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Ventana abierta por KiniAinotsuki

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Notas del fanfic:

Fandom: No. 6

Pareja: Nezumi/Shion.

Stupid me says: Ya lo había dicho: quería hacer un fanfic de No. 6. Y aquí lo tienen. Espero que no me haya quedado tan mal, tomen en cuenta que es mi primera vez con este fandom pequeño pero maltratado. De aquí en adelante es obvio que va a haber spoilers del final, así que mejor no sigas leyendo si no lo has visto todo. Por cierto que es bastante cliché, pero espero que lo disfruten aunque sea una fracción de lo que yo disfruté escribiendo. El final del anime provocó muchos sentimientos encontrados en mí y no, no fue el hecho de que Nezumi se fuera. Es más bien que fue un final extraño que no explicó realmente nada de lo que debería explicar y que, curiosamente, una parte que no está en la novela fue la que me gustó más, aún si no tiene sentido. Así que al principio me dije: "has algo moe, Kini, siempre te vas por lo perverso y el final de No 6 merece algo moe" pero la otra parte fue así de "Fuck this, tú escribes lemon, el Nezushi necesita lemon, sabes que tú también lo necesitas, hazlo". Entonces decidí hacer un lemon moe, si es que eso existe.

Lean la novela si pueden. El final es mucho mejor ahí que en el anime. De todas formas, casi todo lo que hay en este fanfic tienen que ver más con el anime así que no se preocupen. Nada más tres cosas:

1. Nezumi sí se marcha al final de la novela, eso es definitivo. Pero ese beso no es tan poco satisfactorio como lo fue en el anime. NO es un beso de despedida como muchas fangirls se cortan las venas y maldicen a Nezumi por ser hipócrita. Es un beso de compromiso, de promesa. Y esa promesa es que se volverán a ver. Porque, sí, quien dice que se volverán a ver no es Shion, sino Nezumi. Eso lo hace más significativo, ¿no? ¿Debo mencionar que es descrito como un beso apasionado también?

2. El bebé se llama Shion en la novela porque ese es el nombre que le pone Inukashi ya que tiene los ojos violetas (tal y como nuestro Shion los tiene en la novela). Para los que no lo sepan, el nombre de Shion viene del nombre coloquial japonés para Aster tataricus, una flor con propiedades medicinales que, de hecho, es violeta. Supongo que ya captaron las intenciones de la autora, ¿no? *fin de la nota cultural*. Lo menciono porque el bebé Shion se queda con Inukashi, ella no se lo manda de regreso a Shion para que las fangirls puedan hacer incontables bromas sobre Shion siendo madre soltera. Así que en este fanfic, ese crecimiento de personaje de Inukashi se queda con Inukashi (sí, la razón por la que Inukashi se larga no es porque esté asustada de morir, sino porque se preocupa de que el bebé se quede solo. Gracias por arruinarla, BONES).

3. Este fanfic también es fiel al hecho de que el único ratón que se queda con Shion es Tsukiyo. Hamlet y Cravat se van con Nezumi.

En fin, después hago un pequeño artículo de las diferencias entre las novelas y el anime. Aunque debería de estar escribiendo Yullen por cierto, esteee...

Notas del capitulo:

Spoilers varios. Muy posible OOC porque es mi primera vez escribiendo en este fandom, sean amables por favor *reverencia*. Y, para los que no me conocen, escribo mucho y largo. Muy largo. Tan largo que al final tuve que cortarlo en dos capítulos, aunque el que sigue es más largo, lo juro. No se preocupen, que en el siguiente sube el Rating.

Rating: T - por lo pronto.

DISCLAIMER: No 6 no me pertenece, le pertece a esa diosa llamada Atsuko Asano. Yo sólo trato patéticamente de escribir.

Ventana abierta

Parte 1: Ocho años

Hoy era siete de septiembre. Ese día cumplía veinte años. Sus compañeros en el trabajo le habían felicitado, incluso habían hecho una fiesta en su honor y hasta uno que otro había propuesto la idea de tener esa fecha como una especie de celebración para todas las personas que habitaban la ciudad que antiguamente se conocía simplemente como No. 6.

Se había negado, por supuesto. Aún y cuando fuera él quien coordinaba la reconstrucción de la ciudad y quien había dirigido la mayor parte del trabajo que se había hecho a lo largo de estos cuatro años, seguía sintiéndose intimidado por la presencia de muchas personas, sobre todo si eso significaba que era el centro de atención. Nunca se había considerado tímido; tan sólo callado y, quizá, un poco extraño aún para los nuevos estándares que esperaba fueran más liberales que los que antes parecían ser la norma. Aún así se sentía abrumado cuando estaba rodeado de demasiadas personas que le miraban como si fuera su salvador cuando sabía perfectamente que no hubiera podido hacerlo si no fuera por su amiga Safu, quien prácticamente había sido quien, a cambio de su vida, había acabado con esa mentira que era No. 6.

Trataba de mantenerse ocupado siempre. Trabajaba lo más que podía hasta quedar prácticamente exhausto, ayudando incluso en las labores manuales a pesar de que una y otra vez le decían que no era necesario que él se involucrara. Era sólo que había terminado con los cálculos y planeaciones de lo que sería la nueva ciudad y no tenía nada más que hacer que él pudiera considerar un trabajo que de verdad le agotara. Por la tarde ayudaba a su mamá en la panadería que ella había estado feliz de conservar en el mismo lugar donde habían vivido luego de aquel incidente de hace ocho años. Por supuesto que les habían ofrecido salir de Lost Town, incluso les habían invitado a tener una casa mucho más moderna fuera de ese sector que más bien era para marginados en el antiguo orden de No. 6. Pero Karan parecía demasiado feliz con lo que tenía como para tan siquiera considerar la idea de irse del único lugar que la había hecho sentir satisfecha consigo misma. La había entendido a la perfección.

Ese día su madre le había horneado tarta de cerezas como todos los años y él había estado agradecido. Incluso se había comido su trozo entero a pesar de que tenía la garganta cerrada y sentía esa usual opresión en el pecho. No quería preocupar más a Karan, sobre todo sabiendo que ella se había dado cuenta desde hacía mucho tiempo qué era lo que le pasaba. Era su mamá después de todo, la única que sabía que estos últimos cuatro años habían sido una pequeña tortura para él. Por eso no le insistió nunca que se animara mientras compartían esa pequeña merienda con Lili, el señor Rikiga, Inukashi y el pequeño Shion. Había intentado con todas sus fuerzas sonreír amablemente, sobre todo para que el señor Rikiga se tranquilizara a pesar de que esa cercanía seguía poniéndole nervioso. Incluso había intentado tener una conversación natural con Inukashi, pero le era imposible ver a la chica sin sentir que se le humedecían los ojos. Para su suerte ella parecía estar más pendiente de que Lili y Shion jugaran tranquilamente más que por hacer comentarios sobre lo obvio sobre él. A veces se sorprendía de lo mucho que ella había madurado desde que la conoció.

Al final había terminado por retirarse entre disculpas por tener que irse tan temprano. Karan le hizo llevarse lo que había quedado de la tarta de cerezas a pesar de que él había insistido en que sólo necesitaba un trozo por si acaso Tsukiyo quería comer más que las pequeñas sobras que le había dado. Sin embargo, su madre se había puesto tan terca al respecto que al final había accedido. Se inclinó un poco, dejando que su madre le besara en la frente, una costumbre que habían recuperado desde hacía cuatro años, sin importarle las risitas burlonas por parte de Inukashi. Es entonces cuando su madre le pide que se quede. Hacía mucho tiempo que no le insistía que no dejara esta casa, así que al parecer no estaba haciendo tan buen trabajo fingiendo que estaba bien. Le aseguró que estaría bien, que no se preocupara tanto, pero que realmente tenía que irse.

Tenía que ir al lugar antes conocido como Chronos, a la misma casa en la que vivía antes de ser despojado de sus derechos como élite. No era que despreciara la modesta casa que había compartido con su madre, era que necesitaba estar en ese lugar como todos los días desde que regresó a la ciudad.

Entonces se percató de la excusa que su madre le había dicho para que no saliera. Mientras conducía camino a lo que había sido Chronos, podía observar las nubes oscuras cubriendo todo el cielo del atardecer. Pero no eran nubes comunes y corrientes. Eran nubes de lluvia. No podía creer que había olvidado que los pronósticos del tiempo por estar ensimismado todo el día. Había sido muy tonto. Era el mismo clima de esa noche hace ocho años. Sonrió con suavidad, apretando el volante de su auto al tiempo que esperaba no echarse a llorar ahí mismo.

Cuando llegó a su casa ya había empezado a llover. El viento era bastante más fuerte de lo que hubiera esperado, así que esperaba que los trabajadores hubieran reforzado bien las construcciones a medio terminar porque por la mañana estarían hechas un desastre. Se olvidó por completo del paragüas que su madre le había dado antes de salir de la casa, aferrando el paquete con la tarta de cerezas contra su pecho, esperando que no se mojara. En cuanto abrió la puerta vio a Tsukiyo salir del bolsillo de su abrigo, olfateando todo a su alrededor, como si quisiera comprobar que era seguro estar ahí. Sonrió ante el gesto porque era de lo más usual. Tsukiyo tenía una forma muy particular de cuidar de él, escondiéndose en sus bolsillos y saliendo repentinamente cuando lo notaba demasiado distraído como para ser seguro. Por suerte no le pasaba tan seguido como antes.

Dejó su mochila en el sofá, sin preocuparse demasiado por ella a pesar de que pretendía trabajar hasta bien entrada la noche. En lugar de eso sacó la tarta del paquete que le había dado su mamá, cortando un pequeño trozo para colocarlo en un plato sobre la mesa. Tsukiyo subió hábilmente por una de las sillas, emitiendo ese chillido que a él le parecía de lo más adorable, uno que reconocía como uno de curiosidad. Y de hambre.

- Claro que es para ti, Tsukiyo.

Se sorprendió de lo extraña que había sonado su voz para sí mismo. Se dio cuenta de que prácticamente no había hablado casi nada a pesar de que había platicado con Inukashi y había tenido esa pequeña discusión con su madre. Quizá no se había dado cuenta de que había contestado tan sólo con monosílabos o con frases muy cortas. Resopló, pasándose una mano por el cabello blanco. El chii chii lleno de alegría del ratón le hizo olvidarse un poco de aquella tontería a la que debería de estar acostumbrado. El animalito comía vivamente de la tarta de cereza, aunque no por eso dejaba de estar alerta, parando de vez en cuando para mirar a su alrededor y olisquear el ambiente. Volvió a sonreír, acariciando el pelaje gris oscuro con uno de sus dedos.

Luego de guardar la tarta en el refrigerador se había dispuesto a seguir trabajando cuando se detuvo en medio de la sala. Podía escuchar el sonido del viento y de la lluvia golpeando contra las ventanas de su casa con una violencia cada vez mayor. Trató de ponerse en modo automático de nuevo, en no pensar demasiado en las cosas porque así era como funcionaba su vida normalmente. Pero siempre le pasaba esto cada vez que escuchaba ese sonido. Y todo empeoraba por el día que era hoy.

Había una razón para haber vuelto a su casa en Chronos en lugar de regresar con Karan a Lost Town. No era la comodidad ni el lujo, por supuesto. Cuando había vuelto se había sorprendido de que seguía prácticamente igual a como la habían dejado cuando los desterraron, como si ninguna otra familia hubiera habitado ahí. Tenía algunos cristales rotos, resultado de ese día que había caído No. 6 sin duda, que había mandado a reparar de inmediato. Sin embargo, no la consideraba su hogar. Sólo dormía y despertaba muy temprano para irse de inmediato a trabajar y a pasar la tarde con su madre. A veces no entendía por qué demonios había tomado esta rutina, qué tan patética y triste era. Lo poco saludable que era. Aún así, la sola idea de no hacerlo todos los días le asustaba.

En cuanto desvió la mirada sintió que se le humedecían los ojos. No sabía por qué había sido tan terco.

Justo cuando él se había ido había corrido a ese hogar que compartieron por meses. No estaba ahí, por supuesto. Le hubiera gustado traerse todo lo que había ahí, aferrarse a las cosas materiales porque no tenía nada más que eso además de Tsukiyo. Pero una parte ingenua de él le decía que si hacía eso le haría enfadar, que no le haría nada de gracia volver ahí para encontrarse con que su casa había sido saqueada. Así que sólo había tomado algunos libros y los había traído a Chronos, leyéndolos una y otra vez hasta que prácticamente los había memorizado. Estos eran los libros que él le había hecho leer para expandir su vocabulario. El problema era que no tenía a nadie con quien compartir su supuesta elocuencia adquirida.

Subió a su habitación, dejando los libros atrás porque sabía que hoy no podría leerle a Tsukiyo ni una sola palabra sin que su voz se quebrara. El ratón le siguió, trepando con sus patitas por sus pantalones para introducirse en el primer bolsillo que encontró. Arriba el sonido de la lluvia era mucho más fuerte, el viento movía con fuerza las hojas de los árboles, como si pretendiera arrancarles las hojas. Volvió a quedarse quieto, sin saber a dónde mirar. Era como si su cerebro se apagara, como si quisiera protegerlo de la estupidez que sabía que iba a hacer como todas las noches.

Shion abría esas ventanas todas las noches. Fuera cual fuera el tiempo afuera o la época del año. Era por eso que no podía quedarse en Lost Town. Tenía que regresar todas las noches, abrir las ventanas de par en par y decir exactamente las mismas palabras. Era delirante, cualquier experto en la mente humana le hubiera dicho que lo suyo era una locura, una que seguramente le llevaría a un sanatorio. Sin embargo, no sabía qué tanto era una costumbre absurda o que tanto enajenación mental. Sólo sabía que tenía que hacerlo para traer algo de paz a su vida.

El verdadero problema eran las noches como esta. Su necesidad de abrir esa misma ventana tal y como la abrió hace ocho años le había hecho enfermar más de una vez. No quería preocupar a Karan, pero suponía que era inevitable que una madre no hiciera eso por su hijo. Sabía que si había alguien que podía entenderlo era Karan, ella sabía lo que le pasaba, ella lo había vivido con él durante esos cuatro años. Por eso no le molestaba que Inukashi se burlara de él y de los besos que su mamá le daba en la frente. Si no hubiera sido por ella estaba seguro de que no hubiera podido sobrevivir. Ella debía de saber que realmente necesitaba esto.

Caminó hacia la ventana a paso firme, sin sentirse en lo más mínimamente intimidado por el ruido de la tormenta. Escuchó a lo lejos el chillido de Tsukiyo, apagado por el estruendo que había afuera. Tomó sin dudarlo las manijas de las ventanas, tirando de ellas para abrirlas de par en par. Se recordó a si mismo cuando era niño, cuando tenía doce años. También estaba sonriendo en esa ocasión, aún si el sentimiento era muy diferente. Esa vez era la emoción de lo extraño, lo fuera de lo común en un lugar monótono en el que había vivido años aburrido. Ya lo había dicho antes: era una persona rara entre todos los demás. Sólo a un chiquillo extraño se le hubiera ocurrido salir a la tempestad sin protección alguna con una alegría que podría rayar en la locura. Sólo que su sonrisa no era la misma que hace ocho años. Esta era una sonrisa triste, melancólica. Una que no cambió cuando el viento entró con toda su fuerza en su habitación, haciendo que muchos de los papeles que estaban en el escritorio salieran volando.

Entreabrió los labios, cumpliendo con el final de su ritual diario, sin saber si el agua que le mojaba el rostro eran gotas de lluvia o sus propias lágrimas.

- Entra, Nezumi.

Su voz no era competencia para los aullidos del temporal. Los latidos de su corazón no eran audibles en lo absoluto. Aquí era cuando entraba en su habitación de nuevo, cuando se hacía ovillo en una de las esquinas del lugar y se largaba a llorar mientras trataba de mantener su vista fija en la ventana a pesar de sus ojos irritados, esperando ver entrar por la ventana a la persona a quien llamaba absolutamente todos los días. Sin embargo, al parecer esta noche estaba especialmente temerario.

Apenas sintió cuando Tsukiyo saltó de su bolsillo al suelo cuando empezó a caminar hacia el balcón. No vaciló un sólo instante, aún y cuando estaba mojándose más y más. Se apoyó en el barandal y tomó aire, sin preocuparle en lo absoluto que el aire frío entrara en sus pulmones.

Y gritó.

Una y otra vez hasta que sintió que le dolía la garganta, contestando a la tormenta con su voz empequeñecida por el estruendo que había a su alrededor. Luego se quedó en silencio, empapándose con el agua helada por unos segundos más antes de que la razón lograra hacerse escuchar por sobre todo ese ruido. Por un breve instante recordó que lo que le había traído a la realidad hace ocho años había sido la alarma de su habitación, la que advertía que adentro no había un clima perfecto como se suponía que debía ser todo en No. 6. La alarma aún funcionaba, por supuesto, pero había desistido de usarla porque era totalmente inútil. Sabía que lo que pasaba en su habitación estaba lejos de la perfección.

Otra diferencia grande a cuando tenía doce años era que en ese entonces su corazón aún latía de emoción por lo que había hecho. Ahora, su corazón también latía con fuerza, pero lo sentía encogerse cada vez más. Rompió a llorar, preguntándose por qué demonios seguía pasándole a pesar de que ya habían pasado cuatro larguísimos años. Nunca iba a superarlo. Ese idiota, tendría que saberlo. Por mucho que trabajara y pusiera todo su empeño en reconstruir la ciudad, no podía dejar de pensar en él. ¿Qué clase de vida era esta?

Antes de irse le había dicho que le gustaría ver en qué clase de persona se convertiría en esos años que pasaran separados. Esperaba que estuviera contento: en esto se había convertido. Era más responsable, más dedicado, tenía más confianza en sí mismo; pero también era mucho más patético. Y la pregunta seguía rondando su cabeza, una y otra vez, todos los días: ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que irse? ¿Por qué no podía ser una persona de quien Nezumi se sintiera orgulloso?

Se apoyó contra la pared, aún llorando, sin molestarse en cerrar la ventana a pesar de que tendría que cerrarla si no quería enfermarse gravemente esta vez. Quería hacer mentalmente la lista de cosas que haría esta noche para olvidarse del día que era, de la situación tan parecida, de todo. Sólo que no podía pensar absolutamente en nada.

Chii chii.

Entreabrió los ojos cuando escuchó el chillido. Al parecer el escándalo afuera se había aquietado lo suficiente como para que pudiera escuchar a Tsukiyo. Cierto, si no cerraba la ventana todo el lugar se humedecería y eso podría dañar al ratón a la larga.

Sólo que, en cuanto logró enfocar la mirada a pesar de las lágrimas, se percató de que quien hacía esos sonidos no era Tsukiyo. Se talló los ojos, limpiándose por completo las lágrimas, preguntándose si estaba viendo mal gracias a la oscuridad de la habitación. Fue hasta que un relámpago lo iluminó todo que pudo verlo con claridad.

- ¿Hamlet?

No podía ser Hamlet, ¿o sí? El ratón le estaba mirando atentamente, era justo la mirada que le dirigía Hamlet. Parpadeó un par de veces, preguntándose si estaba alucinando o no cuando escuchó otro chillido, uno que le pareció alegre. Un ratoncito café claro se acercó corriendo a él, trepando por su ropa hasta colocarse a en su hombro y hacerle cosquillas con sus bigotes mientras lo olfateaba.

Normalmente hubiera soltado una risita, agradecido y divertido con el saludo de Cravat. Sólo que en lugar de eso trató de mirarle, preguntándose qué estaba pasando. Al poco tiempo tenía a Hamlet en su hombro también, haciendo ese sonido que identificaba como que quería que le leyera cuanto antes. Cuando volvió a fijar su vista en el suelo vio a Tsukiyo llamándolo, esperando que con eso se disiparan los otros dos ratones que bien podrían ser resultado de algún delirio febril si se había enfermado sin darse cuenta. Pero los chillidos sólo se intensificaron cuando los dos ratones que estaban en sus hombros dieron un brinco prácticamente al mismo tiempo para reunirse con Tsukiyo en el suelo. Los tres corretearon de un lado a otro, como si se persiguieran entre ellos. Como si estuvieran jugando.

Por unos instantes se perdió en lo encantador que le parecía ese pequeño reencuentro entre los ratoncitos, porque estaba seguro que estaba a punto de suspirar con ternura cuando se dio cuenta de lo que significaba que Hamlet y Cravat estuvieran ahí.

Giró la cabeza hacia la ventana tan rápido que pensó que terminaría lastimándose el cuello.

Las cortinas seguían agitándose violentamente mientras la tormenta había retomado su fuerza anterior. Esta escena. Era un déjà vu casi perfecto de no ser porque la figura que se veía entre las cortinas no era más pequeña ni más menuda que él como había sido hace ocho años.

Al fin la tela dejó de tapar el rostro de la persona que estaba frente a él. Esta vez podía escuchar su corazón latir mucho más fuerte que los aullidos del ventarrón afuera. Tan fuerte que creería que saldría de su pecho para quedar a los pies de esa persona. No estaba tan alejado de la realidad.

Alzó una de sus manos, imitando perfectamente el mismo gesto que había hecho cuando tenía doce años, esperando que el otro actuara de la misma forma que antes y lo acorralara contra la pared con una de sus manos apretándole el cuello.

Pero esa persona no se movió de su sitio. El único movimiento que Shion pudo captar fue el de los labios del otro separándose con suavidad y elegancia.

- Te amo, Shion.

 

+ Continuará +

Notas finales:

El final más cursi del mundo es el final más cursi del mundo (?). Se nota que amo a los ratoncitos, ¿verdad?En fin, espero que les haya gustado porque el próximo que viene será algo subidito de tono *risita*. Espero poder subirlo lo más pronto posible, por mientras, nos vemos *huye*.


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