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Estando por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: A mi hija Jael que sé adora a esta pareja, a Tuti a ver si se inspira, a Aquarius no Kari aunque prometo hacerte uno más bonito que este para tu cumple ;O;
Comentarios adicionales: Fue un golpe de musa, escrito en una hora cundo lo que pensaba era actualizar uno de mis viejos fics…

Notas del capitulo:

Dedicatoria: A mi hija Jael que sé adora a esta pareja, a Tuti a ver si se inspira, a Aquarius no Kari aunque prometo hacerte uno más bonito que este para tu cumple ;O;
Comentarios adicionales: Fue un golpe de musa, escrito en una hora cundo lo que pensaba era actualizar uno de mis viejos fics…

Saga la puso allí, en medio. Parecía ser el centro de una cuestión minuciosa que debían abordar de alguna manera. Necesitaba una conclusión y por su mirada, esa particular forma en que sus pestañas dejaban sombras sobre sus ojos verdosos, le indicaba que la respuesta sólo la tenía él. ¿Y qué podía decir el editor ante eso?

 

Regresaron sus ojos ante el papel. Estaba allí, inerte y sin nada que decir. Tenía una elaborada decoración que daba a entender un gusto por el arte. A su vez estaba hecho de forma artesanal. No se veía comprado en alguna fabrica de ventas al por mayor y por las arrugas, tendría tiempo guardado. El asunto es qué tenía que ver eso con él, con Saga, con el día, con la seguridad de que su taza de café se enfriaría porque algo en el estómago se cerró al leer la cuidada letra frontal.

Suspiró. Aunque Saga pensara que la respuesta la tenía él —como siempre, como desde niños— en ese momento sentía que la única contestación posible la tenía era el mismo griego. ¿Qué podía opinar él de una carta de amor que no era suya, con sentimientos que sí podrían ser suyos? Porque estaba seguro que quitando algunos adjetivos que sobre adornaban las palabras y por ende los sentimientos, Camus podría leer esa carta sintiéndose identificado y pensando en él. En Saga.

—Léela y dime que soy un patán. —Camus admitió que eso no tenía sentido. Subió su ceja derecha, su palidez contrastando con el oscuro de su cabello no era nada en comparación a la cara de Saga, así, como si hubiera visto a un muerto que salió de la tumba sólo para reclamarle una antigua deuda.

—¿Quieres que lea esta carta que te dio Afrodita?

¿Para qué? Su mente gritó en un acto de indignación y pánico muy bien camuflajeado en la neutralidad de sus gestos. ¿Para qué, por la gloria de Atena, tenía que leer esa carta? ¿Por qué Saga seguía torturándolo de ese modo? Pero él entonces bajó las cejas. Puso esa cara… ¡esa! Y Camus no pudo más que darse por vencido, tomar la carta y recoger suficiente aire para la noble y tortuosa misión.

Bien sabía de la relación que Saga y Afrodita habían tenido meses atrás. La vivió. Y cuando decía de vivir, era vivirla en serio. Era las llamadas de Saga cada fin de semana preguntándose qué hacía mal, si estaba mal celar tanto a su pareja o si debía ser menos obsesivo. Fueron meses escuchándolo hablar de todo lo que tenía que ver con él, porque Saga no dejaba de hablar. Podría parecer callado, pero en verdad le gustaban sus complicados discursos. En sí eso era lo que hacía, monólogos que requerían al menos una persona que fuera testigo y se los aplaudiera.

Afrodita fue testigo, les gustó, los aplaudió. Y en algún momento, acabó. Las cosas debían quedar así, terminadas. En ese momento, leer aquella carta le daba la seguridad de que quería que todo hubiera quedado allí, aunque se supiera egoísta. Sin embargo, a pesar de que podría desear eso de forma personal, jamás lo diría. Nunca pondría su beneficio por encima del de él. Así que allí, en un acto desinteresado, callaría y trataría de darle la respuesta que esperaba.

En palabras sobre decoradas —a su modo de ver— los sentimientos de Afrodita en su máxima amplitud se encontraba rubricados en el papel. Sus sueños y sus metas, la admiración a la belleza y a la victoria que significaba para él Saga. Lo peor de todo, era reconocerse también devoto a ello, no desde la primera fila, sino tras bambalina, donde nadie lo veía. Un seguidor en secreto, como aquel fans que compra toda la discografía de su cantante favorito y asiste a cada concierto para sentirse satisfecho por el hecho de estar.

Estar y no ser, eso era suficiente.

Al acabar la lectura, tuvo la necesidad de tomarse el café de un golpe, sin anestesia. Debía encontrar una manera de bajar aquel espesor que se había acumulado en su garganta. Levantó sus ojos hacía el griego, quien no le había quitado la mirada como si en su rostro estuviera el mapa de los astros.

—Ya la leí. —Y ahora quería saber cuál era la explicación. ¿Qué podía decirle Camus de una carta de amor de su ex?

—La encontré en mi saco. Bueno, la señora de la tintorería lo encontró. —Camus seguía esperando, aquello no terminaba de satisfacerle—. Fue el día que corté con él.

Ahora todo tenía sentido, y ante la certeza el francés se limitó a suspirar. Volvió la mirada a la tarjeta y cerró el pliegue para encontrar las palabras necesarias. Porque con Saga, era imprescindible hablar con los argumentos exactos. Él no sólo tenía una inclinación a formar monólogos de su ser; aunque estuviera hablando con otro, su ser era el protagonista de las épicas anécdotas. Además de ello, él era el culpable y la víctima de sus propios relatos. No importaba qué, Saga era culpable. Y no importaba cómo, Saga sufría de ello. Era un círculo vicioso que muchas veces se preguntó si no tendría que ver con su sangre griega, con su fascinación a la tragedia épica o su complicado estudio clínico. Quizás y eran las tres.

Por supuesto, la carta estaba allí para que Camus le diera más razones a Saga de sentirse culpable de otra relación fallida, de otro corazón roto que dejaba en el camino mientras se regodeaba en su imperante soledad. Una sola palabra de su boca sería suficiente: Saga armaría un arsenal de argumentos basadas en él “Camus dijo” para martirizarse hasta que algo nuevo captara su atención o tuviera una mayor meta en donde enfocar sus esfuerzos. Ya conociéndolo, después de tantos años, no pensaba darle semejante munición.

Con la naturalidad con la que él podría hablar de la Mona Lisa, abrió el cajón derecho de su escritorio. Saga esperaba, mirándolo con intensa persistencia. Necesitaba que Camus hablara y éste contestaba con su sólido silencio junto a una serie de movimientos que no terminaban de darle algún avance. Empezaba a sentirse ansioso. Su pierna izquierda golpeando dramáticamente el suelo era la evidencia.

Entonces, Camus sacó una tijera.

—¿Qué vas a hacer? —la voz de Saga brotó aplacada. La sorpresa la había aplastado. Miró la tijera como si fuera el arma de una próxima escena de crimen.

Y lo fue. Camus con la indolencia que solía practicar, tomó la tarjeta, la cortó en dos y dejó que ambas partes cayeran sobre su escritorio, al lado de su taza fría de café, frente a los ojos desorbitados del griego que veían a su prueba del delito destruida.

—Darle fin. —Se acomodó en su puesto antes de dirigirle una mirada—. Esto acabó, Saga, y creo que hiciste lo mejor. ¿Para qué retener a alguien que dejaste de amar? ¿Y en base a qué? ¿A lo que sentía por ti? No hay nada de ser patán en ser sincero.

Saga se tapó la boca con su mano derecha, apoyando el codo en el escritorio. Miró las dos partes de la tarjeta con atención y se sumergió en un acto de reflexión acompañado de silencio. Camus podría imaginar lo que ocurría en su cabeza. Mientras que él mismo ordenaba sus pensamientos y catalogaba en complicados mapas mentales, Saga lo hacía en base a imágenes y recuerdos que iba delineando con colores de cera. Después de todo, ambos eran parecidos. Eran aire… el aire niño y el aire adulto. Y él estaba enamorado de aire niño.

—Tienes razón —consintió Saga luego de pensarlo con mayor detenimiento.

—Así es, y él se enamorará de nuevo.

Quiso agregar que también Saga lo haría y mejor aún, que se daría cuenta de él y de la mirada envolvente que le destinaba cuando lo veía la espalda al caminar en el pasillo de la prensa. Pero no pudo. De nuevo Saga se sonrió en gesto de agradecimiento, levantó su comisura derecha hacía arriba, se dejó ver el hueco suave de su barbilla perfilada y Camus se le olvidó deletrear a Paris. Por ello nunca podría decir nada, se encontraba desarmado.

Saga se levantó con mayor seguridad. Su semblante había cambiado. De improviso, ahora parecía estar listo para enfrentar la faena del resto del día con la actitud gallarda de cualquiera de sus antecesores. Y mientras él lo hacía, Camus se quedaba observando los retazos de papel sobre la mesa. Seguía analizando.

—Creo que te debo un café. —Saga habló, y Camus deslizó su mirada hacía su café frío. Soltó el aire y asintió.

Tomó la tarjeta y con indolencia la arrugó para echarla al cesto de su lado derecho. Luego acomodó su camisa y siguió al griego hacía la salida de la oficina, escuchando ahora el nuevo tema de conversación que había encontrado para olvidar el asunto de la carta y el ex.

No se trataba de falta de valor el secreto de sus sentimientos, pero podría pasar por conformismo. Sea cual fuera el caso, no negaba que había admirado a Afrodita por haber tenido la capacidad de expresar y hacerle saber a su amigo lo que sentía por él. Quizás lo haría, después, cuando no sintiera que hacerlo sería empeñar la posición que durante años de confianza se había ganado en la vida de Saga.

Quizás en algún momento mudaría el silencio con palabras.

Mientras tanto, era mejor seguir así: estando.

Notas finales:

Fic que me salió de forma imprevista y que me gusto. Espero les agrade :)


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