Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Balada alegre para un sauce llorón por Neriah27

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

Odio los petardos, los odio con todas mis fuerzas, así que supongo que esto surgió a raíz del odio enconado que le tengo a esos malditos chismes.

-¿Qué es eso Nahím? -Javi miraba con curiosidad la esfera de cristal que el moreno sostenía entre sus manos. -¿Esto? Esto es una bola de cristal. Pero no es una bola cualquiera, es una bola de cristal mágica. Llamarada, Caleb y todos los seres del bosque Lomad están ahí dentro. Y cada vez que la mires, ella te contará un nuevo cuento de hadas. -Javi cogió la pelota con sumo cuidado -¿Puedo mirarla? -Nahím sonrió divertido -¡Claro! Es para ti. Feliz aniversario amor.

Javi rió alborozado y se subió a la cama con su cristalino regalo entre las manos. La observó durante un instante y allí donde hacía sólo un segundo sólo veía sus manos, empezó a formarse una neblina de colores y poco a poco pudo ir distinguiendo pequeñas figuras que cobraban vida y empezaban a danzar dentro de la bola.

El rey Llamarada bailaba contento al son de las voces de los silfos. Su náyade favorito lo acompañaba en su danza, Caleb era feliz estando a su lado y el resto de fatas compartían esa felicidad, ya que aquel día se cumplía un feliz aniversario. Diez años, diez maravillosos años habían pasado desde el momento en que Llamarada y Caleb se habían fundido en un solo ser y habían salvado el bosque.

Pero parecía que aquel día no terminaría tan alegre como había empezado, pues de pronto, una voz suplicante, interrumpió la danza. -¡Llamarada!¡Ayuda Llamarada! -Una dríade venía corriendo por el bosque. Sus verdes cabellos flotaban al viento, pero algo malo debía haber pasado porque tenía un brazo cubierto de llamas. -¡Nos quemamos Llamarada! ¡Ayúdanos! -El rey de las hadas dejó de bailar en el acto y miró a la criatura ardiente. -¡Náyades a mi! Nuestro bosque se quema y debemos salvarlo. Todas las náyades y los silfos del bosque se pusieron en marcha guiados por la dríade que ya apenas podía caminar, pues el fuego se había extendido hasta sus piernas. Cuando llegaron al claro de la dríada un espectáculo dantesco los recibió. El fuego se había extendido ya por varios árboles y se hacía fuerte. Llamarada intentó controlarlo, pero no era un fuego natural, era un fuego humano alimentado con pólvora, No tenía suficiente poder para pararlo él sólo.

-¡Náyades! Rápido, traed el agua de vuestros ríos. ¡Silfos! Moved los vientos para que no propaguen el fuego a más árboles. Yo intentaré controlar estas malditas llamas humanas. -Todos se pusieron en marcha, sin reparar en el cuerpo del chico que yacía inconsciente a los pies de un sauce llorón que tenía la corteza ennegrecida, pero que había conseguido librarse milagrosamente de las llamas.

Cuando por fin consiguieron apagar el fuego, fue cuando vieron al muchacho. Tenía el rostro tiznado de hollín y las manos llenas de quemaduras, pero por lo demás parecía en perfecto estado de salud. Ya que, aunque algo débilmente, todavía respiraba. Todos los seres se quedaron mirando al muchacho inconsciente, pero cuando vieron lo que había tirado a sus pies todo el bosque estalló en cólera.

-¡Petardos! ¡Mocoso insolente! ¿Cómo se le ocurre traer petardos al bosque! -Clamaban indignados los árboles de más edad. -¡Matémoslo! -Gritaban algunos de los más jóvenes. -¡Ha sido él el que ha matado a nuestros amigos trayendo el fuego a este lugar! ¡No debe vivir! -Todos parecían dispuestos a lincharlo y entre tanto jaleo, nadie escuchaba las súplicas del pobre sauce llorón, que por ser un árbol aún joven y algo tímido era ignorado por el resto.

-¡Driadas! ¡Driadas! -Llamó Llamarada incitando al orden entre sus súbditos. -No podemos matarlo así, primero ha de celebrarse un juicio. Ni siquiera nosotros podemos romper las leyes del bosque y matar sin tener certeza de la culpabilidad del chico. -Silfos, coged el cuerpo y llevarlo a mi palacio. Allí sera juzgado y condenado con justicia.

-Majestad, majestad. -El pobre sauce era apartado por sus congéneres e ignorado por el rey que no llegaba a oír su voz. Pobre arbolito tímido que no conseguía que nadie le escuchase. Si seguía así la cosa, Eliot sería condenado sin que él pudiera hacer nada, pues todas las pruebas las tenía en su contra y en aquel bosque casi nadie creía a los humanos. Cuando la turba furiosa abandono el claro Verdemar quedó desolado e hizo honor al nombre de su árbol derramando amargas lágrimas de savia que corrían por su corteza.

Pero no podía quedarse quieto, no sabiendo que su amado Eliot iba a ser asesinado sin poder gozar de un juicio justo. El muchacho había sido una alegría desde los primeros años de vida de Verdemar. Se podía decir que habían crecido juntos, pues había sido el padre de Eliot el que lo había transplantado allí y el que le había dicho al pequeño de tan sólo siete años por aquel entonces, que debería cuidar aquel arbolito y ayudarlo a crecer sano y fuerte.

El padre de Eliot había cuidado de él desde que sólo era un esqueje y luego Eliot había sido el que lo había hecho compañía cuando se sentía solo en aquel bosque tan grande, dónde debido a su timidez le costaba tanto hacer amigos.

Eliot había venido a leer a su sombra en las calurosas tardes de verano, le había traído mantas en las frías noches de invierno, había jugado entre sus verdes brotes en primavera haciéndole cosquillas y cuando en otoño soplaban las brisas suavemente, Verdemar había sido feliz al poder acariciar el rostro de Eliot con la punta de sus ramas. Y a veces, ¡oh! esos eran los mejores días, a veces Eliot tocaba para él con su flauta travesera. Y no sólo él, sino todos los árboles del claro veían corriendo de donde quiera que estuviesen para escucharlo tocar. Pero ahora esos arboles estaban muertos por culpa del incendio y ellos tampoco podrían defenderlo. El claro se sentía tan solitario sin ellos.

Él había llegado allí hacía diez años, cuando sólo contaba siete y había sabido de la guerra contra los taladores sólo por las historias que le contaban el resto de fatas. Pero él los únicos humanos a los que había conocido habían sido Eliot y el señor Gardiner y ellos siempre lo habían tratado con cariño, por eso nunca había sentido animadversión hacia ningún ser humano, no hasta ese día.

Eliot no había tenido la culpa de nada. Es más, él era el que había intentado salvarlo estropeando su bonita chaqueta y quemándose las manos en el proceso. Habían sido otros los que habían estado jugando con la pólvora y los petardos. Eliot no tenía por qué morir por los crímenes de otros, no podía morir sin saber lo mucho que Verdemar lo amaba, sin saber tan siquiera que Verdemar existía. Pero ¿qué podía hacer? Aún era un dríada menor y por lo tanto no podía separarse de su árbol más que unos pocos metros. Hasta que cumpliese las doscientas treinta y cinco lunas, y para eso aún le quedaban varios días, sólo podría abandonar su árbol si se mantenía a una distancia prudente. Varios días... ¡No tenía tanto tiempo! Tenía que salvar a Eliot y tenía que hacerlo ya.

Intentó salir corriendo para ver si así podía separarse de su árbol, pero cuando no llevaba ni cinco metros notó un fuerte tirón en la espalda que lo hizo caer de culo. ¡Pues si que estaba bueno! Así no podía ir a ningún lado. Como odiaba a aquellos malditos humanos que le habían prendido fuego al claro con sus estúpidos juguetitos.

Verdemar se agachó junto a su árbol y descubrió allí tirada la flauta de Eliot. Si le condenaban a muerte ya nunca más podría tocarla, ni para él ni para nadie. Verdemar se sentó junto a su árbol y lloró amargamente. Su tristeza era tal que llamó la atención de un silfo que por allí pasaba. EL silfo, malinterpretando su dolor se acercó a él y le dijo. -No llores verdemar, el culpable pronto será castigado y pagará por los crímenes cometidos contra tus amigos. -Verdemar sin poder evitarlo rompió a llorar más fuerte, tan fuerte lloraba que ni siquiera podía explicarle al silfo el por qué de su dolor.

El pequeño hada del viento, al ver tanta savia derramada temió que el joven sauce muriese de tristeza y salió corriendo a avisar a Llamarada. Seguro que el rey sabía como animarlo, él siempre sabía como animar a todas las criaturas del bosque.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Eliot se despertó en una jaula hecha de viento y agua y se dio cuenta de que, a pesar de los materiales con los que estaba hecha, era muy sólida y no sería posible escapar de ella. Miró alucinado a su alrededor sin poder creerse lo que veían sus ojos. ¡Hadas! Estaba rodeado de Hadas, Ninfas y Dríadas. Todos los seres con los que alguna vez había soñado estaban allí rodeándolo. Pero su felicidad fue efímera cuando se do cuenta de que todos lo miraban con odio, como si hubiese cometido algún pecado imperdonable. Y se preguntó qué habría hecho. No recordaba haber perseguido a ninguna ninfa y tampoco había contaminado el río de ninguna náyade... Y entonces recordó, el incendio, seguro que todos esos seres pensaban que había sido él el que había provocado el fuego.

Intentó explicarse, dijo que lo habían hecho otros, pero no lo creyeron. Decían que los humanos eran unos mentirosos, que habían encontrado los restos de los petardos a sus pies y que por lo tanto él era el culpable. Su ejecución quedó fijada para el amanecer del día siguiente. Todos estaban muy contentos y se felicitaban los unos a los otros por tan buen y rápido juicio y cantaban y reían porque su bosque sería vengado.

Por eso al pequeño silfo que buscaba a Llamarada le costó tanto hacerse oír. -Llamarada, Llamarada. Majestad tiene que escucharme, por favor majestad. Un árbol va a morir. -Estas palabras parecieron crear un silencio alrededor del silfo. -Éxplicate. -Exigió llamarada, la muerte de un árbol era un tema que siempre se tomaba en serio en la corte de Lomad. En realidad cualquier cosa que pusiera en peligro la integridad de alguna criatura era tomada muy en serio por Llamarada. Pues él era un rey que se preocupaba por todos y cada uno de sus súbditos, desde las pequeñas Diminutas, hasta los enormes gigantes de las montañas.

El espíritu del viento, al ver que por fin era escuchado contó lo que había visto.-Verá señor, se trata de Verdemar, el pequeño sauce, no sé que le pasa, pero está llorando mucho, cuando vine para acá tenía un charco de savia a sus pies, si no hacemos algo se secará y morirá. Por favor majestad, tiene que ayudarlo. Sólo usted sabe como animar a un árbol. -Llamarada miró al pequeño silfo y dijo. -Guíame hasta él. El resto permaneced aquí y vigilad al prisionero.

Cuando llegaron al claro, Verdemar seguía llorando abrazado a la flauta de Eliot. Llamarada se acercó a él con suavidad y le puso una mano en el hombro. -¿Qué te pasa mi querida dríade? ¿Por qué lloras? -Verdemar ni siquiera miró a su interlocutor, por eso no supo con quién hablaba. -Porque van a matar a mi amigo y él no ha hecho nada malo. Él sólo estaba aquí porque intentó salvarme, si no se hubiese preocupado por apagar mi fuego, no habría respirado el humo y no se habría desmayado. Y si no se hubiese desmayado, no le habrían capturado y podría seguir viviendo y tocando su flauta para los otros árboles del bosque.

Llamarada escuchó sorprendido la declaración, encajaba perfectamente con la que había dado el cachorro humano. El sauce siguió hablando con voz lastimera mientras derramaba más lágrimas-Y yo ni siquiera puedo asistir al juicio, porque soy una dríade menor y no puedo separarme de mi árbol y no sé que voy a hacer, si lo matan moriré de pena.

Llamarada sintió como su pecho se encogía con la enorme tristeza del árbol y dijo. -Verdemar, mírame, ¿a caso no soy un rey justo? He venido a ti porque estabas triste y no te dejaré que mueras de pena, si tu dices que es inocente, el humano será indultado. Ven, por hoy te prestaré mi fuerza para que puedas separarte de tu árbol y tendrás derecho a hablar en el juicio como cualquier hada de mi bosque.

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

El árbol dio un paso en el círculo de criaturas mágicas que lo miraban expectantes, se había puesto muy verde de la vergüenza que sentía al hablar ante tanta gente, pero no podía echarse atrás, no si quería salvar a Eliot. -El juez llama a Verdemar a declarar como testigo. -Verdemar carraspeó y dio otro paso más dentro del círculo, acercándose a la jaula en la que estaba el humano. Eliot lo miraba sin comprender quién era ese dríade que al parecer iba a hablar en su favor, pero conforme Verdemar iba hablando, los recuerdos de lo que había vivido con él afloraban a su mente, y no le fue difícil descubrir quién era aquel bello ser que lo estaba salvando de la muerte.

-Debéis perdonar mi insolencia, pues soy un árbol muy joven y apenas tengo derecho a hablar. Pero no puedo quedarme callado ante esta injusticia. Ese joven no tuvo nada que ver con el incendio, es más, él se quemó las manos intentando salvar mi árbol, intentando salvar mi vida. Desde que tengo uso de razón, él y su padre han cuidado de mi en su pequeño apartamento y cuando fui demasiado grande como para seguir en su casa, me trajeron a este bosque para que fuera libre. Pero ni aún entonces me dejaron solo. Eliot siempre ha estado cuidando de mi, e incluso me ha atado mantas al tronco en invierno, para que pudiera aguantar el frío y no sufriese tanto las variaciones del clima. Eliot es un buen humano que cuida de la naturaleza y si lo matamos perderemos a uno de los pocos aliados que aún nos quedan entre los humanos. Por eso os ruego que le perdonéis la vida, os suplico que no lo matéis. Pues si este joven muere no mataréis sólo a un humano, sino que también morirá un árbol de vuestro propio bosque.

Un silencio sepulcral se instaló entre el grupo de hadas, ninguna sentía deseos de matar a aquel humano tras la declaración de Verdemar. Y después de comprender que había arriesgado su vida para salvar un árbol, todos se sintieron mal por haberle deseado la pena capital, sin pararse a escucharlo. -Muy bien, -dijo Llamarada -En vista de que el joven es inocente, queda indultado de la pena de muerte y será siempre bien recibido el el bosque, con la única condición de que no revele a los otros humanos nuestra existencia ¿Aceptas los términos de tu liberación? -Eliot asintió sin poder creerse su buena suerte. -Sí señor. No contaré una palabra de esto a nadie. Además, aunque lo contase nadie me creería, simplemente pensarían que estoy loco. Y yo mismo no sé si estoy del todo cuerdo...

La jaula fue deshecha y Verdemar se acercó con timidez a su amigo. Eliot extendió una mano temblorosa, sin poder creérselo todavía, aquel era su sauce, el sauce que había cuidado desde que era pequeño. Rozó una de las mejillas de verdemar, era áspera, rugosa como la corteza de un árbol, pero al mismo tiempo agradable, como el tacto de la hierba.

No necesitaron palabras, una sola mirada bastó para que los jóvenes se entendiesen, pues sin haberse hablado nunca, sabían que eran amigos. Porque habían crecido juntos, porque se habían dado consuelo, porque eran felices al lado del otro y porque sabían que se querían con toda su alma.

Javi sonrió complacido, mientras los colores de la bola se dispersaban y el sonido de la flauta de Eliot, que había empezado a tocar para complacer al rey, aún sonaba en el aire. Era el mejor regalo que Nahím había podido hacerle y ahora le tocaba a él corresponder. Se pegó un lacito de regalo en la frente y se acercó a Nahim, con voz melosa. -Feliz aniversario amor. -El moreno rió con su voz fuerte y se dispuso a “desenvolver” su regalo. Aquello también era lo mejor que Javi podía darle.


Notas finales:

Bueno pues aquí tenéis otro cuento corto que me surgió del momento de inspiración. Mi musa viene y va cuando le da la gana...

Pero ya se sabe, como dice la fuga:

¿Con quién se acostarán?
No sé.
No se dejan comprar,
No cobran alquiler.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).