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Cartas de un seductor por Ariana

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<< Querido Ariel,

 

Vas a pensar que estoy loco o que soy un chico bastante extraño por el hecho de escribirte una carta y no interceptarte directamente en alguno de los pasillos del instituto para hablar contigo cara a cara. Pero soy tímido; demasiado tímido como para acercarme a ti y conseguir siquiera entablar una conversación. Mis palabras no fluirían de mi boca si te tengo delante y temo tanto hacer el ridículo delante de ti que prefiero exponer mis verdaderos sentimientos en este papel, siendo resguardado por él anonimato.

 

Podría empezar diciéndote  que lo que busco es ser tu amigo, pero mis sentimientos son mucho más profundos que eso. Doy por hecho que jamás voy a tenerte a mi lado, de una manera u otra, pero quiero que sepas que no puedo dejar de mirarte, y por favor, no me consideres un acosador, aunque  teniendo en cuenta mi historial podría fácilmente etiquetarme como uno.

 

Sé que has tenido complejos con tu cuerpo, eso no es ningún secreto para mí ya que tú mismo lo confesaste abiertamente en tu muro de facebook, hace ya varios meses, y aunque tal vez no sirva de nada, quiero que sepas que es lo que veo yo cuando te contemplo, anhelándote desde lo más profundo de mi alma:

 

Veo un cuerpo nervudo y bello que ansío tener junto a mí. Unos brazos por los cuales daría mi vida por el simple hecho de que me abrazaran, desesperándome en el momento que dejaran de hacerlo. Unos ojos profundos, dos mares verdes que cuando a veces intercalamos miradas por un largo rato parece que me ahogan cuando me reflejo en ellos. Mi pasión hace que vuele mi imaginación, lo sé, pero eso no impide que no desee saborear esos labios rosados, como una cereza, y aunque la ropa me impide verlo (¡maldita sea ella!) imagino mi objeto de deseo. Una fuente de la que mana vida y en la cual quiero sumergirme. Quiero sentirte dentro de mí.

 

Perdona si esta carta te ha incomodado pero necesitaba expresar todo lo que siento. No quiero agobiarte ni leer nunca más que sientes complejos contigo mismo, porqué eres perfecto. Para mí eres perfecto. Eres la razón de todos y cada uno de mis suspiros y mis sueños.

 

Y aquí concluye mi humilde carta. Pero permíteme antes decirte de decirte adiós lo que desearía susurrar en tu oído cada mañana cuando estuvieras junto a mí: TE QUIERO. Esto es amor, sencilla y llanamente. Y discúlpame nuevamente si te he incomodado, pero necesitaba que mis sentimientos fluyeran metamorfoseados en palabras, no en lágrimas, aquellas que derramó cada vez que siento que estoy lejos de ti.

 

Te quiero muchísimo Ariel, mi amor,

 

Adiós>>

 

 

 

              Pero… ¿pero qué demonios era esto qué estaba leyendo? Cerré mi taquilla con fuerza mientras exprimía la carta con mi mano izquierda. Si aquello era una broma debía admitir que era una de muy mal gusto. Miré sin descanso a la gente que vagabundeaba por el pasillo intentando encontrar al causante de aquellas palabras. Esperaba que en algún momento apareciera algún idiota gritando: ¡Caíste! Y se burlara de mí, pero nada de eso ocurrió. Los estudiantes iban de aquí a allá con rapidez, ocupados en sus asuntos, y nadie puso sus ojos en mi.

 

              Escondí la arrugada nota dentro de la mochila y partí hacia la clase de Literatura Medieval. Por el camino, persistí en mi idea de intentar localizar al chistoso, pero no obtuve ningún resultado. Llegué hasta el aula 114 sin problemas y allí me reuní con dos de mis amigos, Carlos y  Fernando. Los tres nos habíamos inscrito en el grupo 3 de la asignatura mientras que las otras personas con las que nos habíamos rodeado se habían inscrito en el grupo 1. Debía estar de un humor de perros porqué poco después de que el profesor Roldán iniciara sus explicaciones me preguntaron si algo andaba mal. Yo, con una sonrisa, negué con la cabeza y mientras ellos tomaban apuntes yo no podía evitar pensar en esa carta. Creía que en la universidad no me toparía con gente idiota que simplemente pasaba su tiempo haciendo mimbar el estado de ánimo de las otras personas a su alrededor para sentirse mejor con ellos mismos.

 

              Pero contra todo pronóstico el día pasó sin incidente alguno. Por ello, cuando estuve parado finalmente dentro del pequeño apartamento que había alquilado con el dinero de mis padres me planteé por primera vez la posibilidad que aquel escrito no fuera una nota de mal gusto, sino un hecho real.

 

              Debía asumir de una buena vez que los odiosos días de ser Ariel el bicho raro habían acabado para mí. De eso hacía allá mucho tiempo. Incluso para asegurarme  de no encontrar en los pasillos de la universidad a antiguos compañeros de clase había insistido en ir a la universidad más alejada que pude hallar de la comarca  en la que había vivido toda mi vida. Mis padres se opusieron en un principio a esta descabellada idea pero una vez les expuse mis razones creyeron que también era lo más sensato y simplemente me dejaron ir. El retoño voló finalmente de su nido y por fin me encontré lejos de aquellas personas, las cuales se habían burlado tanto de mí por ser homosexual que ya francamente el asunto, en su día, me dio igual. Lo malo fue cuando empezaron a meterse con mi aspecto físico. Recuerdo que cuando empecé la universidad ya era un muchacho tan sumamente acomplejado que la situación me abrumó hasta tal punto que decidí fluir mis sentimientos en un post que colgué en mi muro de Facebook. El Romanticismo creía que la poesía era un libre fluir de los sentimientos del poeta, así que con el máximo valor que pude reunir puse en práctica su idea obteniendo el más maravilloso resultado. Mi post recibió más de cincuenta comentarios, todos de mis nuevos compañeros de aula (algunos incluso me manifestaron que también habían sufrido lo que yo en manos de sus antiguos compañeros de clase pero habían logrado superarlo con esfuerzo). Los halagos que  me propiciaron también me subieron bastante la moral. A las pocas semanas ya hice muchos buenos amigos que me hicieron ver rasgos que poseía y  que simplemente yo había pasado por alto durante mucho tiempo. El hecho de que muchos estudiantes provinieran de otras comarcas y que jamás hubieran sentido hablar mal de mi me ayudó a integrarme con una facilidad aplastante a ese ambiente estudiantil. Por primera vez en la vida pude ser verdaderamente yo. Conocí a varios chicos con las mismas inclinaciones sexuales que yo e incluso mantuve un breve romance con uno de ellos.

 

              Por estos motivos, una vez recostado en mi cama releyendo la carta que me habían mandado, creía que no podía ser una broma pesada. Ya no era aquel chico delgaducho que todo el mundo creía tener el derecho de meterse con él por el simple hecho de considerarlo un pardillo y un pervertido sexual. Dentro de la universidad, menos para mi grupo de amigos y conocidos, solamente era Ariel, un chico más. Y con esfuerzo había consigo estar mejor conmigo mismo poniendo mi cuerpo en forma.

 

              Releí aquellas palabras docenas de veces. Me hacían sentir importante, pero impotente. Por más que busqué no había ningún dato que me diese una pista para descubrir quién era su creador. Lo único que sabía con seguridad es que era varón e iba conmigo a alguna clase.  Hice un repaso mental de todos los compañeros que me parecían tímidos y con los cuales  jamás había intercambiado palabra alguna pero nadie acudió a mi mente.  Era un chico bastante sociable y me había hablado prácticamente con toda la clase, no me importaba mantener conversaciones de temas banales que tarde o temprano olvidaríamos. Lo más importante para mí después de la tormenta que había pasado era la integración. No creía caerle mal a nadie y si así fuera no pensaba que dicha persona fuera capaz de planear todo aquello tan maquiavélicamente. Los sentimientos que manifestaba la carta parecían ser sinceros.

 

              Rendido y frustrado dejé la carta encima de la mesilla de noche. La verdad es que  no  me importaba tomar al misterioso anónimo entre mis brazos y decirle que lo aceptaba, que su carta me había seducido más que una mirada sensual o alguna palabra obscena, las cuales siempre me ponían muy cachondo.  Al poco rato la volví a releer. Necesitaba saber quién era. Seguramente ese chico le aterrorizaba pensar que yo lo mandase a la mierda. Me fijé en algunas de las características más notables de su letra por si algún profesor lo mandaba a corregir ejercicios en la pizarra. Pero por desgracia eso no fue así. 

 

              Pasaron más de dos semanas y no recibí nada más así que me limité a releer aquellas palabras tan bonitas una y otra vez. Durante todo ese tiempo no le confesé a nadie el secreto de la hermosa carta cuyas letras veía por todas partes;  “t” más alargadas de lo habitual, “a” redondeadas, el puntito de las “i” bien marcado, con volumen, sin relleno de tinta en su interior...

 

              La situación me tenía desesperado. Cada vez que notaba que algún chico fijaba su mirada en mí yo automáticamente clavaba mis ojos en él. Por momentos pensaba que efectivamente la carta había sido una farsa y solamente había provocado desestabilizarme, de tal manera que hasta era incapaz de concentrarme en mis estudios. Pero la esperanza de que no fuera así era mayor y la obsesión por conocer al anónimo seductor, fueran reales o no sus sentimientos, cada vez era más fuerte. Por ello, no puedo describir como me sentí cuando al abrir mi taquilla una mañana de primavera, encontré una nueva carta con una letra idéntica a la que ya había recibido con anterioridad.

 

 

 

«Mi amado Ariel,

 

No he podido dejar de percibir que estos días te encuentras más inquieto y preocupado de lo normal. Observo desde la lejanía como penetras con la mirada a todos aquellos que simplemente cruzan su mirada contigo y, aunque tus intensas miradas hacia ellos despierten celos en mi deshonesto corazón, he de reconocer que hasta cierto punto me siento emocionado porqué creo que intentas saber quién soy. Mi fantasía vuela cual pájaro libre e imagino que vas a corresponder a mis sentimientos, cosa que en el fondo sé que no será así. Seguramente intentas interceptarme para decirme un par de cosas que harán daño a mi corazón: que no te gusto, que no me ves ni como amigo, que las cosas no se hacen de esta manera… Por ello, te suplico que perdones mi atrevimiento, jamás debí haberme puesto en contacto contigo pues el problema que expresé en mi anterior carta es mío, no tuyo.

 

Prometo que no volveré a importunarte. Mis sentimientos por ti aún no han cambiado pero intentaré olvidarte como pueda, mi intención jamás fue causarte incomodidad.

 

Con lágrimas en los ojos te despido, pero antes, déjame decirte por última vez que te amo, te amo más que nada en la vida. Te quiero, te quiero, te quiero. Y ahora… olvídalo todo. Hasta siempre mi amor. Gracias por haberme escuchado y perdóname, por favor, te juro que ya no tendrás más noticias mías. >>

 

 

 

              ¡No, no, no, no! ¿Cómo se atrevía a hacerme aquello a estas alturas? Tenía que reaccionar y rápido. En el instante que mi corazón se estrujó al leer que nunca más se pondría en contacto conmigo por sus temores me di cuenta que no podía afirmar que no estaba enamorado de él. Y ahora la situación era grave. Tenía que encontrarlo costara lo que costara. Me daba igual si tenía que registrar uno por uno los cajones de mis compañeros de aula para encontrar libretas con apuntes escritos con esa letra. Mi amado desconocido iba a aparecer, como yo me llamaba Ariel.

 

              Me senté en uno de los tantos bancos del pasillo de la segunda planta de la facultad mientras esperaba que la clase que se estaba impartiendo en aquellos momentos acabara rápido. Mis compañeros de grupo se encontraban en la cafetería pero yo no tenía ánimos para ir. Lo único que quería era empezar ya la clase para buscar desesperadamente la letra de mi amado seductor. El tiempo pasaba lentamente así que decidí entretenerme leyendo los papeles que habían colgado en el tablón de anuncios y allí fue donde encontré mi rayo de luz.

 

 

 

<< Se vende mando inalámbrico de segunda mano para Play Station 3 de color negro en perfecto estado por solo 12,99 euros. Si estás interesado no dudes en ponerte en contacto conmigo: 678.686.840.

 

Abel>>

 

 

 

¡Era su letra! ¡Estaba convencido de ello! Un hormigueo de emoción se extendió desde las puntas de los dedos de las manos hasta mi estómago. ¡Por fin lo había encontrado! Abel, Abel… ¿Quién demonios se llamaba en mi curso Abel? Bueno, eso ya no era importante. Marqué el número de teléfono a toda prisa y esperé.

 

 

 

- ¿Hola?- dijo una voz tímida y baja al otro lado de la línea.

 

- Hola- contesté yo eufórico-, ¿eres Abel?

 

- Sí- contestó-,  ¿quién llama?

 

- Me llamo Ariel y…

 

 

 

En este momento mi voz no salió de mi garganta. ¿Qué iba a decirle? Hola, soy Ariel, el chico que has estado escribiendo anónimos, me he dado cuenta con tu última carta que estoy enamorado de ti y  quiero verte. Podríamos intentar mantener una relación. Desde luego no era la mejor idea del mundo. Pasaron unos segundos más y las dudas se me fueron acumulando rápidamente en el cerebro, ¿y si no era él? Al principio había estado seguro que la letra era la misma pero ahora ya empezaba a dudar. Los deseos de encontrarle eran tan fuertes que ya me habían nublado el juicio en más de una ocasión. ¿Y si al chico al qué estaba llamando no era mi misterioso seductor? ¿Y si me equivocaba? ¿Volvería a ser Ariel el bicho raro que se había intentado ligar a un hetero?

 

 

 

- ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Voy a colgar- amenazó.

 

- ¡No! ¡No espera! No cuelgues es que… se me había caído la cartera, perdona.- Mis manos ya estaban empapadas en sudor así que dije lo primero que se me ocurrió- Mi nombre es… Marcos. Acabo de ver tu anuncio en el tablón, el del mando inalámbrico para la Play Station 3 y estoy interesado en comprarlo. ¿Tú eres el chico que lo vende cierto?- Me iba a cambar el número después de aquello. No recordaba haber estado tan nervioso y cagarla tanto en pocas palabras desde que me mudé de ciudad.

 

- Sí, soy yo -respondió-, pero puse ese anuncio hace tiempo, no me acordé de descolgarlo, lo siento, pero ya lo he vendido. Adi…

 

 - ¡No, no, espera!- grité pues creí de nuevo que iba colgarme. Ya no tenía nada que perder. Necesitaba saber si el chico que estaba detrás de la línea telefónica era mi anónimo amado.

 

- ¿Sí?- oí una risa encantadora.-  Estás empeñado en que no cuelgue eh. En realidad había quedado en la cafetería de la “uni” con la chica que se lo vendí por teléfono pero aún no se ha presentado… si quieres podemos vernos ahora mismo, te doy como máximo diez minutos para llegar. Si en verdad lo queréis, tú y la chica deberéis barajar su precio.

 

- ¿Cómo en una subasta?- pregunté yo divertido.

 

- Sí, exactamente- contestó él riéndose de nuevo. Pero no me pareció una risa molesta, sino todo lo contrario, era dulce.- ¿Te molesta?

 

- En absoluto- dije divertido.- Ahora mismo voy hacia allá. ¡Nos vemos en unos minutos!

 

 

 

              Colgué y prácticamente corrí por los pasillos de la universidad, esquivando a la gente que se dirigía a las aulas. Cuando llegué hasta la puerta de la cafetería me quedé helado. Con las prisas no dejé a  Abel despedirse ni le pregunté cómo íbamos a reconocernos. Me enfadé mucho conmigo mismo. Ahora volvía a estar como al principio. Entré en la cafetería cabizbajo y miré a mi alrededor. No había mucha gente a esa hora, la mayoría ya estaban en las aulas. A esa hora  tocaba Grandes temas de la Filosofía. Era la primera vez que me saltaba una clase porqué creí que el premio merecía la pena, pero ahora mis esperanzas se estaban desvaneciendo. Al final me iría a casa sin nada, como la lechera. Suspirando miré la pantalla negra de mi celular. Como un chispazo una idea hizo acto de presencia en mi mente. Contaba con el número de móvil de Abel, por lo tanto, teniendo en cuenta la poca gente que había allí metida, la sinfonía de llamada de su móvil se escucharía una vez marcara su número. Apresuradamente desbloqué la pantalla y fui directo a la opción “Llamadas realizadas”. Marqué el número de Abel y esperé.

 

              La canción Ich Bin de Lafee sonó cuatro mesas más adelante de donde yo me encontraba. Había un solitario chico allí sentido y cuando sacó de su bolsillo el celular yo colgué. El chico miró con extrañeza la pantalla de su móvil. Seguramente estaba intentado discernir qué número le había realizado la llamada pues dudaba que me hubiera agregado a su agenda de contactos. Mientras me acercaba y su rostro se me hacía más visible caí en la cuenta que no lo reconocía de las clases, pero si recordaba haberle visto en los pasillos de la facultad. Me quedé K.O. A ese chico lo había estado mirando varias veces en silencio ¡era guapísimo! Pero no me daba esa sensación de timidez que había recalcado tanto en sus cartas. ¿Podría ser mi amado seductor? Dios mío si era así la fortuna me había sonreído de lleno.

 

 

 

- ¡Hola, Abel!- dije mientras tomaba asiento a su lado. El chico me miró con un brillo extraño en los ojos y mi corazón empezó a latir con más fuerza si eso era posible. Lo había encontrado.- He colgado porqué no había necesidad de hablar por teléfono, era para reconocerte.

 

- Buena idea- me dijo mientras me sonreía con timidez.- Yo también había caído en la cuenta de que no sabía cómo reconocerte, como habías colgado tan rápido…- sentí mis mejillas ruborizarse.

 

- Bueno, pero aquí estoy, ¿no? Eso es lo importante- le respondí. Abel asintió con la cabeza mientras me volvía  a sonreír tímidamente. Ese brillo extraño en sus ojos no había desaparecido.

 

- Sí…- me di cuenta que me miró de arriba a abajo, con disimulo, aunque poco teniendo en cuenta que yo lo miraba fijamente a los ojos. Era él. Era mi hombre.

 

- Ven- le dije sin pensar- vamos a mi casa a probar el mando de la consola, haber si funciona, y si llama la otra compradora… ¡ponle una excusa! No sé. Te pagaré el doble que ofrecías por el mando si es preciso.

 

- ¿Estás muy seguro de qué voy a ir a casa de un desconocido por casi 26 euros verdad? ¿Y si eres un secuestrador?- dijo mientras sus ojos se iluminaban y reía fuertemente. Su risa me encantó.

 

- Si- le dije siguiéndole el juego-, eso es exactamente lo que soy. Y he robado tu corazón. Sé que tienes tantas ganas como yo de ir a mi casa y podemos hacer algo más que probar el mando de la play si quieres…

 

 

 

              Abel se quedó en silencio mientras me miraba sorprendido. Transcurrieron varios segundos antes de que hablara  y cuando lo hizo estalló de felicidad.

 

 

 

- ¡Vamos entonces!

 

 

 

              He de admitir que me extrañó que no me preguntara el porqué había utilizado un nombre falso por tal de comunicarme con él, pero no le di importancia. Abel había estado esperando aquel momento desde hacía muchísimo tiempo, tal y como me había confesado en sus cartas y tenía que admitir que era más guapo de lo que yo me había imaginado. Su cuerpo era atlético, medía un poco más que yo, tal vez me sacaba dos o tres centímetros de estatura, era moreno con los ojos de color azul oscuro.

 

              No hablamos casi en todo el camino, pero por lo poco que dijo deduje que estaba muy contento. De vez en cuando, me rozaba tímidamente la pierna con su mano y yo, disimuladamente, le sonreía y se la acariciaba, entrelazando mis dedos con los suyos. Al llegar a la puerta de mi apartamento se paró y vi que giraba su cabeza saludando con la mano a otra persona que no fui capaz de ver, aunque poco me importó. Incapaz de reprimir más mis instintos me acerqué a él  y agarrándole de la cara, obligándole a mirarme, sin importar que otras personas pudieran ver lo que estaba a punto de hacer le pregunté:

 

 

 

- ¿Qué pasa, Abel? ¿Es qué ahora qué me tienes delante no te atreves a besarme?

 

 

 

              Acaricié su sorprendido rostro y mientras me miraba sin saber bien qué decir acerqué mi boca a la suya lentamente y puse mis labios sobre los suyos, seguro de que no me rechazaría. Noté primero tensión en él, pero luego me abrazó por la cintura, correspondiéndome al beso. Así estuvimos un buen rato hasta que una vecina mía salió de su propia vivienda y nos miró sorprendida.

 

 

 

- Será mejor que entremos ya en casa- le dije riéndome.

 

 

 

              Abel asintió con una media sonrisa dibujada en el rostro. Lo llevé hasta mi habitación y allí, en el suelo, dejó su mochila con el mando de la play dentro. Lo que mi amante pronto descubriría es que no tenía consola y que acababa de perder casi 13 euros, pero esperaba que la recompensaba que le estaba a punto de dar valiera la pena.

 

              Una vez frente a frente me miró sin saber qué hacer, así que coloqué una de mis manos sobre su bulto y al ver que estaba duro lo apreté. Abel comenzó a desabrocharse la camisa, para mi deleite y lo llevé hasta la cama. Una vez que se hubo tumbado me posicioné encima de él mientras mis manos repasaban uno a uno sus duros músculos. Mi boca empezó a salivar y me agaché para acariciar con mi lengua una de sus tetillas. El pezón se pudo duro en seguida. Mientras yo me entretenía con sus pezones, estimulándolos, pues había notado que eran una parte muy sensible para él, Abel empezó a desabrocharme el pantalón y la camisa, los cuales yo saqué una vez aparté mi boca de su torso.

 

              Mi amante gruñó como un animal salvaje, calentándome más si podía, y cogiéndome fuertemente por la cadera invirtió las tornas. Ahora fue él quien se cernía encima de mí. Empezó a regar una serie de besos por mi hombro y fue subiendo progresivamente hasta llegar a mi clavícula, donde abandonó sus labios y dejó paso a su lengua. Me lamía como un perro y centraba su ataque en mi cuello, a veces me mordía cual vampiro y yo le correspondía con sonoros gemidos pues no temía a ser descubierto. No había nadie más en casa salvo nosotros dos.

 

              Puse mis manos sobre su pecho y una vez tranquilizó su ataque en mi cuello me besó. A veces me pellizcaba los pezones o  retiraba su rostro del mío. Cuando hacía eso sonreía desde la lejanía como si no creyese lo que le estaba pasando y volvía a abrazarme. Le indiqué por señas que quería de nuevo intercambiar las tornas y él me coincidió el deseo. Una vez yo estaba de nuevo encima de él lo besé una última vez y bajé progresivamente hasta su pelvis. Empecé a desabrocharle el cinturón y tiré de sus pantalones y de sus calzoncillos hacia abajo. Los aparté y los tiré encima de mi ropa; el sonido metálico de la hebilla del cinturón al tocar el suelo hizo que su duro miembro diera un respingo.  Me lamí los labios y me llevé su capullo a la boca, lamiéndolo con delicadeza pero con necesidad. Abel cogió mi cabeza y me empujó hacia su cuerpo para que me metiera más su miembro en mi boca. Asentí dándole a entender que había captado su necesidad y sacándome su pene de la boca lamí el exterior de su tronco, acariciando incluso sus duros y calientes huevos rebosantes de semen.

 

 

 

- Ahhh Marcos, por favor, hazlo de una vez…

 

 

 

              Su suplica hizo que me metiera todo su pene dentro de la boca de golpe. Abel empezó a follarme la cavidad bucal mientras yo jugaba con mi lengua, acariciando tanta carne como podía con ella, aunque la tarea era difícil creo que lo estaba haciendo muy bien pues Abel disfrutaba como un poseso. Cuando estaba a punto de correrse apartó mi rostro y deslizó su pene entre mis fauces. Entendí que es lo que quería, íbamos a llegar hasta el final.

 

              Abel se posicionó de nuevo encima de mí y abrió mis piernas tanto como pudo, dejando al descubierto mi ano palpitante. Se agachó y con su lengua recorrió ese punto tan íntimo que me pertenecía. Jamás me habían realizado un beso negro y sentir su lengua en mi ano no fue la experiencia más placentera de mi vida, como muchos otros describen, pero estuvo bien. Una vez mi amante creyó que estaba bien lubricado posicionó la cabeza de su pene en mi entrada y empujó un poco.  Nos miremos a los ojos y vi que estaba a punto de hablar, no tenía que decirme que me amaba, ya lo leía en su mirada.

 

 

 

Marcos si te duele dímelo e iré más despacio.- Esas palabras me hicieron fruncir el ceño.

 

- Abel, querido, no hace falta que me sigas llamado  por mi nombre falso… la verdad es que resulta un poco incómodo y molesto- le informé.

 

- ¿Cómo?

 

 

 

              Abel retiró su cuerpo de mí y me miró extrañado. En ese momento presentí lo peor. Sin decir ni una sola palabra me levanté de la cama y caminé hacia mi mochila. De allí saqué las dos notas que supuestamente había recibido de él y se las entregué lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos. Las recogió y las leyó con atención; se le descompuso el rostro. Su nerviosismo fue tal que incluso superó al mío y temí que fuera desmayarse.

 

 

 

- ¿Abel?- pregunté al fin con mi corazón en un puño y la voz temblorosa.

 

- Yo… yo no he sido el autor de estas cartas eemm… Ariel- dijo al fin mientras las apartaba de su lado e intentaba cubrir su desnudez. Yo hice lo propio.  No puedo recordar que es lo que pensé en aquel momento, lo único que quería era desaparecer de la faz de la Tierra. Volvería a ser Ariel el bicho raro y pervertido que había sido antes. Perdería a mis amigos y mi reputación, me tacharían de indecente y de idiota por esas cartas, y… ¿si no era el hombre qué se estaba intentado tapar con mis sábanas, quién me las había escrito?

 

 

 

- Tienes que irte- me dijo levantándose de la cama a toda prisa para ir a buscar su ropa.

 

- ¿Irme? ¡Pero está es mi casa!- exclamé yo mientras presentía que me iba a echar a llorar como una nenaza.

 

- No, Ariel, ¡no lo entiendes!- me dijo exasperado mientras volvía a vestirse.- El chico con el que me he saludado antes mientras  nos besábamos en el portal de tu casa es Nacho, él es el autor de estas cartas, reconozco su letra, él me escribió el anuncio porqué yo tengo una letra pésima y casi ni se entiende lo que pongo en el papel. ¡Nos hemos besado delante de él! ¿No lo entiendes? ¡Ha sido todo una confusión!

 

 

 

              Creía que iba a vomitar de los nervios. Abel recogió mi ropa del suelo y me la tiró encima de cama ordenándome que me vistiera. Yo lo hice sin protestar mientras mis lágrimas caían sobre mi rostro. Definitivamente había cometido el error más grande de mi vida y ahora iba a perderlo todo.

 

 

 

- Tenemos que ir rápido a casa de Nacho, explicarle lo que ha pasado. Esto ha sido solo una confusión, jamás hubiera ocurrido si tú… Sé que es él porqué me habló de un chico del que estaba enamorado y él se llama igual que tú. Sería demasiada coincidencia si te volvieras a equivocar de nuevo. Por favor, no llores Ariel- me ordenó de nuevo Abel mientras me agarraba del brazo y me empujaba hacia la salida de mi casa- ya verás como todo se arreglará, ¿tu amas a Nacho, no? Por eso hemos hecho lo que hemos hecho, porqué creías que era él.

 

 

 

              No podía pensar ni procesar correctamente todo lo que me decía, estaba seguro que se lo iba a contar a todos sus amigos para que luego se burlaran de mí por los pasillos, como me había sucedido antaño. Abel empezó a correr hacia la casa de Nacho sujetando mi mano bien fuerte haciendo que siguiera su ritmo. En un par de ocasiones hice ademán de soltarme pero él no soltó mi mano. Mientras corríamos por las calles de la ciudad él me gritó:

 

 

 

- ¡Esto no debe saberlo nadie! Nacho es un buen amigo mío, jamás hubiera mantenido una relación contigo si hubiera sabido quién eras, ¡lo juro! No quiero perderlo así que por favor no le digas que nos hemos acostado juntos en la cama, por suerte no hemos llegado a más. Dile… dile que solo han sido besos y caricias por encima de la ropa y ya está por favor y qué me perdone. ¿Por qué demonios utilizaste un nombre falso? ¡Joder!

 

- ¡No lo sé, no lo sé!- grité yo mientras aún lloraba- no quería que supieras mi verdadero nombre por si no eras Nacho pero me confundí y pensé que lo eras y ahora…

 

- Tranquilo Ariel- me dijo mientras ralentizaba el ritmo, la verdad es que yo apenas podía respirar de lo rápido que habíamos ido.- Nacho te quiere, habla con él, dile lo que ha pasado y estoy seguro que te perdonará, y espero que también me perdone a mí.

 

- Yo… ¡yo lo amo!- le dije mientras intentaba secarme las lágrimas de los ojos.

 

- Me lo creo Ariel- me dijo mientras repasaba mi cabello, haciendo que quedara lo más presentable posible.- Ahora ve y tranquilo, que esto no se lo diré a nadie, se guardar un secreto y esto es muy personal, además, jamás haría algo que pudiera lastimar a otra persona.

 

- ¿Por qué?- le pregunté yo. Él me miró sorprendido y simplemente me respondió.

 

- Porqué no soy mala gente.- Sus palabras llegaron aún más a mi corazón y me hicieron derramar más lágrimas. Había gente buena en el mundo, sin querer lastimar a nadie y debía cerciorarme de ello.

 

- Vamos Ariel, vamos- me dijo él con prisas-, Nacho vive en ese edificio de allí, planta 3, puerta C. Si te confundes recuerda que su nombre es Ignacio Piedra Rodríguez. Vive solo, en la placa del buzón solo pone su nombre. ¡Y ahora ve!

 

 

 

              Salí corriendo hacia la dirección que me había dado agradecido por sus gestos. Creo que si no hubiera sido por Abel jamás me hubiera atrevido a hacer lo que hice. Subí las escaleras del edificio a toda prisa, arriesgándome a hacer un mal gesto y comerme las escaleras con los dientes. Por suerte no tropecé en ningún momento y llegué hasta la puerta de Ignacio. Mi corazón no se había relajado en lo más mínimo y ahora sentía tanto temor a que me rechazara… pero no iba a dejar que el hombre de mi vida se perdiera a causa de una estúpida confusión. Llamé con los nudillos a la puerta y vi que miraban a través de la mirilla. Pero nadie abrió. Volví a llamar con insistencia un par de veces más pero Nacho se reusaba a abrirme la puerta. Con fuerza grité:

 

 

 

- ¡Nacho! ¡Sé que estás ahí! ¡Por favor abre la puerta, he de hablar contigo! ¡Por favor!

 

 

 

              Escuché el cerrojo de la puerta y esta se abrió un poco. Nacho tenía puesto el pestillo, estaba decidido a no dejarme entrar. A través de la pequeña ranura no podía verlo bien pero eso no me importaba, tenía que decir rápido lo que había pasado, no podía perderlo.

 

 

 

- Nacho necesito hablar contigo, hablar de lo que ha pasado yo… ¡Esto ha sido una terrible confusión! ¡Yo pensé que Abel eras tú! Estuve buscando similitudes de tu letra por todas partes, desde que recibí tus dos cartas,  y cuando por fin la logré identificar concordaba con una nota colgada en el tablón de anuncios, pensé que el hombre que la firmaba, Abel, eras tú, por eso… por eso lo llamé hoy y quedemos en la cafetería. Di un nombre falso, por si acaso no eras tú pero… mi plan ha sido un fracaso, tenía tantas ganas de saber quién eras que… simplemente me dejé llevar asumiendo que era Abel el de las cartas, ¡cuándo no era así! Yo… yo no me estoy explicando bien, estoy nervioso.

 

- Yo escribí ese anuncio por Abel porqué él tiene una letra horrible- dijo Nacho a través de la puerta. Por fin pude oír su voz. Respiré profundamente intentando calmarme.

 

- Lo sé, Nacho, escúchame. Voy a intentar explicarme lo mejor que pueda, si después de esto ya no quieres saber nada más de mi lo entenderé. Me he enamorado de ti Nacho. Esa es la verdad. Tus palabras se han hundido fuertemente en mi corazón y no he podido borrarlas porqué… porqué no quería. Eres la primera persona que me ha dicho estas cosas tan bonitas, y te aseguro que me han encantado. Te estuve buscando durante semanas, sin resultado alguno, y cuando recibí tu segunda carta… la que me decías que no te pondrías en contacto conmigo nunca más me desesperé. Lo hice porqué temí perderte… Temo perderte. Entonces fue cuando vi esa letra en el tablón de anuncios. ¡Era la tuya! Por fin te había encontrado, ¿lo entiendes? Mi deseo de conocer por fin quién eras me cejó. Llamé al número que había en el anuncio y temiendo hacer el ridículo dije un nombre falso, Marcos. Quedé con Abel en la cafetería y… entiéndeme por favor, pensé que eras él. No me di cuenta hasta que lleguemos  a casa y él empezó a llamarme por ni nombre falso. Entonces le dije que dejara de llamarme así porqué era incómodo y molesto y él me miró extrañado… le enseñé las cartas y me dijo que él no era la persona que las había escrito, sino que fuiste tú, su gran amigo- añadí, pues no me olvidé que a causa de mi confusión también había puesto en peligro la amistad de Abel con el hombre del cual estaba enamorado.- No hicimos nada, a la que supe que no era él y lo aclaremos todo tu amigo me condujo hasta acá. Y aquí estoy, Nacho. Aquí estoy diciéndote todo esto a través de una puerta porqué tú me niegas a abrirme- le dije con reproche.- Todo ha sido un maldito error, el más grande error que he cometido en la vida. No quiero perderte y no me gustaría que Abel perdiera también a un gran amigo.

 

- Yo te he amado desde hace mucho tiempo…- me dijo en voz baja y entrecortada, dándome a entender que él también estaba llorando.

 

- Lo sé.

 

- Me has hecho mucho daño… aunque sabía que jamás podríamos estar juntos yo… no soy igual que Abel, él tiene hasta mejor cuerpo que yo y…

 

- ¡No digas eso Nacho!- le reprendí.- Me da igual como seas, si no querías confesarme quién eras por eso eres idiota. Si he venido hasta aquí y te he dicho todas estas cosas es porqué sí quiero estar contigo. Seas como seas. Te quiero, ¿no me has oído? ¡Quiero estar contigo!

 

 

 

              Nacho cerró la puerta en mis narices pero con una velocidad que me dejó sorprendido la volvió a abrir de par en par. Delante de mis ojos apareció el anónimo seductor. El hombre que se presentaba delante de mí era desde luego el polo opuesto de Abel. Era un poco más bajo que yo, de pelo corto castaño con gafas de pasta de color negro situadas delante de unos ojos color miel. Su cuerpo parecía delgado, pero de hecho, si te fijabas, veías que tenía un poco sobresalida la panza. ¿Y saben qué? Me pareció el chico más guapo de este planeta. ¿Qué más daba que no tenga el físico que siempre nos han intentado vender en la televisión y el cine? Nacho me había enamorado a través de sus palabras y sinceramente, su cuerpo me parecía tremendamente apetitoso así como era. Lo único que deseaba ahora era echarme a sus brazos para llorar y decirle hasta el cansancio lo mucho que lo sentía.

 

              Vi como Nacho no se atrevía a mirarme, sus ojos estaban fijos en su pie derecho el cual movía repetidas veces. Sonreí y me aproximé a él. Levanté su rostro y lo contemplé mejor. Sus rasgos eran finos, se había afeitado hacía poco -seguramente aquella mañana- su nariz era recta y más redondeada hacia la punta, sus labios tenían un precioso color rojo y sus ojos eran preciosos, de un color miel claro. Le abracé por la cintura y ante su sorprendido y nervioso rostro le planté un beso en la boca. Cuando me retiré sus ojos brillaban con una luz intensa. Me sonrió, enseñándome los dientes.

 

 

 

- Entonces… ¿te gusto?- me preguntó con esperanzas. Yo me eché a reír.

 

- ¡Pues claro qué me gustas tonto! ¿Cómo no ibas a gustarme? Si eres precioso… aunque un poco enano eso sí.

 

- Jaja, ¡mentira! Mido igual que tú- me dijo mientras levantaba su mano encima de nuestras cabezas para medirnos. Volví a reírme con ganas y acerqué más su cuerpo al mío, abrazándole con fuerza para darle otro beso en la boca.

 

- ¡Te quiero Nacho!- dije una vez me aparté de él.

 

- Y yo te quiero muchísimo más Ariel- respondió él feliz mientras entrelazaba sus dedos con los míos. Me besó antes de que pudiera contradecirle. Una vez nos separamos nos quedamos abrazados, no dijimos nada, no hacía falta. Vi por el rabillo del ojo como Abel se aproximaba a nosotros, pero se quedó a una distancia prudencial. Nacho también lo vio y le hizo un gesto para que se acercara. Le sonrió cálidamente haciéndonos saber que lo había perdonado, tanto como a mí. Mientras Abel se acercaba a nosotros mi amado volvió a besarme los labios. Definitivamente Nacho era el hombre que había estado buscando toda la vida.

 

 

 

FIN


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