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El recurrente caso de un chico que no quería hablar en clase por tomopoo

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Notas del capitulo:

Primer capítulo de esta historia original. Espero les agrade.

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       Las tardes de marzo comenzaban a acortarse y no iban en composé con las elevadas temperaturas que azotaban las calles de la pequeña localidad costera llamada St. Field, en nombre al santo que había nacido allí y era su patrono.  La calle Helmet Harrison estaba plagada de escolares que venían caminando, algunos entusiasmados y otros arrastrando los pies, desde el colegio ubicado al final de la calle. El edificio estaba rodeado de una vieja caravana de abedules, que se habían impuesto sobre la urbanización.  Entre los que arrastraban los pies, había un chico de cabello castaño y andar equívoco.

      Primer día de clases. El primer día de clases, rutina de todos los años; los compañeros corrían a rencontrarse, los nuevos, se quedaban rezagados, como perdidos entre la multitud y esperando alguna indicación de los superiores. Sólo uno que otro valiente, se animaba a romper el hielo e iniciar una conversación a base de otra. “¿Fuiste a Manchor de vacaciones? ¡Yo también! ¿Has notado que las palomas parecen pollos? No sé qué clase de cosa comen… Por cierto, soy Gerard, ¡mucho gusto!” Oh, qué sencillo hubiera sido hacer sociales, si el chico que ahora volvía a casa entre el grupo de deprimidos, fuera capaz de articular palabra o al menos levantar la vista del piso.  Su primer día había sido fatal, horrible, desastroso. Lo fatal, fue llegar tarde al salón de clases, demasiado nervioso como para preguntar la ubicación de las aulas. Lo horrible fue entrar a ella luego de haberla encontrado y que el profesor le preguntara su nombre, claramente molesto por haber interrumpido su presentación. Todas las miradas se posaron sobre él, quien en ningún momento alzó la vista. Señaló el nombre con el que lo habían bautizado, y el profesor dijo algo como “le comieron la lengua los ratones”, lo cual le valió las risas de toda la clase. Perfecto, ya era el payaso de la clase. Ahora, lo desastroso. Abrió su malete, sacó el cuaderno de anotaciones y… no sacó su cartuchera. Había olvidado aquel práctico estuche donde guardaba los elementos necesarios para hacer una anotación en su ahora inservible cuaderno, sobre el escritorio. Tan paranoico se encontraba al preparar los útiles, que a último momento, su plan se vio frustrado por un descuido. En efecto, en todo el día, las únicas notas que pudo tomar fueron mentales. Se sintió ridículo, y se preguntó si era factible que el Doc Brown le prestara su DeLorean y volvieran al principio del día, para hacerlo menos desastroso (porque estaba seguro que con su personalidad, hacerlo al menos “apectable” sería imposible). Pero, bueno, al menos el estrés del primer día había pasado y ahora todo sus pensamientos se concentraba en el próximo y fatídico segundo día. Tal vez tuviera suerte, lo cagara una paloma en el camino y tuviera que volver a casa. Tal vez…

      -¿Quieres más puré, Johan?

      -¿Eh?

      -Si quieres más puré de calabaza. Te lo has estado comiendo como si fueras un autómata. ¿Estás bien?

      Un rotundo y robótico “sí” salió de su boca. Hasta el más idiota de los lemmings hubiera entendido el mensaje atrás de esas palabras: “mi primer día fue un desastre, sólo quiero que un OVNI  se estrelle en el patio trasero, vengan los de la NASA y me secuestren indefinidamente; de ese modo, no tendría que volver a la escuela”. Se preguntó si en la historia de St. Field alguna vez habían sucedido avistajes de luces de colores giratorias y misteriosas.

      -Buen provecho, mamá. Deja. Yo levanto la mesa… -recogió los platos, el de su madre, padre y hermana, en ese orden. La pequeña relataba animadamente cómo había sido su primer día en la división primaria del colegio. Cursaba tercer año, y estaba llena de energía.

      -La profesora Thomson es muy bonita e inteligente. Nos puso a cada uno un letrero con nuestros nombres para que los recordemos, ¡y hasta ella su puso uno! Y huele rico también. Nos preguntó a cada uno qué es lo que nos gustaba, qué juego preferíamos y qué estación del año. ¡Fue muy divertido! Mamá, ¿hay postre?

      Johan prefirió saltarse la casatta e ir a su cuarto, alegando que tenía deberes que hacer, tras la sorpresa de sus padres, que acordaron que habían escogido el instituto correcto si es que los hacían esforzarse desde el primer día. Una mentira piadosa, para que su familia no le vea la cara de leche cortada que llevaba puesta en ese momento. La verdad, era que ningún profesor en su sano juicio les daría tarea el primer día si no quería ganarse el odio férreo de su alumnado. Ya en su cuarto, se tiró en la cama, como un peso muerto. Se quedó así lo que le pareció una eternidad, y luego se volteó, para que el colchón no se resintiera. Quedó boca arriba, avistando las formas fluorescentes pegadas en su techo; estrellas, planetas, galaxias. Cayó en un sueño profundo, sin pensarlo demasiado. Brillaban para él. Eran lo único que brillaba para él en el mundo.

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