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616 por Leia-chan

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Notas del fanfic:

Si alguna vez has leido mis otros one-shots... Sabes que las cosas no tienen mucho sentido en mi pequeño mundo 2D...

Notas del capitulo:

Juaz, juaz... Nadie interesante se muere, así que la advertencia esta de más... Pero, qué es una historia de terror sin una o dos muertes sangrientas de por medio??

Enrique era nuevo en la ciudad. No tenía ni dos meses de haber llegado y aún no se acostumbraba a la gente, a las calles, a las personas... Y no podía sacar ni una sola buena foto de la ciudad. Tampoco había escrito un artículo decente en mucho tiempo. La editorial ya le estaba pasando factura y si no entregaba un buen trabajo para el próximo número, quedaría fuera. Y tenían razón. Enrique no se los reprocharía. Él había sido muy terco en su decisión de mudarse a aquella pequeña ciudad donde casi nunca pasa nada. No había ninguna atracción turística en el local, ninguna leyenda o historia que llamará la atención allí. Era un pueblo nuevo, pequeño, aburrido...

"Fue la peor decisión de mi vida", pensaba Enrique, mientras recorría una calle alejada y desolada. Exploraba casi todos los días, sin miedo a perderse ya que la ciudad era lo bastante pequeña como para reencontrar el camino a casa en un santiamén. "¿Por qué diantres me mudé aquí? Ni siquiera las fiestas valen la pena...". Y al momento en que hizo esa pregunta, recordó aquello que lo atrajo de aquel pueblo. Esa pequeña historia que nadie había oído, sólo él, de los labios de su mejor amigo. Rupert había visitado el pueblo el año pasado, cuando el lugar cumplía doce años de haberse asentado. A su amigo siempre le gustó la vida tranquila, los suburbios, el silencio, así que Enrique no se sorprendió cuando Rupert le comentó lo mucho que adoraba el pueblo y que se quedaría a vivir allí para siempre. Enrique podía adivinar en esa llamada telefónica el amor de Rupert por el pueblo... Lo que sí le sorprendió fue verlo en la ciudad seis meses después, escuálido y demacrado, con una mirada que reflejaba puro temor.

Rupert no le contó mucho, aunque sí habló mucho. Daba vueltas y vueltas sobre temas sin importancia, para luego hacer comentarios fuera de lugar. Su pobre amigo parecía estar al borde de la locura, y, en los últimos suspiros de su cordura, Enrique lo escuchó lamentarse acerca de haber entrado en la casa 616... "Aquellos ojos, Enrique... Jamás debí verlos, jamás debí desearlos...". Poco después, Rupert se suicidó cortándose las venas desde la muñeca hasta el codo y sacándose los ojos...

Esa perdida en realidad dañó a Enrique. Rupert era su amigo más querido y no podía entender sus actos. Su amigo estaba mal, pero no lo creía capaz de sacarse la vida. Como reportero, debió hacer una historia de la muerte de su amigo, pero aquello sonaba más a profanar su memoria. Se guardó para sí el nombre del pueblo y la casa 616, pero la curiosidad pudo con él y terminó rogando un cambio de residencia. Quería saber que vio Rupert en aquella casa, de quién era esos ojos que no debió ver... que lo llevó a cometer suicidio. Pero no haría una historia de ello, no lo publicaría para ganarse su salario y tener renombre en el mundo periodístico. Lo haría por Rupert...

El único problema era que el pueblo no tenía ni una sola casa con el número 616. Ni una sola. Lo más probable era que ni siquiera existieran 500 casas en el pueblo, mucho menos 616. Por eso Enrique recorría las calles casi todos los días, para encontrar la dichosa casa que mató a su amigo. No quería creer que el chico se mató así sin más, que se volvió loco y ya. Debía haber una explicación, pero la casa 616 no existía...

El atardecer teñía de naranja el horizonte y Enrique nuevamente llegaba a los limites del pueblo sin encontrarla. Suspiró hastiado y miró al cielo.

-       Demonios, Rupert, no me digas que... - y justo en ese momento una fuerte ventisca levantó el polvo y cegó los ojos de Enrique. Cuando al fin pudo abrirlos, a los lejos distinguió la sombra de una casa dibujándose a través de polvo. - No recuerdo haberla visto hace unos segundos - se dijo Enrique, pero no le dio muchas vueltas al asunto. Estaba cansado y triste, era normal pasar ciertas cosas por alto. Siguió caminando en dirección de la casa. A los alrededores no habían más que plantas y polvo. Ni otra vivienda.

La casa estaba al final de la calle, mirando hacia el centro de la ciudad. Era vieja y se veía que estaba deshabitada, ya que la madera de las ventanas estaba roída y las paredes desvencijadas ya tomaban un color oscuro por el moho. Era una casona de dos plantas con un pequeño porche enfrente. Una casa muy típica, pero asustadora por lo descuidada que estaba. Tenía un aire bizarro, y algo le decía a Enrique que aquella casa no debería estar allí, que algo estaba mal...

Una de las ventanas del segundo piso se abrió de golpe por el viento y el ruido hizo que Enrique alzará la vista. La respiración se le cortó al instante. Allí arriba, una figura encapuchada sostenía un hacha en una mano y en la otra... En la otra tenía una cabeza. La cabeza de un chico joven, de unos veinte años, de cabellos negros y de ojos rojos... Enrique sintió el grito atascándose en su garganta. Su corazón latía con fuerza y sus piernas temblaban. Quería correr, alejarse lo mas que pudiera, pero sólo podía quedarse allí, inmóvil, observando la sangre caer de la cabeza cercenada. Y justo cuando Enrique sentía que la conciencia lo abandonaba, se percató de que los ojos rojos lo observaba y por un segundo, vio que los ojos se teñían de gris y que la cabeza le sonreía con perversidad...

...

Enrique despertó de golpe, incorporándose en su cama. Su respiración era agitada y su cuerpo estaba húmedo por el sudor. Observó a su alrededor, sintiéndose perdido, pero de a poco reconoció aquella habitación como suya. "Una pesadilla... Sólo era una pesadilla", susurró al darse cuenta de lo que sucedía. Los rayos de sol se colaban por las rendijas de las cortinas. Eran las siete de la mañana, estaba llegando tarde a su trabajo. Se levantó de inmediato, sin darle más vueltas a aquel extraño sueño y se metió al baño.

Es estúpido trabajo en el centro. No hacía más que llenar formularios y órdenes, ni siquiera podían llamarle secretario, pero no le importaba. Si perdía mi trabajo como periodista, debía tener un plan B. Aquella pequeña casa de negocios era su plan B. Si todo salía mal, tenía ese trabajo que pagaba poco, pero le permitiría seguir viviendo. Maldito pueblo, maldito Rupert. Le estaban sacando todo lo que tenían... y él seguía sin encontrar esa dichosa casa.

Salió disparado de su pequeño departamento, aún ajustándose el saco y con una bolsa de galletitas en la mano. Por suerte, llegó a tiempo para tomar el bus. Era un vehículo pequeño, casi inútil, considerando lo pequeño que era el pueblo, pero era más rápido que ir a pie, así que Enrique podía considerarse bendecido. Subió a prisa y pagó el pasaje, respirando agitado. Lanzó un suspiró de alivio al sentarse en el banco para relajarse lo que duraba el viaje. Llegar tarde no era bueno, gracias al cielo la dueña le tenía estima. Cuando al fin pudo calmarse, abrió su paquete de galletitas y tomó uno para comenzar a comer. Cuando levantó la vista, lo vio. Era un chico de unos veinte años. Era delgado, algo bajo, tenía el cabello negro, algo despeinado y un rostro de facciones delicadas, casi femeninas. Y unos ojos grises... Unos preciosos ojos grises. Lo más bellos que haya visto. El chico era tan bello que no pude evitar quedársele observando durante más tiempo de lo normal, con la galletita en la mano a medio camino de su boca.

Vestía un pesado abrigo de hilo, de un gris azulado que combinaba con el color de sus ojos. Las mangas casi le tapaban sus manos de finos y delicados dedos. Su figura esbelta y delgada emanaba un aura que no podía llamarse femenina, pero tampoco meramente masculina. El chico era tan andrógino que lo tenía engatusado con una sola mirada. De repente, el chico se giró y los ojos grises se clavaron en los suyos. La galletita se le cayó de la mano de la sorpresa. Aquellos ojos tenían un tinte de enfado que lo asustaba.

-       ¿Qué me ves? - preguntó el joven y Enrique se asustó tanto que no sabía que contestar.

-       ¿Te está molestando, hermano? - el otro era grande, más grande que Enrique. Tenía unos brazos enormes y unas manazas que podían partirlo de un golpe. Ahora sí Enrique tenía miedo.

-       Yo... Este... Es sólo que... - Enrique se sonrojó y bajó la mirada - Es que... Es que... - cuando la levantó, volvió a ver aquellos ojos que lo dejaron anonadado - Eres tan precioso... - se le escapó, en el trance en el que lo sometían esos ojos.

-       ¿Eh? - el chico de los ojos grises parecía ofendido - Eso no es algo que se le diga a otro hombre... - el hermano se levantó, dispuesto a defender a su hermano.

-       En realidad... - una chica de lentes y cabello corto se metió en la conversación - Es el hombre que vino de la ciudad... Tal vez, allí... Sea normal... - comentó tímidamente.

-       ¿En serio? - preguntó el hermano mayor - Mejor, reventémosle para que aprenda las costumbres del lugar... - agregó, tronando sus dedos.

-       Rick, cálmate... ¿Es eso cierto, forastero? ¿Acostumbra un hombre llamar precioso a otro? Aquí, eso no se hace ni entre amigos... - dijo chico de ojos grises.

-       Bueno... Este... - Rick seguía tronándose los dedos, mirándolo amenazante - Algo así... - Enrique tragó saliva. Sentía  que el momento de su muerte estaba tan cerca.

-       ¿Y bien, Benjamín? ¿Es una buena respuesta?

-       Mh, no... - Benjamín, el de los ojos grises, volteó el rostro con desprecio - Pero que se le va a hacer... No lo vuelvas a hacer, forastero... - aconsejó y todos volvieron a sus asientos.

La situación por suerte se había enfriado y Enrique se cuidó de no volver a levantar la mirada. Se quedó comiendo sus galletitas todo lo que quedaba del recorrido.

...

Esa noche, Enrique volvió a casa muy tarde, cansado después de haber recorrido medio pueblo en busca de la dichosa casa. Debió haberse rendido, pero Rupert siempre había dicho que su mayor falta y su mejor cualidad era esa persistencia suya. Una facilidad extraña para caer en la casi obsesión en un solo tema. Enrique memorizaría cada calle y casa del pueblo hasta encontrar la casa 616 y ver esos ojos que mataron a Rupert. Pero en ese momento, Enrique sólo podía pensar en su cama. Se desvistió y se lanzó, quedándose dormido casi al instante.

...

Caricias suaves lo traían de vuelta a la conciencia. Enrique se movió, soltando un gemido por el placer que aquellas manos le brindaban. Cada centímetro de su cuerpo ardía cuando aquellas manos lo tocaban. Su respiración se hizo agitada, su corazón se aceleró. Sintió un par de húmedos labios depositar besos en su clavícula, en su cuello... subían con premura hasta depositar un beso en la comisura de sus labios. Las manos se concentraron en su creciente miembro y los gemidos aumentaron de volumen. Enrique abrió los ojos y entre las sombras de la noche, vislumbró un par de preciosos ojos grises que lo miraban cegados por la lujuria.

Estaba sorprendido, pero cuando ese rostro de labios húmedos bajó con presteza, tomando entre ellos su enhiesta verga, todo pensamiento y sentimiento que no estuviera ligado al placer, simplemente se esfumó. El grito que se escapó de su garganta, debió despertar a todos los vecinos, pero poco le importó. Siguió gimiendo, inmerso en el placer que esos labios le brindaban. Lanzó un suspiro de decepción cuando dejó de sentir aquellas húmedas atenciones, pero al ver que Benjamín se erguía y se posicionaba para algo mejor, no pudo más que alegrarse. El joven se acuclilló y mordiéndose el labio inferior, descendió sus caderas, sentándose sobre el miembro erguido, engulléndolo casi con hambre. Benjamín emitió un largo gemido cuando lo sintió dentro por completo. Enrique hecho la cabeza para atrás y alzó las caderas, deseando que el movimiento empezara ya. Y Benjamín atendió a sus súplicas, moviendo sus caderas en una danza erótica, ardiente... Desquiciante...

...

El despertador lo arrancó de ese sueño caliente. Enrique abrió los ojos y se encontró solo en la cama, sin signos de que otra persona hubiera estado allí. Las sábanas estaban húmedas y su pene aún seguía erguido. Aquello sí que fue un buen sueño húmedo. Casi real... Demasiado real, tal vez... Enrique lanzó un bufido hastiado. Tenía que cambiar las sábanas, bañarse y solucionar ese problema entre sus piernas... y todo por un estúpido sueño... "Como quisiera hacerlo realidad...", pensó Enrique, mientras se levantaba y comenzaba su día.

...

Cuando Enrique salió del trabajo ese día no tenía muchas ganas de recorrer el pueblo, pero tampoco quería llegar a su departamento tan temprano. El sol ni siquiera se había puesto, así que le quedaba mucho tiempo y poco que hacer antes de irse a la cama. Pasó frente a un pequeño colegio, meditando acerca de su situación cuando escuchó que lo llamaban. Enrique volteó para atender el llamado y se encontró con ese precioso par de ojos grises. Benjamín lo saludaba con la mano, sin sonreír, sólo viéndolo. Y sólo eso era suficiente para que Enrique recordara el sueño de la noche pasada y se sonrojara de vergüenza.

-       Hey, forastero... - llamó Benjamín cuando consiguió la atención del otro.

-       Ejem... Hola, Benjamín, ¿no? - el chico asintió - Soy Enrique... Mucho gusto... - Enrique le extendió la mano, esperando estrechar a la otra, pero Benjamín ignoró el gesto.

-       ¿Y a dónde vas? - preguntó Benjamín, mirando al costado, sin darle mucha importancia a la pregunta.

-       Pues... No lo sé... No tengo nada que hacer, pero es muy temprano para encerrarme en mi departamento... La verdad es que estoy un tanto aburrido...

-       Vienes de la ciudad, ¿no? Supongo que es algo normal... Aquí la vida es tan tranquila y silenciosa... - Benjamín comenzó a caminar e invitó a Enrique a seguirlo.

-       Sí, pero no que este mal... Hay personas que adoran este ambiente...

-       Pero a ti no te agrada, ¿verdad? - acotó Benjamín - Rick esta terminando unos exámenes y debo esperarlo... Tal vez, podrías acompañarme... - opinó Benjamín, con nada de emoción en la voz. El chico tenía una pasividad y seguridad casi envidiable.

-       Sí, no tengo ningún problema... Y no, lo mío es el tráfico, las prisas, el estrés... - respondió Enrique - Podrías comer algo mientras esperamos... - sugirió Enrique, señalando un pequeño establecimiento de comida enfrente del colegio.

-       Buena idea... Y, dime, Enrique... - cruzaron la calle y se sentaron en una mesa - ¿Por qué un chico que adora la ciudad termina en un pueblito como este?

Una chica muy bonita se acercó para preguntarles que deseaban. Hicieron sus respectivos pedidos y Enrique deseó que la conversación cambiara de curso. No estaba preparado para hablar sobre Rupert y su dichosa tarea en ese pueblo. Cuando la chica se fue, se quedaron en un silencio incómodo, a la espera de que el otro hable. Benjamín parecía muy terco y aún esperaba la respuesta a la pregunta hecha.

-       Escucha, Benjamín... Es un tanto complicado y... - comenzó Enrique, sin saber como evadir la pregunta.

-       Sólo dime que es personal y lo entenderé - interrumpió Benjamín.

-       Pues, sí. Es un asunto personal que aún no he superado... - murmuró, dibujando círculos en la mesa.

-       De acuerdo... - la chica volvió con sus pedidos y Benjamín enseguida tomó el vaso de jugo que pidió. Se dio un tiempo para pensar y decidió cambiar el curso de la conversación - ¿Sabes? Este es un pueblo prácticamente joven...

-       Creo que eso es bastante obvio, considerando...

-       Que es muy pequeño y esta casi muerto, pero... ¿Has visto los edificios? ¿El colegio, la biblioteca, la iglesia? Son construcciones muy antiguas... Y existen unas ruinas en las afueras que datan de más de 600 años... - explicó Benjamín.

-       ¿En serio? ¿Cómo lo sabes?

-       A decir verdad, yo también soy un forastero... - sonrió Benjamín - Mi padre escuchó de este pueblo justo cuando nacía... Fue algo extraño, una vecina recibió una carta para presentarse como fundadora, y ella fue sin pensar que era extraño ya que adoraba el campo y la idea de ser pionera... Pocos meses después, ella volvió y hablaba de una casa, de unos ojos... - Enrique abrió los ojos de par en par. La historia era la misma - Terminó matándose... y mi papá... Mi padre no lo aceptó y vino aquí a descubrir que sucedía. Descubrió todo lo que te acabo de decir y más. Encontró escritos acerca de una maldición... Una ciudad que muere y nace cada tanto; y de alguna forma, nadie se jamás se entera de eso. Con mi hermano, intentamos hacer pública esa información para conseguir más ayuda para mi padre, pero siempre sucedía algo. No nos creían y las pocas personas que sí, desaparecían... Poco después, perdimos contacto con mi padre y decidimos venir y solucionarlo por nuestra cuenta... - Benjamín se calló y miró a través de la ventana. Un grupo de estudiantes salían, buscó a su hermano y no lo encontró - Ese idiota esperará hasta la última llamada... Tendré que esperarlo veinte minutos más... - se quejó Benjamín - Pero, sinceramente, el idiota soy yo... contándote algo personal cuando tú no lo haces...

-       Bueno, para hacerlo justo... Lo que le sucedió a tu vecina... Es lo mismo que le pasó a mi amigo Rupert... Y yo estoy aquí para... encontrar una casa...

-       Que no existe... - completó Benjamín con la mirada sombría - Dejemos de hablar sobre esto, por favor... Sé que mi padre esta muerto, pero no encontrar su cuerpo... No sabes como duele...

Enrique sonrió con tristeza. Benjamín era un chico fuerte y duro la mayor parte del tiempo y ver ese momento de debilidad lo hizo comprender que estaba hablando con un joven de tan solo 20 años que cuidaba a su hermano menor totalmente solo. - De acuerdo... Dime cómo se hace para sobrevivir en este pueblito durante tanto tiempo... - Benjamín rió bajito, como agradeciéndole su comentario y continuaron hablando sobre nada en especial. Así se les pasó rápidamente los minutos, aunque llegaron a conocerse bien. A Enrique le caía bien el chico, le caía muy bien. Era precioso en todo sentido, tenía una personalidad segura aunque un tanto distante y vanidosa, pero era inteligente y considerado... Enrique se despidió ese día sintiendo tristeza por tener que separarse del chico. "Ven aquí mañana, podríamos hablar otra vez...", invitó Benjamín, con una media sonrisa que alegró el alma de Enrique. Por supuesto que vendría, todos los días, tan sólo para recibir esa sonrisa...

...

Hablar con Benjamín a la salida del trabajo se volvió casi un ritual, así como tener sueños húmedos con su nuevo amigo. Es que simplemente no podía evitarlo... Benjamín le arrebatado el corazón con una mirada gris y él no podía hacer nada para defenderse, aunque tampoco quería defenderse. Quería caer más y más en aquel océano gris y acariciar la posibilidad de tocar aunque sea durante cortos segundos su suave piel...

"Perdóname, Rupert... Pero, buscando esa casa, encontré algo más importante...".

...

Ese día fue más aburrido que de costumbre, pero terminó medianamente bien ya que la señora lo invitó a cenar. La comida fue simplemente sublime. Nada se compara a la comida casera, hecha con esmero y cariño. Lo disfrutó como nunca, ya que viviendo solo no vivía más que de comida rápida y/o congelada. Cuando se despidió de la amable dama, ya era de noche, así que ese día no buscaría la dichosa casa, ni tampoco podría encontrarse con Benjamín. Suspiró con tristeza por eso, pero pensó que tal vez era lo mejor. Benjamín tenía una apariencia andrógina, pero todo en su actitud gritaba heterosexualidad, muy para su pesar.

Era tarde, así que no había bus. Debía volver caminando. Caminaba a paso lento, disfrutando de la magia del aire nocturno. El silencio era interrumpido por el canto de insectos, llamando a sus parejas. Las noches de verano siempre estaban llenas de vida... Todo era tan pacífico y relajante...

Hasta que un grito llamó su atención. No era el grito de una mujer, más bien de alguien que era golpeado con brutalidad. Enrique era más bien un cobarde, pero esa noche sentía un coraje extraño. Tal vez, haya sido que tanto aburrimiento terminó hastiándole. Quería algo acción, aunque eso significara terminar con la nariz rota. Dio vuelta en una esquina y se paralizó. Todo su coraje desapareció. Allí, al final de la calle, la casa de sus pesadillas se pintaba, con la luna llena de fondo. Sombría como la recordaba. Allí estaba, haciendo que sus piernas tiemblen al solo recordarla.

-       ¡Rick! - esa voz lo sacó de su ensueño. Enrique bajó la mirada y halló al dueño de la voz. Era él, Benjamín. Estaba en el suelo, con el abrigo gris manchando de sangre.

Esa visión le devolvió un poco del coraje y la idiotez subyacente, así que se acercó corriendo hasta el joven. Se arrodilló a su lado y trató de tocarlo para buscar las heridas, pero Benjamín lo rechazó.

-       ¡Sólo quiero ayudarte! ¿Dónde estás herido? - reprendió Enrique.

-       No... no es mi sangre... - Benjamín trataba de mantenerse firme, pero en sus ojos brillaban las lágrimas y el espanto - Es de Rick... Está allí... - la voz se le quebraba al hablar.

-       ¿Qué...? ¿Qué pasó? - se atrevió a preguntar, aunque no estaba seguro de querer saber la respuesta.

-       Nos atacaron unos... unos chicos y nosotros nos defendimos y, de repente... Esa casa... simplemente apareció y... unos... unos... ¡No sé! Unas cosas salieron de allí y se llevaron a mi hermano y a los otros... ¡Rick! - Benjamín se levantó y trató de correr hacia la casa, pero Enrique lo detuvo.

-       ¡No, es muy peligroso! Debemos buscar ayuda... - le dijo, después de sostenerlo por el brazo.

-       Ve a buscarla tú. ¡Nadie vendrá! ¡Es la maldita casa 616! - exclamó Benjamín, soltando su brazo.

-       ¿Qué? ¿Es esa? - Enrique no podía creerlo. La casa de sus pesadillas...

-       Este pueblo esta maldito con su presencia... ¡Viene a destruirnos cada vez que se le da la gana! - gritó Benjamín - ¡Tengo que sacar a mi hermano! ¡Es lo único que tengo! - lloró y se soltó de Enrique, pero éste volvió a atajarlo.

-       ¡Espera, espera! Esa no es buena idea... Primero, explícame...

-       ¡No hay tiempo! ¡No...!

-       Vamos... - resolvió Enrique y se dirigió a la casa - Explícame todo adentro...

...

"Papá encontró un viejo libro en la biblioteca que hablaba sobre esta casa y su maldición", explicó Benjamín, ya dentro de la casa, después de calmarse. El chico volvía a ser frío y distante, pero aún se notaba la agitación en sus ojos. "Rick es lo que le queda... Supongo que lo entiendo...", pensó Enrique. Recorrían los pasillos de la casona que, aunque por fuera no parecía muy grande, por dentro guardaba un verdadero laberinto de paredes mohosas. "Dice que pertenecía a un granjero que aprendió magia negra de un demonio errante... Así, logró hacerse más grande, consiguió tierras y se convirtió en un verdadero señor feudal. Pero la muerte trataba de horadar su existencia, por lo que el hombre, desesperado realizó un ritual para conseguir la inmortalidad... y el precio era la vida de todos los habitantes de sus tierras... Tengo entendido de que el plazo vence a cada tanto y que para entonces, ya debería tener listos los sacrificios...".

-       Pero, si ya lo sabían... ¿Qué hacen tú y tu hermano aquí? ¿No deberían huir? - preguntó Enrique, observando con temor el techo que parecía querer desmoronarse.

-       Digamos que estando aquí nos agarra una... valentía extraña... Tengo la estúpida obsesión de que tal vez, yo logré acabar con esta maldición...

-       Eso sí que suena estúpido...

-       Cállate... - gruñó Benjamín - Mi padre consiguió salir y entrar de esta casa, así como mi vecina y tu amigo... Supongo que también nosotros podemos después de sacar a mi hermano...

-       No creo que salir sea el problema... - meditó Enrique - Al parecer, es olvidar esta experiencia lo imposible... La maldición es estar aquí, pero... ¿Por qué?

-       No lo sé... - la voz de Benjamín se le apagó durante unos segundos - Enrique, perdóname...

-       ¿Eh? ¿Por qué?

-       Entraste aquí por mí... Por mi hermano... Pero yo... Yo no puedo darte lo que buscas...

-       ¿Lo que busco? - Enrique se detuvo y miró a Benjamín.

-       Sé como me miras, sé porqué me miras así también... Pero, Enrique, entiende... Soy un hombre... - Benjamín también se paró y lo observó con resolución - No sé como hacer para que dejes de mirarme de esa forma, pero al menos quiero que sepas que me repugna... Sé que no eres como los chicos que me atacaron, sé que no tratarás de tomarme a la fuerza, pero tus ojos... No soy una mujer, Enrique, no puedes desearme de esa forma... - musitó, desviando la mirada, algo apenado.

-       Sé que no eres una mujer. Sí, luces bastante andrógino y tu belleza es... sublime, pero tu voz, tus ademanes, la manera en que te manejas... Toda tu aura es masculina. No me cabe duda de que eres un hombre...

-       Si lo sabes... ¿Por qué me sigues de esa forma? - Enrique se preguntó si de verdad era tan transparente, pero luego recordó que Benjamín tenía una gran facilidad para leerlo.

-       Porque... eres el joven más bello haya visto en mi vida y me gustas... Me gusta todo de ti, tu apariencia, tu voz, tus ojos, tu personalidad... Todo... Benjamín, yo...

-       ¡Agh! Que asco... - interrumpió Benjamín, volviendo a caminar - No puedes decirme algo así a mí, en una situación como esta... Eres un idiota, un asqueroso idiota que... que...

-       Benjamín... - llamó Enrique, apresurándose para alcanzarlo - Entiendo que este no es el momento, pero...

-       ¡Basta! ¡Lo que estás tratando de decir me repugna! - gritó Benjamín, y estuvo a punto de alejarse corriendo cuando Enrique lo sostuvo del brazo con fuerza y lo obligó a acercarse. Enrique acercó su rostro al reticente rostro de Benjamín que mantenía los dientes apretados, tratando de contenerse.

-       No me digas eso, por favor... Me duele, ¿entiendes? No juegues con lo que siento por ti. Puedes rechazarme si puedes, pero no... - Enrique se contuvo y lanzó un suspiro para tranquilizarse - No hay que de asco en lo que siento, Benjamín... Nada, ¿entiendes?

Benjamín lanzó una risita. - Sólo quieres violarme... - murmuró - Asqueroso marica... -. Y esa frase rompió algo dentro de Enrique que, como poseso, se lanzó a devorar los labios de Benjamín. El chico, al principio se resistió, pero, para sorpresa de Enrique al poco rato se agarró de su cuello, tratando de acercarse aún más. Pero el sueño duró poco. Benjamín de pronto reaccionó y empujó con mucha fuerza a Enrique. - Eso es todo... Encontraremos una salida y te vas... Encontraré a mi hermano solo. No te necesito. No, no... - Benjamín volvió a caminar, esta vez con paso agitado y nervioso. Tenía los ojos grises muy abiertos, como si estuviera en pánico. Enrique se apresuró a alcanzarlo para hablarle.

-       No, entrar en esta casa mató a Rupert. No dejaré que eso suceda contigo, porque yo...

-       ¡Cállate! - interrumpió Benjamín - No me importa lo que sientas por mí. No te necesito, sólo estorbas... - apresuró el paso, intentando dejar atrás al otro.

-       ¡Vamos, Benjamín, no finjas! Me devolviste el beso... - atacó Enrique.

-       ¡No! Yo jamás besaría a otro hombre para sentir placer... -remarcó Benjamín.

-       ¡Te gustan los hombres tanto como a mí! - exclamó.

-       ¡Claro que no! - gritó Benjamín enfadado y en ese momento se levantó la voz de Rick en la distancia - ¡Rick! - Benjamín se alejó corriendo, buscando de donde provenía el grito.

Enrique lo siguió de inmediato, sintiendo que las paredes a su alrededor lo observaban con ojos invisibles. Casi podía escuchar una risa burlona... Sentía que alguien estaba jugando con él. Logró alcanzar a Benjamín, justo cuando este abría la puerta de donde salían los sonidos. La abrió de prisa, entrando al instante, seguido por Enrique. Benjamín lanzó un grito y cayó al suelo de rodillas, desecho en llanto. Enrique entró y se quedó mudo. Dentro de la habitación, como fantasmas eternos, un montón de réplicas de tres hombres se retorcían en la sala. Los gemidos, gritos y jadeos llenaban la pequeña habitación. Eran Rick y Benjamín, y el tercer debía ser el padre. En cada escena que recreaban los fantasmas, Benjamín era sometido por esos dos hombres. Benjamín con un pene en la boca y otro en la mano. Benjamín siendo penetrado por su padre y a la vez dándole sexo oral a su hermano. Benjamín atado a un cama, salvajemente sodomizado por su padre y luego su hermano. Las imágenes bailoteaban frente a Enrique que no sabía si sentir placer o asco. Veía el rostro de Benjamín en los fantasmas contraerse con una mezcla de vergüenza y placer que hería...

-       ¡Soy una puta! Soy la maldita puta de mi padre y hermano... - lloriqueó Benjamín, aún en el suelo, con los ojos cerrados y tapándose los oídos - Soy desagradable, asqueroso... Yo... ¡Oh, Dios! ¡Escucha como lo disfruto! Soy un desastre...

-       No... - Enrique lo obligó a levantarse y lo arrastró fuera de la sala, muy lejos para que los gemidos no se escuchen - Escucha, aquello no sucedió...

-       ¡Sí sucedió! Aquello sucedió demasiadas veces después de la muerte de mi madre y yo... ¡Y yo lo disfruté a cada segundo! - gritó Benjamín indignado.

-       No... - Enrique lo abrazó con fuerza, para tratar de salvarlo - No, no, no... - Enrique no sabía por donde comenzar ni que decir. Aquello lo había asombrado en serio.

-       Quiero a mi hermano... - gimoteó el otro, escondiendo su rostro entre su pecho.

-       Pero, ¿por qué? Él también te...

-       Es lo único que tengo... - respondió Benjamín, levantando el rostro - ¿Quién podría quererme y protegerme si soy esta... esta cosa que no parece hombre ni mujer?

-       Hey, hey... No estás solo, yo estoy contigo y siempre estaré... - Enrique acarició sus cabellos negros y siguió hablando de forma conciliadora - Te quiero, Benjamín, te quiero como no tienes idea...

-       Noo... - trató de interrumpirlo el otro, pero Enrique no le dejó continuar.

-       No, escúchame... Entiendo que no puedas quererme de esa forma. No me corresponderás, lo sé... Pero al menos... Al menos déjame estar a tu lado. Por favor, Benjamín, salgamos ya de esta casa...

-       Pero mi hermano...

-       ¿Quieres salvarlo a pesar de todo lo que te ha hecho? - preguntó Enrique viéndolo a los ojos.

-       Es mi hermano, Enrique... No puedo simplemente...

-       De acuerdo... Trataremos de encontrarlo, pero si hallamos la salida, nos vamos...

-       No puedo... - la voz de Benjamín sonaba quebrada y su rostro era pura tristeza. Se alejó de Enrique, tratando de no levantar la vista, pero el chico alargó el brazo y tomó su rostro entre sus manos.

-       ¡Claro que puedes! Alguien que te obliga a hacer tales cosas, no es un hermano, Benjamín... Seguiremos buscando, pero si encontramos una salida, prométeme que nos iremos... - Benjamín cerró los ojos y se lo pensó. Sus labios temblaban y su respiración estaba agitada. Se veía tan dolido, tan vulnerable, tan... tan... Enrique quería darlo todo por ese chico en ese mismo instante. Todo por verlo sonreír una vez más.

-       Esta bien... - susurró el chico de ojos grises - Nos iremos si encontramos una salida... - agregó, tratando inútilmente de sonar más convencido.

Y justo cuando Enrique sonreía aliviado por aquella promesa, una mancha negra apareció en la pared continua y de esta mancha, tentáculos tomaron a Benjamín del torso y de los brazos y lo hundieron en la mancha. Enrique trató de evitarlo. Tiró con todas sus fuerzas del chico, pero fue inútil. Cuando la mancha desapareció, Enrique comenzó a golpear la pared gritando el nombre del otro chico con desesperación...

...

Después de calmarse un poco, Enrique comenzó a correr, buscando a Benjamín. Abría cada puerta que encontraba, topándose con pequeños infiernos personales, donde las personas eran forzadas a enfrentar a sus peores miedos y morir una y otra vez. Abría una puerta y otra, esperando encontrar a Benjamín y rescatarlo. "Benjamín, Benjamín, ¿por qué tu nombre suena tan bonito?". Estaba cansado y las piernas le dolían de tanto correr, pero no se rendiría hasta hallar al chico... y así, cuando Enrique casi desfallecía por el cansancio, escuchó a lo lejos la voz del chico llamándolo.

-       ¡Enrique! - su voz venía de detrás de una enorme puerta gris. Enrique entró sin siquiera pestañear y se quedó sin voz ante lo que vio.

Por un momento, pensó que estaba teniendo uno de sus típicos sueños húmedos. Pero en ninguno de esos sueños, Benjamín lloraba y se veía tan asustado. Él quería al chico y el dolor no era parte de su juego. Pero allí estaba Benjamín, desnudo y atado de manos al cabezal de la cama, recogiendo sus piernas en un vano intento por taparse. Enrique sintió que su corazón daba un vuelco ante tal escena y se acercó con la intención de liberar al chico, pero una voz lo detuvo.

-       Si lo sueltas... Ambos mueren... - Enrique se detuvo y giró el rostro en dirección de la voz. Encontró a una niña de cabellos muy negros y de ojos vendados que sonreía perversa.

-       ¡Déjanos ir! - pidió Enrique - No diremos nada, no...

-       Claro que los dejaré ir... Si tú haces algo para mí, primero... - sonrió la pequeña, con una voz macabra.

-       ¿Qué quieres? - preguntó Enrique con sospecha. No entendía lo que sucedía, pero aquello no podía ser bueno.

-       Tómalo... Toma a la pequeña perra de la familia... Hazla chillar como la perra en celo que es... - escupió la niña, refiriéndose a Benjamín.

-       Pero... ¡Estás loca! ¿Cómo te atreves a...? - Enrique estaba enardecido. Esa petición era simplemente malvada. Como si aquella pequeña supiera de sus sentimientos y de los de Benjamín. No podía hacerle eso, no después de conocer su pasado. Benjamín por su parte no decía nada, solo trataba de acallar sus sollozos, mordiéndose el labio y cerrando con fuerza los ojos.

-       Si no lo haces, simplemente morirán... - se escucharon unos pasos que llamaron la atención de la niña - Oh, así que ese sigue vivo...

Y en ese momento, la figura grande y ostentosa de Rick apareció de las sombras. Los ojos del chico parecían desorbitados, y su rostro estaba deformado por el pánico. Era un chico desesperado. La niña rió bajito al sentirlo venir.

-       De acuerdo, chico fotografía... Si no lo haces tú, lo hará él... Este se muere por cogerse a su lindo hermanito, ¿verdad? - preguntó la niña, en son de burla.

Rick vio a su hermano atado a la cama y de repente el pánico se borró de su rostro, dando paso a la lujuria. Se relamió los labios y comenzó a acercarse a la cama. - ¡No! - exclamó Enrique, interceptándolo. Comenzaron a forcejear, aunque Rick no hacía tanto esfuerzo. Estaba como en un trance pesado. La niña reía, cada vez con más fuerzas...

-       ¡De acuerdo! - gritó Enrique. Las risas de la niña pararon e incluso Rick retrocedió un paso - Lo haré... Pero lo haré a mi manera y sólo si prometes que saldremos a salvo de esta casa...

-       Jijiji... A salvo... Por supuesto, por supuesto... Saldrán... - musitó la niña y desapareció en las sombras, llevándose consigo a Rick.

Enrique entonces suspiró con pesadez y se acercó a la cama donde estaba Benjamín. Se sentó a su lado e inclinó el rostro para hablarle suavemente al oído.

-       Lo has oído, ¿verdad? Lo que tengo que hacer... -trataba de sonar tranquilo y confiable.

-       No, Enrique... por favor... - susurró Benjamín, con la voz cortada - No quiero... No quiero esto...

-       Benjamín, sabes que debemos hacerlo... para salir con vida de aquí...

-       Sólo lo haces porque me deseas... Eres asqueroso... - dijo Benjamín, sin ningún sentimiento en la voz, como si tuviera que mentirse a sí mismo... Enrique lo entendió y decidió seguirle el juego...

-       Es cierto, Benjamín, te deseo... Te deseo tanto que sueño contigo todas las noches... Sueños que no puedo relatarle a nadie por todas las cosas que hacemos. Yo te deseo, Benja, pero también te quiero... Por eso, debo hacer hasta lo imposible por sacarnos con vida de aquí... - Benjamín parecía a punto de llorar otra vez - No te preocupes... Haré de todo para que lo disfrutes...

Enrique besó los ojos cerrados de Benjamín y le sonrió, tratando de tranquilizarlo. Comenzó a tocarlo, con mucha sutileza, apenas rozándolo con los dedos, como si fuera a romperse. De vez en cuando, le repetía que todo estaría bien, que cerrara los ojos y pensara en otra cosa. Depositó suaves y gentiles besos en todo su cuerpo desde el cuello, a los hombros, la clavícula, su cintura... Abrió con sutileza sus piernas, cuando lo hizo, Benjamín, que ya estaba comenzando a tranquilizarse, volvió a sobresaltarse, pero Enrique llamó su atención y Benjamín fue capaz de controlarse. Enrique entonces besó su rodilla y siguió bajando, haciendo un camino de besos mientras recorría la parte interior de sus muslos hasta llegar a su entrepierna.

-       No... - gimió Benjamín, con los ojos cerrados y el rostro sonrojado - ¡Ah! - Enrique derramaba sus atenciones sobre el casi erecto miembro de Benjamín, buscando llevarlo al borde de la locura. Cosa que comenzaba a funcionar, ya que Benjamín gemía cada vez más fuerte y se removía buscando más contacto. Enrique deseaba tomarlo allí y ahora, de forma ruda y salvaje. Las ganas lo estaban matando, su propio pene ya comenzaba a dolerle, pero primero debía pensar en Benjamín, así que se tomó su tiempo para prepararlo y dejarle acostumbrarse a la sensación de tener algo dentro. Comenzó con un dedo, al que le siguió otro. Enrique jugaba a meterlo y sacarlo, mientras con la boca atendía la erección del chico y con la otra mano trataba de calmar un poco su miembro - Ya, Enrique, ya... - avisó Benjamín, sumido en una profunda lujuria. Enrique gimió del placer de oír esas palabras y lo que significaba. Se incorporó, posicionándose en medio de las piernas de Benjamín, y, poco a poco, fue enterrándose en su interior, apreciando al máximo la presión de las paredes carnosas sobre su miembro.

-       Mmm... - aquello era mil veces mejor que sus sueños húmedos...

Benjamín parecía debatirse entre el innegable placer y los recuerdos de vejaciones pasadas. Algunas lágrimas rebeldes acompañaban sus gemidos. Enrique sonrió al verse completamente dentro de Benjamín y esperó que este se acostumbrara a la intromisión. Observó el rostro absorto de placer de Benjamín y no se aguantó las ganas de inclinarse para robarle un beso apasionado que terminó por romper la poca resistencia que ponía el chico. Las embestidas comenzaron con fuerza, y ambos cuerpos se sumieron en una erótica danza que los llevó a la cumbre en poco tiempo. El éxtasis llegó entre gemidos y alaridos de placer. Enrique se sostuvo con los brazos para no colapsar sobre Benjamín mientras intentaba recobrar su aliento. Tenía los ojos cerrados, tratando de concentrarse. Cuando los abrió se encontró con los preciosos ojos grises de Benjamín inundados en lágrimas de placer. Algo explotó dentro de Enrique ante tan bella imagen.

-          Te amo... - susurró Enrique y se acercó para besarlo con fuerza - Saldremos de aquí y te prometo que viviremos felices lo que nos resta de vida...

El joven tenía la mirada emocionada. Enrique se sintió feliz al verlo tan sorprendido. Pero la alegría pronto dio paso a la incertidumbre, cuando la mirada de emoción de Benjamín se convirtió en una mueca burlona. Las carcajadas de Benjamín resonaban en la pequeña y oscura habitación. Enrique se asombró cuando las manos de Benjamín se posaron en sus hombros. "¿Acaso no estaba atado?".

-       Eres... - Benjamín acercó sus labios a la oreja del otro - Un completo idiota...

-       ¿Eh? - Enrique se alejó enseguida, consternado. Las risas de Benjamín volvieron a llenar sus oídos.

-       Tan ingenuo... No puedo creerlo... No me equivoqué al enviar a Rupert... Vales la pena, querido... Vales la pena...

-       ¿Enviar a Rupert? ¿De qué hablas?

En ese momento, la puerta se abrió y entró una mujer vestida de sirvienta, pero con la mitad del rostro podrido. Enrique se levantó, dispuesto a proteger a Benjamín, a pesar de su extraño comportamiento. Pero la mujer lo ignoró y se quedó parada a los pies de la cama. Hizo una reverencia y dijo: - Bienvenido a casa, señorito...

-       Gracias, Galatea... - canturreó Benjamín.

-       ¿A casa? - preguntó Enrique.

-       A ca-sa... Esta es mi casa, Enrique... Bienvenido. Permíteme que te presente... Esta es Galatea, mi sirvienta y victima número 25... Galatea, conoce a Enrique, mi... - Benjamín sofocó sus risas para seguir hablando - mascota, tal vez... y la victima 616...

-       ¿616? Que hermoso número, señor...

-       ¡Sí! - exclamó Benjamín contento, poniéndose de pie sobre la cama - ¡Es un número precioso!

-       Benjamín, ¿qué sucede? - preguntó Enrique, totalmente perdido.

-       Sucede que... yo te traje aquí para que seas mi mascota... mi amada y preciosa mascota... - Enrique aún lo miraba consternado, así que Benjamín hizo un gesto de hastío y continuó explicando - Lo que te dije de la maldición es medianamente cierto. Este es un pueblo fantasma. Nadie sabe de él, porque en realidad no existe... Todo esto es una ilusión que se crea alrededor de esta preciosa casona... La casa 616, mi hogar... - sonrió Benjamín - las personas que habitan el pueblo... Algunas han muerto hace siglos... otras están a punto de morir, pero seguirán aquí por toda la eternidad, así como tú. Porque nadie puede escapar de mí, excepto ese tal Rupert, pero sólo porque en su mente te vi a ti... y no me aguanté las ganas de tenerte dentro... Muy dentro... - susurró con lascivia, lanzándole una sucia mirada al otro.

-       Pero... pero yo hablo con mi editor casi todos los días... Si no llamo en una semana...

-       Ya estas muerto para el mundo, Enrique... La persona con la que hablabas era esta... - Benjamín señaló a un pared y de esta salió la niña de ojos vendados - Todo es posible para mí... Obtengo todo lo que quiero, siempre... - la mirada de Benjamín se volvió sombría. Rick apareció detrás de Enrique, que intentaba escapar corriendo, y lo sostuvo de los hombros. Enrique miró hacia Benjamín y entonces notó que los ojos del chico se habían vuelto rojos... y que con esos ojos era idéntico al chico de la cabeza cortada en sus sueños...

-       ¿Quién demonios eres?

-       ¿Eh, yo? - Benjamín se apuntó haciendo una cara bastante inocente - No soy más que el hijo menor de un granjero... Uno que se cansó de ser la perra de su padre y su hermano, uno que se cansó de los golpes de su madre... Uno que vendió su alma a cambio de poder e inmortalidad... Creo que hice un excelente trato... - se felicitó Benjamín.

-       Pero... Pero...

-       Pero, ¿y qué pasa del demonio que debía devorarse mi alma? A ver, Anahí, dile que pasó...

-       Lo devoró... Con puré de papas y ensalada de lechuga... - respondió la niña, con voz apagada.

-       El muy idiota me concedió todo el poder que quise, el poder suficiente para derrotarlo y finalmente, convertirme en un demonio...

Enrique no podía creer lo que estaba pasando. Todo era tan irreal, tan absurdo... Benjamín, ese joven tan seguro y vulnerable a la vez... Ese chico de cual se enamoró... Un demonio... Un demonio que sedujo su corazón y se quedó con su alma...

...

Arthur era un chico que acababa de terminar el bachillerato y buscaba ingresar a la facultad de medicina. No vivía en una gran ciudad, era trabajador, humilde y honesto. Ese día llegaba tarde a su pequeño departamento nuevo. Abrió la puerta y encontró el correo en el piso. Lo tomó y revisó las cartas. Cuentas, cartas de familiares, propaganda... y esa carta sin remitente. Le intrigó mucho, así que de inmediato la abrió. Estaba escrita a mano, con una preciosa caligrafía. Era una invitación de una vieja tía. Le pedía que por favor fuera a un pequeño pueblo, siguiendo el mapa en el reverso de la carta. Arthur no conocía a esa tía muy bien. La recordaba de algunas navidades pasadas, pero nunca llegó a hablar con ella. Le extrañó la invitación, pero comenzó a considerar la posibilidad de ir y tal vez descansar un poco de tanto estudio...

...

... Y en la casa 616, sonríe un chico de apariencia andrógina con un ojo gris y el otro rojo...

-       Eso de la cabeza cortada sigue gustándome... Creo que volveré a usarlo... - comenta el chico, sentándose sobre las piernas de un hombre atado a una silla. El hombre intenta hablar, intenta preguntar, intenta entender... Pero ya no tiene una lengua con la cual hablar, y lo único que puede entender es que es prisionero para toda la eternidad...

...

Algunos dicen que el número de la bestia es en realidad el 616...

 

Notas finales:

No es el mejor final que he escrito... pero funciona... Es largo para mis estándares... Debí dejar de escribir y comenzar a editar, pero ya ven... En fin, espero que les haya gustado... y vamos, no sean timidos... digan que les parecio...


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