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Need you now. por camui michiru

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Notas del fanfic:

Bien me costó un buen escribir el fic porque no sé me da el romance, pero bueno aquí me tienen tratando xD. Aunque ni salió romantico D: más bien muy gay D: en fin. ouo

Y seeee, mi especialidad es usar bandas no muy conocidas y mezclar j rockers, por eso les dejare unas fotitos por si quieren saber quién es quien ouo

Syouta: http://4.bp.blogspot.com/-XnujDrj7Tm4/URPCtSsiiwI/AAAAAAAABfQ/0W2_NsVUP_0/s1600/3082983.jpeg

Masahito: http://3.bp.blogspot.com/-tP-_U3396gA/T94UJE1dUUI/AAAAAAAAKf0/eU4IVuzFBmE/s1600/Masahito.jpeg

Peco: http://images5.fanpop.com/image/photos/27400000/Peco-and-eccentric-agent-27403942-367-569.jpg

Ken: http://4.bp.blogspot.com/-HPmyWVEAUO0/TjPdFjfqSlI/AAAAAAAAAVU/pep_8G6uCUo/s1600/tumblr_lp0bbzWjLw1qewf7po4_250.jpg

Ikuma: http://spf.fotolog.com/photo/63/10/49/reita_flogger1/1322535092981_f.jpg

 

EDIT:

Nota: No usare excusas para justificarme, porque no hay excusa que sea aceptable D:! pero aviso que lo más seguro es que se me hayan ido varias tildes (mi problema de toda la vida) ._.U de antemano, me disculpo por ello.

Notas del capitulo:

OuO el titulo del fic, es el titulo de la cancion que use para inspirarme, si alguien la quiere oir pues aquí la tienen ouo. Need You Now

<< Una noche fresca, en la que la luna se mostraba llena y el cielo nítido, sin una sola nube obstruyendo la percepción de las estrellas. Tumbados sobre el pasto dos niños se tomaban fuertemente de las manos, observaban embelesados tan hermosa noche y ese momento en el que estaban juntos, sin importar que se encontraran… perdidos, era el más hermoso en sus cortas vidas. Masahito levantó su pequeña mano y le cerró en el aire, ahí donde pudiese cubrir una estrella, sí, en un vano intento de tomarla.

—Algún día alcanzaré las estrellas y… te regalaré una, la más bonita y brillante.

Syouta sonrió, se alegró al saber que pensaba en él. Llevó su mano libre a retirar algunos de sus mechones de cabello de su rostro, ya le tenía un poco largo, por no decir demasiado, tanto que su fleco le llegaba casi por la mitad de la mejilla y al final se veía obligado a quitárselo una y otra vez de la cara. Él también deseaba poder regalarle algo, tal vez no en ese momento pero así tuviese tiempo de sobra para conseguirlo, el no saber qué podía regalarle le molestaba. Se sentía como si no le conociese en absoluto, aunque habían pasado los 10 años que tenían; juntos.

El ligero viento que estaba presente arreció un poco, las hojas del árbol más próximo, se agitaron e incluso unas cuantas se desprendieron y llegaron flotando hasta donde se encontraban los infantes. Masahito se removió y giró su cabeza, encontrando su mirada con la ajena.

—Syou, tengo frio.

Aquellas palabras bastaron para que el aludido soltara brevemente la mano de su amigo y se incorporara lo suficiente con la finalidad de sentarse. Se retiró la chamarra que portaba antes de volverse a recostar en el pasto, acercó su cuerpo al ajeno aún más que hacía unos instantes y se giró apenas para quedar recostado sobre su lado derecho.

—Acércate —susurró. El de cabellos cortos obedeció, al mismo tiempo que se acomodaba también sobre uno de sus costados; aunque él en el izquierdo. Syouta extendió su chamarra encima de ambos e intentó que quedasen bien tapados, aunque solo con esa chamarra era imposible quitarle por completo el frio a su amigo. Debajo de aquella prenda buscó con su mano izquierda la derecha ajena, cuando le encontró, le apretó suavemente y con sutiles caricias en sus dedos y la palma de aquella pequeña mano fue tranquilizando el temor de su acompañante; el cual había notado por ese pequeño temblar de su cuerpo que no se debía solo al frio. ¿Cómo lo dedujo? Pues por la situación en la que estaban.

—Tengo miedo —admitió finalmente Masahito, quien en breve se vio rodeado por uno de los brazos de su amigo.

—¿De qué?

—No lo sé… De no ver a mamá y papá de nuevo. De la oscuridad. De los fantasmas y monstruos de la noche. De que nos lastimen… de muchas cosas.

—Nuestros padres van a encontrarnos, ya lo verás. Hemos hecho lo que nos han dicho que hagamos en caso de que esto pasara. Y aquí no hay oscuridad, ¿acaso no ves? La luna está muy brillante esta noche, está cuidándonos. Además yo nunca dejaría que algo o alguien te hiciera daño, si nuestros padres no vinieran yo cuidaría de ti, si la luna no estuviera yo te guiaría en la oscuridad, como uno de esos bastones que usan las personas que no pueden ver… ¿los recuerdas? —Claro que él también estaba asustado, pero por el de cabellos cortos era capaz de tragarse sus temores para infundirle un poco de seguridad.

—Pero tú tampoco podrías ver y ¿Quién cuidaría de ti?

—Yo puedo cuidar de ambos —respondió con firmeza—.  Y sí, tienes razón, tampoco yo podría ver en la oscuridad, me tropezaría con muchas cosas y caería al suelo, pero si estás conmigo podría levantarme y seguir andando.

—Terminarías con las rodillas llenas de raspones —habló un poco avergonzado por esas bonitas palabras.

—Y te torturaría mostrándote las costras. —Ambos rieron durante unos minutos. Syouta abrazó con más fuerza a su amigo, tratando de protegerle del frío y del miedo. Bastaron unos instantes para que Masahito fuera invadido por la somnolencia, pero insistía en no rendirse ante el sueño, temía a la idea de despertar completamente solo y en un lugar que no conocía.

—No quiero dormir…

—Debes hacerlo.

—Pero…

—Pero nada. —Sintió que hablaba como su madre y eso le causó escalofríos—. Yo voy a protegerte —aseguró, buscando convencer al contrario de hacerle caso.

—¿Solo esta noche?  —preguntó un adormecido infante.

—Esta noche y la que sigue, la noche después de esa y las demás. Lo haré siempre… siempre que no te alejes. Lo prometo.

No supo si Masahito llegó a escuchar esas palabras, de repente solo observó aquellos bonitos ojos cubiertos por un par de parpados y escuchó su tranquila respiración, en verdad deseaba protegerle, evitarle cualquier clase de dolor; en ese momento pensó que era por esa fuerte amistad que tenían, jamás se habría imaginado que estaba enamorado de su amigo, pero en tan solo segundos sus primeras suposiciones fueron reemplazadas por las segundas.

Inconscientemente se acercó de forma lenta hacia el rostro de su amigo, se aproximó tanto que pudo sentir la respiración del contrario chocando contra sus labios, y sin pensarlo realmente, les unió en un casto beso; en aquel momento sintió que pequeños bichos se removían en sus entrañas, fue tan feliz como jamás en su corta vida lo había sido, deseó apretar ese cuerpo y quedarse pegado a el para siempre, pero los deseos no son más que eso  hasta que se tiene el valor de convertirles en realidad. Syouta habría dado y hecho cualquier cosa por mantenerse cerca de él, por cumplir esa promesa que le había formulado, pero nunca  imaginó que el destino le obligaría a continuar su camino alejado de él. >>

 

—¡El desayuno está listo! —anunció la voz de su hermano mientras el mismo daba algunos golpes en la puerta para terminar de despertarle.  Abrió los ojos, pero no se movió ni un poco de su lugar, con la mirada trató de enfocar el reloj en su mesita de noche y cuando al fin lo logró, observó que este marcaba las 7:15am. Poco le importó la hora, aquella mañana lo único que tenía en la cabeza era ese sueño, que más que eso era un recuerdo de una noche hacía varios años. ¿Por qué tenía que recordar aquello justamente ese día? Lo sabía, pero a las personas les gusta hacerse preguntas estúpidas continuamente y Syouta no era la excepción. Deseó poder olvidar aquellas palabras, aquella noche, aquel beso; en ese momento le habría encantado borrar el pasado y con el todo lo que había dicho sin pensar.

Se giró en la cama quedando boca arriba, miró el techo detenidamente como si en este se estuviese reproduciendo una película, que más que escenas de ficción, se llenaba de recuerdos, de sus gestos, de sus sonrisas; de tantas cosas que alguna vez le habían hecho tan feliz y que en ese momento solo le traían amargura. Se levantó de la cama y salió de la habitación rápidamente, primero tomaría el desayuno, ya después tendría que encargarse de su aseo personal. Cuando llegó al comedor encontró a su hermano sentado empezando a desayunar, se sentó a su costado derecho, y lo primero que hizo fue tomar un poco de jugo de naranja  que si bien no era su favorito pues tampoco lo odiaba. Se llevó los primeros bocados de sus alimentos en completo silencio, normalmente así era desayunar con su hermano, pues a pesar de que se querían, desde hacía algunos años que su relación se había fracturado y ninguno de los dos era bueno disculpándose ni tratando de arreglar diferencias.

—Esta noche tendremos visitas. —Ikuma fue quien finalmente rompió el tan acostumbrado silencio.

—Lo sé —contestó secamente.

—Y me imagino que también sabes quienes son ¿no?

—¿Y el punto es?

—Que no quiero problemas. Piérdete si así lo deseas, pero deja tus niñerías para otro día. Tú y yo tenemos un trato en el cual se incluye el que te evites precisamente lo primero que dije: problemas. —Su mirada se mantenía en cualquier lugar menos en Syouta, le hablaba con naturalidad como si aquello que decía no afectara a su hermano menor.

—¿Por qué debo ser yo quien se “pierda”? Si no quiere inconvenientes pues que sea él quien no venga —se quejó.

—El detalle está en que… el que no quiere inconvenientes eres tú. —Se giró en su asiento y por primera vez fijó la vista en la de su hermano—. No estoy diciendo que te lleves bien con él, simplemente mantente alejado.

—Para que tú puedas avanzar ¿cierto?

—¿Qué? —Ikuma le observó confundido.

—Olvídalo. Bien no me meteré en aprietos. —Desvió la mirada de aquella que seguía viéndole, se preguntaba si su hermano mayor estaría buscando algo en él, alguna reacción quizá, ¿pero a qué?

—Si tan mal te cae ¿por qué no haces algo drástico? Ya sabes como esas estupideces de enamorarlo y luego botarlo cual escoria, te queda bien para tu inmadurez. —Lo que en ese momento no fue más que un comentario de mal gusto, en segundos se convirtió en una posibilidad y en minutos en una decisión que tomar—. Además dicen por ahí que del odio al amor solo hay un paso. —El mayor se levantó de su lugar, sin preocuparse por el efecto que sus palabras pudiesen tener en Syouta, después de todo el menor había sido amigo de ese que ahora tanto odiaba, jamás se atrevería a siquiera intentar jugar con él o al menos eso pensaba. El mutismo de su rubio y pequeño hermano le hizo preguntarse si realmente sería capaz de llevar a cabo algo como lo que había mencionado, pero muy a pesar de que no tuviesen la mejor relación de hermanos, la impresión que tenía de él no le permitía creer que podía llegar a hacer algo tan cobarde, por lo que pasó por alto aquel gesto de “concentración” del menor.

—Me voy a clases. Después de la escuela pasaré por los folletos que te prometí. Apresúrate o llegarás tarde a tu entrevista.

—Sí, sí, ya me apuro. —agitó su mano en el aire, indicándole a Ikuma que ya se fuera de una buena vez, el contrario no dudó ni dos segundos en salir de la cocina ni de la casa. El rubio al fin pudo suspirar a sus anchas, a pesar de que no se relacionaba mucho con el mayor, este último le conocía lo bastante bien como para sospechar de sus gestos y suspiros, para terminar por concluir que algo andaba mal o que había algo que molestaba al menor.

Odiaba eso, que fueran tan unidos y a la vez tan lejanos. Se sirvió un poco más de jugo y le bebió de una para luego dirigirse a su habitación, escogió las ropas que usaría y se las llevó consigo junto con una toalla, teniendo como destino el baño. Tardó entre quince y veinte minutos en alistarse, y durante ese tiempo las palabras de su hermano no abandonaron el lugar en su cabeza. ¿Llegaría a enamorarle? ¿Podría hacer algo que hacía años no había logrado?... Oh, pero segundos después se retractó por aquella pregunta. ¿Por qué? Sencillamente porque años atrás no intentó realmente enamorarle, pensó durante bastantes semanas en declarársele, pero solo eso. Fueron largas semanas en las que su estado de ánimo iba y venía, no podía con su propio humor y se preguntaba si Masahito le rechazaría. Si sentiría repulsión hacia él, después de todo ambos eran hombres y jamás se habían insinuado que no les gustaban las chicas o algo por el estilo. Entonces el día que había decidido hablar de sus sentimientos, pasó aquello que convirtió tanto amor en odio.

Salió del baño completamente vestido, deseando arrancarse las imágenes de la cabeza. ¿Por qué cuatro años después todo eso seguía torturándole? La última vez que se vieron, pelearon, todo comenzó por un pequeño roce entre ambos hombros, pero Syouta estaba tan herido… A esa edad la mínima cosa puede lastimarte, eres tan pequeño para afrontar los problemas de adultos tú solo, y tus emociones están al máximo. Amas con demasiada intensidad, odias de igual modo,  y entonces esa ira contenida aflora con la cosa más pequeña. Ambos empezaron a gritarse cosas y se decían el uno al otro cuanto se detestaban, que deseaban no haberse conocido nunca, vociferaban lo arrepentidos que estaban de haber llevado durante tanto tiempo aquella amistad y al final llegaron a los golpes, sin embargo el único que golpeó lo suficientemente fuerte como para herir al otro; fue Syouta. Para cuando le rompió la nariz estaba llorando, según recordaba del puro coraje, pero Masahito no dejaba de mirarle con esa sorpresa en los ojos.

Lo recordaba bastante bien, casi sentía esos brazos deteniéndole para que no siguiera golpeando a ese que había sido su mejor amigo. Terminó de secarse el cabello y le bastó pasar sus dedos por entre el mismo para “peinarse”. Se colocó el calzado y con eso finalmente estaba listo. Eran las 8:05am cuando salió de su casa encaminado a la plaza, en específico a un restaurante en el que se suponía trabajaría. A unas cuantas casas de la suya se encontró con la de su ex amigo. La noche anterior habían regresado de Sapporo y aquel día sus  padres habían invitado a sus viejos amigos a cenar. El que Syouta  y Masahito estuviesen peleados no significaba que los padres también, eso se lo dejó bien claro su propia madre. Sus papás se enteraron una semana antes del regreso de aquella familia, pasaron un largo rato hablando con el menor de sus hijos y le pidieron que tratara de evitar enfrentamientos y demás con su ex amigo.

Se quedó observando la fachada de aquella casa, << Cuando lo vea —pensó—, ¿Sentiré el mismo odio? >> No conocería la respuesta hasta no tenerle de frente, pero no sabía si podría contener sus impulsos al verle. Él podía elegir entre ir a la cena y encontrárselo o no ir, y ambas opciones le parecían tan atractivas, pero solo podía escoger una de ellas. Tan solo permaneció frente a aquella casa unos minutos más y después de ello continuó su camino, sin saber que no era el único que intentaba tomar una decisión.

 

~ ۞ ~

 

Escondido detrás de una cortina, un chico de cabello grisáceo observaba a través de una pequeña abertura aquella figura rubia. No tenía que preguntarse quién era, podría estar en medio de una multitud y aun así le reconocería. Masahito se preguntaba si aquel, que en algún momento había considerado su otra mitad, seguiría odiándole igual que la última vez que se habían visto. Le dolía pensar en esa pelea, en ese golpe, pero era el recuerdo más cercano que tenía. En el pasado aquellos ojos que tanto le gustaban, fueron invadidos por lagrimas que al final, ganaron una batalla y se derramaron por las mejillas de en aquel entonces, un dolido niño.

No importaba cuanto tiempo había pasado desde eso, él seguía preguntándose en qué momento aquella relación se dañó, jamás recibió una explicación, todo lo que Syouta hacía cuando le veía era gritarle, despreciarle, humillarle, hacerle bromas tontas y él, que no era de las personas que ponían la otra mejilla, contribuyó con esa estúpida y larga pelea. Se defendió pagándole con la misma moneda, lo que solo aumentó el coraje de su amigo hasta que explotó aquel día en los pasillos de la escuela.  Después de eso fue que sus padres decidieron alejar a su único hijo de aquel lugar, ¿por qué tomaron una decisión tan drástica? Porque Masahito no podía salir sin entristecerse recordando en cada lugar por el que pasaban, algún momento que había pasado con su mejor amigo. Llegó el punto en el que ya no quiso ir a clases, ni siquiera salir de su cama, estaba tan deprimido por aquello que consideraba perdido, que aunque sus padres nunca entenderían realmente el porqué de tanta tristeza, pensaron que alejarlos por un tiempo sería lo mejor.

Ahora por azares del destino estaban de regreso y esa misma noche los progenitores de Syouta les habían invitado a cenar, con el motivo de celebrar su retorno. Masahito no estaba completamente seguro de que aquella fuera una gran idea, pero después de cuatro años esperaba que su amigo, que para él nunca había dejado de serlo, fuera capaz de perdonar cualquier cosa que hubiese hecho en el pasado, que le hablara de sus razones, quizá… que volvieran a ser los mismos de antes. Sin embargo también estaba preparado para cualquiera de sus groserías y para defenderse de ellas.

Se giró dándole la espalda a la ventana, observó el desastre en su habitación y se propuso intentar arreglarlo, al menos para que se viera un poco decente. Unos golpecitos en la puerta interrumpieron su labor, invitó a pasar a quien tocaba y en segundos su madre abría la puerta para adentrarse en su habitación.

—¿Has dormido bien? —Preguntó entre una cálida sonrisa.

—Sí, bastante bien.

—Me alegro… El desayuno ya está servido.

—Bajaré en un momento.

—De acuerdo. —Su madre estuvo a punto de salir de la habitación, pero se detuvo, no quería presionar a su hijo sin embargo deseaba conocer su decisión respecto a la reunión de aquella noche—. Uhm ¿Ya has decidido si irás a la cena de hoy? Mira yo no  deseo que hagas algo que no te nace, y no sé qué tan mal siga la relación entre tú y él. Así que escojas lo que escojas yo lo aceptaré.

—Sí, ya he decidido, iré. Yo no he perdido la esperanza de que algún día nuestra amistad vuelva a ser la de antes. —Tras aquellas palabras su madre se acercó a abrazarle, no se explicaba  por qué a su hijo le importaba tanto esa amistad, alguna vez pensó que su pequeño niño se había enamorado y por eso aquello le afectaba tanto, pero Masahito nunca habló de amor y aunque ella no habría tenido problema con ello, no sabía si sentirse aliviada o preocupada.

—Entonces esperemos que todo salga bien. —Le dejó un beso en la mejilla y se apresuró a salir de la habitación.

Decir que el resto del día fue sencillo, sería una completa mentira. A pesar de que Masahito se mantenía entretenido arreglando su cuarto, igual los nervios le invadían. Por primera vez después de varios años le volvería a ver, estaba ansioso, sería un falso si no admitiera que se encontraba emocionado, aunque también asustado.

Se arregló con tiempo y optó por usar un vestuario casual, nada más que unos pantalones de mezclilla, una playera blanca y una chaqueta de cuero negra. Para cuando llegó la hora de irse a casa de los padres de su amigo, él ya llevaba un rato mostrando su nerviosismo al pasearse de un lado a otro en la sala. Tardaron no más de veinte minutos en llegar, ya que no vivían demasiado lejos el uno del otro. Para cuando llamaron a la puerta Masahito ya estaba muerto de nervios, intentando desahogar los mismos con el morder de su labio inferior.

La persona que abrió la puerta, fue la madre de Syouta, la cual antes de que el chico reaccionara le envolvió en un sorprendente y cálido abrazo.

—Querido, pero que grande estás.

—S-sí, bueno, he crecido un poco… —Apenas alcanzó a contestar, la sorpresa le mantuvo atontado unos instantes; no se esperaba un recibimiento como aquel. La mujer frente a él le sonrió antes de besarle la mejilla y seguir por recibir de la misma forma cariñosa a sus padres.

—Oh pero adelante, entren. —les invitó.

El más joven caminó lentamente atravesando el vestíbulo, entre comentarios y pequeñas risas la señora de la casa les guió hasta el comedor, donde ya les esperaba el padre de su amigo. Él también les recibió con alegría, lo cual hizo que Masahito se sintiera tan melancólico. ¿Cuánto tiempo no había tenido que privarse del cariño que esas bonitas personas le tenían? Y todo por un estúpido problema que jamás había sido capaz de intentar arreglar de verdad.  Cuatro tomaron asiento, mientras la madre de su amigo iba a la cocina para empezar a servir a sus invitados, el de cabellos claros se levantó de su lugar e ignorando las protestas de los anfitriones fue a ayudar a la señora con los platos y demás.

—¿Ikuma y Syouta no estarán presentes? —preguntó cuando tuvo el valor de hacerlo.

—Ikuma se quedará hasta tarde estudiando en casa de un amigo, aunque tenía ganas de verte después de tanto tiempo. Pero ya habrá oportunidad. —El muchacho se sintió un poco aliviado, Ikuma le agradaba, en realidad, lo quería como otro amigo más, pero un error en el pasado hacía difícil la convivencia entre ambos y no sabía si aún sería igual—. Y Syouta pues… no sé donde pueda estar, llegamos hace un par de horas y la casa estaba sola, Ikuma dejó una nota a diferencia de su hermano… —La mujer soltó un pequeño suspiro y por unos segundos descompuso esa sonrisa que todo el rato había estado mostrando—. Quizá llegue más tarde —Concluyó con una renovada sonrisa.

Claro que aquello hizo a Masahito sentirse decepcionado, así  que… no había querido verle, suponía que era eso.  La cena transcurrió entre risas y anécdotas, ambas familias tenían tanto de que hablar, el menor no participaba mucho, se entretenía más viendo y escuchando a los mayores, a veces se convertía en el centro de atención, todos le atacaban con preguntas acerca de amigos, novias, la escuela, sus metas; y de aquello que aportaba salía un tema de conversación que los adultos se dedicaban a explotar. Terminada la cena, la anfitriona, les invitó a pasar a la sala para conversar con más comodidad, y entre té y galletas continuaron tanto consejos como anécdotas. Habían pasado unos veinte minutos desde que se trasladaron a la sala, cuando el timbre sonó. La señora de la casa fue inmediatamente a abrir la puerta y lo siguiente que el menor escuchó fue aquella voz, esa que había cambiado sí, pero mantenía esa curiosa característica que le hacía tan de él.

—Lo siento mamá, olvide las llaves.

—Me imaginé que sí, a ti no se te olvida la cabeza porque la traes pegada al cuello.

—Eso no es verdad, además a todo el mundo se le olvidan las… llaves. —Aquello último lo había dicho casi en un susurro, al darse cuenta en la entrada de la sala, de que las visitas continuaban en casa—. Buenas noches —saludó mientras inclinaba su cabeza a modo de reverencia—. Parece que llegué a tiempo. —Sonrió amplio, como si realmente le alegrase el haber alcanzado a las visitas. Su mirada se fijó unos instantes en ese rostro, ¡por dios!, en esa mirada que tan bien conocía, la cual siempre le pareció dura sí, pero al mismo tiempo había visto la ternura, fragilidad y tristeza en ella. Quiso sentir felicidad al verle, admitía que alguna clase de sensación de bienestar le proporcionaba la presencia del contrario, pero ese sentimiento se fue al diablo en instantes. Solo tuvo que hacer lo que todo humano hace, enfocarse en los malos momentos para pensar en lo mucho que deseaba, que su ex amigo sintiera el mismo dolor que él había sentido y aún ahora sentía. Iba a reaccionar como un completo idiota, pensó en saludar y sencillamente retirarse a su habitación, pero algo en su cabeza le hizo reaccionar de otro modo. Se acercó a hacer lo primero que había pensado, y un mar de emociones se desbordó en su interior cuando se atrevió a besar la mejilla de Masahito. Notó la sorpresa en el rostro de este último, pero no se detuvo a prestar demasiada atención a eso, pasó a sentarse en el sofá pequeño mientras veía a su madre regresar a tomar asiento.

En realidad el ambiente no cambió mucho, ambos chicos fueron capaces de guardar la compostura y entrar un poco en la charla, sin embargo, ninguno de los dos podía evitar esos pequeños lapsos en los que se miraban el uno al otro, aunque cada uno con diferentes pensamientos en la cabeza. Las galletas se terminaron así como el té, lo que le dio a Syouta un buen pretexto para ausentarse por unos minutos, lo que no se esperaba era que Masahito se ofreciera para ayudarle y le siguiera hasta la cocina. Estar en la misma habitación, juntos, sin nadie más a su alrededor significaba tener un momento incómodo. El rubio estaba decidido, iba a decirle a su ex amigo que nada había cambiado, que podían fingir llevarse bien frente a sus padres, pero que no volverían a ser amigos, estaba dispuesto a decirle todo cuanto había pensado durante aquel rato, a ser un poco honesto al menos… 

—Pensé que estallarías en gritos al verme o que irías a encerrarte a tu cuarto, incluso llegué a creer que ni siquiera llegarías a tu propia casa solo porque yo estaba aquí.

Escuchó que le hablaba, sin saber cómo, curveo tenuemente los labios, mostrando una sutil sonrisa al contrario. Estuvo en uno de esos momentos, sí, de esos en los que estas completamente seguro de lo que dirás, tienes las palabras en la boca, sabes que de entre todas las decisiones que pudiste tomar esa es la mejor, abres tus labios y de repente…

Las palabras que salen de tu boca, son totalmente diferentes a las que se plasmaron en tu mente.

—Bueno pues, en estos años no solo el físico cambio, sino también mi forma de pensar y actuar. —Unas cuantas palabras, dichas descuidadamente y para alguien tan inmaduro como lo era Syouta, trajeron consecuencias demasiado grandes en un futuro que no tardaría en llegar.

—¿Eso significa que hablarás conmigo de lo que pasó? —preguntó dudoso.

—Eso significa que quizá podríamos ser amigos de nuevo. —Y con esas palabras el plan comenzó. Esa mañana todavía le detestaba y para la noche, ya se había convertido en un maldito hipócrita, simplemente porque no tenía el valor de hablar, porque eso es a veces mucho más complicado que actuar.

Regresaron a la sala con las galletas y el té, pasaron quizá otra hora en esa habitación, incluso el rubio se atrevió a quedar con Masahito para salir, cosa que sorprendió a todos, claro porque ellos no tenían ni idea de la clase de persona en la que Syouta era capaz de convertirse solo para “igualar la situación”.

Cuando hablamos de dolor, pensamos en algo que nos inmoviliza, existe el dolor físico, como el de los golpes y heridas, ese que cuando te tocan te hace retorcerte y formar una mueca de disgusto, también existe el del alma, que hace que se te oprima el corazón, que sientas un vacio, que te encojas y te abraces a ti mismo; ese que necesita de un consuelo constante. Hay escalas de dolor y todos en algún punto llegamos a nuestro límite o llega ese algo o alguien que no te deja alcanzarlo, que te salva de vivirlo, o que lo hace más soportable.  Pero, cuando el dolor es el que te mueve, pasa algo un poco diferente.

Ese amor de niños que fue tan puro y más real que el de cualquier adulto, cambió, se convirtió en una tortura para quien lo sentía, se transformó en un dolor que alguien de tan corta edad no pudo soportar, y cuando el recipiente es tan pequeño para un sentir tan inmenso, se convierte en algo que pueda irradiarse, que contamine a los demás, algo que se piensa es mucho más sencillo de soportar, cuyo peso no se siente realmente hasta que llegas al punto en el que has hecho demasiado daño.

 

 

~ ۞ ~

 

 

En las siguientes semanas pasaron demasiadas cosas, si pudiese contar cada día que pasaron juntos, seguramente esto estaría lleno de pequeñas alegrías, las primeras semanas que estuvieron saliendo esos dos, fueron las más difíciles, les costó trabajo a ambos confiar el uno en el otro, aunque como es de suponer Syouta decidió no confiar, así que simplemente aprendió a fingir. El primer mes solo se veían un par de horas dos o tres días a la semana, ya que al rubio le era difícil controlar su temperamento y a cada segundo estaba más cerca del descontrol. Pero siempre que estaba a punto de abandonar ese estúpido plan su enojo era quien hablaba y le hacía continuar aquella idiotez.

—Si tan mal te sientes ¿por qué no mandas al diablo tu plan?  —preguntó Ken. Salían del trabajo e iban camino a casa mientras charlaban. Ken era de sus mejores amigos y por supuesto aquello era algo que no le ocultaría.

—No lo sé. Además no me explico cómo es que él puede intentar todos los días confiar en mí. Actúa como si no me conociera.

—Y lo dices tan tranquilo. Deberías sentirte peor porque él intenta confiar en ti.

—¿Eres amigo mío o suyo?

—Porque soy tu amigo, soy sincero. —Escuchó al rubio suspirar.

—Si tan solo pudiera olvidar, quizá lo intentaría de verdad, tal vez  no sentiría tanto coraje hacía él cada que lo veo, pero para recordar los malos momentos mi maldito cerebro es “perfecto”.

—Pero te diviertes mucho con él ¿no? Estos días han sido según tú como los viejos tiempos. ¿Eso no te hace querer intentarlo?

—Pues… —suspiró—. No lo sé. —Esas palabras no eran más que una respuesta tonta con la que solo quería que olvidaran el tema. La verdad era que tenía miedo de lo que pudiese pasar si volvía a confiar. Podría parecer absurdo, pero Syouta se había hecho de sus propios traumas y complejos.

—Bien… dejando eso de lado, recibí una postal de Peco.

—¿Y que dice el muy bastardo? —Ken no pudo evitar reírse.

—Que nos extraña, y que Inglaterra es genial. Bueno fue más detallista, ya te mostraré la postal cuando vengas a casa.

—Bueno pues hay que contestársela. Nos tomamos una foto, muy felices y se la enviamos, para que vea que no lo extrañamos. —En realidad lo extrañaba mucho, y de hecho Ken sabía que esa era su manera de demostrar que la presencia del otro le hacía falta—. Yo esperaba que no se sintiera a gusto y regresara —dijo honestamente—, pero bueno, si está feliz allá pues habrá que esperar.

—Y siempre puedes escribirle —comentó Ken mientras rodeaba con uno de sus brazos los hombros ajenos.

No tardaron mucho en llegar hasta la casa del rubio, Ken se despidió de él y continuó el camino hasta su casa, a Syouta le habría gustado acompañarlo, pero tenía un compromiso con Masahito, así que ya habría otros días para quejarse con el pelinegro. Aprovechó el tiempo que tenía para tomar una pequeña siesta y treinta minutos antes de la hora fijada para el encuentro, se despertó. La plaza no quedaba muy lejos de su casa, ella estaba repleta de establecimientos como restaurantes, heladerías, cafeterías, tiendas de discos y demás, era un lugar perfecto para el entretenimiento y a tan solo unos pasos de su hogar. Llegó justo a tiempo al café que habían acordado y no le sorprendió para nada encontrar ya dentro del establecimiento a su… especie de amigo. Masahito estaba sentado en una de las mesas situadas junto al enorme vidrio que formaba parte de la fachada del lugar. En este mismo había una palabra en letras enormes color café claro, además de un dibujo de una taza de café, la palabra claramente era el nombre del líquido ya mencionado. Caminó hasta aquella mesa y no dudó ni un minuto en tomar asiento.

—Que costumbre la tuya de llegar temprano a todos lados.

—¿Te gustaría que te dejara esperando? —preguntó entre una sutil sonrisa.

—Yo no te esperaría, simplemente me iría.

—Eso imaginé. Es por eso que llego temprano.

—Porque me conoces ¿no?

—No tan bien como quisiera. —suspiró.

Una mesera se acercó a ofrecerles la carta, les tomó la orden y se retiró, prometiendo regresar con el pedido en breve.

—¿Sabes? Luego de cuatro años, me siento como si fuéramos dos extraños intentando charlar, aun después de varias salidas.

—Lo sé. Gracias a ello se vuelve difícil no hablar del pasado.

—¿Aún me odias? —Muy a pesar de esa oportunidad que se estaban dando, el de cabello claro no podía estar completamente convencido de que su amigo ya no le odiaba. Pero al ver aquella mueca y la forma en la que sus labios se contraían se apresuró a agregar—. No, no tienes que contestar si no lo deseas. —La mesera regresó con la orden, dejó el café y las galletas frente a cada uno y se retiró. Ambos chicos prepararon su café en completo silencio hasta que el rubio finalmente decidió hablar.

—Dime, ¿ya has hecho amigos? Después de un mes ya deberías tener más personas con las cuales salir.

—wow, eso sonó como un “consíguete más amigos y deja de joder”. —A pesar de que lo que había dicho realmente no tenía gracia, rió, con desgana, pero lo hizo—. Pues amigos lo que se dice amigos, no. He conocido algunas personas, pero nada más.

—Me extraña, ya que solías ser muy sociable —comentó, ignorando las primeras palabras del contrario.

—En efecto, pero como has dicho, solía… en el pasado.

—¿Y qué le pasó al chico del pasado?

—Se fue a la mierda después de la última pelea. —Syouta, que en ese momento se llevaba la taza a los labios, detuvo el camino de la misma a la mitad y observó al otro acusadoramente, se suponía que dejarían el tema de la pelea y los problemas atrás, pero él estaba sacando aquello y sabía perfectamente que esperaba una reacción, alguna palabra acerca de eso—. No me mires así. —Volvió a tomar la palabra en vista de que el rubio parecía haberse quedado mudo—. Yo… no te entiendo, algunos días eres amable, otros simplemente parece que vienes tratando de cumplir con una obligación, a veces parece como si quisieras decirme algo y al final no dices nada. No sé por qué accedes a estas salidas si no te agradan, si no puedes ni quieres convivir conmigo. —Al menos uno de los dos estaba tratando de ser sincero. El contrario, simplemente se quedó en silencio, ese era su momento, podía soltar la verdad y delatar tan estúpido plan, acabar con todo eso y olvidarse de los cargos de conciencia, pero los humanos tienden a equivocarse antes de poder aprender algo, sus sentimientos oscuros volvieron a ganar y su mano se estiró hasta el otro lado de la pequeña mesa, alcanzando una de las ajenas y  presionándole, del mismo modo que en el pasado lo había hecho.

—En verdad quiero estar aquí, es solo que a veces no sé cómo… estarlo.

—Como lo estás ahora. —En realidad quería preguntar algunas cosas del pasado, le habría gustado aclarar todo ahí mismo, pero tenía miedo de alejar a Syouta e iniciar una batalla de nuevo. Le daría tiempo, trataría de ganarse de nuevo a aquel amigo que había perdido.

Luego de aquella muestra de afecto la conversación tomó un ritmo más relajado, pasaron un largo rato hablando solo de la escuela, Masahito aún no sabía qué estudiar y se tomaría un tiempo antes de decidir qué carrera elegir. Hablaron sobre muchas profesiones, se dieron sus opiniones, recordaron todo aquello que les gustaba cuando eran pequeños, los sueños que tenían; los que todo niño tiene.

Después de aquel encuentro, las salidas se fueron haciendo más continuas, cada vez le costaba menos a Syouta entablar una conversación con Masahito, aunque todo eran chistes, pequeños problemas en el trabajo y esa clase de cosas. Dejaron de verse un par de semanas cuando Syouta se enteró de que su hermano se veía con su “amigo”, no le explicó a este último la razón de que dejaran de verse por ese periodo de tiempo, usó como excusa el trabajo y el hecho de que tenía muy abandonado a Ken, lo cual Masahito supo entender. Luego de varias salidas al cine, a comer, al karaoke, tiendas de ropas y demás, el de cabello grisáceo ya confiaba en el rubio lo suficiente como para mostrarle su lugar favorito, uno que recién había encontrado y al que le gustaba ir los días en que no se veían.

Eran casi la 7:00pm cuando ellos estaban llegando a lo que parecían ser unas canchas, rodearon las mismas y siguieron andando por el camino de asfalto, estuvieron entre quince y veinte minutos caminando hasta llegar a un área verde que tendría pinta de ser un parque de no ser porque después de los primeros cinco metros de pasto se formaba una inclinación. Bajaron por una pequeña escalera hasta la parte en la que aquella bajada se hacía menos inclinada y permitía caminar con más facilidad. Había alguna que otra banca en el pasto, justo donde el nivel del suelo se veía casi recto y eso era… a uno o dos metros de ambas orillas de una especie de riachuelo.

—Vaya… yo nunca me he ido y jamás había visto este lugar —comentó Syouta distraídamente mientras seguía a su amigo.

—Eso es porque no sabes buscar.

—Eso no es cierto. Además ni que fuera por ahí buscando lugares de estos.

—Pues deberías. Hace mucho tiempo fueron tus favoritos.

—Entre nosotros las oraciones siempre son en pasado.

—Porque hay mucho de nuestro pasado que es muy bello. —No pudo evitar sonreír amplio mientras decía aquello, y es que era la verdad, aparte de ese problema que habían tenido, su infancia y los momentos que compartieron, habían sido tan hermosos. Al cabo de unos minutos llegaron a un puente de madera que atravesaba el riachuelo, sin dudarlo Masahito camino por este hasta la parte media del mismo y ahí se quedo, recargando sus brazos en la baranda del puente. Syouta le siguió unos minutos después, posicionándose a su lado mientras veía en la misma dirección en que su amigo lo hacía.

—Esperaba poder ver las estrellas, pero al parecer las nubes no nos dejarán hacerlo en paz.

—Eso parece. Aunque recuerdo que te entretenía mucho hablar sobre sus formas.

—De nuevo hablando en pasado. —Rió—. Aún me entretiene.

—Hay cosas que nunca cambian.

—¿Y en ti? ¿Qué no ha cambiado? —Masahito giró su rostro lo suficiente para observarle.

—Pues aún me gustan estos lugares. Todavía le dedico algunos pensamientos a las estrellas —habló entre una tenue sonrisa melancólica—. Admito que alguna vez les dije una disculpa y esperé que te la transmitieran. —¿Por qué había dicho aquello? Porque no había podido evitarlo, a veces tenía esos pequeños arranques en los que sentía que podía olvidarlo todo y comenzar de nuevo, pero después, ahí estaban los recuerdos, torturándole.

—Bueno, eso me hace sentir un poco más normal. Yo también intenté usarlas como mensajeras, pero al parecer no funcionó.

—Quizá la próxima vez deberíamos intentar decirnos las cosas en persona.

—O podríamos usar palomas mensajeras, o intentar con las nubes. —Ambos rieron.

Syouta observó a Masahito durante unos instantes, ese parte de él, la sentimental y llena de recuerdos, era la que más conocía y según sabía, era la única persona ante la que se mostraba tan frágil, tan cariñoso. Entonces recordó que aquello no era enserio, se dijo a sí mismo que no estaba cumpliendo el sueño de un niño de catorce años, estaba cumpliendo la venganza de uno de dieciocho. Suspiró profundamente y en instantes sintió las tibias manos de Masahito tomando sus mejillas, tuvo que girarse un poco para quedar de frente a él, y aunque se esperaba más palabras que le recordaran los viejos tiempos, en su lugar obtuvo la calidez de los labios ajenos sobre los suyos.  El de cabellos claros estaba harto de seguir perdiendo el tiempo, si volverían a pelear, si no debían estar juntos, entonces, todo podía  acabar en ese momento o… podía cambiar sí, pero para bien.

Los sentimientos del rubio se agitaron en su interior, en el momento pudo haber pensado que aquello le iba como anillo al dedo para su plan, pero lo único que había en su cabeza eran un par de palabras: “por fin”. Cuánto tiempo no había deseado aquello, esperó e incluso sin permiso tomó un beso de aquellos labios hacía tanto tiempo.

Pero al final la vida está llena de felicidad efímera.

Esos minutos en los que pudo disfrutar de esos labios una y otra vez, les recordaron a ambos cuan felices podían llegar a ser,  pero ¿Cuánto pudo haber sido? ¿Una hora? ¿Hora y media? No se dijeron nada, en todo aquel tiempo intercambiaron alientos en silencio, se miraron y esperaron una mala reacción el uno en el otro, pero eso no pasó, lo que dio entrada a los abrazos, a las caricias que solo cada uno sabía cuánto les habían necesitado. Aquella noche no se dijeron ni preguntaron nada, caminaron juntos hasta la casa de Masahito, con esa sonrisa en los labios sí, esa que nace de la felicidad que no cabe en uno mismo. Se despidieron con un último beso, frente a la fachada de su casa, pero después de eso Syouta no volvió a la suya. Fue a buscar a Ken, necesitaba desahogar tantos sentimientos encontrados, podría parecer sencillo el escoger la felicidad y dejar atrás los rencores pero, ¿ustedes se han puesto a pensar, en el número de veces que se han equivocado por no poder olvidar?, ¿Cuántas veces la falta de un perdón no les ha dejado ser felices?, ¿Cuántas veces han dicho “no me pasa nada”, “no quiero hablar de eso”, “olvídalo”? Es que es más sencillo mandar todo al diablo que intentar hablar con sinceridad, es más fácil guiarse por malentendidos y culparlos en el futuro, cuando el único culpable es uno mismo.

 

 

~ ۞ ~

 

 

Pasó una semana  entera en la que no volvieron a verse, Masahito estaba preocupado, aquello podía ser una mala señal. Entonces… el domingo de la primera semana de junio tocaron a la puerta, el menor fue a abrir encontrándose con una sorpresa, sí, ese que sabía desaparecerse cada que se le daba la gana se encontraba en la entrada de su casa, en ese instante en el que estaba decidido a mandarlo al diablo, recibió un beso por parte del otro, no uno cualquiera, sino uno de esos que te dejan prácticamente sin respiración, que te obligan a jadear una vez finalizado este, lo que como se imaginarán, hizo que se le olvidara el enfado. 

—¿Q-qué haces aquí? —Fue lo único que atinó a decir.

—Pues vine a robarte. Un momento ¿cómo que “qué hago aquí”? ¿Me besas y luego esperas que no vuelva?

—Bueno, eso fue hace una semana.

—Admito que tarde en regresar, pero me perdí en el camino. —Aquello pudo ser una respuesta estúpida, pero Masahito no estaba dispuesto a arruinar ese momento, así que no tocó más el tema.

—¿Y a donde se supone que me robarás?

—Oh, eso significa que me dejarás robarte.

—Yo no sabía que para robar había que pedir permiso.

—¿Sabes? Eres un mal ejemplo y una mala influencia —habló mientras le tomaba suavemente por la muñeca y empezaba a guiarle fuera de la propiedad—. En realidad no lo sé. Iremos a muchos lugares, los que se me ocurran.

—Bien, yo te sigo —dijo distraídamente mientras se dejaba llevar por aquella mano.

Estuvieron todo el día de tienda en tienda, compraron chocolates y algunos dulces que a Syouta le gustaban, llevaron algunas rebanadas de pastel para sus familias, pasaron a comprar algunos discos, se entretuvieron en la tienda de mangas y al final terminaron en una cafetería un poco diferente de a la que normalmente iban, bebiendo un café con galletas mientras hablaban sobre todo aquello que se les venía a la mente.

—¿Aún te gustan los animales? —Le preguntaba el rubio a su amigo.

—Claro, mamá prometió que puedo tener un perro si me porto bien. Ya sabes por aquello de que se nos ocurra llegar a matarnos en algún punto —bromeó.

—Bien, ya tienes al perro en el bolsillo. —Le guiñó el ojo.

—Hace un par de meses, jamás hubiera pensado en que volveríamos a llevarnos tan bien —comentó repentinamente Masahito.

—Yo pensé que jamás volverías.

—¿Por qué? —Le miró extrañado.

—No lo sé. Quizá porque yo no me hubiera perdonado para empezar, y de algún modo sentí que volver era más o menos eso.

—¿Hablas del golpe o de todo?

—Del golpe y de todo.

—En realidad el golpe no me dolió tanto —comentó en broma. Abrió los labios con la idea de preguntar, sí, quería saber por qué habían tenido que pasar tanto tiempo separados, necesitaba conocer las razones, pero no se atrevió a pronunciar las palabras en su mente—. Ya es tarde, hay que volver. —Se sintió como un cobarde, no tenía el valor de preguntar y eso le molestaba. Se había propuesto ser sincero desde aquella vez en el café, sin embargo, en ese momento no estaba actuando de acuerdo a su propósito.

—Tienes razón. —Asintió con la cabeza antes de llamar a la  mesera, pagó la cuenta y salieron del establecimiento en silencio, nuevamente cada uno se había enfrascado en sus pensamientos. Llevaban entre cuatro y cinco minutos caminando cuando  una repentina lluvia empezó a caer, no llevaban sombrilla y a Syouta se le había ocurrido “secuestrar” a Masahito por lo que este último no llevaba nada además de su camisa—. ¡Demonios!

No fue necesario que pasaran mucho tiempo bajo la lluvia, debido a lo fuerte que se soltó, en segundos ya estaban empapados, la fría mano del rubio tomó la del contrario para guiarle hasta lo que parecía ser un pequeño hotel, nada ostentoso, pero de bonita apariencia.

—Solo a nosotros se nos ocurre salir en esta época del año, sin paraguas.  —Le escuchó decir a Masahito.

—Lo sé. ¿Por qué no me recordaste? —preguntó entre una pequeña risa.

—¿Es que acaso todo lo tengo que hacer yo? Tu madre tiene razón, ¡olvidas todo!

—¡Que no es cierto!

—Y aparte de todo terco.

—Terco y todo, no puedes vivir sin mí. —Por esas palabras recibió un golpe en la cabeza, pero también fue espectador de la aparición de ese tenue sonrojo en las mejillas del contrario, aunque su mirada no era para nada tierna comparada con esa reacción—. Bien, antes de que me mates a golpes, iré a conseguir una habitación.

—¿Una habitación?

—Claro, no esperarás que te lleve a tu casa con el aspecto de un tallarín mojado. Y tampoco caminaré bajo la lluvia, tendría que estar demente. —Aquello último ya lo decía mientras caminaba hacía el mostrador. No tardó más que un par de minutos en conseguir un cuarto, regresó por Masahito y le llevó hasta el elevador, Se bajaron en el cuarto piso y buscaron su habitación. Cuando llegaron a ella se quedaron brevemente observando el lugar, el cuarto era amplio, había una cama pegada a la pared de su lado derecho; bien centrado por supuesto, las sabanas lisas, un par de almohadas, a su lado izquierdo, quizá a un metro de la cama, se encontraba una pequeña mesa de madera con cuatro sillas, además de un pequeño mueble con un televisor encima de este. No era un lugar muy lujoso, pero se veía lo bastante cómodo como para pasar un buen rato ahí—. Entra y toma una ducha, deja tu ropa colgada para que se seque.

—¿Y tú?

—Yo iré después y no quiero ningún pero.

—Bien, bien. Ya regreso.

El rubio esperó junto a la ventana mientras el contrario se bañaba, sentía la fría tela pegarse a su cuerpo, pero tenía cosas mucho mas importantes en las cuales pensar. Afuera la lluvia seguía cayendo, las gotas de agua chocaban violentamente contra la ventana, una tras de otra, y él no sentía que fuese el vidrio el atacado, más bien sentía que el ataque era para él. Seguía viviendo todos los días con la culpabilidad y la necesidad. Estuvo tanto tiempo deseando una relación así, pero cómo podía olvidar, sí, ahí estaba su verdadero problema, en el olvidar y el perdonar. Cuando estaba con Masahito, esa relación era tan real como el rubio deseaba que fuera, pero cuando este último se quedaba en soledad, recordaba la razón de que se hubiesen dado otra oportunidad. Una mala decisión, una escena en su cabeza incapaz de olvidar, unas palabras necesarias que se quedaron clavadas en lo profundo de su cobarde corazón, todo ello le torturaba, se había condenado a sí mismo a la infelicidad cuando el camino a su contraria estaba frente a sus pies, solo tenía que tomarlo.

—Listo, puedes entrar —habló su acompañante mientras salía del baño. Llevaba una bata puesta, quizá no del mejor material, pero se veía bastante reconfortante.

—De acuerdo. —Le sonrió y sin saber de dónde le nació el gesto, se acercó a besar una de las mejillas ajenas antes de encerrarse en el baño.

Masahito pasó a tomar el lugar de Syouta, recargó su frente en la ventana y se preguntó si aquello era real. Deseó que lo fuera. El tiempo que vivió en Sapporo fue difícil, a cada minuto extrañaba su hogar y a ese amigo que creyó tendría toda la vida. A veces miraba el cielo y se imaginaba que Syouta también lo hacía, incluso le gritaba a las estrellas, las nubes, el sol y la luna; siempre estaba pidiéndoles que le contaran aquello que el rubio nunca se había atrevido a contar. Durante tanto tiempo quiso una respuesta para poder arreglar el problema y volver, pero hasta el momento no sentía que hubiese arreglado algo, su amigo seguía sin hablar abiertamente de sus sentimientos y le dolía pensar que era porque no le tenía la suficiente confianza. Aun así, esa situación en la que estaban le hacía feliz. Suspiró contra la ventana y debido a su aliento el vidrio se empañó, dibujó pequeñas estrellas en el vidrio mientras se preguntaba si él recordaría la noche en que se habían perdido, sí, ese día que el recordaba como el más feliz de su vida. En su momento tuvo mucho miedo, pero cuando la calidez del cuerpo ajeno le envolvió, olvidó que estaban perdidos, que sentía temor, que existía un mundo fuera de esa pequeña burbuja que Syouta había creado para él.

Escuchó la puerta del baño abrirse y se giró para observarle, estaba envuelto en una bata similar a la suya. Le vio acercarse a la cama antes de echarse en ella, una de sus manos le hizo una seña para que se acostara junto a él, cosa que no dudó en hacer. Se recostó a su lado del mismo modo en que lo había hecho aquel día años atrás. Sorprendentemente el rubio se acercó a pegar su frente con la ajena, mientras ambos se sostenían la mirada. Syouta levantó una de sus manos para acariciar una de las mejillas ajenas, con seguridad llevó sus labios a los del contrario y deposito un par de besos en ellos.

—Quedémonos esta noche —susurró sobre sus labios.

—Pero y… —No alcanzo a finalizar su oración, pues se vio interrumpido por aquellos exigentes labios.

—Que se vayan todos al demonio. Por unas horas, hagamos de este cuarto de hotel una guarida secreta. —Sonrió.

—De acuerdo.

Syouta se levantó para apagar la tenue luz que había, dejando que Masahito pudiera acomodarse bajo las sabanas, se metió junto con él y le abrazó fuertemente, como le habría encantado hacerlo hacía tantas noches. Dejó que el rostro de su amigo se escondiera en su cuello mientras él recargaba su mentón en parte de su cabeza.  Una de sus manos recorría lentamente la espalda ajena cuando se decidió a hablar.

—Masahito… —susurró, dejo un beso sobre su cabeza y hablando contra su cabello continuó—, ¿te gustaría… formalizar esto? —El aludido no dijo nada, en el momento se quedó mudo, no podía creer lo que estaba preguntando, levantó el rostro y buscó con la mirada el ajeno, observándole con los ojos bien abiertos.

—¿Qué? —preguntó entre un suspiro.

—¿Te gustaría ser… mi pareja? —reformuló, manteniendo el tono susurrante.

 —Sí —respondió firmemente y casi de inmediato. La sonrisa que mostraron aquellos labios, bastó para contagiar a los ajenos, se sonrieron el uno al otro durante varios instantes, simplemente recorrieron sus facciones con la mirada, hasta que terminaron sellando aquella especie de compromiso con un profundo beso, se abrazaron con más fuerza y hubo una breve repartición de caricias antes de que ambos cayeran dormidos. Aunque Syouta pudo aprovecharse de aquella situación, decidió respetar a su amigo, quiso que lo del pasado no siguiera lastimando aún mas aquella relación, en una sola noche tomó la decisión de aprovechar esa especie de noviazgo y si al final, todavía deseaba lastimarlo y sentía que no podía perdonarlo, entonces haría lo que había planeado.

Al día siguiente despertaron tarde, se tomaron el tiempo para desayunar antes de prácticamente correr hacia sus casas donde un par de padres histéricos les esperaban. Estarían dos semanas, casi incomunicados, eso como castigo además de que Masahito no podría tener el perro que quería, ya que la condición era que se comportara, lo cual no había hecho.

Después de su pequeña desaparición y el castigo que les habían dado, obviamente las primeras dos semanas de ser pareja fueron extrañas. Uno de los días que habían podido verse, fue cuando Masahito salió a comprar algunas cosas que hacían falta en su casa, pasó al trabajo de Syouta para verle, encontrando a este último portando una botarga en forma de hamburguesa, repartiendo folletos e invitando a los clientes a entrar. Ese día siempre iba a estar en la memoria del rubio, la forma en la que el de cabellos grises se había reído, nunca podría olvidarla. Tan enteramente, tan inolvidable, tan alegre como hacía tiempo que no lo veía, al menos en las primeras semanas como pareja ya le había hecho reír.

Luego de las dos crueles e injustas semanas de castigo, las cosas no cambiaron mucho, se veían con continuidad, salían, se trataban como amigos con el detalle de que había besos, abrazos y cuando estaban en privado, palabras cariñosas. Casi no discutían, procuraban no tocar la clase de temas que les hacían alterarse, sí, como el de su problema que aparentemente había quedado en el pasado, lo cual era completamente falso. Así como aumentó el contacto entre ambos, las dudas y remordimientos en Syouta se hicieron mayores,  en este punto todo el que llegase a leer esto, se tiraría de los pelos y diría “¿pero qué demonios estás haciendo?”, está bien quizá no a tal grado, pero como todos, ante las situaciones que vemos y que son ajenas a nosotros, hablamos siempre de lo sencilla que es la solución, pero en el momento en el que vivimos la situación no somos capaces de elegir lo correcto, fallamos, a veces aprendemos, otras volvemos a fallar. ¿Qué si la venganza seguía en su cabeza? Así era, y no aprendería nada hasta que no fallará.

Julio llegó, y traía consigo una de sus festividades favoritas. Casi los primeros días de dicho mes, se celebraba el festival del Tanabata, aunque el día festivo en realidad era el siete del séptimo mes. No podrían disfrutar del festival porque el restaurante se llenaba durante los días del mismo, así que algunos días Syouta hasta se quedaba unas horas más después del final de su turno. Sin embargo ya tenía un pequeño plan para el día en que terminaban las festividades.  Le costó mucho trabajo pedirle ayuda a su hermano con una cosa acerca de reservaciones en un lugar y demás, aunque no fue del todo sincero, de hecho le dijo que aquel favor era para Ken. Sabía que Ikuma no le iba a ayudar si se enteraba que aquello era más bien una sorpresa para Masahito, ¿por qué? Porque desde el primer día que había escuchado acerca de su comportamiento con este último, sospechó que sus palabras se las había tomado demasiado enserio; lo cual era verdad.

 

 

~ ۞ ~

 

 

Citó a Masahito a eso de las 7:00pm, sí, a las siete del día siete del séptimo mes. Syouta llego dos horas antes al lugar de la cita, el cual era un lujoso hotel de veinticinco pisos sin contar el penthouse. Él había escogido una suite en el piso veinticinco, amplia y con una vista hermosa. Corrió las cortinas que cubrían los enormes ventanales y se dispuso a acomodar todas las cosas que había llevado. Primero,  acomodó la pequeña mesa de vidrio frente al ventanal, colocando dos sillas; una frente a la otra. En medio de la mesa puso un bonito candelabro de vidrio y puso las tres velas correspondientes en el. No solo se encargó de aquellos detalles, sino también de los platos y cubiertos, lo mejor que podía hacer era esforzarse y hacer aquella sorpresa casi con sus propias manos. En bonitos floreros de vidrio acomodó dos rosas completamente abiertas, flanqueadas por Jacintos de color blanco, esparció aquellos pequeños arreglos por la habitación, en las mesitas de noche, algunos de los muebles que había y en el alfombrado suelo, teniendo cuidado de dejar libre una especie de camino que fuera de la entrada a la mesa y de la mesa… a la cama. Sobre la cama, al pie de esta, puso una docena de rosas rojas y cubriendo los verdes tallos de las mismas, el resto de los Jacintos blancos, incluso dejo que estas últimas rodearan un poco a las primeras.

En la habitación del Hotel se bañó y arregló, nada demasiado formal, algo más bien casual, y estuvo completamente listo al cuarto para las siete. La espera fue una de las partes más difíciles, tanto que cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse, dio un pequeño brinco sobre el sofá en el que estaba sentado. Se levantó y posicionó a un lado de la mesa,  alcanzando a observar en la entrada del lugar ese sorprendido rostro cuyo dueño dejaba abrir la puerta de par en par.

—Vaya… —Fue todo lo que salió de aquellos labios, dejo sus ojos vagar por todo el lugar, entreteniéndose en aquellos pequeños ramos esparcidos por todo el lugar. La luz estaba apagada, el lugar solo estaba alumbrado por la luz de las velas, pero tampoco era necesaria tanta iluminación, los rayos de luna que entraban por la ventana alumbraban un poco la habitación.

—¿Te gusta?

—Claro… es un lugar hermoso y ¡Dios, qué vista!

—Me imaginé que eso sería lo que más te gustaría. Pero ven. —Le extendió una de sus manos, señalando una de las sillas de aquella mesa—. Toma asiento —pidió mientras le guiñaba el ojo.

—Bien… —habló aún algo distraído observando la “decoración”.

Pasaron gran parte de la cena hablando sobre todas esas veces que habían ido al festival de estrellas, recordaron juntos aquella leyenda y como nadie entendía el extremo gusto de ambos por esa historia. Sí, se habían enamorado de la historia de amor después de escucharla, cada año rogaban porque la lluvia no apareciera esos días, tuvieron tanto de que hablar, su vida giraba alrededor del romanticismo en esa historia, de sus propias vivencias en las que las estrellas siempre habían estado presentes, al menos en las más divertidas y bellas.

 Luego de la cena, Syouta decidió apagar las velas, dejar la habitación tan solo iluminada por la luz de afuera. Se acerco al sofá en el que en un principio se había sentado tomando lo que dejo ahí y tras ello fue al pequeño refrigerador de la habitación, donde normalmente se guardaba bebidas alcohólicas, aunque él en realidad guardó sodas. Se sentó en el alfombrado suelo, a un costado de la cama, de cara a las enormes ventanas, dejo  las sodas de un lado y las frituras del otro, para luego abrir sus piernas y levantar su mano con el fin de hacerle una seña al contrario, indicándole que se acercara.

—Ven, siéntate.

Masahito se acercó rápidamente hasta donde el rubio estaba, sentándose entre sus piernas y dejando su espalda completamente pegada al torso ajeno. Recargó su cabeza en su hombro izquierdo mientras sentía uno de los brazos ajenos rodeando su cuerpo a la altura de la cintura. Para ellos aquella era una magnifica manera de tomar el postre, el peli-gris se encargó de abrir las frituras para que ambos pudieran comerlas, por unos minutos solo se escucharon sus respiraciones y el masticar de sus bocas.

—¿Recuerdas cuando nos contaron la historia del Tanabata?

—Claro, después de esa historia vino nuestra obsesión por las estrellas, aunque bueno tú ya estabas medio loquito, te obsesionabas con cualquier cosa —dijo mientras reia.

—¡No es cierto! —exclamó mientras con una de sus manos golpeaba el muslo derecho ajeno.

—Claro que sí. —Entre una pequeña risa se acercó a morder de manera suave y breve la oreja ajena—. Deja de maltratarme ¿quieres?

—Que delicado.

—¿Tú te acuerdas de la primera vez que llovió el último día del festival? —preguntó mientras dejaba “el postre” para rodear con ambos brazos el cuerpo ajeno.

—Cómo olvidarlo, teníamos seis años y lloramos mucho, nuestros padres ya no sabían ni que hacer para callarnos. —Recordó entre una tenue sonrisa.

—Viéndolo desde este punto, es gracioso. Después yo seguí llorando porque tú no dejabas de hacerlo y no tenía idea de que hacer.

—Vaya así que al parecer solo yo lloraba por Orihime y Hikoboshi. 

—Así es. —Se acercó a dejar pequeños besos en el cuello del contrario.

—Me acuerdo que te acercaste a mí, con tus dedos empezaste a secar mis lágrimas y me dijiste que el próximo año podrían verse.

—Sí, y luego tú me respondiste que eso no sería suficiente, que ellos solo podían verse una vez al año, dijiste que si tú que me veías todos los días, no podías pasar un día sin mí, ellos sufrirían al perder la oportunidad de verse en el año.

—Y en vista de que no se te ocurrió nada con que refutar lo que había dicho, simplemente me tomaste el rostro y lo llenaste de besos.

—Y así dejaste de llorar.

Ambos asintieron con la cabeza, Syouta llevó una de sus manos hacia el mentón ajeno, giró un poco su rostro y se acercó a depositar varios besos en sus labios, las cosas no fueron más allá de besos intensos y caricias por encima de la ropa. Para cuando los fuegos artificiales empezaron, que era lo que estaban esperando, ambos se levantaron y aproximaron hasta la ventana. Estuvieron por varios minutos observando los colores en el cielo, esas pequeñas lluvias de luz que a ambos les parecían tan hermosas. Mientras el espectáculo seguía, Syouta tiró suavemente de una de las manos ajenas, acercó aquel cuerpo al suyo, volvió a abrazarle y esta vez, le besó con más vehemencia que las veces anteriores, dejo que ambas lenguas se acariciaran dentro de sus bocas, que el intercambio de alientos y salivas se prolongara durante un par de minutos en lo que prácticamente se dejaron sin aire.

Con tan solo aquel beso sus respiraciones se volvieron jadeantes, mientras las luces de colores seguían afuera iluminando el cielo, Masahito se abrazó al cuello del rubio y así ambos fueron caminado de manera torpe hasta la cama, lo que tanto habían deseado por fin estaba a punto de comenzar, unieron por segunda vez sus labios una vez que estuvieron sobre aquella cama, entre los sentimientos que guardaban, el de la pasión era uno de los más fuertes, por todo ese tiempo que habían estado deseándose. Las manos de ambos se movieron rápidamente, aunque de manera torpe debido a los nervios, intentando retirar las prendas el uno del otro, se abrieron botones, deslizaron prendas entre besos y caricias mucho más directas. Syouta fue mucho más rápido, en uno minutos tenía al contrario tan solo con su prenda interior mientras que el aún conservaba sus pantalones.

Antes de que Masahito reaccionara, llevó sus labios por el cuello ajeno, repartió besos en cada porción de su piel y descendió lentamente por su pecho, atendiendo cada uno de los rosados botones en su pecho, hasta sentirles completamente duros entre sus labios. Los suspiros del peli-gris le movían, le hacían desear ir más rápido y a la vez más lento, había tanto tiempo para marcar aquella piel, para llenarla de cientos de besos y caricias. Las inquietas manos del rubio viajaron por el torso contrario hasta el borde de aquella última y estorbosa prenda, tiraron de ella lentamente descubriendo la piel debajo de esa tela poco a poco. La separar sus labios del cuerpo ajeno, notó aquel tenue sonrojo en las mejillas del contrario, el cual se iba haciendo más notable conforme iba dejando expuesto su miembro.

 Terminó de retirarle aquella prenda, dejándole completamente desnudo sobre la cama, no permitió que se moviera, tomó sus piernas por la parte trasera de sus rodillas y con suavidad les separó, le observó durante un par de minutos, sin hacer nada además de acariciar aquellas bonitas piernas, para luego, tomar una de las rosas que seguían sobre la cama, le agarró por el tallo y acercó la flor a los labios del contario, dejo que uno de los pétalos de la rosa acariciara sus labios y sintiera el calor de su aliento que le pertenecía solo al rubio. Formó un camino descendente con aquella rosa, le hizo bajar por su mentón, cuello, pecho, abdomen, pubis y finalmente, recorrió desde la base hasta la punta del miembro ajeno que apenas empezaba a despertar.

Levantó la rosa y depositó un beso sobre el pétalo que había tenido el lujo de recorrer el cuerpo de Masahito.  Dejo la rosa de lado y se agachó para con sus labios ir entre pequeños besos por el mismo camino de aquella rosa, cuando llegó a la entrepierna, se dedicó a repartir besos por toda esa tierna piel, antes de tomar la rosada glande entre en sus labios, empezando a tenderle. Propinó alguna que otra succión y lamida, jugó con ella entre sus labios antes de ir metiendo lentamente aquel órgano en su boca. Masahito se removió, arqueó su espalda y soltó un par de gemidos que solo provocaron que el rubio, empezara un mete y saca rápido, dejando completamente erecto el miembro ajeno en tan solo un par de minutos. El rubio escuchaba su nombre salir de aquellos bonitos labios, mientras sus manos no dejaban de acariciar la piel ajena y su boca no descuidaba su labor. Sin embargo en sus pantalones se hacía presente esa incomodidad por aquella presión en la zona de su entrepierna. Continuó unos minutos más con aquella tarea mientras con una de sus manos consentía los testículos, y dejaba que sus dedos se aventuraran hasta la entrada de Masahito. Solo se dedico a repartir alguna que otra caricia, a introducir apenas sus dedos sin ir más allá de ello. Cuando le pareció suficiente saco el miembro ajeno de su boca y se alejo un poco, dejando al peli-gris tendido en la cama.

Terminó de retirar lo que quedaba de su ropa y fue a colocarse entra las piernas ajenas, empujando suavemente sus caderas para frotar ambos miembros entre sí, se acercó a tomar varios besos de los labios del contrario, para distraerle un poco mientras acomodaba la glande contra su entrada. Durante unos segundos se dieron el uno al otro caricias cariñosas así como besos que mantenían distraído a Masahito, el rubio aprovechó esto para ir introduciéndose lentamente, soltando varios gemidos al sentir la presión de las paredes ajenas sobre su pene,  trato de ser suave, de no apresurar las cosas, dejar que el otro se acostumbrara a la intromisión, por unos minutos permanecieron así, hasta que el de cabello grisáceo le indicó a Syouta que ya podía moverse.

Empezó con un vaivén de embestidas lento, en el que ni por un minuto alejo su mirada de la ajena, esos bonitos ojos azules se entrecerraban y entreabrían con cada embestida, ambos gemían libremente sin esconder el placer que les causaba aquella “unión”, sus cuerpos transpiraban y las respiraciones de los dos estaban agitadas. Desahogaban tanto placer con besos, con caricias; las manos de Masahito recorrían una y otra vez la espalda del rubio, dejando de vez en cuando alguno que otro rasguño inconsciente,  mientras que Syouta recargaba una de sus manos en la cama para darse impulso, y con la libre acariciaba uno de los costados ajenos así como una de sus piernas.

Poco a poco el rubio fue moviéndose con más libertad, empujando sus caderas contra las ajenas, cuidando el no llegar a ser muy brusco, pero tratando de ir aumentando la velocidad de las penetraciones, sin descuidar el hecho de estimular la próstata del de cabellos grises. Después de varios minutos Syouta puso un ritmo rápido y constante a las penetraciones, llevó su mano a tomar el miembro ajeno, masturbándole a la misma velocidad, sintió los pequeños escalofríos recorrerle todo el cuerpo, y en su pubis una sensación de hormigueo, para finalmente entre una contracción de las paredes ajenas derramar su semilla en el interior de Masahito, sintiendo como casi al mismo tiempo su mano se llenaba de la del contrario. El gemido que ambos soltaron al llegar al orgasmo, resonó en sus cabezas durante varios segundos.

Trató de no dejarse caer completamente sobre el cuerpo ajeno, se acercó a dejar un tierno beso en los labios antes de usar su boca para limpiar los restos de su esencia. Con el cansancio y todo, se arrodilló en la cama, jalando de las cobijas antes de medio cargar a Masahito, metiéndole debajo de las sabanas para luego, meterse él. Intento cubrir a ambos como mejor pudo, luego de ello abrazando a su ahora novio mientras este último le susurraba. —Te quiero.

—Y yo a ti.

—¿Puedo preguntarte algo? —Susurró Masahito con voz cansada.

—Puedes.

—¿Por qué las flores blancas?

—Pues… —llevó su frente a recargarla en la ajena y con la mirada fija en aquellos azulinos orbes respondió—.  Se llaman Jacintos y los elegí porque en algún lado leí que en el lenguaje de las flores significan “Estoy feliz de amarte”. —La sonrisa en el rostro del de cabellos grises fue tan bonita en ese momento, que solo provocó en el rubio la necesidad de abrazarle aún con más fuerza. Después de aquello no se dijeron más, el primero en quedarse dormido fue Syouta, no quería que sus pensamientos y remordimientos arruinaran aquella que sería una de las tantas noches que pasarían juntos, quizá.

 

 

~ ۞ ~

 

 

Los siguientes meses después de aquella noche, fueron mucho más felices que los primeros. Se veían cada que podían, aunque ambos adquirieron responsabilidades que les quitaban un poco más de su tiempo. Masahito consiguió un empleo en una tienda de discos, Syouta empezó a tomar clases de música entre una y dos horas al día, así el tiempo se fue en extremo rápido, pero no se preocupaban, eran jóvenes y tendrían tanto tiempo como quisieran, habrían muchas oportunidades para visitar mas festivales de los que habían visitado, harían planes, quizá visitarían Sapporo, Masahito tenía tantos lugares que mostrarle a Syouta, aún quedaban tantas fotos que tomarse, tantos recuerdos  que hacer…

A mediados de octubre llegó a sus vidas un pequeño ser que significaría mucho para ambos.

Paseaban por el centro comercial, visitando tiendas y demás, cuando llegaron a una tienda de mascotas. Masahito no dudó en entrar y detrás de él, entró el rubio. Ambos se quedaron parados dándole un rápido vistazo a todos los animalitos que había, para escoger por cual iniciarían su recorrido. Los primeros a los que se acercaron fueron a unos pequeños ratones blancos, uno de ellos, estaba como loco corriendo de un lado a otro e incluso pisaba a sus compañeritos, aunque estos ni se movían o algo por el estilo.

—Mira, ese eres tú. Así de inconsciente. —Le dijo al rubio.

—No es cierto. Yo jamás te pisaría… a ti o a alguien más. —comentó mientras tomaba de la mano al contrario para llevarle a ver otros animales, los pequeños ratones blancos no le agradaban mucho. Un par de pasos más adelante se encontraron con lo que el rubio supuso eran ratones muy grandes—. Mira, más ratones. Pero que feos son. —Recibió un golpe en uno de sus brazos por expresarse de aquella forma de los animalitos.

—Son cuyos, no ratones.

—Pues parecen enormes ratones y yo les quiero decir así. —Esta vez fue Masahito quien tiró de la mano ajena para alejarle de los pobres cuyos.

—Eres un odioso. —Le dijo mientras le mostraba la lengua.

—Yo también te quiero. —respondió entre una amplia sonrisa. Por la cual se ganó un pequeño beso.

Siguieron caminando por la tienda, deteniéndose a ver uno que otro animalito, en grandes peceras había peces de varias especies, estuvieron por un largo rato observándoles, e incluso en una ocasión Syouta apretujo las mejillas ajenas, queriendo que imitara la boca de un pescadito, por lo que recibió varios golpes y una mordida en uno de sus dedos.

—Eres un agresivo, ¡un caníbal! —dijo acusadoramente.

—Tú me provocaste —habló entre risas antes de acercarse a tomar la mano de aquel dedo que anteriormente había mordido—. Ya, ya, ¿me perdonas? —Sonrió ampliamente antes de acercar sus labios a dejar un beso en el dedo del rubio, pero cuando iba a obtener el “perdón” del mismo, le propino una nueva mordida en el mismo dedo, antes de salir huyendo.

—¡Hey! ¡No huyas! —Le siguió hasta que le vio detenerse frente a un nuevo animalito que le había capturado la atención. Se acercó sigilosamente, pero se olvido de cualquier maquiavélico plan que pudiese tener al ver esos pequeños conejos a través del vidrio. Tenían conejos del color blanco, algunos con manchas negras o cafés, o completamente cafés, aunque en una tonalidad bastante clara.

—Mira que tiernos. —comentó infantilmente el de cabello grisáceo.

—Sí, son lindos. Se parecen a ti. Bonitos pero con una mirada que inspira un poco de miedo.

—¿Enserio te doy miedo?

—A veces. Tu mirada, asusta, bueno quizá más cuando te pones serio.

—Eso es nuevo. —Tomó su mano nuevamente para guiarle hasta el lugar donde se encontraban los animales que más le gustaban. Caminaron por un pequeño pasillo con vidrios a uno de los costados, formando pequeños cubículos, y casi al final de este divisaron pequeños cachorros bastante bonitos. Si algo tenían esos dos es que conservaban su lado infantil, por muchos años que tuviesen aún a veces se comportaban como niños.

—Míralos, ¡qué bonitos! Y pensar que mi madre no me dejará comprar uno.

—¿Enserio quieres tener una mascota? Mira que es una responsabilidad más —comentó mientras pegaba su mano al vidrio, observando como uno de los perritos se acercaba y levantaba su pequeña pata en un vano intento de rasguñar el cristal o quizá la mano del rubio.

—No importa, puedo ser muy responsable y siempre he querido un perro —habló decidido.

—Bien, escoge uno.

—¿Qué? —Le miró sorprendido.

—Que escojas uno. —repitió para su sorprendido novio.

—Pero… si me llevo uno ¿Dónde dormirá?

—En mi casa. Te ayudaré a cuidarlo, pero la mayor parte del tiempo será tu responsabilidad ¿De acuerdo? Le compraré comida, pero te daré la llave de la casa para que entres y salgas a tu gusto, lo sacarás a hacer sus necesidades, tú le darás de comer y demás —aclaró.

—¿En serio? —preguntó con esa tierna mirada que tanto le gustaba al rubio.

—En serio. —Le sonrió y se atrevió a robarle un beso como pequeño pago por aquel favor—. Y bien ¿Cuál de ellos será?

—Ese pequeñito. —Señaló con su dedo índice el perrito que seguía cerca del vidrio, levantando su patita una y otra vez, a veces olfateando aquel cristal—. Si no me equivoco es un Golden retriever.

—Ese será. —Dio media vuelta para ir en busca de uno de los dependientes, tardaron varios minutos en realizar la compra además de que se llevaron algunas cosas para el perro, como una especie de cama, un collar y una correa. Escucharon acerca de los cuidados y demás, para tras la realización de la compra salir con su nuevo y pequeño amigo de aquella tienda.

Masahito estaba encantado con el cachorro, jugaba con sus patitas, lo abrazaba; aunque siempre teniendo cuidado de no lastimar al pequeño perro.

—En un par de años estará enorme. —Finalmente decía algo dirigido al rubio.

—Lo sé. Y querrá más atención y me pondré más celoso que en este momento. —fingió estar enfadado.

—Pero es solo un perro. En lugar de tenerle celos deberías amarlo. Míralo. —Levantó al perrito y lo puso de cara a la de Syouta—. Dime que no te da ternura y que no quieres abrazarlo.

—No me da ternura y no quiero abrazarlo.

—¡Mentiroso!

—Nunca dijiste que debía hablar con sinceridad. —Pasó uno de sus brazos alrededor de los hombros ajenos, necesitando abrazarle mientras dejaba que el perro fuese consentido por Masahito—. ¿Ya penaste en un nombre?

—Sí. Quiero que se llame Sora. —Echó un vistazo al rostro ajeno, esperando cualquier gesto que le indicara si lo aprobaba o no.

—¿No está ese nombre muy trillado?

—Tal vez, pero es perfecto para él, nosotros que siempre hemos vivido en las estrellas, seremos conectados por este pedacito de cielo. —Le sonrió al cachorrito antes de susurrarle—. Serás más que solo un perro. Más que un amigo y parte de la familia.

—A veces eres muy cursi.

—Pues te gustaban mis cursilerías. Y según recuerdo tú lo eras mucho más.

—¡No es verdad!

Entre pequeñas bromas, cursilerías y discusiones falsas, sora pasó a formar parte de sus vidas, y tal como Masahito lo predijo, fue mucho más que un perro, que un familiar y que un amigo. Fue su propio cielo.

Noviembre fue uno de los meses más difíciles, en realidad las dificultades llegaron los últimos días del mes. En lo que respecta a las semanas anteriores, tanto Masahito como Syouta, estuvieron aprendiendo los cuidados del perro, como enseñarle a no orinar por todos lados en la casa y bueno, todas esas cosas que los cachorros normalmente hacen. Sora se portaba bastante bien, era juguetón y claro que más de una vez logró poner celoso al rubio, ya que su novio le prestaba mucha más atención al perrito que a él. En semanas Syouta también cedió al encanto  del perro, se encargaba de él cuanto podía y le gustaban esos ratos en los que podía sacarlo a pasear. Un par de veces, cuando el de cabellos grises no había podido pasar mucho tiempo con ellos, lo llevó a conocer ese lugar que era el favorito del ya mencionado. Ese puente de madera en el que las palabras habían sobrado a la hora de mostrar sus sentimientos, y las acciones lo habían sido todo.

Pero como ya dije, no todo fueron días felices y fáciles de llevar, para cuando llego el final de otro mes más, ocurrió algo que en su momento no pareció bueno, sin embargo, lo fue, difícil sí y mucho, pero bueno.

Masahito entró a la casa de su pareja para alimentar al perro, esperaba no encontrarse a nadie ya que tenía un poco de prisa, pero la suerte en ese momento no le sonrió por lo que al entrar se encontró con Ikuma, ese amigo con el que le costaba trabajo convivir. Le vio saliendo de la cocina con un plato de comida, optó por dejarle comer tranquilo así que al pasar junto a él simplemente susurro un “provecho”, antes de ir a buscar el plato y la enorme bolsa con la comida del cachorro.

—Al parecer los modales de mi hermano se te pegaron. —Llevó la mirada hacía la puerta de la cocina, sabiendo que en cualquier momento aquella figura aparecería. Y tal cual, unos segundos después el menor se encontraba recargado en el marco de la puerta.

—Bueno pues, tú tampoco pareces tener unos modales diferentes a los de él.

—Lo siento, esperaba que fueras tu quien saludara.

—Yo esperaba lo mismo.

—Iba a llamarte. Hemos salido muchas veces y pensé que ya era momento de hablar ciertas cosas.

—Yo no quiero hablar de lo que tú quieres. —Intentó no sonar agresivo ni nada por el estilo.

—Te fuiste después de eso, me sentí como un idiota, quise ir hasta dónde estabas solo para disculparme, pero luego creí que sería raro.

—No tienes nada de que disculparte. —Le sonrió con sinceridad—. Jamás te odie ni te odiaré, te apreció, tu amistad es importante para mí, pero ese error del pasado es algo que no quiero recordar, no porque no haya sido de cierto modo bueno, sino porque mi egoísmo hirió a alguien que me importaba. —Caminó hasta quedar de frente a Ikuma y levantó una de sus manos para remover su cabello, despeinándole.

—Supongo que es momento de devolverte el favor. Aunque yo no estoy seguro de que hayas lastimado a alguien aquí, al menos no apropósito.

—¿Devolverme el favor?

—Tienes que hablar con Syouta. —Bajó la mirada.

—¿Y eso a que viene?

—El día que regresaste, yo dije algo que se tomó muy enserio, demasiado. La mañana de ese día aún te detestaba tanto como el último día que se vieron. Yo le dije que si tanto te detestaba se dedicara a jugar contigo, y por la noche repentinamente el ya no era el mismo, era esa persona hipócrita que fingía querer recuperar a su amigo.

—¿Q-qué? —Le miró extrañado, desenado estar entendiendo mal las palabras del mayor.

—Creo que esto ha llegado demasiado lejos. Y no quiero pensar que solo estás perdiendo tu tiempo.

—¿E-esperas que crea esto? tú… ¿tú quieres que vaya y le acuse de algo que no sé si es verdad? —Quiso poder hablar con más seguridad, pero no pudo, lo cual significaba que consideraba posible lo que Ikuma decía.

—¿Por qué tendría que mentirte? Yo no gano nada con ello. —Se encogió de hombros—. No te conseguiré pruebas y no jugare a las desmentidas. Te digo esto porque me agradas y porque quizá me siento un poco culpable, pero lo que hagas con lo que acabo de decirte, es tú decisión. —No probó su comida, prefirió salir de aquel lugar después de lo que había hecho. Aquello podía ser considerado como una traición hacia su hermano, pero se lo debía al menor, lo sabía.

El shock le permitió a Masahito continuar con aquello que había ido a hacer, alimentar al perro.  Entró a la habitación de Syouta con el plato de comida y de inmediato un pequeño perro se acercó al peli-gris, este último se agachó para acariciarle y jugar un poco antes de entregarle su plato de comida.

—Syouta no es de esa clase de personas ¿verdad? —Le preguntó al perro, como si este fuera a contestarle. Se quedó observando al cachorrito comer sin observarlo en realidad, con la mirada sobre el sí, pero con su atención en sus pensamientos. Estiró la mano para acariciar la cabeza del animalito—. Pero él no tiene razones para mentir… —susurró y sintió que la tristeza le oprimía el corazón. La última vez, al menos él se había guiado por sus propias suposiciones y conclusiones, perdió mucho en aquel entonces y jamás obtuvo la certeza de que lo que pensaba fuera realmente lo que estaba pasando. ¿Dejaría que aquello volviera a ocurrir? No. Prefería aclarar ese malentendido o lo que fuera. Cansado de las preguntas sin respuesta, de los mal entendidos, de la suposiciones… Se levantó dejando a Sora terminar de comer.

—Vendré más tarde… quizá. Pórtate bien —se despidió del cachorro y prácticamente salió corriendo de la casa, Syouta aún estaría en sus clases de música, tendría que esperar un poco, pero ¿Qué eran unas horas comparadas con varios años o una vida entera? Sacó su celular y mientras se dirigía a aquel lugar que les gustaba tanto, escribió un mensaje.

<< Necesito verte. Te esperare en el puente. >>

Esperó que el valor no se le esfumara en cuanto le viera, ya resultaba necesario aclarar todo de una vez, preguntar todo aquello que no se había atrevido a preguntar solo por temor, un temor sin verdaderos fundamentos. Caminó tan rápido como pudo, estaba nervioso, tenía la sensación de que si no llegaba a ese lugar empezaría a gritar como loco, a reclamarse por creer que había podido arreglar algo, cuando no se había arreglado nada. Al paso que iba no tardó mucho en llegar y tomar el lugar que según él le correspondía. Justo en el centro del puente, observando el cielo o el agua apenas moverse. Conforme caía la noche se iba poniendo más nervioso, las manos le temblaban y tenía tanto frio, los escalofríos le atacaban, le hacían abrazarse a sí mismo… consolarse. Aún no había perdido nada más, pero tampoco había recuperado aquello que hacía tiempo perdió.

Entonces…

Con la ayuda de la luz de la luna, divisó una figura en la lejanía, sabía quién era, siempre lo sabía. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no correr hasta donde él estaba y abrazarlo, muy a pesar de ese sentimiento que le decía que podría estar a punto de perder la oportunidad de recuperarlo. Cuando Syouta llegó finalmente hasta aquel puente de madera, dedicó una amplia sonrisa al contrario, la cual se desvaneció poco a poco al notar en esa mirada un deje de tristeza.

—¿Estás bien? ¿Ocurrió algo? —preguntó preocupado.

Masahito no supo por dónde empezar, pero no hizo falta que lo pensara mucho, cuando menos se dio cuenta las palabras ya estaban saliendo de su boca por sí solas.

—Hablé con Ikuma. —La expresión en el rostro del rubio se endureció—. Me lo dijo. Se sentía culpable así que confesó haberte dado la idea de jugar conmigo, algo que según él te tomaste muy enserio. ¿Es… es verdad? —Quizá no se dio cuenta, pero su pregunta más que como cuestión se escuchó como súplica, una súplica porque aquello no fuera verdad. Syouta bajó la mirada, estaba en otro de esos momentos en los que hay que ser honesto y escoger bien, pero esta vez decir la verdad no le pareció una opción sino una necesidad.

—Lo es. —Soltó un prolongado suspiro antes de levantar sus manos, haciéndole una seña al contrario para darle a entender que le diera unos momentos.

—No puede ser —habló con pesar mientras lleva sus manos a cubrir su rostro—. !¿Es enserio?! ¿Ibas a perder… a desperdiciar tu tiempo en una estúpida venganza de ese estilo? No, no, no contestes, porque esa no es la pregunta correcta, eso ya lo hiciste. —Se sintió perdido, supo que todo ese tiempo había sido falso, que las palabras cariñosas, los besos, ese pequeño compromiso que habían hecho, todo; no era más que una mentira. Tuvo muchas ganas de llorar, pero no le iba a servir de nada, solo le daría una satisfacción al contrario que no tenía ganas de darle. Descubrió su rostro y dirigió aquella triste mirada hacia el rubio— Al menos… al menos dime ¿por qué?

—No, espera, yo sé lo que estas pensando, lo sé, pero no es todo como lo imaginas.

—¡Las cosas nunca han sido como las imaginamos! ¡Nunca hemos hablado de ellas y seguimos imaginando! —Sin poder contenerse estalló en gritos, había preguntado algo y él no estaba contestando. Eso le alteraba.

—Lo hice. Tuve la opción en mis manos y la tomé, la llevé a cabo, pero me arrepentí, seguí viviendo aquello que había comenzado como algo falso para convertirlo en algo verdadero.  ¡Fue real! Quizá no empezó con las mejores intenciones, pero… pero al final las hubo, al final fue verdad.

—Te creo —susurró sin despegar la vista de la mirada ajena, sentía ese odioso acumulamiento de agua en sus ojos, pero no liberaría aquellas lagrimas de su prisión, no hasta que hubiera una buena razón, una que el considerara de ese modo—Yo no he desconfiado de ti en ningún momento. Al menos no de tus palabras. Pero ahora necesito que me contestes… ¿Por qué?

Habían tenido tantas oportunidades de ser sinceros, de decir las cosas y jamás lo habían hecho. Así somos lo humanos, dejamos ir esos momentos perfectos para declararnos, para ser honestos, para romper con los miedos e internarnos en lo que desconocemos, permitimos que quienes amamos se vayan… Nos callamos, ocultamos lo que nos pasa, excluimos a aquel que nos ama de nuestras necesidades, de nuestra vida, de nuestros problemas, cuando una relación, cuando el amor en sí se basa en la confianza, en el apoyo. El rubio no dudo en tomar aquella oportunidad y hablar con la verdad, ya era tiempo de dejar atrás el “no lo sé”, “no hablemos de eso”, “no es nada”, frases que ninguno de los dos necesitaba.

—Te amo. —A pesar de que el resto de sus palabras salieron con inseguridad de sus labios, aquellas fueron dichas con tal firmeza, que era imposible dudar de ellas—. No desde hace meses, sino desde hace tantos años. Te amaba cuando no sabía que lo hacía. Hace más de cuatro años, tenía todas las intenciones de… de declárame. Lo iba a hacer antes de… bueno ya sabes. Formaba parte del equipo de futbol, pero aquel viernes no fui al entrenamiento, pensé que lo mejor sería preparar las palabras que te diría… —Hizo una pequeña pausa—, Si tan solo hubiera sabido que esas cosas simplemente se hacían. —comentó antes de retomar aquella pequeña “historia”—. Entré a la casa con mucho cuidado, no quería que nadie supiera que estaba allí y no sabía si Ikuma estaría, a él nunca le gustó que fuera irresponsable. Subí a mi habitación y cuando estuve en el pasillo escuche voces. —Entonces sus ojos lentamente se llenaron de lágrimas que no dudó en derramar—. La puerta de la habitación de mi hermano estaba entreabierta, así que me acerque lentamente para mirar… —Se le hizo un nudo en la garganta que volvió trabajosa la tarea de seguir hablando. Se detuvo unos instantes para acercarse hasta quedar frente a Masahito, observó esa cara llena de sorpresa, dedujo que ya sabía a qué se refería, pero una vez que había comenzado ya no podía detenerse—. Escuchaba los jadeos, las quejas y demás sonidos, me imagine el “qué” pero la curiosidad del “quién” terminó por ganarme, entonces… me asome y descubrí que el quién… eras tú. —Cayó de rodillas frente Masahito y sin poder evitarlo se abrazo a su torso con fuerza, recargando una de sus mejillas en la parte de su abdomen— En el momento fue menos doloroso pensar que siempre le habías amado y solo me habías utilizado para estar con él, que decirme a mí mismo que de no ser así igual nunca te hubieras fijado en mí. —Y hasta ese día se dio cuenta de lo estúpidas que eran sus suposiciones—. Fue menos doloroso porque odiarte era mucho más sencillo…

Syouta no era el único que dejaba fluir sus lagrimas, Masahito que no podía salir de esa sorpresa, que jamás se hubiera imaginado que aquella era la razón, sentía las lagrimas deslizarse por sus mejillas. Bajó la mirada, llevó una de sus manos al rubio cabello ajeno y le acarició que ternura.

 —Lo siento, lo siento tanto… —repitió una y otra vez hasta al cansancio, el consuelo que hacía tantos años había buscado, fue lo que lastimó no solo a uno, sino a ambos hermanos. Llevó sus manos a las ajenas, para deshacer el abrazo del contrario, Syouta se esperaba que lo alejara y si eso hacía pues lo entendería, pero en su lugar, Masahito también se arrodillo, poniéndose más o menos a su altura para abrazarle fuertemente, de un modo que pudiera ser correspondido—Jamás lo amé… He pasado mi vida sintiendo lo mismo que tú. —La estupidez y la cobardía les tenían en donde ahora estaban. Se habían querido durante tanto tiempo y jamás se lo habían dicho el uno al otro. Como el de cabellos grises había dicho, se la pasaron todo el tiempo imaginando, diciéndose a sí mismos lo imposible que era, que uno se fijara en el contrario, cuando realmente eso era lo que estaba pasando—. Te amo. —Fue lo último que se dijeron mutuamente antes de guardar silencio, desahogando por medio de las lágrimas todo aquello que por tontos, había tenido que pasar y que mantener guardado en su interior.

“Cuando dos personas lloran juntas por primera vez, saben lo mucho que se quieren"

<< Y se querían, no solo eso, se amaban. >>

 

 

~ ۞ ~

 

 

Aquel momento en el puente, terminó por fortalecer esa relación, ya no tenía que haber desconfianza, ni planes, ni estupideces de por medio. Sin embargo, aunque el final de noviembre fue tranquilo y quizá demasiado romántico, diciembre se convirtió en un tormento.

La familia, el trabajo, Sora y demás, pedían demasiada de su atención. Todo diciembre sería responsabilidad de Syouta cuidar del cachorro, Masahito tenía que estar con su enferma abuela y encargarse de ella con ayuda de su madre. Eso además de las festividades fue lo que no les permitió verse durante aquel mes más de dos veces. Para cuando llego enero se desquitaron, trataron de verse todo el tiempo que fuese posible, un mes había sido demasiado para ellos y eso no era todo, Syouta se quejaba continuamente de tener que compartir el cariño del peli-gris con Sora. Quizá si esta historia fuese una historia de amor “normal”, contaría cada día de enero, desde el primero hasta el último, ¿por qué? Porque fue el mes que más se disfrutaron, se terminaron los secretos y todo lo que importaba era recuperar ese tiempo que habían perdido al no atreverse a hablar.  Pero esta, no es esa clase de historia.

Llegó febrero dejando atrás tantos recuerdos y bellos momentos, los primeros días de aquel mes, fueron complicados, como cualquier pareja que no tiene más que algunos meses de salir, esos dos daban mucha importancia a las festividades y demás ocasiones que consideraran especiales. Y aunque el catorce de febrero era más bien una fecha en la que las chicas regalaban chocolates a los chicos, se sabía que en muchas partes del mundo era el día el amor y la amistad, no importaba quién o qué clase de relación tuvieses, podías dar un pequeño detalle a quien era importante para ti. Así que ambos estuvieron pensado, en qué clase de regalo darse.  

Para el trece de febrero ambos ya tenían sus regalos. Masahito escogió como regalo una pulsera de plata, delgada y de eslabones pequeños con un fragmento de plata más grueso en el centro de la cadenita. Justo donde esta se cerraba había un pequeño aro, del que pendía aparte un fragmento de cadena no muy largo, en la base de esta había una pequeña barra del mismo material, redonda y de la cual se enganchaban tres pequeñas cadenas más, aunque estas de alrededor de tres centímetros, y cada una de ellas sostenía una estrella. Dos de ellas eran de plata y flanqueaban a la tercera, cuyo material era el cristal. Las estrellas a los costados tenían grabados el nombre de ambos, uno en cada estrella. Era un detalle muy bonito. Por otro lado Syouta había optado por regalar un recuerdo más a la memoria de Masahito, tenía planeado a donde le llevaría, un par de sorpresas y demás, estaba muy ansioso, planeaba pasar todo el día con el costara lo que costara.

El catorce de febrero se quedaron de ver en un parque enorme, de los más bonitos que habían visto. Los arboles y el pasto predominaban, solo había pequeños caminos de asfalto hechos para aquellos a los que les gustara la idea de dar un paseo. Syouta le esperaría en el centro del lugar, donde había una fuente, una especie de plaza y varias bancas alrededor, no le había dicho exactamente donde, pero no sería difícil encontrarse. El rubio decidió esperarle recargado contra un árbol, desde donde tenía completa vista de aquella pequeña plaza, así le vería llegar. Faltaban cinco minutos para las tres de la tarde según su reloj de muñeca, luego de checar la hora pudo ver esos claros cabellos tan fáciles de reconocer, hasta el momento solo conocía a dos personas con aquel extraño color de cabello, Masahito y su hermano.  Observó al de cabellos grisáceos caminar por entre la gente, con la mirada estaba buscándole, quizá le dejaría sufrir un poco. No fue necesario que le hiciera alguna seña, en menos de lo que pensó el contrario le encontró, caminaba directamente hasta donde el rubio se encontraba cuando choco con una chica. A ambos se les cayó lo que llevaban en las manos, por lo que se agacharon al mismo tiempo para recoger las cosas, aunque al parecer tomaron los regalos equivocados pues, unos segundos después les vio intercambiándolos.

El rubio sonreía amplio, tan feliz de verle aunque todavía no estuviese donde debía estar. Vio a la chica intercambiar algunas palabras con Masahito, sin embargo se distrajo al escuchar el grito de una chica, no solo él, sino varias personas buscaron de donde provenía aquel sonido, cuando de repente…

Uno, dos, tres, cuatro, cinco…

Cinco disparos se escucharon, un hombre derribó a un muchacho que sostenía el arma culpable de aquellos tiros. Varias chicas empezaron a gritar y a llorar por los demás heridos, mientras Syouta observaba como lo que amaba se derrumbaba y tendía sobre el suelo. Tardó mucho en reaccionar, no podía creerlo, eso no podía estar pasando.

—No, no, no, no. —Se repitió tantas veces mientras corría hacia donde estaba él. Por la manera descuidada en la que iba tropezó y casi cayó al suelo, pero no importó, siguió corriendo hasta finalmente encontrarse arrodillado junto a su cuerpo. La chica con la que anteriormente había chocado Masahito estaba junto a él, histérica, pidiendo que llamaran una ambulancia. El rubio solo pudo poner su rostro frente al suyo—oye, oye, no, no te duermas, no cierres los ojos… —rogó al ver como aquella bonita mirada se entrecerraba. Se quitó la chaqueta y presionó la herida de la bala con ella, buscando de algún modo detener la hemorragia, pero había demasiada sangre, sentía su playera húmeda. Viendo toda esa sangre, recordó aquella vez que le rompió la nariz, se veía a sí mismo llorando según el de coraje, pero ahora lo recordaba, ahora podía admitirlo, lloraba de dolor, porque en ese momento había herido a aquel que prometió proteger cada noche, y en ese instante, ¿Dónde diablos había estado para protegerle?

—Me siento cansado. —Le escuchó decir en apenas un hilo de voz.

—Pero no puedes dormir —Le dijo entre todas esas lagrimas que le hubiera gustado no dejar correr—. No puedes porque, como esa noche… ¿la recuerdas?... Cuando nos perdimos… así como tú tenías miedo, yo… yo ahora lo tengo. Así que no te puedes dormir, no puedes dejarme.

—¿De qué tienes miedo? —Oyó que susurraba.

—De la oscuridad, de los fantasmas y monstruos de la noche —recordó—, de perderte, de no volver a verte. —Le vio en un par de minutos ir perdiendo el color, la palidez se hizo presente y esos ojos se mantenían con tanta dificultad abiertos. Observó esa apenas notable sonrisa que se dibujo en sus labios al escuchar sus propias palabras citadas por el rubio—. A-además,  aún no te doy tu regalo, tienes que esforzarte y… aguantar un poco ¿Si?

—Tengo frio. —Fue todo lo que atino a contestar.

—Yo te daré calor. —Recordó a Masahito diciendo aquello en el pasado, en su mente estaba aquel momento, esa noche en la que durmieron abrazados. Pasó su brazo libre debajo de su cuerpo y le abrazó, dejando que su cabeza se recostara en parte de su brazo, cerca de su hombro—. Yo voy a cuidarte… a protegerte.

—¿Solo hoy? —Pronunció con esa voz cada vez más débil.

—Hoy y mañana, el día después de mañana y los demás. Lo haré siempre… siempre que no te alejes. —Ambos recordaban esas palabras, esa noche, cada momento que pasaron juntos. El sonido de las sirenas se escuchaba a lo lejos, quizá dos o tres minutos más tardarían en llegar.

—Te dije que un día… alanzaría las estrellas… ya es tiempo de entregarte tu regalo... —su voz débil y su oración pausada, causaron en el corazón del rubio un enorme dolor.

—No, no, si vas a irte no lo quiero.  Además yo no podría darte el tuyo. —Apenas pudo decir aquellas palabras entre ese odioso lloriqueo.

—Ya me lo diste. —Haciendo un esfuerzo levantó su mano y lentamente la llevo hasta el pecho del rubio, lugar en el que este ultimo la tomó para dejar pequeños besos en sus fríos dedos. —Quiero un beso, como el de aquella noche. —El rubio con trabajo entendió sus palabras, en ese momento supo que él había sido consciente de ese beso robado, su primer beso. Intentó sonreírle aún con el rostro lloroso.

—Te amo —expresó con su quebrada voz. Apretó aquella mano ajena que sostenía, imaginando que si no le soltaba no se iría. Las ambulancias sonaban más cercanas, habían pasado pocos minutos desde los disparos pero para él habían sido tan eternos. Con ese miedo en su interior, se acercó a aquellos labios para dar un tierno beso en ellos,  dejo sus labios unidos durante unos momentos hasta que aquella mano entre la suya perdió por completo la fuerza, mientras los labios de Syouta recibían el último aliento de Masahito.

La mano con la que mantenía fuertemente apretada la ajena tembló, se alejó un poco para mirar esos ojos entreabiertos, vacios y apretó los labios intentando contener dentro de sus labios aquel último suspiro, pero para cuando vio a los paramédicos con camillas entrar a la plaza, ya no pudo más y le liberó gritando una, dos, tres, cuantas veces fueran necesarias. Hasta que la voz se le acabara…

 

 

 

Después de aquel día, todo se convirtió en llanto. Cada día iba a la tienda discos donde él trabajaba, justo a la hora de la salida y esperaba encontrarle abandonando dicho establecimiento, pero Masahito nunca salía. Le buscaba en el café, pasaba horas parado frente a su casa y algunos días simplemente no salía de su casa, se la pasaba todo el día con el cachorro entre sus brazos, sí, con ese pedacito de cielo que los mantenía unidos, o al menos eso le gustaba creer. En el hospital le habían entregado una pequeña cajita que llevaba consigo el fallecido, en ella había una pequeña cadena hermosa, el detalle más bonito eran sus nombres en cada estrella, desde que se la entregaron jamás dejo de usarla, nunca.

Estuvo durante muchas semanas preguntándose ¿por qué a él? Pensó en las posibilidades, se devanó el cerebro pensando,  preguntándose todo el tiempo cómo es que era posible que aquello les tocara a ellos, pudo haber sido cualquiera, aquel chico deprimido, traumado, al borde de la locura, pudo elegir otro parque, otra hora, a otra persona, pero lo eligió a él. Pudo haber sido cualquiera pero fue él. Maldijo al mundo, a ese dios del que todos hablaban, lo culpaba, se culpo a sí mismo, odió todo y a la vez nada.

Deseó retroceder el tiempo, aprovechar cada minuto y cada segundo a su lado, así fueran solo cinco minutos más, quería más tiempo con él. Quiso no haber sido tan idiota, anheló poder regresar a ese momento, irrumpir en la habitación de su hermano y gritarle que no permitiría que le quitara aquello que mas amaba. Entonces ganaría cuatro años más con él, esos cuatro que había tirado a la basura por una estupidez, esos  meses que no había sabido aprovechar por pensar en venganza, había deseado erradicar el dolor en su corazón, igualarlo, ignorarlo, lo que fuera, y al final había terminado ganándose un dolor y un castigo mucho mayor. Porque eso era la vida sin él, un castigo. Siguió queriendo cada día regresar  en el tiempo, cada vez más atrás, creyendo fervientemente que si hubiese vivido más con Masahito, quizá no dolería tanto, quizá no se sentiría tan miserable. Más tarde se dio cuenta que no importaba la cantidad de tiempo que hubiese podido pasar con él, este nunca iba a ser suficiente.

Los primeros dos años fueron muy difíciles, pero tuvo a sus padres, a Ikuma, a Ken y a Peco, quien volvió meses después de enterarse de aquello. Sin duda todos ellos le ayudaron a salir de la inmensa tristeza en la que vivía, le ayudaron a entender que ese a quien amaba no volvería, sin embargo podía llevar los momentos felices en su corazón, y aceptar el “fue bonito mientras duró”.

 

 

 

~ ۞ ~

 

 

 

Seis años después, justo el día primero de enero,  Syouta visitaba aquel puente que tan bellos recuerdos guardaba. Estaba con los brazos recargados sobre la baranda del mismo, a lado de donde imaginaba estaría él de seguir con vida. Sostenía en sus manos un arreglo como el de aquel siete del séptimo mes, dos rosas en el centro y alrededor de ellas, escondiendo los tallos de las rosas, Jacintos blancos. Ladeó el rostro y su mente le permitió verle ahí parado junto a él, aunque no estuviese físicamente ahí.

—Vaya… pero que rápido pasa el tiempo —dijo dirigiéndose al recuerdo de Masahito—. Creí que no regresaría a este lugar y mírame, aquí estoy.  —Llevó su mirada al cielo y se dio cuenta de lo nítido que estaba, las estrellas brillaban y se hacían notar bastante, aprovechando que no había ni una sola nube. La luna iluminaba todo el lugar y se reflejaba en la superficie del agua del riachuelo. Se escuchaba el tronido de cohetes, a lo lejos se oían canciones y festejos. Pero él estaba ahí, hablando con el recuerdo de su amor.

—Bien, lo que vine a hacer es más sencillo de lo que lo haré, pero nosotros toda la vida hemos complicado las cosas. —Sonrió tristemente—. Las primeras semanas después de que te fuiste no pude aceptarlo, estuve cada día esperando que visitaras a Sora, pero no lo hiciste. En algún punto volví a odiarte, durante mucho tiempo pensé que me habías abandonado, como si tu hubieses podido elegir el quedarte o irte. Luego me sentí como un idiota, culpándote, pero te extrañaba tanto… entonces me culpe por haber elegido aquel día ese lugar y esa hora.

>>Los primeros años, todo fue acerca de encontrar un culpable, dejé de ir a los templos a rezar, dejé de creer en el destino, en las personas, en las estrellas. Abandoné los festivales y agarré la mala costumbre de beber hasta perderme los días del Tanabata durante cuatro años seguidos. Cada catorce de febrero fui  al mismo lugar donde te perdí, y aunque nunca le dije a nadie, aún estaba esperando que aparecieras entre la gente. En realidad nunca llegaste, ni siquiera aquel día. —No pudo evitar el acumulamiento de lágrimas en sus ojos, aún le dolía—. Muchísimas veces soñé contigo, con esa noche que estuvo tan tatuada en nuestras memorias. Despertaba llamándote, pero en ninguna de esas ocasiones apareciste.

>>Cuando realmente tuve cabeza para pensar las cosas, con ayuda de todos realmente, me di cuenta de que seguía siendo un idiota. Estaba desperdiciando mi vida cuando a ti te habían arrebatado la tuya. Entonces intenté cambiar, aceptar, pero jamás intenté olvidar, aún ahora me niego a dejarte atrás. Solía pensar que íbamos a pasar toda nuestra vida juntos, llegaríamos a viejitos y partiríamos de este mundo rumbo a las estrellas, juntos. —Las primeras lágrimas se deslizaron lentamente atravesando sus mejillas, llegando  hasta su mentón y perdiéndose al caer del mismo—. Peco me ayudo a entender muchas cosas. Me hizo ver todo cuanto me habías enseñado. Quizá ambos  fuimos cobardes y cometimos errores, pero cuando regresaste, fuiste más honesto de lo que pude haberlo sido yo.

>>Recuerdo que no te importó mi estúpido plan, tu amor era tan incondicional, que fuiste capaz de perdonarme. Yo sé que hubo mucho de lo que te sentiste culpable, años después de tu muerte hablé con Ikuma, me habló de sus culpas y de las tuyas, pero entendí que no importaba la culpa, nunca importa, solo importa aprender de lo que nos pasa, de nuestros errores, de los obstáculos que a veces nos hacen tropezar. Aprendí de tu responsabilidad y nuestro amor me enseñó, a no perder el tiempo, con cada una de tus acciones me mostraste que lo mejor era actuar en el momento, como aquella vez que me besaste en este mismo puente. O aquella en la que decidiste hablar conmigo y aclarar todo lo que yo no había tenido el valor de aclarar. —Llevó una de sus manos a acariciar una de las blancas flores.

>>Ya no perdí más tiempo, de eso puedes estar seguro. Aún digo alguna que otra mentira piadosa, pero ya no lo hago con el afán de lastimar a alguien, intento ser feliz todos los días y últimamente he recuperado esa costumbre de pensar en el cielo, en lo que hay en él y en lo mucho que todas esas cosas nos gustaban. Nuestro amor me enseñó algo muy importante… a perdonar, antes de que regresaras no podía pensar en arreglar el lazo dañado con mi hermano, incluso cuando Peco regresó, lo trate muy mal. Jamás habría tenido el valor de hablar con Ikuma de no ser por ti, porque dejaste tantas cosas buenas en mí. Me enseñaste a caminar, en lugar de correr como un tonto sin rumbo alguno, a levantarme al caer, en lugar de quedarme allí tirado.

>>Estoy aquí por todo lo que acabo de decir, hace menos de un año, comprendí que todo el mundo tiene un amor como el que yo tuve, uno que te convierte en una mejor persona, te hace madurar y te prepara para entregar un buen corazón a quien venga y se lo merezca.  Que todos aman a alguien que los cambia, para bien o para mal, todo depende de la persona, de que sea capaz de ver las cosas. No sé si el que te hayas ido signifique que no debíamos estar juntos, que no éramos el uno para el otro, pero aunque muchas veces lo pensé cuando vivías, sobre todo en ese tiempo en el que estuvimos separados, yo te quería cambiando mi vida todos los días. —Se separó de la baranda del puente y con la mano con la que había acariciado aquella flor, trató de limpiar su rostro de todas esas lágrimas. Tras ello, acercó ambas rosas a sus labios y depositó un beso en cada una, luego se agachó para dejar las flores en la mitad del puente, el lugar que a Masahito le correspondía, pero después de ello no se levantó. Se arrodilló a una buena distancia de aquel regalo que había llevado y mientras miraba al cielo susurró—. Como dije estoy aquí por todas esas palabras que necesitaba decirte. Pero en especial vine para agradecerte por… por amarme, por perdonarme, por regalarme los mejores momentos de mi vida, por permitirme amarte y por haber regresado hace casi siete años. —Puso sus manos  sobre el suelo, juntas e inclinó su cuerpo hacía el frente, formando una reverencia a ese recuerdo en su cabeza, a esa persona que tanto amó y amaría toda su vida, sin embargo tendría que aprender a vivir con la ausencia de ella—. ¡Muchas gracias! —Fue lo último que pudo decir antes de soltarse a llorarle, sí, por última vez.

Aprendería a vivir con su recuerdo, quizá le extrañaría por mucho más tiempo, pero podría continuar con su vida, podría seguir viviendo y todos los días avanzaría un poco más. Ahora que se le presentaba la oportunidad de volver a amar a alguien, la aprovecharía, usaría todo aquello que aprendió de él. Permaneció casi una hora más en ese lugar antes de irse, para cuando se encontraba caminando alejándose del puente, ya tenía presente que seguirían unidos, el cielo les conectaría como durante todo aquel tiempo lo había hecho, tanto su propio cielo como aquel que en ese momento cubría al rubio. Llegaba a la esquina de las canchas cuando vio pasar un perro hermoso, un Golden Retriever corriendo a toda velocidad, pasó enfrente de él, a un metro más o menos y segundos después, por el mismo lugar observó a Peco, yendo detrás del perro.

—¡Se escapó el perro! —Le gritó mientras pasaba. Syouta no dudó ni dos segundos en empezar a correr detrás de ambos, aunque Sora siempre regresaba, no perdían esa costumbre de corretearlo cada vez que se le escapaba a Peco, todo por miedo a que le ocurriera algo.

—¡Te voy a matar! ¡A ti siempre se te escapa!

—¡Cállate! ¡Todavía de que te ayudo a atraparlo! ¡Malagradecido! ¡Sora!

Entre gritos, risas y los alegres ladridos del perro, aquella noche llegó a su fin. Pero iniciaba un nuevo día, uno en el que aquellos dos chicos se habían propuesto hacer feliz el uno al otro.

Notas finales:

lol si hay dedazos o faltas de ortografia es porque me gano la irresponsabilidad de nuevo y eso y pues estoy que me caigo de sueño porque no he dormido ._."

Lamento que haya salido tan largo, juro que lo apure cuanto pude D: segun yo va medio rapido, pero espero y les guste.

 

bye bye.


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