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Encuentros por AthenaExclamation67

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Notas del fanfic:

He tenido que editar el resumen porque alguien me hizo notar su disconformidad con el pedazo de canción elegida que estaba seleccionado para representar la historia.

Mi intención no es hacer que nadie se sienta molesto porque este es un lugar para esplayarse y divertirse.

Un saludo.

.:: Encuentros ::.

Saga & Aioros

By AthenaExclamation67

 

- ¿Me atreveré?

Se preguntaba el joven muchacho mientras recostaba su cuerpo contra la puerta cerrada del vagón de metro.

- Seguro me rechaza…

Repetía su mente mientras trataba de encontrar el valor para invitar a alguien con el que coincidía asiduamente cada día en el trayecto que le tocaba recorrer desde su casa hasta el trabajo.

Hacía ya algún tiempo. Días, que Saga, se había fijado en aquel muchacho del cual no sabía ni el nombre. Pero la sonrisa, esa dulce, cálida, y sincera sonrisa que siempre permanecía imborrable en la cara de aquel desconocido, le habían enamorado. Se había metido hasta el más oculto rincón de su corazón, y ya no sabía, ni quería sacarlo. Lo único que no era capaz de hacer, era presentarse y salir de dudas de una vez.

Miró tristemente al suelo, sabiendo que la próxima estación, le privaría de esa magnífica visión que el desconocido era para él. Sabiendo que no podría volver a verle hasta el siguiente día.

Eso empezaba a incomodarle demasiado, aunque aun no reunía el suficiente valor para abordarlo y conocer un poco a ese chico que le había enamorado.

Inspiró fuerte, tratando de tomar valor, pero en cuanto el vagón se detuvo. Su cuerpo tembló.

Justo cuando creía que había reunido el valor suficiente para decir un simple “hola” el vagón llegó a la estación en la que aquel muchacho, se apeaba cada día, privándole de sentir esas mariposas agolpadas en su vientre, revoloteando enloquecidas.

Con pesar, miró al suelo, inspiró profundamente, y sin darse cuenta, se acercó al lugar donde el desconocido había hecho su trayecto. Volvió a inspirar, pero solamente para aliviar el pesar, más lo único que logró, fue impregnar su nariz de un maravilloso olor. El olor que él desprendía.

Ese pequeño gesto, se había convertido en algo que le dejó sin saber cómo reaccionar.

Él, simplemente deseaba acercarse a la puerta. La siguiente estación era en la que debía apearse, pero el perfume de aquel completo desconocido que lo volvía loco, le había dejado absorto.

Ensimismado, perdió la noción del tiempo y cuando quiso hacer algo, su estación había pasado.

Agitó su cabeza confundido, moviendo su larga melena azulada y descendió en la siguiente estación, buscando como dar la vuelta y no llegar tarde donde ya le esperaban.

El resto del día, Saga estuvo como en las nubes.

No era capaz de prestar atención en su trabajo. No fue capaz de comer. Sentía que su estomago, se había cerrado. Pero lo que sí sentía, de un modo incesante, era el cosquilleo que le producían los nervios en su vientre, que le hacía temblar involuntariamente.

Cuando la luz del día empezó a ocultarse. Supo que debía regresar a su casa. Pero únicamente por lo evidente, porque al anochecer, debía salir de la oficina, y regresar a su casa, aunque en esta ocasión, sería muy diferente.

Regresó sobre los pasos que había dado en la mañana, aunque en esta ocasión, tomando el subterráneo en la estación adecuada y se sentó. Estaba sumamente cansado. A pesar de que casi hizo lo que siempre hacía en su trabajo por pura inercia. Tenía una sensación en su cuerpo. Sentía como si un camión hubiera aplastado su cuerpo.

Tomó asiento. El primero que encontró libre, sin fijarse en sí eran los asientos reservados para las personas especiales. Sin ver lo que tenía a su alrededor, sin percatarse de que algunas personas se volvieron para mirarle.

Levantó su mirada al aire, topando de lleno con esos televisores que no hacían demasiado. Alguna que otra vez, mostraban datos, estadísticas sobre las instalaciones del subterráneo. En otras ocasiones, podía verse concursos que la ciudad organizaba, y en ellos, podían observarse pedazos de esos concursos y sus respectivos participantes.

Pero no menos importante, y casi se podía decir que era lo que más abundaba, era la publicidad. Algo en lo que ni siquiera se solía fijar, pero esta vez, como si fuera un capricho del destino, el anuncio que empezaba era como una burla a su comportamiento.

En el anuncio, podían verse dos niños. Por un lado una niña rubia de unos 12 años, con unos ojos azules preciosos que permanecía sentada sola, sin nadie que le acompañara.

Y por el otro, un pequeño varón, de la misma edad que miraba de reojo a la niña.

Como si eso fuera poco, el anuncio tenía voz, algo que no solía ser habitual, porque así la gente que viajaba en el subterráneo, podía escuchar a la perfección los anuncios que avisaban de la siguiente estación.

Pero esta vez no. El anuncio era muy elaborado. Y como no iba a serlo. Puesto que quería publicitar el maravilloso ambiente del metro.

- ¿Y sí le digo algo? – se preguntaba la niña del anuncio – si se sienta a mi lado, le saludo… - añadía con confianza en modo de pensamiento.

- ¿Y si se baja en esta estación? – Decía en niño mentalmente – si lo hace, le preguntaré su nombre – sonrió esperando unos segundos para ver que sucedía.

Sorprendentemente, cuando ninguno de los dos niños parecía que fuera a hacer nada. La niña se levantó, al mismo tiempo que el niño avanzaba y fortuitamente, después de una sonrisa, ambos niños volvían a sentarse, esta vez juntos, y se ponían a hablar, como si hiciese años que se habían conocido.

Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de Saga. Contuvo la carcajada que tuvo ganas de expulsar a través de su garganta y suspiró para aliviarse.

Se regañaba mentalmente, lo que acababa de ver - ¿era una ironía del destino? ¿O una coincidencia? – se preguntaba.

Seguía metido en su mundo, ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Indiferente a cualquier cosa que pudiera pasarle, solo le mantenía lo suficientemente alerta aquella estridente y metálica voz, que anunciaba una tras una, cada estación.

- Parece mentira… ¿verdad? – Le habló alguien desde su derecha – los niños tienen un valor que no puede medirse… - oyó que añadía la misma persona.

Giró su rostro, y con un gesto indiferente, se dispuso a contestar al que le estaba hablando un simple… “Sí” pero algo lo dejó completamente callado.

Parpadeó atónito, agitó suavemente su cabeza con los ojos cerrados, y los abrió rápidamente, creyendo que un espejismo, una traición de su propia imaginación, le estaba molestando.

Pero al abrir los ojos nuevamente, al volver a la realidad, al presente. Pudo comprobar que no era un espejismo lo que él veía, que no era un producto de su imaginación, de su subconsciente, era el que le hacía vivir lo que realmente ansiaba.

Sin poder creerlo aún, pellizcó su mano derecha con su propia zurda, y tras sentir la quemazón, sintió su corazón acelerarse.

- No – dijo esa voz nuevamente – no estás dormido… - sonrió derrotando cualquier oposición – no estaba seguro de que pudiera encontrarte… - Le habló.

Estaba seguro de ello, había muerto. No sabía cómo, y había subido al cielo, puesto que la persona que tenía en frente, se le asemejaba a un hermoso ángel.

- E… ¿Encontrarme? – volvió a parpadear sin entender demasiado.

- Sí… - sonrió de nuevo y en lugar de vencer cualquier barrera, lo que logró es desarmar Saga  por completo – me ha llevado dos días seguir tus pasos, saber dónde te apeabas, y también donde empezabas tu trayecto – añadió pegándose un poco más – no sé exactamente cuanto hace que coincidimos en algunas estaciones del trayecto, pero lo que sí se – se inclinó levemente, rozándole el lóbulo de la oreja delicadamente con sus labios para poder susurrarle – es que me fue imposible no enamorarme del hermoso brillo que tus ojos desprenden... – se calló y volvió a incorporarse, esperando cualquier tipo de reacción.

Quiso llorar. Ni el mejor de sus sueños había sido así de maravilloso, y con el poco valor que pudo reunir, llevó la yema de su dedo índice al labio inferior del otro, comprobando el intenso calor que le pegó de lleno y le dio en valor necesario para corresponder esas preciosas palabras del mismo modo.

- El brillo de mis ojos… - le miró fijamente, sintiendo su corazón latir desbocado – se produce por el reflejo que tu sonrisa emite… - se sonrojó ligeramente, dejando que su dedo dibujara la sonrisa de la que le hablaba, dejando que todas las yemas de su mano se deslizara, explorando la mejilla del muchacho que tanto le gustaba.

Como si no hubiese nadie más. Sin importarle que el vagón estuviera completamente lleno, sus labios se fundieron en un profundo beso, en un efusivo abrazo, y ambas acciones demostraron toda la ansiedad que estaban sintiendo.

- Me llamo Aioros… - susurró mientras se separaba.

- y yo, Saga… - contestó acariciándole la nariz con la suya, separándose mínimamente para dejar que sus pechos agitados tuvieran el espacio suficiente para recuperar el aire.

- ¿Me acompañas? – preguntó Aioros, comprobando que la siguiente era la estación en la que se apeaba para llegar a su casa.

- Ahora que logré alcanzarte… no volveré a despegarme de ti… - contestó Saga con decisión.

- Perfecto… - le rodeó la cintura con su brazo izquierdo – porque no quiero que te despegues de mi… - se incorporó, llevándose a Saga con él, bajándose en la misma estación para poder cumplir con las palabras que ambos acababan de pronunciar - no volver a separarse…

 

-Fin-

 

 

 


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