Puso en frente su mano, por cortesía, supongo. Su cara se había tornado de un rojizo alucinante que había dejado mi mente totalmente confundida. Correspondí su acción con el debido apretón de manos. El sentir su suave piel hizo que mis cabellos se erizaran aún más. Creo que en ese momento perdí todo sentido del tiempo. Al frente solo estaba él. Lo único que podía oler era a él. Lo único que oía era a él. Era el centro de todo mi universo.
- Soy el hermano de Jong – dijo para romper el silencio que se había apoderado de la habitación.
Al escuchar eso, recordé de repente una conversación que había tenido con Jong donde me decía que tenía un hermano que lo fastidiaba mucho porque él era más bajito. El siquiera recordarlo me hizo soltar una carcajada. Minho y Jong se me quedaron mirando desconcertados. Yo me incorporé y volví a mirarlo. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
- Recuerdo que Jong alguna vez me habló de ti. ¿Acaso eres tan fastidioso como dice? – traté en vano de contener mi risa y ellos también. Al final, terminamos riéndonos de eso.
- No lo sé, supongo – dijo con un tono un poco pícaro. Parecía que su voz había llenado mi mente por completo y que ya no podría sacarla de mi cabeza. Estaba enloqueciendo, seguramente.
- ¿Cuál es el favor que necesitan? – dije apresurándome a cambiar de tema ya que Minho se había apenado aún más por la forma en que lo estaba mirando.
- Necesitamos que le hagas un vestido de graduación a mi hermano. El problema es que... – Jong no terminó la frase.
- No tienen el dinero – dije cuando vi en su cara cuál era el problema. Inclinaron la cabeza ambos y me eché a reír – Claro que le confeccionaré el vestido y no se preocupen por el dinero, se lo haré gratis. Creo que todos nuestros años de amistad lo ameritan Jong – quise esconder mi segunda intención detrás de aquel favor pero parecía inminente lo que iba a suceder.
- Gracias – dijeron al tiempo.
- Necesito tomarle las medidas a tu hermano. ¿Puedes pasar por acá? – le señalé mi despacho y seguimos los tres.
Ya en mi despacho, le tomé las medidas con total calma. Era increíble, hasta sus medidas eran perfectas. Mis piernas temblaban sin parar mientras ponía el metro al lado de su brazo, pues rozar su piel hacía que me desequilibrara.
- Ya terminé. El vestido estará listo mañana o a más tardar el miércoles – traté de no sonar desesperado por volverlo a ver.
- Gracias. Te debemos una – dijo Jong mientras le daba un codazo a Minho.
- Gracias – dijo Minho con su habitual cara apenada.
- No hay de qué – dije con un tono desinteresado.
Me entraron unas terribles ganas de impedir que se fuera. Quería gritarle “¡MINHO! ¡NO TE VAYAS!” pero por obvias razones no lo hice. Los vi dejar el local donde se encontraba mi despacho. Una tristeza inmensa me agobió y sentí como si mi corazón quisiera salir corriendo detrás de aquel apuesto chico que había conocido.
De vuelta a mi despacho su cabello café estaba totalmente clavado en mi cabeza. Muchos pensamientos rondaban mi mente. ¿Cuántos años tiene? Si es hermano de Jong, ¿por qué nunca lo conocí? ¿Qué tiene que me está volviendo loco? Miles de pensamientos más estuvieron golpeándome toda la tarde.
Después de eso llegaron las reuniones. Estuve totalmente distraído y no pude concentrarme en nada. Gracias al cielo, mi secretaria se dio cuenta de ello y tomó nota de todo lo que decían en las reuniones. Se hizo de noche rápidamente. Él no había dejado mi mente ni por un momento. Creo que estuve a punto de cruzar la línea de la cordura pero era por esa razón que saldría más temprano. Era la última reunión del día y el cansancio se había apoderado de mí. Me levanté con sutileza de la mesa de reuniones, hice una venia, le susurré a mi secretaria que anotara todo lo que dijeran en la reunión para que yo lo leyera al día siguiente y me dispuse a irme.
Salí del local y ahí estaba. Sentado, lado de la ventana del café que se encuentra en frente del local, escuchando música, ensimismado en sus pensamientos. ¿Qué pensaba? ¿Estaba pensando en mí? Parecía como si me hubiera estado esperando. O quizá eran puras fantasías mías. La verdad no lo sé, estaba perturbado, paralizado. Quise borrar esos pensamientos de mi mente e iba seguir caminando cuando volteó y se cruzaron nuestras miradas. Me pasó un escalofrío por la espalda al sentir una chispa que centelleaba entre nosotros al mirarnos. Se puso de pie y salió corriendo del café sin pagar. El dueño lo siguió hasta la salida cuando notó que venía hacía mí. Se detuvo en frente mío y me dirigió una dulce sonrisa, me tomo de la mano y me llevó con él hasta el café.
De pronto había recuperado toda la energía que había perdido, no me sentía para nada cansado. Me señaló un lugar en la esquina del café y me senté en la mesa donde se encontraba la malteada que se estaba tomando. Se sentó y me miro atento a lo que yo fuera a decir. ¿Qué decir en un momento como ese? Creí que la sorpresa que se había apoderado de mí no me dejaría pronunciar palabra.