– ¿A dónde, John? – Sentado en su escritorio de espaldas a John, Sherlock Holmes, preguntó sin prestar mucha atención mientras revisaba inmerso unos documentos.
– Newcastle. – Respondió el aludido moviendo sus ojos rápidamente hacia la esquina de la pared, temiendo ver la reacción del otro.
Sherlock se tensó. Una expresión de angustia cruzó su rostro. Muy lejos, pensó, 6 horas en metro, 4 horas si corría con suerte y solo podría ir uno que otro fin de semana. Y si los estudios se ponían pesados uno que otro mes. No.
– ¿Por qué tan lejos? – Preguntó aparentando serenidad. Los ojos aún clavados en el mismo párrafo que hace unos minutos y aún de espaldas a John.
– Mi padre ha sido trasladado allá. Sherlock, yo…
– ¿Y él no puede renunciar? – Sherlock dejo los documentos sobre el escritorio y enfrento a John. No tenía sentido fingir que no le importaba el asunto. El frío Sherlock Holmes nunca era tan frío cuando John estaba involucrado.
– Sherlock, sabes que nuestra economía…
– Quédate conmigo. – le interrumpió Sherlock sin pensar buscando los ojos de John, pero este seguía mirando la misma esquina de la habitación. Sin embargo ahora parecía más exaltado, sus ojos más abierto. – Es decir con mi familia. Sabes que ellos no tendrían ningún problema. – Se apresuró a agregar dándose cuenta de lo que había dicho. – Y tus estudios, John, podemos pagarlos sin problemas, tú sabes que nosotros…
– Sherlock, yo no podría. – John por fin se dignó a encarar a el otro. La tenue luz de la habitación de Sherlock solo alumbraba ligeramente el rostro de éste pero aún así podía apreciarte una expresión de confusión y dolor que nunca había visto John en él.
John respiro hondo indeciso de continuar, no quería herir más a su amigo. – Yo no te lo había dicho pero, uhmm, obtuve una beca para estudiar medicina en Newcastle. Hace un mes que la solicite y la carta llego ayer. – Sherlock permaneció en silencio mirándolo incrédulo. John mordió su labio inferior sin saber qué hacer. – Sherlock, yo no…
– ¿Sabías que te irías desde hace un mes? – El tono de voz de Sherlock había aumentado.
– Sherlock…
– ¡¿Por qué no me dijiste antes, John?! – John esquivo la mirada de su amigo. No, esa mirada de dolor y rencor no podía soportarla. Sherlock respiró hondo cerrando los ojos tratando de calmarse. Al minuto se levanto de la silla. – ¿Cuándo te vas?
– Sherlock… – John miró fijamente a los ojos al otro hombre, ahora mucho más cerca. Miró sus labios. Miró de nuevo a la esquina. – En dos días.
– ¿Cuanto tiem…? – Sherlock no terminó la pregunta.
No tenía sentido preguntar aquello cuando él sabía que serían diez años como mínimo. Tal vez nunca regresaría. Nada nunca sería igual sin John a su lado, soportándolo, ayudándolo, acompañándolo en todas sus extrañas aventuras.
Sherlock se acerco aún más a John quien solo se decidió a quitar la vista de aquella interesante y vacía esquina cuando Sherlock tomo sus manos. La sorpresa se detuvo en su rostro. Las frías manos de Sherlock acariciaban las suyas mientras este se inclinaba suavemente sin perder contacto con sus ojos. Gris. Sus frentes se unieron.
– Quédate conmigo, John. – Sherlock cerró sus ojos fuertemente.
– No puedo, Sherlock. Lo siento tanto.
Sherlock miró a John con melancolía. Sus ojos se turnaban de los de John a sus labios, como pidiendo permiso mientras se acercaba lentamente. Sus labios se encontraron en un toque suave y tímido que luego se volvió más profundo. La lengua de Sherlock tratando de dominar la de John, una batalla perdida. Las manos de John rodeando el cuello de Sherlock uniendo aún más sus bocas en un beso desesperado, necesitado.
Y solo cuando el oxigeno era realmente necesario se separaron, jadeando, recuperando el aire.
– John... ¿Pensarás en mi? – Las manos de Sherlock acariciaban el rostro ajeno.
Una sonrisa iluminó el rostro de John. – Cada día. – Y fue esta vez John quien beso a Sherlock.