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GOLDEN BLOOD por Kitana

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Notas del fanfic:

Esta idea no es precisamente original, jajajaja, esta basada en sucesos del manga y en oarte de Lost Canvas, así qeu si notan imprecisiones hagánmelas saber porque no me he leído completo el manga, los personas son toditos de Kurumada, sólo los tome prestados  para divertirme,

Sintió el frío de la madrugada erizando su piel. No estaba seguro de que lo que sentía era realidad o sueño, simplemente se dejó envolver por esa incómoda sensación. Tenía miedo... por primera vez en la vida, tenía miedo. Él no era de los que sentían eso... pero lo estaba sintiendo. Estaba vivo. Estaba seguro de que no iba a sobrevivir a sus heridas, pero ahí estaba, vivo, siendo arrastrado por alguien a quien no podía identificar, arrastrando los pies entre los restos de sus compañeros. Lodo y sangre manchaban sus botas. Amigos y enemigos tendidos a sus pies... y él estaba vivo.

Si había que ser honestos, no había esperado sobrevivir, no habría deseado hacerlo. Era mejor morir joven y glorioso que viejo y venerable, le había dicho a su mejor amigo.

- Libra... - alcanzó a articular con voz pastosa y cansada.

- En persona. - le respondió el hombre que lo llevaba casi a rastras. Repentinamente elevó el rostro y se sintió mejor, la alegría de saber que no estaba sólo le llenaba por completo. Alzó la mirada y entre la maraña de sus propios cabellos contempló las redondeadas facciones de su mejor amigo y compañero, Dohko de Libra.

- Estás vivo...

- Al igual que tu... - respondió con cierto pesar.

- Albafica... los otros...

- No tuvieron tanta suerte... somos los únicos sobrevivientes.

- ¡Atenea!

- En el templo, descuida, ella se encuentra a salvo, todo ha pasado, Hades ha vuelto a donde debe estar. -añadió el chino con un deje de recelo.

- Tenma...

- Él también...

- Lo lamento.

- Lo sé... será mejor que te calles, tenemos mucho que hacer, Shion, y tú necesitas atención. - dijo asiéndolo firmemente y cargando su peso en su costado. Libra se obligó a mantenerse calmado, a pesar de que tenía tantos deseos de derrumbarse como su amigo, tenía que ser fuerte, por él, por Shion, no era el momento de que las cosas se desmoronaran todavía más. Habían vencido, pero ¿el precio había sido el correcto? Docenas de hombres y mujeres admirables habían sacrificado sus vidas, sólo por un ideal, sólo por la vida de miles que ni siquiera sabrían lo que había ocurrido aquel día.

Penosamente llegaron hasta el templo de Aries. Shion se sintió un poco mejor entre las cuatro paredes que constituían sus dominios. Pero, no se sentía del todo bien, la culpa comenzaba a hacer mella en él, ¿por qué estaba vivo y el resto había muerto? Aún el discípulo de su mejor amigo, lo había conocido, y verdaderamente lamentaba su muerte, y ellos permanecían con vida. No sabía cómo tomar aquello. Cuando ese espectro le había atacado, sencillamente había pensado que moriría, no esperaba sobrevivir y no sabía si era capaz de enfrentarse a lo que vendría ahora. Dohko había dicho que todos estaban muertos, Sage incluido, la orden estaba completamente destrozada. Y si las leyendas eran ciertas... Atenea estaba también a punto de morir. El pensamiento le desquició por completo. No estaba seguro de estar preparado para algo semejante. Su maestro le había entrenado bien, pero lo había entrenado para morir en pos de los ideales de la orden, no estaba preparado para sobrevivir al resto de sus compañeros. No estaba preparado para enfrentarse a la consecuente reconstrucción...  no encontraba el sitio en el que él encajaba en medio de todo aquello. Se sabía completamente distinto a Dohko, su amigo era uno de esos seres dotados con la virtud de la planeación, pero no él, Shion se sabía incapacitado para los menesteres de la reconstrucción, ¡él era un guerrero, por todos los cielos! No estaba entrenado para lo que sea que fueran a enfrentar.

Con el paso de las horas, se sentía cada vez más desesperado. No dejaba de pensar en que Sage estaba muerto, todos los dorados, a excepción de él y Dohko  estaban muertos. Era obvio que pronto tendrían que nombrar a un nuevo patriarca que encabezara la reconstrucción de la orden, todos los posibles candidatos habían muerto en la guerra sagrada, Albafica, Cid, Asmita, Cardia, Degel... todos ellos estaban muertos. Sólo esperaba que la suerte no se inclinase hacía él.

Cuando cayó la noche, Dohko se presentó en su templo. El chino no parecía más preocupado que de costumbre.

- ¿Cómo te sientes?- preguntó el oriental con voz suave, por primera vez en lo que iba del día, Shion lo notaba decaído.

- Creo que mejor...

- ¿Crees?

- Sí, no estaré seguro hasta que alguien venga y me diga que es verdad que sobreviví.

- ¿No te basta con mi palabra?

- No te lo tomes a mal, pero...

- Lo sé, creo que no es fácil de entender esto que nos pasa, ¿no es cierto? Todos están muertos, excepto nosotros... - dijo Dohko clavando la mirada en el piso. - No es tan sencillo como suena... al menos para mí. - añadió el ojiverde.

- Al menos nos tenemos uno al otro, ¿no es cierto? - dijo Shion para animarlo, para animarse a sí mismo.

- Es cierto. - susurró Dohko con una sonrisa cansada. - Atenea quiere vernos... a ambos, en cuanto sea posible. - dijo Libra apartando el rostro.

- Supongo que querrá darnos nuestras tareas para cuando...

- Sí... yo también lo creo. - Dohko se puso de pie y se alejó rumbo a la ventana, Shion lo notó extraño, como si estuviera ocultando algo que era de importancia para ambos. Era raro, en todos los años que llevaban de conocerse, jamás habían tenido secretos. Eran un libro abierto el uno para el otro, pero en esta ocasión, Shion no podía descifrar la impenetrable fisonomía de su mejor amigo. - ¿Sabes? Creo que me estoy haciendo viejo.

- ¿Por qué?

- Siento nostalgia, quiero volver a casa. - dijo el chino con la voz quebrada.

- ¿A qué? Siempre has dicho que ya nada te espera allá.

- No lo sé, simplemente me han dado ganas de volver a mi pueblo.

- Dioses, Dohko, los espectros de Hades te han tundido fuerte, jamás me imaginé que te escucharía decir algo así. -  dijo Shion intentando sonreír.

- Tal vez sí... - musitó el ojiverde mientras le daba la espalda al hombre que significaba más de lo que estaba dispuesto a admitir en su vida.

- ¿Sabes? Aunque te suene extraño, también me siento viejo, no me siento como de dieciocho, sino como de ciento ochenta. - Dohko rió con ganas.

- Dudo mucho que alguno de nosotros llegara a vivir tanto, Shion. - dijo el oriental sin perder la sonrisa.

- Es verdad, es una de las escasas ventajas de ser mortal. - añadió el rubio con cierto desdén.

- Estás sangrando de nuevo. - dijo el chino alarmado al ver la creciente mancha de sangre en los vendajes de su compañero. Shion apartó las manos para dejarle actuar, sintió el toque de esas manos morenas, cálido, gentil, como el aleteo de una paloma. Había muchas cosas en Libra que no comprendía, sin embargo, parecía ser que el conjunto de todos esos misterios, era lo que hacía a Dohko tan fascinante. - Ya está. - dijo cuando terminó de atenderle.

- Gracias... por todo.

- No tienes que agradecerme nada, eres mi amigo, sabes que haría lo necesario por ti.

- Siempre lo haces... y haces más de lo necesario. - dijo recordando la oportuna intervención del santo de la balanza en la recién terminada guerra. - He estado pensando...

- No lo digas, por favor, Shion. Deja que conserve la ilusión de que todo es como solía ser, que esto no es más que una pesadilla.

- Comprendo que te duele más de lo imaginable, perdiste a Albafica.

- Todos hicimos lo que nuestro deber señalaba. Albafica sabía lo que arriesgábamos, creo que ninguno de nosotros ignoraba que esta podía ser la última batalla, estaba consciente de que podía morir, de que todos podíamos morir.

- También yo, y ahora no comprendo por qué o cómo es que estoy vivo y ellos muertos. - dijo Shion, se sentía libre, después de haber verbalizado aquello que le pesaba en el corazón. Dohko se acercó a él, se sentó a su lado y le miró serenamente.

- No tiene caso hacerse esa pregunta, Shion, la vida sigue, los ríos fluyen y nunca verás pasar de nuevo la misma agua. - le dijo a media voz.

- Todos están muertos... y nosotros no... yo no.

- ¿Querías morir, acaso?

- No lo sé, sólo sé que mi maestro dijo que debía ofrendar mi vida por servir a Atenea... y aquí estoy, me siento indigno, me siento....

- Traidor... - completó Dohko. -  No creo que los hayamos traicionado...

- Pero estamos vivos.

- Lo estamos, sin embargo, ¿ellos sentirían lo mismo si hubieran sobrevivido?

- No podemos saberlo...

- Como no podemos saber si nos reprochan algo ahora. - añadió Dohko con una suave sonrisa.

- Eso no ayuda a sentirme mejor, ¿sabes?

- Con el tiempo...

- Con el tiempo, llegaré a aprender a vivir con esto, ¿eso ibas a decir?

- Sólo iba a decir que con el tiempo, uno aprende a perdonarse, a ver objetivamente las cosas. Sólo nos queda esperar.

- Menudo consuelo...

- Es el único que nos queda. - Libra se puso de pie, supo que no podía seguir ahí sin que la verdad saliera a flote. - Debo dormir, y tú también, recuerda que debemos ver a Atenea.

- Sasha... ella, ella... ¿está bien? - dijo Shion verdaderamente preocupado. Su compañero negó con la cabeza.

- Sabes que es cuestión de tiempo.

- Me llena de impotencia saber que, pese a todo, ella jamás conseguirá vivir esa vida por la que tanto ha luchado.

- Así son las reglas...

- A veces desearía saltármelas todas.

- También yo, pero no hay nada que podamos hacer.

- Sólo hacer lo que nos pida hasta el final... ¿cierto? - Dohko asintió, los ojos de ambos hombres se encontraron, las violáceas pupilas de Shion se contrajeron al hallar tan tremendo pesar en las del chino, se acongojó al adivinar que no era sólo por el destino de la encarnación de Atenea que Dohko se veía tan mal. - Me gustaría hablar contigo más tarde.

- Después... no es un buen momento para charlar, Shion, primero nuestro deber. - dijo el oriental con esa sonrisa juguetona que le hacía parecer un niño todavía.

- Cómo digas, pero, esta conversación va a realizarse, aunque no lo quieras, te doy mi palabra.

- Ya veremos, descansa.

Libra le dejó a solas, con más dudas de las que tenía, con más preocupaciones de las que creía podía ser titular. El sueño le venció al poco, estaba convencido de que Dohko tenía algo que esconder. Su amigo no era del tipo melancólico y se preguntaba si de verdad lo sucedido en la guerra santa podía haberle cambiado tanto. no subestimaba el efecto que la pérdida de Albafica podía causar en Dohko, sin embargo, creía adivinar que lo que le sucedía a su amigo estaba más allá de eso, que era una cuestión propiciada por algo mucho más subjetivo que la pérdida de un amante.

Finalmente llegó el día en que tuvo que entrevistarse con Sasha. La encarnación de Atenea le recibió junto con Dohko en esa habitación del palacio del patriarca que creía había sido destruida.

- Me alegra verte, Shion. - dijo ella a modo de saludo. Él musitó un gracias a penas audible y se postró ante ella. - De pie, por favor, ambos. - pidió la joven. Dohko la miraba casi suplicando, Shion quiso atribuirlo a la evidentemente precaria salud de la joven. - El tiempo apremia, lo saben, ¿verdad? - dijo ella dejándose caer en el incómodo trono detrás de ella - Tenemos que hacer preparativos, tenemos que tomar providencias para el futuro. - susurró más para sí que para ellos - Sage está muerto, de los santos dorados, sólo ustedes dos están con vida, más de la mitad de la orden falleció en la guerra santa. - añadió ella, a cada palabra suya, Shion sentía que su corazón se estrujaba más y más. - Necesitamos un nuevo patriarca, necesitamos nuevos santos dorados... la orden debe ser restaurada, en espera de una nueva resurrección de Atenea, de Hades.

- Atenea... - musitó Dohko con voz a penas audible.

- La decisión... no ha sido fácil de tomar. Pero ya la he tomado. - dijo con convicción.

- ¿Qué decisión, señora? - se atrevió a preguntar el rubio.

- La decisión acerca de quién será el nuevo patriarca. Aún si no fueran los únicos candidatos, la decisión habría sido difícil, ambos poseen cualidades que los hacen perfectos para el cargo, sin embargo, sólo uno de ustedes tendrá el honor y la responsabilidad de guiar a la orden en mi ausencia. - dijo ella sin mirarlos. - Mi decisión está tomada, acércate, Shion de Aries, nuevo patriarca de la sagrada orden de Atenea. - dijo ofreciéndole al rubio las vestimentas sacras del patriarca. Shion no podía creer lo que estaba sucediendo, ¡no podía darle semejante responsabilidad a él!

- Señora, yo...

- No dudes, Shion, no dudes de tu capacidad, como yo no lo hago. - dijo ella sosteniendo la diestra del ariano entre sus manos. - Eres capaz, lo sé, tú serás quien orqueste la reconstrucción de la orden, puedes y lo harás. - sentenció ella sin asomo de duda. Dohko permanecía en silencio, arrodillado, pero mirándoles. El chino no parecía sorprendido, parecía haber presenciado algo que ya sabía, algo que ya había visto.

- Pero... yo no...

- No hay nada que temer... si te he elegido a ti, ha sido porque eres el más capaz de quienes están a mi servicio. - sentenció ella mirándole fijamente a los ojos, Shion se sintió pequeño e indefenso, incapaz de negarse, y de igual modo, incapaz de acatar esa  orden. - Debo descansar. Espero que mañana me acompañen a la hora de la cena.

Ella se fue, ambos se quedaron con un mal sabor de boca, en especial Shion, Dohko lo miraba con impotencia, con la convicción de que era poco o nada lo que podía hacer por él.

- Lo sabías... ¿no es cierto? - dijo Shion con la voz quebrada cuando se quedaron solos.

- No a ciencia cierta... aunque era lo más lógico... - dijo el oriental mientras se aproximaba a la puerta.

- Era una posibilidad lejana, cuando menos. - dijo Shion bajando el rostro - Cualquiera de ellos habría hecho mejor papel que yo... - susurró mientras Dohko se acercaba.

- Eso no puedes saberlo, además, ella te ha elegido a ti, te ha conferido la tarea más importante. Shion, tú sabes que puedes conseguirlo.

- No... en realidad no me siento capaz de continuar.... ¡ni siquiera sé por qué estoy vivo! - exclamó aferrando los hombros del chino. - Cualquiera de de ellos tenía más posibilidades que yo de ser patriarca... ¡tú serías mejor en esto que yo! - añadió con la desesperación distorsionando sus rasgos.

- Es la diosa quien lo ha decidido, tú siempre has dicho que existimos para obedecerla, ¿no es verdad?

- Esta orden es algo que no estoy seguro de poder cumplir...

- Tienes que intentarlo, al menos, esfuérzate por  cumplir. No puedes simplemente dejar las cosas a la deriva, el destino de la orden ha sido puesto en tus manos, Shion. Tenemos que hacer las cosas que nos corresponden.

- No creo que pueda conseguirlo sólo...

- Siempre estaré a tu lado, amigo. - dijo Dohko sonriendo.

- ¿Lo harías?

- Por supuesto. - afirmó el oriental, Shion se miró en esos ojos, profundos como un abismo, y halló en ellos la serenidad que tanto necesitaba. Dohko tenía razón, tenía que aceptar su nuevo destino, tenía que cumplir su nuevo papel al interior de la orden.

Los días siguientes, se esforzó por mantener la calma, pese a que se sentía por completo abandonado en mitad de un desierto plagado de desesperación. No había podido hablar con Dohko, recordaba a la perfección las palabras que Albafica le pidiera transmitiera a Dohko aquel día. Jamás las olvidaría, aun cuando no comprendía exactamente a que se referían. Se había obligado a repasarlas día con día, en espera del momento más oportuno para, al fin, poder cumplir con la petición de Albáfica. El santo de Piscis había estado profundamente enamorado de Dohko hasta el último instante de su vida. Pese a lo difícil que podía ser la relación, ellos dos se habían mantenido juntos por un largo tiempo, a pesar de que ni una sola vez sus labios se habían rozado siquiera.

Pero no había surgido la oportunidad para hacerlo, Dohko parecía más preocupado por ayudarle a prepararse para ser patriarca que en las últimas palabras de su amante. Shion lo atribuía a que, pese a las apariencias, Libra sufría profundamente, el chino se refugiaba en la aparente serenidad para no confesar lo mal que se sentía a causa de las consecuencias de la guerra sagrada.

Aquella tarde, después de las aburridas lecciones que los santos retirados le daban, se presentó en el templo de la balanza, dispuesto a decirle de una vez por todas a Dohko lo sucedido antes de que Albáfica sacrificara su vida en aras de la diosa y su causa. Halló a Dohko en sus habitaciones, preparándose para un viaje. Lo miró confundido, verdaderamente sorprendido, no tenía noticias de que su amigo fuese a abandonar el santuario.

- Dohko, ¿a dónde vas? - le dijo sin pensar.

- Shion... yo... debo cumplir un encargo de Atenea, no me tomará más de dos meses. - le dijo con una sonrisa suave y cansada.

- Pero... creí que te quedarías aquí... al menos hasta que estuviera listo...

- Despreocúpate, estaré de vuelta antes de lo que te imaginas. - dijo el oriental.

- Tal vez podría ir contigo.

- No lo creo, tienes mucho que aprender, patriarca.

- Podría seguir aprendiendo y ayudarte.

- No es necesario. De verdad. - dijo Dohko - Además, como te dije, no tardaré demasiado, a lo sumo dos meses.

- De acuerdo... yo... tengo algo que decirte.

- ¿Crees que podrías esperar hasta mi regreso? Debo partir de inmediato.

- Sólo tomará unos segundos.

- Estoy retrasado, Shion, debí salir hace más de una hora. - dijo el chino asiendo el bolso de viaje que le acompañaría en su aventura.

- Está bien... si ya he esperado tanto... bien puedo esperar un poco más.

- Te veré en cuanto vuelva. - dijo Dohko - Te prometo que al regresar, lo primero que haré será buscarte.

- De acuerdo... - dijo Shion con desgano. -Vuelve pronto. - dijo mientras seguía a su mejor amigo hasta las escalinatas de Virgo.

- Tendrás que esforzarte mucho, y tener paciencia. - dijo Dohko mientras caminaban.

- La tendré, te lo prometo. - respondió Shion  intentando sonreír.

-Sé que no estás muy de acuerdo con la forma en que han estado ocurriendo las cosas pero...

- Descuida, cuando sea oficialmente el patriarca, me enteraré de todo. - dijo Shion en un intento de broma cuando llegaron hasta el templo que él solía custodiar.

- Volveré pronto. - dijo Dohko antes de echar a correr con rumbo desconocido. Shion lo vio perderse en el horizonte y sintió que su corazón se estremecía, en esos momentos, más que nunca, tuvo miedo, miedo de que al final del día terminara perdiéndolo también a él.

 


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