Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Déjame reflejar en tu mirada. por MeiYua

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, tienen un autor y una historia original.

Notas del capitulo:

Este one-shot esta escrito para un reto en la mazmorra del snarry llamado

Feliz cumpleaños... Potter

Déjame reflejar en tu mirada.
(Beta: Silvara Severus.)


El sol se ocultaba tras los edificios de la pintoresca ciudad de Londres, mientras las nubes, poco a poco, se decoraban con el dorado de los últimos rayos -que perdían su intensidad a cada minuto que pasaba-, hasta quedar cubiertas con un oscuro manto estrellado, bajo el cual, el bullicio nocturno se daba lugar cada día.


En una desierta calle, apenas transitada por unos cuantos vehículos, se habían aparecido una decena de personas que, ataviadas con extrañas ropas, paseaban por los alrededores tratando de pasar desapercibidas. Observaban una mansión oculta entre la unión de dos edificios, que nadie más, a excepción de ellos, parecía podía ver. La brecha se abría y se cerraba de manera intermitente, permitiendo la entrada de éstas en el momento indicado. Una a una, fueron entrando en el interior del edificio, hasta que la calle estuvo, de nuevo, habitada sólo por automóviles.

Dentro de la casa, medio polvorienta y gastada, todo estaba quieto. El mayor jaleo se daba en la sala principal, donde estaban los recién llegados sentados en unos mullidos sofás y comiendo algunos bocadillos al pie de una encendida chimenea, que era lo único que alumbraba en ese momento la vivienda.

—Supongo que ya tendrán una idea de por qué les he pedido que vengan —decía el dueño de la casa, Sirius Black, con una sonrisa oculta entre la sutil barba y el elegante bigote.

—Dado que me pediste fervientemente que no le dijéramos nada a Harry, supongo que se tratara de éste, ¿no? —comentó el viejo director del afamado castillo Hogwarts.

Sirius sonrió abiertamente y asintió:

—Pues sí, Albus, es justo por él.

—Como ya sabrán, Harry está próximo a cumplir años —interrumpió amigable Remus tomando la mano de Sirius—.Y no sé si Sirius y yo somos los únicos que lo hemos notado, cosa que en realidad dudo, pero... parece que el chico ha estado desanimado últimamente.

Se escuchó un suspiro general. No sólo habían sido ellos, sino que para todo aquél que mirara al muchacho, era evidente que su estado de ánimo había decaído de golpe de un momento a la fecha. Para ellos, no se había dado un cambio notable en el exterior que pudiera responder al porqué de ese comportamiento, sin embargo, para Harry parecía sí haberlo. Se sentaba solo en el marco de la ventana de su vieja habitación, mirando lo que sucedía al exterior, pero en su mirada no se reflejaba más que soledad, tristeza y una creciente compasión por sí mismo.

—Ron y yo también nos dimos cuenta —exclamó Hermione, ubicada en el centro de la familia Weasley, que tan solo asentía como apoyo—. Claro que hemos tratado de animarlo, pero nos resulta imposible.

—Sinceramente, no sé qué puede ser tan grave para que esté así. Pocas veces lo he visto tan apagado —susurró Ron, lanzando migas de pan al fuego.

Hubo otro silencio general. Todos pensaban en lo mismo: cavilaban los hechos, las palabras dichas, hasta que el silencio fue roto por la voz animada de Sirius.

—Justo por eso los llamamos Remus y yo. Estuvimos pensando, en uno de esos pocos momentos de ocio que tenemos, y llegamos a una conclusión que podría animar, auque sea un poco, a Harry.

—¿Y cuál es esa conclusión? —preguntó Albus, con la mirada visiblemente interesada.

—¡Fiesta sorpresa! —canturreó como respuesta Sirius. La idea había sido suya y estaba orgulloso de ello.

—¿Para su cumpleaños? —preguntó Ron entornando los ojos.

—Efectivamente, ¿para cuándo si no? —sonrió Remus mirándolos a todos.

Una sonrisa iluminó el rostro de los presentes, mientras las llamas de la chimenea flameaban en todo su esplendor. Con un leve asentimiento general, y una sonrisa de alegría del animado padrino, los preparativos para la celebración comenzaron a darse lugar entre discusiones, listas interminables de comida, nombres de invitados y propuestas de lugares donde celebrar la fiesta. Estando ya a veinte del mes, no les restaba mucho tiempo para organizarlo todo y cuidar que el festejado no se enterara de los planes.


Los días pasaban y Harry se sentía cada vez más solo en la acogedora Madriguera. Se había ido allí a pasar la última semana que le restaba de vacaciones, con la esperanza de poder despejar su mente, pero Ron y Hermione parecían siempre tener otra cosa mejor que hacer que estar con él. Incluso Sirius rechazaba sutilmente las propuestas de Harry sobre ir a visitarlo, y los Weasley que se quedaban a su lado, parecían esforzarse por no decir nada con respecto a la ausencia continua del resto de la familia, aunque era algo que, simplemente, no podían ocultar.

Harry no sabía si en realidad estaba molesto con esto o agradecido, ya que lo único que deseaba en esos momentos era estar solo. Desde que había llegado, solía realizar la misma rutina: salía de la casa, caminaba por los prados y se sentaba a lamentarse bajo un árbol, donde la mayor parte de las veces, su tristeza se tornaba insoportable al recordar aquel día en el que se todo se había desmoronado. Cerraba los ojos, con la soledad invadiendo sus sentidos, y se esforzaba por no dejar salir las pocas lágrimas que le quedaban, como si no se sintiera merecedor ni siquiera de llorar.

Las imágenes de ese día permanecían nítidas en su mente.

Había ocurrido el último día de clases. Esa noche se iba a celebrar el banquete de despedida y, a la mañana siguiente, el tren partiría para llevarlo de nuevo a esa tormentosa casa. La guerra había quedado atrás, y el próximo año sería el último que cursaría, así que Harry lo había decidido: ese sería el día, no dejaría pasar ni uno más.

Desde hacía un par de meses, se había dado cuenta de que un calorcillo surgía en su pecho cuando miraba a aquel hombre caminar, enmarcado en el elegante ondular de su capa. Se había sorprendido a sí mismo mirando el pelo negro caer sobre la pálida y atrayente piel, y deseando que éste lo mirara. No importaba el motivo, sólo quería que esos ojos negros se posaran en él y, si tenía suerte, que su rostro le regalara una sonrisa, aunque fuera sarcástica y mal intencionada. Era definitivo, estaba totalmente enamorado de Severus Snape y ni siquiera había notado el momento en el que los sentimientos habían surgido, sino que lo supo cuando ya era un hecho irreversible para su corazón.

Oculto tras una armadura, miraba detenidamente la puerta de la sala de profesores, aguardando pacientemente por la salida de Severus, por verlo cruzar ese umbral y, al fin, poder caminar hacia él para confesarle lo que sentía. Decirle todo lo que su pecho guardaba, y la forma en que su corazón palpitaba cuando él estaba cerca. Quería contarle lo difícil que era mirarlo desafiante cuando lo único que deseaba era sonreírle de esa manera que Snape llamaba tonta.

Y así lo hizo. Cuando salió, Harry se plantó frente a él, tan firme como le dejaron sus crecientes nervios, y le dijo, con la voz mas clara que su garganta produjo, todo; absolutamente todo lo que sentía y lo que deseaba. Severus, sin embargo, se mantuvo callado durante todo el discurso, mirándolo con su rostro impasible, como si lo que el chico le decía no causara en él la menor importancia y, cuando finalizó, se limitó a torcer un poco los labios y a esquivarlo para seguir con su camino, dejando a Harry allí, con su corazón expuesto y pisoteado.

Harry volvió a la realidad y se levantó de golpe de su lugar, tratando de sacar de su mente la imagen de la cara fría de Severus, pero lo único que logró fue que llegaran más recuerdos, esta vez, de los momentos en los que lo había visto durante sus vacaciones: cómo lo ignoraba, pasando frente a él como si fuera sólo un mueble más, cómo lo había sorprendido en contadas ocasiones, mirándolo con el rostro torcido en un gesto que, aunque él no sabía con exactitud de qué era, sospechaba que era de repulsión hacia él y hacia su gusto por los hombres.

Con las lágrimas corriendo por sus mejillas, Harry se recostó en la cama de la habitación donde acababa de rememorarlo todo nuevamente.


***

En el castillo, Albus buscaba alegremente el lugar acordado para la celebración, la Sala de los Menesteres. Estaba tan sumergido en sus pensamientos para intentar atraerla, que no se dio cuenta de que Snape se había quedado mirándolo pasar una y otra vez frente a la pared, mientras en su cara se dibujaban todo tipo de expresiones.

—Esa última cara que pusiste te sienta bien, Albus —exclamó Severus dando unos pasos más—. Sólo necesitarías adornarla con un pijama de recién nacido.

Albus se giró con una sonrisa en su rostro y contestó:

—Es curioso, Severus, justo pensaba lo mismo.

—Sí, curioso —murmuró, mirando a su alrededor— ¿Me dirás la razón por la cual este afortunado muro es merecedor de tal espectáculo tuyo?

—Una fiesta, Severus —Sonrió de forma paternal—. La de Harry, te lo había dicho ya.

—Oh, es por eso...

Severus se giró sobre sus talones y comenzó a regresar por donde había venido, con la mirada de Albus clavada en él.

—Es por la noche, Severus, y no suenas muy entusiasmado —comentó Albus mientras iba tras él.

—Claro que lo estoy, Albus, sólo que, si no te molesta, iré a saltar de alegría a la privacidad de mis aposentos —dijo con la voz apagada.

—¿Qué tienes en contra del chico, Severus? —preguntó, ignorando el sarcasmo—. Realmente nunca he entendido tus motivos para tratarlo de tal manera.

—Con que yo los entienda es suficiente, Albus. ¿O acaso también tengo que dar cuenta de estos ante ti? —Siseó neutral las palabras, mientras doblaba la esquina.

—Sabes perfectamente la respuesta, Severus. Es sólo que he visto tu comportamiento con él desde siempre y, aunque antes no era muy diferente, ahora me parece que es bastante más extremista e hiriente.

Severus dio un disimulado suspiro y contestó:

—No sé de qué me hablas. No veo que ahora haya nada especial en mi comportamiento.

Albus se detuvo cuando el paso firme de Severus comenzó a aminorar, y lo observó detenidamente.

—¿Por qué no asistes, Severus? No serías el único profesor allí y...

—No lo haré y no insistas. —Elevó el tono de su voz—. Entiende de una vez que no hay ningún motivo por el que, justamente yo, tenga que estar en el cumpleaños de ese mocoso. No lo hay y nunca lo habrá.

Severus volvió las manos puños conforme decía aquello, mirando fijamente el suelo y tratando más de convencerse a sí mismo que a Albus, que sólo lo miraba sin decir una sola palabra. Había estado recordando en sueños aquella confesión e, incluso, se había detenido en el lugar donde había sucedido, para recrear el momento en su imaginación: lo que Harry le había dicho, la expresión del chico, la suya propia… Suspiró profundamente, intentando percibir una vez más el aroma del joven y, luego, Albus habló:

—Entiendo... Entonces, me retiro. —Dicho esto, se giró y caminó, con la intención de seguir buscando la Sala de los Menesteres.

Severus no dijo nada, perdido en sus propios pensamientos.

Ese maldito mocoso, ¿con qué derecho viene y me dice todas aquellas palabras de repente? Fue tan cursi, meloso y sentimental… Y jodidamente directo, como si de verdad esperara que yo fuera, lo abrazara y le dijera: “Siento lo mismo, Harry, mi amor”. ¡Bah! ¿Qué le hizo pensar que yo era gay? Maldito Potter, siempre tan odioso. Fue tan... tan... tan humillante que yo quisiera decir semejantes ridiculeces… —Suspiró pesadamente, volviendo a caminar apresurado a sus mazmorras— Yo y mi maldito corazón que no sabe entenderme, ¿cómo ha podido fijarse en ese?

Severus se perdió por completo de vista y Albus, que miraba atento cada movimiento de éste, sacó sus propias conjeturas con las respuestas cortantes que le había dado el más joven. Había entendido, en cuestión de segundos, lo que pasaba en el interior de Severus y, un mes atrás, lo había entendido con Harry. Para él, ambos eran como una carta abierta en cuestiones de amor.

—Estos muchachos, ¿cuando entenderán? —pensó en voz alta, creyéndose solo

—¿Qué muchachos entenderán qué, Albus? —preguntó desde un rincón un recién transformado Sirius. .

El Director se giró sobresaltado y, tras recomponerse del susto, exclamó:

—Oh, Sirius, querido... ¿no te he dicho que no te pasees por aquí como animago? Asustas a los fantasmas.

—Me resulta más rápido así. —sonrió.

—Comprendo —Asintió levemente, pensando que Sirius podía echarle una mano—. ¿Cómo esta Harry, Sirius?

—Apagado. Hoy lo descubrí llorando con un libro de pociones entre los brazos. Sospecho que ese desgraciado de Snape tiene su nariz metida en este asunto, y te juro que lo pagará si me entero de que sospecho bien.

—Uno de los cuadros me dijo que vio a Harry suspirar varias veces —comenzó a decir tranquilo, ignorando las palabras de Sirius—.Ya sabes, de esa forma en la que se hace cuando el amor toca en nuestra puerta. —Sirius siguió de cerca al mayor. Si Harry estaba enamorado, quería todos los detalles sobre eso—. Es una lástima… ¿no crees?

—¿Por qué lo dices? —Frunció el ceño ligeramente

—La palabra amor seguida de lágrimas no es la mejor combinación. —dijo, mientras aceleraba el paso—. Me pregunto si lo sería ligada a un libro de pociones.

Sirius se quedó mirando a Albus mientras se perdía por los pasillos del colegio. Había ido en un principio a ese lugar solamente a acordar un plan, junto a Hagrid, para poder llevar a Harry al castillo y, realmente, lo que menos esperaba era enterarse de que Harry estaba enamorado, con el corazón roto y un libro de pociones entre las manos.

Pociones —se repetía a sí mismo las palabras en su cabeza— pociones... sí, este lugar apestaba a pociones y a Snape cuando llegué aquí transformado en perro —caviló. Si algo sabía perfectamente era que las palabras de Albus, por disparatadas que sonaran, siempre tenían un significado— Pociones, Snape y… Harry enamorado...

—Oh, ¡lo voy a matar!

Tras gruñir las palabras, Sirius tomó el camino, casi corriendo, hacia las mazmorras. Estaba más que seguro de que Severus le había dado algún tipo de poción a Harry para enamorarlo, y luego rechazarlo. Creía que éste quería que Harry sufriera con eso y, aunque tuviera que ir otra vez a Azkaban, se lo haría pagar.

Se trasformó, al entrar en los terrenos de Snape, en perro, dispuesto a morderle el trasero si estaba allí o, si tenía más suerte, a destrozarle u orinarle todo cuanto alcanzara, pero se tuvo que detener frente a la entornada puerta del despacho de Severus al oír la voz de éste discutir consigo mismo.

—Ese condenado Potter… Él tiene la culpa y me pagará, una por una, las cosas que me han salido por su causa, por él y por sus tonterías.

Inmediatamente después, se escuchó cómo se azotaba una puerta y, luego, cómo el silencio se extendía por el interior de aquel lugar. Sirius, tras fruncir el ceño notoriamente irritado por lo que había escuchado, tomó de nuevo su forma original.

—Sobre mi cadáver, Snivellus —murmuró, mientras se formaba en su rostro la traviesa y vengativa sonrisa de antaño.

Abrió lentamente la puerta y se asomó para verificar el terreno y, varita en mano, se adentró a las desprotegidas habitaciones de Snape. Lo vio de espaldas, pesando ingredientes con el pensamiento en otro lugar y, con un hechizo rápido y bien empleado, una luz descomunalmente rosada cubrió al desprevenido profesor, dejándolo inconsciente y desnudo en el centro de un mullido pastel hueco y colorido que, apenas hacia unos momentos, era la oscura ropa de éste.

—Dudo mucho que un ridículo más en tu vida marque mucha diferencia, Snape —le dijo al pastel, a tiempo que lo levitaba y echaba a caminar detrás—.Vamos a llevarle un presente de tu parte a Harry. Esto y un remedio para la asquerosa poción que le has dado al pobre.... Sí, seguro que con esto se pondrá feliz.

De alguna forma, Harry se había dejado convencer por la constante insistencia de Hagrid para festejar su cumpleaños con él. Realmente, desde que había descubierto la magia, aguardaba esperanzado su cumpleaños. Sabía que ninguno era malo desde entonces, pero esta vez, este año, no era así. Deseaba pasarlo solo, lejos del colegio o de cualquier otra cosa que le pudiera recordar a su amado profesor de pociones. No quería llorar más por él y lo estaba logrando. Ya no podía llorar, sus lágrimas se habían terminado y ahora sólo permanecía el sufrimiento, el pesar de su alma y la opresión constante en su corazón.

Había llegado por traslador a un prado cerca de los terrenos del colegio, donde ya estaba Hagrid esperándolo junto a una carroza. Suspiró profundamente y trato de forjar en su cara una expresión de alegría ante el ferviente saludo del semigigante, pero sólo logró crear un gesto torcido, ante el cual el mayor frunció el ceño desconcertado.

Éste se acerco a él y con su ronca voz preguntó:

—¿Qué te pasa, por qué pones esa cara?

—Oh, lo siento... no es nada, sólo el mareo del viaje —susurró Harry acomodándose la ropa.

Hagrid se dio cuenta, entonces, de que todo lo que le habían contado era verdad. Aunque quisiera ocultarlo, saltaba a la vista que algo en él, en su interior, no andaba bien.

Harry se pasó una mano por el pelo y se acomodó las gafas, tratando de esquivar la mirada. El otro sólo suspiró profundamente, girándose para tomar camino.

—De acuerdo, esta anocheciendo; te daré un té para que asientes el estomago, aunque te aviso que tendremos que ir al castillo a tomar un poco prestado. El mío se terminó ayer y, con el regreso a las clases, no he podido conseguir más por ahora.

El menor asintió, siguiéndolo. No tenía nada de apetito, sin embargo, no se atrevía a rechazar lo que tan cortésmente le ofrecía Hagrid, así que subió a la carroza, se acomodó, y trató de seguirle la charla. No obstante, en cuestión de minutos, su mente se puso a viajar por su cuenta, rememorando, como queriendo lastimarlo más aún.

En minutos, ambos estuvieron caminando por los oscuros pasillos del colegio. Todo estaba desértico, ni un alma parecía habitarlo, nadie se les cruzaba por el camino ni lo felicitaba, aunque lo cierto era que a Harry ni siquiera le importaba. Su atención estaba completamente centrada en su pasado, en los momentos vividos con Snape. Se maldecía a sí mismo por tener el corazón tan blando como para caer rendido a los pies de éste, por no haber tenido la fuerza de callar sus sentimientos o la inteligencia de haber aguardado el momento preciso.

Sin fijarse por dónde lo conducía, Harry caminó, caminó y caminó, hasta que sus pasos en la penetrante oscuridad lo hicieron chocar contra una pared blanda, que Harry dedujo era Hagrid.

—Lo siento yo... —Sus palabras hicieron eco y levantó la vista para tratar de ver algo, pero la escasez de luz se lo impidió— ¿Hagrid?, ¿dónde estás?

Se escuchó a sí mismo preguntar en repetidas ocasiones y, luego, una cegadora luz le hizo cerrar los ojos, para después pegar un salto cuando escuchó a coro:

—¡Feliz cumpleaños, Harry!

Miró a todos los lados, apuñando instintivamente la varita de su bolsillo, pero la soltó al descubrir a todos sus amigos, profesores, alumnos y su familia rodeándolo. Incluso los fantasmas estaban allí para felicitarlo, en medio de serpentinas que hacían espirales en el aire y confeti que bajaba del techo, pero que desaparecía antes de tocar el piso.

—Ah... Yo... —tartamudeó Harry, perplejo—. Chicos, esto es... gracias, de verdad.

Entre saludos efusivos, abrazos sofocantes y gorritos de fiesta, fue saludando uno a uno. Una ligera sonrisa asomó en sus labios, pero se perdió cuando al buscar la presencia de esa persona, no la encontró. Él no había ido, no estaba allí, y eso sólo consiguió hacerle sentir peor consigo mismo.

Albus y Sirius estaban pendientes de lo que hacía el festejado. Lo miraban, habían notado cómo buscaba por los rincones y cómo su rostro parecía iluminarse cuando percibía alguna prenda negra, para inmediatamente apagarse al ver el rostro de la persona a la que pertenecía.

Y yo que tenía la esperanza de que no fuera verdad —pensó Sirius y, metiendo una mano a su bolsillo, se acercó a su ahijado.

—Harry, feliz cumpleaños —sonrió, ofreciéndole lo que parecía un chocolate con la figura de un león, que hacía una reverencia mientras pisaba con la pata a una serpiente.

—Qué detalle, Sirius, gracias... —respondió, con la voz más apagada de lo que pretendía, y la tomó.

—Yo la preparé y me demoré bastante, así que ¿por qué no le das el gusto a tu viejo padrino de ver cómo te la comes? —pidió, con una mirada de angelical cachorro.

Harry suspiró para tomar valor; no sabia que tan bueno era Sirius cocinando, y no quería un dolor de estómago que lo hiciera sentirse aún peor, pero aun así, mordió el chocolate y no paró hasta habérselo comido todo.

—¿Qué tal sabe? —preguntó con un brillo destellando en sus ojos.

—Es... peculiar. Sinceramente, creo que se te quemó.

—Es probable —asintió Sirius, feliz de que Harry no soliera tomarle mucho sabor a las cosas—. Si no te molesta, iré con Remus a por un poco de comida. Tú divierte, es tu fiesta.

Con eso tendrá suficiente para dejar de sentir aquello por el idiota de Snape —pensó Sirius, a tiempo que Harry contestaba distraídamente.

—Claro, Sirius, lo haré.

Paseó un poco por el lugar, tratando de buscar algún rincón donde pudiera pasar desapercibido. Sin embargo, todos pensaban que lo que quería era encontrar compañía, y se acercaban a él, lo entretenían y luego lo pasaban a alguien más.

Ya muy avanzada la noche, Harry sintió unos deseos incontrolables de salir corriendo de allí cuando Albus le dijo que, lamentablemente, Severus no había podido ir a la fiesta. No era tonto, había entendido perfectamente que Severus no deseaba verlo o estar cerca de él, de la repugnante presencia de un gay que había osado enamorarse de él.

Cruzó el salón sin hacer caso a nadie, con la mirada puesta en la puerta de salida, cuando el sonido de una explosión, amortiguado por la música, lo hizo detenerse y mirar a una puerta escondida tras las cortinas escarlata que adornaban las paredes. Absorbido por la curiosidad, se dirigió a ésta, la abrió y cerró tras de sí al entrar.

Caminó por un pasillo mal iluminado hasta llegar a un cuarto pequeño y con el techo decorado con betún. Lo siguiente que vio fue lo dejó sin palabras. No sabía si volver sobre sus pasos o acercarse más, así que, simplemente, se quedó contemplando la celestial figura que se dejaba ver en el centro de un enorme pastel. Recorrió con la mirada cada detalle de la pálida piel y los sutiles músculos que se exponían deliciosamente, sin prenda alguna que los cubriera, bajo su mirada, hasta llegar al vello del área que se ocultaba, sensualmente, en lo que quedaba de la tarta.

Severus había despertado de su letargo hacía un momento y, al sorprenderse totalmente desnudo y con música de fondo, la furia había llenado sus sentidos. Dejó salir su magia, pero con eso, sólo logró volar el techo de su prisión En su mente, no dejaba de idear la forma perfecta de muerte para aquél que se había aprovechado de su descuido y lo había dejado de tal forma.

—Perdón... —La voz jadeante de Harry se dejó escuchar, haciendo que Severus lo mirara. Por un segundo, casi se le subieron los colores al rostro.

—Potter —siseó, prefiriendo ignorar su embarazosa situación—. Así que fuiste tú.

—Yo... no sé de qué habla, profesor.

Clavó su negra mirada en él y susurró amenazante.

—¡No mientas! ¿Qué planeabas hacer después?, ¿utilizarme como entretenimiento en tu fiesta?

—Jamás haría tal cosa —contestó de inmediato Harry, ofendido, pensando que quizá en sueños realizaría algo parecido, pero sólo en estos—. Llegué aquí y usted ya estaba así, Señor.

Harry agachó la mirada. Todo ese tiempo había estado mirando la parte baja de Severus, esperando que se moviera y dejara ver algo más de ese atrayente vello que deseaba tocar.

—¿Ahora sí está tímido, Potter?, ¿dónde quedó ese chiquillo insolente que me vino a decir una sarta de insensateces? —Severus salió de la tarta mientras decía esto. Aunque molesto en el exterior, en el fondo le cabreaba que Harry no se le hubiera lanzado. Creía que todo lo que le había dicho sólo eran palabras que se llevaba el viento y, ahora, que miraba el cuerpo de un viejo como él, no le atraía en lo más mínimo—. ¡Míreme, Potter! Si le da nauseas mirarme tal cual soy, entonces, dígalo, tenga valor por una vez y no se calle.

Harry apretó los puños, luchando consigo mismo, dividido entre correr a besarlo o soltarle un puñetazo que pusiera al mayor más colérico, pero, con el último comentario, no resistió y explotó:

—¡El que no tiene valor es usted! Se lo confesé todo, palabra por palabra, y usted no tuvo ni la educación suficiente para rechazarme como se debe. —Las lágrimas se deslizaban por su rostro y su voz se cortaba entre las palabras—. Y ahora, después de todo lo que le dije, piensa que de verdad puedo no sentirme atraído por usted, por su cuerpo, por su persona....

Severus sólo guardó silencio. Jamás se disculparía, no importaba cuánto lo quisiera, y creía que era mejor de esa forma.

—¿Haciéndose la victima de nuevo, Potter?

—No, no me hago la victima porque no lo soy.... Yo sólo soy el único chiquillo testarudo y masoquista que se fijó en su tirano profesor de pociones, soy el único que se enamoró... el único...

—Siempre queriendo sobresalir, Potter. ¿Su inteligencia le permitirá alguna vez darse cuenta de que el amor no es exclusivamente suyo?

—Ahh... usted... —tartamudeó, temiendo haber escuchado mal.

—No sé por qué quiere tenerme a mí como su pareja, Potter, y tampoco lo estoy preguntando, pero déjeme decirle que si busca diversión y burlarse de mi diciendo tales cosas, ya puede esperar sentado, porque no voy a...

—Lo que dije fue verdad —lo interrumpió Harry, con la esperanza de haber entendido bien brillando en sus ojos—. Realmente lo amo profesor.

Severus guardó silencio, dejando pasar el atrevimiento, y preguntó aparentemente indiferente:

—¿Ama a un viejo que podría ser su padre, que ha maldecido su nombre y lo ha ridiculizado cuando ha tenido oportunidad?

-—Pues sí. —Harry sonrío abiertamente. Esa había sido justamente la pregunta que se había hecho cuando se dio cuenta de que encontraba sexy a Snape.

—Tan sensato como siempre —susurró Severus sarcásticamente, y luego se miró de pies a cabeza, una parte de su cuerpo estaba cubierta por betún, y luego volvió a mirar a un sonrojado Harry—. ¿Qué espera para comenzar a limpiar este desastre, Potter?

—Su permiso para tocarlo, señor.

—Adelante—dijo, sonriendo con superioridad.

Harry se terminó de acercar a él y preguntó:

—¿No me felicitará por mi cumpleaños antes, Señor?

—¿Delirando ya, Potter?

—Eso creo.

—No deje ni una mancha —ordenó.

—No la dejaré...—Harry recorrió una vez más el cuerpo del mayor con la mirada y agregó sugerente:— de ningún tipo.


Fin...

Notas finales:

La historia tiene su dibujo, pero como descuadra si lo pongo aqui, mejor les dejo el link

http://i1239.photobucket.com/albums/ff518/geunick/104_2181.jpg


Dejen mentarios si les gusta

Besos!! ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).