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Catastrophe por Petit

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Notas del fanfic:

Desde hace mucho tiempo,

          la idea de escribir acerca de la vida de Severus rondaba por mi mente como una mosca, una y otra vez. La verdad es que no me siento confiada en la manera en que estoy escribiendo, pero de alguna extraña e inusual manera salió. 

 

ADVERTENCIAS:

          He hecho muchos cambios en la historia de Hogwarts, para que cuadrara con la coherencia de cada capítulo, por ello me disculpo de antemano. 

 

 

CATASTROPHE.

 

 

Primer capítulo: El tercer bebé

 

 

 

 

–Todo está perfectamente normal. – dijo entonces el doctor. –Ahora necesito que te recuestes y relajes. – su voz parecía tan lejana, que las palabras no concordaban con sus labios. –Tiene un varón.

 

 

–¿Qué?

 

 

–Tiene un varón. ¿Entiende lo que digo? Ha sido un niño, un saludable y fuerte niño. ¿Acaso no escucha su llanto?

 

 

–¿Está bien, Doctor?

 

 

–Por supuesto que está bien.

 

 

–Por favor, déjeme cargarle.

 

 

–Lo verá después de unos momentos.

 

 

–¿Está completamente seguro de que está bien?

 

 

–Estoy seguro.

 

 

–¿Sigue llorando? ¿Mi bebe?

 

 

–Trate de descansar, por favor. No hay nada de qué preocuparse.

 

 

–¿Por qué ha dejado de llorar, Doctor? ¿Qué le sucedió?

 

 

–No debe alterarse, se lo ruego. Todo está normal.

 

 

–Quiero verlo. Por favor, déjeme verlo. Necesito verlo…

 

 

–Mi querida Señora, – el doctor murmuraba con todo pasivo, insistiendo en que se recostara sobre la cama –ha dado a luz a un saludable niño. ¿No confía en mí, cuando estoy asegurándole su bienestar?

 

 

–¿Qué le está haciendo esa mujer a mi bebe?

 

 

–Simplemente lo está lavando. Queremos que cuando lo vea, este hermoso sólo para usted. – contestó con una sonrisa tranquilizadora –No sea impaciente, y trate de descansar.

 

 

–¿Me jura que está bien?

 

 

–Se lo juro. Ahora, por millonésima vez, recuéstese y tranquilícese. Cierre sus ojos; vamos le estoy esperando. Ciérrelos… Eso es. Muy bien…

 

 

–He rezado por meses, diariamente, para que Dios le permita vivir. ¿Lo sabía, Doctor?

 

 

–Por supuesto que vivirá. ¿De qué está hablando?

 

 

–Los otros,… no lo lograron.

 

 

–¿Qué?

 

 

–Ninguno de los otros sobrevivió, Doctor.

 

 

El doctor, que se encontraba parado a un lado del lecho de aquella mujer, miró hacia sus temblorosas manos. Su rostro se mantenía de un pálido inhumano, como uno que nunca antes había admirado en un rostro tan joven, completamente angustiado.

 

Ella y su marido eran nuevos en el pueblo. La enfermera que le había ayudado en el parto, le había comunicado con la más cordial decencia, que el marido de la embarazada era dueño de un pequeño local cercano. Se habían trasladado a una casa de mediano tamaño a las afueras del pueblo. Pero su llegada había sido demasiado repentina tres meses atrás, pues no conocían a nadie, y eran reservados a lo relacionado con su familia. De apariencia dura, arrogante, y déspota, su esposo era un borracho reprimido. Habían demasiados rumores acerca de lo que sucedía dentro de su hogar, como peleas a mitad de la noche y amenazas.

 

Con delicadeza, el Doctor acomodó la almohada que sostenía la cabeza cansada de la mujer. –No tiene nada de qué preocuparse.

 

 

–Eso es exactamente lo que me dijeron de los demás. Y los perdí,… todos, Doctor. En los últimos diecinueve meses he perdido a cada uno de ellos, mis dos adorados bebés. Así que no me juzgue si estoy ansiosa.

 

 

–¿Dos?

 

 

–Este es mi tercer bebé… en casi cuatro años.

 

 

El doctor se sostuvo de la cabecera de la cama a falta de fuerzas a causa de la impresión.

 

 

–No creo que sepa que significa, Doctor, perder a todos sus bebés… Tan dolorosamente, uno a uno… Aún puedo verlos entre sueños. Puedo claramente recordar la hermosa cara de Christoph, acostado a mi lado, mirándome con esos ojos tan brillantes y llenos de vida. Había sido mi primer varoncito, Doctor. Pero siempre estaba enfermo, luchando. Fue una pesadilla viviente el notar como cada día moría una parte de mi bebé, sin poder hacer absolutamente nada.

 

 

–Puedo imaginarlo…

 

 

La mujer abrió sus ojos sólo para mirar a aquel hombre que parecía entenderle. Después, con una decepción imperceptible, los volvió a cerrar.

 

 

–Mi niña adorada se llamó alguna vez, Emma. Falleció unos tres días antes de la Víspera de Navidad. Hubiera deseado que la hubiese conocido, Doctor. Era única, completamente maravillosa.

 

 

–Tiene un hijo nuevo, y estoy seguro que es tan único como su niña.

 

 

–Pero Emma era tan bella…

 

 

–Sí, – murmuro –Lo sé.

 

 

–¿Cómo puede usted, saberlo? – lloró con una voz tan amarga y pesada, que se asimilo como una bofetada para el alma.

 

 

–Estoy seguro que debió de ser hermosa, pero este bebé es tan hermoso como la que está usted describiendo. – el hombre bajo la mirada hacia el suelo antes de girarse y caminar lentamente hacia la ventana. Era un día gris de Enero, en el cual, fuera las calles se notaban vacías.

 

 

–Emma tenía dos años y medio, Doctor… dos cortos años. Y desde el momento en que la cargué por primera vez, le amé. La cuidé, la bañé, la vestí, le alimenté. Su muerte fue repentina, como si en un suspiro largo, su pequeña alma hubiese abandonado su cuerpecito delicado.

 

 

–Descanse, por favor…– rogaba el Doctor con el pulso tan bajo, que el mismo necesitaba recostarse.

 

 

–¿Sabe lo que mi esposo me dijo cuando nació Christoph, Doctor? Vino hacia mí cuando lo tenía en mis brazos, y murmuro su nombre con ternura; creo que le dolió más su muerte que la de la bebé. Después de todo fue su idea la de mudarnos. ¡Tendríamos un nuevo inicio! Nuevas oportunidades,…

 

 

–Por favor, ya no hable más…

 

 

–Está en nuestra nueva oportunidad, ¿no es así, Doctor?

 

 

–Así es.

 

 

–Tengo miedo…

 

 

–No lo esté.

 

 

–¿Qué haré si mi querido bebé, no sobrevive?

 

 

–Debe dejar de pensar de esa manera.

 

 

–No puedo evitarlo. Estoy segura que si fallece, falleceré con él.

 

 

–Tonterías.

 

 

–¿Mi bebé es pequeño?

 

 

–Es un bebé normal.

 

 

–Pero es pequeño, ¿verdad?

 

 

–Él es un poco más pequeño que los demás, pero fuerte. No deje que las apariencias le engañen, por experiencia se lo digo. Los bebés pequeños son más valientes, y luchan hasta que crecen y sean mejores. Imagine, a estas alturas el próximo año su bebé aprenderá a caminar. ¿No sería hermoso?

 

 

Lágrimas de una felicidad invisible impedían a la joven contestar.

 

 

–Y después, dos años más tarde aprenderá a hablar y decir su nombre. Imagine, imagine que todo saldrá bien. ¿Ya tiene nombre para él?

 

 

–¿N-Nombre?

 

 

–Sí, su nombre.

 

 

–No estoy segura. Creo que alguna vez mi esposo Tobías habló de la posibilidad del nombre Severus, pero…

 

 

–No lo piense más, Severus será.

 

 

–Bien… Severus…

 

 

–Mire, mire… aquí viene. – la enfermera, cargando un pequeño bultillo envuelto, y con una sonrisa:

 

 

–Aquí está. – caminó a paso seguro hacia la madre. –Mire lo hermoso que es.

 

 

–Estoy completamente de acuerdo. – sonrió el Doctor –Es un bebé espléndido.

 

 

–¡Tiene las manitas más lindas! – ronroneo la enfermera arrullándole.

 

 

Eileen Prince, temblando aún con los ojos cerrados, no se atrevía a mirar. Su corazón latía extremadamente fuerte, demandando ver a su bebé. ¿Qué sería de un amor tan grande como el de una madre, cuando su bebé tiene el riesgo de fallecer en nada de tiempo?

 

 

–Vamos, vamos, querida. – le animó la enfermera –No muerde.

 

 

Con pesadez, sus parpados se removieron para permitirle admirar aquel bebé de cabellos negros dormir entre las mantas que le protegían del frio.

 

 

–¿Es mi bebé?

 

 

–Por supuesto.

 

 

–Oh… oh… oh Dios mío, es tan perfecto…

 

 

Acunándole cerca de su pecho, Eileen derramaba lágrimas de amor. –Hola, Severus. Mi precioso, Severus…

 

 

–¡Escuche! Creo que su esposo esta en camino. – el doctor camino hacia la puerta y la abrió con pesadez.

 

 

–¿Señor Snape?

 

 

–Sí.

 

 

–Adelante, por favor.

 

 

Un hombre de mediana altura, camino por la habitación deteniéndose a un lado de su esposa.

 

 

–Felicitaciones, – susurró el Doctor –tiene un hijo.

 

 

El aludido, que seriamente meditaba sobre la escena frente a él, arrugó el entrecejo –¿Un hijo?

 

 

–Sí.

 

 

–¿Cómo está?

 

 

–Está bien. También su esposa.

 

 

–Bien. – el padre de la criatura se dio la vuelta para tomar una silla cercana y arrastrarla hasta estar lo suficientemente cerca de ambos. –Bueno, Eileen. – dijo con voz clara y grave –¿Cómo te fue con tu tercer parto? – la pregunta sonó a burla, mientras dibujaba en su rostro una sonrisa divertida. No esperó una respuesta, pues la mujer apenas tenía aliento suficiente para cargar con su bebé. Se inclinó un poco, y un poco más; entrecerrando sus ojos a cada centímetro que se le acercaba. Eileen por su parte, rogaba entre lagrimones para que su esposo tuviera compasión sobre la criatura.

 

 

–El bebé tiene maravillosos pulmones. – comentó la enfermera –Debió escuchar sus primeros gritos cuando llegó al mundo.

 

 

–Por Dios, Eiteen…

 

 

–¿Qué sucede, cariño?

 

 

–¡Este bebé es tan pequeño, que no sobrevivirá ni veinticuatro horas!

 

 

El Doctor dio unos cuantos pasos hacia el padre y suspiró –No hay nada malo en este bebé.

 

 

Estirándose sobre sus piernas, el hombre se levantó para encarar al Doctor. Se denotaba enojado, confundido, casi deshonrado.

 

 

–Un Doctor, jamás debería decir mentiras.

 

 

–Escúcheme, – exigió exasperado –¡debe darle una oportunidad!

 

 

–¡Es demasiado pequeño y débil! ¡Jamás lo logrará!

 

 

–Por favor, Señor… acaba de nacer.

 

 

–Aún así,…

 

 

–¿¡Qué es lo que trata de decir!? – chilló la enfermera entre lagrimas –¿¡Quiere darlo por muerto desde hoy!?

 

 

–¡Suficiente! – cortó la discusión de un alarido el Doctor.

 

 

La madre lloraba desesperada, aferrándose a la vida de su recién nacido.

 

 

–Ahora, – gruñó el Doctor tomando del hombro al padre –Será bueno, y atento con ella. – susurró apretando el agarre, empujándole hacia la cama. Tobías no se movió, dentro de sí sabía que nunca había deseado en realidad ser un padre. Pero la mayor fuerza en el agarre del Doctor, le obligo a arrodillarse al lado de su esposa.

 

 

–Muy bien, Eileen. – dijo –Debes dejar de llorar.

 

 

–Sobrevivirá, Tobías, cariño…– gimoteaba

 

 

–Sí, sí.

 

 

–Tiene qué.

 

 

–Lo que tú digas, Eileen.

 

 

– Debe sobrevivir. Sé que sobrevivirá… Mi adorado, Snape…

 

Notas finales:

¡Gracias por leer, dejen comentarios y sugerencias! (:


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