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Septiembre por Dark Engel

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Notas del fanfic:

 

 

 

 

 

 

 

En un claro, alejado del bullicio de los niños en plenas vacaciones y las madres corriendo tras los pequeños que entre juegos gritaban y corrían, dos chicos estaban disfrutando de la tranquilidad en ese escondite que habían descubierto.

 

Adrián descansaba su cabeza en el regazo de Miguel, los dos miraban a lo lejos. Llevaban todo el verano viéndose, a los ojos de todos como los mejores amigos… cuando en realidad aprovechaban cada momento a solas, para robarse besos y entrelazar sus dedos… cuando nadie miraba.

 

Habían escuchado que el amor entre iguales estaba mal, era una ofensa de Dios… que era pecado desear a otro hombre. Pero no podían evitar mirarse con algo más que afecto cuando sus miradas chocaban.

 

Se habían visto por primera vez en la feria anual que realizaban los estudiantes, Miguel que ya tenía dieciocho, ayudaba haciendo de guía y Adrián solo curioseaba. El chocarse fue más un error que casualidad.

 

Por primera vez, Adrián sintió algo en sus estomago… algo así como mariposas al ver esos orbes cafés mirarle. El otro esbozo una sonrisa cuando vio el rostro del delicado chico con el que acababa de chocar. No le intereso que por poco lo hubiese hecho caer, solo importaba que esos labios parecían gritar “devórame”… en aquel momento era imposible ya que todos ibane venían.

 

Pero Miguel no se iba a rendir al tenerlo tan cerca, le susurro un “hola” a lo que el chico parpadeo y sus mejillas se tiñeron de un rosado que se veía adorable en aquel rostro de porcelana.

 

A esa casual conversación se sumaron muchas, donde se quedaban horas hablando de cualquier cosa… Adrián tenia quince y no entendía porque un chico como Miguel, tan guapo y amable, quisiera pasar tiempo con él.

 

Sus labios se tocaron por primera vez cuando Miguel decidió no aguantar más aquel deseo que le recorría cada vez que lo veía. Al no tener ninguna experiencia anterior de ser besado, Adriánrespondió al beso tímidamente. Una sonrisa se curvo en los labios del otro al darse cuenta de que el adorable chico que lo tenía loco… jamás había sido besado.

 

Al presionar sus labios contra los contrarios, suspiraron y Adrián se dejó hacer hasta que Miguel mordió suavemente su labio inferior para poder explorar el interior de su boca.Adrián abrió suboca y dejo que la lengua de Miguel lo recorriera, gimió al sentir sus grandes manos en su espalda y en su nuca. Sus lenguas se encontraron y ambos jadearon.

 

Luego de aquel beso, no podían resistir sin hablarse, ni estar alejados demasiado tiempo. Al extremo de ir a dormir a sus casas cuando no podían quedarse más tiempo juntos. No podían vivir uno sin el otro.

 

Para sus padres, tan solo eran grandes amigos y ellos veían con buenos ojos aquella amistad.

 

Pero no todo podía ser perfecto, después de descubrir lo enamorados que estaban… lo aceptaron, conscientes de que tenían que esconder ese amor.

 

Aquel día en el claro, Miguel estaba nervioso… no sabía cómo decirle a su amor que lo habían llamado para ir a la guerra. Como era mayor de edad, debía ir. Le habían mandado la fecha para que se preparara. Muchas madres lloraron al saber que sus hijos estaban yendo a una guerra sin sentido donde quizás morirían… era llevados con el fin de distraer a los soldados del bando contrario y luego de que hirieran a los más jóvenes e inexpertos… saldrían los más experimentados y así tendrían más ventajas de ganar.

 

Cruel destino para jóvenes que estaban empezando a vivir…

 

-¿Adrián?–llamo y el muchacho alzo la vista. Con una sonrisa fijo sus ojos miel en los contrarios que lo observaban con ternura.

 

-¿Sí? –murmuro con suavidad. Miguel titubeo y bajo la vista-¿Qué pasa?

 

-Mandaron una carta, me llaman para ir a la guerra. –confeso en voz baja. Adrián abrió los ojos y negó, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas–me voy en una semana.

 

-¡No! –Exclamo abrazándolo y aferrándose a él– ¡No puedes irte!–Gimió-¡No puedes morir! ¡No puedes dejarme!

 

-No moriré. Volveré y nos iremos de aquí. –Dijo intentado calmarlo–iremos donde nadie no juzgue… estaremos juntos, ya verás.

 

-No lo sabes, no puedes dejarme… ¡no puedes! –chillo, el mayor lo acuno en su regazo y sin querer, dos lágrimas bajaron por sus mejillas. Sabía lo que le esperaba, había porque temer.

 

Pasó sus manos por la delgada cintura del otro y escondió su rostro en su cuello. Intentando retener en su memoria aquel delicioso aroma de la piel de Adrián, no quería olvidar al chico que le había robado el corazón con una mirada y con su inocencia.

 

-Te amo. –Susurro en su oído–nunca lo olvides, volveré y nos iremos… no iremos tan lejos que nadie sabrá quiénes somos. Te lo prometo.  

 

-¿Me amas? –Cuestiono– ¡entonces huyamos ahora!

 

-No puedo, vendrían a buscarme. No puedo hacerles eso a mis padres. –musito con la voz quebrada.

 

-También te amo. –Le susurro el otrointentando dejar de llorar–júralo, prométemelo. Jura que volverás por mí.

 

-Te lo juró. –Adrián suspiro y se limpió las lágrimas. Acerco su rostro al del otro y beso sus mejillas. Limpiando con sus labios aquellas lágrimas de tristeza que los hacían sufrir tanto–nos iremos donde nadie nos pueda encontrar.

 

 

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La noticia de que muchos jóvenes partirían a la guerra fue motivo de quejas de muchos padres que eran capaces de intercambiar lugares por los de sus hijos.

 

El propio alcalde intento hacer pensar a los militares que no escucharon súplicas ni ruegos. Los que habían sido llamados debían partir, para defender el honor de sus familias y su país.

 

Un día antes de que Miguel partiera, fue a visitar a Adrián en su casa. Intentado no pensar en lo que el futuro les deparaba, se miraron y se abrazaron fuertemente.

 

-¡Te quiero dar algo! –dijo Adrián de pronto. Miguel sonrió y acarició su mejilla.

 

-¿Qué cosa? No tiene que ser muy grande para que lo tenga junto a mí siempre.

 

-No es un objeto –explico con el rubor en las mejillas–es algo especial, muy especial.

 

-¿Qué es? –pregunto con curiosidad.

 

-… -Adrián sonrió y acerco sus rostros. Junto sus frentes y le susurro: “nunca te olvides de mí…”

 

Unió sus labios intentado no pensar en el día de mañana, queriendo ignorar el futuro. A sabiendas de que no podían… conscientes de todo eso, se besaron moviendo sus labios contra los contrarios. Saboreando los labios que solo habían sido suyos, Miguel mordisqueo su labios y rodeo su estrecha cintura. Apresándolo entre su cuerpo y la cama.

 

Adrián coloco sus brazos alrededor de su cuello, gimiendo por lo bajo. Suspirando y con pesar, separo a Miguel. Con la pregunta en la mirada, Adrián se apartó suavemente e hizo que se incorporaran.

 

-Eres mío, Miguel, solo mío. –murmuro contra sus labios. Miguel sonrió y dejo que el menor tomara el control. Que se colocó en su regazo, beso sus labios una vez más y fue bajando sus labios hacia su cuello. Disfrutando de cada estremecimiento y de cada suspiro que se escapaba de los carnosos labios del otro.

 

Con una sonrisa, le quito la polera en medio de risas porque se le quedo atorada. Se sentían extraños ya nunca había hecho esto, Miguel le ayudo y acarició su mejilla mirándole con ternura y algo más… se sonrojo y siguió.

 

Sintió sus manos en su espalda, subiendo y bajando. Gimiendo por lo bajo, en voz baja. La madre de Adrián los había dejado solos, para que se “despidieranen privado” y sí que lo harían. Sus manos se movieron debajo de la ropa, tocando. Sintiendo un calor extraño, uno que nunca había sentido.

 

Adrián se quitó la polera y juntaron sus cuerpos, suspiraron al sentir el calor de su piel. Querían perderse la piel del otro  y olvidar que se iría de su lado. Aquel aroma de la piel de Adrián, le enloquecía. Quería saborearlo con su lengua, acarició con la punta de sus dedos el cuello del menor. Bajando poco a poco. Volvieron a besarse con más ganas, más intenso.

 

Cerraron los ojos, los labios quemaban y solo querían no pensar en lo que pasaría al día siguiente. Las manos bajaron a los pantalones de Adrián, las manos de Miguel deslizaron con algo de problemas, ya que le gustaba llevarlos ajustados. Se rió y tiro de ellos completamente hasta que cayeron al suelo.

 

Miguel se quitó los suyos y el menor jadeo al verlo en ropa interior… hasta ahora no habían hecho nada más que besarse y tocarse por encima de la ropa. Adrián se sentía  pequeño, el verlo casi desnudo le provocaba mucho, le hacía sentir algo que no había imaginado antes. Sus brazos fuertes le rodearon y la piel de Miguel se apegó a la piel de Adrián. Haciéndole sentir la calidez y el calor, el intenso calor que irradiaban.

 

Le tumbo a la cama y pellizco sus pezones, que a su contacto se erizaron. El menor se  estremeció, siguió bajando besando. Adrián se mordió el labio y respiro profundo. Lo separo un poco y se quitó lo que le quedaba de ropa, quedando desnudo ante él. Tenía los nervios a flor de piel, su pecho subía y bajaba.

 

Quedaron desnudos y mirándose, Adrián estaba nervioso y expectante… sin saber que hacer realmente.

 

-Te quiero. –susurro el mayor antes de besarlo y dejarlo sin aire.

 

Comenzó a besarle con más intensidad, hasta dejarlo sin aire. Sus manos recorrieron el torso y se detuvieron en sus piernas. Las acarició. Los labios de Miguel acariciaron el cuello de Adrián y se tomó el tiempo de disfrutar de aquella parte en especial del chico.

 

Volvió a unir sus labios, lamió sus labios y luego ensalivo sus dedos, Adrián tomo aire al entender lo que el otro quería, estaba nervioso. Los dedos entraron y gimió por la incomodidad de la primera vez que pasaba eso, con nadie jamás había tenido tanto contacto físico, con nadie.

 

Pero con Miguel las cosas siempre fueron diferentes, con él todo era diferente.

 

Adrián intento pensar en otra cosa, cualquiera sea para distraerse del hecho de que los dedos del otro estaban intentando prepararlo para lo que venía, que era mucho peor pero que se sentiría mucho mejor.

 

-Si quieres puedo detenerme –le dijo.

 

-No, sigue, puedo soportarlo –respondió Adrián con los ojos cerrados y luciendo algo más pálido de lo habitual.

 

-Creo que mejor paro…

 

-¡No! tienes que seguir –Miguel se debatió pero al notar como los ojos pidieron que siguiera no tuvo opción.

 

Cuando estuvo listo, Adrián le dijo que ya lo hiciera, gotitas de sudor aparecían de poco a poco. Los cuerpos de ambos estaban brillando, Miguel le tomo de las caderas y de un movimiento se llevó la virginidad de Adrián. Este grito de dolor, luego respiro profundo y se concentró en aquella mano que Miguel tenía en su entrepierna.

 

La mano subía y bajaba, intentando hacer que Adrián se olvidara por el momento de la sensación punzante y dolorosa de ser penetrado por primera vez. Aunque realmente dolía, aquella carne que se abría paso en su interior… le desgarraba, lo partía en dos y no se explicaba porque su cuerpo no se rompía.

 

Sonaba raro…

 

Pero su cuerpo realmente dolía, era el dolor de la primera vez que no pensó tener, de la entrega que le hacía al chico que quería. Era lo más doloroso que había sentido.

 

Este iba amainando, en cada embestida que el miembro de Miguel le daba su cuerpo se acostumbraba. Ya no era tanto, había algo más, Miguel tocaba un punto en su interior que le hizo ver estrellas, esto era mejor…  la cosa iba mejorando pensó al gemir fuerte por el placer desconocido que tenía.

 

Miguel estaba pensando en cómo demonios no lo había hecho antes… se enterraba una y otra vez en aquella estrecha cavidad, el interior de Adrián lo engullía y su cuerpo quería más, mucho más.

 

Los gemidos de placer inundaron la habitación y poco a poco los dos ya gritaban, se mordían los labios para que el ruido no fuera tan fuerte.

 

¿Por qué debía acabar?

 

Se preguntaron eso cuando ambos cuerpos parecían ceder al cansancio, cuando aquella gratificante sensación de absoluto placer los iba abandonando y parecía adueñarse de todo pensamiento.

 

Solo podía pensar en seguir embistiendo como animal, porque al principio había sido cuidadoso porque era la primera vez de Adrián. Porque él se llevaba la mejor parte en esto, se concentró en que el menor sintiera también lo que el sentía.

 

El clímax llego cuando ambos cuerpos se desplomaron y la esencia de Miguel le lleno, Adrián terminó en las manos del otro y suspiraba, sonreía tontamente. ¡Aquello había sido de lo mejor!

 

Había valido la pena el dolor, todo había valido la pena.

 

Miguel le beso y le quito los cabellos que se le quedaron pegados al rostro. Sonrieron y se quedaron mirándose, intentando memorizar cada parte del otro, cada detalle que parecía no importante. La piel, el cabello, los ojos, los labios… todo parecía ser realmente vital para el otro.

 

*

 

Miguel partió, no sin antes sonreírle a Adrián que le miraba embobado, se veía bien con aquel uniforme. Los otros creían que el gran cariño que Adrián sentía por Miguel por qué sus ojos parecían apagarse…

 

El menos estaba realmente triste, temía por el otro, ahora que se alejaba nadie le decía que volvería. No quería que muriese, no habían podido ni besarse por la gente que había allí. La madre de Miguel estaba devastada, el temor por perder a su único hijo era insoportable, al ver a su mejor amigo verle de esa manera se le ocurrió  una tonta idea… que ellos eran más que amigos pero esa idea se fue rápidamente.

 

Pronto pasaron tres días, luego meses… las cartas de Miguel eran para su madre  y para Adrián. En ellas les contaba que la situación para los soldados era deprimente pero que volvería, era una promesa.

 

Algunas lágrimas de Adrián cayeron sobre el papel, no sabía que responder a eso.

 

¿Qué podía decir o responder? Cuando sentía tanto miedo por la persona que más quería. ¡Lo amaba! Y no lo quería muerto, eso jamás.

 

Empezaron a llegar las fotos de los muertos y desaparecidos, las madres de los jóvenes iban cada día para saber si sus hijos estaban en la lista de los caídos. Adrián ya no sabía que hacer o como distraerse, sus pensamientos estaban lejos muy lejos de donde se supone deberían estar.

 

 

Con Miguel las cosas estaban casi igual, solo que este buscaba sobrevivir cada día y esperaba volver a ver a Adrián, aunque sea un solo instante. Su rostro, sus labios y sus besos. ¿Volvería a casa? Se lo preguntaba cada día, cada noche, cada vez que veía morir a un compañero.

 

Cada vez que veía brotar la sangre a borbotones, cuando la luz de los ojos de los caídos desaparecía… algo en cada uno también se iba.

 

¿Perdían su humanidad?

 

Puede que sí, algunos quedaban marcados de por vida y preferían morir de una vez para no vivir el infierno. Así le decían todos.

 

La última noche de la batalla, el mejor amigo de Miguel, Jonatán murió… Como siempre, habían armado una especie de campamento, a la medianoche los enemigos atacaron y sorprendidos, no pudieron defenderse.

 

Miguel veía caer una y otra vez a sus compañeros, más ese ataque pareció reforzar su defensa y justo esa noche, la ira afloro y eso aumento los deseos de venganza de los soldados.

 

Mataron a cada uno de los que acabaron con la vida de sus amigos, aquella noche, Miguel tomó sus cosas y regreso…

 

Nada lo convencería de volver, ya había cumplido con su deber, de camino escribió una carta para su madre donde explicaba que no volvería a casa pero que la amaba por sobre todo y que la decisión que tomaba era la que hacía mucho estaba pensada.

 

La ventana del cuarto de Adrián estaba semi abierta, cuando Miguel entró por ella quedo deslumbrado por la visión del menor durmiendo. Acarició su mejilla e intento no despertarlo de manera violenta. A los minutos, Adrián pestañeo y tuvo que hacerlo muchas veces porque su querido amor estaba allí. Había cumplido su promesa, estaba allí. Venía por él.

 

-Hola –susurro con una sonrisa.

 

-Hola –respondió asombrado y abrazo al instante a Miguel que acepto de buena gana el abrazo posesivo del chico- pensé que… que no volverías.

 

-Aquí estoy, lo prometí ¿lo recuerdas? –susurro tomando su mano y mirándolo con ternura.

 

-Lo sé, parece irreal. –Adrián le observaba para asegurarse que era real, no un producto de su imaginación.

 

Los labios se unieron y una sonrisa se instaló en los rostros de los chicos, luego de esa noche, nadie volvió a verles. Los padres de Adrián suponían donde estaba pero ninguno quería decir nada, tenían el extraño presentimiento de que su hijo estaba en buenas manos. Y de hecho, lo estaba.

 

La madre de Miguel leía la carta que su hijo le había dejado, unas lágrimas cayeron sobre el papel y una pequeña se fue formando en su rostro. Si él era feliz… ¿Qué más daba?

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¿Y qué tal?


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