Golpeando las puertas de Cielo: llueve
Llueve. El aire se desvanece entre la humedad. Su mirada repasa el declive del monte santo, donde se asientan las Casas. Desciende la vista con nostalgia; es una tarde de recuerdos, de qué recuerdos no sabe, pero los intuye, de una infancia jugando en los charcos de lluvia sin tener que entrenar; tiene memoria de alguna vez haber sido feliz o de haber esperado serlo algún día cuando todo se aclarara. Solamente conserva dos deseos, dos deseos idiotas: uno, que su Patriarca triunfe sobre los rebeldes y que el orden del mundo se preserve, y el otro, más idiota aún r13;le da vergüenza, es algo pueril y muy impropio para un hombre de su edad; pero, de todas formas, incluso así, de vez en cuando, cuando la desazón lo vence y la lluvia le gana por cansancio, se atreve a pensar en ellor13;: un beso en la lluvia. Algo, aparentemente, sencillo, pero nada fácil: en primer lugar, hay que estar con alguien, y se necesita que llueva, y querer dar un beso, y estar debajo del agua (al reparo no vale), y, por sobre todas las cosas, que haya un otro con un deseo tan idiota como el propio. Son demasiados requerimientos como para que alguna vez pueda darse. Pero tiene esperanza. La esperanza es lo único que no pierde, la esperanza de que esos deseos sean satisfechos. Después podrá morir en paz, cree. Es un joven idealista.
¿Por quién le gustaría ser besado? Eso lo atribula un poco, es un tanto inconfesable. En eso no le gusta detenerse mucho, porque sabe que nunca sucederá. Sacude su cabeza; se ha quedado prendando de una fabulación demasiado optimista para su posición. Se adentra en el templo. Tiene cuestiones más importantes que atender, informes que deben ser terminados, documentos que deben ser presentados, planillas que deben ser completadas… Debe revisar la defensa del trayecto entre la Casa de Piscis y la Sala del Trono, debe asegurar al Patriarca para que duerma tranquilo: debe tender el camino de rosas, como todas las tardes al caer el sol.
Y así los días se pasan.
***
Mama put my guns in the ground
I can't shoot them anymore
That cold black cloud is comin' down
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Siente el cuerpo demasiado grave. No puede moverse del suelo. La atmósfera se hizo pesada y la armadura le ha quedado inutilizable. Es un despojo de guerrero sin aliento. Ha dado su mejor esfuerzo luchando hasta el final. Su contrincante también ha caído y está seguro de que ése, que llaman Seiya, el caballero que porta el manto sagrado de Pegaso, está próximo a expirar en el sendero de rosas y espinas, que él mismo ha acondicionado en el último tramo de las escaleras que separan su templo de las estancias pontificias.
Piensa en su Patriarca. Realmente, desea que esté bien, que prevalezca sobre esos chicos rebeldes y esa diosa que vino a hablarles de paz y el amor a ellos, guerreros que sólo conocen esos conceptos por alguna película vista en el cinematógrafo del pueblo durante las funciones continuadas en las tardes de domingo. ¿Qué paz? ¿Qué amor defender? Ha leído algunas novelas en las que hablan de amor, pero eso no pasa en la vida real. No pasa y sabe que no pasará en la suya. Pero se conforma con que su Patriarca esté bien. El sentimiento que tiene hacia él, no se ha dado cuenta, es muy cercano al amor, ese mismo que tendría que defender —y así lo hizo, aun sin darse cuenta—.
Lo nubla una oscuridad imprevista. No estaba en sus planes acabar tirado sobre las losas de mármol de su templo. Confiaba en salir airoso del combate. Ve todo negro, como sólidos nubarrones al alcance de su mano, tan cercanos, tan rotundos que podría golpear en ellos.
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Sí, los podría golpear… Es una oscuridad tan densa, tan apagada, tan real, como el hecho de que la sangre se esté escurriendo por las comisuras y su cráneo esté destrozado. Y la verdad es que no tiene fuerzas. Está agotado, tan roto… Piensa en su último deseo r13;ese deseo idiota, el más idiota, que lo avergüenza, algo pueril e impropio para un hombre de su edad; pero que, de cualquier modo, de tanto en tanto, cuando está cansado y abatido, se atreve a idearr13;: un beso bajo la lluvia… ¡Y son tantos requisitos! No podrá cumplirlos a tiempo, ¡ni siquiera llueve!
Knock-knock-knockin' on heaven's door
La flor en el pecho de su contendiente está totalmente encarnada, rebosa de un carmín atiborrado, semejante a una esponja saturada. El trabajo ya está hecho: resguardó a su Señor. Sólo resta tintinando esa absurda fantasía…
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Tiene algo parecido al sueño. Ya no podrá batallar, de todos modos. Se relaja. Con Andrómeda acabado y Pegaso a punto de sucumbir, no tiene más de qué preocuparse; si el escudo de rosas desaparece, todo estará bien. Ya puede deponer sus armas. Ha sido vencido, pero, de alguna forma, también ha resultado vencedor. Sonríe. Tiene frío.
En verdad que siente demasiado frío. Ya ni siquiera advierte el malestar, tiene entumecidas casi todas sus extremidades. Y la oscuridad se ha vuelto como un campo de algodón nigérrimo, en el que se sumerge y cae, cae infinitamente; algodón que le absorbe el dolor, que le absorbe la memoria; algodón que deviene plomo macizo, que no lo deja levantarse más.
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Siente que llueve en su rostro. Es placentero, como un beso de gotas tibias, derritiendo el frío extremo que experimenta. No le queda más nada por cumplir. Puede descansar.
*
Un hombre de cabello azulado vierte su llanto sobre el Caballero de Piscis: ha fallecido. Le resulta increíble. Completamente conturbado, acerca su rostro hacia el del caído y, en sus labios inertes, deposita su adiós. Debe regresar a su templo.
FIN
13/03/2011