El color de la intimidad.
Usted piensa que estoy dormido, pero no es así. Veo como lentamente se sienta en la cama y suspira larga y profundamente. Veo una sonrisa en el perfil de su rostro y me la contagia. Claro, usted no sabe eso. Se rasca la nuca perezosamente, quizá esté reflexionando sobre lo sucedido hace un par de horas… Cuando el cielo estaba teñido de negro y la música del bar de al lado aún sonaba fuerte y apagaban nuestros gritos.
Vuelve a recostarse sobre sus rodillas. ¿Aún sigue reflexionando Mr. Mapple? Debería dejar el pasado atrás… Además no fue tan malo ¿o sí?
Se ve que todavía no se acostumbra a sus vicios, Mr. Mapple.
Me encantaría reconfortarlo ahora. Parece un cachorrito asustado. Sin embargo lo mejor es que piense que aún sigo dormido, por eso sólo me limito a observarlo.
Finalmente se pone de pie, cierro mis ojos. Noto como su calor y su presencia se acercan a mí. Siento un tierno beso en mi frente y luego otro sobre mis labios. Intento con todas mis fuerzas no sonreír. Escucho sus pasos alejarse de la habitación.
Vuelvo a abrir mis ojos, usted ya se retiró del departamento… escuché como cerró la puerta suavemente. Sonrío y suspiro.
Otra noche en la que Mr. Mapple no me dice nada… ya vamos meses así…
Todo esto es culpa del maldito bar de al lado. ¿Por qué tengo que vivir justo aquí? De jueves a domingo siempre es la misma historia. Yo estoy allí, él también. Las copas van y vienen; y hablamos de cosas absurdas sin sentido, cotidianeidades que a ninguno de los dos nos interesan en verdad. Y de pronto él me mira con el rostro rojo por el whisky, con esa mirada gris que me paraliza, con esa sonrisa socarrona que me dice “tú y yo queremos lo mismo”.
Y mi cuerpo tiembla porque sé que yo también deseo lo mismo.
Pero amor, ¿cómo hacerte entender que tú eres el que deseo, el que la vida me ha puesto delante de mis ojos para mí?
Porque ese anillo de casado no representa nada para usted, ¿verdad?
Lo sé pues no comparte su esencia, es como si estuviera de decorado allí… encerrando sus verdaderos deseos que por miedo no los persigue. ¿Tiene idea de con cuantos he estado? No querría saberlo. Sin embargo con usted es diferente. Con usted mi mente se pone en blanco y me dejo llevar hasta donde usted me lleva. Y me gusta. Me gusta demasiado.
Pero usted tiene miedo. Lo sé, lo veo.
Sus ojos me desean tanto que le da miedo estirar la mano y coger lo que quiere… Porque lo sabe. Sabe que si usted extiende la mano, me tiene a sus pies. ¿Por qué no lo hace Mr. Mapple…? Si es algo que usted y yo, deseamos tanto…
¿Sabe…? Tengo un don. Un don que no me sirve para nada.
Me sirve solamente para sufrir por su amor.
Y sufro pues a pesar de que por las noches le abrace fuerte para que no escape de mí, usted decide huir. Y lo hace, sin ni siquiera decirme una palabra… Pero la culpa también es mía.
Yo también decido no decirte nada.
Ahora sentado aquí en la cama veo sus colores ondear por toda la habitación. Su perfume y su esencia se sienten por todas partes. Hasta en mí puedo ver sus colores. Porque ese es mi don. Yo veo los colores de las personas. Y… ¿Sabe?
Nuestros colores han sido hechos el uno para el otro.
Los veo bailar entre sí mientras hacemos el amor.
¿Cómo decirle, Mr. Mapple, que fuimos hechos el uno para el otro sin que usted se ría en mi cara?
A pesar de que usted esté casado y tenga dos hijos, a pesar de los años que nos separan, a pesar de que seamos hombres, a pesar de que seamos de mundos totalmente distintos.
¿Cómo podría hacer para que usted me eligiera por sobre todas las cosas?
Mi madre me ha dicho miles de veces, que debo seguir a mi corazón. ¿Cómo podré hacerte caso, madre, si ahora mi corazón le pertenece a un amor no correspondido? ¿Debería dejarlo ir?
Tal vez sea eso. Tal vez debería dejarlo en libertad.
Pues mis manos ya no alcanzan para liberar a un hombre de la prisión que eligió.
Es hora de dejarte ir.
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