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Dante Y El Lobo Feroz por AthenaExclamation67

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Dante Y El Lobo Feroz

Aioros & DM

By AthenaExclamation67

 

 

            Erase una vez, en una pequeña aldea ateniense…

 

Un joven llamado Dante, que disfrutaba de la soledad del bosque. Y  en ese mismo se perdía, y pasaba momentos a solas, o eso creía.

 

Cada día, tomaba la misma senda. La que le conducía hasta un lago, en el que se sentaba a ver el paisaje, y también para distraerse de sus obligaciones. Dicho muchacho, ni siquiera era de aquella pequeña aldea ateniense. Había llegado, no hacía demasiado, desde un pueblo italiano. Rápidamente, se dio a conocer, y gracias a su carácter abierto y desvergonzado, se fue rodeando de buenos amigos y aliados.

 

Aquel día, no fue una excepción. Se dirigió al claro del bosque, y cansado como estaba, se recostó a descansar contra un enorme roble.

 

Poco a poco, se fue relajando, y sin darse cuenta de ello, se quedó dormido, y cayó en un profundo sueño.

 

De pronto, se vio envuelto por la maleza, rodeado de ella, como si se ocultara de algo. Y extrañado, salió de la espesura de los matorrales, pero también del escondite que estos mismos le proporcionaban, dejándole expuesto ante cualquier peligro que pudiera acecharle.

 

Camino confundido por el bosque, sin entender demasiado bien que estaba pasando, y trató de encontrar el claro en el que siempre solía descansar. En el que se detenía para pensar en cualquier cosa, alejado del ruido de la aldea.

 

Cerró sus ojos, queriendo orientarse, buscando con sus sentidos el camino que debía tomar, pero algo le distrajo. Un extraño ruido, por el cual inmediatamente, se sintió amenazado.

 

Dicho ruido, no era tal, puesto que era un profundo y escalofriante rugido que le puso nervioso y el cual rápidamente quiso ubicar.

 

Giró sobre sus pies, dando una vuelta completa, y comprobó alarmado, que un lobo enorme, de color negro azabache, le estaba acechando.

 

Salió corriendo sin pensarlo ni un segundo. Buscando un lugar en el que poder ocultarse, un lugar elevado, o quizás uno que estuviera lo suficientemente oculto, para que ese enorme lobo no encontrara su rastro.

 

Descontrolado, corría sin rumbo fijo, solo rezando mentalmente para encontrar un lugar que le pusiera a salvo cuando supo, por el sonido que le perseguía, que él lobo le estaba atrapando.

 

Asustado y nervioso, creyó encontrar un lugar en el que estaría seguro, pero nada más lejos de la realidad, puesto que se encontraba en un claro del bosque, en el que nada le podía ocultar.

 

Se dio la vuelta, dispuesto a hacerle frente al enorme animal y retrocedió sin mirar por donde andaba, tropezando con una pierda, y cayendo de espaldas contra el pasto, viendo la enorme envergadura del lobo, que se disponía a saltar sobre él.

 

Los dientes del enorme animal, le dejaron petrificado, sin saber reaccionar y cerró sus ojos, dispuesto a reunirse con el altísimo de un momento a otro, cuando otro ruido, el de unos pies corriendo hacia el lugar donde se encontraba, le obligó a abrirlos de par en par.

 

De la nada, apareció un muchacho alto, de cuerpo fornido, piel bronceada, y cabellos castaños que se revolvían al viento. Armado con un rifle, y sin dudarlo, disparó al animal, haciendo que este, cayera muerto sobre el suelo.

 

Parpadeó atónito, sin poder creer todo lo que estaba sucediendo, y quedó tenso, tirado sobre el pasto, frente a aquel muchacho que acababa de librarle de una muerte segura.

 

- Gracias… - dijo sin poder aun creer todo aquello.

- … - le vio mover los labios, pero todo estaba en silencio.

- ¿Cómo dices? – se incorporó sobre el pasto y quedó sentado, prestando atención para poder escucharle mejor.

- … - nuevamente, silencio.

 

Agitó su cabeza, queriendo despejarse, queriendo prestar más atención, pero cuando sus ojos cerrados volvieron a abrirse, se encontró sentado, apoyado sobre el roble, y confundido por lo que acababa de pasar.

 

- Fue una pesadilla… - susurró en voz baja – pero… todo parecía tan real… - se levantó muy lentamente, sintiendo muy pesado su cuerpo, contracturado, como si le acabaran de golpear.

 

Más cansado que cuando había llegado a su lugar de meditación, regresó a la aldea, mirando todo a su alrededor, apreciando cada detalle, que era idéntico a su pesadilla, salvo por una pequeña excepción, no había lobo, ni tampoco cazador.

 

 

Al día siguiente, y también los próximos, le sucedió exactamente lo mismo. Cuando se sentó a descansar, acabó dormido, y teniendo ese sueño recurrente, pero siempre iba cambiando el final. En alguna ocasión, el cazador, le ayudaba a levantarse, y en otras, incluso el mismo cazador, le ayudaba a curarse de los arañazos producidos por los arbustos tratando de ocultarse.

 

Pero Dante, era ajeno a algo que sucedía a su alrededor, y era que todos esos días, no había estado solo en el bosque, y alguien más se había encargado de cuidar que nada le sucediera mientras dormía, procurándole acomodo y protección.

 

Un joven ateniense, Aioros, paseaba por el lugar en aquel preciso día. El mismo en el que Dante, soñó con el lobo que le perseguía por primera vez, y así fue como lo encontró, durmiendo a merced de cualquier depredador. Fue entonces, cuando el joven Aioros decidió, y sin pedir permiso a nadie, que cuidaría que nada le sucediera a aquel joven que dormía de forma tan despreocupada.

 

El primer día, le vio recostado contra aquel enorme roble. Ese mismo, le ofrecía una ligera protección, puesto que ni él mismo, había visto desde el otro extremo del bosque, que alguien descansaba allí plácidamente. Pero al ir avanzando, y mirar a su alrededor, se encontró con la visión de un joven muchacho descansando.

 

Se atrevió a avanzar. Caminó silenciosamente y cuando quiso darse cuenta, se encontró frente a él, mirándole fijamente, notando que por su cuerpo, danzaba una sensación cálida, agradable, diferente a las que había sentido hasta entonces.

 

Apoyó sus rodillas sobre el pasto. Se sentó, y no dejo de mirarle ni un segundo, apreciando cada respiración, viendo como su pecho subía y bajaba, hasta que empezó a inspirar más profusamente.

 

Se extraño, de pronto, lo que parecía ser un sueño tranquilo, se convertía en una agitada pesadilla, o al menos, así le parecía. Lo dedujo, puesto que empezó a agitar sus brazos, a revolverse hasta caer de lado sobre el pasto y por un quejido angustiado que salió de sus labios.

 

Instintivamente, se acercó, le tomó con delicadeza y apoyó la cabeza de aquel desconocido joven sobre su regazo. Le acarició el cabello mientras veía como se iba relajando, y esbozó una gran sonrisa, al ver como se esfumaba la pesadilla.

 

Miró al lejano horizonte difícil de apreciar a causa de la espesura del bosque, pero necesitaba ubicar el momento del día en el que se encontraba. No quería marcharse, se sentía demasiado bien estando allí, pero la altura del sol, y los rayos que este desprendía, le indicó que debía partir y cumplir con las obligaciones del día.

 

Con pesar, volvió a incorporar al desconocido joven, le recostó contra el ancho tronco del roble y le besó la frente, sin darse cuenta de que lo hacía, solo dejando que el deseo que recorría su mente, se cumpliera de forma recatada y limpia.

 

Al estar de pie, miró a su alrededor, comprobó que no había nada que pudiera causar algún daño al joven y se marchó, regresando a su aldea, la que quedaba al otro lado del bosque.

 

Desde ese día, y siempre a la misma hora, acudía a esa cita no concertada. Se pasaba las horas viéndole dormir, atreviéndose a abrazarle, a rodearle la cintura con sus brazos, e incluso a estrecharle con fuerza contra su pecho cuando sentía que se hacía más intensa la pesadilla. Y así cada día, hasta que el sol le indicaba que llegaba la hora de partir.

 

La partida, con el paso de aquellos pocos días, se le hacía cada vez más pesada. Lograba controlar, a duras penas, su cuerpo y el deseo de despertarle para que le viera, para que supiera que él estaba ahí, cuidándole, haciendo que se fuera la pesadilla, era siempre más fuerte que el día anterior.

 

Así fue que, en aquel momento, el que le indicaba la hora de partir en ese día, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sintió todo el deseo invadirle, y después de recostarle contra el gran roble, se acercó hasta quedar a escasos milímetros de aquel rostro que le había cautivado poderosamente. Suspiró y cerró los ojos, dispuesto a besarle, pero un sonido que no había escuchado hasta entonces, provoco que abriera completamente sus ojos y se encontró con otros, unos que estaban atónitos de verle así, tan cerca, incomprensiblemente.

 

El joven italiano había despertado, algo que deseaba desde hacía tiempo, pero no del modo que se estaba dando.

 

Vio como rechazaba su presencia, como se alejaba, o al menos así lo indicaban las acciones del joven, pero este mismo, no contaba con el tronco del enorme roble. El mismo que evitaba que se alejara como pretendía.

 

- ¡¡Degenerado!! ¡¡Pervertido!! – Le gritó furioso - ¿Qué crees que estás haciendo? – siguió y aumentó el nivel de palabras malsonantes, algunas que no había escuchado antes.

 

Más los gritos fueron disminuyendo. Justo al mismo tiempo en el que los ojos de aquel joven que siempre estaban cerrados, se iban abriendo de par en par hasta que no se pudieron separar más los parpados.

 

- Eres un desagradecido… - le dijo con voz suave – yo que vengo a cuidar de que nada te pase… - añadió sonriendo sincero, mientras el otro le escuchaba atentamente, sintiendo que sus ojos iban a salirse de sus orbitas por el asombro, sobre todo, al darse cuenta de algo.

 

Quedó callado. Más perplejo, si es que eso era posible, de lo que ya estaba y se limitó a escuchar mientras veía como los labios del otro se movían por unos segundos, hasta que volvió a increparle por la situación en que lo había metido.

 

- ¡¡Atrevido!! ¡¡Descarado!! ¡¡Acosador!! – Gritó lleno de una mezcla de sentimientos que no podía controlar - ¡¡Acaso no tienes suficiente!! – Seguía y ahora era el joven Aioros el que no comprendía nada - ¡¡Para ti no es bastante acosarme en mis sueños que también lo haces en carne y hueso!! – grito lanzando su puño, deseando golpearle la cara, pero el joven Aioros, lo detuvo sin dificultades...

- ¿En tus sueños? – preguntó confundido, sujetando aun ese puño que quería herirle.

 

Se hizo un silencio que solo era roto por las agitadas respiraciones.

 

- Te vi… - confesó al fin, viendo la mirada interrogante de su acosador – antes que ahora, en mis sueños, me ayudabas a líbrame de un peligro y… - se calló al ver como sonreía descaradamente - ¡¡Cuánto hace que me espías!! – Volvió a subir el tono de voz - ¡¿Qué me hiciste mientras dormía?! – inquirió.

- Una semana… - contestó sin reparos – y jamás te hice nada, solo ver como descansabas – añadió omitiendo detalles, abrazos y caricias concretamente.

- ¿Por qué? – preguntó retóricamente, sin querer que el otro le contestara - ¿Por qué me desperté justo ahora? – volvió a callarse, dejando que su mano se relajara y cayera sujetada por la de Aioros hasta el suelo.

- Cuando iba a besarte… - le confirmó.

- Cuando el lobo iba a morderme… - contestó sintiendo como tiraba de él con suavidad, apartándole del árbol y dejándole a escasos centímetros de su cuerpo.

- No te preocupes – sonrió susurrándole casi a los labios, mirándole de un modo penetrante – yo no muerdo… - añadió antes de rozar sus labios con los de Dante, pellizcándolos suavemente antes de separarse – a menos que me lo pidas… - volvió a tomar los labios de Dante con los suyos, pero más profundamente para poder besarle, para poder hacer lo estaba a punto de hacer en el momento que se había despertado.

 

Dante le correspondió sin saber demasiado bien lo que hacía, sintiendo esa calidez que sentía cuando el cazador, en sus sueños, le ayudaba a levantarse tomándole de la mano, o curándole las heridas, pero esta vez despierto, sabiendo que no era un sueño, y disfrutando completamente del momento.

 

- Cual es tu nombre… - le preguntó Dante al separarse, medio mareado después del beso.

- Aioros… - contestó tomándole la mejilla con la mano que hacía escasos segundos retenía al puño que amenazaba con golpearle, para después volver a besarle, pero solo rozando unos segundos sus labios – y tú, cómo te llamas…

- Dante…  - contestó sintiéndose en una nube, sin comprender todo lo que estaba sucediendo, aunque lo disfrutaba intensamente.

 

Quedaron en silencio, mirándose el uno al otro sonriéndose unos minutos hasta que Aioros empezó a incorporarse.

 

- Debo cumplir mis obligaciones… - explicó al ver la cara de Dante desconcertada – aunque preferiría quedarme… - añadió.

- Aioros… - le llamó después de que se acabara de levantar, atrapándole la mano - ¿volverás? – preguntó sonrojado, sintiendo que su corazón iba a salirse de su pecho por lo fuerte que latía.

- Siempre… - sonrió – debo evitar que ese lobo, consiga morderte… - le guiño un ojo y sonrió nuevamente acariciándole la mano, los dedos a continuación, soltándose muy lentamente para después marcharse aunque feliz, porque volvería a verle al día siguiente, sin tener que marcharse antes de que Dante pudiera saber que él le cuidaba mientras soñaba…

 

FIN


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