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“Quizás no es amor” (El nombre de la Rosa) por Natrium

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Cap. 5

 

Venancio y Adelmo

 

Venancio salió de la celda de su amigo y caminó por los pasillos oscuros que llevaban de un dormitorio a otra. Su corazón iba henchido de emociones hermosas para las que no conocía ningún nombre. Y eso que él se decía poeta…

 

Iría hasta la celda de Adelmo y le diría… ¿le diría qué?

 

No…no podía hacer eso. No a estas horas. Se dirigió a la cocina, siempre había por allí un gran cubo con agua.

 

Sumergió la cabeza entera, luego, empapado salió al jardín y dio un largo paseo mientras el viento frío arremolinaba su pelo y se llevaba las gotas de agua.

 

Volvió a su celda a tiempo para dormir casi media hora antes de que llamaran a la primera misa del día.

 

Después, avanzada la mañana y ya en el Scriptorium, esperó con ansiedad hasta que vio aparecer a Adelmo por la puerta.

 

Venía rodeado por otros ilustradores y dibujantes, conversando animadamente sobre técnicas y tintas.

 

Adelmo llegó hasta su mesa y desplegó las láminas con las que estaba trabajando. Se oyeron expresiones de asombro y aprobación, se acercaron aun más monjes a curiosear.

 

Malaquías, el bibliotecario, se acercó al grupo para pedir que hicieran silencio, pero no pudo evitar quedarse contemplando el trabajo de Adelmo.

 

Venancio perdió la paciencia. Le estaban tapando la visión. Se levantó y se acercó lo más que pudo, abriéndose paso entre los hermanos. No logró aproximarse tanto como quería, pero los ojos de Adelmo encontraron los suyos igual.

 

-¡Cuidado! - exclamó un monje.

 

- ¡Ah! Que torpe soy - dijo Adelmo. Había tirado el frasco de la  tinta dorada…se le cayó de las manos cuando vio a Venancio ahí parado. Por suerte nadie parecía haber notado la causa .Casi nadie.

 

 Berengario había presenciado todo el alboroto desde las escaleras que subían a la biblioteca. Movió negativamente la cabeza. Contrariado. No le gustaba nada todo aquello, no le gustaba nada Venancio.

 

 

 

Adelmo permaneció de pie, sin reacción. Algunos hermanos solícitos estaban levantando el frasco derramado y otras cosas que también habían rodado al piso.

 

Venancio permaneció clavado en donde estaba.

 

Malaquías comenzó a dispersar al grupo, se necesitaba lugar para limpiar y además todos tenían trabajo que hacer, dijo.

 

Unos sirvientes estaban recogiendo la paja manchada del suelo para reemplazarla (todo el piso del Scriptorium tenía este recubrimiento para silenciar los pasos en su interior, los sonidos distraían a los monjes de su trabajo).

 

Adelmo observaba, seguía de pie, sostenía contra el pecho uno de sus dibujos. Venancio, el único que no había vuelto a su lugar, tragó saliva y se acercó a él.

 

Adelmo lo miró con los ojos brillantes. Sin decir nada. Sin moverse.

 

- … ¿Po…podríamos ha… hablar un momento al medio día, antes de la comida? - logró decir Venancio (como se reiría de él Bencio si lo viera tan nervioso).

 

- sí. Claro.

 

-En…

 

- Te espero luego, en el jardín. En el banquito que está más cercano a la huerta… ¿sí? - Adelmo tomó torpemente unos elementos de de su mesa y sin esperar respuesta, salió apresurado, diciendo que debía conseguir más tinte dorado.

 

Venancio suspiró y se retiró a su lugar de trabajo. Tenía mucho que hacer.

 

Al medio día se dirigió al lugar del encuentro.

 

Adelmo había bajado antes del Scriptorium y ya lo estaba esperando.

 

Un roble enorme, añoso, ocultaba parcialmente aquel banquito a la vista de los que transitaban por el jardín.

 

- Viniste… - dijo Venancio y fue a sentarse junto a Adelmo.

 

-Yo… también quería hablar contigo…

 

- Y qué… ¿qué quieres decirme? - el corazón de Venancio estaba a punto de explotar, se dejó resbalar del asiento y quedó sobre el pasto, a los pies del otro chico, mirándolo desde allí.

 

Adelmo sonrió - Es raro… - dijo - no sé qué quiero decirte, solo… quería hablar contigo.

 

- ¿Crees en la reminiscencia? ¿En que nuestras almas, las de todos, se han conocido antes en el mundo de las ideas y ahora, en este mundo, no volvemos a conocernos sino que tan sólo nos recordamos…?

 

- No. Esa es una fábula pagana y no creo en ella. - respondió Adelmo, pero sus ojos brillaron como si sí lo creyera.

 

- ¿entonces por qué yo si te recuerdo? ¿Por qué siento que te conozco?

 

-No se…pero yo…siento lo mismo. ¿Será que…

 

- ¿Qué estamos locos?

 

Los dos rieron.

 

- No quería decirlo así. - comentó Adelmo. Venancio rió todavía más.

 

- así que traduces griego… - siguió Adelmo.

 

- Si. Estoy trabajando con un libro muy antiguo, tengo que hacer dos copias de la traducción. Una para enviar a mi ex monasterio y otra para esta biblioteca.

 

- ¿“ex monasterio”? ¿o sea que no vas a volver?

 

- no…no creo - lo miró feliz - pasa que hay muchísimos textos en griego aquí. Y pienso traducirlos a todos - su mirada destelló extrañamente cuando dijo la palabra”todos”- algunos son tan antiguos…bueno, no creo que llegue a terminar, pero seguiré hasta donde me alcance la vida, o la vista - sonrió pensando en Jorge, el viejo ciego.

 

Adelmo sonrió - si, yo también pienso quedarme mucho tiempo aquí.

 

-¡tus dibujos son fabulosos! - exclamó Venancio, haciéndolo sonrojar -¿vamos al comedor? - propuso luego - no sea que nos echen de menos y tengamos algún problema… ¿podemos volver a vernos esta noche?

 

- … ¿de noche?

 

Venancio rió comprendiendo el desconcierto de Adelmo.

 

- después de la última misa del día, cuando todos se hayan ido a dormir, encontrémonos aquí mismo. Es contrario a la regla pero…todo el mundo lo hace en esta Abadía, todo el mundo sale a hacer…otras cosas. Sino pregúntale a tu amigo Berengario.

 

Adelmo lo miró en silencio, dudando.

 

- Eso es mejor que desatender nuestras tareas diarias ¿no?- justificó Venancio.

 

- si…supongo.

 

-Pero… ¡no te pongas tan serio! Si no te parece bien conversamos en otro momento del día, sólo que…

 

- De acuerdo. Nos veremos esta noche.

 

Sin decir más, fueron a reunirse con los demás monjes. Ya estaban sirviendo la comida del medio día.

 

Venancio fue a ubicarse en su lugar de siempre, junto a Bencio.

 

- Hablé con él - le dijo, agitado y feliz.

 

-¿Y?  -  preguntó Bencio, dirigiendo la mirada hacia Adelmo, que se sentaba en otra mesa junto a los demás dibujantes. Estaba pálido y serio.

 

- Todo está bien.

 

- ¿Seguro? - Bencio señaló con un gesto hacia el semblante extraño de Adelmo. Venancio al verlo se levantó y Bencio lo sujetó del brazo y lo hizo volver a sentarse.

 

- ¿Qué vas a hacer?

 

- Quiero saber qué le ocurre - respondió Venancio desesperado.

 

- Quédate quieto… - lo reprendió Bencio entre dientes. Entonces Adelmo miró hacia ellos y sonrió volviendo a la normalidad.

 

Luego del almuerzo todos los monjes volvieron al trabajo.

 

En el Scriptorium, Berengario clasificaba algunos pergaminos que después debía guardar. Vio que Adelmo venía hacia él con expresión ansiosa. Malaquías sentado a su lado, bostezó.

 

- Berengario… - comenzó a decir Adelmo titubeante.

 

- Ah, si, ahora te llevo lo que pediste - lo interrumpió su amigo. Tomó un libro cualquiera de arriba de la mesa, miró de reojo al bibliotecario y se dirigió al lugar en que trabajaba Adelmo. Este lo siguió.

 

Malaquías rió para sí y se quedó viendo como ambos jovencitos hablaban en voz baja al otro lado del salón.

 

- Déjame adivinar, ¿qué te ha pedido Venancio? - dijo Berengario un poco irritado y fingiendo hablar sobre el libro que llevaba en la mano.

 

- …nada. Yo sólo quería preguntarte…¿es verdad que aquí todo el mundo sale de noche?

 

Berengario contuvo la risa. Miró de reojo a Jorge, el viejo ciego, que estaba sentado cerca de la chimenea.

 

- Bueno… no es que todos… pero si, pasan bastantes cosas aquí por la noche. Dicen que algunos monjes hacen traer mujeres de la aldea…así que si sales ten cuidado.

 

- ¿Con las mujeres?

 

- ¡No, tonto! Con los hombres. Con los hombres que las traen y si escuchas o ves algo, tienes que hacer si no supieras nada durante el día, así todos podemos seguir viviendo en paz ¿si?

 

- Si…pero… - No pudo seguir preguntando porque Malaquías llamó a Berengario y este tuvo que irse.

 

Esa noche, poco después de la cena, cuando todos los ruidos cesaron, Adelmo se atrevió a asomarse fuera de su celda.

 

Todo era silencio y oscuridad. A pesar de lo que le habían dicho, no parecía haber nadie más paseándose a esas horas.

 

Sin atreverse a llevar una vela, caminó tanteando las paredes de los dormitorios hasta salir al jardín. Allí había algo de claridad. Lo atravesó rápidamente, un poco antes de llegar hasta el gran roble, divisó la silueta de Venancio.

 

El corazón comenzó a latirle fuerte.


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