Le gustaba estarse allí acostado en la hierba, viendo el cielo, sintiendo la frescura del viento y la calidez del sol. Alphonse estaba tendido a su lado. ¿Paz? No. Tranquilidad sería a lo más que podría aspirar un pecador como él, con las manos manchadas de sangre y el alma plagada de culpas. ¿Paz, en Múnich? ¿En ese país frío y ajeno? ¡Habrase visto semejante fantasía, semejante impotencia! Esbozó una sonrisa sarcástica para sí mismo. ¿Por qué siempre, por más grato que fuera el momento, tenía que auto fustigarse recordando monstruosidades, y lágrimas, y culpas de otros tiempos? ¿Existiría alguna forma de redimirse, de poder ser feliz? Aunque bien lo sabía, lo tenía bien aprendido; mantenía adherida la convicción, como una segunda piel, de que no tenía nada. Ni el derecho a la felicidad o al perdón. Lo mejor sería olvidar, de una vez por todas, olvidar y dejarse perder en ese remolino de esperanza simulada y amnésica que creaba desesperadamente, porque en verdad lo necesitaba. Giró la cabeza para ver a su hermano menor. Al tenía los ojos cerrados. Parecía dormido, pero Ed sabía que estaba sintiendo el viento y el sol, apreciando lo más que podía esas pequeñas cosas que hacen un todo, que constituyen la vida. Debía de horrorizarlo pensar en los años que pasó encerrado en aquella armadura, siendo apenas un humano. Para los demás, pero no para Ed, para quien su hermano era tanto o más humano que otras personas crueles y arrogantes, con ansias de sangre y de guerra.
¿Y la libertad? ¿Era él libre? No lo sabía. No lo supo en ese momento y probablemente no lo sabría jamás. Pero tener a Alphonse junto a él, tener su sonrisa y poder ver la luz de sus ojos todos los días, eso sí lo sabía, qué importaba qué sufrimientos lo hubieran llevado a aprenderlo, Ed sabía que era algo bello y bueno; quizá injusto, porque otros (Winry, por ejemplo) lo merecían más, pero que era perfecto.
Amaba a Al. Le amaba, más que a su vida. Era lo único que tenía de cierto y que no fuera consternación o mito. Lo único que era completamente verdad. ¿Le amaba como se ama a un hermano? ¿Como se ama a un hermano? ¡Qué ridícula pregunta! No era, ya no, amor de hermanos, de amantes, amor fraternal o de pareja. ¡Qué le importaban a él las conveniencias, el ponerle barreras al cariño! Era simplemente amor. Porque las causas y las razones siempre son simples.
Se irguió un poco, apoyándose en los brazos, para luego inclinarse sobre Alphonse y darle un beso en la frente. El chico lo miró extrañado, pero asegurando con una sonrisa que se sentía feliz de que estuvieran juntos. La sonrisa de Al era para Edward el sublime remedio contra la soledad y la melancolía. Lo único que garantizaba que estaba vivo y que quería estarlo.
La paz era la misma en Rizenbul que en Múnich. Paz… paz eran esos ojos pardos, dulces y limpios, acostumbrados a la muerte y al miedo. Paz era felicidad. Y su felicidad era Alphonse. Porque esa sonrisa, tan pura, tan sincera, era lo único que Edward tenía.
Sonrió, para sí mismo y para Al, para retribuirle un poco la redención y la fe en la vida que tan gentilmente le otorgaba.
Comprendía. Lo comprendía ahora: ser feliz es saber que estás donde deberías estar, y no cambiar eso por nada del mundo.
3, Feb. 12