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INOCENCIA por Orseth

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            Al día siguiente, cuando su elfo domestico les servía el desayuno, Harry moría por preguntarles a sus hijos en que habían quedado, pero estando Draco presente prefirió callarse, algo que al parecer también ellos pensaron.

 

            -James, ya no falta mucho para que yo también vaya a Hogwarts –dijo Draco con bigotes de chocolate.

 

            -¿Ah sí?

 

            -Sí, mira, me falta así –respondio  abriendo todo lo que daba su pequeña mano más un dedo de la otra.

 

            -¿Y cuanto es eso?

 

            -Es… mmm… ¿Cuándo dijimos que era, papi?

 

            -Cuenta tus dedos y límpiate esos bigotes –respondio Harry sirviéndole otro panqueque de la charola de en medio que el elfo iba llenando.

 

            Con gesto concentrado y sin limpiarse los bigotes, Draco comenzó a contar.        

 

            -A ver… uno… dos… tres… cinco…

 

            -No –corrigió Harry.

 

            -¡Cuatro!

 

            -Ajá, muy bien.

 

            -Cuatro, cinco y… seis; seis años James y voy a ir contigo al colegio, y también entraré al equipo de Quidditch.

 

            James sonrió a su hermano que lo miraba con adoración y revolviéndole la rubia cabellera, dijo:

 

            -Seguro que serás capitán.

 

            -¡¿De verdad?!... ¿¡lo oíste papi?!... ¡James dijo que seré capitán!

 

            -Si, lo oí –dijo Harry sonriendo.

 

            -Seré capitán como tú, papi.

 

            -Y serás el mejor y límpiate esos bigotes.

 

 

 

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            Mientras Draco dibujaba desparramado en el piso, Harry, James, Albus y Lily, sentados en los sofás comenzaron a platicar con voz un poco baja.

 

            -Ya lo hablamos –dijo James mirando a su padre- y la verdad es que no queremos irnos de aquí, pero siendo realistas, nosotros tres pasamos la mayor parte del tiempo en Hogwarts y quienes se quedan aquí, solos todo el tiempo, son tu y Draco; son ustedes los que tienen que lidiar con la gente idiota.

 

            -Eso es cierto, pero tampoco quiero ponerlo por sobre las necesidades de ustedes, no es justo; los amo a todos por igual –dijo Harry- y si el solo hecho de mudarse de casa implica un gran cambio, el hablar ya de un país, lo es mucho mas; y tampoco quiero que se sientan culpables si no quieren irse; con reforzar la seguridad de la casa estaremos bien, y siempre podemos pasear en el Londres muggle.

 

            -Pero no puede ir a un pre escolar muggle –dijo Albus- y aquí los niños son cada vez más idiotas.

 

            -No es culpa de ellos, es de sus padres –dijo Harry.

 

            -Pues claro, de padres idiotas, salen hijos idiotas.

 

            Harry no pudo evitar reírse de la simple conclusión de Albus, quien continuó hablando.

 

            -El caso es que ya lo decidimos papá.

 

            -Y nuestra respuesta es… -dijo Lily- que sí, aceptamos mudarnos a América.

 

            Harry se les quedó mirando de hito en hito.

 

            -Lo que si no nos gustaría –intervino James- es que  vendieras esta casa; nuestras vacaciones queremos pasarlas aquí, cerca de los tíos y los abuelos.

 

            -Y amigos –completó Lily.

 

            Harry simplemente se quedó sin palabras y no supo si reír o llorar, y simplemente abrazó a los tres al mismo tiempo.

 

            -Ya papá… -exclamó Albus abochornado.

 

            -Tengo unos hijos maravillosos.

 

            -Eso es obvio –dijo Lily- somos Potter.

 

            -¡Yo también quiero un abrazo! –saltó Draco colándose en medio de todos, provocando risas.

 

            Las últimas dos semanas las pasaron en Hawái tal como lo habían planeado hacia meses, y al fin llegó el fin de las vacaciones.

 

            -¡Pe… pe… pero no… no quiero que se vayan! –gimoteó Draco abrazado  a la cintura de Albus.

 

            -Si lloras te van  a salir orejas de murciélago –dijo Albus limpiándole las lagrimas.

 

            -N-no es cierto…

 

            -Dame un beso que ya voy a subir al tren –intervino Lily agachándose y poniéndole la mejilla provocando con eso que Draco soltara a Albus y se le pescara a ella cual garrapata hambrienta.

 

            -¡No Lily, tú no te vayas! –Sollozó  aferrado- tú… tú siempre te quedas…

 

            -Pero ya soy grande y me tengo que ir –respondio Lily ya también con ojos chillones.

 

            -Siempre es lo mismo –dijo Harry a Ron, quien también había ido a despedir a sus hijos.

 

            -Si, lo he visto –respondio Ron cruzado de brazos junto a su amigo- y falta el drama de James.

 

            Y era verdad; James era una especie de héroe para Draco y James lo sabía, por eso lo cargó en brazos mientras el otro se deshacía en llanto como si la tragedia más horripilante le estuviese cayendo encima.

 

            -Ya enano, ya… -exclamó James palmeándole suavemente la espalda.

 

            -¡N-no… no… no te vayas! –Hipó Draco con el rostro escondido en el cuello de su hermano mayor- ¿Qué… que ya no… ya no me quieres?

 

            -Claro que te quiero mucho, pero debo ir a la escuela.

 

            -No James… -moqueó  separándose y mirándolo con ojos hinchados y la nariz escurriendo- ¡me… me voy a portar bien!

 

            -Tu siempre te portas bien, hermanito –dijo  limpiándole la nariz con un pañuelo.

 

            -Entonces… no… no te vayas…

 

            -Me tengo que ir, pero si dejas de llorar te traigo algo cuando regrese.

 

            -No quiero… -suspiró Draco.

 

            -¿No?... ¿no quieres entonces la copa de este año, cuando le ganemos a las otras casas de Hogwarts?

 

            -¿La… la copa? –Hipo Draco ya más calmado- ¿Cuándo… cuando les ganes a todos?

 

            -Por supuesto.

 

            -¿Y… y me la vas a traer a mi?

 

            -Claro ¿Quién es mi hermanito consentido?

 

            -¿Yo? –respondio  ya con una titubeante sonrisa en los labios.

 

            -No, el vecino… ¡pues claro que tú, enano!

 

            Quince minutos después, Draco por fin soltó a James permitiéndole abordar el tren.

 

 

 

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            Semanas después Draco era encargado con sus abuelos mientras Harry iba a América para comenzar a ver posibilidades de residencia ahí.

 

            -A ver mi cielo ¿Qué vas a querer que te prepare para comer? –preguntó Molly a un cabizbajo Draco.

 

            -No sé… ¿Cuándo llega papá?

 

            -Cielo, apenas se fue hoy y tardará dos semanas –respondio Molly, quien al ver los ojitos grises comenzar a llenarse de lágrimas, se apresuró a añadir: -pero te va a traer muchos regalos ¿no quieres que te traiga regalos?

 

            -No… -musitó  ya con tremendos lagrimones.

 

            -Ya mi amor, no llores… -dijo Molly cargándolo- no se va a tardar, ya verás que regresa pronto.

 

            -¿Por qué esas caras tan largas? –exclamó apenas entrando a la cocina un Fred de casi cuarenta años, soltero empedernido a diferencia de George, quien ya casado vivía aparte.

 

            Fred en cambio prefería el calor del hogar materno, eso sí, sin dejar de lado su aspecto conquistador.

 

            -Iba a comer con Sally pero le cancelaré –dijo al ver al pequeño rubio sollozar desconsolado en los brazos de su abuela- ¡Hey pequeño hurón! ¿Por qué tan triste?

 

            -No le digas así –refunfuñó Molly.

 

            -Es de cariño ¿verdad amigo? Ven, vamos a ver que hay en mi baúl secreto –respondio Fred tomándolo de brazos de su madre.

 

            Rato después Molly sonrió al oír las carcajadas del pequeño hasta la cocina mientras ella preparaba la comida; y cuando Draco bajó, una radiante sonrisa iluminaba su cara.

 

            -Y… y una sefiente… gasi se… se gofe a Gum…

 

            -Cielo, no hables con la boca llena –dijo Molly sirviéndole un vaso de leche.

 

            -¡Bero… gasi…se lo… gome! –exclamó emocionado picoteando sus trocitos de pollo frito y metiéndoselos a la boca.

 

            -No te llenes la boca, corazón, te vayas a ahogar ¿Fred, porque esta tan emocionado?

 

            -Porque fue mi conejillo –respondio Fred muy quitado de la pena mientras se servía más puré de patata.

 

            -¡Fred!

 

            -Tranquis mamá, George y yo estamos trabajando en una línea de bromas especialmente para niños muy pequeños; obviamente una gragea sangranarices no es para ellos y por lo que pude comprobar, vamos por buen camino.

 

            Esa tarde Fred se tomó el resto de la tarde libre y ya no regresó a la tienda para poder pasarla con Draco dejando a George encargarse de todo.

 

 

 

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            -Pero mi amor ¿estás seguro de que quieres dormir aquí? –preguntó Molly cobijando a Draco a la hora de dormir.

 

            -Si, es el cuarto de mi papá y ya soy grande –respondio  muy resuelto a dormir en la habitación en la que solía quedarse con Harry cuando  en ocasiones pasaban la noche en la “madriguera”.

 

            -¿No quieres dormir con nosotros o con Fred?

 

            -No, Gum y yo dormiremos aquí –respondio  abrazando su hurón blanco.

 

            -Bueno cielo, si cambias de opinión dejare mi puerta abierta ¿de acuerdo?

 

            -Sí ¿no puedo esperar al abuelo? Todavía no tengo sueño.

 

            -Mañana lo veras amor, hoy llegara muy tarde, descansa y sueña con los angelitos –dijo Molly besándole la frente.

 

 

 

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            Fred despertó algo sobresaltado al sentirse observado; pestañeó en la semi oscuridad de su cuarto para encontrarse con  Draco a la orilla de su cama mirándolo fijamente.

 

            -Caray Draco, me asustaste –dijo Fred bostezando.

 

            -Gum… Gum tiene miedo de dormir solito –musitó  abrazando con fuerza a su hurón.

 

            -¿Y crees que Gum quiera dormir conmigo?

 

            -¡Sí, si quiere! ¡Ya le pregunté y dijo que si! –respondio  dando ansiosos saltitos.

 

            -De acuerdo, entonces tráelo –dijo Fred alzando sus mantas.

 

            Sin perder ni un segundo, Draco se trepo a la cama en donde abrazando su hurón, se acurrucó en el pecho de Fred, quien sonriendo divertido lo abrazó para quedarse ambos dormidos después de un rato.

 

 

 

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            El resto de las dos semanas fueron un regocijo para todos, y cuando llegó el día de partida el único feliz era Draco por volver a estar con su papá.

 

            -¡Papi, papi! –gritó al ver aparecer a Harry por la chimenea.

 

            Harry rio feliz al ser bañado de besos mientras lo cargaba; pasaron el resto del día ahí, y para el anochecer, el drama fue de Molly, quien a pesar de ser consolada por el mismo Draco, lloraba sin parar.

 

 

 

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            La inmobiliaria que Harry contrató se encargó de todos los tramites ahorrándole uno que otro viaje; lo mismo que el amueblado, reservando las habitaciones de los niños para que ellos participaran en la decoración; su elección final fue en Kutaisi, en Georgia; decidió irse primero con Draco para tenerla lista para las próximas vacaciones de los chicos, que aunque iban a pasarlas en parte en Inglaterra, tenían mucho que hacer para decorar sus habitaciones.

 

            Con las llaves de su casa en mano, les hizo saber a sus hijos que ya tenían donde vivir  mandándoles la dirección y el aviso correspondiente a McGonagall.

 

            En lo que preparaba el viaje, Draco seguía yendo a la escuela y aunque a Harry no le interesaba realmente el grado que cursaba pues el pequeño nunca pasaría de nivel, si le interesaba que estuviese integrado en un grupo de su edad en donde pudiese poner en práctica las habilidades de un niño de cinco años.

 

            Acabando de pagar unas valijas nuevas, Harry vio su reloj dándose cuenta de que ya casi era casi la hora de salida de Draco.

 

            -¡Faltan veinte minutos!... debo darme prisa.

 

            Cuando llegó al instituto pre escolar “El pequeño Merlín”, cruzó la reja para esperar en el patio bordeado de juegos infantiles, a Draco; quien siempre acostumbraba salir como torbellino entre los niños, con sus trabajos en las manos para mostrárselos orgulloso.

 

            Sin embargo, esta vez no salió primero como solía hacerlo, por lo que después de cinco minutos en los que seguían saliendo niños sin la conocida cabeza rubia entre ellos, decidió entrar a los salones.

 

            Con paso firme pero esquivando niños se dirigió al salón de Draco, en el que con sorpresa descubrió que ya estaba vacío; iba a darse la vuelta para buscar a la profesora cuando un ruidito le hizo girarse de nuevo e inspeccionar con la vista el enorme salón lleno de mesas y sillas pequeñas; el mismo ruidito, algo así como un hipo se dejó escuchar de nuevo.

 

            Sintiéndose cada vez más aprensivo, entro de nuevo al salón buscando el origen de aquel extraño sonido… y ahí, en una esquina, tras unas mesas y unas sillas desordenadas, estaba Draco sentado en el rincón, con la cara sucia de mugre y lagrimas.

 

            -¡Draco! ¿¡Que sucedió, porque estas así?! –preguntó caminando a grandes zancadas hasta acuclillarse ante él, quien solo le tendió los brazos.

 

            Harry lo cargó sintiéndolo temblar.

 

            -¿Qué te paso, porque lloras?

 

            Pero Draco no decía nada, solo hipaba cada vez mas fuerte estando ya en brazos de  su papá.

 

            -Vamos bebé, cuéntame que te paso…- susurró acariciándole la espalda.

 

            Pero Draco seguía igual, hasta que unas palabras salieron de su boca.

 

            -Qui… quie… quiero a…a Gum…

 

            -¿A Gum?

 

            -Si… qui-quiero… a… a Gum…- respondio  con el rostro oculto en el cuello de Harry, quien con la vista localizó su lugar; y yendo ahí buscó al hurón que Draco podía llevar a la escuela con la condición de sacarlo solo en el refrigerio mientras guardaba sus cosas en su mochila con la mano libre.

 

            Sin verlo por ningún lado, se colgó la pequeña mochila al hombro y fue en busca de la profesora, la cual encontró en otro salón conversando con otra maestra.

 

            -Señorita Wilson –llamó desde la puerta.

 

            -¡Señor Potter! –Exclamó una mujer como de cuarenta, de figura grácil y delgada, con cabello rubio atado en una coleta y rostro bonito- ¿Qué le pasó a Draco? –añadió viéndolo hipar con fuerza.

 

            -Esperaba que usted me lo dijera. –Respondio  ceñudo- lo encontré solo en su salón.

 

            -¡Por Merlín!... ¡Qué tonta soy! –Exclamó Tina Wilson llevándose una mano al pecho- siempre espero hasta que el ultimo niño sale del salón, pero le juro que no lo vi; como el siempre sale primero, no me extrañó no verlo cuando los últimos niños terminaron de salir ¿Dónde estaba que no lo vi?

 

            -Llorando en un rincón ¿Qué le pasó?

 

            -Dios mío… yo no vi nada extraño, todos los niños estaban en sus deberes… Draco cariño ¿Qué te paso?

 

            Draco no respondio, solo se encogió más en sí mismo.

 

            -¿Dónde está su hurón de felpa?

 

            -Siempre lo guarda en su mochila, solo cuando toman su refrigerio lo saca, no me diga que no está.

 

            -Si se lo pregunto es porque es obvio que no está.

 

           -Seguramente por eso esta sí, probablemente algún compañerito se lo llevó… no te preocupes Draco –dijo ella acariciándole la espalda y dirigiéndose a Harry- señor Potter, mañana preguntaré a las mamás si alguno de los niños se lo llevó; ahora no puedo hacer nada pues ya la mayoría se fue.

 

            -De acuerdo –respondio  malhumorado.

 

            -Entiendo perfectamente su molestia, señor Potter –dijo la profesora profundamente apenada- y tiene todo el derecho de reportar mi descuido a la dirección; mi obligación es esperar hasta el último niño.

 

            -Exacto, esa es su obligación, buenas tardes –concluyó  saliendo del salón.

 

 

 

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            Cuando llegaron a casa, Draco no quiso comer; se la pasó acurrucado en el sofá provocando mas aprensión en Harry a cada momento.

 

            -Quiero a Gum… -musitó sorbiendo la nariz.

 

            -¿Quién te lo quitó? -preguntó  limpiándosela.

 

            Pero Draco lo único que hacía era sollozar con más ganas sin decir una  sola palabra.

 

            -Mugres niños… -pensó enojado- seguramente fue alguno de esos chiquillos malcriados.

 

            Esa noche, Draco durmió con Harry sin dejar de llamar a Gum.

 

            Al día siguiente, Harry subió a las 8:00 para levantar a Draco y alistarlo para ir a la escuela, pero contrario a lo que siempre hacia, que era levantarse de un salto en medio de risas, Draco no se quiso ni mover.

 

            -Nene ¿Qué tienes? –preguntó  cada vez mas angustiado.

 

            -No quiero ir a la escuela –respondio  hablando bajito bajo un nido de mantas.

 

            -¿No quieres recuperar a Gum? La profesora preguntara a las mamás de tus compañeros.

 

            Ante la sola mención de Gum, Draco se encogió mientras las lágrimas volvían a hacer acto de presencia.

 

            -Bebé, puedes contarme lo que sea… -dijo Harry acariciándole tiernamente el cabello- yo no me voy a enojar contigo, lo sabes ¿verdad?

 

            -Gum… -musitó  haciéndose una bolita en la cama.

 

            Harry se levanto sintiendo la preocupación estrujarle el estomago; había algo mas en ese asunto y él lo iba a averiguar; así que bajó por su varita, destapó a Draco y comenzó a hablarle suavemente.

 

            -Draco, nene… -susurró recostándose junto a él mientras le acariciaba la sonrosada mejilla- quiero que te acuerdes de lo que pasó ayer.

 

            Draco comenzó a llorar de nuevo al tiempo que cerraba los ojos con fuerza.

 

            -No…

 

            -No tienes que contarme nada cariño, solo acuérdate, hazlo por mí ¿vale?

 

            Hipando suavemente, Draco miró los enormes ojos verdes y asintió renuente.

 

            -Bien, hazlo ahora y cierra los ojitos –dijo Harry poniéndole la punta de su varita en la sien.

 

            Un fino hilo de plata pareció surgir de la cabeza de Draco, hilo que procedió a depositar en un pensadero que había llevado consigo; luego le dio un besito en la frente y se levantó diciendo:

 

            -Duérmete otro ratito, hoy no vas a ir a la escuela.

 

 

 

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            Sentado a la mesa de la cocina, Harry miró el pensadero que tenía enfrente y sin pensarlo más, hundió el rostro en el.

 

            De pronto se vio en medio del salón de clases, con muchos niños sentados trabajando en sus mesitas y a la profesora Wilson en su escritorio; buscó con la vista a Draco y cuando lo localizó, se acercó a él.

 

            Draco tenía una hoja grande de papel en el cual pintaba con pinceles lo que parecía un paisaje con un enorme sol en medio de color amarillo; sus pequeñas manos, aun torpes, derramaron la pintura en el dibujo del niño de enfrente.

 

            -¡Mi ballena! –exclamó el otro niño desconsolado al ver su dibujo manchado de amarillo.

 

            -¡Perdón! –dijo Draco intentando limpiar el desbarajuste ocasionando un tremendo manchón de color verde en toda la hoja.

 

            -¡Mi ballena ya no está! –dijo el niño enojado.

 

            -¿Quieres que yo te la haga otra vez? –ofreció Draco con las manitas pintadas de amarillo y azul.

 

            -¡No, tu eres un morgo! –respondió el niño enojado.

 

            -¿Un morgo? ¿Y qué es eso? –preguntó  confundido.

 

            -No sé, pero mi papá dice que tú eres un morgo mentiroso.

 

            -¡Yo no soy mentiroso!

 

            -Y también dice que mataste gente.

 

            -No es cierto, el que es mentiroso es tu papá.

 

            -¡Mi papá no es mentiroso!

 

            -¡A que sí!

 

            -¡A que no!

 

            -¡Mentiroso, mentiroso, mentiroso!

 

            -¡Cállate morgo! –gritó el niño tomando su recipiente de pintura azul y arrojándola sobre la hoja de Draco, quien sorprendido miró su dibujo estropeado- ¡eres un morgo malo! –Continuó el niño- ¡malo, malo, malo!

 

            Apretando la pequeña boca, Draco tomó el recipiente de pintura verde que tenía y la arrojó también… directo a la cara del niño.

 

            La sorpresa y el susto ocasionaron la lloradera del chiquillo provocando que la profesora Wilson se acercara presurosa.

 

            -¡Por Merlín! –Exclamó sacando un pañuelo para limpiarle los ojos- ¿Qué pasó Jimmy?

 

            -¡E-el…! ¡el mo-morgo!... –gimoteó el niño señalando a Draco, quien asustado se había quedado muy quieto.

 

            La profesora Wilson sacó su varita y retiró el resto de pintura de la cara del niño; y luego, erguida en todo lo alto dio vuelta a la mesita y llegó hasta Draco, quien sentado en su pequeña silla, levantó la cara para mirarla.

 

            -¿Por qué lo hiciste? –preguntó ella con los brazos en jarras.

 

            -Yo… es que… -tartamudeó Draco intimidado por la actitud de la profesora.

 

            -Yo te diré porque, pequeño mortífago… -exclamó ella agachándose y tomándolo sorpresivamente del brazo- porque nunca dejaras de ser quien eres, porque eres un Malfoy, un mortífago asesino hasta el final de tus días; tu apariencia engañosa no logra confundir a nadie.

 

            Entonces lo levantó de un tirón arrastrándolo prácticamente tras de sí hasta llegar a su escritorio, en donde jaló la silla y se sentó, y para horror de Harry, puso a Draco sobre sus rodillas y comenzó a darle nalgadas una y otra vez.

 

            Draco lloraba y pataleaba sin que la profesora hiciera el menor caso; y después de tundirlo por un buen rato, lo levantó llevándolo de nuevo hasta su lugar, en donde sacó de su mochila a Gum, el hurón de felpa.

 

            -¡Ahora escúchame bien! –dijo zarandeándolo y haciendo que la mirara a la cara- si dices una sola palabra de esto, echare tu mugroso mono a los perros.

 

            -¡No, Gum! –sollozó  estirando el brazo para agarrarlo.

 

            -¡Cállate! –Dijo ella alejándolo- no vas a decir nada o ya sabes lo que le pasara a tu porquería de muñeco, ahora ven…

 

            -¡G-Gum! –gritó Draco bañado en lagrimas mientras la profesora lo jalaba hasta la esquina en donde lo había encontrado Harry.

 

            -Y ahora quédate aquí y no te muevas ni hagas ruido… ¡cállate ya! –añadió al ver que Draco seguía llorando a todo pulmón, por lo que ante el azoro del niño, tomó a Gum y le arrancó la cabeza haciendo que Draco se callara de repente; y sin decir más, lo dejó ahí y se fue llevándose consigo el muñeco mutilado.

 

            -No pasa nada niños, vuelvan a sus deberes.

 

            La mayoría, sino es que todos los niños, estaban lo bastante impresionados para obedecer sin chistar.

 

            -Tranquilos, esto solo le pasa a los niños malos.

 

            Draco se había quedado quieto en el rincón hipando con fuerza por el evidente esfuerzo de contenerse mientras estrujaba las manitas pintadas contra su pecho.

 

            Entonces el recuerdo empezó a desvanecerse hasta desaparecer por completo; cuando Harry “regresó a la realidad”, se encontró con las manos sujetando con fuerza la orilla de la mesa, y la cocina destrozada; su elfo domestico, con las orejas gachas, lo miraba aterrado en medio de aquel desastre.

 

            Cuando soltó la mesa, se dio cuenta de que sus manos temblaban y de que tenía el rostro empapado en lágrimas.

 

            -Tú… te vas a arrepentir… con toda tu alma… -masculló entre dientes- juro por mi alma que te vas a arrepentir.

 

 

 

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            Cuando abrió la puerta de su habitación, la cama se le figuro más grande que nunca al ver el pequeño bulto en medio; y derramando suaves lagrimas se acercó hasta sentarse en ella y miró a Draco dormir.

 

            -Duerme… -pensó haciendo un rictus de dolor- él no duerme hasta tarde… y ahora lo hace… porque está deprimido…

 

            Draco se removió entre gimoteos, por lo que Harry lo levantó y lo acunó en sus brazos arrullándolo suavemente hasta calmarlo; observó su cabello rubio, su cara redondeada, su tez pálida… nada que ver con su cabello negro y ojos verdes.

 

            -Eres un Malfoy… -susurró sin dejar de derramar lagrimas mientras acariciaba una de las mejillas- eres Draco Malfoy y nunca dejaras de serlo… pero también eres mi hijo… mi compañero y mi amigo…

 

            Una lágrima cayó en la pequeña nariz haciendo que Draco la arrugara para finalmente abrir los ojos.

 

            -Papi… -susurró viendo a Harry- ¿por qué lloras?

 

            -No lloro, es una basura que se me metió en los ojos –dijo sonriéndole.

 

            Draco ya no dijo nada, simplemente se acurrucó más en su padre.

 

            Harry vio el pequeño cuerpo vestido con una pijama de franela blanca con baloncitos, guantes y gorras de beisbol estampados, un pie con un calcetín y el otro ya sin él; lo vio apretar las manitas estrujándole la camiseta como si temiese que en cualquier momento lo arrancaran de sus brazos; suspirando con pesar, le hablo de  nuevo.

 

            -Draco… Draco…

 

            -¿mmm?...

 

            -¿Harías algo por mí, bebé? –dijo Harry apartándole un mechón de cabello de los ojos.

 

            -Si… -musitó Draco sin siquiera abrir los ojos.

 

            -¿Podrías recordar de nuevo lo que sucedió, podrías tenerlo en tu mente otra vez?

 

            La pequeña boca rosa tembló en un puchero mientras abría los ojos; Harry los vio inundarse de lágrimas mientras Draco comenzaba a sollozar.

 

            -Shhh cierra los ojitos –dijo meciéndolo tiernamente.

 

            -N-no… no quiero…- balbuceó Draco comenzando a llorar más fuerte.

 

            -Haz lo que te digo bebé, todo va a estar bien, te lo prometo.

 

            Draco cerró los ojos mientras escondía el rostro en el pecho de su padre, quien tomó su varita y apuntándole a la cabeza, susurró:

 

            -Obliviate.

 

 

 

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            -¡Tio Remus! –gritó Draco corriendo hacia Remus Lupin, quien sonriendo lo alzó en brazos.

 

            -Hola Draco ¿Qué ha sido de tu vida? Cuéntame.

 

            -Papá me compro una lechuza, se llama Jeduic.

 

            -¿Jeduic?

 

            -Si, como la que tenia papá cuando era chico.

 

            -Ya veo –respondio Remus viendo a Harry.

 

            -¿Qué tal Remus?

 

            -¿Qué tal, cachorro?

 

            Harry sonrió ante el cariñoso apodo de Remus a pesar de ya no tener nada de cachorro.

 

            -¿Y Tonks?

 

            -En la cocina, preparando la cena, por cierto ¿se quedan a cenar?

 

            -¿Si podemos papi? –preguntó Draco suplicante.

 

            -Bueno, pero primero hay que ir a saludar a tu tía, ahora venimos Remus.

 

            Remus bajó a Draco, quien corrió inmediatamente rumbo a la cocina seguido de Harry mientras el hombre lobo se sentaba de nuevo a leer el diario en la sala.

 

            -Ya le avisamos a Tonks –dijo Harry regresando un par de minutos después- Draco se quedó con ella ayudándole a poner crema batida en unos pastelillos ¿y qué tal Teddy? Nos escribió hace un par de semanas, estaba muy orgulloso de ser el primero en clase de pociones.

 

            -Si ¿Quién lo iba a decir? En sexto lo único en lo que piensan es en novias.

 

            -Remus, necesito pedirte un favor –exclamó Harry mirándolo serio.

 

            -Claro Harry, si puedo, con gusto –respondio Remus preocupado por la actitud de Harry y el repentino cambio de conversación.

 

            -Necesito que me enseñes un hechizo, enséñame  “El sello”

 

            Remus no pudo menos que alzar ambas cejas asombrado.

 

            -Sé que eso es un secreto de aurores y que no debe salir de ahí, pero créeme que nunca le enseñaré a nadie como hacerlo, te doy mi palabra.

 

            -Por principio de cuentas ¿Cómo sabes tú de ese hechizo?

 

            -Fue hace muchos años, cuando recién pasó lo de Voldemort; había muchos mortífagos que interrogar… y sucede que escuche a unos aurores hablar sobre ello.

 

            -Ya veo.

 

            -No sé si alguna vez tú lo has usado y no me interesa saberlo, pero sé que como buen auror que eres seguramente lo conoces.

 

            Remus se quedó sin decir nada por unos minutos procesando la información que acababa de recibir; era verdad que ese hechizo era información no registrada del departamento de aurores; un hechizo que cuando lo usaban, nadie se daba por enterado, pero que sin embargo guardaban celosamente. Era un código no escrito el que nadie que no fuese auror supiera ese hechizo, y Harry siendo consciente de eso, agregó:

 

            -No se lo enseñaré a nadie, puedo realizar un Juramento inquebrantable si quieres.

 

            -No, no es necesario… es solo que me sorprende el que tú quieras usar un hechizo así; la verdad es que tú no eres de esos… ¿estás seguro que sabes para que se usa?

 

            -Lo sé muy bien Remus, los abogados de los mortífagos nunca se dieron por enterados de lo que les paso a sus clientes por mas intentos que hicieron estos de decírselo.

 

            Remus suspiró mientras se rascaba la cabeza ante la expectativa de Harry.

 

            -De acuerdo –dijo al fin- lo haremos después de cenar.

 

            -Gracias –respondio Harry con evidente alivio.

 

            -Imagino que debes tener una buena razón para esto.

 

            Una burbujeante carcajada de Draco proveniente de la cocina se dejó escuchar en ese momento.

 

            -La hay Remus, créeme que tengo una muy, muy buena razón.

 

 

 

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