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Belle Rêve por RyuuMatsumoto

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Notas del fanfic:

Basado en una canción de Fernando Delgadillo.

El deseo de Clara.

Por lo tanto, no me pertenecen ni los personajes ni la historia completamente. Sólo la redacción. (?)

Ryutarou nunca fue un joven demasiado sociable. Asistía a la escuela como todos los niños, más los juegos a la hora del descanso habían sido reemplazados a temprana edad por libros silenciosos, que se encargaban de llenar ese vacío solitario que le acompañara desde que tuviese memoria.

Las fiestas eran para él algo desconocido, y nunca tuvo más amigos que la fría presencia de la nada, acompañándole a donde quiera que pisara. ¿Novias? ¡Pff!, si el muchacho era tan elocuente como una piedra, y la timidez de acercarse a las chicas se le reflejaba fácilmente en aquellas pálidas mejillas, producto de su recurrente enclaustramiento voluntario en casa.

Y así, Ryutarou cumplió 17 años, con demasiados tropiezos, la experiencia estúpida de un primer beso y la nula capacidad para relacionarse con los chicos y chicas de su misma edad.

 

 

 

-Buenas tardes… busco a Sumire-san – fueron las palabras que con tono amable, aquel hombre [que aparentaba unos treinta y tantos años] pronunciaba desde el otro lado del portón de su casa. Ryutarou nunca le había visto pese a que aquel era un pueblo relativamente pequeño. Su blanca piel, cabello rubio con descuidadas raíces negras y un semblante afable de esos que ya casi no se observaban. No le recordaba de ninguna parte, aunque tampoco es que pasara demasiado tiempo fuera de casa.

-No se encuentra… soy su hijo. ¿Gusta dejarle algún recado? – preguntó el pelinegro con voz queda.

-Vengo a recoger un traje – explicó a lo que el muchacho asintió. Su madre tenía un diminuto taller de sastrería.- Lo necesito para esta noche y Sumire me prometió que estaría listo… pero creo que puedo regresar más tarde.

El rubio le dedicó una sonrisa y con una torpe inclinación, se despidió, dispuesto a darse la vuelta. El menor dudó por unos instantes pero al final, su patológica necesidad de socializar, típica de los seres humanos, fue mucho más rápida y más fuerte que su timidez a instinto de seguridad.

-Puede quedarse a esperarla si quiere… No debe tardar demasiado… - las palabras le salieron atropelladamente, en tanto sus manos se aferraron a los barrotes del portón.- No valdría la pena que diese un recorrido más… seguro que mamá ya viene de regreso.

El desconocido se lo pensó un par de segundos, a lo que posteriormente le sonrió y esperó mientras el pálido muchachito le abría la puerta y con ella, su corazón. Podía sentir aquellos ojos oscuros mirarle a través de las gafas de pasta gruesa, en tanto sus manos se hacían un lío buscando la llave indicada hasta que al fin, no con facilidad, dio con ella. Le hizo pasar a la sala de estar, dándole un cortísimo recorrido por la casa, señalando en todas direcciones para indicarle con creciente amabilidad qué camino tomar si es que se le antojaba quizá usar el sanitario, visitar el jardín, la cocina o la planta alta. Ryuu buscaba algún tema para conversar, recordando que eso de entablar pláticas no era precisamente un talento suyo, más bendito sea el cielo, el visitante tampoco era demasiado hablador.

-Tienes una linda casa… - fue uno de los comentarios salidos de aquellos labios forasteros, en tanto le servía algo de té, preparado improvisadamente. Las galletas no eran caseras, más quitándoles la envoltura y colocándolas en un platito, el jovencito esperaba que su invitado no lo notase.

-Gracias… usualmente debería estar más limpia pero…

-No esperabas visitas – soltó una risita.- No hay problema, me agrada así.

-Luce más hogareño, supongo… - rió también.

Era increíble cómo las palabras lograban desprenderse de su boca con mayor fluidez que la acostumbrada. Probablemente se debía a que el hombre no le conocía, y por tanto, no se daba una idea clara de la personalidad tan retraída del chiquillo Arimura, que en nada se parecía a sus padres: amigables y extremadamente platicadores.

Hablaron varias horas que contrario a lo que se pudiese creer, se les antojaron extremadamente cortas. Afortunadamente él también era un lector empedernido, de tanto que a cada nuevo comentario hecho por alguno, el otro terminaba completándolo exactamente como era el plan. Las frases giraban en torno a fantasías, escenarios irreales y deseos ocultos, todos esos detalle que sólo las almas amantes de la literatura eran capaces de distinguir y compartir entre ellas.

Y sin que se dieran cuenta, el reloj marcaba las 17:00 hrs. Los rayos del sol atravesaban los vidrios de las ventanas con mayor fuerza. Y la mujer de la casa no apareció.

-Quizás se entretuvo más de lo debido… - se excusó el muchacho mientras ambos caminaban en dirección al jardín: uno de los sitios preferidos de Ryutarou.- Fue a visitar a papá al hospital.

-Espero no haber importunado – se apresuró a responder.

-No, no… ella va cada fin de semana – explicó. Tomó asiento en una banca improvisada que hubiese puesto en pie hace un par de años, junto a su árbol preferido: grande, con una densa sombra que siempre le provocaba una somnolencia terrible.- Papá no se encuentra muy bien desde hace algunos años… - su mirada se posó sobre un punto muerto y notó aquel par de cristales entretenidos en su persona.- Él… ve personas y cosas que no existen…

Probablemente fuese el hecho de que era su primer intento de conversación con una persona desconocida, su primer intento de relacionarse, que las palabras fluían por sí solas fuera de su ser. Hablar sobre la enfermedad de su padre no era lo mejor para entablar una charla casual ¡pero diablos! ¡que nunca en su vida lo había intentado! Y de esa manera, fue como Ryutarou terminó por sacar todas sus frustraciones a la luz: la manera en que su madre y él tenían que ocultar ese hecho a la familia, o a cualquiera de sus conocidos; cómo su padre ya no podía ir al trabajo, pues corría el peligro de desviarse hacia quien sabe dónde en alguna de sus fantasías; el miedo de perderlo, el miedo de perderse puesto que en diagnósticos recientes, se suponía que esa endemoniada enfermedad era hereditaria y él, como el único hijo de la pareja Arimura estaba en peligro de padecerla, con un 90% de posibilidades de que así fuera; cómo se hubiese enterado de aquello en plena adolescencia, cuestión que sin duda terminó causando alteraciones en su humor, en su manera de ser, en todo su ser…

Y él, con su cabellera rubia y su mirada amable, escuchándole, asintiendo, sonriéndole para darle ánimos, tomando su mano como lo haría un amigo de verdad…

Pronto, el reloj que solía portar en la muñeca marcó las 21:00 hrs. Y su madre seguía sin aparecer.

El sonido de las manecillas del reloj era lo único verdaderamente palpable dentro de la casa. Ryutarou se sentía en una especie de mundo alterno, en un sueño del que no deseaba despertar, propio de quien ha pasado un día agradable, le mostró la planta alta con la excusa de hacer tiempo a que su madre volviera, y así alargar la inevitable despedida. Se detuvieron al inicio de la escalera, más una suerte de incómodo silencio se apoderó del ambiente.

-Quizás lo mejor sea que me vaya ya y regresar mañana temprano.

-¡No! – le detuvo con vehemencia exagerada, que de inmediato se apresuró a corregir.- Seguro que ya viene en camino y aún falta una parte por ver…

-¿Cuál? – preguntó intrigado.

Ryutarou desvió el rostro en dirección a una puerta al final del corredor. Su aniñada mirada quedó oculta por sus negros y rebeldes cabellos.

-Mi cuarto….

Su invitado le dedicó una indescifrable sonrisa, y asintiendo, se dejó guiar por el menor. El pelinegro olvidando sus etiquetas de cortesía entró primero y se quedó de pie en medio de la habitación, perfecta y hasta enfermizamente ordenada. La puerta se cerró con un “clic” proveniente del picaporte y para el chico, fue una especie de presagio para lo que se avecinaba.

El rubio se paró detrás de él y posando sus manos sobre los delgados hombros de su anfitrión, se inclinó para depositar un casto beso sobre su oído. Una de sus manos curiosas recogió por detrás la mata de cabello azabache que escondía el pálido cuello y sus labios de deslizaron hasta ahí, mientras el menor ladeaba la cabeza con sumisión. ¿Para qué pensar? Prefería limitarse a sentir, a dejarse llevar por el deseo latente en sus cuerpos y que de a poco, se desbordaba por cada poro de su piel.

No supo si fueron sus propias manos o las de él, las que terminaron despojando a su cuerpo de toda prenda. Cayeron con un ruido sordo directo al piso, y sólo entonces Ryutarou notó el peso de la soledad abandonando sus hombros, ese peso que siempre hubo de cargar y que ahora era reemplazado por la calidez de las manos ajenas, sobre su pecho, si cintura, se sexo y todos los rincones de su cuerpo.

Dejándose hacer dócilmente y sin una noción específica de cómo y cuándo ocurrían las cosas, se vio recostado sobre las blancas sábanas de su cama. Su mirada se posó sobre la almohada y el colchón se hundió más de lo debido, mucho más que cuando era sólo él quien lo ocupaba. El frío que le recorría la espalda fue pronto sustituido por la calidez de otro cuerpo desnudo, y los sudores de ambos de mesclaban al tiempo que sus pieles se tocaban; sin deseos de oponer la mínima resistencia, Ryuu terminó rindiéndose ante él, ante cualquier impedimento por culminar aquella suerte de travesura y dejó que el mayor le poseyera como mejor le viniese en gana. Notaba aquella rigidez, semejante a la propia, invadirle sin pedir ningún tipo de permiso y con la libertad de quien se sabe dueño de otro cuerpo. El dolor se peleaba con la excitación cuando varios de esos dedos expertos se cernieron firmes alrededor de su intimidad, y los sonidos indecentes en forma de gemidos emergieron rebeldes de sus pálidos labios, formando una sinfonía casi obscena cuando el rechinar de su cama le hizo el debido acompañamiento, al igual que la grave voz de quien se reconoció como el deseo, aquel que había sido invitado a pasar y que ahora le recitaba al oído versos rebosantes de lascivia y romanticismo, cual amante que se ha decidido a marcar como suyo aquello que por derecho le pertenecía.

 

 

Despertó cuando los primeros rayos del sol se colaron por entre las cortinas que se hubiese olvidado de correr. Unos insistentes golpes en su puerta fueron los culpables de que abandonara su lecho en compañía de quien fuese el irremediable objeto de su adoración. Su cabellera rubia desteñida se asomaba por entre las sábanas y sonrió cuando le miró removerse sin despertarse aún. Sus dedos se contagiaron de la frialdad del picaporte, cuando le giró y abriendo la puerta, divisó un corredor vacío. 

-¿Ryuu…? ¿Qué sucedió? – una voz femenina le sacó de su ensimismamiento.

Abrió los ojos y una fuerte luz, cegadora, logró impedirle la vista por un instante. Ahí estaba él, enteramente desnudo y de pie junto a la ventana de su habitación. Sus padres observándole con creciente confusión, se acercaron de manera cautelosa hasta internarse en la pieza, más intentando descubrir quien fuese la nueva pareja sexual de su hijo, sólo hallaron sus almohadas revueltas con las sábanas arrugadas.

¿Se estará enfermando Ryutarou también?

Ryutarou no lograba entender nada. Se giró pero la cama estaba por completo vacía. Sin su calor, sin su aroma, sin los vestigios de su ropa o aquellas gafas de pasta gruesa que se hubiese quitado para dormir. Intentó recordar el tono de su voz: no pudo. Salió sin siquiera vestirse, buscándolo por todas las habitaciones de la casa hasta que cayó en cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. Se había ido, se había ido como sus sueños, llevándose con él el trofeo de su virginidad, de sus ilusiones rotas y ese único par de lágrimas que ahora se deslizaban lentamente por sus pálidas mejillas.

Por qué todo había sido real, ¿verdad?

 

 

Sus ojos se abrieron nuevamente cuando alguien hizo acto de aparición entre las blancas paredes de su nueva habitación. Ya no vivía con sus padres, había logrado independizarse y ahora habitaba una suerte de completo de apartamentos en donde todos, por alguna extraña razón, vestían de blanco.

Una cabellera rubia, con descuidadas raíces negras le saludó con una sonrisa amable.

-Soy Hasegawa Tadashi… y voy a ser tu nuevo psiquiatra.

Ryutarou le sonrió apenas, pese a que en su pecho, la felicidad de verle de nuevo lograba iluminarle luego de tantos meses de sumirse en un completo vacío e inevitable tristeza.

-Pero… ya nos habíamos conocido antes.

-¿Ah sí? – el médico se acomodó las gafas mientras le lanzaba una mirada confusa.- ¿En dónde?

El muchacho simplemente sonrió.

-En un sueño hermoso...

Notas finales:

Título en francés: Un Sueño Hermoso.

En realidad "hermoso" es Beau, pero retomé la traducción usada en la obra de teatro Un Tranvía Llamado Deseo [A Streetcar named Desire] de Tennessee Williams.

¿La diferencia?

Belle se lee más lindo que Beau(?).

Gracias por leer.

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