La navidad de Gakuto
Que pesado se ponía el ambiente en Hyotei cuando se acercaba una celebración. Las fans maniacas se les acercaban más de lo normal, eran todos unos ídolos dentro del colegio, y eso a veces le fastidiaba. Recibir obsequios anónimos era un ritual sagrado para los titulares, cartas empalagosas y estúpidas, una rutina diaria ¡pero en navidad era peor! Y eso crispaba los nervios del engreído acróbata.
Desde que se convirtió en titular, así eran sus navidades, fastidiosas a más no poder. Niñas encimándosele a diestra y siniestra, entregándole cajitas decoradas con copos de nieve y asquerosidades de ese tipo. Quizás las cosas serían diferentes si alguien más le diera uno de esos obsequios.
Regalos aquí, regalos allá… más porquería que tirar a la basura. Muchas jovencitas ridículas lo rondaban pero ¿y qué? Poco importaba si el tensai del grupo no lo notaba. ¿Por qué decenas de fans lo encontraban perfecto y Oshitari no notaba ni un poco de eso? ¡En balde que usara lentes! Ese tipo tenía de genio lo que él tenía de humilde, ósea ¡nada!
Azotó su frente contra su pupitre, dejando que sus cabellos cubrieran la sobriedad y frustración de su rostro, menos mal que estaba solo, así nadie le preguntaría que le sucedía. Preferible estar solo en el salón de clases, a tener que soportar berridos de jovencitas, acosándolo en el festejo idiota que había organizado el ególatra novio de Jiroh. ¡Qué contrarios podían ser a veces los Hyotei! Nada los hacía más felices que saberse idolatrados, pero irónicamente quienes desearían les idolatrarán, ni caso les hacían, convirtiendo la palabra idolatría en algo detestable... de acuerdo, eso sólo le pasaba a él.
Chillidos, lo oía acercándose a su salón de clases, mala suerte la suya, tendría que hacer gala de su más cortante y grosera respuesta… bueno, inteligente respuesta, porque según el supremo líder del Club “Los Hyotei insultan de manera elegante” tonterías que habitaban la cabeza de Atobe. Tres, dos, uno y la puerta se abrió dejando entrar al genio de cabellos azulados.
—Gracias señoritas por acompañarme a mi salón de clases, necesito hacer unas cosas, luego las veré—. Maldito mustio del mal ¡qué hipócrita y Casanova podía ser ese Yuushi! Quien por cierto suspiró aliviado al cerrar la puerta del aula, para segundos después aflojarse un poco la corbata. —Son una verdadera molestia— musitó al fin el genio.
—¿De veras? Yo diría que lo disfrutas más de lo que estás dispuesto a admitir— confesó viéndolo de manera burlona, contemplando la sonrisa torcida del muchacho.
—Las relaciones sociales en Hyotei pesan mucho Gakuto, como sea ¿por qué tan hostil?— preguntó mientras retiraba sus gafas y pellizcaba ligeramente su nariz, masajeando el área con dedicación.
—A diferencia de ti, detesto recibir regalos de personas que ni siquiera me conocen y que de hacerlo, seguro me detestarían— dijo sin realmente preocuparse por el hecho de ser odiado o no.
—Ya veo, tienes toda la razón, te detestarían— confirmó con aire indiferente, hasta frio podría decirse, situación que terminó de irritar al menudito de cabellos cerezas. Suficiente rabia para un día. Maldito y mil veces maldito Yuushi Oshitari.
—Imbécil— con la irritación a flor de piel, abandonó el salón dejando con una sonrisa de autosuficiencia a su ex interlocutor.
Tomándose su tiempo, hizo todo lo posible en retrasar su llegada a su bendito hogar. Fue a algunas plazas comerciales a perderse entre la multitud, llegando un poco tarde a su casa. Su madre le había llamado diciéndole que lo esperaban en casa de la “familia”, invitación que de manera sutil, el acróbata había rechazado, argumentando un estado de cansancio.
Once de la noche y apenas llegaba a su domicilio, si sus padres estuvieran en casa, seguro lo descuartizaban por llegar tan tarde sin avisar, menos mal que no estaban. Al acercarse a la entrada, vio sentado al genio de su equipo.
—Ahórrate la pregunta “de qué hago aquí” es obvio que vine a verte— se aventuró a decir al notar la evidente sorpresa en el rostro de Gakuto, que sin más le invito a pasar. A petición de Oshitari, no hizo preguntas de por qué estaba ahí, sólo se limitó a disfrutar la enigmática compañía del muchacho mientras permanecían sentados en la alfombra de su habitación.
—Las doce en punto— murmuró mientras veía el reloj. Oshitari se acercó más a él hasta pasar su brazo por encima de los hombros del menor, atrayéndolo a su cuerpo con la precaución de no incomodarlo.
—Pensé en traerte un regalo, pero caí en cuenta de que tal vez me lo arrojarías— rió ante su propio comentario, ocasionando un rubor en el más pequeño. —Gakuto, si estoy aquí es porque el mejor regalo que se me ocurrió, fue estar contigo y que supieras lo hago, porque me gustas tal cual eres, aún si medio mundo te detesta— mmm peculiar capacidad de Yuushi para decir las cosas, las decía con tal soltura que parecía hablaba del tema más normal del planeta, y en definitiva no lo era, al menos no para la percepción de Mukahi.
—Maldiciones Yuushi, eso suena tan gay— se quejó haciendo un ligero mohín, ladeando su rostro para no dejar al descubierto sus coloreadas mejillas.
—¿Y te molesta que así sea? De ser así, creo que tendré que soltarte— Gakuto negó aún sin mirarle. —Bien, porque lo creas o no, fue una declaración—.
—Idiota, más vale que vayas regresando todos esos regalos que te dieron hoy— sentenció el de cabellos cereza viendo con recelo al de anteojos.
—Mmm… ¿dónde está el muérdago cuándo se le necesita?— comentó a modo de broma el genio logrando un codazo del otro. Gakuto pensó, que su acompañante debía dejar de ver tanta película cursi. Curioso encontrarse en plena navidad, abrazado del hombre que había provocado su odio hacia esa fecha, porque siendo sincero, si odiaba esa fecha era porque jamás había recibido el regalo perfecto de la persona perfecta, y en este caso, ese era Oshitari Yuushi.