piernas. La enfermera iba a dejarla tranquila cuando la misma Alicia la retuvo unos minutos más—. Por cierto… —iba a preguntar el nombre del chico, pero no quiso parecer ignorante ante las amistades de su novio— ¿Cuál fue el diagnóstico?

    —Sufrió una caída. Al parecer hace ya varios días, por eso a veces le costaba mantenerse en pie. Todo fuera de gravedad. Tu novio dijo que había sido golpeado, sin embargo, no se encontró ninguna, ni siquiera una levísima contusión en su cuerpo.

    —¿Entonces él…? —Alicia prefirió callar. No preguntaría más por aquel niño. No valía la pena si no lo conocía.

Roberto llevó en brazos al chico. Ningún carro de sitio les subiría con ese torrente de agua. Su casa no estaba demasiado retirada, así que procuraría llevarlo montado en su espalda al menos en la mayor parte de la trayectoria. Cuando finalmente vio su casa, la lluvia se detuvo. “Alicia no podría tener peor suerte que yo”, razonó. Abrió la puerta y entró a hurtadillas. Despertar a su madre, quien dormía en la planta baja, sería lo último que haría mientras valorara su vida. Subió con el cuerpo ligero del chico a su alcoba. Despojó al rubio de todas sus ropas y lo metió a la tina.

    —Lo siento, pero dejaré salir el agua fría primero —dijo, abriendo el grifo del agua helada.

    —¿Fría? ¡Está perfecta! —soltó otra risilla —se recostó más a gusto en la tina.

    —No te sumerjas aún… —Robert no creía lo que veía. Salía vapor de la tina. Tocó el agua que salía del grifo, verificando que fuese la fría. Y así se sentía, pero entonces tocó el agua de la tina. A penas sumergía la punta de sus dedos y casi se quemaba. Retiró el cuerpo del chico. Todo su cuerpo estaba ardiendo— ¿Te encuentras bien?

    —Mejor que nunca —comenzaba a recorrer sus manos sobre la espalda de Robert, quien no se resistía y lo prefería; su cuerpo desnudo y mojado. Se sintió extraño. Era la primera vez que tenía esa cercanía carnal. Nunca, incluso con su novia, había compartido un momento tan íntimo— ¿Estás excitado? —susurró despacio, cerca del oído del mayor. Después rió. El castaño se estaba cansando de aquellas bromas y lo dejó a solas en el baño.

    —Por favor, termina de asearte por ti mismo —le cerró la puerta y esperó sentado en el borde de su cama. Cuando se abrió la puerta, lo primero que se vio fue una cortina de vapor, seguida por el delgado cuerpo del chico. Robert ya tenía preparada ropa de dormir. Antes secó al chico con una toalla, después le vistió con uno de sus pijamas y lo dejó en su alcoba, para ahora tomar él un baño. Al encerrarse en el cuarto de baño, no pudo evitar la necesidad de abrir la ventana y dejar salir todo ese vapor que lo cegaba. Cuando abrió el grifo, todavía salía agua fría. Cuando el vapor se esparció pudo ver mejor la tina manchada con gotas de sangre. “Está herido”, fue lo que le vino a la mente. Su enojo aumentó, pero hablaría con el niño antes de dormir.

Los padres de Alicia llegaron, la madre más nerviosa que el padre, atónitos porque Robert no la estuviese acompañando.

    —Hija mía ¿sufrieron un accidente? ¿un as alto? ¿se enfermaron de pronto? Fue por la lluvia. Os dije que no salieran esta noche…

    —¡Ya basta, Catherine! Alicia está en perfectas condiciones, ¿no la ves? —le mostró el señor Keener—. Nuestra hija está mojada, fue por un poco de lluvia. Eso es todo. Ahora, más importante ¿Dónde está Robert?

Alicia les relató toda la odisea que tuvieron gracias a aquel desconocido niño y por la imprudencia de Robert.

    —Y a todo esto ¿Quién era ese chiquillo?

    —Yo… no tengo idea —se sinceró la chica.

    —Bueno, debe estar registrado en el hospital. Sólo debemos revisar el libro —el señor se dirigió a la recepción y pidió a las enfermeras información sobre su último paciente dado de alta. La enfermera le mostró el libro.

    —Si busca información acerca del joven con quien llegó vuestra hija, estáis perdiendo vuestro tiempo.

    —¿Es una broma? Mi novio y yo vimos claramente cómo firmaba un papel antes de salir. Seguramente era su nombre.

    —En realidad sólo hizo un rayón a la hoja anterior —cambió a la página para que lo comprobaran.

    —¿Y cómo pagó? Según mi novio, él no disponía de dinero. Seguramente está afiliado a este hospital o conoce a alguien…

    —Disculpad, pero no os podemos proveer esa información.

    —¡Ahhhh! ¡Larguémonos de aquí! —se resignó la chica, y salió bastante enfadada, seguida por sus padres.

Robert salía de su baño a su habitación oscura, a penas iluminada por la escasa luz del exterior. Dentro de poco amanecería. Vio el cuerpo aun desnudo sobre la cama, y unos ojos azules cuyo interior ardía en fuego. El rubio se enderezó nada más escuchar el rechinar de la puerta, y sonrió cuando el mayor, quien aún se secaba, se acercó para verle.

    —Pensé que te vestirías con la ropa que te dejé.

    —Me gusta dormir sin ropa —sonrió más ampliamente— ¿Y a ti?

Robert asintió. Dejó la toalla en el suelo y se acomodó en la cama a un lado del rubio. Éste le abrazó y envolvió a ambos con el edredón de la cama.

    —Estás frío, pero yo te daré calor —le besó la frente y bajó a sus labios, a penas juntándolos, para luego abrazarlo más fuerte. El castaño sintió todo el calor recorrer su cuerpo y al dejarse besar, pensó que podría enloquecer. En pocos segundos, Robert estaba acariciando aquel cuerpo tan frágil, sosteniéndolo como si le hubiese pertenecido toda la vida.

    —¿Por qué…? —jadeaba el castaño— ¿Por qué eres tan cálido? —besó los hombros del chico y acarició sus piernas, juntándolas más a sí mismo, alrededor de sus caderas.

    —Tú eres el frío, chico impertinente —le recordó en un susurro, dejando escapar más suspiros. Fue cuando comenzó a reír— ¡Ni siquiera recuerdas cómo te metiste a la cama conmigo!

Robert abrió los ojos y detuvo sus besos, sin dejar de abrazar al pequeño. Fuese así, el rubio le sonrió tiernamente y acarició sus cabellos.

    —¿Cómo…? —El joven se detuvo, repasando todo lo vivido en esa noche— ¿Por qué fui a ayudarte? No estabas herido. El otro tipo ¿en verdad te estaba golpeando?

    —Ah… el hombre desgraciado… me quiso ayudar cuando vio cómo estaba siendo abusado por otro hombre. Él y sus amigos quisieron levantarme pero les grité que me soltaran. Pero su intención no fue ayudarme del todo cuando vieron mi cicatriz del pecho… —hizo una pausa y tomó una mano de Robert para que le acariciara en su pecho— ¿Lo sientes? Ese hombre bien me hubiese matado y nadie hubiese hecho nada al respecto. Pero tú… fuiste uno diferente. En el hospital pasó lo mismo, nada más ver mi marca, me despacharon enseguida. Nadie me quiere aquí porque no pertenezco a este lugar… Aunque… ¿Puedes tú pertenecer al mío?

Robert repasó la cicatriz del niño. Una cruz con una leyenda: “No merezco piedad”.

    —¿De dónde eres? ¿Quién eres? Extraño… —acercó su rostro para aspirar a conciencia  el olor del rubio. Fue un olor demasiado fuerte, metálico. Un olor desagradable.     
       
    —Soy un anónimo—sonrió—. No me conocen, ni quieren conocerme… —hizo otra pausa— ¿Puedes abrazarme más fuerte?

Robert cumplió su petición, abrazándolo como si quisiera fusionarse a él, y besó más veces el rostro del rubio, sus párpados, sus mejillas ardientes y sus bellos y suaves labios. El chico sonrió, feliz, y comenzó a dormir en paz, después de mucho tiempo.

Más tarde, con el cielo esclarecido, Robert despertó solo, cubierto por su edredón, suspirando sin saber exactamente por qué. Recibió una visita de Alicia, quien parecía más perturbada. La invitó a tomar té en su sala.

    —¿Quieres azúcar? —la chica negó con la cabeza— ¿Crema? —volvió a rehusarse— ¿Galletas?

    —No es la ocasión… —sentenció la chica, y tomó el té hirviendo—. Es curioso… veo el vapor salir del té, mas no lo siento lo suficientemente caliente —miraba el té, entretenida, pensando en su descubrimiento.

    —¿Tienes fiebre? Mejor te sirvo una bebida fría —fue a la cocina y sirvió en un vaso agua con hielos. Lo llevó a su novia y cuando ésta tomó del agua, al dejar el vaso en la mesa, vio cómo salía vapor.

    —Me siento diferente… cada extraño que me topo me llama “La chica de la mala suerte”. Algo tendrán de razón.

    —¿el apodo que te dio… él?

    —¿Quién? —miró sorprendida a su novio.

    —El chico rubio… El que… llevamos a un hospital anoche… Lo recuerdas —aseguraba más que preguntaba, porque si Alicia negaba la existencia de ese chico, Robert iba a enloquecer.

    —Fue el hombre que lo atacó quien me dio ese apodo en primer lugar. Tu amigo fue muy pasotas al no decirnos su nombre… ¿Te lo dijo a ti al menos? Digo… ya que pasasteis la noche juntos… —pronunciaba aquellas palabras con tanta naturalidad que casi se desproveía de su inocente tono.

    —Aquel chico… era todo lo opuesto a ti, Alicia. Lo opuesto a un inocente… a un ángel… —quedó pensativo—. Se marchó sin despedirse. Me hubiera gustado conocer su nombre, y saber más de él… de dónde venía, adónde iba…

    —Probablemente no tenía hogar… era un chico desamparado después de todo. Mis padres me pidieron que lo olvidara, y yo… quiero olvidarlo, pero cuando la gente me llama por “mala suerte”, lo recuerdo… Recuerdo al tipo que salió del callejón. A “mi opuesto”…  Y tú, Robert… Tú más que nadie debe olvidarlo. Si nadie quiso ayudarlo, fue porque aquel chico estaba siendo restringido…  ¿Imaginas por qué?

Robert negó, y cerró sus ojos.

    —Fue… nuestra imaginación… —sentenció el castaño. Alicia sonrió, contenta por la decisión de su novio.

    —Exacto. Conviene mejor esa conclusión —dejó su vaso en la mesa, con el agua evaporándose.

Después de una larga charla, Alicia pasó a retirarse. Se despidió amablemente de Robert, pero esta vez no lo abrazó ni lo besó. A Robert ni le extrañó, y se aventuró a salir una vez más esa noche, recordando el mismo camino donde encontró a aquel chico. Dio vuelta en una esquina, y chocó con un hombre mayor que él.

    —Disculpe —dijo enseguida Robert. El otro sujeto a penas le miró.

    —¡No te preocupes, chico impertinente! —y desapareció en las oscuridad, oyéndose a penas su risa. Robert Fish recordó, muy a su pesar, a su chico desamparado.

    —¡Señor! —lo llamó, pero el sujeto no respondía— ¡Señor! ¡¡Señor!! —lo persiguió velozmente hasta alcanzarlo y tomarlo del hombro. El tipo se giró hasta encarar al muchacho.

    —¡Sí que eres impertinente! —rió más fuerte.

    —Usted es… Usted quiso ayudar a un muchacho la noche anterior pero en vez de ayudarlo lo golpeó y pateó hasta dejarle inconsciente —el castaño estaba agitado, como si su furia surgiera una vez más.

    —Ah… aquel pobre infeliz sin nombre… No te preocupes, no era nadie. Sólo una criatura desconocida. Y es mejor que lo olvides. Cualquier contacto con la sociedad que no merece piedad significa la pérdida de tu identidad. Es por esa razón que ellos nunca dan sus nombres porque los han perdido, y también por qué nunca debes dar vuestro nombre a ellos. A veces sólo los distingues por su olor… un olor desagradable… parecido a la sangre…

Alicia se sumergió en su tina llena de agua helada, pero nada más tocarla esta comenzó a evaporarse. Se tocaba sus brazos y sus piernas. Ella sentía su temperatura perfectamente normal. En cambio, cuando la tocaba otra persona, le parecía frío.

    —Hija… ¿Estás bien? Llevas más de una hora ahí dentro —la llamaba su madre desde el otro lado de la puerta.

    —Madre, necesito ayuda —lloró la chica. La señora sin pensarlo pasó al cuarto de baño para asistir a su hija. Al encontrarla lagrimeando, corrió a abrazarla.

    —Calma hija… vas a estar bien. Llamé al doctor y ya viene en camino.

    —Gracias madre… —respondió dulcemente la chica, rodeando el cuello de su madre con sus brazos.

El señor Keener ajustaba unas cuentas en su estudio, concentrado, hasta que sintió la mirada inquisidora de otra persona. Alzó su vista y halló con que se trataba de su hija, quien estaba de pie, desnuda y mojada, emanando vapor de su cuerpo. La joven lloraba. El padre dejó de inmediato todo lo que estaba haciendo y pasó a reconfortar a su hija.

    —¿Qué sucedió querida mía? —le acariciaba sus brazos.

    —Madre está… —el señor no esperó a que su hija finalizara la frase y presintió que su esposa sufrió un accidente en el cuarto de baño. Al llegar ahí, a duras penas podía ver por tanto vapor.  Vio un cuerpo sumergido totalmente en la tina. El agua hervía. La mujer no había sido ahogada exactamente. Había sido quemada—. Entró a ayudarme, pero resbaló y cayó en la tina conmigo —lloró más fuerte.

—Hija… ¿Cómo…? —la chica lo abrazó por la espalda. El señor comenzó a sentir un inmenso calor. Lo sofocaba. Era insoportable y se desmayó. Alicia lo observó quieto.

    —Bien hecho, chica de la mala suerte. Ya puedes venir conmigo —en el marco de la puerta, el chico rubio la esperaba sonriente, tendiéndole una mano. Alicia le tomó de la mano y sonrió de igual modo.

    —Creo que comienza a gustarme ese nombre.

    —Acostúmbrate… será tu nombre de ahora en adelante —le apretó la mano.

Robert regresó a su casa. Al día siguiente él y su madre habían recibido la noticia que la madre de Alicia había sido asesinada, y su padre permanecía en el hospital por heridas internas.

“Y Alicia desapareció”, puntuó el joven preguntándose por qué ya nadie la mencionaba. Todos negaban que esa chica hubiera existido alguna vez. Pero Robert no lo olvidó. “Ella quiso que los olvidara” recordó. “Ese niño… ¿Por qué tuvo que elegir a Alicia? Ella era inocente… ¿Por qué no me eligió a mí? Ella nunca dio su nombre… Fue culpa mía”.

Notas finales:

Espero después me salga un cap mejor que este, =S

Creo que este fic lo hago más por quitarme un poco de estrés que por mero gusto xD

Cuando escribía la parte donde estaban en la cama estaba escuchando Smile in your sleep de Silverstein y le pegó genial =)

Todavía no defino un género para este fic .-. ni advertencias (aunque tal vez las haya luego xD)


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