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REQUIEM FOR A RHAPSODY por CheerioFan

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Notas del capitulo:

Lamento la tardanza, de verdad he tenido muchas ocupaciones y hasta ahora he podido encontrar el tiempo necesario para escribir la continuación de esta historia.

 

Es un capítulo bastante largo, así que espero que lo disfruten y manden sus reviews.

 

Ya para concluir debo decir que hay partes que están en cursiva, lo que significa que es un flash back.

 

I know you think that I shouldn’t still love you

Or tell you that

But if I didn’t say it, well I’d still have felt it

Where’s the sense in that?

I promise I’m not trying to make your life harder

Or return to where we were

“Brittany…”

Esa palabra se sentía tan extraña en su boca; Santana recordaba que cada vez que la pronunciaba, era como si su paladar saboreara el sabor más dulce que pudiese existir, pero ahora, todo lo que podía percibir era amargura. Siempre pensó – estaba segurísima – que ya no tenía problemas con este delicado tema ¿por qué habría de tenerlos? Ya la había superado, le tomó diez años hacerlo.

Su mente se nubló, toda actividad en ella se detuvo, era como si hubiera entrado en un estado comatoso. Sus ojos veían a la chica – mujer – frente a ella pero en realidad no la observaban; oía todo a su alrededor, pero todos los sonidos que la rodeaban poseían un eco distante. Sentía que algo en su interior se expandía a un ritmo constante. No era emoción, tampoco rabia, no era nada; era un vacío que la devoraba, era un hoyo negro que la mataba.

Santana miró como los labios de la rubia se movían, pero no lograba escuchar las palabras, ya no escuchaba nada. Sintió como un helado escalofrío recorría su cuerpo y aniquilaba todo el calor y fue cuando un peso se colocó en sus hombros, la vista se le nubló y un agudo zumbido se apoderó de sus tímpanos. Era una sensación extraña y desagradable, las piernas le empezaron a temblar y eso era inaceptable, Santana López NO temblaba, ni por esfuerzo físico ni por nerviosismo. Nadie tenia ese efecto en ella, no lo tuvo Sue Sylvester, no lo tenían los empresarios más importantes del planeta, tampoco los poderosos políticos, ni siquiera su prometido gozaba de ese privilegio. Sin embargo, esta mujer, con palabra y media, lograba esto y, probablemente, más.

“No me siento bien,” susurró Santana a nadie en particular. Sintió que alguien la tomaba del brazo, Brittany se atrevió a tomarla del brazo y su reacción fue espontánea, casi como un reflejo. Sin pensarlo alejó esa pálida mano con un débil manotazo, “no me toques.”

Esa actitud nunca la tuvo que sufrir Brittany en todos sus años de conocer a Santana y se sintió herida porque significaba que ya había dejado de ser la excepción de la latina, ya era una persona más, ya era una persona cualquiera.

Había tantas cosas que Brittany quería decir, tenía tanto que explicar y el momento había llegado tan de golpe – literalmente – que no sabía por dónde empezar. De hecho, en su cajón de su mesa de noche junto con toda la correspondencia que recibió de la latina, había un discurso que modificaba año con año para explicarle a Santana sus razones, pero no recordaba ni una sola palabra de ese discurso de 24 páginas.

Santana intentó caminar, pero al parecer sus pies se habían olvidado de cómo hacerlo y tropezaron con algo. La morena sintió que su arrogancia volvía y que estaba a punto de hacer el ridículo frente a un grupo de franceses; sin embargo, un par de fuertes brazos la sujetaron y fue cuando el calor, la luz y la razón volvieron a su cuerpo. La sensación era extraña pero, al mismo tiempo, familiar.

La rubia sujetaba a Santana, su peso era más ligero de lo que recordaba, pero su olor era el mismo, la sensación de cercanía era abrumadora, en el buen sentido. Tenerla entre sus brazos la reconfortaba, la hacía sentirse en casa.

“Gracias,” murmuró la latina con timidez y fue un segundo después cuando sus ojos se admiraron por primera vez, luego de diez años. Sin duda Brittany notaba la diferencia, el color café era el mismo, las pestañas eran igual de largas, pero había algo más, ya no eran los ojos de Santana a los 18 años, ese par ya eran los ojos de una mujer madura y lo triste era que no expresaban la misma emoción, pero aún había un leve brillo, un brillo que parecía que se apagaría en cualquier momento.

De una cosa estaba segura Brittany: esta era Santana López, la mujer de la que se enamoró de niña y ese amor no se había extinguido y no se extinguiría aún cuando pasaran otros diez o cien o mil años; Brittany seguía enamorada con la misma intensidad, la seguiría amando con todo su cuerpo, con toda su alma y Santana López siempre sería la dueña de su corazón.

*****

I will go down with this ship

And I won’t put my hands up and surrender

There will be no white flag above my door

I’m in love and always will be

La vida en Lima, luego de la partida de Santana, era bastante aburrida. Brittany no sabía qué hacer sin ella, pero sabía que debía hacer algo, así que unas semanas después, encontró trabajo en Sheets-N-Things. Fue difícil entender el por qué las sábanas se debían doblar de cierta manera, después de todo, se arrugarían una vez que estuvieran en la cama ¿no? No fue un trabajo fácil, sobre todo por su jefa, Terri Schuester, la ex del señor Schue, quien le gritaba todo el tiempo.

En un principio, Brittany se asustó, porque estaba segura de que ese comportamiento era el resultado de no tener sexo y con Santana lejos, Brittany no tendría sexo y se volvería amargada como la ex-señora Schue. Pero ese viernes, luego de regresar del trabajo, el teléfono sonó y Brittany descubrió que sí se podía tener sexo por teléfono y también por Internet.

Quinn y Puck eran un gran apoyo. Cada sábado salían a divertirse y siempre terminaban en el mismo lugar, en el estacionamiento de la preparatoria, platicando, recordando y extrañando. Brittany podía ver la depresión en los ojos de Quinn y Puck y cada vez que los tres terminaban en este estacionamiento, la rubia deseaba que la preparatoria hubiera sido eterna, deseaba no tener que madurar, deseaba que Santana estuviera a su lado para susurrarle que todo estaba bien.

Cuando Santana regresó para el Día de Gracias, fue un fin de semana perfecto, platicaron de todo y de nada, se escapaban cada vez que podían para poder saciar su necesidad y cuando partió, Brittany lloró. Fue un largo mes de extrañarla y las vacaciones de Navidad se veían tan lejanas, pero cuando al fin llegaron, fue como un milagro, porque todos sus amigos llegaron casi al mismo tiempo que el amor de su vida y fue como si nunca se hubieran ido. Ese año, Brittany se negó a ir a Holanda y pasó con los López dos semanas perfectas, despertando cada mañana con su morena entre los brazos, sonriendo por cada segundo que compartían y estaba segura de que así quería pasar el resto de su vida.

La siguiente vez que Santana regresó a Ohio fue una sorpresa. Brittany regresó del trabajo y sin preámbulos, su madre y su hermana le dijeron que en su habitación le esperaba una sorpresa por su cumpleaños, así que no dudó en correr y lo que encontró fue el mejor obsequio. Fue el mejor cumpleaños de su vida y la despedida en el aeropuerto fue dolorosa, pero Brittany sabía que volvería a ver al amor de su vida. Al regresar a su casa y notar que Quinn estaba platicando con su madre, entendió que estaba muy equivocada.

“No cabe la menor duda de que Brittany y Santana son la una para la otra.” La rubia no pudo evitar sonreír ante las palabras de Quinn. Brittany estaba a punto de anunciar su presencia cuando escuchó, “Hannah ¿te sucede algo?”

Brittany escuchó el característico suspiro de su madre cuando se sentía decepcionada. La rubia estaba acostumbrada a recibir ese suspiro. “No me mal interpretes Quinn. Amo a mis hijas, haría cualquier cosa por ellas, pero Brittany me preocupa. Está tan perdida sin Santana que no sé qué va a pasar con ella. Aún cuando están distanciadas, Britt sigue siendo muy dependiente de ella…” hubo una larga y tortuosa pausa. La rubia se recargó en la pared, escuchando la decepción silenciosa de su madre… fue cuando Brittany lo supo: su madre estaba decepcionada de ella. “¿Qué va a pasar si Santana encuentra a alguien que…?”

“No Hannah,” Quinn la interrumpió abruptamente, “Santana volverá por Brittany y sabemos que nunca va a permitir que algo le falte.”

“Ese es el problema, Quinn. En una relación debe haber equidad, Santana no necesita ser la niñera de mi hija. Yo sé que ella no permitiría que algo le falte a Brittany, ella sería capaz de darle todo. Pero dime ¿mi hija qué le puede ofrecer a Santana?”

Brittany se dejó caer en el suelo, mientras en su mente retumbaban las palabras de su madre y es que tenía tanta razón ¿qué le podía ofrecer? No es que pudieran sobrevivir de amor, Brittany no quería ser una carga para su novia. Debía ser algo más que una dobla sábanas de una tienda departamental en un pueblo en medio de la nada; debía ser digna de Santana, debía demostrarle a su familia que ella también era capaz de salir de Lima y ser alguien.

Santana miraba perdidamente a su taza de té a medio terminar. Mil pensamientos corrían por su mente y no sabía si debía decir algo o mejor permanecer callada.

“¿Cómo te sientes?” La voz de Brittany temblaba, no sabía qué decir. La latina se encogió en hombros. “Te ves muy bien,” los cumplidos siempre le subían el ánimo a la antigua Santana, “aunque siempre te has visto bien,” la expresión de la morena no cambió. Hubo un momento de silencio.

“No puedo,” al fin dijo la latina, al mismo tiempo que cerraba los ojos con fuerza y sacudía la cabeza en señal de frustración, “no puedo hacer esto.” Santana tomó su bolso, pagó la bebida y con una velocidad impresionante salió del establecimiento. Estaba prácticamente trotando cuando alguien – Brittany – la detuvo.

“Espera.” Santana respiraba agitada, “olvidaste esto,” la rubia alzó las seis bolsas CHANEL que la morena tanto había protegido unas horas atrás.

Con cautela las tomó, prestando suma atención en no tocar las manos blancas de Brittany. “Gracias,” dijo la latina para luego darse la media vuelta y emprender el camino hacia su hotel, hacia su vida, hacia una vida en donde ya no existía Brittany Susan Pierce, pero al parecer, ella tenía otros planes.

“Realmente quisiera que habláramos,” dijo la rubia que de pronto caminaba junto a ella, igualando la velocidad de su caminar.

“No hay nada de qué hablar, Brittany.”

“No seas así, San…”

“No me llames así ¿quieres? Soy Santana para ti.”

La morena sabía que en el pasado esas palabras habrían destrozado a Brittany. “Por favor, Santana. Sólo quiero platicar contigo.” Al ver la templanza y la determinación en ese par de ojos azules, la latina de verdad consideró la propuesta.

*****

I know I left too much mess and destruction

To come back again

And I caused nothing but trouble

I understand if you can’t talk to me again

And if you live by the rules of “it’s over”

Then I’m sure that that makes sense

Brittany necesitaba aprender a vivir independientemente y demostrarle a todos que era capaz de valerse por sí misma. El plan era simple: irse y regresar como una bailarina exitosa. No podía ser tan difícil ¿cierto? Así que una noche, tomó todo su dinero que ahorró durante los últimos ocho meses y se dirigió a la terminal de autobuses. Su primera idea fue tomar el primer bus a California porque ahí estaban los más grandes y famosos bailarines del Universo y, claro, donde estaba Santana. No, no podía ir a California, sabía que no podría luchar en contra de sus deseos de querer buscarla. Así fue como terminó en un autobús con dirección a la ciudad de Nueva York.

No fue nada fácil estar en esa ciudad que era mil veces más grande que Lima y en donde había tantos millones de personas caminando por las calles. Durante las primeras semanas intentó buscar trabajo de bailarina, pero muchas veces se terminaba perdiendo en esa jungla de concreto, a las entrevistas que lograba llegar, llegaba tarde o ni siquiera la dejaban adicionar por ser una ‘amateur’ – Dios, ni siquiera sabía que significaba esa palabra.

Las cosas empezaron a empeorar cuando el dinero empezó a escasear, debía buscar un empleo y así terminó en un Subway, algo que no entendió porque ella era muy mala siguiendo instrucciones. Estuvo en Nueva York por dos años, no hizo muchos amigos, casi no salía. Pero un día, se perdió en la ciudad, otra vez, luego de visitar Central Park, sin querer se adentró en un vecindario de clase alta, los edificios eran muy altos, pero el sol no se veía obstruido. Esta era la clase de lugar en donde se imaginó a Santana viviendo en un futuro tal vez no muy lejano. Suspiró pesadamente, quería verla, se moría por verla, pero aún no podía regresar. Quizás cuando fuese capaz de poder ofrecerle una vida en un lugar como el que ahora recorría, podría recuperar a su novia.

La rubia siguió caminando y algo llamó su atención. Una florería. Sus ojos miraron el establecimiento y notó los tulipanes amarillos, sin pensarlo dos veces se adentró en el lugar, el aroma era suave y las flores se veían radiantes. En el fondo del establecimiento estaba una chica hojeando una revista. Brittany la miró con detenimiento, se veía agradable a primera vista, su cabello era rubio y podía ser que fuera igual de alta que ella. La encargada al notar la presencia de la potencial cliente, sonrió animadamente y Brittany no sabía por qué, pero sintió desagrado, frunció el ceño y sin más salió de la florería.

Brittany entendió que no lograría nada en Nueva York luego de un encuentro azaroso. Era un domingo sin mucho qué hacer en el Subway y fue cuando vio a tres personas muy familiares caminando por la acera, justo frente al establecimiento, eran Rachel, Kurt y Mercedes. Caminaban sin prisa alguna y fue cuando los ojos esta última se toparon con la rubia. Mercedes se veía sorprendida y tenía la boca semi-abierta. Brittany alzó la mano para gesticular un saludo, pero la morena sacudió la cabeza y siguió su camino. La rubia, a estas alturas, sabía que sus amigos la odiaban por lo que había hecho, por lo que le había hecho a Santana y con amargura, tres semanas después, se encontraba abordando un avión con destino a Ámsterdam. Con suerte, su vida sería un poco mejor allá.

Brittany observó la sonrisa del mesero cuando vio a Santana. Había vivido suficientes años en Francia para saber que los hombres de este país encontraban fascinantes a chicas como la latina y que con mucha frecuencia lograban seducirlas con sonrisas como esa.

“¿Desean algo de tomar antes de ordenar?”

“Sí, una botella de Chateau Bridoire.” Respondió Santana de inmediato, al mismo tiempo que le ofrecía al mesero una sonrisa coqueta.

“En seguida.”

“Te estaba coqueteando,” murmuró la rubia sin pensar.

“Sí, lo sé. Pero no creo que tenga tanta suerte.”

Ambas se miraron fijamente a los ojos, tratando de comprender lo que estaba sucediendo, tratando de verificar si esto no era un sueño.

“Y bien,” Santana fue la que puso fin a ese horrible silencio, “¿qué haces?”

Brittany se encogió en brazos mientras jugaba nerviosamente con su servilleta, “no mucho… uhm, trabajo de mesera en un club por aquí cerca y trabajo en un pequeño estudio de danza como maestra.”

La morena asintió con la cabeza lentamente, “supongo que te va bien… siempre te gustó bailar ¿no?” Sus ojos escanearon la mesa nerviosamente.

Era como si una gran barrera se alzara entre ellas. Años atrás las palabras ni siquiera eran necesarias para comunicarse y ahora todo era tan complicado, esa comunicación que compartían parecía haber desaparecido. Había tanto qué decir, tanto qué preguntar, pero simplemente no encontraban las palabras para hacerlo.

El mesero volvió con dos copas que llenó de vino tinto en seguida, “¿desean ordenar ya?”

La morena tomó la carta y la inspeccionó rápidamente, “uhm, yo quiero un filet mignon en filo avec sauce madere.”

“¿Y para usted?”

Ratatouille,” dijo Brittany firmemente.

Santana y el mesero intercambiaron miradas perplejas, “¿Rata…touille?” preguntó el hombre algo confundido. La rubia asintió con la cabeza al mismo tiempo que esbozaba una tierna sonrisa. “Muy bien. Los platillos se los traeré tan pronto estén listos.”

“Brittany,” Santana tomó su servilleta y la colocó en su regazo, para luego apoyar sus codos en la mesa y entrelazar sus dedos, “yo voy a pagar ¿okay? Con toda libertad puedes pedir lo que quieras…” Los ojos cafés de la latina miraron a su acompañante y de pronto supo el por qué esa rubia al otro lado de la mesa había ordenado un platillo tan… tan común y corriente. No pudo evitar sonreír ante el recuerdo, “es por la película de Disney ¿verdad?”

“Siempre quise probar el platillo luego de ver la película… contigo.”

Brittany y Santana tenía trece años cuando la película se estrenó, era su primera cita doble con chicos mayores que ellas y ellos las estaban presionando para ver una ridícula película de terror y, obviamente, la rubia se negaba a entrar a una sala oscura para ver a un loco asesino de sexualidad ambigua… en la cartelera se anunciaba que la película de Ratatouille se exhibía y Brittany sugirió verla. La respuesta de los chicos fue: ‘esa película es infantil y para retrasados’. Santana frunció el ceño y les dijo de manera cortante y agresiva que la cita había terminado. Tomó la mano de Brittany y la llevó a la taquilla, donde compró dos boletos para la nueva película de Disney Pixar, luego a la fuente de sodas diciéndole a su mejor amiga que podía pedir lo que quisiera porque ella la invitaba y esa vez, para Brittany, fue su primera cita, no por el hecho de que la morena hubiera pagado todo, sino porque sus manos permanecieron entrelazadas durante toda la película y porque Santana le prometió que algún día visitarían París y comerían todo el Ratatouille que sus cuerpos pudieran soportar. Y ahora, 15 años después, ahí estaban las dos, en París, intentando descubrir en qué momento sus vidas tomaron caminos distintos.

*****

I will go down with this ship

And I won’t put my hands up and surrender

There will be no white flag above my door

I’m in love and always will be

Brittany llegó a Ámsterdam la primera semana de Enero de 2015 y sólo había un lugar al que podía ir. Una hora luego de que su avión aterrizara, la rubia estaba paraba frente a la puerta de la casa de sus abuelos; estaba nerviosa, pero luego de un par de minutos, tomó valor y tocó la puerta.

“Oh por Dios, Brittany,” Beha Pierce, su abuela, la miraba impactada. Habían pasado tres años desde la última vez que vio a su nieta, habían pasado casi dos años y medio desde que supo de ella por última vez.

“Hey Oma* ¿puedo pasar?”

La mujer reaccionó y dejó pasar a la rubia. Ambas se sentaron por largo rato, sin decir nada, toda la casa poseía un silencio sepulcral y Brittany sabía que algo andaba mal.

“¿Dónde está Opa*?

Beha bajó la mirada. Era increíble que en tan poco tiempo, las cosas se transformaran a una velocidad impresionante, “Britt, Johannes… uhm… él murió,” la voz de la mujer se quebró, la herida aún estaba fresca, “un infarto hace tres meses y…” la mujer pasó su mano por su mejilla, retirando la lágrima que se había escapado de sus ojos verdes, “no lo resistió.”

Brittany no sabía cómo reaccionar ante esa noticia, una de las personas más importantes de su vida se había ido, uno de sus consejeros había dejado de existir y ni siquiera había podido despedirse de él.

Esa semana, la rubia pasó cada día en el cementerio, contemplando la lápida de su abuelo, dibujando el nombre y platicando con él de todo lo que había vivido los últimos años, confesándole sus tristezas y pidiéndole consejos que sabía nunca serían respondidos. Cada noche, antes de dormir, contemplaba el brazalete que le había regalado su abuelo a los 14 años, esa pulsera poseía recuerdos de dos de las personas que más amaba y con quienes ya no podía compartir nada.

Una mañana, su abuela entró a su habitación con un delgado fajo de correspondencia.

 “¿Qué es eso?” Preguntó una cansada Brittany.

Su abuela miró el paquete entre sus manos mientras lo acariciaba tiernamente, “algo que te pertenece,” Beha se sentó en la orilla de la cama, “¿has sabido algo de tu familia, algo de Santana?”

Brittany contempló la ventana con tenía rastros de nieve, “no.”

“¿Por qué estás haciendo esto?” Beha acomodó un mechón de cabello tras la oreja de la rubia, “sé que estás sufriendo y no sólo tú, tus padres y tus amigos también lo hacen. Johannes se fue sin saber nada de ti y… y la pobre de Santana, tú mejor que nadie debes saber cómo se siente.” La mujer suspiró con frustración, “¿Por qué Brittany?”

“Y-yo…” en la garganta de la rubia se formó un nudo y sus ojos empezaban a inundarse en lágrimas que trataba de reprimir, “todos saben que no soy lista. Santana… ella va a ser alguien importante y yo no tengo nada que ofrecerle que ella no pueda conseguir con mayor facilidad. Ella siempre cuidó de mí, ella hacía todo por mí…” de los labios de la chica se escaparon un par de sollozos que le impidieron continuar, “y-yo no quiero ser una carga para mi San. Quiero ser capaz de cuidar de ella también, de ofrecerle todo lo que se merece. Por eso hago esto…” los ojos azules de Brittany enfrentaron los verdes de Beha, “por favor, no le digas a nadie que estoy aquí,” suplicó la chica con un entrecortado susurro.

La anciana mujer se levantó y dejó el paquete de cartas en el regazo de su nieta, todas de Santana, postales que no se limitaban a felicitaciones navideñas, al parecer la latina tenía la ligera impresión que su novia optaría por acudir a la casa de sus abuelos. Beha se detuvo en el marco de la puerta, “¿sabes qué día es hoy?”

Brittany frunció el ceño, realmente no sabía en qué día vivía, “no.”

“12 de Enero.”

Eran cerca de las 7:45am cuando salió de la casa, no podía soportar estar encerrada con tantas emociones, con las cartas de Santana… no tenía el valor de abrirlas y leerlas y lo peor de todo era que este 12 de Enero su novia cumplía 21 años. Habían hecho tantos planes para cuando esta fecha llegara… sus pies se detuvieron cuando divisó un teléfono público, miró su cartera, verificando que tenía suficiente cambio y, de un momento a otro, sus dedos presionaban las teclas con los números que se sabía de memoria.

¿Qué le podía decir a Santana ‘Hola amor, perdón por desaparecer, espérame por favor’? No, las cosas eran más complicadas que eso. Brittany sintió que el llanto saldría en cualquier momento mientras escuchaba el tono de marcado y cuando al fin le contestó, su mente que quedó paralizada… lo único que atinó a salir de sus labios fue un sollozo.

“¿Brittany?” Escuchar su nombre pronunciado por la morena era reconfortante, pero las emociones se desbordaban y sin pensarlo, colgó.

La rubia permaneció en Holanda un año, ayudando a su abuela y consiguiendo un trabajo en un pequeño estudio de baile cerca de la casa de Beha. Sin embargo, antes de que las fiestas navideñas iniciaran, Brittany tomó un tren a París, porque a Santana le gustaba esa ciudad.

“Deberías ver a tu hermana, es muy parecida a ti. Está estudiando arte contemporáneo en Nueva York,” la latina le dio un sorbo a su copa de vino, “fue capitana de la cheerios y estuvo en el Club Glee ¿puedes creerlo?”

“Supongo que hizo todo eso porque siempre te admiró.”

Santana frunció el ceño al ver la poca autoestima de la rubia. Sin duda Lizzy fue como la hermana que nunca tuvo, en lugar de eso, sus padres le dieron a su adorado dolor de cabeza Manuel, pero Santana estaba más que segura que Lizzy siguió los pasos de su hermana mayor, era una manera de estar cerca de ella. Sin embargo, la morena no le diría eso a Brittany… no después de todo lo que había pasado.

La conversación se detuvo cuando su móvil timbró, “¿Hola?... Hey Quinn ¿cómo estás?” Brittany miraba con timidez a la morena, pero al mismo tiempo con mucha atención, tratando de memorizar la manera en cómo se cabello negro caía sobre sus hombros, la manera en cómo se reía, en cómo dibujaba la orilla de la copa mientras se adentraba en la conversación. “Dile a Rachel que el vestido le quedará bien y que de ninguna manera se cambiarán, es una de las damas de honor, no tiene derecho a elegir nada.” La rubia frunció el ceño ¿dama de honor? ¿Rachel? Su atención se desvió al dedo anular de Santana, en él había un anillo plateado, decorado con un hermoso diamante.

Brittany sintió que el color se drenaba de su rostro, tal vez no era muy lista, pero había visto suficientes películas románticas para saber que ese era un anillo de compromiso.

“Hey Quinn, no vas a creer a quién tengo frente a mí… cállate, no voy a cometer adulterio antes de dar el ‘sí, acepto’… te recomiendo que te sientes… créeme, yo casi me desmayo… ¿lista?... no, tengo una mejor idea…” Santana se alejó el celular del oído y se lo acercó a Brittany, “dile hola a Quinn.”

*****

And when we meet

Which I’m sure we will

All that was then

Will be there still

I'll let it pass

And hold my tongue

And you will think

That I've moved on…

La vida en un país distinto era difícil, sobre todo cuando no se entiende la más mínima palabra de lo que la gente dice. Bueno, no es que Brittany no supiera francés, ella sabía lo esencial – bonjour, monsieur, madam, croissant y merde, esa última se la enseñó Santana – pero eso no fue suficiente.

Su abuela había insistido que tomara la herencia que le había dejado su abuelo, pero la rubia estaba empeñada en ser independiente, quería ganar su propio dinero y lo único que le pidió a Beha fue que le ayudara a conseguir un departamento económico que pudiera pagar.

Su departamento no estaba cerca del centro de París, de hecho estaba bastante lejos, era muy pequeño – sala/comedor/cocina, un pequeñísimo baño y un solo dormitorio. Una vez instalada en su nueva ‘casa’, el siguiente paso era conseguir un empleo de lo que fuese, pero no entendía nada de lo que la gente le decía o lo que estaba escrito en el diario. Sin embargo, dos semanas luego de haber llegado a la ciudad, Brittany conoció a una castaña, de ojos cafés y piel blanca, de nombre Nolwenn Cabrel. Fue un encuentro fortuito y la castaña pareció compadecerse de ella. Le ayudó a aprender el idioma, le ayudó a conseguir un empleo de mesera en uno de los club gays más famosos de la ciudad y gracias a uno de sus amigos pudo conseguir un empleo como maestra de danza en un estudio al otro lado de la ciudad.

Su vida en Francia fue muy diferente a la de Nueva York o a la de Ámsterdam, existía un ambiente más erótico y romántico, y muchas chicas se le insinuaban, la misma Nolwenn se le insinuó varias veces y un día terminaron en la cama de la francesa. Era agradable despertar con un tibio cuerpo junto al suyo, pero no se comparaba al cuerpo de su morena. Sus encuentros sexuales fueron más y más frecuentes hasta que un día la castaña le pidió que formalizaran su relación, Brittany se sintió contrariada porque esa mujer le había ayudado a adaptarse a una cultura diferente, pero su mente y su corazón le gritaron que no porque no era justo para Nolwenn ya que cada día que pasaban juntas, la holandesa no podía dejar de compararla con Santana… nadie podía ocupar el lugar de Santana.

Así pasaron seis años. La vida ya era menos complicada pero el dinero aún no era suficiente, aún cuando tenía dos empleos y una chica que la apoyaba en lo que necesitase; pero eso no era lo peor, su existencia era miserable porque sabía que ya era demasiado tarde para regresar a su antigua vida.

“¿Quién es Santana López?” Preguntó Nolwenn una tarde del pasado Diciembre, cuando la postal navideña de la morena llegó. No es que Santana supiera que la rubia estaba en Francia; de hecho, su correspondencia empezó a llegar a su puerta cuando Beha se aseguró que su nieta tuviera un lugar estable para reenviar todas sus cartas.

La rubia tomó la postal de las manos de la francesa y la guardó en el cajón de su mesa de noche. “Una antigua amiga.”

“¿No la vas a leer?”

Brittany no había leído ni una de las caras de Santana desde que dejó Lima. Sentía que no tenía derecho de hacerlo porque sabía que había decepcionado a su antigua novia, tenía miedo de leer reclamos, de leer palabras de odio o de tristeza. Tras diez años, Brittany aún no podía creer que la latina mantuviera su promesa de enviarle una postal cada Navidad.

“No,” fue su única respuesta.

Santana bebió su último sorbo de vino tinto, para luego sonreír ante uno de sus pensamientos, “antes de partir a Londres tuve el ‘placer’ de encontrarme con Maggie. Por cierto, te manda saludos.”

Brittany frunció el ceño, “¿Maggie?”

“Sí,” la morena se recargó en el respaldo de su asiento, “aún después de todos estos años aún la detesto…” Santana se detuvo al ver la expresión inexpresiva de su acompañante. “¿Cómo es que no te acuerdas de Maggie? Fue tu novia en preparatoria.”

“Tú fuiste mi novia en preparatoria,” respondió de inmediato Brittany.

La latina se quedó sin palabras por un segundo, a pesar de que ya estaba más tranquila, de que ya podía ver a los ojos a Brittany y, de hecho, intercambiar palabras con ella, su cuerpo aún se sentía en alguna clase de sopor. Sabía que debía sentirse ofendida porque esa relación nunca tuvo un final apropiado.

“Tu otra novia de preparatoria,” murmuró Santana entre dientes.

“¿Cómo se llama?”

“Maggie,” respondió la morena con un tono desesperado, era increíble que esta rubia no recordara el nombre de la estúpida pelirroja. Sus ojos miraron a Brittany y notó que sus ojos azules no la miraban a los ojos, estaban fijos en su mano izquierda, fue cuando entendió la pregunta. “Se llama Thomas. Lo conocí cuando llegué a Inglaterra, nos vamos a casar en dos semanas.”

Brittany sentía que se moría. Alguien, que no era ella, había logrado obtener algo que Santana siempre se negó a dar, la misma Brittany batalló para obtener ese algo: eterno compromiso. Ese tal Thomas había logrado comprometerse con su Santana.

La rubia sintió que el corazón se le estrujaba de dolor y no pudo evitar preguntarse que tenía Thomas para ofrecerle a la mujer frente a ella, “uhm, pues…” Brittany bajó la mirada derrotada, “muchas felicidades.”

*****

I will go down with this ship

And I won’t put my hands up and surrender

There will be no white flag above my door

I’m in love and always will be

Ambas estaban paradas justo frente al restaurant. La despedida era algo inevitable y Brittany sabía que había perdido la oportunidad de enmendar la situación, de explicar sus razones, pero ¿para qué? Ya había perdido su única oportunidad porque no pudo encontrar el momento indicado para sacar el tema, por miedo a que Santana no quisiera escucharla y que se alejara de su vida con la misma velocidad con que la encontró. Ya no valía la pena esforzarse de todas maneras, Santana se iba a casar y la rubia no quería arruinar su felicidad, otra vez.

“Me dio mucho gusto verte,” dijo Brittany encontrando muy interesante el suelo que pisaban.

“Supongo que a mí también,” murmuró la morena.

La holandesa no lo pudo evitar, se acercó a Santana y con un poco de reticencia abrazó a su antigua novia como si su vida dependiera de ello. Sin embargo, no hubo una respuesta de bienvenida de la otra mujer, lo único que la latina pudo hacer fue colocar sus manos en los hombros de la rubia y alejarla de su persona.

“Adiós San… Santana.” Brittany se dio la media vuelta. Quería llegar a su departamento lo más pronto posible para poder llorar como no lo había hecho en años, quería regresar a su vida miserable, por primera vez quiso poder ser como la morena, quiso ser capaz de seguir adelante y poder superar lo que alguna vez existió entre ellas.

Santana no supo cómo pasó. En un primer momento estaba observando cómo se alejaba Brittany y al siguiente, la había alcanzado y tomado del codo para que se detuviera. Cuando sus ojos se engancharon, pudo ver que esos ojos azules estaban a punto de romper en llanto.

“Ten,” la latina le extendió una tarjeta, “es el hotel en el que me hospedo, ahí está el número telefónico. Mi habitación es la 814.” Brittany no reaccionó, sólo pudo mirar a la morena, “uhm, mejor te lo escribo.” Santana escribió el número de habitación en el reverso de la pequeña tarjeta. “Voy a estar libre por tres días, así que llámame ¿quieres? Aún hay cosas que quiero discutir contigo, pero ahora no es el mejor momento.”

“¿Por qué?”

Los ojos de la latina miraron a su antigua amiga, le volvió a ofrecer la tarjeta a Brittany, quien la tomó de inmediato, “créeme que hay cosas que quiero discutir contigo, pero no sé cómo reaccionaré si me las dices ahora. Necesito un poco de tiempo para reordenar mis ideas,” la morena esbozó una media sonrisa, “además eres mi mejor amiga, siempre lo serás. Si puedes llámame esta noche o mañana ¿okay?” Y sin más, Santana partió en la dirección contraria.

Brittany miró la tarjeta que estaba entre sus dedos, admiró la caligrafía con la que estaba escrito el 814 y supo que aún tenía una oportunidad, porque Santana se la había dado, porque aún quería entender, eso la hacía sentirse un poco más animada, pero al mismo tiempo, un sentimiento de tristeza la invadió, porque en algún punto de la historia había dejado de ser la novia de Santana López, para regresar al título de mejor amiga.

Brittany colocó la tarjeta a la altura de su pecho, justo en donde podía sentir el latido de su corazón y rogó con toda su alma que Santana siguiera enamorada de ella, que le correspondiera el sentimiento… deseó que Santana siguiera siendo su San.

I will go down with this ship

And I won’t put my hands up and surrender

There will be no white flag above my door

I’m in love and always will be

 

Notas finales:

Espero sus comentarios de esta histtoria y espero pronto tener la continuación de las otras.

 

Las palbras que están en holandés supongo que ya saben qué significan pero aún así pondré su traducción.

 

*Oma= Abuela

 

*Opa= Abuelo

 

Song: White Flag

 

Artist: Dido


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