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Besos de sangre por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 2.— VIDA

 

4

 

Sebastián observó el agarre opresivo de Alois sobre la muñeca del otro niño, lo sujetaba tan fuerte que incluso llegaba a desgarrar su carne y quebrar su hueso…entonces se daba cuenta, le dirigía una mirada compasiva y lo soltaba un par de minutos en espera de que se regenerara, observaba fascinado como la sangre coagulaba, la herida se cerrada por si misma y el hueso crujía soldándose dentro de la piel, eventualmente lanzaba una risita divertida y lamía las manchas de sangre dejando la blanca piel impoluta.

 

No lo comprendía. Nunca lo hacía.

 

Pero allí estaba, al borde de la puerta, observándolo en silencio y preguntándose que tipo de locura se había apoderado para acceder a tal petición, un segundo de dudas fue todo lo que necesitó para que todas las promesas que se hubo hecho en el pasado y que juro jamás romper, se vinieran abajo.

 

Aún podía matarlo, entregarlo a las garras de la muerte de donde lo hubo arrancado; pero ciertamente no quería. Probablemente fuera el angelical aspecto del niño, la finura de sus cabellos, lo delicado de sus labios, la fragilidad de su cuerpo o…probablemente aquellos grandes y hermosos ojos azules que se habían abierto por un par de segundos, tan llenos de muerte, dolor y angustia…y deseosos de vivir, fuera cual fuera la forma.

 

Incluso en aquellos momentos el pequeño apretaba los labios en medio de terribles gestos. No quería escuchar sus gritos, así que lo indujo a un profundo sueño, un estado de semiinconsciencia en el que podía sentir, escuchar y pensar, pero no era capaz de siquiera levantar las pestañas. Sus desgarradores gritos de dolor quedarían atrapados dentro de su mente.

 

Odiaba los gimoteos y alaridos que seguían a una transformación. Le era tan desagradable. Carentes de elegancia y gracia. Insípidos, tal y como los humanos.

 

—Se que puedes escucharme—le susurró Alois pasando su mano por la frente sudorosa—y se que duele mucho, pero cuando todo termine, el dolor se habrá ido. Así que por favor, por favor…sólo resiste un poco más—. La voz aterciopelada del muchacho le sorprendió, sus palabras arrastraban un laúd de afecto y aprecio; casi tan grande y mucho más puro que el que le profesaba a Claude, casi fraternal—. Por favor…—y depositó un dulce beso en su frente.

 

Le lanzó una última mirada precavida y se dirigió al refrigerador, donde densas bolsas de sangre esperaban apiladas, una tras otra. Tomó una y la vertió sobre un vaso con indiferencia, la decoró con una fajilla y volvió a la habitación donde la entregó a Alois.

 

El chico le observó con indiferencia antes de aceptar el vaso, empezó a sorber poco a poco, haciendo terribles muecas durante en el proceso.

 

—La odio…—exclamó luchando contra las nauseas.

 

Sebastián se encogió de hombros y le lanzó una mirada divertida.

 

—Se supone que debíamos alimentarnos, no convertirnos en una presa—recriminó con aire ausente.

 

—¿Puedo alimentarlo?—preguntó Alois emocionado al recordar aquel detalle con respecto a los "Iniciados".

 

—Por supuesto que no, eres muy joven…tu sangre no le fortalecería, en lugar de eso lo volvería débil—explicó sin mostrar los signos de molestia e irritación que instantes atrás le habían apresado. Le gustará o no, ya estaba hecho. Lamentarse no tendría sentido—. Yo me encargaré de esto mientras Claude llega.

 

—¿Claude vendrá?—preguntó el otro emocionado poniéndose de pie y sujetándose fuertemente del cuello de Sebastián.

 

—Le he llamado, llegará aproximadamente dentro de dos días.

 

—¡Eso es genial! ¡Estoy tan feliz!—canturreó dando una vuelta sobre si mismo con los brazos extendidos. Después cayó al suelo, demasiado débil para sostenerse sobre si mismo.

 

Sebastián lo tomó en brazos sin inmutarse, en realidad le sorprendía que hubiera soportado tanto. Hacía días que no se alimentaba, su organismo al ver satisfecho probablemente su única verdadera necesidad física reaccionaba de esa manera, dejándolo completamente indefenso hasta que se acostumbrará por completo. De alguna forma, cosas como estas le recordaban que no se trataba de un proceso normal, que ellos no lo eran, aunque en el exterior podían parecerlo.

 

Lo llevó hasta el cuarto que compartía con Claude cuando estaba en casa, satisfecho de no escuchar sus quejas; la sola idea del retorno de "Su Maestro" bastaba para convertirlo en la criatura dócil, alegre y obediente. Similar a cualquier niño humano en espera del retorno de su Padre.

 

Lo cobijó entre las mantas, extendió su mano dispuesto a ponerlo a dormir.

 

—¿Lo cuidarás, verdad?

 

—¿Lo conocías?

 

Alois asintió sin dar mayores detalles.

 

—Gracias a él, pude estar un poco más de tiempo con Lucas.

 

Sebastián le observó un momento, había tanto de él en Alois, mucho de lo que algún día hubo sido. Y por eso le despreciaba.

 

Alois se negaba a desprenderse de su pasado, una parte de si vivía en él. Era muy joven. Durante sus primeros años, él se había comportado de la misma manera. Hacía tanto tiempo de eso.

 

—Él ahora es mío y yo no permito que nadie maltrate lo que me pertenece—declaró con firmeza, más para mismo que para tranquilizarlo—.Ahora…duerme—y los cristalinos ojos del rubio se cerraron casi al instante con una sonrisa satisfecha en su rostro.

 

Bien, al menos Claude no podría reprenderlo a su regreso. Estaba cuidando bien de su "conejillo de indias".

 

5

 

Ciel había deseado la muerte no una, ni dos, ni tres…sino cientos de veces. Cualquier cosa, sin importar cuan terrible fuera le bastaba si con ello se libraba de su sufrimiento. El dolor se había vuelto tan intenso, hasta el punto de tornarse insoportable. Y esta había venido finalmente hasta él, acudido a su llamado, escuchado sus suplica; materializándose en el rostro de un hermoso hombre de ojos carmesí y su Mensajero, un bello niño rubio y durante un momento, un sólo instante…cuando aquellas manos gélidas y duras como el mármol le tomaron creyó realmente que era el fin.

 

Pensó que al morir iría con sus padres al cielo, después de todo, él siempre había sido un niño bueno, obediente, amable; pero el Dios en el que ya no lo creía le castigaba, enviándole al infierno, aquel lugar oscuro e inmenso donde miles de agujas le atravesaban, la sangre fluía cual agua en un río y cualquier manera de desahogarse le estaba prohibido, incluso sus gritos y gemidos le desgarraban la garganta, ansiosos por salir, atrapados en la nada.

 

"Por favor…sólo resiste un poco más"

 

¿Resistir? ¿Para que?

 

Ya no tenía nada ni a nadie. Sus padres estaban muertos, el había sido humillado y vejado a un grado que ni siquiera imagino. Su mundo ya no existía. No lucharía más contra la oscuridad, simple y sencillamente se dejaría tragar…

 

Y el tiempo se detuvo y fue…casi feliz…

 

Abrió los ojos con pesadez impulsado por una orden.

 

—Despierta.

 

No quería obedecer, pero estaba obligado.

 

Pestañeo repetidas veces sintiéndose desorientado. Una habitación igual a muchas otras, una mesa con una lámpara al lado, un tocador de caoba, una puerta que podía dirigir a cualquier otro lado, una televisión, un sillón donde sentarse. Casi había olvidado la sencillez y belleza de las cosas más elementales, su asombro al redescubrirlo fue tal que se sintió presa de una estancia bizarra, subrrealista.

 

Movió la cabeza desorientado, intento hablar, pero su garganta reseca apenas y tenía saliva; le ordenó a su cuerpo que se pusiera de pie, corriera, cualquier cosa…pero no le respondía.

 

—No hay ningún lado al cual debes ir, así que mi joven amigo porque no intenta descansar un poco.

 

Un hombre entró a la habitación.

 

Era la Muerte. Obsesionada con llevárselo, se lo agradeció en silencio.

 

La Muerte se dirigió a él e inclino en dirección a su rostro, hasta casi rozar sus pestañas, largas y negras; un brillo depredador fulguraba en sus ojos carmesí, amenazante.

 

—Morir…—alcanzó a susurrar quedándose casi sin aire.

 

—¿Quieres morir?—y la misma mano fría y rígida que le hubo roto el cuello antes apartó un mechón oscuro de su frente sudorosa.

 

No respondió. Quería hacerlo, pero también quería vivir. Sintió deseos de llorar, las lágrimas amenazaban con salir.

 

—No puedo decirte lo que hay en la muerte porque jamás la he conocido en persona—añadió el otro soltando una carcajada suave—pero ciertamente te puedo decir lo maravillosa que puede llegar a ser la vida.

 

—¿No…eres la…muerte?

 

La Muerte le miró atentamente, rígido ante la pregunta, evidentemente molesto. Por unos instante sintió miedo de haber dicho más de lo necesario, pero entonces recordó que aquella no era su enemiga, sino su salvadora. No existían mejores o peores situaciones, al final, todo concluiría de la misma manera. Y el ceño fruncido de la misma se deslizó para dar paso a un rostro sonriente y una sonrisa burlesca.

 

—Puedo llegar a ser muchas cosas, incluyendo ella. Pero antes necesito que me respondas una pregunta.

 

Su dulce semblante constrataba con la terrible advertencia de su voz.

 

—¿Quieres morir?

 

Y sintió deseos de tirarse a llorar, cual niñito pequeño. Se mordió el labio con fuerza, luchó contra el ardor en sus ojos y negó con la cabeza. No quería morir, deseaba venganza. No la obtendría. Lo sabía. Pero moriría luchando. Pelearía por el orgullo y honor que le fueron arrebatados, aunque fuera inútil. Quería despedirse de este mundo de esa manera.

 

Seguro de su desenlace, miró fijamente a La Muerte sin rastros del temor de segundos atrás y negó con la cabeza.

 

—¿Estás seguro de su respuesta?

 

—¡No quiero morir!—gritó sintiendo a sus pulmones reclamarle por un poco de aire.

 

—¡Oh, la respuesta adecuada, Mi Joven Señor!

 

La Muerte tomó su muñeca y con sus dientes desgarró sus venas, igual a un manantial la sangre mano fresca y cálida y sin darle tiempo a reaccionar La Muerte sujetó su cabeza por los cabellos con tal firmeza que le fue imposible oponer ningún tipo de resistencia y acercó sus labios a la herida, obligándolo a beber.

 

Al principio dudo, asqueado ante el olor, pero pronto se vio presa de un terrible frenesí y un ansia desesperada por beber aquel líquido carmesí y sus dientes se clavaron con fuerza inyectándole de fuerza vital, el dolor de su cuerpo desapareció, sus sentidos se agudizaron, la cabeza empezó a punzarle...

 

Iba a vivir.

 

La Muerte le obligaría. Y esta misma quitó su mano, asintió satisfecha y ondeando su mano le condenó al mundo de los sueños.

 

—Duerme. Descansa.

 

Fue lo último que escuchó.

 

6

 

Sebastián se sentó en el comedor y hojeó la revista. Estaba cansado. Necesitaba alimentarse, pero odiaba la sangre refrigerada, le gusta beberla directa de su presa y saborear los dulces olores de un cuello palpitante y la fragancia de un alma desesperada; más sin embargo no podía marcharse hasta que Claude volviera.

 

Un Iniciado requería de los mismos cuidados que un recién nacido.

 

Había que alimentarlo, bañarlo, instruirle, fortalecer su sangre.

 

Suspiro cansado ante los ocupados días y noches que le esperaban.

 

Hacía menos de un año que habían pasado con el mismo proceso con Alois y ahora tendría que volver a repetirlo.

 

Si tan sólo el niño no hubiera respondido de esa manera, habría bastado con que se pusiera a llorar; él no habría continuado, le hubiera dejado morir. Beber la sangre por primera vez era tan importante durante el proceso como la infusión de vida que le transmitían al clavar sus colmillos y compartir el secreto de la inmortalidad, incluso más…muchos humanos habían enloquecido ante la visión, incapaces de refrenar sus impulsos y atacados a Su Maestro, bestias incontrolables de ese tipo debían ser destruidas al instante.

 

Aquel niño y Alois eran diferentes, cuerpos pequeños, grandes mentes; confusas y asustadas, pero con un gran potencial.

 

¿Cómo se llamaba?

 

Más tarde tendría que preguntárselo.

 

La puerta se abrió y sus labios se curvaron en una sonrisa.

 

Claude entró, vestido igual a un hombre formal de negocios, pantalones negros, saco oscuro y brillantez zapatos de piel, incluso llevaba un elegante maletín color café. Era un maestro del disfraz, más no de las apariencias. Sólo bastaba con ver su rostro rígido y carente de emociones.

 

—Es bueno volver a verte—comentó acercándose seductoramente y besando sus labios, mordiéndolos, desgarrándolos con sus colmillos hasta hacerlo sangrar.

 

Bebió del dulce elixir, no era tan bueno como salir de cacería, pero tendría que acostumbrarse, vendrían tiempos difíciles y una mueca de disgusto ensombreció su rostro al sentir a los colmillos de Claude reclamando su sangre.

 

La muerte no era justa, la vida tampoco, pero sin lugar a dudas era mucho más divertida.

 

Los niños que descansaban en las habitaciones pronto lo descubrirían


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