El pueblo entero se había reunido para ver como la bruja era quemada viva, la mujer sollozaba mientras sus verdugos se encargaban de preparar la leña a sus pies, lloraba y suplicaba con el rostro cubierto en lágrimas mientras clamaba su inocencia.
Nadie parecía escuchar sus palabras, el juicio del padre Esteban había sido contundente y nadie se atrevía si quiera a dudar de la veracidad de su conclusión. Después de todo era un respetable sacerdote que desde hacía años se dedicaba a la caza de brujas y demonios, pocos lo conocían y quienes lo hacían solían describirlo como un hombre de una moral intachable y bastante severo cuando se refería a los castigos para los pecadores.
Su apariencia era por si intimidante con su impresionante altura y su cabello negro y sus ojos de mirada penetrante, que parecía ver a través de las personas, sumando a que siempre vestía de negro al contrario que el resto de los sacerdotes que solían usar la sotana, esteban se inclinaba por prendas mas practicas como pantalones y botas decía que eran más cómodos a la hora de luchar contra el mal, solo el rosario que adornaba su cuello y el grueso libro negro, de que nadie conocía su contenido, delataban su origen religioso.
Siempre, a su lado, lo acompañaba Julián, notablemente más joven que el sacerdote y que nadie sabía exactamente como se había convertido en su compañero de viajes, que lo había salvado de un demonio, que lo había adoptado cuando perdió a su familia, que era su aprendiz, lo cierto era que eran muchas las preguntas y pocas las respuestas, cuando alguien le preguntaba al respecto, Julián solía sonreír y responder que el padre Esteban le tenía prohibido hablar de ello. Con esas palabras mantenía a raya a los curiosos, nadie se atrevía a indagar más puesto que ir contra el padre Esteban parecía ser más peligroso que la brujería o el demonio.
En todo caso, Julián llamaba la atención solo por el hecho del carácter tan dócil y paciente que solía mostrar, sobre todo con el padre Esteban, además del hecho de que era un chico de apariencia sencilla, por si mismo no mostraba ninguna característica diferente que el de cualquier muchacho de pueblo, estaba bien alimentado y tenía una apariencia saludable, pero con ese cabello castaño y esos ojos que parecían irradiar serenidad, no parecía ser la clase de persona que fuera capaz de luchar contra el mal.
Aun que eran raras las ocasiones en la que se viera involucrado en las batallas, él solía mantenerse al margen y dedicarse a otras tareas, como cuidar los caballos, arreglar las ropas del padre y conseguir el hospedaje cuando la situación lo ameritaba.
-Hermanos, el día de hoy estamos reunidos para purificar el alma de esta criatura- exclamo de repente el padre Esteban haciendo que su voz se escuchara por encima de la multitud- Señor te pedimos por el alma de esta oveja que se alejo de tu rebaño – alzo la antorcha con un gesto de determinación que hizo que la mujer en la hoguera comprendiera que aquel era su fin- Que el señor se apiade de tu alma- exclamo dejando caer la antorcha haciendo que el fuego se extendiera rápidamente.
La multitud retrocedió cuando las llamas se alzaron y la mujer comenzó a chillar por el dolor que las llamas le infligían.
Alejado de todos Julián observaba todo sin inmutarse.