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Ángel por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Los personajes son propiedad de Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

Un fic que se me había ocurrido ya hace unos meses. Espero que disfruten este primer capítulo y me den sus opiniones :D

    Las pesadillas volvían a apoderarse de sus sueños como casi todas las noches, y su cuerpo se revolvía tembloroso entre las sábanas de su cama, intentando huir de aquéllo que lo perseguía. Cuando llegó al final del túnel, oyó la tierna voz de su madre y corrió hasta ella con los ojos llorosos, mientras sus perseguidores se iban quedando atrás.

—Despierta, Shun. Estás teniendo otra pesadilla. No temas —lo intentaba tranquilizar mientras le acariciaba el verde cabello.
   

    Shun fue abriendo lentamente sus ojos del color de la esmeralda y algunas lágrimas cayeron por sus mejillas inevitablemente. Se sentó sobre la cama al lado de su madre y se frotó los ojos.

—Sólo ha sido una pesadilla —le sonrió.

—Siempre sueño lo mismo, mamá. Todas las noches —sus ojos se entrecerraron queriendo llorar otra vez, pero pudo contenerse para no hacerlo.

—No te preocupes, mi amor. Seguro que hoy tendrás un sueño muy bonito —se levantó de su lado y abrió las cortinas, dejando a la vista los copos de nieve que caían a través del cristal.
    

    Su madre era una mujer muy hermosa tanto por dentro como por fuera. Tenía los cabellos dorados y los ojos azules como el cielo en primavera, y su corazón era tan grande como el propio universo. Shun se entristeció pensando en su padre, aquel hombre que los había abandonado hacía ya dos años, haciéndole cargar con todo el peso a su madre. Además, su padre acosaba tanto psicológicamente como físicamente a su madre, pero esta nunca se atrevió a denunciar nada. No quería aceptar la realidad, pensaba que lo seguía amando como el día en que se casaron.

—¿Es hora de ir ya a clase? —Le preguntó Shun.

—Aún puedes descansar un poco más.

—Me levantaré ya —pensó que no quería volver a soñar más pesadillas.

—Como quieras. Voy a prepararte el desayuno —sonrió y salió por la puerta.

—No hace falta, mamá, me lo prepararé yo.

—Es igual. Tú ve haciendo la mochila.
    

    Shun asintió y recogió los libros y libretas de la mesa, guardando en la mochila los que iba a utilizar ese día. Cuando hubo acabado, dejó la ropa sobre la cama y fue a la cocina. Su madre le había hecho un colacao con unas tostadas y le había dejado una manzana al lado para el recreo. Se sentó al lado de su madre y la vio algo triste y preocupada, con la cabeza gacha y la mirada perdida en el suelo.

—¿Estás bien, mamá? —Le preguntó alterado.

—¿Eh? Sí, estoy bien. Sólo estaba pensando —le sonrió.

—¿Ikki sigue malo? —Preguntó por su hermano.

—Sí. Aún tiene fiebre. Le pregunté si podía ir a clase y me dijo que no —suspiró.
    

    Shun empezó a desayunar sin apartar la mirada de su madre, quien había vuelto a la posición de antes. Cuando terminó, se levantó, lavó el plato, la taza y la cuchara y se fue a su habitación a vestirse. Se puso unos pantalones blancos con tirantes, una camiseta verde y unos zapatos marrones. Se cubrió con un jersey de lana y con un abrigo. Se lavó los dientes en el baño y se peinó, cogió su mochila y volvió a la cocina a despedirse de su madre, que ahora miraba los copos de nieve caer por la ventana.

—¿Ya te vas? —Le preguntó girándose.

—Sí.

—Vale, pásalo bien —se separó del cristal y le dio un beso en la mejilla a la vez que le entregaba la manzana.
    

    Antes de salir de casa cogió un paraguas para resguardarse de la nieve y puso rumbo hacia el colegio donde estudiaba. La ciudad en la que vivía era bastante grande. Se llamaba Monópoli, y se componía de varios barrios, algunos más ricos que otros. Él vivía en uno que no tenía ni mucho dinero ni poco, aunque a veces la pobreza podía verse por las calles más oscuras. Era una ciudad bonita, sin embargo, aunque también los ciudadanos eran de poco fiar en opinión de Shun, y la policía no obedecía siempre las necesidades de los más débiles.
    

    Cuando llegó al colegio apenas había nadie por los alrededores. Había llegado bastante pronto y solo unos pocos aguardaban a sus amigos en la entrada. Shun apenas tenía amigos, y los que tenía eran una coartada para no quedarse solo, o al menos él lo sentía así. Subió las escaleras hasta su clase y esperó hasta que llegaran todos. Mientras tanto siguió pensando en su padre. Los había abandonado cuando él tenía doce años, y ahora con catorce seguía con la rabia en su corazón, y parecía que cada vez que lo recordaba esta iba creciendo más y más.

—¡Hola, Shun! —Lo saludó Seiya, su compañero de mesa.

—Hola, Seiya.

—¿A qué viene esa cara tan larga?

—A nada realmente.

—¡Pues alégrate!
    

    Fueron llegando todos los alumnos que faltaban y la profesora, que pasada lista, dio comienzo a la clase.
    

    Apenas se dio cuenta del transcurso de las tres primeras clases cuando sonó la campana liberándolo de sus pensamientos. Bajaron al patio de recreo y casi se le olvidó coger la manzana que le había dado su madre. Como siempre, se sintió solo durante toda la media hora, rodeado de amigos que hablaban de cosas de las que él no era partícipe. Al menos los demás jóvenes no lo miraban raro por no formar parte de un grupo.
    

    Las últimas horas pasaron un poco más lentas que las anteriores. Cuando el timbre sonó anunciando el final de las clases de ese día, recogió todas sus cosas y salió como un rayo del aula. Quería llegar a casa pronto, y no sabía por qué. Presentía que las cosas no iban del todo bien.
    

    Casi tropezó varias veces al correr con el paraguas abierto y con la nieve bajo los pies, pero no le importó. Solo pensaba en llegar a casa cuanto antes, y cuando lo hizo llamó a su madre y a su hermano nada más entrar por la puerta.

—¡Mamá! ¡Ikki!

—Shun, hermanito —lo llamó Ikki saliendo de su habitación.

—¿Dónde está mamá? —Preguntó jadeante.

—Ha ido al hospital.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Se encontraba mal, eso es todo. No te preocupes, dijo que regresaría por la noche —intentó calmarlo.

—¿Qué le pasó? —Preguntó con los ojos muy abiertos.

—No lo sé, Shun. Cuando vuelva nos lo dirá. No hay de qué preocuparse.

—¿Tú cómo estás? —Preguntó después de suspirar y obligarse a calmarse.

—Aún me encuentro algo mal, pero creo que mañana ya podré ir a clase —sonrió.

—Qué bien —sonrió a su vez.
    

    Dejó el abrigo en el recibidor y se fue a su habitación a dejar la mochila. Podría haber encendido el ordenador, pero no tenía motivos para hacerlo ni nada que hacer en él, así que se echó en la cama deshecha a pensar, y sin darse cuenta se quedó dormido.
    

    Fue su hermano quien lo despertó diciéndole que fuera a comer. No es que Ikki fuera un excelente cocinero, pero a sus dieciséis años algo sabía hacer. Como aquella tortilla que se olía desde la cocina tan deliciosamente.

—Vaya, tiene muy buena pinta para ser tú —dijo Shun sentándose a la mesa y cortando un trozo.

—Pues claro. Si yo estoy hecho todo un cheff —rio.
    

    Ambos empezaron a comer. Ikki no mentía del todo cuando dieron el primer bocado. Su sabor era tan bueno como su olor, y no tardaron en llenar su plato por segunda vez. Cuando terminaron cada uno lavó sus respectivos platos e Ikki cubrió lo que había sobrado para cenar. Shun se fue a su cuarto para hacer los deberes que le habían mandado en el colegio e Ikki fue al salón para ver un poco la televisión.
    

    Cuando hubo acabado todo lo que tenía que hacer se volvió a echar en su cama con música de su mp3 puesta. Apenas unos minutos después se quedó dormido como si fuera de noche. Por suerte para él, ningún sueño ni pesadilla arruinó su descanso, y cuando despertó lo hizo con un sonoro bostezo y estirando los brazos y las piernas todo lo que pudo. Aunque hubiera sido por la tarde, hacía mucho tiempo que no dormía tan bien.
    

    Se levantó de la cama y vio que aún llevaba puesta la ropa de calle. Se le pasó por la cabeza salir a dar un paseo aprovechando que ya no nevaba. Solo unos débiles copos caían adornando la tarde noche. Miró el reloj y se sorprendió de todo lo que estuvo durmiendo, pero aún así no desechó la idea del paseo. Cogió las llaves de su mesa y se puso el abrigo que había dejado en el recibidor.

—¿A dónde vas, hermanito? —Le preguntó Ikki que se había asomado al pasillo.

—Voy a dar un paseo —contestó agachando la cabeza.

—¿Ahora?

—Aja...

—Está bien, pero no tardes, ¿vale?

—No tardaré —le prometió.

—Que así no asustas a mamá cuando vuelva —le sonrió.
    

    Salió de casa y bajó por las escaleras del edificio, quedando expuesto al invierno de la ciudad. Se arrepintió de no haber cogido sus guantes antes de salir, pero no le apetecía volver a buscarlos.
    

    Pensó varios lugares a los que podría ir y se decantó por dar un paseo por la playa. Debía de estar toda la arena cubierta de nieve, y pensó que sería un paisaje maravilloso para contemplar. Así pues puso rumbo a su destino.
    

    Había muy poca gente por las calles, pero no le importó demasiado. Sólo pensaba en su madre y en cómo se encontraría. Sabía que por la mañana le pasaba algo, pero nunca hubiera imaginado que tuviera que ir al hospital por ello. Casi se le escapan las lágrimas de los ojos justo cuando llegó a la playa. Esta estaba, en efecto, toda cubierta de nieve blanca que se mezclaba con los granitos marrones de arena. Bajó las escaleras sin meditarlo dos veces y miró fijamente al mar y a las olas. Estas bramaban y amenazaban con llegar a la costa y empaparlos a todos, pero su alcance era limitado y no había nada que temer.
    

    Shun paseó su mirada por todo el lugar. A uno de los lados, cerca de las aguas, vislumbró un bulto de nieve que sobresalía del resto. Pensó que igual alguien había hecho un montículo cuando vio que debajo había unas alas blancas que apenas se distinguían del fondo.
    

    Corrió hasta allí pensando que algún pájaro se habría quedado atrapado, y cuando llegó se quedó más helado que el hielo. No era un pájaro, si no un muchacho. Un muchacho con alas. Inmediatamente lo sacó de allí debajo y lo examinó. Parecía estar inconsciente y su piel estaba muy fría. Tenía los labios morados y el pelo rubio por los hombros casi estaba congelado. Apenas cubría su cuerpo con una camiseta azul y pantalones negros. Las plumas de sus alas blancas se agitaban al compás de la brisa.
    

    Shun no sabía qué hacer. Lo levantó como pudo asegurándose de que no había nadie que pudiera verlos. Cargó su peso a los hombros y lo subió a la calle. Miró de nuevo a ambos lados y no vio ninguna persona cerca. Corrió sin saber muy bien a dónde, y de pronto recordó un lugar al que podría llevar a ese ser. No muy lejos de allí había una casa medio derruída que podría ofrecerles cobijo. Además, la nieve empezaba a caer de nuevo amenazando con cubrir más las calles. Intentó ir más rápido, pero no pudo. Se resignó a seguir a aquel ritmo y cuando le temblaron las piernas no flaqueó. Llegó a la casa que protegía su entrada con una valla de piedra. Le resultó bastante difícil pasar al otro lado con el muchacho a hombros, pero al final lo consiguió. Entró por un agujero que había en la pared y dejó al chico sobre un sofá viejo y desgastado. Subió las escaleras al piso de arriba para ver si encontraba mantas. Cogió alguna de las camas en las que antes habían dormido personas y se las puso todas por encima rezando para que entrara en calor.
    

    Shun cogió una silla de madera y se sentó al lado del sofá donde lo había dejado. ¿Quién era ese ser y por qué tenía alas? Parecía un ángel. Y su rostro podría haber sido perfectamente el de uno. Tenía rasgos delicados y perfectos, y sus ojos, aunque cerrados, parecían no ser menos que todo lo demás. Era más alto que él y delgado, aunque fuerte. Y sus alas, de un blanco puro y de hermosas plumas. ¿Cómo era posible que ese muchacho tuviera alas? No podía dejar de preguntárselo.
    

    El chico movió los párpados y los labios, y Shun se puso muy tenso. Fue abriendo poco a poco los ojos, dejando ver su color azulado casi cristalino. Se quedó unos segundos asimilando algo y luego volvió la cabeza para mirar a Shun.

—¿Quién... quién eres? ¿Dónde estoy? —Preguntó con dificultad.

—Me llamo Shun —fue lo único que se atrevió a articular.
    

    El joven alado lo miraba con los párpados amenazando con cerrarse de nuevo, pero conseguía dominarlos por el momento. Intentó levantarse pero no pudo, y suspiró como si soportara todo el peso del mundo sobre sus hombros.

—¿Dónde estoy? —Volvió a preguntar.

—En una casa... Estabas en la playa, en la arena... con nieve cubriéndote entero. Estabas inconsciente... yo te traje aquí —terminó.

—Me caí —dijo solamente.

—¿Te caíste? —Preguntó incrédulo.

—Estaba volando, y me caí por la nieve. Tengo mucho frío, Shun —dijo cerrando los ojos y abriéndolos tras unos segundos.

—No encontré más mantas. Lo siento —se disculpó—. ¿Cómo... te llamas tú?

—Llámame Hyoga —contestó en un susurro.

—¿Por qué... tienes alas? —Preguntó sin saber si le molestaría la pregunta.

—Porque... soy un ángel.

Notas finales:

Muchas gracias por leer y espero enormemente que les haya gustado este primer capítulo! :)


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