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Sólo Una Vez por AthenaExclamation67

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Sólo una vez...

Manigoldo & Albafica

By AthenaExclamation67


Ese caballero negro lo había dicho. En el Yomotsu, su sangre venenosa no tenía poder sobre las almas.

 

Y él sabía bien lo que sucedía cuando usaba su poder. Pero al parecer, no era del todo consciente de hasta qué punto, podía este manipularse en favor suyo.

 

Se rascó el mentón ofuscado. Apoyándose con su codo sobre la rodilla y pensó en varias posibilidades.

 

Si se lo pido, es capaz de ofenderse, de golpearme, o de lanzarme uno de sus ataques que me noquee durante horas.

Pero si logro llevarle a un punto en el que ni él mismo pueda negarse, quizá, si sí. Quizá así funcione...

 

Sacudió su cabeza más ofuscado todavía. Si de algo estaba seguro, era que no sabía cómo reaccionaría. Y mientras más  repasaba sus opciones, llegó a la conclusión de quizá ninguna, le daría resultado, sobre todo, porque con la primera, ya había tenido algún que otro accidente inesperado.

 

Todo empezó tras regresar de una misión…

 

Venecia había sido el último destino al que tuvieron acudir para cumplir con una misión. Allí, tuvieron ocasión de conocerse un poco mejor, pero sin duda alguna. Albafica no parecía estar atento a insinuaciones ni mucho menos acercamientos. Prefería guardar las distancias con todo el mundo, para no herirles por culpa de su sangre venenosa.

 

Albafica había aceptado la condición, y aunque quizá no fue consciente de todo lo que asumía. Con el tiempo se acostumbró.

 

Al regresar al santuario, el patriarca decidió concederles unos días de descanso.  Y decidió enviarlos a ambos a la Isla del Curandero.

 

Somos caballeros… no necesitamos descansar…”  pensó Albafica para sí mismo más no dijo nada.

 

- Es una orden… - añadió el patriarca adivinando el gesto en el rostro de Albafica y tras darles las indicaciones, les dejó marchar para que pudieran preparar lo necesario para el viaje.

 

Cuando llegó la hora acordada, se encontraron en el puerto. Allí les esperaba un barco que les conduciría a la Isla del Curandero en la que se alojarían en la cabaña del antiguo maestro de Pefko.

 

Subieron a él, poco después que anunciaran la partida y tomaron asiento sobre una de las muchas cajas que el barco transportaba hasta la isla. Por suerte para ellos, el mar estaba tranquilo, y el vaivén del barco era más como un arrullo que una horrible y mareante pesadilla.

 

El trayecto no fue demasiado largo. Igual que la conversación que habían mantenido. A Manigoldo le quedaba más que claro, que Albafica no había captado ni una de las insinuaciones que le había lanzado en Venecia, o por el contrario, si se había percatado de ello, no le hizo ningún caso.

 

Hastiado por el rostro de disconformidad de Albafica, en cuanto escuchó la palabra “llegamos a tierra” tomó su petate y se dirigió a la salida. Una pasarela con forma de madera, mal colocada y que no inspiraba seguridad alguna el caminar sobre ella. Más cuando llegó, hizo su último intento por ser un caballero, espero a Albafica, y le cedió el paso con una sonrisa dibujada en los labios.

 

- No soy una señorita – le dijo el otro al verlo – ve tu primero – añadió levantando una ceja con petulancia.

 

El suspiro, más bien rugido apagado que salió de los labios de Manigoldo, fue lo bastante notable como para que el otro lo notase, pero poco le importaba, porque él tenía un motivo propio para guardar las distancias.

 

Manigoldo bajó la pasarela con su ceño fruncido. Entendió que a su compañero, no le gustaban sus gestos, pero además de eso, sabía algo había sucedido, porque cambió su modo de tratarle desde el ultimo día que estuvieron en Venecia.

 

Cuando hubo descendido, esperó a que Albafica lo hiciera, y sin mediar palabra alguna, esperó a que empezara a caminar, intuyendo que la senda que tomaba, les llevaría hasta la mencionada cabaña.

 

Albafica avanzó sabiendo que Manigoldo iba tras él. Y no hacía falta girarse, los soplidos en forma de quejido, no habían dejado de salir de sus labios desde que le había cedido el paso ante aquella pasarela.

 

Pero no pensaba molestarse por ello, eso llevaría a error, y él no estaba dispuesto a ceder ante cualquier tipo de provocación.

 

Mientras caminaba, iba recordando su anterior estancia en la isla. Los árboles de escabrosa figura, el aroma del lugar, las plantas y los lirios blancos que casi acaban con su vida. Pero ese lugar, el mismo en el que ya había estado, lucía de modo distinto.

 

Su memoria no era mala. Podía ver en su mente cada detalle plasmado en imágenes, pero ahora todo era diferente, el olor de las flores, los hermosos colores, incluso los arboles se mecían con el viento, dejando que sus ramas bailaran despreocupadas en un sinuoso e hipnótico movimiento.

 

Al llegar al final de la senda, pudo vislumbrar la cabaña a lo lejos. Sin lugar a dudas, Pefko la había conservado igual que su maestro, pero había notoria diferencia en lo que la rodeaba. Los lirios blancos habían desaparecido, y un sinfín de distintas flores había tomado aquel lugar infestado en su día de almas errantes y espectros.

 

No pudo evitar sonreír al ver el magnífico espectáculo de color que sus ojos apreciaban. Casi podía decirse, que cualquier sentimiento ofuscado, se borraba al ver el hermoso paisaje, y se detuvo a contemplarlo, cuando aún le separaban unos pasos de la cabaña.

 

Giró sobre sus pies, renovando cada antiguo recuerdo y se detuvo en seco cuando sus ojos se posaron sobre Manigoldo. Al que vio con la  mirada perdida y una sonrisa lasciva en su rostro.

 

- ¿Qué miras? – preguntó dándose cuenta de que no se había percatado de que había detenido su marcha.  Parecía sumido en una especie de trance que él no lograba descifrar, aunque empezaba a sospechar hacía donde se dirigía esa mirada perdida y a que era debida la sonrisa.

 

Cuando estaban a punto de chocar, Manigoldo volvió en si, como si las palabras de Albafica acabaran de ser pronunciadas.

 

“Tu cadera moverse”

 

Pensó aunque con presteza, y fue capaz de contestar sin provocar que le matase.

 

- Admiraba el paisaje – contestó levantando su mirada, dejando que esta se detuviera en los ojos de Albafica.

- Hemos llegado – añadió Albafica sin dar ni una sola muestra de estar ofendido, aunque le costó un mundo disimularlo.

 

Con unos pocos pasos, se plantaron sobre el suelo de la vieja cabaña. Unas maderas viejas, que crujían con cada pie que se ponía sobre ellas, igual que la puerta. Que al ser golpeada para anunciar la llegada, cimbró como si fuera un cristal respondiéndole a los truenos de las tormentas.

 

Extrañado, abrió la puerta con cuidado y avanzó sin hacer demasiado ruido. Encontrándolo todo ordenado y limpio, además de un papel sobre una repisa que le anunciaba que el nuevo dueño de la casa, había partido ese mismo día en pro de cumplir la promesa que había formulado a Luco en su lecho de muerte.

- Estaremos solos… - dijo lo más tranquilamente posible, aunque el suspiro de desilusión fue demasiado audible.

 

“¡¡Bien!!”

 

Sonrió Manigoldo, pensando en un posible acercamiento. No desistiría hasta que el otro lo rechazase abiertamente, ya fuera con palabras o golpes.

 

- ¿Dónde dormiremos? – fue lo que pregunto Manigoldo, haciendo juego de indiferencia

- Yo – empezó Albafica – dormiré arriba, tu puedes hacerlo donde más te guste – terminó y subió las escaleras, sin esperar que el otro le contestase.

 

Manigoldo no se sorprendió. Le había quedado muy claro con el sonidito que escapó de los labios de Albafica que no sería una estancia de placer y alegría, pero pensaba averiguar el motivo del enojo.

 

Caminó apreciando cada detalle de aquella vieja cabaña. Había cuadros de flores disecadas. Algún otro con insectos que le sacó una sonrisa, pero después de ver el salón y la cocina, de subir y descubrir cada cosa del piso superior. Lo que si le sorprendió fue que no había ninguna otra habitación en la que él pudiera descansar.

 

- ¿Se puede saber donde dormiré yo? – preguntó al tiempo que aporreaba la puerta.

- Hay una hamaca afuera… - contestó sin moverse de la silla que había frente a una pequeña mesa que hacía las veces de escritorio.

- Que bonita consideración… - replicó el otro – espero enfermarme y que pese sobre tu conciencia el resto de tus días – añadió y bajó las escaleras marcando cada paso que daba, enojado por la forma en la que por una pregunta, se había quedado sin cama en la que dormir.

 

Salió por la puerta, y tras dar un buen portazo, fue a investigar dónde estaba la susodicha hamaca en la que debería dormir al fresco.

 

En ese momento, agradecía que los Dioses no añadieran más incomodidad a la que sería su estancia por dos noches.

 

El resto de la tarde, la pasó admirando el paisaje. El mismo en el que Albafica descubrió el secreto de Luco, donde los sanados se convertían en espectros. Pero uno también muy hermoso y reconfortante.

 

Se movió cuando su estomago le avisó de que era tarde. Más de lo que había imaginado porque el sol casi se había apagado en el horizonte, dando paso a una luna enorme que relucía, alumbrando lentamente cada rincón del hermoso paraje.

 

Llegó a la cocina, y tras revisar cada uno de los armarios, preparó algo rápido, pero no menos delicioso. El arte culinario no era un misterio para Manigoldo, así que con gran facilidad dejó que su instinto le guiara y utilizando los alimentos que había encontrado, elaboró un suculento plato para su cena y también para Albafica.

 

No se planteó hacer comida para él solo, en lo más hondo de su ser, aún tenía una pequeña esperanza de poder al menos hablarle, aclararle la situación, incluso decirle lo que sentía abiertamente, pero...

 

“Siempre tiene que salir el  graciosillo que lo estropea todo”

 

Se dijo a si mismo mientras servía la comida en los platos.

 

Dejó caer su cuerpo sobre la silla con pesadez y comió sin mucha gana. De no haber sido porque su estomago estaba protestando, habría sido capaz de dormirse en la hamaca y no despertar hasta el próximo día.

 

Terminó de comer, sintiendo el cansancio apoderarse de su ser, y siendo consciente - o así lo creía- de que ese día ya no vería a Albafica, se fue a descansar al amplio dormitorio que le había sido asignado. Uno que poseía una maravillosa vista.

Subió a la hamaca después de asegurarse que estaba bien sujeta a sus correspondientes enganches y respiró profundamente, dejando que el olor del prado sedara su mente alborotada de pensamientos y planes en busca de una solución.

 

El viento mecía su cuerpo, el sueño empezaba a apoderarse de su cuerpo, y habría caído rendido de no ser porque escuchó unos  ruidos que le obligaron a permanecer más atento.

 

Primero una puerta, chirriando al abrirse. Después unos agiles pies descendiendo sigilosamente por la escalera. Seguido de un silencio prolongado, hasta que de nuevo los pasos se escucharon más cercanos, y se encogió en la hamaca, como si el bulto que su cuerpo dibujaba pudiera ser ocultado.

 

Trató de quedarse lo más quieto posible. Incluso dejó de respirar demasiado fuerte, solo para que Albafica, no descubriera que estaba ahí, observándole.

 

Le vio llegar sin que se percatara de que él estaba allí. También se sonrió al ver como la cabellera se movía con la brisa de la noche, y se quedó mirándole sin decir nada, solo esperando el momento oportuno para delatar su posición con un movimiento o unas palabras.

 

Volvió a caer en ese trance en el que se veía sumido cuando estaba  cerca de Albafica. No podía apartar los ojos de su persona. Tenía un magnetismo que le hacía quedarse estático, sin ganas de otra cosa más que mirarle.

 

No pensaba decir absolutamente nada, así acababa de decidirlo. Prefería poder espiarle esa noche con calma, y embarrarse al día siguiente hasta lograr lo que deseaba. Pero no sabía que su propio cuerpo iba a traicionarle.  Obligándole a moverse por culpa de la agitación.

 

El crujir de las cuerdas estrangulando el poste, puso sobre aviso a Albafica que volteó su cuerpo buscando el culpable de perturbarle en aquel  momento de paz que estaba disfrutando, hasta que sus ojos se abrieron completamente y pudieron apreciar el cuerpo de Manigoldo oculto en la hamaca.

 

- ¿Se puede saber que haces? - preguntó manteniendo la compostura, sin dejar que uno solo de sus cabellos se alterase por la inesperada aparición de su compañero de descanso obligado.

- Admirar el paisaje - repitió las palabras que había pronunciado anteriormente.

- Cambiaste la hamaca de lugar - afirmó con contundencia.

- La vista es mejor desde aquí - replicó - además, no especificaste si podía o no moverla.


Los ojos de Albafica parpadearon lento. Más de lo que acostumbraban para tratar de controlar la situación. Pero Manigoldo lograba con facilidad lo que para otros era un reto. Provocarle descaradamente sin pensar las consecuencias de su atrevimiento.


- De nada... - volvió a tomar la palabra, dispuesto a hacer de aquella, una noche que recordar.

- ¿Qué? - preguntó sin entender.

- Es lo que cualquiera diría cuando le dan las gracias - se sentó en la hamaca y dejó  que sus piernas colgaran a ambos lados del entramado de cuerdas.

- ¿Y qué debería agradecerte yo a ti? - refutó con contundencia.

- Quizás la cena... - contestó saltando de la hamaca, caminando hasta apoyarse sobre uno de los postes que sujetaban la hamaca, acercándose a Albafica.

- Eres un descarado - alegó aparatándose, aunque en esta ocasión no le faltaba razón.

- Pensé que eso te agradaba Alba-chan - volvió a acercarse, provocando que instintivamente, el otro retrocediera.

- Creído - murmuró sin inmutarse.

- Pero te gusta... - continuó la provocación, aproximándose más.

- Demasiado pretencioso Manigoldo... - volvió a retirarse, sintiéndose incomodo.


Se sonrió ante las palabras de Albafica, y viendo que cada vez que avanzaba, el otro reculaba. Decidió ponerse a caminar en círculos a su alrededor.


- Qué hermoso - susurró lo suficientemente alto para que Albafica lo escuchara mientras giraba en torno a él.

- ¿El qué? - preguntó volteando su cuerpo, mirando a Manigoldo.

- El paisaje... - contestó mientras seguía, acercándose disimuladamente.

- Qué paisaje si estás dando vueltas en círculos - giraba para mantener el contacto visual - solamente estás mirándome.

- Precisamente... - respondió veloz, reduciendo el espacio entre ellos al tiempo que giraba.

- Soy inmune a tus tonterías Manigoldo - rebatió tratando de separarse un poco, pero Manigoldo andaba más rápido de lo que él podía controlar.

- No te creo... - refuto.

- ¿Crees que voy a caer en tu juego? - se paró en seco y le miró fijamente.

- No sé a qué te refieres... - dejó de dar vueltas a su alrededor y lo encaro.

- Te insinúas, te haces el galán - empezó - con todo lo que se encuentre a tu alrededor... - continuaba algo molesto - si crees que eso pueda inmutarme - hizo una pausa y le miró a los ojos - te equivocas - terminó.

- Entonces es eso... - se calló sin apartar sus ojos de la mirada de Albafica.

- ¿Qué? -  inspiró fuerte.

- Te molesta que flirtee con otras personas -  sonrió tan amplio que sus dientes reflejaron el brillo de la luna.

- Tonterías... - alegó.

- Ahora entiendo tu enojo - declaró - desde que regresamos de Venecia - dio un paso acercándose aunque el otro estaba más pendiente de las palabras que iba a pronunciar.


Manigoldo se quedó en silencio sin dejar de mirarle. Dándose cuenta de cosas que quizá solo formaban parte de su imaginación, pero... ¿Y sí no era así? Pensaba averiguarlo.


- Desde que terminó la misión - retomó lo que decía hacía escasos segundos - te apartaste más... - pensó un instante - desde que le dije aquello a Gioca... - añadió despreocupadamente.

- Cállate. No sabes lo que dices - le interrumpió antes de que pudiera seguir - ¿porqué debería molestarme eso a mí? - preguntó  retóricamente, aún así. El otro contestó.

- Porque quieres que solo sea contigo - se apresuró a contestar aunque sabía que no le preguntaba - porque no quieres que nadie más obtenga mi atención - siguió mientras a Albafica se le dibujaba una casi imperceptible mueca en el rostro que pudiera dar a entender que lo que Manigoldo decía, podía ser verdad.

- Estupideces - refutó con frialdad.

- No tienes de que preocuparte - y para cuando dijo eso, Albafica ni se había percatado de que estaba casi pegado a él - solo tú logras que mi mundo se pare - continuó logrando que un leve rubor apareciera en las mejillas de Albafica.

- Presumido - logró contestar - no voy a caer en tus brazos, no voy a dejar que te acerques a mí lo suficiente... - su corazón latía más acelerado que de costumbre.

- Yo creo que ya lo hiciste...


Le tomó las mejillas y apreso los labios de Albafica con los suyos, presionándolos con pasión, con deseo, con una necesidad contenida que su cuerpo estaba exigiendo aplacar. Deslizando su lengua a través de ellos, profundizando, y no encontró rechazo, más bien todo lo contrario. Albafica correspondió con la misma efusividad, jalando la tela de la camisa de Manigoldo, pellizcando también sus labios, mientras trataba de apaciguar su propio deseo, uno que nunca se había permitido demostrar, pero que anhelaba como cualquier otro mortal.


Se apartó menos de un segundo, llevando sus manos de las calientes mejillas de Albafica a su cintura, y sin esperar a que sus pulmones recuperaran todo el aire, volvió a besarle, con más intensidad, aferrándose a la cadera de Albafica desesperadamente, queriendo más, deseando algo que por tiempo había ansiado, más fue precisamente eso. El intenso contacto de las manos ansiosas de Manigoldo, lo que devolvió a Albafica a la realidad y se dio cuenta de lo que estaba haciendo. De cuanto había permitido que el deseo le hiciera bajar la guardia inconscientemente.


- Qué... ¡Qué haces! - le empujó lo más lejos que pudo, pero Manigoldo estaba aferrado tan fuerte a su cadera que no pudo apartarle demasiado.

- Qué hacemos querrás decir... - volvió a rodearle la cintura, queriendo renovar el contacto.

- Estás loco, suéltame - trató de separarse - no quiero lastimarte...

- Y no lo haces... - volvió a besarle, enredando su lengua con la de Albafica, queriendo más.


No pudo luchar contra él, aunque lo habría negado ante cualquiera, también deseaba el contacto, y correspondió dejando que sus manos se cerraran con fuerza sobre la tela, moviendo su cabeza ansiosamente buscando más esa boca que tanto placer le estaba otorgando, hasta que irremediablemente tuvo que separarse para respirar y recuperar la cordura que en ese momento se le escapaba por cada poro de la piel de su cuerpo.

Abrió sus ojos despacio para poder perderse en los de Albafica que lo miraba sin separarse, sintiendo un cosquilleo en sus labios.

 

- Pellízcame... - pidió llevándose dos yemas de su mano derecha a los labios.

- ¿porqué? - preguntó Albafica confundido.

- Porque quiero comprobar si estoy soñando... - sonrió satisfecho, perdiéndose en el brillo de los ojos de Albafica.

- Descarado... - soltó sus manos de la camisa de Manigoldo y cumplió con lo que le estaba pidiendo sin presionar demasiado, pellizcándole en las costillas.

- ¡Ouch! - se quejó.

- ¿No era lo que querías? - se apartó despacio.

- Sí - quiso volver a sujetarle pero Albafica no le dejó - ¿qué ocurre? - frunció el ceño ofuscado.

- Creo que ya nos arriesgamos demasiado... - contestó.

- Nada me ha pasado... - refutó Manigoldo.

- Entiéndeme... - pidió - no quiero hacerte daño...

- Está bien... - cedió Manigoldo - pero... ¿dónde dormiré esta noche? - sonrió esperando respuesta.

- Yo... - le devolvió la sonrisa - dormiré arriba, y tú... - empezó a caminar hacia la entrada - tienes la hamaca esperando... - añadió para después girarse y caminar hasta el dormitorio sin poder borrar la sonrisa que se había apoderado de sus labios.

 

Continuará...


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