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Black Vow por GN13

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Notas del fanfic:

Fanfic Semi-AU, basado en la idea de, qué hubiera pasado si Saga no hubiera sido el poseido por Ares.

 

 

 

Notas del capitulo:

Hola!! Soy Gato Negro, y ando por estos lares para presentarles un fic, semi-AU

Advertencias: Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen. No obtengo nada por hacer este fic, salvo diversión y plasmar mis locas ideas.

El fic es Yaoi, clasificación N-17, debido a mención de violencia, non-con, y cuanta locura se me ocurra (Iré advirtiendo de ser necesario en cada capitulo), si bien, no hay nada super explicito, porque, no se me da el escribir lemon, aun así, se pueden llegar a herir sensibilidades.

La pareja oficial es AioroxSaga, sin embargo, saldrá otra más adelante.

Por último, todo lo que se encuentra en cursiva son hechos pasados. Lo que se encuentra en letra normal, es el presente.

Y sin más, a leer!

El fin de la noche estaba cerca. Aquello era visible por la aparición de tonos pasteles en un cielo que minutos antes se observaba de un color oscuro uniforme, que permitía brillar a las estrellas con una luz especial en aquel pequeño rincón del mundo. Como si le hablaran a todo aquel que estuviera dispuesto a escuchar. Una imagen que parecería romántica a cualquiera.

 

Sin embargo, para los experimentados ojos esmeralda que no habían abandonado su posición durante toda la noche, esperando encontrar mensajes esperanzadores en las lumbreras del firmamento, pudo apreciar de inmediato la angustia que los cuerpos celestes despedían con un brillo más apagado de lo normal.

 

Las estrellas estaban preocupadas. La vida de grandes guerreros y gente inocente sería derramada pronto. Sangre santa podría correr al final del día que recién comenzaba. Y Géminis y Sagitario lloraban por el destino de sus protegidos.

 

Suspiro cansado, mientras le permitía descanso a sus ojos de tan silenciosos lamentos, permitiendo que se perdieran en el gris que formaba el marco de la ventana que usaba para mantener su vigilancia en el cielo nocturno. Acaricio con ternura y nostalgia la dura pared que sus manos desnudas palpaban en aquel instante.

 

Las paredes que lo rodeaban, si pudieran hablar, tendrían muchas historias que contar, muchos siglos atestiguados, viendo héroes nacer y morir, dando su vida por sus ideales.

 

Personas comunes, que creían fervientemente que, con sus acciones podían cambiar las decisiones de los dioses a favor de un mejor porvenir para la humanidad.

 

Personas como las que se acercaban a él en ese momento, conscientes de su destino, y abrazándolo con anhelo, creyendo que con ello, servían a una bondad máxima y beneplácita encarnada en una joven diosa que creían segura dentro del frío edificio.

 

Entregando sus vidas por una gran mentira.

 

“Señor Saga, estamos listos para recibir ordenes”, dijo un joven, casi un chiquillo no mayor de 15 años.

 

Otro compañero, más grande de edad, no dudo en callarlo con un leve golpe, reprendiéndolo por su atrevimiento. Sin embargo, Saga de Géminis sólo sonrió con nostalgia, sin atreverse a girar a ver al grupo de jóvenes, temeroso que, en aquel estado de debilidad emocional, vieran sus dudas y temores.

 

Debía ser fuerte por ellos. Rogaba a las estrellas y a la diosa, que le dieran fuerzas, para no abandonar a aquellos muchachos.

 

Dio un último vistazo a las estrellas, quienes parecieron apoyar su decisión. Él se atrevió a pedirles un último favor: que velaran por la vida de aquellos jóvenes, que se encontraban ingenuamente equivocados.

 

“Abandonen esta área del santuario”, respondió por fin el caballero, mientras se giraba para enfrentarlos, permitiendo que sus ojos mostraran la autoridad que a él no le correspondía. “Sus ordenes son, proteger sus vidas por el bien de Athena”

 

El grupo de guardias lo observo desconcertados. Algunos incluso le expresaron cierto rencor en sus ojos por momentos. Sin embargo, no tardaron en agachar la mirada al notar la firmeza en las orbes del caballero dorado que tenían delante.

 

Ellos eran simples guardias. Guerreros que no habían tenido la fuerza para elevar su cosmos al máximo y hacerse del derecho de portar una armadura para servir a Athena. Aun así, aquello no los había hecho desistir en la misión que habían adoptado como suya. Ayudarían a la diosa como fuera lugar. Con o sin armadura.

 

Si bien, su cosmos no llegaba a la altura de un caballero de bronce, su amor por Athena jamás podría ser puesto en duda.

 

Y Saga no podía permitir que aquella inocencia y fe, fuera sacrificada en vano. Por Athena, protegería aquellos sentimientos, aunque la ira de un dios se derramara sobre él.

 

“Athena ha sufrido demasiado por todas las muertes innecesarias que ha habido”, Saga lo podía afirmar, lo sabía cierto en su corazón, por eso, sabía que su decisión era la correcta. “No debemos permitir que la tristeza inunde el alma de Athena. Por ello, velaran por sus vidas. Los caballeros dorados nos encargaremos de detener al enemigo y proteger a Athena desde ahora”, su última frase, la supo una total mentira, y aquello solo sirvió para provocarle un amargo sabor de boca. Pero aun debía mantener su fachada, por lo que su mirada se revelo llena de convicción y seguridad.

 

Lentamente, los jóvenes asintieron, para después retirarse, corriendo la voz a todo aquel que encontraban, dando las ordenes del caballero de Géminis.

 

Saga se permitió regresar su vista una vez más a las afueras que mostraba la ventana, permitiéndose elevar una oración a Athena por los jóvenes que había sido incapaz de salvar, por aquellos que probablemente mandaría a una muerte segura. Y por su alma que ya no tenía salvación.

 

Los grises muros que lo protegían, tendrían muchas historias que contar acerca de los guerreros que dieron su vida por Athena, por el bien de este mundo. Y en los primeros años de su vida, el peliazul creyó que su historia sería parte de aquel gran recuerdo. Ahora sabía, que con suerte, sólo sería recordado como el mayor traidor, su nombre perdido en el tiempo, y sus acciones dichas en susurros temerosos, marcado como un gran tabú.

 

Observo como el astro rey se asomaba imponente en el horizonte, mientras doce llamas azules competían con su resplandor, dando inicio a un sangriento nuevo día.

 

Saga de Géminis se dio media vuelta, dirigiendo sus pasos hacia la cámara del patriarca, último obstáculo para llegar a la cámara de Athena. Último obstáculo para revelar la gran mentira que el había encubierto.

 

Porque, cualquiera que lograse pasar al caballero de Géminis, y al hombre que debería ser el más devoto y fiel Athena, sólo se encontraría una habitación vacía, llena de polvo y sin una pisca del tierno y dulce cosmos que debería llenarlo.

 

Y aquello, era algo que tampoco Saga podía permitir. Amaba a su diosa, amaba a sus compañeros, y haría lo posible porque no sufrieran.

 

Pero en ocasiones, sentía que lo amaba más a Él.

 

-.-.-.-.-.-.-.-.-

 

No tuvo tiempo a reaccionar. Un par de fuertes manos lo tomo por los brazos y lo arrojo contra una pared dentro del templo de Sagitario, impidiendo así su escape. Y justo cuando iba a reclamar por la brusquedad del movimiento, unos labios se encargaron de acallar a los suyos.

 

Abrió sus ojos de par en par, buscando la mirada del otro, mientras sentía como los labios de Aioros trataban a los suyos con agresividad y sin cuidado, pero a la vez, llenos de una gran necesidad. Sentimientos que se reflejaban en los ojos del caballero castaño.

 

Y era en esos momentos, que Saga no sabía como reaccionar.

 

Pero amaba a Aioros, y era lo único que necesitaba saber para ceder a los caprichos de este, y callar y esconder la turbación que le producía la actitud del Sagitario.

 

Porque siempre que aquel se mostraba cruel y agresivo, no tardaba en salir un lado dulce y arrepentido, que empañaba por mucho las situaciones oscuras.

 

“Lo siento, Saga”, susurro aquel, después de transformar el fiero beso en uno más tranquilo, y que, esperaba, reflejara su deseo de ser perdonado. “No debí actuar así”, dijo, mientras acariciaba los brazos del gemelo, esperando sustituir con suaves caricias, la rudeza anteriormente ejercida.

 

“No hay nada que perdonar, los dos nos exaltamos…dijimos cosas para dañar al otro”, contesto Saga en un susurro. Y si bien, parecía que sus palabras iban dirigidos a su pareja, la verdad era que el gemelo esperaba convencerse así mismo. Y tal era su convicción, que incluso, en ocasiones, no recordaba quien de los dos había iniciado la discusión.

 

Aioros esbozo una deslumbrante sonrisa, no retrasando otro encuentro de sus labios con los de Saga, creyendo todo perdonado una vez más. Saga respondió al gesto, sin embargo, una vocecita en su mente, no dejaba de recordarle que algo estaba mal.

 

Su relación era, suponía el caballero de géminis, normal. Tenía sus altas y sus bajas. Sería una mentira si dijera que Aioros y él nunca peleaban. Pero aquello era lo que la hacia emocionante y satisfactoria. Se sentía real.

 

Pero de un tiempo a acá, las discusiones eran más constantes y más agresivas. Iniciadas por tonterías al principio, y después por temas más hirientes.

 

Como el último.

 

Saga pocas veces se arrepentía de las acciones que había realizado, aunque atrajeran malas consecuencias para él. Sólo se arrepentía cuando sabía que se encontraban afectando a personas secundarias.

 

Sin embargo, el peliazul no podía evitar sentir como su corazón se comprimía de angustia de pensar en la verdad que había revelado a Aioros, creyéndolo lo indicado, para después, lamentarse aquella decisión.

 

Después de todo, desde que Aioros se entero de la existencia de Kanon, no había hecho más que atormentar a Saga con la idea de que se avergonzaba de su hermano.

 

Incluso cuando Aioros se encontraba con Aioria, en ocasiones decía ciertas palabras que dañaban al otro en lo más profundo de su alma. El gemelo trato de desestimarlas, creyendo que el arquero no lo hacia a propósito. Pero lentamente los ataques se volvieron más agresivos, hasta ser acusaciones directas, dichas con la intención de herir para ganar algún argumento.

 

“Quédate conmigo”, volvió a pedir el arquero, mientras llenaba el rostro de Saga con besos, esperando con ello, tener una respuesta más positiva que la vez anterior.

 

Saga quería decirle que no. Deseaba detener las manos de Aioros que habían comenzado a descender hasta llegar a su entrepierna, y apartar los labios de aquel, que nuevamente habían aumentado en su dureza, pero el recuerdo del argumento que se había desarrollado minutos atrás, le sirvió de freno para su boca.

 

‘¿No me digas que de pronto has dejado de sentir vergüenza de él y ahora te urge pasar el tiempo con Kanon?, No me hagas reír, Saga, eres un hipócrita’

 

Habían sido las palabras de Aioros, cuando el gemelo detuvo sus avances, haciendo más obvia su negativa de pasar la noche en Sagitario. El inicio de la discusión. Y él no quería que eso se volviera a repetir.

 

El castaño aprovecho su silencio y estado de reflexión para tentar a su cuerpo, y obligarlo a reaccionar a sus ministraciones, haciéndole más difícil a Saga, el negarse.

 

Sin dejar de distraerlo, lo guio hasta su habitación, donde le quito a prisa la ropa, sin dar tiempo a dudas que pudiera crear la mente del geminiano. Lo acostó en la mullida cama, antes de cubrir su cuerpo con el suyo, intoxicándolo con su esencia y su cosmos. Un cosmos que se mostraba falsamente reconfortante y tranquilizador.

 

Saga lo supo cuando sintió una intrusión en su cuerpo, violenta y descuidada. Al otro no le interesaba el placer que pudiera obtener el ojiverde en el acto, sino, todo el placer que él pudiera obtener. Él saber que podía dominar a Saga de tal manera, le excitaba en sobremanera, y aun así, una pequeña parte de su ser, se sabía temerosa.

 

Él no era así, no era su naturaleza. O eso creía, pero Saga resulto ser una influencia muy dañina para él. Y todo señalaba que Aioros no parecía tener remordimientos por esto.

 

Pero aquello no era lo peor. Lo peor era, que el Gemelo consentía la actitud de su compañero, ocultando el lado oscuro del alma de él. Y hasta cierto punto, disfrutándola…

 

-.-.-.-.-.-.-

 

Se detuvo en la entrada del salón del Patriarca, temiendo perder de vista a las doce casas que se encontraban debajo de él.

 

Creía que si por un momento sus ojos se apartaban de aquella vista, alguna desgracia ocurriría a los jóvenes caballeros dorados que se encontraban vigilándolas.

 

Suficiente era, con saber que, Athena yacía en la entrada del Santuario, herida de muerte, y con el tiempo en su contra. Sin embargo, sabía que los jóvenes que la acompañaban la protegerían, la derrota no era una opción para ellos. Haciendo lo que él también debería hacer. Él ya no era digno de velar por Athena, aquel derecho lo había perdido años atrás.

 

Además, él no lo había solicitado por medio de su cosmos, y debía aprovechar el momento para permitirle un descanso a su abatida alma.

 

Lo más probable fuera que él también se encontrara atento a la guerra que se acababa de desatar, aunque por diferentes razones.

 

El oscuro patriarca temía por el imperio que había usurpado hace años, y que había manejado a su antojo hasta ese día. Pero con el regreso de la joven que debería estar muerta, todo pendía de un hilo.

 

Y seguramente, Ares en este punto, sabría que la culpa de su probable caída sería de Saga. Si lo llegase ha ver en estos primeros instantes de ira, el gemelo se podría considerar hombre muerto.

 

Pero aun era de utilidad para el dios de la guerra. Por lo que a su vida, le serían otorgados horas de indulgencia, hasta que el futuro fuera uno más claro.

 

Saga se permitió una leve suspiro, mientras tomaba asiento en una de las escaleras que llevaban a la entrada del salón. Siendo su larga túnica la única fuente de sonidos en el vacío lugar, como consecuencia del constante roce de la tela ante los movimientos del peliazul por buscar un mejor acomodo en su improvisado asiento.

 

Sus ojos fijos en Aries. El primer templo. El cosmos de Mu se mostro por algunos minutos, antes de regresar a su apacible calma. Ninguna batalla se desarrollaría en el templo del carnero. El cosmos de los cuatro caballeros se mostraron aliviados. Y el suyo también.

 

Mu siempre había tenido sus dudas con respecto a la toma de posesión de Aioros sobre el patriarcado del santuario de Athena, sin embargo, nunca las había expresado delante de los demás, debido a que era consciente que esa había sido la decisión de Shion, antiguo patriarca y maestro suyo.

 

Lo que si nunca se negó a ocultar, fue la extraña forma en la que murió el antiguo patriarca. Ni siquiera Saga estaba seguro de cómo habían sucedido los hechos. Aquel era otro secreto que mantendría el nuevo patriarca para él solo…

 

-.-.-.-.-.-.-.-

 

El temor había invadido a los habitantes del santuario.

 

Shion apareció muerto en su habitación, la cual mostraba grandes señales de violencia. Una cruenta batalla se había llevado a cabo, y nadie había sido capaz de detectarla.

 

En las primeras horas del descubrimiento, la ira e indignación se apodero del lugar. Muchos exigían justicia y el derramamiento de la sangre del que había osado burlar a la orden Atheniense. El problema era, que el sujeto resulto ser como el aire, sin dejar huellas ni pistas.

 

Lo que desencadeno el temor. ¿Podría ser que el asesino hubiera sido un guerrero de Athena? ¿Era posible que hubiera un traidor en las filas de la diosa?

 

Aioros no tardo en asumir el patriarcado. Después de todo, él había sido el sucesor electo de Shion, para cuando el momento llegase.

 

Y si bien, se encargo de organizar una búsqueda del posible asesino para ejercer justicia. No demostró mayor interés con respecto a la muerte de Shion.

 

Muchos creyeron que el castaño trataba de ocultar su preocupación, otros incluso se atrevieron a pensar que quizás se encontraba en shock, por la súbita muerte del patriarca. Todos tratando de disculparlo.

 

Saga sospechaba que Aioros ocultaba algo más.

 

Pero no tenia pruebas, y aunque las tuviera, era incapaz de acusar a Aioros delante de la orden. Porque, la parte que lo amaba, quería creer que Saga se encontraba paranoico, incluso, resentido porque Aioros tenía el titulo que el ojiverde había deseado con desesperación, queriendo manchar lo que aquel se había ganado con su esfuerzo, con semejante mentira.

 

Por lo que, se trago su sentir, y se limito a apoyar a Aioros lo mejor que pudo. Y atender los temas que aquel estaba dejando de lado.

 

No fue difícil encontrar un nuevo maestro sustituto para el próximo Aries, tampoco fue difícil convencer a Aioros para permitir que el niño terminara su entrenamiento fuera del santuario, en su tierra natal.

 

Lo difícil fue convencer al pequeño Mu que se encontraban haciendo lo posible por esclarecer la muerte del fallecido Aries, y que él debía continuar la encomienda que su maestro le había dado.

 

“Saga”, lo volvió a llamar el niño, mientras cruzaban el puente que los llevaría a la ciudad de Jamir. El mayor apretó su mano, en señal de que lo escuchaba, y a manera de infundir confianza al menor. “Mi maestro no era débil…el pudo haber dado una fiera batalla”, expreso el niño, agachando su rostro, triste al evocar la imagen del ojimorado, lleno de poder y sabiduría, traicionando lo marchito de su cuerpo con una fortaleza que sólo Athena podía dar.

 

El caballero de Géminis no supo que contestar por momentos. Él también extrañaba a Shion, y ahora más que nunca, necesitaba escuchar algún consejo de los labios de aquel, aunque fuera una amonestación por la tonta actitud que el joven estaba tomando hacia su pareja y amigo, confirmándole que aquello era nacido de los celos y su deseo de siempre ser el numero uno.

 

Además, concordaba con el futuro caballero. Shion no era débil, él no pudo haber muerto tan fácilmente, sin tener al menos una oportunidad de elevar su cosmos para devolver el ataque.

 

El pequeño permitió al mayor sumergirse en sus reflexiones, sabiendo que sus palabras no eran tomadas a la ligera, por lo que se atrevió a decir la idea que se había formado en su cabeza.

 

“Alguien conocido lo mato. Alguien a quien mi maestro apreciaba y en quien confiaba”, sentencio con seguridad el niño, no permitiendo lugar a replicas o negaciones.

 

Saga no pudo evitar verlo extrañado y sorprendido por semejante afirmación.

 

Muchos ya lo habían sospechado, pero nadie se había atrevido a decirlo en voz alta. Saga mismo tenía sus dudas. Pero decirlo con aquella convicción podía ser arriesgado y peligroso para Mu.

 

“Te prometo que hare lo posible por hacerle justicia a Shion”, respondió Saga, fijando sus ojos en los del niño, para mostrarle la veracidad de sus palabras. “Encontrare a su asesino, y lo haré pagar. Tu debes enfocarte en cumplir los deseos del antiguo patriarca. Debes obtener la armadura de oro, y ayudarnos a continuar ejerciendo la justicia de Athena, y a luchar por el bien de este mundo”

 

Espero que el niño entendiera el doble significado de su frase. ‘No vuelvas a decir aquello, es peligroso’, era lo que realmente quería decir, sobre todo, si la idea del joven Aries resultaba ser cierta. El asesino podría tratar de callarlo. Sería un movimiento arriesgado, y hasta delatador, porque confirmaría la sospechas, a menos que actuara igual de astutamente que con la muerte del patriarca.

 

Mu pareció reflexionarlo un momento, antes de asentir, aceptando la decisión del otro, y tomando a pecho el compromiso que el peliazul había hecho.

 

Y Saga. Saga era joven e ingenuo. Dando su palabra, con todas las intenciones de cumplirla, sin saber que el destino le tenía deparada otra cosa.

 

No paso mucho tiempo, antes de que la decepción lo embargara al darse cuenta que jamás sería capaz de cumplir la promesa hecha al pequeño niño.

 

Si bien, encontró al asesino, fue incapaz de vengar la muerte del patriarca.

 

Jamás sería capaz de levantar una mano contra él.

 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado!! 

 

 

 


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