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GOLDEN BLOOD por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todas jejej bueno , aca traigo un capi nuevo de este, umm con dedicatoria a Agus y Moony que se tomaron la molestia de leer y comentar, besos, bye

El sol se alzaba imponente en el horizonte, la encarnación de Atenea permanecía inmóvil al pie de la cascada, contemplando con gesto ausente un punto lejano. Dohko la miraba sin decir nada. ¿Qué podía decir? No había palabras en el mundo que describieran la situación por la que estaban pasando.  En efecto, el ser humano es consciente de la caducidad de su existencia, pero difícilmente esta preparado para enfrentarla cuando llega el momento. ¿Qué palabras podía decirle? El silencio resultaba más elocuente que el mejor de los discursos. Sasha se volteó a mirarlo y le regaló una sonrisa cansada.

- No deberías preocuparte por mí, Dohko, después de todo, es el destino de todos los humanos morir. - dijo ella mirándole de esa manera que hacía que todo su ser se estremeciera.

- Lo sé, sin embargo, creo que nada me prepara para lo que estamos a punto de vivir.

- Puedes hacerlo... estoy segura.

- Es tan difícil...

- Nadie dijo que sería fácil. - dijo ella mientras se acercaba al guerrero. - Nadie dijo que podríamos llegar a este punto sin sentir que el alma se nos desgarraba, es lo maravilloso de la naturaleza humana, cuando crees que lo sabes todo, siempre sucede algo que puede llegar a sorprenderte. No debes estar triste. Hemos conseguido nuestro propósito, y ahora, sabes que puedes confiar en que Shion se encargara de preparar a las generaciones venideras.

- Confío en él, le confiaría mi vida de ser preciso. - dijo el oriental apartando el rostro de la diosa.

- ¿Cuál es el problema entonces?

- Él no confía en sí mismo.

- Terminará por hacerlo, estoy segura.

- No sin ayuda...

- Entiendo... - dijo ella tomando rumbo hacía un pequeño sendero a espaldas del santo de la balanza. - Entrenemos un poco más antes de volver al santuario. - dijo con voz suave. Dohko la miró lleno de agradecimiento. - Sólo te pido que tengas presente que hay ocasiones en las que no pueden seguirse los dictados del corazón. Tenemos un deber que cumplir, Dohko, un deber que va más allá de nosotros mismos, más allá de salvarnos a nosotros y a quienes amamos. - añadió mientras se dirigía al lugar de entrenamiento.

Comenzaron con aquel entrenamiento que habían empezado aún antes de llegar  a Rozan. Dohko adoptó la postura indicada y se concentró. Era difícil, quizá más de lo que había resultado para él despertar el séptimo sentido. Cada vez que perdía la concentración sentía como si el corazón se le desgarrara lentamente. Tenía que dominarse para poder entrar en ese estado ideal que la diosa esperaba alcanzara.

- Lo has hecho bien. - dijo ella cuando Dohko alcanzó ese nivel que se tanto se le había dificultado hasta ese momento. - Debes mantener la concentración, Dohko, olvida por un momento todo lo que te preocupa. - dijo mientras el oriental se ponía de pie. Había sido difícil, pero al fin dominaba con relativa maestría la técnica, el resto era cuestión de práctica.

Sasha lo miró con dulzura, preocupada por él, preocupada por lo que sucedería cuando ella... no se atrevía ni siquiera a pensarlo. La diosa que habitaba dentro de ella le exigía serenidad, la aceptación total del destino que ese cuerpo humano debía tener. Sin embargo, como la adolescente que era, tenía miedo. La muerte siempre se aparece frente a nosotros como algo oscuro e insondable, como algo amenazador, y aunque dentro de ella habitase una diosa, su parte humana no cesaba de rebelarse.

Por ello entendía a Dohko, al propio Shion. No era tan sencillo aceptar lo que eran ahora, lo que serían en el futuro.

La vuelta al santuario llenó a Dohko de pesar, de desesperación, no dejaba de pensar en que, probablemente, esa sería la última vez que recorriera ese camino. No podía dejar de pensar en Shion, en lo que pasaría cuando tuvieran que separarse definitivamente. Tenía miedo, no sólo de la separación, sino de lo que ésta produciría en él, en Shion. No sabía que tanto resistiría su destino...

En cuanto supo del regreso de su mejor amigo, Shion se precipitó hacía Libra para darle la bienvenida, olvidándose por completo de que, aunque no de manera oficial, era el patriarca del santuario. Dohko lo recibió con una sonrisa, feliz de verle, feliz de encontrarse, una vez más, al lado de su mejor amigo, aunque bajo la sombra constante de lo que les deparaba a ambos el futuro.

- ¡Bienvenido! - exclamó Shion abrazándolo con efusividad. Dohko se dejó envolver en los fuertes brazos de su mejor amigo, sonriendo, sintiendo que la tristeza le quebraba la garganta. Lo apartó suavemente y escondió detrás de una sonrisa, todas las emociones que le embargaban en esos momentos. - ¿Qué tal el viaje? - preguntó Shion con la ingenuidad propia de un niño.

- Todo ha resultado como se esperaba. - dijo Dohko con cansancio.

- Me alegro, así no tendrás que irte de nuevo. - dijo Shion a la ligera, esas palabras vinieron a perturbar el precario equilibrio  de sus emociones.

- Es verdad. - dijo titubeante, Shion estaba demasiado emocionado como para notar aquello, todo lo que le importaba era que su mejor amigo había retornado.

- ¿Te apetece comer algo? Podríamos charlar mientras comemos.

- Yo te lo agradezco pero...

- Descuida, más tarde te ayudaré a desempacar. - dijo Shion palmeándole la espalda.

- De acuerdo... - susurró el chino dejándose llevar por su amigo.

Contrario a lo que Dohko hubiera pensado, Shion le llevó hasta el templo de Aries, él mismo había preparado los alimentos que iban a consumir. Dohko no podía dejar de mirarlo, de sentirse inquieto por el futuro de ambos, ¿de verdad eran capaces de hacer lo que les habían ordenado hacer? Personalmente creía que no, a cada instante se sentía menos preparado para abandonar el santuario, menos dispuesto a abandonar a Shion...

- ¿De qué se trataba la misión? - preguntó Shion, había querido hacer esa pregunta desde que Dohko partiera.

- Nada emocionante, algo más bien... administrativo. Sólo serví de escolta a la diosa. - dijo el oriental, Shion sonrió ampliamente.

- Eso me alegra, una de las pocas ventajas de ser el patriarca es que no te consideran para esas cosas, ahora me dedico a asuntos más elevados, como definir de que color habrán de pintarse los muros de cada templo. - Dohko rió involuntariamente. - Deja de reírte, es parte del plan de reconstrucción. - dijo el rubio conteniendo a penas la risa.

Siguieron juntos el resto del día, charlando y bromeando, sin que ninguno de los dos se atreviera a hablar con seriedad de lo que ocurría, de lo que había pasado a su alrededor. Cuando cayó la noche, se apostaron en la entrada del templo del Carnero. Sentados en silencio, contemplaron el cielo ateniense  tachonado de estrellas.

- Siempre pensé que esta sería la vista que tendría el día de mi muerte. - susurró Shion  - Mi maestro solía hablarme de lo glorioso que era el morir sirviendo a la diosa, salvando a mis semejantes.

- Es muy fácil morir por una causa, lo verdaderamente difícil es vivir por ella. - sentenció Dohko en voz baja.

- Algún día serás un gran maestro, mejor que el mío, enseñaras a tus alumnos a amar tanto a la diosa que serán capaces de vivir por ella. - le dijo Shion.

- Pero, no deberías preocuparte, aún falta mucho para todo eso, ¿no?

- No tanto... la primera de mis responsabilidades como patriarca es reconstruir la orden. Pronto todos tendremos nuevos alumnos, aún yo. Hace falta un nuevo santo de Aries.

- Sigo creyendo que no estás del todo convencido con esto.

- Tienes razón, no lo estoy, sigo pensando que tú podrías hacerlo mejor que yo, que cualquier otro podría hacerlo mejor que yo. No me siento preparado para guiar a nadie a la muerte. - dijo el rubio apartando el rostro.

- No necesariamente les guiarás a la muerte.

- No sé, de cualquier forma, no creo vivir doscientos años como para ver otra guerra sagrada. - respondió entre risas. Dohko lo miró fingiendo sonreír.

Con el paso de los días, Dohko y Shion pasaban largos ratos a solas, conversando, intentando entender lo que ocurría a su alrededor, intentando mantener la cordura necesaria para enfrentarse a su destino.  Pasaban más tiempo juntos que antes. Shion no podía dejar de admirar la entereza que su mejor amigo mostraba  respecto a la pérdida, no sólo de su amante, también de su alumno, recordaba bien a ese jovencito siguiendo a Dohko a todas partes luego de que  éste lo encontrara casi por casualidad.  Tenma había sido un gran apoyo en la vida de su amigo, y ahora que se veía privado de él y de Albáfica, era de esperarse que cayera en la más profunda de las depresiones, sin embargo, el santo de la balanza continuaba predicando con el ejemplo, mostrándole a todos que podía seguir adelante aún después de todo lo que sucedió.

Seguía convencido de la idea de que Dohko sería mejor patriarca que él y en su mente, había fraguado una manera de que aquello fuese cierto, al menos de una manera poco ortodoxa. Iba a conservar a Dohko a su lado mientras siguiera siendo patriarca. Así sería, Dohko podría seguir siendo el santo de Libra, pero al mismo tiempo, sería su consejero. Juntos podrían llevar a cabo la titánica tarea de reconstruir la orden y el santuario.

Esa idea era la que le mantenía en pie, el saber que no estaría sólo en medio de todo aquello. Si contaba con Dohko, se creía capaz de casi cualquier cosa.

Dohko, por su parte, empleaba los escasos momentos libres que le quedaban en afinar esa técnica que la propia diosa le había enseñado. Casi la dominaba a la perfección, Sasha había tenido razón, en cuanto dominase los fundamentos, le sería sencillo apropiarse de la técnica. Lo había conseguido, pero, lejos de complacerle, le resultaba aborrecible, porque el dominar la técnica equivalía a despedirse de Shion. El plazo dado por la diosa era hasta que dominara a la perfección la técnica. Era por ello que escondía sus progresos, esperando con ello poder retrasar la partida. No se había atrevido a confesarle a Shion la naturaleza de la misión que la encarnación de Atenea le había encomendado. Sabía que, en esos momentos, sería un duro golpe para su compañero de armas.

Aquella mañana, había abandonado desde antes del amanecer el templo de Libra, esperando no encontrarse con nadie en el camino. Simplemente no quería que nada ni nadie interfirieran con sus emociones más de lo que ya lo habían hecho las circunstancias que le rodeaban,  necesitaba de toda su tranquilidad y concentración para poder continuar con su entrenamiento.

Se alejó lo suficiente como para no ser visto por nadie, quería que esa mañana, al menos, las cosas funcionaran como era debido.

Al llegar al sitio elegido para desarrollar su entrenamiento, se sintió sobrecogido al reconocer que esperaba ver por ahí a Tenma, o al propio Albáfica. Sintió todo su cuerpo estremecerse, se sintió, por primera vez, rebasado por todas las emociones que le habían causado la muerte de sus compañeros. La culpa le invadía terriblemente...

Cada vez que pensaba en Albáfica, sentía ese mismo hondo pesar invadiéndole, cada vez con mayor fuerza. Sentía que le debía algo todavía. Sentía que no había hecho lo suficiente por él mientras estaba vivo. Albáfica había muerto y él no sabía definir si lo había hecho por la causa por la que ambos peleaban o por otros motivos menos altruistas. A pesar de todo, a pesar de su hosquedad exterior, Albáfica era, al igual que muchos de los hombres duros, un espíritu necesitado de un poco de comprensión, de un poco de amor. Amor que él no había sabido darle.  Albafica había sabido desde el principio sus motivos para acercársele, a pesar de que él creyó engañarle. Albafica lo había confortado siempre, a pesar de saber los motivos de su tristeza. Albafica había escuchado esos supuestos hipotéticos y le había aconsejado, Albafica se había enamorado de él como ese otro no había podido hacerlo.

Albafica que nunca había dejado de añorar el contacto humano, Albafica que siempre había sido el mejor de los seres vivientes, no había sido motivo suficiente para olvidarse de él. La serena belleza de Albáfica no había bastado para borrar ese rostro cargado de contrastes, de rastros de esa raza antigua a la que pertenecía...

Aquello le producía culpa, le producía una profunda sensación de ser un verdadero traidor.

Sus pasos se dirigieron al cementerio, apoyó las callosas palmas en los fríos relieves del mármol de una tumba, tan vieja, que casi era imposible leer las inscripciones. Sonrió con ironía, al final del día, todos iban a terminar ahí, en ese cementerio, sin distinciones, sin clases, y un día, un día no serían más que un nombre, más que un signo, que se borraría con el paso de los años.

Alzó la vista buscando a aquel que en vida le había amado. Contempló, lleno de remordimiento, el túmulo en el que descansaban los restos del más hermoso de los servidores de la Areia. Sintió que una lágrima acudía a sus ojos. Le dolía, le dolía saber que ese hombre había muerto y que él no podría siquiera agradecerle todo lo que le había brindado.

Sus ojos, deliciosamente verdes, se posaron en la sencilla lápida en la que habían inscrito en caracteres antiguos, el hombre del que fuera su amante en el sentido más platónico de la expresión. Quizá era por eso que había escogido a Albafica, quizá porque nunca habría un sabor con que comparar sus labios...

Escuchó rumor de pasos y se apresuró a limpiar la lágrima que aún manchaba su mejilla. A  lo lejos, le pareció ver a los chiquillos que fueran discípulos del santo de Tauro. Se sintió avergonzado al reconocer que no recordaba su nombre, para él siempre había sido Aldebarán... los chiquillos se acercaron a él y les recibió con una sonrisa.

- Señor Dohko. - dijo la mayor a modo de saludo.

- ¿Qué hacen por aquí, pequeños? - interrogó el oriental.

- Hemos venido a hacerle una visita al señor Hasgard, nuestro maestro. - respondió el más joven, para Dohko fue refrescante el ver a esos chiquillos hablar con tal admiración del santo de Tauro, ese hombre que auténticamente había sacrificado su vida en aras de un futuro para ellos y otros más.

- ¿Y usted? -  preguntó una de las chicas.

- También he venido a hacer una visita... - susurró el santo de la balanza mientras se alejaba.

Dejó ahí a los muchachos, que con amoroso cuidado, depositaron flores silvestres sobre la tumba del que fuera su maestro. Sus caras, tristes pero confiadas, le indicaban que Hasgard había hecho un buen trabajo con esos muchachos, con cada uno de ellos, que con toda seguridad los tres llegarían a ser parte de la orden.

No pudo evitar pensar en Tenma... su joven alumno había mostrado tener madera para llegar lejos, sin embargo, le había tocado en suerte vivir una época en la que la vida de nadie estaba garantizada. Recordó las palabras de Shion, tal vez  no había sido un buen maestro, había perdido al primero de sus discípulos. No estaba seguro de que sucediera como lo había dicho su amigo, no estaba seguro de que llegaría a ser un buen maestro, ni siquiera estaba seguro de que se le confiarla tal responsabilidad de nuevo.

No habría un sucesor de Libra, no habría un nuevo discípulo que aspirara a su armadura, sabía que requeriría de su armadura para llevar a término la misión que la diosa le había asignado. Aún no hallaba la manera de decírselo a Shion y empezaba a arrepentirse de haber pedido a la diosa ser él quién se lo dijera al nuevo patriarca. ¿Cómo se tomaría Shion aquello? Estaba seguro de que no muy bien, su amigo había terminado por aferrarse a él como a una tabla de salvación.

Le agradaba esa nueva cercanía con Shion, le agradaban esos ratos de absoluta intimidad que sólo ellos dos compartían. Sin embargo, no dejaba de pensar en que su amigo sólo lo hacía precisamente por ser eso, amigos. No había nada fuera de aquello. Nunca le vería más que como un amigo., él lo sabía, él lo entendía, pero eso no significaba que no doliera. Dolía, aún más que las heridas que le habían inflingido los espectros de Hades.

Alguien le salió al paso, se trataba de uno de los guardias del templo del patriarca, supuso que al ver que tardaba, Shion había enviado a buscarle.

- Maestro, hay alguien que desea hablarle. - dijo el hombre, inclinándose respetuosamente ante él.  Dohko asintió. Intrigado, pero confiado, siguió al guardia a un claro que se abría cerca de donde le había interceptado. Le sorprendió encontrarse con uno de los santos retirados, un viejo bastante fuerte para su edad que le miraba con severidad. Lo reconoció luego de observarlo un poco, era Ox de Tauro, el anciano maestro del recién fallecido santo de Tauro.

- Dohko de Libra. - susurró el anciano sin variar ni un ápice su dura expresión.

- Maestro. - respondió él con profundo respeto hacía el hombre que le encaraba.

- Sabes de que quiero hablarte, ¿no es cierto?

- Quiere hablar acerca de Shion.

- Su Santidad no termina de comprender que no puede seguir comportándose como lo haría un simple santo. - dijo el anciano marcando el tratamiento que ahora debía recibir Shion. Dohko no terminaba de comprender de qué se trataba aquello. -  Él parece sentir un profundo apego hacía ti.

- Somos amigos, él me honra con su amistad.

- Así es, y en honor a esa amistad, tengo que pedirte algo. - dijo el anciano como si aquello le costara un mundo.

- ¿Qué es?

- Convéncelo, prepáralo, apóyalo en todo, haz que entienda su papel en la orden antes de que tengas que partir. - dijo el ex santo de Tauro  mirándolo a los ojos. - Sé de la misión que te ha encomendado la diosa, debes sentirte honrado por ser el depositario de la confianza de nuestra señora, estoy convencido de que nuestro Patriarca no habría podido con semejante encargo, debo agradecerte que accedieras a tomarlo. - añadió Ox mirándole fijamente -  Tienes que hacer lo  necesario para que él sea el patriarca que necesitamos, ¡no puedes irte así nada más!

- ¿Cree que acepté esta misión sólo por huir del santuario? No lo hice, y si por mi fuera, me quedaría el resto de mi vida ayudando a Shion, pero usted sabe que no puedo... mi deber me reclama establecerme lo antes posible en Rozan.

- Tu deber queda en segundo término ahora, ¿de qué nos sirve tener un vigilante si para cuando llegue el momento no habrá nadie que enfrente a Hades? - Dohko bajó la cabeza. - Piensa bien lo que harás, muchacho. - le dijo el anciano antes de abandonar el lugar. Dohko no lo miró, él tenía razón, había que comenzar a sentar cuales eran las prioridades de la orden.


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