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The Boy Who Refused to Die por Jae_Marshmallow

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Notas del fanfic:

Harry Potter y su fantástico mundo pertenece a la Diosa J.K. Rowling.

 

Prologue

 

El Callejón Diagon se encontraba tan concurrido como cualquier sábado por la mañana. Las brujas de más edad portaban gigantescos sombreros de plumas y los magos relucientes túnicas que ondeaban al caminar.

 

Un hombre bigotón y con una prominente barriga entro a la librería Flourish y Blotts. Miró alrededor, en una de las estanterías de los libros más vendidos se encontraba “Vida y Mentiras de Albus Dumbledore” junto a “Harry Potter el Héroe Oportunista”, ambos escritos por Rita Skeeter.

 

Frunció el ceño y tomo el libro de lomo escarlata con la fotografía de Harry Potter que utilizó el Ministerio de Magia para los carteles de indeseable N°1 hace ya muchos años. No podía creer que esa clase de libros siguiera en los más vendidos. Le dio la vuelta para leer el reverso.

 

La vida de Harry Potter estuvo llena de actos heroicos desde la temprana edad de once años hasta su muerte —o desaparición—: un perro de tres cabezas, un basilisco, dragones, sirenas, laberintos tenebrosos, invasión al Departamento de Misterios y lo más importante; ser quien venció al Señor Tenebroso. ¿Pero son ciertas todas estas magnificas historias? ¡Por supuesto que no! Me he tomado la molestia de investigar tal y como investigue para Vida y Mentiras de Albus Dumbledore, Harry Potter no era más que alguien que seguía sus pasos a la gloria, aprovechándose de las situaciones para ganar simpatía. Desenmascare quien era realmente Harry James Potter Evans que más que actos heroicos su vida estuvo llena de mentiras, secretos, huidas, y traiciones.

 

Gruñó y volvió a dejar el libro en el estante, ¡vaya tontería! No daría ni un knut por esa basura literaria repleta de difamaciones y embustes.

 

—Señor —llamó una amable bruja—, ¿puedo ayudarle en algo?

 

—Eh… no, no —dijo con las palabras casi pegadas. Se sentía ridículo por haber entrado sólo para ver ese repugnante libro, pero desde fuera se podía apreciar el interior y le invadió una enorme curiosidad por el contenido de dicho libro—. Vine… por éste libro —extendió la mano y sujeto el primer libro que alcanzo.

 

—¿Decálogo del buen novio: Cómo hechizar a la bruja de tus sueños? —la señorita enarco la ceja.

 

La vergüenza hizo presencia en su regordeta cara, esperaba que nadie más haya visto.

 

—Sí, sí, claro... ya sabes, se lo quiero dar a mi nieto. El muchachito es bastante promiscuo. —Debió ser convincente porque la joven bruja le quito el libro de la mano e hizo aparecer una bolsita donde meterlo.

 

En cuanto pago salió disparado del local. No volvería allí en mucho tiempo. Al respirar el aire del exterior un chiquillo choco contra su pierna, causando que el pequeño rebotara y cayera al piso.

 

—¡Vaya niñato, tus padres deberían enseñarte a no atravesarte en el camino de los adultos! —dijo con un tono de viejo cascarrabias.

 

—Lo siento, señor —se disculpó con una voz adorable y algo temblorosa. Agacho la cabeza para poder verle. Era un niño de no más de cuatro o cinco años y se atrevería a decir que jamás había visto a un niño tan encantador; su cabello era de un rubio platino resplandeciente y sus ojos, ¡sus ojos! Eran un par de gemas esmeralda, brillantes y tan expresivos que hasta se le hacía pecado. Se le venía a la mente que sus ojos transmitían la inocencia de una nueva generación libre de Voldemort.

 

—¡Scorpius! —regañó un hombre sujetando al chiquillo de uno de sus bracitos— ¿Cuántas veces debo decirte que no te apartes de mí lado? Santo Merlín, eres tan terco como tu padre. —El niño hizo un mohín y se fue siendo sutilmente arrastrado por el hombre, que viéndolo bien; era Lucius Malfoy. Curioso. No sabía que había tenido otro hijo.

 

Ignorando el acontecimiento —por el momento— siguió su recorrido que no tenía ningún otro fin más que admirar el Mundo Mágico completamente restaurado, la última vez que visito el Callejón Diagon estaba sumergido en las tinieblas de la guerra.

 

—Vaya, vaya —murmuró admirado el rechoncho señor—. ¡Una Saeta de Fuego Estelar! Tremenda evolución —se acercó un poco más al escaparate, la reluciente escoba se encontraba rodeada de algunas snitch, todas eran doradas —como las recordaba— a excepción de una, que era plateada. En cuanto la singular snitch se percató de su presencia topaba una y otra vez contra el ventanal, cada vez con más fuerza.

 

—¡Que comportamiento tan extraño! —exclamó el joven de cabello castaño, aparentemente atendía el lugar. No es que fuera muy difícil de adivinar porque portaba un gafete que cambiaba de logotipos. Todos de marcas de escobas o de distintos productos relacionado con el quidditch.

 

Decidió mover su regordete humanidad al interior del local. Los ojos se le iban hacia todas direcciones como un niño admirando su primer partido de quidditch. En el escaparate el joven seguía intentando controlar la rebelde snitch plateada.

 

—¿Qué es esto? —preguntó con interés.

 

—¡En un momento lo atiendo! —se disculpó el joven—. ¡Es esta maldita snitch! Nunca se había comportado así.

 

—No conseguirás aplacarla —dijo una tercera voz y el hombre regordete miró hacia el mostrador donde un anciano —no tan viejo como Ollivander— salió de una puerta oscura de madera—. ¿En qué le puedo ayudar?

 

—No se preocupe, sólo veía… eh, ¿qué es esto? —señaló un viejo y raído balón.

 

—Es una quaffle, bueno, era una quaffle. ¿Usted ha leído Quidditch a través de los tiempos? —cuando le vio asentir, continuo—: ésta es una quaffle replica de la que se exhibe en el Museo de Quidditch.

 

Volvió a admirar la desgarbada quaffle, pero ahora con más respeto.

 

—Por Godric Gryffindor, Willson, para de una vez por todas de luchar contra esa snitch, no le ganaras.

 

—Lo… lo siento señor —Willson soltó la snitch y ésta se hecho a volar hacia su regordete rostro cubierto por un exagerado bigote.

 

¡Zaz!

 

Se escuchó en el local, pero no fue el ruido de algo rompiéndose; fue el sonido de alguien atrapando una snitch que se precipitaba a toda velocidad.

 

—¡Cielos! Eso estuvo cerca —declaró con una sonrisa bonachona, abrió la mano y observo la pelotita, curiosamente le parecía familiar, ¿qué no todas son iguales? Bueno, ésta es plateada, pero es la única diferencia con una snitch normal—. ¿Dorada? —preguntó sorprendido pues a menos que la edad le empezara a cobrar facturas juraría que apenas segundos antes la pelotita era plateada.

 

—Dorada —susurró el anciano y dejo de ver la snitch para mirarle con interés. Los ojos del viejo se abrieron lo más que podían—. Esa snitch… —hizo una pausa—, pertenecía a Harry Potter.

 

Soltó la snitch como si quemara y ésta en lugar de caer, desplego sus alas para quedarse junto a él.

 

—Me tengo que ir —fue lo único que dijo antes de salir corriendo tal y como lo hizo de la librería, esta vez con mayor urgencia.

 

—¡Harry Potter ha vuelto! —le oyó gritar emocionado. Prefirió no voltear para comprobar la euforia del anciano, más preocupado se encontraba del hecho que sus manos comenzaban a bordear como una masa aguada.

 

—Maldición —gruñó. Corrió lo más rápido que pudo a un lugar poco concurrido. Justo a tiempo porque había dejado de ser el regordete señor para cambiar a un joven moreno de cabello desastroso, ojos verde esmeralda y una cicatriz con forma de rayo justo en la frente.

 

Del bolsillo de los vaqueros saco los lentes antes de desaparecerse.

 

 

The Boy Who Died

 

 

Definitivamente ese regreso tan movido no se parecía nada a como lo había planeado. Para prevenir cualquier inconveniente prefirió aparecerse en el único lugar posiblemente desalojado que se le ocurrió.

 

Grimmauld Place.

 

Estar frente al número 12 de Grimmauld Place le traía una serie de recuerdos tanto gratos como amargos. Suspiro. Al mal tiempo darle prisa. El lugar seguía igual de tétrico como en sus recuerdos, sólo que más sucio y con olor a moho.

 

Una doxy le paso revoloteando cerca del rostro justo al lado donde también sobrevolaba la snitch que le delato. Harry guardo la endemoniada snitch e ignoro a la doxy, pronto tendría que volver a limpiar todo la casa si quería vivir allí. ¡Le esperaba una tarea agotadora!

 

Si la ancestral casa de los Black siempre tuvo ese toque siniestro ahora era millones de veces más espeluznante, pues el abandono no le sentaba bien a ningún hogar. A pesar de que su lógica le decía que no habría nadie la experiencia lo obligaba a investigar cada rincón para asegurarse.

 

Con pasos cuidadosos y varita en alto caminó el extenso pasillo hasta llegar a la pierna de troll —la cual siempre le pareció completamente desagradable— que servía de paragüera. Harry tomó la nota mental de deshacerse de ella. El maleficio que se encargaba de ahuyentar a Severus Snape no apareció por lo que supuso que alguien lo había retirado. Se concentró en seguir explorando, recordar a Snape le causaba un incómodo nudo en la garganta.

 

Harry camino con sumo cuidado para no despertar el retrato de Walburga Black, la cariñosa madre de Sirius. Decidió que la estancia seria lo último que revisaría, pues no se sentía con ganas de escucharla gritar sandeces sobre mestizos.

 

Subió las escaleras. La vieja madera rechinaba con cada paso y como si la misma casa quisiera verse más tétrica, percibió cierta densidad en el ambiente que causo que los vellos del cuello se le erizaran de puro escalofrió. Se planteó en pensar que la casa de los Black debió haber visto mejores épocas, aunque se le hacía tan surrealista. Por cada escalón que pasaba, la oscuridad le inundaba más los sentidos.

 

Lumos.

 

Miró hacia la densa oscuridad del primer piso, aún más desolado que la planta baja. El baño se encontraba sucio al igual que la habitación contigua. Volteó para mirar de reojo la habitación donde se encontraba el gigantesco tapiz que abarcaba todas las paredes, viejo, raído y con quemaduras en ciertas partes.

 

El primer piso se encontraba despejado. Suspiro. Grimmauld Place contaba con siete pisos, contando el sótano y el ático. Le faltaba mucho por recorrer y la sola idea le causaba fatiga.

 

Harry revisó cada uno de los pisos con detenimiento, nunca había revisado toda la casa porque siempre había personas de la Orden del Fénix ubicadas en cada habitación y eso le impedía explorar.

 

La habitación que le pareció asombrosamente grande fue la denominada Master Black en el segundo piso. Donde suponía dormía la madre de Sirius que posteriormente se fue a convertir en la habitación de Buckbeak, el hipogrifo.  

 

Tras investigar la ya no tan noble y grandiosa casa de los Black terminó por comprobar lo obvio: nadie visitó Grimmauld Place desde que él, junto a Ron y Hermione, la abandonaron para inmiscuirse en el ministerio y robar el guardapelo.

 

Lanzo algunos hechizos —los más potentes— para proteger la casa, incluyendo un Fidelio donde el fuera el guardián de los secretos.

 

¡Plop! Se escuchó a lo lejos. Harry se tensó, verifico que todos los encantamientos estuvieran estables. Imposible. Los acababa de poner así que continuaban tan potentes como hace unos minutos, nadie que no fuera él sería capaz de entrar.

 

«¡La cocina!», pensó fugazmente. Era el único lugar que no había revisado por subir de inmediato al primer piso y no permanecer el suficiente tiempo en la planta baja para despertar a Walburga Black. ¡Que error tan patético!

 

El ruido de unos pasos moviéndose apresurados lo volvieron a alertar y de un puf se apareció en la cocina.

 

—¡Petrificus totalus! —exclamó, blandiendo la varita con una velocidad asombrosa.

 

El ser cayó de sopetón con un sonoro golpe. La capa de polvo a su alrededor se elevó unos  cuantos centímetros. Harry se acercó con cuidado, el ser era tan feo como pegarle a Merlín en viernes a las tres de la tarde.

 

—¿Kreacher? —dijo al verificar la identidad del intruso. El elfo no podía responderle—. Oh, lo siento. Finite incantatem.

 

—¡Amo! —chilló el elfo, lanzándose a abrazarle las piernas. Harry lo retiro de inmediato, pues Kreacher tenía la intención de besarle los pies. No pudo evitar pensar en sus 17 años y en el tiempo transcurrido desde ese entonces, ¿cuántas cosas habrán pasado? Se alegró de que al menos el elfo le estuviera haciendo compañía.

 

—Kreacher, ¿dónde has estado? Por lo que veo, no en Grimmauld Place.

 

—¡En Hogwarts! Al amo Harry Potter le gustaba que Kreacher estuviera en Hogwarts así que Kreacher ha estado allí —el elfo hizo una exagerada reverencia y su puntiaguda nariz topo contra el polvoso suelo.

 

—En ese caso, volverás aquí. Necesitare ayuda para limpiar todo este desastre. —Harry se controló por no preguntar la clase de información que realmente le interesaba e hizo un esfuerzo todavía mayor por no pensarlas.

 

—El amo ha estado mucho tiempo fuera, Kreacher no quería estar sin el amo. Kreacher fue a Hogwarts porque pensó que si el amo no estaría al amo le gustaría que Kreacher hiciera algo útil —explicaba.

 

—Sí, sí —hizo un gesto con la mano para reducirle importancia al asunto—. Hiciste bien, será mejor que comencemos a limpiar si queremos dormir hoy aquí. ¿Deberíamos comprar nuevos muebles? Realmente éste lugar es espantoso —observó el amplio comedor, antiguo, sucio y lúgubre como el resto de la casa—. Definitivamente —puntualizo sin escuchar la opinión del elfo.

 

—Amo…

 

—No te preocupes —le calmo, pues ya sospechaba que le quería decir a juzgar por la mortificación reflejada en su pequeño y feo rostro—, algunas cosas que sean de tu agrado las podemos guardar en el ático.

 

El elfo no sabía ni dónde meterse de la felicidad.

 

Kreacher sugirió que lo primero en limpiar debería ser el retrato de la señora Walburga Black. Harry se negó rotundamente alegando que lo último que le apetecía era oír la encantadora voz de la mujer del retrato.

 

Iniciaron con los corredores, pues por ahí es donde más se desplazan y lo que más mugre tenia, aunque Harry no se encontraba tan convencido, pues, a su parecer, todo era igual de cochino.

 

—¡Esto apesta a rata muerta! —gritó Harry.

 

Dos días después encontraron una rata muerta en la cocina.

 

Los siguientes días Harry se la paso entre hechizos de limpieza y moho. Había transcurrido ya casi una semana desde su llegada y ante todo pronóstico logro no preguntarle nada a Kreacher sobre Ron, Hermione y el resto. Se sintió orgulloso de su autocontrol y de lo limpio que estaba quedando Grimmauld Place, hasta podía sentirse cierto ambiente hogareño o quizá era más el haber pasado tanto tiempo sólo y el hecho de tener a Kreacher para hablar —que por cierto no era un muy gran conversador— le satisfacía en el alma. Con los días la casa adquirió cierto olor a café, el cual era más reconfortante que el olor a rata muerta.

 

Finalmente  —y para horror de Harry—, llego el día en el que tenían que limpiar la estancia y el tapiz del árbol genealógico de los Black. Harry no se atrevía a entrar y desde el umbral de la puerta miraba como Kreacher admiraba las cortinas enmohecidas del retrato.

 

—¿Por qué no limpias tú la estancia y yo el tapiz? —sugirió inteligentemente Harry, quien los últimos días se había sentido totalmente poderoso por lograr que Walburga no despertara ni una sola vez. Era un logro enorme, considerando que cuando fue más chico la despertaba constantemente por sus torpezas.

 

—¡El amo Harry le concederá tremendo honor a Kreacher! —gritó el elfo totalmente emocionado. Harry casi pudo ver en cámara lenta las cortinas abriéndose como una fuerte ráfaga.

 

¡Inmundo mestizo! ¡Asquerosos rastrero que osa estar con su repugnante presencia en la ancestral y noble casa de los Black! ¡Deberéis morir de vergüenza!  ¡Deshonor! ¡Nauseabundo mezquino!

 

—Vaya, que honor… —contestó con sarcasmo, llevándose ambas manos a las orejas para evitar escuchar los horrorosos y estridentes chillidos. Nueva nota mental: encontrar la forma de reubicar el retrato al ático. ¡Vamos, que no podía ser imposible! ¡Alguna manera tenía que existir! Y se aferró fervientemente a esa idea.

 

Subió al primer piso, orgulloso de que los escalones ya no chirriaran con cada pisada.

 

«Hora del tapiz», pensó con desgane. Era tan viejo que se le hacía pérdida de tiempo limpiarlo, de todas formas, ¿quién entraría en esa habitación? Kreacher. Por supuesto, pero aparte de él; nadie.

 

Contemplo las ramificaciones del árbol, eran extensas y databan de fechas antiguas.

 

Poso su mano sobre la quemadura en donde se suponía debería estar Sirius. Con lastima vio que ahí terminaba esa parte del árbol pues ni Sirius ni Regulus tuvieron descendencia.

 

Su vista recorrió hacia la derecha, junto a Walburga se ligaba alguien que también estaba quemado y después a un tal Cygnus II que se ligaba en matrimonio con Druella Rosier y bajo ellos, su descendencia. Bellatrix Lestrange unida por una ramificación de Rodolphus Lestrange. En seguida de ellos aparecía otra quemadura —Harry dedujo que era Andrómeda y fue claramente eliminada por casarse con Ted Tonks. Una sonrisa nostálgica apareció en los labios de Harry.

 

Ya no quería seguir viendo, pero sus ojos le hicieron poco caso y miro un poco más a la derecha donde se encontraba la última ramificación que daba fin al glorioso árbol. Narcissa se ligaba a Lucius Malfoy y bajo ellos el final de la cadena: Draco Malfoy.

 

Poso su mano sobre el pálido rostro al igual como había hecho con el espacio destinado a Sirius. Retiro su mano como si le hubiera causado quemazón.

 

Draco no era el último de la cadena, bajo él se encontraba un pequeño niño de facciones similares a Draco, era rubito y de ojos verdes.

 

—¿Scorpius Malfoy? —leyó.

 

De pronto como si se hubiera sumergido en un pensadero vio la escena del Callejón Diagon a una velocidad impresionante.

 

—¡Scorpius! —regañó un hombre sujetando al chiquillo de uno de sus bracitos— ¿Cuántas veces debo decirte que no te apartes de mí lado? Santo Merlín, eres tan terco como tu padre. —El niño hizo un mohín y se fue siendo sutilmente arrastrado por el hombre, que viéndolo bien; era Lucius Malfoy. Curioso. No sabía que había tenido otro hijo.

 

—¡Kreacher! —gritó a todo pulmón y bajo corriendo por las escaleras olvidándose completamente de que era mago y pudo haberse aparecido.

 

¡Asqueroso intruso poca cosa! ¡Hijo de sangre sucia!

 

—¡Kreacher, maldición! ¡¿Draco Malfoy tuvo un hijo?! —el elfo le miro descolocado, pero no tenía tiempo para explicarse, necesitaba saber.

 

—El señorito Scorpius, es el pequeño de los Malfoy. La señorita Cissy le adora y también el señor Lucius, es el niño más consentido que Kreacher ha visto. El señorito Draco…

 

—¡Basta! —le calló—. Sólo dime lo que quiero saber, ¿es hijo de Draco Malfoy? —Harry se encontraba impaciente y se mordía los labios con nerviosismo.

 

—Sí —confirmó el elfo.

 

—¿A qué edad? ¿Cuándo fue que Draco estaba…? —los nervios le impedían completar la pregunta y los gritos de Walburga Black se unían a su exasperación. Fue hasta éste momento que cayó sobre Harry el peso de sus cinco años de ausencia.

 

 

—El señorito Draco se encontraba en cinta a los diecisiete.

 

 

Puf.

 

 

Harry se desapareció de Grimmauld Place. 

 

Notas finales:

 

Espero que les haya gustado tanto como a mí me gusto escribirlo, los misterios de la desaparición de Harry se revelaran pronto. :)

Si alguno de ustedes ha leído mi fic “No soy el que fui” me disculpo porque no lo he actualizado, pero a mi otra laptop en la que tenía el capítulo nuevo se le descompuso el cargador ): y ese es el motivo por el que no he actualizado. Si veo que voy a tardar más en comprarle uno nuevo volveré a escribir el cap. Pero bueno, este nuevo fic lo escribí porque no puedo estar sin escribir nada. xD

¡Les agradecería mucho un review! Las opiniones siempre son bienvenidas. Todos los comentarios los contesto.

 

 


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