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“Quizás no es amor” (El nombre de la Rosa) por Natrium

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Notas del capitulo:

Ninguno de los personajes de esta historia me pertenecen... :)

Cap .2


“Adelmo”


Al día siguiente, corresponde confesarse después de haber faltado al voto de castidad.


Así que Berengario s dirigió como todas las mañanas en busca del padre Alinardo que era tan anciano y estaba tan loco que otorgaba el perdón sin preguntar mucho y sin que nunca nada le pareciera demasiado malo.


Iba cruzando el jardín cuando divisó un alboroto cerca de la entrada. Se acercó a mirar. Habían llegado monjes nuevos y el abad junto a otros ancianos les estaba dando la bienvenida. Muchos jóvenes se apiñaban alrededor, curiosos .Berengario se unió a ellos.


De entre los recién llegados llamaba la atención uno muy jovencito y con la cara de un ángel.


- Adelmo de Otranto, ilustrador talentoso. - lo presentó el Abad.


A todos alegró el corazón el semblante luminoso del muchacho.


Pero mucho más a Berengario.


Porque ya lo conocía. Habían sido compañeros y amigos en el noviciado, cuando eran niños.


¡Así que Dios se acordaba de él después de todo! - se dijo Berengario - bueno, ¿y por qué no?, si él jamás olvidaba confesarse. Por fin un amigo en aquel lugar donde todos los jóvenes de su edad le eran indiferentes si no abiertamente hostiles.


Ni bien terminaron las presentaciones y la gente se dispersó, Berengario corrió al encuentro de su antiguo compañero. ¿Se acordaría de él?


Adelmo lo miró, como distraído unos momentos. Luego su rostro se iluminó (más) con una sonrisa y le dio un abrazo.


- Berengario…qué bueno encontrarte aquí…como has crecido - dijo Adelmo riendo.


- a…tú estás igual….bueno, más alto - respondió Berengario un poco intimidado por la cercanía del otro chico. Era tan cálido, y tan lindo que lo hizo sentirse insignificante como una mariposita de la noche.


-¡Pero qué bien!- exclamó cerca de ellos una voz clara y burlona - por fin vas a tener otra niña con quien jugar, Berengario.


Un grupo de muchachos altos festejó con risotadas el  comentario.


- ¿Jugarán a las muñecas? - dijo otro.


- Más bien van a jugar con sus muñecos. - agregó alguien más.


Todos volvieron a reírse.


Estos bravucones eran conocidos como “el grupo de los Italianos”, lindos chicos, lástima que además de ser idiotas, odiaban a los alemanes, se dijo Berengario, y los fulminó con la mirada. Eso sólo sirvió para que rieran más.


El primero de los que había hablado era Aymaro,  “líder” de los italianos, el  segundo era el más alto de todos y se llamaba Pacífico, el tercero se llamaba Pietro y se las daba de muy ingenioso.


- ¡Cuidado! ¡Nos va a pegar! Dijo Aymaro y se escondió riendo detrás del enorme Pacífico.


- No les hagas caso. - dijo Berengario a su amigo, en el colmo de la ira - y lo arrastró del brazo alejándolo de allí. Los italianos prorrumpieron en carcajadas.


- ¿Quién ríe de esa manera? ¿Es que no tienen trabajo? - dijo una voz severa a espaldas de los chicos y Berengario apresuró el paso con Adelmo a la rastra.


Cuando estuvieron a buena distancia observó con satisfacción al anciano Jorge, el ciego. Había aparecido sin que nadie lo notara, como solía hacer, y estaba regañando a Aymaro y sus amigos por reír: “…la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono. Es signo de estulticia (*) ¿De qué se estaban riendo, mis jóvenes hermanos? Porque déjenme decirles: El que ríe no cree en aquello de lo que ríe, pero tampoco lo odia.  Y les advierto: reírse del mal no significa estar dispuesto a combatirlo….


Berengario tuvo que taparse la boca para ahogar sus propias carcajadas. Adelmo lo miró un poco sorprendido. Y sonrió apenas.


- Vamos - dijo Berengario - te enseñaré dónde está la biblioteca, y el Scriptorium que es nuestro lugar de trabajo. Tienes que tener cuidado con esos - agregó señalando con un gesto hacia los italianos.- les gusta molestar…Y también con Jorge, el anciano ciego. Si te oye reír puede estar una tarde entera reprochándotelo. - suspiró - En realidad tienes que cuidarte de mucha gente aquí.


Una sombra de temor oscureció los ojos de Adelmo. Giró la cabeza para mirar hacia los italianos. Se quedó observándolos con expresión ausente, extraña, como si estuviera viéndolos desde otro lugar…muy lejano.


Berengario se asustó un poco y le dijo  - no…no me hagas caso. En realidad…


Pero Adelmo no lo estaba escuchando. Siempre había sido así, desde niño, un poco raro. Había momentos en que parecía que no estaba. No hablaba, no oía, no sentía…siempre había sido así pero era tan lindo que a nadie le importaba ese detalle.


Berengario lo tocó en un hombro con suavidad.


- Adelmo… - lo llamó en un susurro.


Adelmo clavó un segundo una mirada vacía sobre él, luego, como si recién  despertara, parpadeó repetidas veces. Luego una sonrisa encantadora apareció en su rostro.


- … ¿qué? - dijo.


- Nada, subamos al Scriptorium.


Por eso se habían hecho amigos.


A su manera, eran extraños los dos.


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Los dos muchachos se dirigieron al refectorio y de allí al segundo piso por una escalera de caracol.


Aquella mole de roca, la Abadía, era por dentro igual de impresionante que vista desde afuera.


Enormes ventanas dejaban que el sol de media mañana alumbrara las escaleras y bailara en el cabello de Adelmo mientras subía precedido por su amigo. No pudo contener un grito de admiración cuando llegaron al salón que funcionaba como Scriptorium.


Berengario lo miró de reojo y sonrió aburrido. A toda la gente que veía aquel lugar por primera vez, le pasaba lo mismo.


El espacio en el que se encontraban era enorme. La luz solar caía como límpida cascada desde  cuarenta ventanas ubicadas en lo más alto de los muros. Las vidrieras no eran coloreadas como las de las iglesias, sino de vidrio incoloro para que la luz pudiese entrar lo más pura posible, no modulada por el arte humano, y desempeñara así su función específica, que es la de iluminar el trabajo de lectura y escritura. (*)


Adelmo contemplaba todo aquello fascinado.


Numerosos monjes se encontraban trabajando: Anticuarios, copistas, rubricantes, estudiosos…


-Este es el Scriptorium, aquí trabajan los hermanos. Los sitios mejor iluminados están reservados para los más expertos. - Indicó Berengario - La biblioteca en sí, está en el piso superior y no puede subir nadie más que Malaquías, que es el bibliotecario y su ayudante, que soy yo. - agregó un poco fastidiado. Siempre le tocaba explicar lo mismo.


- …esto es… ¡fantástico! - exclamó Adelmo extasiado. Dio una vuelta sobre sí mismo contemplando todo y luego quedó un momento como hipnotizado por los rayos del sol que se filtraban desde lo alto.


- No veo las horas de comenzar a trabajar - dijo por fin alborozado. Se llevó una mano al corazón y sonrió.


- Claro, claro, me imagino - dijo Berengario, un poco ácido.


- …pero ¿por qué te expresas así? Esta biblioteca es una maravilla, hay obras que solo aquí se puede hallar… y tú eres su guardián ¿no es así? ¿No te llena eso de orgullo, amigo mío?


- … - Berengario se contuvo a duras penas para no reír - claro…me colma de orgullo, no sabes cuánto amo este lugar…Pero, lo importante es que ahora tú también estás aquí. Cuéntame sobre tu trabajo…


-¡Sí! estoy aquí como miniaturista, ya sabes que siempre me ha gustado dibujar y… he tratado de ir mejorando cada día. Me enviaron para decorar algunos márgenes…en realidad…- se sonrojó un poco - dicen que tengo algo de talento, así que tal vez pueda permanecer un buen tiempo aquí y hacer algunos trabajos más importantes…


-¡Ah Me gustaría mucho eso!- exclamó Berengario feliz.


Se dieron un abrazo y bajaron corriendo para traer los elementos de trabajo de Adelmo.


 

Notas finales:

(*)Párrafos tomados textualmente de la obra de Umberto Eco.


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