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Plan B por chokomagedon

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Notas del fanfic:

Después de unos largos años de ausencia, he regresado. Supongo que no queda nadie por aquí que me recuerde, ¿no?

Apenas Mello dejó de lado sus preocupaciones habituales y se permitió dirigir la atención al paisaje urbano que se le presentaba a través del parabrisas, sintió cómo el músculo de su corazón se distendía por primera vez en mucho tiempo. En el centro de la ciudad todo era bullicio y movimiento y luces, fijas e intermitentes. La gente se agolpaba en los negocios, aún abiertos a pesar de las altas horas, o caminaba por las amplias veredas como si se tratase del sistema circulatorio de algún organismo gigantesco y vigoroso. No había muchos vehículos, sin embargo, así que desde su posición era posible observar cómo los altos postes de luz de la avenida seguían dos líneas oblicuas hasta unirse en un punto lejano. Había algo de reminiscencia dentro de los motivos de tal sosiego. Algo que tenía que ver con la época en la que comenzaba a conocer la libertad y el aire tóxico de las zonas céntricas y no tenía todavía necesidad de ocultar su rostro o de cuidarse las espaldas. Algo que tenía que ver, en una última y lejana instancia, con la inocencia que ahora cualquiera consideraría perdida.

 

Un simple e innecesario vistazo a su copiloto le sirvió para confirmar que este se encontraba a varios kilómetros luz de sentir distensión o placer. Siempre le había parecido que Near se encontraba a kilómetros luz de sentir nada. Pero también había aprendido que, cuanto más pasa el tiempo, mayores chances tiene uno de toparse con contraejemplos.

 

De pronto se halló luchando contra el deseo de estacionar el auto y fundirse con el torrente de peatones. No le agradaba luchar contra sus deseos. Pero la consigna de pasar desapercibido debía ser respetada. Y para Near, con sus revueltos cabellos albinos, sus movimientos torpes y esa estúpida vestimenta suya —si se le podía llamar vestimenta—, pasar desapercibido resultaría más que de una cuestión de suerte. Las personas como ellos no consideraban la suerte como una variable a tener en cuenta.

 

—Voy a buscar un sitio más tranquilo para estacionar —comentó, ignorando el hecho de que nadie le había preguntado nada. Lo ponía nervioso el silencio que dominaba el interior del coche. En lugar de esperar una respuesta, encendió la radio. Near se puso a retorcer un mechón de cabello con el dedo índice apenas una melodía comenzó a salir por el altoparlante. La posibilidad de que le gustase la música era remota. Aquel pensamiento fue digno de producir una sonrisa burlona en los labios de Mello.

 

Tuvo que conducir unos cuantos kilómetros hasta hallar ese sitio más tranquilo. Durante ese tiempo sonaron tres canciones seguidas y ninguna palabra. Mello hizo presión con los dedos alrededor del volante y cerró los ojos. De esa manera su cuerpo exteriorizaba su lucha interior entre dejarse llevar por sus deseos o por su orgullo. Near, por otro lado, se mantenía sereno e inalterado, al menos en apariencia. Probablemente su mente estuviese procesando un millón de pensamientos a la vez. Pero Mello no era capaz de adivinarlos, por lo que sabía que su nerviosismo aumentaría mientras sus voces continuaran perdonando los minutos.

 

—¿Qué es lo que somos, Near? —preguntó entonces, permitiendo que se denotara una cierta entonación de reproche o fastidio—. No se podría decir que somos enemigos o aliados. Mucho menos, que no seamos nada. Entonces, ¿qué es lo que somos?

 

El dedo índice de Near se quedó inmóvil, enredado en su mechón de cabello. Sus ojos, dos orificios negros difíciles de distinguir en la oscuridad, permanecieron fijos en dirección al techo del vehículo.

 

—No es que el mundo sea blanco y negro, Mello. De lo contrario, un asesino de criminales sería un salvador en lugar de un criminal más.

 

Al oír aquellas frases, Mello echó un poco la cabeza hacia atrás. Probablemente lo hiciera con la intención de proferir una carcajada, pero el encuentro fortuito con su reflejo en el espejo retrovisor lo interrumpió. Todavía no se acostumbraba a la nueva apariencia de su rostro. Más aún cuando las sombras ayudaban a confundir las diferentes texturas y relieves que el fuego había moldeado.

 

—Acabas de eludir mi pregunta. Eso es raro en ti. ¿Ya te aburriste de encontrarle una lógica a todo?

 

(Near, nuevamente embebido en silencio, entornó los párpados y trasladó su mirada hacia la noche que arrullaba a la calle. Una fina llovizna había comenzado a caer. Por enésima vez su acompañante, tan listo como era, no lograba comprender aquello que, para su entendimiento, resultaba tan evidente: en el sitio de su cerebro donde habitaba Mello, allí exactamente terminaba toda su lógica. No se trataba de nada escandalizador ni preocupante. Simplemente era así).

 

—Ya, olvídalo. Me imaginé que esto sería de esta manera. Ni sé para qué te traje.

 

Apenas la mano del mayor de ellos se colocó en la palanca de cambios con la intención de poner primera, un contacto helado sobre su dorso la hizo detenerse. El corazón de Mello bombeó de manera curiosa dentro de su pecho. Tras preguntarse el motivo de semejante reacción, se dio cuenta de que, a pesar de los años que llevaban siendo conocidos, era la primera vez que sus pieles se tocaban.

 

—Aún no es medianoche —le reprochó Near con su mirada oscura contemplando ambas manos encontradas—. Apreciaría mucho que al menos esperaras hasta entonces.

 

—Como quieras —aceptó al no hallar ninguna excusa que no le sonase demasiado infantil. Se preguntó si acaso aquella no sería en su vida la espera con mayor sabor a interminable, con la mano regordeta de Near congelándole las venas. Entonces se acordó de Wammy’s House. “¿Cuánto tiempo me habré engañado esperando a que L se decidiera por un sucesor?”, se preguntó. No se le daban bien las esperas, ni los autoengaños—. ¿Acaso me vas a dar un regalo? —se le ocurrió burlarse. Las burlas sí le agradaban.

 

—Así es.

 

Los labios del rubio se cerraron, y lo primero que este hizo tras semejante afirmación, casi instintivamente, fue estudiar con la mirada aquellas prendas holgadas que vestían el cuerpo menudo y lánguido de su acompañante. “¿Dónde…?”. Se obligó a desviar la vista. Near había vuelto a apartar la suya hacia la ventana, pero había recibido la sensación de un latigazo en la espinilla al reparar en la forma en que se había quedado mirando cada pliegue, cada trozo de tela arrugada, los recovecos donde se hacían pequeñas sombras… Blanco, blanco, todo blanco. Sintió nuevas ganas de arrancar el coche.

 

—No todos los regalos vienen en cajas adornadas con grandes moños de colores —le recordó de pronto el albino.

 

Los ojos de Mello, profundamente azules, milagrosamente salvados del fuego, se encontraron con las manecillas del reloj de una tienda ya cerrada: todavía faltaban veinte tortuosos minutos para la medianoche. Como animales que huyen alertados por una próxima catástrofe, las personas parecían haberse esfumado, y ahora en las calles se agolpaban el silencio, la soledad absoluta. Las únicas señales de vida eran las casas iluminadas, hileras de espectros que refulgían en medio de la negrura. Se preguntó en qué momento la llovizna se había convertido en nieve.

 

—¿Qué te parece si me das ahora mismo tu regalo y terminamos con esta tontería? Después de todo, no esperabas que este encuentro cambiara nada, ¿o sí?

 

Le pareció que Near estaba a punto de decir: “Claro que no”, pero solamente lo vio encogerse de hombros y suspirar. ¿Se sentiría molesto? ¿Desilusionado? ¿Apenado? ¿Con frío? ¿Con calor? ¿Con hambre? Recordó que difícilmente encontraría respuesta a ninguna de sus preguntas, y que seguir preguntándose ese tipo de cosas resultaría igual de inútil. También rememoró lo mucho que detestaba a su rival, el culpable de que en ese momento se sintiera tan incómodo, tan impaciente… estúpido. Las uñas clavadas en la palma de su mano no tardaron en hacerle sentir ardor. A veces resultaba sorprendente cómo la sangre podía hervirle de un momento a otro. Sus dedos buscaron y hallaron sin esfuerzo el arma que llevaba guardada; era vagamente consciente de la falsa seguridad que esta le transmitía.

 

—Near… Tú…

 

El cañón de la pistola semiautomática tembló de rabia sobre el enmarañado cabello blanco. Las fosas nasales de la persona que la sostenía se dilataron y, por unos instantes, el tiempo pareció detenerse dentro de aquel vehículo cubierto por la nieve. ¿Por qué? ¿Por qué no era capaz de obtener ninguna reacción, ni siquiera así? Rechinó los dientes y, en un último esfuerzo desesperado, apretó más el arma contra el cráneo antes de quitar el seguro.

Notas finales:

Continuará...

 

Ya tengo escrito el segundo capítulo. Esperaré a ver si recibo algún review antes de publicarlo... Jaja, el viejo truco del chantaje de los reviews. Mentira, dejen si quieren.


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