Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luna Llena por Iracebeth

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

Ok, ya sé lo que todo mundo ha de estar pensando ¿y esta? ¿Quién es? ¿De dónde salió? ¿Por qué chingados contamina mi computadora con sus estupideces?

 

Pues bien, todo tiene una explicación, mi nombre es Karura/Wind/Trustless/Ivy o cualquier nombre que quieran usar, desde ya les digo que este escrito es UA, y probablemente sea muy extraño, con temáticas de vampiros y hombres lobos y esas madres... La pareja principal -por el momento- es el Spamano, Spain x Romano, España x Romano, Antonio x Lovino o como mejor les parezca que se les diga.

 

Tengo pensado incluir parejas secundarias:

Alemania x Italia (esta seguro va xD)

Francia x Canadá (lo estoy pensando)

USA x UK (en menor medida, si no me alcanza la historia éstos y las demás secundarias tendrán otro fic :p)

Rusia x China (tal vez, si me inspiro)

Prusia x Austria (sí es seguro que van, aunque sea un poco, quizás para el otro fic...

 

Disclaimer: ¡Hetalia es mío! ¿Se lo creyeron? ¡No! ¡No es mío! le pertenece a Hidekaz Himaruya-sama y a Studio DEEN

 

Notas del capitulo:

Lo puse a modo de Prólogo, es un relato de uno de los protagonistas... es el primer fic yaoi que subo,  misericordia por favor

 

Capítulo 1: A modo de Prólogo "Días que cambian vidas"

 

 

 

Aún recordaba con claridad aquel día soleado, los rayos del astro mayor cegaban sus ojos y calentaban su piel, hacía calor... hacía muchísimo calor.

 

Recordaba la plaza atestada de gente, las risas, los gritos, y alguna piedrita ocasional estrellándose en su piel curtida por el sol, estaba a punto de ser vendido en el mercado, como si fuese un animal, un sucio y asqueroso animal, claro que eso era lo que era para ellos, un furioso animal que se volvería contra sus amos si no lo llevaban encadenado, las cadenas estaban mohosas y daban una asquerosa sensación de podredumbre al chocar contra su piel.

 

Miró por los alrededores, siendo cegado por el resplandor de algún metal, hacía calor, podía sentir las gotas de sudor corriendo por su piel, suavemente, dejándole una odiosa sensación de cosquilleo en la piel, y era odioso porque no podía rascarse en forma alguna, al menos si quería permanecer intacto hasta ser comprado.

 

Por lo menos aquella vez no estaba sucio, la noche anterior lo habían bañado cuando menos... si la palabra bañarse podía traducirse como levantarlos a la media noche y arrastrarlos a palazos hasta un río que quedaba cerca del campamento, obligarlos a remojarse para luego arrojarles agua jabonosa, y luego volverlos a mojar en el río, para mandarlos de vuelta a la intemperie en la fría noche, pero estaban acostumbrados, y eran resistentes, solo los niños enfermaban de cuando en cuando, y los mayores siempre intentaban darles los puestos más calientes, para evitar que murieran.

 

Los pusieron de frente a un nutrido público de gente de la alta sociedad, todos estirados aristócratas con trajes caros dispuestos a pagar mucho dinero por un esclavo, alguien había estado a punto de comprarlo, un hombre alto y rubio, que lo examinó minuciosamente, como si fuese un trozo de carne, sin embargo, y para suerte -sea buena o mala- del esclavo algo los detuvo.

 

Se oyó un estruendo enorme, al otro lado de la plaza, había gritos y gente corriendo en todas direcciones, el grito de una mujer desde el centro de la plaza, el llanto de un niño... y luego pudieron observar al enorme coloso, era una enorme bestia peluda, grande como un oso, alto como un caballo... pero su apariencia era la de un lobo, tenía un hocico que sobresalía en su cara y grandes ojos amarillos que parecían refulgir con odio, gruñía en todas direcciones mostrando sus enormes fauces de las que caían goterones de baba amarillenta, la gente quedó en silencio observando al animal, todo estaba en una aparente calma.

 

Y entonces los soldados empezaron a atacar a la bestia, y esta reaccionó de la única manera que sabía, atacándolos también, había mordidas y la sangre teñía el suelo de la plaza de rojo, la gente corría en todas direcciones intentando salvarse, salvar a sus familias, a sus padres y a sus hijos.

 

El esclavo miro casi sin creérselo a la enorme criatura que se abalanzaba contra los guardias y destrozaba sus armas entre sus fauces, aturdido uno de los guardias clavó su arma en una de las enormes patas de la bestia, que solo gruñó y se lo quitó de encima de una patada.

 

"Necesitan algo más" -pensó el esclavo mientras intentaba adivinar donde podría conseguir una daga o una espada de buen material. La horrible bestia gruñía y atacaba; tenía que atraparla, evitar que hiriera aún más gente, él podía, su gente estaba entrenada para hacerlo; pero no encontraba nada que fuese de ese precioso metal, frustrado llevo las cadenas a su rostro, encontrando un suave resplandor detrás del moho, haciendo uso de sus uñas quitó algo de herrumbre de los grilletes encontrándose con un metal único en su tipo, con un suspiro resignado divisó a la bestia y luego a los grilletes en sus manos, grilletes que estaban hechas de lo único capaz de detener a ese monstruo; plata.

 

Sentía a sus compañeros tirando para liberarse, con maestría única rompió la parte de las cadenas que lo unían a otros dos esclavos, que al verse libres corrieron a refugiarse, suspiró y saltó de la tarima,  maldiciendo internamente su personalidad, ojalá él también pudiese correr, pero no podía dejar que esa bestia matara, no pensaba permitirlo; cayó suavemente en la calle, intentando no llamar demasiado la atención, pero ese esfuerzo fue inútil, la bestia lo miró con sus ojos animales mientras el esclavo se agazapaba, preparándose, atraparlo se le complicaría, pero al menos la cadena mantendría a la bestia lejos de su corazón y su cuello, los puntos donde el flujo de sangre la guiaría por naturaleza, si realmente era ese tipo de bestia solo una cosa podría guiarla hacia un poblado repleto de humanos peligrosos, solo una cosa sería capaz de hacerla ir en contra de sus instintos.

 

Y eso era el hambre, estaba seguro de que esa criatura estaba hambrienta, famélica y desesperada por probar su valor ante los miembros de su manada.

 

Y por supuesto que no iría por cualquier humano que corriese, o que gritase, o cualquier presa poco apetitosa... la bestia iría por el que tuviese el olor más dulce, o bien, por el miembro de un casi extinto clan de cazadores, seguro que matarlo lo ascendería en el escalafón de la manada, catapultándolo a alfa en un santiamén.

 

Y claro, por razones del destino la única persona cercana que cumplía esas características era él.

 

Pensó todo eso en una milésima de segundo, tiempo en el que el animal gruñó y empezó a correr en su dirección, el esclavo respiró hondo y corrió también, barriéndose justo en el momento en que la bestia saltaba, y levantándose al instante, la bestia lanzó una de sus garras contra él, se agachó, evitándolo por unos pocos centímetros, corrió al centro de la plaza y se barrió de nuevo, guiando a la criatura a golpearse contra un poste, sin embargo su plan no resultó; la bestia usó el poste como apoyo, saltó en su dirección con fuerza, pero él fue más rápido, evitándolo, y dejándola golpearse contra una casa.

 

Suspiró, sabía que no podría jugar al gato y al ratón eternamente, él era un ser humano, y terminaría cansándose, y entonces sería alimento para el monstruo...

 

Sintió un gigantesco peso embistiéndolo, jadeó y abrió los ojos encontrándose con las fauces de la bestia muy cerca de su rostro, algo de su aliento a sangre y carne podrida llegó hasta su nariz, del asco estuvo a punto de sufrir una arcada, era un olor hediondo y putrefacto, era obvio que esa cosa no había sido humana en demasiado tiempo, ni siquiera podía contarse como un animal, era una bestia sin mente alguna, ni siquiera tenía instintos, más que la matanza y la destrucción.

 

Sus enormes fauces se cerraron muy cerca de su rostro, y un estremecimiento de miedo recorrió su espina dorsal.

 

¡No! ¡Él no terminaría de esa manera! ¡Era imposible! ¡Esa clase de final era...!

 

Cientos de recuerdos invadieron su mente, recuerdos de sus años más felices, recuerdos de sus amigos y recuerdos de sus hermanos, sus lindos hermanos que seguro sufrirían un destino igual o peor al de él, pero habían prometido que serían felices, no morirían sin haber amado, no morirían sin haber visto un atardecer en la costa, no morirían sin haber hecho el amor bajo la lluvia... no morirían de una forma ridícula, cuando muriesen sería de una manera apasionada y grandiosa, no así.

 

 No, él no estaba hecho para tener una muerte como esa, cuando muriese sería de manera apasionada... y no mutilado por los colmillos de una bestia salvaje.

 

Sacando fuerzas de donde no las tenía puso ambos pies desnudos en el cuerpo de la bestia, subió ambos brazos a la altura de su cabeza acercándole la plata al coloso, y empujándolo con los pies fuertemente lejos de su cuerpo, sintió una fortuita corriente de aire mecer su cabello y alejar la sensación de nausea de su cuerpo, miró fijamente a la bestia, dispuesto a no dejarse eliminar, trazando un plan rápidamente, podría cercarlo con la plata y encerrarlo en la jaula en la que los habían traído a ellos...

 

Trazado el plan le dirigió una mirada a la bestia, un destello felino y salvaje adornaba los intensos ojos verdes del esclavo, la leve luz del sol se colaba por entre las ramas de los árboles, alumbrando su cabello castaño y su piel, levemente sonrojada por la agitación, su pecho subía y bajaba rápidamente, mientras una sonrisa casi felina empezaba a observarse en su rostro.

 

-Ven bestia -dijo sinuosamente el esclavo en lo que debía ser su idioma nativo, la lengua de los impuros, el idioma de los gitanos, sin reconocer las palabras humanas el enorme animal rugió y bramó, pero no atacó al esclavo, habiéndose llevado un mal trago por la plata decidió no atacar al peligroso preso, sino que dirigió su enorme hocico a través de la plaza, buscando una presa más apetitosa, y sin duda que le costaría menos conseguir-.

 

Se fijó en una pequeña y temblorosa niña que al parecer no había tenido tiempo de huir, tenía una pequeña fruta entre sus manos, oscura sangre que manaba de sus manos y caía al suelo... sangre que llamaba al coloso a abalanzarse hacia ella.

 

El animal corrió hacia su presa recién electa, el esclavo siguió la dirección de su enorme hocico y miró a la niña, una pequeña niña de pelo castaño corto, con un peculiar rulo sobresaliendo de la blanca pañoleta que adornaba su cabeza, sus ojos de color miel relucían de miedo y temor al mirar al animal, antes de que el esclavo pudiese notarlo la bestia corrió, en dirección a la sangre, en dirección a la comida; hacia una pequeña niña que no tenía la culpa de nada.

 

Casi sin pensarlo el esclavo corrió detrás de la bestia, grabándose en su mente la mirada atemorizada de la pequeña, entendiendo muy dentro de él que las cosas habían cambiado, y que sino mataba a la bestia sería incapaz de salvar a la niña.

 

Con el impulso de su carrera saltó sobre la espalda del monstruo, hincando los pies en sus costillas y aferrándose a su pelaje, enredó la cadena plateada alrededor del cuello de la bestia, tiró de sus brazos hacia atrás, haciendo presión, ahogando a la bestia con la plata de sus cadenas, el coloso se sacudía en todas direcciones intentando librarse de él, pero era fuerte, mucho más fuerte que la mayoría de los débiles esclavos que le rodeaban la gran parte del tiempo.

 

Sintió un dolor punzando en su brazo, gruñó, uno de los colmillos de la bestia se había clavado en su miembro, la sangre manaba sin parar y el dolor era casi insoportable, pero decidió usarlo en su beneficio, y dobló la fuerza con la que lo sostenía, intentando usar la adrenalina para impulsarse; la bestia se sacudió una última vez, y luego cayó al suelo, sin latidos en su enorme corazón y sin respiración en sus salvajes pulmones, un esclavo había eliminado al demonio.

 

Alzó la vista, encontrándose con que la bestia había avanzado varios palmos llevándole en su espalda, lo primero que vio fue unos ojos marrón claro a la altura de los suyos, refulgiendo de miedo y sorpresa; era la niña, de cerca se permitió examinarla, su cabello marrón de un tono más oscuro que el de sus ojos, y ese rulo extraño que sobresalía de su fleco enrollándose hacia arriba, la pañoleta blanca y un lindo vestido azul; la niña también lo miró, y él supuso cómo debía de lucir para ella, un sucio y sangrante monstruo que acababa de matar a otro monstruo.

 

La gente empezó a volver a la plaza, mirando la escena impresionados, pero para ellos dos era como si el tiempo no pasara, los murmullos empezaron a elevarse y antes de que alguien pudiese evitarlo aparecieron dos guardias para llevarse al esclavo, usando las armas que no habían podido detener al demonio para apresar a su vencedor, un golpe en sus costillas y en la parte trasera de sus rodillas lo hizo perder el equilibrio; el esclavo cayó al suelo retorciéndose ante la mirada aterrorizada de la pequeña niña, y antes de que lo arrastraran a través del suelo movió sus labios articulando un "De nada" en su idioma nativo, a pesar de que tal vez la niña no pudiese entenderlo, mirando los ojos color miel de la pequeña y sintiendo por primera vez en su vida que la sangre sí tenía aroma, o quizás era el aroma de la fruta, de la plaza, y de la pequeña niña de asustados ojos caramelo que gritó en cuanto empezaron a arrastrarlo...

 

Se despertó dando un respingo, había sido otra pesadilla.

 

Suspiró, pasando una mano por su cabello, no era la primea vez que soñaba con eso, y estaba seguro de que no sería la última.

 

Dando un suspiro miró la luna cuarto creciente cuya luz se filtraba a través de los barrotes de su jaula...

 

Y Antonio Fernández Carriedo hizo una mueca al recordar ese sueño.

 

¿Cuántos años habían pasado? ¿Diez años? ¿Quince tal vez? El ciclo lunar no era exactamente el método más viable para contar.

 

Por eso no llevaba la cuenta, le era imposible, quizás fuese menos o quizás más, en el fondo no le importaba, ¿o acaso era importante? saber cuántos años habían pasado desde ese suceso que había logrado cambiar su vida no lo volvería a como era antes, no necesitaba el tiempo, después de todo ahora pasaba de él.

 

Miró sus manos manchadas de tierra húmeda; siquiera las uñas no estaban largas, solo sucias, como todo el resto de él, desde la punta del pelo hasta las puntas de los pies, estaba asqueroso, cuando menos esas cadenas no lastimaban sus muñecas, en todo caso solo eran molestas, aprisionándolo, deteniéndolo, recordándole con su insufrible tintineo dónde estaba y en qué estado.

 

Miró a través de los barrotes del techo de su celda la luna que iluminaba el cielo con su brillo, era casi un perfecto círculo, solo faltaba una pequeña parte, pronto sería luna llena, y ellos lo sacarían para que hiciera cualquier trabajo sucio, casi sintió deseos de reír, él no era como todos, él podría hacerlo en cualquier momento, y seguro les causaría menos problemas de los que estaba acostumbrado a causar en luna llena, pero ellos no lo sabían, ni él se los haría saber.

 

Recordó de paso a sus dos amigos, que buenas habían sido las cosas cuando estaba con ellos, mucho antes de todo eso ¿Dónde estarían? ¿Qué harían ahora?

 

Rió resueltamente al imaginar las posibilidades y oyó un gruñido de las bestias a sus lados, sus compañeros de prisión, sin embargo no podía culparlos, ellos no eran como él, eran solo bestias, criaturas sin alma ni mente que se habían creído cada maldita patraña dicha por sus captores, que no eran humanos, que eran animales hechos para servir a sus dueños, él era el único que no se había olvidado de  lo que había sido y aún  era, un humano.

 

O quizás no el único.

 

Oyó una escandalosa risa a su lado, y más gruñidos de parte de las bestias, sonrió con despreocupación y se rió el también, él y su compañero siguieron riendo hasta que ya no les quedó aire en los pulmones, aún así seguían riendo, siguieron riendo hasta que el dolor de espinas de plata clavándose en sus cuellos les indicó que debían parar.

 

Apretando los dientes miró a través de los enmohecidos barrotes a su lado, a la única persona (aparte de él) que parecía no haberse olvidado de ser humano, era un hombre joven, alto y rubio con brillantes ojos azules, un mechón se alzaba imperioso sobre su cabeza, Antonio sabía que entre sus vestiduras ocultaba unos anteojos, que a pesar de no necesitar conservaba aún, y usaba de vez en cuando, para la rabia de sus captores, que nunca lograban encontrarlos para arrebatárselos, odiaban que una de sus mascotas usase lentes, esas eran cosas de humanos, y para ellos esas cosas no eran humanos.

 

-Déjalos Alfred -dijo con una sonrisa casi ausente en su rostro, a pesar del dolor- solo son animales.

 

La prisión volvió a quedar en completo silencio, uno que otro gruñido aquí y allá pero fuera de eso las cosas estaban en calma, el -en apariencia- joven de ojos verdes suspiró y volvió a ver la luna, esa noche no podían ver las estrellas, el cielo estaba encapotado y solo la luna rompía aquella invencible capa de celajes, él también se sentía encapotado, desearía poder pensar en algo más, pero aquel día nublaba su mente al completo.

 

Sus ojos miraban la luna, fuerte, invencible, la patrona de su gente, y la maldición de su condición, una continua y casi omnipresente compañera; su amiga y enemiga...

 

Y sin saber cómo su mente había acabado por relacionarlos al mirar la luna recordó el rostro de aquella pequeña niña, el cabello castaño y los ojos color marrón claro, esa mirada de miedo al ver al gigantesco animal en el suelo, sin embargo su recuerdo fue empañado por algo rojo... la sangre que manaba de la herida en su brazo, recordó el dolor de ser arrastrado por el suelo y la última mirada que le dio aquella niña, sin quererlo recordó como sus labios se entreabrían ligeramente, como si desease contestar a las últimas palabras que le había dicho, como si realmente le hubiese entendido.

 

Suspiró, no debería pensar demasiado, y menos  si se concentraba en cosas como esas.

 

Oyó el suave ronquido de Alfred desde la celda al lado de la suya, él se había quedado dormido, pensó en dormir un poco y la idea la pareció atractiva, tan atractiva que deseó estar en una cama mullida o siquiera tener una almohada. Pensó que sería inútil pues hacia mucho que no descansaba realmente, sin embargo sentía que en ese momento dormir le haría bien; se hizo un ovillo en el suelo y decidió que lo intentaría, solo un poco, por cómo estaba la luna estaba seguro de que muy pronto tendrían que volver a "trabajar".

 

Suspiró y lo último que vieron sus ojos esa noche fue el brillante astro, que emitía un suave resplandor plateado; su mente evocó el rostro de la niña y sus párpados cayeron sobre sus ojos, dándole un dulce sueño por primera vez en muchos años.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).