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El fin del comienzo. por electricalover

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Observaba las gotas de lluvia golpear mi ventana, pequeñas escurridizas carreras que se creaban en el cristal por dónde miraba. Mis ojos las seguían, en silencio individual, descifrando su próximo movimiento líquido y vertical. Las seguía desde que comenzaba hasta que llegaban al final de su viaje, llegando así a crearse el gran charco que había parado en la repisa de la ventana, fuera. Vi un gato correr calle arriba, completamente mojado y seguramente perdido; Pero no podía hacer nada por él, al fin y al cabo, yo estaba dentro y él, fuera. Acerqué mi mano a la fría vidriera, apoyando las yemas de mis dedos sobre ésta, respirando hondamente: estaba casi congelada. El invierno en Corea era realmente frío.

 

Mi madre solía contarme cuentos por las tardes, en ésta lluviosa época del año, porque no teníamos demasiado cómo para invertir en juguetes que llegaran a entretenerme. Podían ser de cualquier cosa, de fantasía, de realidad, de ficción. Adoraba los que se inventaba aquellas tardes de mi infancia, que trataban sobre un joven aventurero que luchaba contra sombras que sólo sus ojos podían ver. Ah... Si pudieran regresar aquellos tiempos de dulce imaginación, sin miedo a nada más que a nuestras inocentes sombras. Así, le perdí el miedo a la oscuridad; Porque yo también podía ser un héroe de cuento en la realidad. También podía combatir mis temores, mis sombras. Tal vez ella no se daba cuenta de lo importante que eran esas historias para mí; Pero realmente me marcaron e hicieron de mi una mejor persona, más fuerte.

 

Cerré los ojos, dibujando una sincera sonrisa en mi rostro; Ah, el cristal estaba realmente frío. Aparté la mano de él, abriendo levemente la mirada para poder observar ahora las rojizas yemas de mis dedos congelados. Froté contra mi camiseta dicha mano, haciendo que entrara en calor rápidamente, encontrando unas manchas de comida en el puño de ésta. Negué con la cabeza, a lo que me di la vuelta, dándole así la espalda a la fría calle. Me giré, poniéndome de perfil en el cristal; Alcé la barbilla, respiré profundamente y luego, dejé que el aire saliera lentamente de mis pulmones. Hacía tiempo que no recordaba una tarde tan solitaria cómo ésta. Observé atentamente mi reflejo, escudriñando cada parte de mi ser en aquél reflejo incompleto; Sí, así estaba yo. Incompleto, vacío, abandonado. Bajé la cabeza y mi doble de cristal hizo lo mismo, imitando cada movimiento de mi frío cuerpo. Mis ojos fueron a parar al anillo que descansaba en mi mano derecha, en el dedo corazón. Con uno de los dedos, lo hice rodar tres veces, dando así unos pequeños y tenues reflejos por la mínima luz del sol. ÉL lo había colocado días atrás ALLÍ. Mordí mi labio inferior, sintiendo cómo mi cuerpo volvía a temblar, cómo si dentro de mí corriera un terremoto incontrolable de emociones y sentimientos desordenados. Volví la vista a mi reflejo, notando cómo mi labio inferior temblaba y mi respiración aumentaba.

 

Ahora eran mis ojos los que lloraban.

 

Tosí con fuerza, dejando que el llanto histérico llegara de nuevo a mi garganta, ahogándome en ese pozo de oscuridad del cuál no sabía salir. Mis piernas flaquearon, y caí de rodillas al suelo. ¿Qué había hecho yo para que me ocurriera todo aquello? ¿Tan mala persona me había creído Dios para castigarme, para juzgarme? ¿No podía dejarle...?

 

-Mamá... -susurré, mientras acababa completamente en el suelo, abrazándome a mi mismo.- ¿Qué he hecho tan mal? ¿¡Por qué me mentiste de esa manera!? ¿¡Por qué no puedo combatir ésto!? -golpeé el suelo con fuerza, encogiéndome y sintiendo un gran dolor en mi estómago. Me arrastré por el suelo, cómo un gusano malherido.- Por qué...

 

Vomité enseguida que llegué al baño. Mis ojos, llorosos, quemaban y escocían cómo si dentro de mi cabeza estuviera establecido el mismísimo infierno. La tos me atacaba, y los colores grises y azules llenaban la estancia. El anillo cayó de mi dedo al suelo, rodando hasta llegar a la

 

 

base de la bañera. Intenté moverme, pero mi cuerpo era demasiado pesado cómo para intentar hacer algún movimiento. Dejé que mi cuerpo pesado cayera al suelo, observando el techo en completo silencio. Las luces de la calle se dibujaban en él, algunas más intensas que otras, escuchando de fondo el suave sonido del agua. Me quemaba la garganta por el recién vómito, a lo que alargué mi mano al lavamanos para poder levantarme. Primero una mano, luego medio brazo; Más tarde, la otra mano, y lentamente, mi cuerpo emergió del suelo dónde se había incinerado. Me miré al espejo, respirando de forma entrecortada; Abrí el grifo de agua fría, poniendo ambas manos en forma de cuenco para llenarlas y luego, pasarme ambas por el rostro.

 

Abrí el armario del baño, sacando un pequeño vaso el cuál llené con agua. Me limpié la boca, hice gárgaras y me giré a tirar de la cadena. Luego, volteé mi cuerpo para poder buscar mi preciado anillo; Un fuerte mareo golpeó mis sienes, así que me apoyé en una pared y me dejé deslizar hasta llegar al suelo, palmeándolo con la mano izquierda en busca y captura de mi anillo. Mis dedos lo rozaron, a lo que lentamente desvié mi mirada hacia él.

 

-Ahí estás... -susurré, cómo si hubiera encontrado un ser querido. Bueno, se le podía considerar así. Le tomé con dicha mano, abrazándolo contra mi cuerpo. Lloré en silencio de nuevo, sintiendo cómo si ese objeto pudiera brindarme el calor que él en su momento sí me dio. Cerré los ojos, hipando y temblando por ese remolino de sentimientos que se escondían en el centro de mi pecho, creando que mi cuerpo fuera una Caja de Pandora sin intención alguna de haberlo sido jamás.

 

Abrí mis manos, viendo cómo el anillo reposaba en ambas, en silencio, calmado, tranquilo, cómo si fuera un niño durmiendo. Tragué saliva y volví a colocarlo en mi mano derecha, pasando los dedos de la mano izquierda sobre éste, haciéndolo rodar tres veces. Siempre, en intervalos de tres.

 

Un rayo iluminó la estancia, a lo que levanté la vista y observé atentamente la ventana pequeña, mínima, del baño. Ya se me había pasado el mareo, a lo que nuevamente me puse en pié. Caminé hacia el comedor, mientras retumbaba en mi cabeza la explosión del trueno. Me paré en el pasillo, en el largo, oscuro y frío pasillo. Así era ahora mi vida: unidireccional, oscura, fría; Con una puerta al final que desconocías lo que obtenía tras de ella.

 

Bajé la mirada al suelo, en silencio. Volví a caminar, parándome de nuevo enfrente del ventanal, volviendo a tomar el anillo y haciéndolo rotar, de nuevo, tres veces en mi dedo.

 

La lluvia se había intensificado; Tanto fuera, cómo dentro de mi corazón. Mis ojos volvían a humedecerse, ¿cómo era posible? ¿Cómo podía ser que no estuviera a su lado? Él me había prometido que sí estaría, que jamás se marcharía, que siempre... Que siempre estaríamos juntos. Y que al final de todo, nuestras almas se volverían una. Me abracé de forma instintiva, cómo queriéndome dar el calor que su cuerpo ya no me brindaba. Caminé en silencio hacia las ventanas, cerrándolas y escuchando la tormenta desde mi oscura soledad. Rodé sobre mis talones y caminé en completo silencio hasta mi habitación. Abrí la puerta, la cerré y me tumbé sobre la cama, encogiéndome cómo el niño asustado que ahora era.

 

Le necesitaba más que a nadie.


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