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Luz Ciega por Amadeus

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Notas del capitulo:

No sé si lo continuaré, quizás cuando tenga vacaciones.

 

Alejandro se levantó esa mañana como cualquier otra. Recibió con un escalofrío la ducha que cada día lo sacaba de su somnolencia. Se miró en el espejo. Su barba iba a necesitar una afeitada. Se vistió con musculosa, jeans y zapatillas, la ropa que solía usar en primavera. Su desayuno consistió en un bol de cereales y un vaso de jugo, como cada mañana. Se echó la mochila al hombro y, antes de salir, le echó un último vistazo al espejo. Decidió que se dejaría la barba, le sentaba bien a su rostro moreno. Salió de la casa, no sin antes gritarle un “adiós” a su hermano, que probablemente aún dormía. Montó su bicicleta y se dirigió, como todos los días, a la universidad.

 

Al entrar a la clase, todas y cada una de las cabezas femeninas se voltearon a mirarlo, como siempre. Y cómo no iba a ser así, si tenía esa figura atlética, esos ojos más negros que la noche. Pero eso no era  todo. Pestañas largas, cejas rectas y bien delineadas, nariz perfectamente recta, boca risueña y mandíbula fuerte pero estilizada formaban su rostro. Y qué decir de aquél pelo negrísimo, brillante y ondulado, ese color de piel tan cálido. Cada vez que Alejandro se miraba al espejo, comprendía el por qué de las miradas femeninas. Sabía que podría tener a la mujer que él quisiera, pero quería ser amado por su ser, no por su físico.

 

Ese día, como cualquier otro, prestó mucha atención en clases y fue tan buen alumno como siempre. A la hora del almuerzo se sentó con sus amigos y charlaron y rieron un rato, mientras unas chicas de la mesa de al lado lo miraban entre risita. Entonces dijo una de sus amigas:

-Hombre, ¿cómo aguantas esas risitas a tus espaldas todos los días? Si yo tuviera tantos hombres detrás de mí…- Y todos los de la mesa estallaron en risas.

-Claudia, tienes tantos hombres babeando por ti como yo mujeres- dijo Alejandro, entre risas. Y era cierto, porque Claudia tenía un cuerpo escultural y un hermoso rostro al más puro estilo italiano. Era la única que realmente no se moría por Alejandro, y su mejor amiga desde que se conocieron en el colegio. Al contrario de Alejandro, ella siempre andaba con alguna pareja. El no apreciaba mucho esa característica en su amiga, ya que Daniel, su mejor amigo, estaba desde hace años enamorado de ella, porque además de bonita era inteligente y buena persona. Alejandro opinaba que Daniel era el único que la merecía. Daniel también, obviamente. Claudia, por su parte, no sabía nada. Fuera de eso, Alejandro, Claudia y Daniel eran muy buenos amigos desde el colegio, se contaban casi todo y, por casualidad, estudiaban en el mismo campus universitario.

 

A la salida de clases, como todas las tardes, Alejandro Daniel y Claudia hablaron de qué harían el viernes por la noche. Luego Claudia se fue con su pareja de turno. Daniel miró a Alejandro con reproche.

-Amigo, ¡cómo es que con antas mujeres detrás no andes con ninguna, como Claudia?- le dijo, como burlándose.

Alejandro frunció el ceño, haciéndose el ofendido.

-Yo pensé que me conocías Daniel- le dijo, irónico. Daniel rió- Sucede que yo, al contrario de Claudia, no me conformo con cualquiera- su voz era más seria ahora. Miró a su amigo, que le sonreía como si no le creyera. Alejandro se puso serio ahora. Tomó a su amigo por los hombros

-Daniel, si no haces algo, tendrás que sufrir para siempre viéndola salir con esos idiotas.- Daniel tragó saliva y bajó los ojos, entristecido.

-Yo no estoy a su altura- Alejandro lo sacudió.

-¡Hombre! ¡Te vas a quedar solo para siempre!- Daniel le dirigió una mirada pícara.

-Igual que tú si sigues pensando que ninguna mujer está a tu altura- Alejandro se quedó atónito. Era cierto. El consideraba tontas a las mujeres, excepto a Claudia. Y a lasque no, las encontraba demasiado buenas como para encantarse con él. Entonces se dio cuenta de que pudo haberse enamorado muchas veces.

Me tengo que ir- la voz de Daniel lo sacó de su reflexión.

-Claro, yo también- se dieron el habitual apretón de manos y abrazo.

-Adiós, amigo.

 

Camino a su casa seguía pensando en cómo podía ser que no se hubiese enamorado desde su primera novia, que lo dejó por un matón estúpido. Y ahora que lo pensaba, incluso ella le había parecido tonta antes de enamorarse. Después de eso había conocido a varias mujeres encantadoras, bonitas e inteligentes, pero no se había permitido caer por ninguna, no sabía por qué. Tal vez porque las consideraba muy buenas amigas, o se sentía superior, o inferior, o ya tenían novio.

O tal vez…

De pronto un perro chocó con su bici y lo botó, cayendo encima de él el dueño, que intentaba no soltar la correa. El perro logró escapar, y Alejandro, enojado y adolorido, se incorporó y notó que una rueda de su bici se había doblado y descuadrado. Miró furioso al dueño del perro y empezó a gritarle mientras revisaba su bici.

-¿Qué te pasa, idiota! ¿Cómo dejas que tu perro se descontrole así, por qué no lo dejaste en tu casa…!-

El dueño aún no se levantaba del suelo, así que Alejandro se preocupó y le ayudó a pararse. Era un joven de más o menos su misma edad, de pelo liso y rubio, muy pálido de piel. Cuando lo ayudaba notó también que era notablemente delgado.

-Hombre, ten más cuidado, te lo ruego. Casi nos mata a los dos tu perro- El joven rubio terminó de pararse y Alejandro vio que era un poco más alto que él.

-Oye, ¿estás bien? Dime algo…- y Alejandro cerró la boca de golpe, estupefacto. Había mirado los ojos del otro y vio que su iris y pupila estaban como inundados de algo completamente blanco.

-Disculpa, no me di cuenta…- el rubio sonrió.

-¿De que soy ciego?- Alejandro se tensó.- Pues sí, soy ciego.- Alejandro lo miraba sorprendido.- Discúlpame por haber chocado contigo, es que mi perro en verdad no está entrenado. Por cierto, ¿dónde está?- Empezó a olfatear el aire y palpar con sus manos. Alejandro lo miró preocupado.

-Salió corriendo luego de chocar conmigo, disculpa.

El rubio puso cara de decepción.

-Maldito perro, ¿por qué tenía que ser tan loco?

Alejandro lo interrumpió

-¿Puedes volver solo a tu casa?- Se había dado cuenta de que el perro era su guía, y ahora se había escapado. El ciego se detuvo, con cara de preocupación. No podría volver solo sin un guía, no tenía bastón y era nuevo en el barrio.

-No, amigo, la verdad es que no puedo- dijo, alzando los hombros.- ¿No tendrás un teléfono que me puedas prestar?

Alejandro si tenía, pero quiso ser más amigable, así que se apresuró a ofrecerle su ayuda y compañía.

-No es necesario, si quieres te puedo llevar yo. No es problema, en serio.- El ciego sonrió

-¿de verdad? ¡Gracias! Sería mucho más fácil para mí, si no te molesta.

Alejandro sonrió para sí, le gustaba ser amable y ayudar a la gente ( otra razón para que las mujeres lo persiguieran).

-No me molesta en lo más mínimo. Por cierto, me llamo Alejandro.- Tomó la mano del otro, que se la apretó agradecido.

-Mi nombre es Gabriel.

 

Cinco minutos más tarde, Alejandro llevaba en una mano su bici y en el brazo contrario la mano de Gabriel. A los pocos minutos de conversar, Alejandro supo que se habían convertido en amigos. Gabriel era una persona sencilla, alegre y gentil. Al parecer su ceguera no le impedía sentir la primavera. Al contrario, le parecía mucho más bella con sus aromas, brisas y sonidos, o al menos eso pensó Alejandro, que antes sólo se fijó en la frondosidad y colorido de las plantas. Se prometió un día cerrar los ojos y se3ntir. Gabriel hablaba de cosas en las que Alejandro jamás se había fijado: el olor de las personas, la textura de las paredes, el sonido de las hojas que caen… Alejandro estaba maravillado con este joven que parecía ser más feliz que cualquier vidente. Hay que decir que Gabriel también disfrutaba la conversación, por su parte. Alejandro le hablaba de las estrellas, el sol y la luna, cosas que él jamás conocería, pero que creía vislumbrar gracias a las palabras de Alejandro. Se imaginaba el sol con la textura y forma de una pelota, pero mucho más caliente, según Alejandro. Porque el sol que él veía, Gabriel lo sentía como calor. Para él la luna también era fácil de imaginar, tomando la pelota como referencia. Pero lo de las estrellas le fascinó. No era capaz de imaginar esos “puntos luminosos en el cielo oscuro”, pues nunca conoció la luz ni concebía el concepto de “punto”.

Así conversando fue que llegaron a la casa de Gabriel. Alejandro miró a su alrededor, sorprendido. Gabriel vivía a dos casas de la suya.

-¡Gabriel, vivo dos asas más allá!- dijo entre risas.

Gabriel también rió, en parte porque Alejandro no se había dado cuenta hasta llegar y en parte porque ahora tenía un nuevo amigo cerca con quien conversar.

-Ya que vivimos tan cerca, ¿me harías el favor de ser mi guía en otra ocasión?-pidió con una sobreactuada reverencia. A punto estuvo de caerse, porque no vio (claro está) el desnivel del piso. Alejandro alcanzó a sujetarlo por los brazos y le dirigió una sincera sonrisa.

-por supuesto, amigo, ha sido agradable conversar contigo.

En ese momento algo grande y peludo golpeó a Alejandro.

-Oye, me parece que éste es tu guía prófugo.- Gabriel acarició y olfateó a su perro.

-¡Sí! Este es, desde ahora, mi ex guía- dijo con una carcajada. Y después más sereno:

-Mañana tengo que ir a las cinco al doctor, ¿me acompañas?

Alejandro no lo dudó un segundo, pues quería asegurar su amistad con Gabriel.

-Por supuesto, te acompaño. Pero puede que me demore porque mi bici está rota.

Gabriel rió con ganas, al igual que su nuevo amigo. Antes de desaparecer por la puerta, le dirigió un “nos vemos mañana” acompañado de esa sonrisa que Alejandro notó que usaba mucho. Entonces Alejandro se fijó en que, además de muy alegre, era bastante atractivo…

 

Entró en su casa y se miró al espejo. Él también era muy atractivo, le encantaba su propio aspecto. Miró por la ventana, anochecía. Ése no había sido un día cualquiera. Desde la cocina llegaba un apetitoso olor. Alejandro entró y ahí estaba, como siempre, su hermano, cocinando. Rafael, quien lo cuidaba desde que sus padres los abandonaron sin razón. Para Alejandro, su hermano mayor era su ídolo, un ejemplo de paciencia y sacrificio. Con 16 años, y Alejandro 12, Había logrado mantenerlos a ambos, y , además, estudiar arte, cosa en la que era excelente, y trabajaba desde la casa.

-Hola Rafa- su saludo usual- hoy conocía a un tipo que es ciego, pero no te imaginas las cosas que siente.

Rafael se dio la vuelta. Le encantaba que Alejandro le hablara tan contento.

-¿Y cómo es? ¿Le caíste muy mal?- dijo, burlón.

Alejandro se rió. Ese tipo de comentarios era típico de su humorístico hermano.

-No, de hecho le caí tan bien que me pidió que lo acompañe mañana al doctor.- dijo haciéndose el ofendido- Vive a dos casas de aquí, así que cualquier día te dejo solo y me voy a vivir allá.

-Mejor para mí, porque comes mucho.

Entonces ambos se rieron con ganas. Alejandro  adoraba el humor de su hermano.

 

Esa noche, Alejandro no podía dormir. Cuando estaba a punto de quedarse dormido, había vuelto a su cabeza la pregunta: ¿por qué no me he enamorado?

Siempre había tenido muchas mujeres para elegir, había varias que le gustaban. Al parecer él mismo, por alguna razón, se había bloqueado, y ninguna de todas las realmente encantadoras mujeres…

Se sentó en la cama, sobresaltado. “Mujeres”. Esa era la razón. No le gustaban las mujeres. No entendía por qué, si eran todas tan bonitas. Entonces recordó a Gabriel. Él también era bonito. Entonces la verdad cayó sobre él, oscura y aplastante. No le gustaban las mujeres, le gustaban los hombre. Acababa de darse cuenta de que era gay.

 

Notas finales:

Denme ideas para continuar!!


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