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Cuéntame un cuento por Neriah27

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Notas del fanfic:

Bueno, esto se suponía que era un cuento para responder al desafío de Jee. Quiero un cuento, aunque como siempre me pasa, creo que se ha salido un poco de lo que pedía el desafío. Me ha salido demasiado coherente...

Pero bueno, espero que guste de todas formas ^__^

-Cuéntame un cuento. -Nahím rió y revolvió el cabello dorado de su amante mientras lo acomodaba sobre su pecho. -¿Qué clase de cuento? -Javi cerro los ojos y se dejó mecer en su pecho -Uno de príncipes encantados y gigantes y hadas. Un cuento sólo para mí. -Nahím volvió a reír. Luego se aclaro la garganta y empezó. -Érase una vez...


En un reino muy, muy lejano, vivía Llamarada, él era el rey de las hadas y todas las fatas del bosque le rendían pleitesía. Las ninfas bailaban para él, los silfos lo arrullaban en su sueño y las dríades le entregaban los frutos de sus árboles para que se alimentara. Incluso los gigantes de las montañas del sur bajaban hasta su bosque sólo para llevarle nieve con la que hacer helados.


Llamarada era capaz de incendiar cualquier pecho, de hacer que cualquier corazón latiera sólo por y para él. Y sus favoritos eran los humanos, aquellos necios pensaban que podían apoderarse de su reino y nunca aprendían. Nunca creían la historias, realmente no las escuchaban. Y siempre volvían a internarse en sus bosques para no volver a salir jamás.


Llamarada los hacía bailar al son de su música hasta que desfallecían, o los convertía en animalitos, o los hacía sentir tal pasión por él que perdían la razón y volvían a sus casas balbuceando cosas sobre una belleza terrible que habitaba en el bosque. Y cada vez que eso sucedía Llamarada reía feliz y se jactaba de su poder para proteger su reino, pensando en su inocencia, que ese sería el último humano que pisaría su bosque.


Pero los tiempos cambiaban y los humanos habían dejado de ser esas necias criaturas, para convertirse en monstruos horribles que devoraban todo a su paso. Su magia se había hecho más poderosa y ahora apenas tardaban unos minutos en talar un árbol. Las dríades apenas tenían tiempo de avisarlo antes de que sus vidas fueran segadas para siempre por los monstruos rugientes que acompañaban a los humanos.


Llamarada sentía que perdía poder cada día que pasaba, cada árbol que talaban, cada río que era envenenado, cada grado de más que derretía las montañas de los gigantes, hacían que Llamarada se debilitara. Las dríades y las Náyades morían a decenas y él sólo se enteraba cuando sus hilos vitales se desvanecían en la nada, sin darles tiempo de llegar hasta él. Los humanos estaban matando al bosque y con el bosque lo estaban matando a él.


Pero no lo dejaría así, el bosque era su hogar, su reino. Si los humanos se dedicaban a exterminar a sus amigos, el sacaría fuerzas de flaqueza y contraatacaría con más poder del que había usado hasta ahora. El rey se envolvió en su capa y se internó en el bosque hasta llegar al claro de las mariposas. Varias hadas diminutas volaban alrededor del árbol sagrado, contándole las noticias de todo el bosque. Cuando lo vieron llegar las hadas se acercaron a él y revolotearon alrededor de su cabeza. -Su majestad, su majestad -Chillaban las Diminutas, con sus alas resplandeciendo en todos los colores del arco iris.


Llamarada se acercó al árbol y puso su mano sobre él. Una figura femenina enseguida se materializó ante sus ojos. Era sabia, más sabia que nadie en aquel bosque, era la dríada más antigua y llevaba en aquel lugar desde antes de que naciera Llamarada, incluso antes de que naciera el abuelo de Llamarada. La anciana se acercó a él y le tendió el arma. Era una espada de madera y fuego feéricos. Un arma mortal para cualquier humano que la tocase, un arma que se alimentaba de almas humanas y que los seres del bosque sólo habían necesitado usar una vez, hacía más de mil años, cuando la guerra entre los humanos había llegado hasta las lindes del bosque y las criaturas tuvieron que defender su territorio de tan terrible intrusión.


Llamarada empuñó la espada y las Diminutas se arremolinaron alrededor de su torso formando una armadura. el hada avanzó hacia el lugar en el que había muerto la última dríada. Ya no serían simples bromas, ya no serían encantamientos. Había llegado la hora de TALAR humanos.


Caleb no se lo podía creer, había luchado tanto por defender aquel bosquecillo que ahora se sentía impotente viendo como lo talaban indiscriminadamente. Un campo de golf, eso había dicho su padre. Un campo de golf situado cerca del hotel rural, haría que los clientes aumentaran. No podía permitirlo, aquel bosque había sido su refugio en tantas ocasiones... Iba allí para pensar, para pasear, para llorar cuando su padre le recordaba que era un inútil por tener conciencia, por no ser un tiburón de los negocios, por preocuparse por los demás y no sólo por el propio beneficio. Aquel lugar era mágico, parecía como si los árboles pudiesen caminar, como si los ríos cantasen y el viento le susurrase al oído palabras de consuelo. No dejaría que destruyeran aquel bosque, decidió.


Por eso cogió las cadenas, por eso se ató al grueso tronco y se negó a moverse de allí. Aunque desfalleciera, aunque muriese de hambre en su muda protesta. Pero su acto era fútil, los obreros que allí trabajaban talando árboles, sólo se burlaron de su actuación. -Protege ese árbol todo lo que quieras, tenemos otros muchos por talar. Dejaremos ese para el final, cuando hayas sucumbido al frío, al hambre y al cansancio. -Caleb lloró de impotencia, pero se mantuvo firme, si no podía salvar el bosque, por lo menos salvaría un árbol. Aunque sólo fuese uno.


En ese momento no supo muy bien si lo había oído o sólo se lo había imaginado, pero le pareció escuchar una palabra, sólo un susurro, un tímido “gracias” que pareció surgir de aquel haya. Y entonces, cuando ya había perdido toda esperanza lo vio: Su cabello rojo parecía arder bajo la luz del temprano atardecer otoñal, su esbelta figura se movía con la gracia del viento, su torso parecía brillar con luz propia, como si un millón de pequeñas luces lo envolviesen. Y sus pasos tenían la fuerza y la sutileza del agua.


Las famosas palabras de un actor, llegaron hasta la mente del joven: “Water can flow, or it can crash” Y Caleb sabía que había llegado el momento en que el agua golpearía. Lo vio acercarse al primero de los obreros, que no parecían prestarle atención y entonces oyó su voz, suave y cristalina como la luz del sol y al mismo tiempo potente como un huracán.


-Dejad en paz mi bosque, necias criaturas. -Caleb sintió como una extraña felicidad que se instalaba en su corazón al oír aquellas palabras. Si alguien podía salvar el bosque era aquel ser salvaje. Si él se enfadaba no habría campo de golf, el asustaría a aquellos obreros, y se marcharían lejos, negándose a volver. Pero parecía que algo fallaba. Los obreros no daban muestras de haberlo escuchado.


El ser, una vez más se encaró a los obreros -Salid de mi bosque si queréis conservar la vida. ¡Largaos de aquí! -El corazón de Caleb latía con fuerza, aquella voz lo estaba hechizando sin que pudiese hacer nada por evitarlo, sin embargo los obreros parecían no oírlo. De hecho, parecía que ni siquiera lo veían. Y entonces Caleb comprendió, no podían. Aquellos obreros no creían en la magia, habían cerrado su mente a todo lo mágico y sobrenatural, se habían vuelto tan “adultos” que no podían oír ni ver a aquel bello ser que los exhortaba a irse. Y un peso se instaló en el pecho del joven muchacho. Si no podían verlo ni oírlo, ¿podría él actuar contra ellos?


La respuesta le llegó casi de inmediato, cuando vio que el rey, furioso, descargaba su espada contra uno de los hombres. La espada atravesó limpiamente su cuerpo sin hacerle ni un sólo rasguño. El obrero siguió con su trabajo como si nada y Caleb pudo ver el gesto de derrota y desesperación en la cara del ser.


Llamarada se quedó atónito su espada, la espada mágica para combatir humanos estaba fallando. No lo comprendía, en la última ocasión La reina Cristalina no había tenido problemas para empuñarla y acabar con las criaturas que intentaban atacar el bosque. ¿Por qué ahora la espada no los afectaba? ¿Tanto había aumentado la magia de los humanos?


-Ellos no pueden verte -Llamarada se giró veloz hacia la voz que lo hablaba, una voz humana sin ninguna duda. -No creen en ti, no creen en la magia y por lo tanto no puedes afectarlos. Porque la magia sólo afecta a los seres cuando creen en ella. -Llamarada se acercó al humano con una sonrisa de suficiencia. -¿Y tú si puedes verme? ¿Tú sí crees en la magia? Entonces acabaré primero contigo y luego buscaré la forma de afectarlos a ellos. -Llamarada levantó su espada y vio como el chico cerraba los ojos como esperando recibir el golpe. Sus mejillas estaban arreboladas y sus gestos, a pesar de no estar intentando impedir su ejecución, delataban su miedo. El rey se preparó para descargar el golpe. “¡No! Llamarada, no...”


Caleb cerró los ojos esperando el golpe, si era a manos de aquel ser no le importaba morir. ¿Dolería mucho recibir un golpe de esa espada? No quería morir, pero tampoco quería luchar con aquel joven tan bello. Entonces volvió a escuchar la voz que le había parecido que le daba las gracias antes. “¡No! Llamarada, no...” Una joven, una hermosa joven de piel herbácea, se había puesto delante de él. “Llamarada, su majestad. Le pido clemencia. Este joven ha estado ayudándonos” -¿Ayudándonos? ¿Un humano? -Aquel ser, cuyo nombre parecía ser Llamarada, lo miró con la incredulidad pintada en el rostro. Pero la mujer volvió a hablar en su defensa. “Sé que soy una dríada joven y que apenas cuento con unas décadas de vida. No pretendo cuestionar la sabiduría de su majestad en lo que concierne a los humanos, pero este en particular ha salvado mi vida, encadenándose a mi árbol para evitar que lo talasen. Por eso os pido clemencia, por favor majestad.”


Caleb aguantó la mirada escrutadora de Llamarada, no parecía muy convencido y sospechaba que era incapaz de fiarse de un humano. -Por favor, señor. Dejadme ayudar. Haré cualquier cosa para salvar el bosque. -Llamarada sonrió. -¿Cualquier cosa? ¿Incluso dar tu vida? -Caleb lo miró a los ojos, aquellos ojos eran del mismo color de su pelo y refulgían con la intensidad del fuego. Y entonces lo supo, no tuvo ninguna duda. -Daría mi vida si fuese necesario.


Llamarada pudo ver la determinación en sus ojos antes incluso de que hablase.“Daría mi vida si fuese necesario”, había dicho. Y el rey supo que no mentía. Llamarada se sintió extraño, había conocido pocos humanos como él, humanos que realmente amasen y respetasen la naturaleza. Le costaba entregarla, pero aquel joven la merecía, por eso decidió otorgarle su confianza -Está bien, acepto tu oferta. -En ese mismo momento, sin más aviso que el súbito acercamiento, se puso frente a él y lo besó.


Caleb no podía creerse aquello, aquel ser de belleza infinita lo estaba besando a él, un simple mortal que no era merecedor de semejante honor. Y entonces empezó a notarlo, su conciencia no era del todo suya, se estaba fundiendo con la de Llamarada. Pudo ver todos sus pensamientos, toda su vida y supo que llamarada estaba viendo la suya. Y lo sintió llorar al ver una de las palizas que le había propinado su padre, una paliza que se había llevado sólo por llevar a casa a un gato herido. -Los humanos sois tan crueles -Las lagrimas caían por la cara de Caleb que ya no sabía si eran suyas o de Llamarada. El lazo entre sus mentes se hizo más fuerte y Caleb pudo sentir las risas de las ninfas y los besos de las Náyades, pudo sentir toda la fuerza del bosque corriendo por sus venas y pudo sentir como su espíritu se hacía uno con el de Llamarada.


Cuando volvió a abrir los ojos que había cerrado al iniciarse el beso, Caleb comprobó que se había liberado de las cadenas y que ahora sostenía la espada de Llamarada en sus manos. Y escuchó a su voz decir -DEJAD EN PAZ MIS ÁRBOLES -Los obreros se volvieron sobresaltados, Caleb no estaba muy seguros de que estarían viendo, pues si bien no creían en la magia, él era de carne y hueso, por lo tanto tenían que estar viéndole allí de pie en actitud amenazante. Vio sus muecas de horror y supo que ahora que veían empezaban a creer y con la creencia podían ver más cosas que hacían que su terror aumentase.


Ni un sólo hombre sobrevivió a la furia de Llamarada, pronto se extenderían los rumores y la gente empezaría a creer de nuevo, a creer y a TEMER. Temerían el bosque y lo dejarían en paz. Al menos durante una temporada...


Las noticias sólo dijeron que cuatro hombres y un joven habían sido encontrados muertos en extrañas circunstancias, pero cuando el padre de Caleb encontró el cuerpo de su hijo entre los hombres muertos, supo que su hijo había tenido algo que ver. No entendía cómo podía haberlo hecho, pero sabía que había sido su hijo el que había acabado con ellos y con su propia vida. Y al comprenderlo lloró.


Era un hombre sin escrúpulos, sí. Pero su familia era importante para él y su hijo había muerto para defender ese bosque, que él intentaba convertir en un campo de golf. La culpa lo oprimía tanto, que no quiso seguir adelante con el proyecto, al menos haría eso en memoria de Caleb. Convertiría aquel bosque en la tumba de su hijo y lo protegería por él. Había necesitado que muriese para darse cuenta de lo importante que era para Caleb la arboleda. Tras el funeral, el señor Thompson se internó en el bosque, apretando contra su pecho la urna de las cenizas de su hijo. Llegó al claro en el que había muerto y dándole un último adiós, abrió la tapa y dejó que sus restos mortales volasen entre las ramas de los árboles.


-Has tardado mucho Caleb. -El joven abrió los ojos sintiéndose frío, sin embargo eso no lo molestaba, estaba cómodo en su frialdad. -¿Qué ha pasado? -Preguntó aún confuso. Sabía que estaba en el bosque, pero debía estar mucho más adentro de lo que jamás había llegado. Llamarada le sonrió y su corazón se desbocó. O debería haberlo hecho, pero no notaba sus latidos. -Ningún humano que toque la espada de fuego feérico puede sobrevivir, pues ella absorbe tu alma.


Caleb lo miró confuso, si estaba muerto ¿Cómo era posible que pudiese estar hablando con Llamarada? ¿Cómo era posible que sintiese su mano rozando su fría mejilla? Llamarada rió con una risa cristalina, como carcajadas de bebé. Ya no parecía furioso y su belleza era más asombrosa que nunca. -La espada absorbió tu alma, pero era demasiado pura para alimentar el fuego feérico, así que te devolvió al bosque. Ahora eres uno de mis súbditos y eres libre de moverte por donde quieras, mi bella náyade. -¿Nayade? Caleb se fijó entonces en su cuerpo, en lo primero en que reparó es en que estaba desnudo, pero no sentía vergüenza. Su cuerpo ya no era de carne y hueso, era de agua, agua dulce del río. Su piel era translucida y variaba en una gama de verdes, grises y azules dependiendo de lo que tuviese detrás. Sintió un júbilo como nunca antes lo había sentido. Ahora pertenecía al bosque y le pertenecía a Llamarada. Ahora podría cantar para él, jugar a su alrededor junto al resto de fatas y besarlo cada vez que bajase al río a beber o a bañarse. Y esa era toda la felicidad que Caleb necesitaba...


-Y fueron felices y comieron perdices. -Dijo Nahím depositando un suave beso en la cabeza de Javi, el otro joven murmuró algo en sueños y se aferró aún más a él. -Buenas noches mi bella náyade, dijo mientras apagaba la luz de la mesita de noche y se sumía él también en un dulce sueño.

Notas finales:

Bueno, espero que haya gustado. ¿Reviews? ¿Plis? ^___^

 

(He arreglado unos cuantos errores que había, pero seguro que todavía quedan... Es lo que tiene publicar antes de que mi beta me de el visto bueno :P)


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