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GOLDEN BLOOD por Kitana

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El aire de la noche se coló al interior de la habitación desordenando los incontables folios que reposaban sobre la mesa. Estaban cansados. Y aún así, ninguno de los dos tenía sueño. Dohko apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y miró el ornamentado techo de las habitaciones que ahora pertenecían a Shion. El rubio seguía concentrado en la lectura de ese antiguo pergamino que a duras penas habían conseguido terminar de traducir.

- Dioses... y pensar que decíamos que Sage la tenía fácil. - susurró Shion mientras se frotaba los ojos, cansado de horas  y horas de repasar todo lo que tenía que saber para ser investido oficialmente como patriarca de la orden de Atenea a la mañana siguiente. Dohko sonrió con cansancio.

- Tal vez no es tan simple ser patriarca como nosotros lo habíamos pensado.

- De todas maneras, no es algo que desee. - dijo el rubio recostándose sobre la mesa. La brisa nocturna le despeinaba el cabello y la luz de las velas recortaba su perfil dándole un aspecto sencillamente seductor que hacía difícil que Dohko se concentrara.

- A partir de mañana, todas tus protestas no significaran nada, a partir de mañana, oficialmente tendré que llamarte "Santidad".

- No es gracioso, lo sabes.

- Sólo intentaba aliviar la tensión.

- Si quieres hacerme un favor, escúchame de una vez por todas, Dohko. No puedo más con esto.

- No quiero oírlo, Shion. - dijo el oriental sin mirarlo -. Escucharlo no menguará mi dolor...

- ¿Tanto... así  le amabas...? - musitó Shion al escucharlo, no supo definir ese sentimiento que se formó en su interior y comenzó a reptar por su pecho cuando le escuchó hablar de esa manera.

- Él y yo... lo que tuve con él no lo tendré con nadie más... espero que comprendas que no estoy preparado para enterarme de sus últimas palabras.

- Cualquiera pensaría que tal vez te servirían de consuelo.

- Tal vez... pero... no quiero escucharlo ahora.

- Dohko, sé que lo amabas pero...

- Shion, te suplico que no hablemos más del asunto, por nuestra amistad. - le dijo mientras intentaba sonreír.

- Tienes que enfrentar que él esta muerto. - dijo Shion con desconocida dureza. Dohko se miró en aquellas pupilas rosadas y sintió que el más íntimo de sus secretos estaba a punto de salir a la luz.

- Será mejor que sigamos con esto, te quedan pocas horas. - murmuró volviéndose hacía los viejos pergaminos que sostenía. Shion lo miró sin comprender, ¿qué amante hacia algo semejante? Aunque, en realidad, Dohko y Albafica no llevaban una relación precisamente convencional -. Concéntrate, Shion.

Aunque Dohko intento hacer caso a sus propias palabras, era difícil. Día con día, Sasha se deterioraba más y más... pronto llegaría el final de sus días, y eso era algo que no podía simplemente ignorar. Los acontecimientos se precipitaban de una manera irreversible. Shion ya era el patriarca, aunque no de manera oficial, y pronto habría de enterarse de la naturaleza de la misión que la diosa le había encargado a su mejor amigo.

Tenía miedo de lo que sentía, de lo que veía ocurrir a su alrededor. Con el paso de los días, le pareció como si el santuario se llenara de vida una vez más. La sangre nueva comenzaba a llegar, a reclamar su sitio en el medio de todo ese caos que lentamente comenzaba a ordenarse. Shion se las arreglaba lo mejor que podía, actuando ante aquello de manera semejante a como lo hubiera hecho en el campo de batalla. Día con día contemplaba los minúsculos cambios que su mejor amigo experimentaba, en esencia no había dejado de ser el hombre que conocía, sin embargo, comenzaba a adquirir una serenidad  y un sosiego que meses atrás hubiera considerado impensables.

Al mismo tiempo, la intimidad entre ellos crecía, Shion no sabía como definir aquello, pero Dohko era a cada instante, más y más necesario en su vida, en su porvenir. No se veía a sí mismo sin él, no sabía que iba a pasar el día en que Dohko tuviera que ausentarse. Aún si se sentía incómodo haciéndolo, había hecho uso de su nuevo poder como patriarca para impedir que el chino se concentrase en algo más que en aconsejarle. Tal vez no era el mejor de los caminos, pero si era el más viable. Dohko debía permanecer a su lado. No se sentía capaz de seguir sólo el resto del camino. Estaba firmemente convencido de que el hecho de que las cosas fueran bien hasta ese momento se debía no a su capacidad, sino a la presencia de Dohko. Su apoyo había sido determinante para la forma en que se estaban desarrollando las cosas desde que tomara el mando en el santuario.

Sin embargo, aunque ese pensamiento era lo que racionalmente justificaba su proceder, Shion no podía olvidarse de todo lo que Dohko representaba para él como hombre. Nunca había sentido algo semejante por nadie. Su corazón se había mantenido en silencio, desconectado del resto de su ser desde que se incorporase a las filas de la orden, no había creído que tuviera derecho a tener más aspiraciones que defender la causa de la diosa. Y ahora, años más tarde, se reencontraba con esa parte de sí que por momentos había ignorado que existía. No sabía como llamarle a eso que sentía. Sólo sabía que no quería que por nada del mundo Dohko se apartara de él.

Quizás no era inexperto en cuanto a relaciones se refería, sin embargo, nunca había profundizado demasiado en nada, sabedor de cual sería su destino, destino que había terminado por divergir de lo que él se había supuesto. Pero ahora, ahora no había nada que le impidiera explorar esa faceta de la vida a la que él mismo se había negado.

Aquella tarde, mientras compartía con Dohko la comida, supo que no iba a ser posible para él resistirse más a todo lo que estaba sintiendo por su mejor amigo. Charlaban como si nada, de un millón de cosas sin importancia.

- ¿Sabes? Creo que soy el único santo de toda la orden al que no le has asignado un aprendiz. - dijo Dohko, Shion lo miró con una sonrisa.

- No creí que fuera necesario hacerlo ahora, has estado demasiado ocupado asesorándome con todas estas cosas de ser patriarca, me pareció que bien podrías tomarte un descanso.

- Te lo agradezco, pero no deberías tener preferencias hacía nadie. - dijo Dohko con una sonrisa - ¿Qué clase de patriarca serías?

- Eres más necesario como consejero que como maestro, Dohko. - dijo el rubio mientras contemplaba los verdes ojos de su amigo. Sus ojos se deslizaron hasta los gruesos labios del oriental. Por un momento reprimió el poderoso impulso de  besarlos ¿Cómo podía resistirse a esos labios que tenían la apariencia de un durazno maduro, que se le antojaban tan dulces como el fruto que acariciaban? - Dohko... - susurró el rubio sin quitar los ojos de aquel maravilloso espectáculo. Se acercó a él lentamente, como si no tuviera prisa algún, deleitándose de antemano por lo que estaba a punto de hacer. Dohko no podía ni pensar con claridad, la cercanía de Shion actuaba en el como un sortilegio. No reaccionó sino hasta que sintió los labios tibios de Shion sobre los suyos. Se dejó llevar, pensando que su fantasía le estaba jugando una muy mala pasada, esperando despertar en cualquier momento. En cambio, sintió los potentes brazos del rubio asiéndolo con fuerza, estrechándolo como si no quisieran dejarle ir jamás. Shion se desprendió de sus labios pero no le liberó. El rubio quiso mirarse en los misteriosos ojos verdes del oriental, quiso saber si acaso su corazón hallaría cobijo en manos del hombre del que orgullosamente se llamaba amigo.

- Shion... - susurró el chino mientras repasaba sus labios con los dedos.

- Te amo... no sé como ni cuando empezó, pero te amo... - dijo mientras intentaba besarle una vez más, Dohko intentó evitarlo -. No lo reprimas... sé que lo deseas tanto como yo. - dijo el rubio mientras se aventuraba una vez más a besarle. No sin resistencia, consiguió unir una vez más, sus labios con los de Dohko. El chino exhaló un suspiro contra sus labios y se dejó llevar, no tenía sentido resistir a algo a lo que se había entregado aún antes de que sucediera.

Se dejó envolver entre las torpes caricias que Shion le prodigaba, entre esos besos, húmedos y tibios, que los labios del patriarca le ofrecían. No, no iba a resistirse, ¿para qué? ¿Por qué? ¿Con qué argumentos? No, dejaría al amor seguir su curso y que fuera lo que los dioses dispusieran que fuese.

A los pocos minutos terminaron desnudos uno en brazos del otro. Dohko lo miraba con esos aterciopelados ojos verdes, sintiendo que el alma se le iba en cada caricia que prodigaba a ese cuerpo que parecía tallado en el más puro mármol. Silenciosas lágrimas rodaron por las redondeadas mejillas del oriental, no sabía exactamente a que atribuirlas, si a la marejada de sensaciones placenteras que se aglutinaban en él o al recuerdo que había acudido a su mente, el sereno rostro de Albáfica, sonriéndole, mirándolo con esos hermosos ojos azules.

Cerró los ojos y los labios de Shion se posaron en sus párpados, suavemente, como el aleteo de una mariposa. Se dejó invadir por la calidez que emanaba del cuerpo desnudo que le cubría, del cuerpo de Shion. El rubio lo abrazó y se internó en él con sumo cuidado, como si no quisiera causarle el menor daño. Su razón se había fugado desde hacía un largo rato y el desbocado amor que profesaba al hombre que yacía debajo de él le invadía cada célula del cuerpo, cada fibra de su ser vibraba con intensidad, presa de ese amor que se le antojaba el único asidero que le quedaba en medio de la locura en que se había tornado su vida.

Dohko era su corazón, su pilar y su amarre a la realidad. No iba a permitirse perderlo, bajo ninguna circunstancia.

Se abrazó a la cintura de Dohko mientras se internaba más y más en ese cuerpo moreno y encantador. Lo amaba, eso era lo único que tenía claro por esos días. De verdad lo amaba. Acarició hasta la saciedad a su amante, empapándose con el aroma de su piel, con el cadencioso ritmo de sus caderas y llenando sus oídos con los apagados gemidos que el oriental dejaba escapar. Nunca había sentido algo como eso y estaba seguro de que no volvería a sentirlo jamás.

El éxtasis les sorprendió a ambos en mitad de un erótico beso. Sus cuerpos se pegaron uno al otro, buscando la mayor de las proximidades, se amaban, se amaban como sólo pueden hacerlo quienes se conocen a profundidad, a un nivel tal que las palabras sobran y sus labios sólo hablan con el lenguaje de los besos.

Al amanecer, Dohko despertó aferrado al macizo tórax del hombre al que amaba. Contempló su rostro de facciones relajadas gracias a al intervención de Morfeo y sus yemas acariciaron esa precoz línea que se formaba en la alta frente del rubio. Ese hombre llevaba sobre sus espaldas el peso de un grupo de seres que le seguirían hasta la muerte si era preciso, para defender un ideal en común, eso era, en esencia, en lo que consistía la tarea del patriarca, él entendía, y estaba seguro de que Shion también. Pero no estaba seguro de que Shion estuviera listo para comprender que en un momento muy próximo, tomarían caminos separados y que el amor que sentían no sería argumento suficiente como para permanecer unidos.

Lentamente los extraordinarios ojos de Shion se abrieron, le enfocaron con premura y una sonrisa se formó en los finos labios del patriarca.

- Creí que había sido un sueño... - susurró el rubio mientras acariciaba la despeinada cabeza de su amante.

- Pensé lo mismo.

- Hubiera querido que no amaneciera, que la noche fuera eterna para amarte por siempre.

- Sabes que no podemos... en especial hoy. - dijo el chino mientras Shion besaba su cuello con tremenda calma.

- Es bueno hacerse unas cuantas ilusiones, ¿no crees? - dijo el patriarca y le dejó salir de entre sus brazos -. Es el día, no estoy preparado, pero el día ha llegado. - dijo mientras se ponía de pie exhibiéndose ante Dohko en aquella gloriosa desnudez.

- Es tu deber... - susurró Dohko intentando no pensar en el inminente futuro.

- Lo sé. - dijo Shion mientras se vestía con calma -. Me gustaría que estuvieras ahí hoy.

- Pero, las reglas...

- Nadie tiene porque saberlo. Creo que he encontrado el escondite perfecto para ti. - dijo Shion con una suave sonrisa -. Quiero que estés ahí, no podré hacerlo sin ti, ¡tienes que apoyarme! - le dijo sujetando sus manos casi con desesperación.

- Lo haré, no tienes que alterarte. - dijo Dohko esbozando una sonrisa. Lo amaba tanto que no podía negarle nada, así fuera un capricho absurdo.

-  Entonces tenemos que darnos prisa, no tenemos mucho tiempo antes de que vengan a buscarme.

A medio vestir y sin tener idea de a donde se dirigían, Dohko se dejó arrastrar por Shion al Coliseo. No entendía que era lo que se proponía ese hombre, pero cooperaría en todo.

Shion lo arrastró en dirección al coliseo, entusiasmado con la idea de que no todo sería tan malo como se imaginaba. Se imaginaba el futuro al lado de Dohko y se sentía capacitado para llevar adelante la titánica labor que le había sido encomendado, sin duda, al lado de Dohko era mucho mejor de lo que creía, el oriental le hacía sacar la mejor parte de su ser. Estaba seguro de que en adelante las cosas irían mejor, para ambos.

Arribaron al coliseo, había un buen número de santos ahí, organizando los últimos detalles de la ceremonia en que Shion sería nombrado oficialmente patriarca de la orden de Atenea. Muchos de ellos se inclinaron respetuosamente al verle aparecer. Dohko contemplaba todo aquello como si fuera la antesala de todo el dolor en que terminarían derivando las cosas a su partida a Rozan. No quería pensar en ello, pero al ver como había sido dispuesto el sagrado altar en que se oficiaría en unas pocas horas la ceremonia de entronización de Shion, su corazón no podía dejar de doler. Lo amaba, demasiado quizás, lo suficiente como para considerar la posibilidad de escapar a su deber sólo por seguir la línea que le marcaba el amor.

- Tú estarás aquí. - dijo Shion mientras le señalaba un sitial un poco más elevado que el resto -. Yo mismo pedí que lo pusieran aquí, quiero que cuando me levante sea tu rostro lo primero que vea. - Dohko sonrió con tristeza -. Me parece que no te ha gustado mi idea.

- No es eso... es sólo que... no deberías tomarte tantas molestias.

- ¡Por supuesto que debo hacerlo! Eres mi consejero... lo más importante en mi vida. - dijo el rubio en voz suave y pausada.

- Aún así...

- No repliques. Acepta lo que te ofrezco, por favor. - insistió Shion, Dohko lo miró desde la profundidad de esos hermosos ojos verdes y sonrió con sinceridad.

- Aceptaré todo lo que me ofreces, Santidad. - ambos hombres se echaron a reír. Debieron volver apresuradamente a los aposentos del patriarca, Shion debía prepararse, al igual que Dohko.

Mientras se encontraba a solas en su templo, Dohko no pudo evitar pensar en los momentos compartidos con Shion la noche previa. ¿Qué iba a  ser de él cuando tuvieran que separarse? No podía evitarlo, estaba más preocupado por su amante que por él mismo. No estaba seguro de que Shion pudiera salir adelante sólo, no que dudara de su capacidad, sino de la auto confianza del primer dorado. Shion no se veía a sí mismo como un estadista, aunque  había podido observar que poseía las dotes de uno. Shion se veía más a sí mismo como un soldado que como un general. Ese era el dilema que debía resolverse antes de que partiera en definitiva del santuario.

El tiempo parecía transcurrir más rápido de lo debido, Shion se miró al espejo y no reconoció su rostro en la imagen que éste le devolvía. No estaba seguro de que fuera la mejor decisión de la diosa el haberle elegido a él como patriarca. Recordó las palabras de su maestro acerca del patriarca, "el sumo sacerdote es la voz de la diosa en la tierra, el hombre que nos revela su voluntad y nos dirige para honrarla". ¿Podía él llegar a llenar semejantes zapatos? ¡había tantas dudas aún en su mente! Y a cada momento sólo podía pensar en Dohko, en su fiel amigo, en su compañero, en el hombre al que amaba.

Había albergado ese sentimiento desde hacía tiempo, ahora lo reconocía. Quizás lo había ignorado por  que estaba convencido de que moriría en la guerra sagrada, no había motivos para hacerse ilusiones, no había motivos para creer que Dohko le correspondía... lo cierto era que en el momento en el que recorrió aquel corredor hacía el coliseo, supo que no concebía su existencia sin ese hombre de piel tostada y ojos de anciano, lo amaba y lucharía por él, más allá de si mismo, más allá del deber si era necesario.

El momento de entrar al coliseo se presento sin que él lo deseara, la tensión que padecía estaba al límite. A partir de ese día, todo sería irreversible. Sería el patriarca de la sagrada orden de Atenea, nombrado por la propia diosa, y en sus manos descansaría el destino de todos los hombres y mujeres que conformasen la orden, a partir de ese día, el peso sobre sus hombros sería increíblemente grande, y el precio a pagar sumadamente alto. No tenía modo de escapar a aquello.

La ceremonia transcurrió sin que él entendiese a cabalidad lo que ocurría, era como si toda su persona estuviera siendo manejada por una fuerza ajena a él que le indicaba cuando y qué responder durante la ceremonia. Sintió la suave textura de la seda vestir su cuerpo, y sintió como le era colocado cada uno de los implementos que debía portar en adelante. Por último, pusieron en sus manos el casco que simbolizaba su estatus, y le hicieron arrodillar ante la diosa. Sasha le sonreía, confiada y alegre, aunque las ojeras alrededor de sus ojos eran mucho más acusadas que la última vez que la viera.

- Levántate, Shion de Aries, patriarca de la sagrada orden de Atenea. - dijo ella tendiéndole las manos, Sasha miró el rostro angustiado de su nuevo representante, pudiendo leer en aquellos ojos tan peculiares la profunda angustia que embargaba al hombre que se postraba ante ella deseando escapar a su destino. - A la larga, lo entenderás. - dijo ella saliéndose del protocolo. Shion bajó el rostro, incapaz de sostener la mirada de la diosa, alguien cubrió su rostro con esa máscara que había visto a Sage usar muy pocas veces...

Los sobrevivientes le aclamaron como su nuevo patriarca sin que él pudiera compartir la alegría del resto, buscó a Dohko entre la multitud y se encontró con que el chino le sonreía con suavidad. Al menos, aún le tenía a él.

La celebración se prolongó más de lo debido, Dohko había temido la llegada de ese día desde el momento en que Sasha le comunicara la decisión que había tomado respecto a su futuro. Lo cierto era que no quería irse. Hubiera preferido apresurar la partida, irse de inmediato, pero no fue posible, las circunstancias lo habían impedido y ahora, se veía inmerso en algo que iba más allá de él. ¿Debía dejar a Shion para ir en pos de su deber? ¿O tal vez era mejor dejar de lado su deber por permanecer al lado del hombre que le hacía sentir todas esas cosas?

No tenía una respuesta, pero el tiempo se le estaba acabando...


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