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“Quizás no es amor” (El nombre de la Rosa) por Natrium

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Notas del capitulo:

Dijo Alejandro Dolina: "Si no les gusta el final o la trama de un libro, bueno, entónces háganse escritores y escriban lo que quieran"...

Cap. 6

“Malaquías”

Desde donde estaba parado, Malaquías podía ver perfectamente al joven Adelmo.

Lo observaba desde que había llegado a la Abadía, hacía ya una semana y media…

Era una criatura bella, realmente.

Recordó sin embargo la sensación fría que zigzagueó por su columna vertebral la primera vez que lo vio conversando con Berengario. Volvió a sentirla ahora, recordándolo.

Adelmo, sentado en una banca en el jardín, conversaba con otro monje, Venancio de Salvemec, se llamaba y no estaba sentado a su lado sino en el pasto, como si estuviera postrado a los pies del otro  jovencito.

Malaquías percibió a su lado el cuerpo delgado de su ayudante que se había acercado.

- ¿Por qué no estás en el Scriptorium trabajando? - preguntó sin mirarlo.

- ¿Por qué no estás tú, maestro? - dijo Berengario con voz de gatito.

- Necesitaba un poco de aire. Y no me faltes el respeto. -respondió Malaquías sin lograr enojarse de verdad.

- No te falto… - Berengario se interrumpió cuando notó hacia donde estaba mirando el bibliotecario.

- ¿Qué está haciendo Adelmo con ese…

- No maldigas. - lo regañó Malaquías y tomó del brazo a berengario para evitar que fuera hacia su amigo - Y no te metas en su vida. No tienes por qué. - agregó.

Berengario sacudió un poco el brazo para soltarse, mirando enojado hacia donde estaban los otros dos.

Una sensación de frio recorrió la espalda de Malaquías como una araña caminando .Se estremeció. ¿Eran celos?...no…estaba seguro. A cierta edad no puede darse uno el lujo de sentir celos por un jovencito, pensó.

No. No eran celos…era más bien… un mal presentimiento.

- Qué hermoso es tu amiguito Adelmo. - dijo con su voz monótona. -Es entendible que tenga admiradores ¿no?

Berengario si que sintió una punzada de celos en el estómago. Frunció la nariz herido, pero enseguida se tranquilizó. Él sabía de sobra que no era lindo…¿Y además desde cuando le importaba tanto lo que opinara el viejo bibliotecario?

Malaquías rio entre dientes. Como si hubiera escuchado todos sus pensamientos.

- Voy a llevarle a Severino unos libros que solicitó. - anunció Berengario, un poco bruscamente porque todavía estaba enojado.

- Llévaselos. Pero vuelve pronto, no estés perdiendo el tiempo por ahí. En una hora se sirve el almuerzo y quiero verte comer, niño.

Berengario resopló contrariado y se alejó con ese andar tan particular que tenía.

- como una pantera desnutrida - pensó Malaquías y rió para sí , siguiendo a su pupilo con la mirada hasta que  desapareció por la puerta del edificio.

Cierto. Berengario no era un chico muy lindo, pero estaba bien para él, se dijo. Un año atrás, cuando lo conoció, no imaginó encariñarse tanto con él. Ambos eran alemanes, así que podían hablar en su lengua natal mientras hacían el amor. Tal vez era eso lo que pesaba tanto en su corazón, que por lo general era frío.

Volvió a mirar hacia el jardín. Venancio ahora estaba sentado en la banca junto a Adelmo y parecía estar diciéndole algo al oído. Adelmo sonreía.

Adelmo era hermoso como una estrella pero… había algo en él que no le gustaba. Era talentoso, también. Malaquías lo había visto trabajar en el Scriptorium, estaba dibujando y coloreando los márgenes de algunas obras bastante importantes. Diseñaba unas guardas y unos encadenados de seres fantásticos que rebosaban creatividad, combinaba los colores de manera fabulosa. No era raro que los monjes que trabajaban junto a él se acercasen continuamente para felicitarlo o simplemente para contemplar lo que hacía.

También a Malaquías le fascinaban sus dibujos, y eso que no entendía nada de arte. Sin embargo…si miraba el tiempo suficiente cualquiera de los dibujos de Adelmo, incluso los que eran simples formas geométricas…un sentimiento perturbador y oscuro surgía en su corazón.

Lo atribuyó justamente a su ignorancia en temas artísticos. O tal vez si sentía celos o envidia después de todo.

- ¿Algo te abruma hermano Malaquías? - retumbó una voz a su lado. Malaquías pegó un brinco y se llevó una mano al corazón. El viejo Jorge, con sus ojos sin luz, estaba a su lado.

- Venerable Jorge… - balbuceó el bibliotecario - no lo vi llegar.

Jorge asintió en silencio, con una mueca extraña.

- Por eso mismo intuyo que estás preocupado.

- No. No. Un poco cansado tal vez.

- m… - dijo gravemente el anciano. - Todavía no llega la primavera y ya los humores están exaltados. El demonio meridiano se sacude sin tregua en el estómago de los jóvenes.

Dicho esto se alejó caminando sin ruido. Malaquías se quedó pensando en sus palabras y en lo que había querido decir.

Volvió luego al Scriptorium y subió a la biblioteca. Su reino.

La biblioteca era un laberinto que sólo él conocía. El anterior bibliotecario le había dado el mapa y enseñado todos los secretos de aquel lugar. Secretos que impedían que cualquier curioso o imprudente pudiera poner sus manos en los libros prohibidos.

 Libros de los infieles.

Libros mágicos.

Libros extraños.

Los libros no son para cualquiera.

Eso Malaquías lo tenía claro. Nunca había metido demasiado la nariz en donde no debía. Era un hombre que respetaba las reglas. Por eso había llegado  ser bibliotecario. Y… la verdad…tampoco le interesaba demasiado lo que pudiera decir un libro, el amor a la lectura le parecía sólo un tipo de vanidad de algunos hombres.

Tampoco era un hombre curioso. Nunca lo había sido. Y ahora, a sus años, lo único que quería era estar en paz. Eso y un muchachito en su cama, claro.

La lujuria era un demonio que no había podido vencer, pero procuraba tener bajo control.

Antes de la llegada de Berengario a la Abadía, Remigio, el cillerero, le traía chicos de la aldea cercana. Los tomaba, les daba unas monedas y en general no volvía a verlos. Pero su conciencia sufría de manera atroz pensando que podía ser descubierto.

Un día, entre los monjes recién llegados, divisó a Berengario. Flacucho y delicado, era el centro de las burlas de sus compañeros.

Lo veía siempre caminando solo y cabizbajo por los jardines.

- Así que eres alemán - fue lo primero que le dijo el día que se decidió a acercarse al muchacho.

Berengario lo observó tímidamente, con esos ojos que tenía, demasiado grandes para su cara.

Malaquías le comentó que necesitaba un ayudante, le explicó más o menos cual era el trabajo y a Berengario le gustó la idea. Más que nada porque se sentía solo y perdido. Estando junto a Malaquías se sentiría protegido, tendría con quien hablar y además algo en qué ocuparse.

Malaquías también estuvo satisfecho con todo lo que observó mientras conversaban. El chico era despierto, si subía un poco de peso sería bonito. Tenía manos largas y delicadas, la boquita de terciopelo y el cuello grácil y tentador.

Llegaron a un acuerdo. Malaquías se las arregló para convencer al Abad de que le permitiera tomar un ayudante a su gusto y no elegido según orden de méritos como indicaba la tradición. Esto provocó no pocas habladurías, pero qué más daba…

Esa misma semana Berengario se convirtió en ayudante del bibliotecario y tres días después en su amante. Y por cierto, ya no era el jovencito tímido de aquellos tiempos, estaba cada día más descarado… Y eso podía llegar a convertirse en un problema…

 

Notas finales:

Besos a mis lectores, no importa la cantidad tanto como la calidad : )


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