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El regreso del Club de los Inadaptados por DagaSaar

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Notas del capitulo:

Seiya conversa con Kanon sobre Saori y otras cuestiones. Eris siembra algo más de cizaña. Saga y Aioria intentan poner fin a sus diferencias dando fin a alguno de los dos, y los hermanos de ambos deciden atravesarse en el camino de dos ondas de destrucción masiva.

Capítulo cuatro

Se necesitan dos para pelear

 

O, lo que es lo mismo,

El duelo de Leo y Géminis

 

 

 

Casa de Géminis

Al día siguiente a la llegada de Eris al Santuario, Seiya fue a la Tercera Casa con la intención de hablar con alguno de los gemelos… preferentemente, con Kanon, ya que parecía ser el más sospechoso de los dos. Después de las confidencias de Saori sobre su parentesco con los Caballeros de Géminis y el Patriarca, no podía dejar de sentirse un poco preocupado.

Si su relación con Seika y lo que conocía sobre la de Ikki y Shun servía para juzgar, Saori, criada lejos de sus hermanos, pero consciente de su existencia, debía estar realmente ansiosa de ser aceptada por ellos.

La muchacha era totalmente transparente en cualquier cosa que se refiriera a los gemelos, y sus (nada disimulados) esfuerzos por acercarse a ellos inquietaban al resto de la Orden.

Hasta donde Seiya podía ver, Kanon aceptaba aquello con completa naturalidad y se mostraba cariñoso con Saori siempre y cuando ni Saga ni Shion estuvieran cerca. Sobre todo en presencia del Patriarca, era tan perfectamente educado y distante como los Caballeros de Oro (aunque con frecuencia se le escapaba algún detalle o un comentario que ponía en evidencia que la consideraba cuando menos una amiga cercana). A Saga, por otro lado, las muestras de cariño de Saori parecían tomarlo siempre por sorpresa y era bastante común que no supiera cómo reaccionar.

Al elevar su cosmos en la entrada para dar a conocer su presencia, percibió claramente el cosmos de alguno de los dos hermanos dándole la bienvenida y permiso para pasar, pero no veía a nadie. Seguramente el Géminis que estuviera ahí había dado por hecho que simplemente quería cruzar al otro lado. Siguió caminando, alejándose de la ruta de paso y se adentró en lo que (según sus cálculos) debía ser el androceo de la Tercera Casa.

Las Doce Casas estaban construidas como un cruce entre templos y viviendas griegas de la antigüedad, por lo que contaban con partes claramente definidas. Lo común en la Grecia clásica era que las distintas dependencias se construyeran alrededor de un patio central. Los templos griegos además tenían un atrio (en el Santuario había dos en cada una de las Doce Casas, de modo que las fachadas Este y Oeste eran idénticas), y las casas contaban con un vestíbulo, el comedor, la cocina, la despensa, los baños, algunas otras habitaciones cuyo uso variaba según los gustos o necesidades de dueños, y (por supuesto) el gineceo y el androceo, ocupando lados opuestos de la vivienda. Como en las Doce Casas el patio central había sido reemplazado por la “ruta de paso” (un largo corredor con un techo alto sostenido por columnas, lo que daba a la construcción características propias de un templo), en la mayoría existían dos patios laterales, aunque siempre interiores: el del androceo estaba empedrado y tenía un altar en el centro, mientras que el del gineceo tenía un jardín y una fuente.

Las mujeres de la familia vivían en el gineceo, mientras que las habitaciones de los varones estaban en el androceo, de manera que en las Doce Casas (por lo menos en ese momento) los gineceos estaban vacíos. Según había escuchado Seiya, la Orden se guiaba en muchos casos por las costumbres de Esparta (algún día tendría que preguntar por qué por las de esa ciudad-estado y no las de Atenas, por ejemplo) y era poco frecuente que los Caballeros formaran familias antes de haber cumplido los treinta años, que era la edad obligatoria para los guerreros espartanos.

Se asomó con precaución a lo que parecía ser la habitación principal del androceo, asumiendo que esa sería la de Saga. Para su sorpresa, aunque estaba amueblada y limpia, no parecía habitada. Los muebles estaban cubiertos y protegidos, y hasta los cuadros estaban tapados.

La segunda habitación era del mismo tamaño, pero a diferencia de la primera (que contaba con una cama matrimonial), estaba ocupada por dos camas individuales, cuyos edredones eran idénticos. ¿Teniendo una casa tan grande, los gemelos compartían cuarto?

Quizá no era tan raro, si era lo que acostumbraban desde niños, pero a Seiya se le hacía un poco cuesta arriba entender eso porque, después de vivir prácticamente hacinado con los otros niños de la Fundación, se había sentido en el paraíso cuando Marin le asignó una habitación para él solo (aunque fuera diminuta).

Había una mesita de noche en medio de las dos camas, un espejo (bastante grande) y un solo ropero. Debería decirle a Saori que le comentara alguna vez a los gemelos que en las culturas asiáticas era de mala suerte tener espejos en las habitaciones destinadas al sueño… Una puerta acristalada (definitivamente un añadido muy posterior a la construcción, porque chocaba terriblemente con la arquitectura griega) daba al patio empedrado y aumentaba la luz en la habitación. Otra puerta conducía a un baño (que también debía ser un añadido moderno).

Las otras habitaciones del androceo estaban tan deshabitadas como la principal, pero (al igual que ésta) parecían listas para recibir a alguien en caso de que fuera necesario. ¿Habitaciones para invitados o algún antecesor de Saga había tenido una familia realmente grande?

Finalmente llegó a las dependencias que debían formar parte del ala Oeste, y ahí encontró lo que parecía ser la biblioteca, o un cruce entre biblioteca y despacho. Varias estanterías repletas de libros y pergaminos, unos armarios cerrados, algunas vitrinas con lo que parecía ser una pequeña exhibición de objetos antiguos, dos sillones de aspecto cómodo acompañado cada uno por una mesita auxiliar, y dos escritorios (uno perfectamente ordenado y otro que parecía haber sufrido los efectos de un huracán), con sus respectivas sillas; además había mapas, pergaminos y pinturas en las paredes.

Pero lo que atrajo la atención de Seiya fue una pequeña colección de fotografías.

A diferencia de las que tenía Saori, no se encontraban en un escritorio sino en una pared, pero estaban igual de finamente enmarcadas y ordenadas.

No había una sola de Saori. La mayoría era de los gemelos en distintas etapas de la niñez, ninguna parecía corresponder a la adolescencia ni a la edad adulta. Había una de Shion solo, y otra de una mujer de cabello negro y sonrisa burlona. El Patriarca y la dama aparecían con los gemelos en algunas de las otras fotos. Y además había varias de un par de niñas.

Debían ser gemelas también, a menos que fuera una sola niña que se las hubiera arreglado para quedar junto a un espejo en cada foto. Ambas tenían el cabello oscuro y se parecían bastante a la mujer misteriosa. Por las fotografías en las que aparecían con los gemelos, era evidente que tenían una gran diferencia de edad con ellos, por lo menos diez años.

Seiya tuvo la sensación de haberlas visto antes. Estaba seguro de que las conocía de alguna parte…

Descolgó una de las fotos, y la estudió con atención.

Sí, las conocía… o al menos a una de ellas.

-Geist –murmuró.

-Veo que encontraste a mis otras hermanas.

Sorprendido al escuchar la voz de Kanon desde la puerta, Seiya dejó caer la foto, cuyo cristal se rompió al dar contra el piso.

-¡Lo siento! –exclamó Seiya.

Kanon se acercó sin decir palabra y recogió el marco y la foto, sacudiéndoles los fragmentos de vidrio.

-Mencionaste a Geist –comentó, luego de unos instantes-. ¿Conociste también a Galatea?

-Er… no. A ella, no.

Ahora sí que se sentía incómodo. ¿Kanon sabría que era él quien había matado a la Amazona Fantasma?

-Las quise mucho a ambas –dijo Kanon sin mirarlo, había ido hasta el escritorio desordenado y estaba quitando cuidadosamente la foto del marco-, sobre todo a Geist, tenía mi mismo mal carácter y era desobediente y pendenciera, igual que yo. Galatea, en cambio, era una santita insoportable, justo como Saga.

Hablaba en pasado de las dos, ¿la otra gemela también había muerto?

-Hum…

-La señora que puedes ver en esas fotos es mi madre. Su nombre era Febe y era sacerdotisa de Atenea, aquí mismo, en el Santuario. Bien, Pegaso, ya conoces a toda mi familia. ¿Tienes alguna pregunta con respecto a Saori?

-…¿Eh?

-Hablé con ella hace un rato. Me comentó que habló contigo sobre nuestro parentesco. Pensé que vendrías por aquí tarde o temprano para hacer alguna pregunta.

-Bueno, sí, tengo preguntas… pero no directamente sobre Saori.

-¿Ah, no?

-Me gustaría saber por qué Saga no sabe que Saori es hermana de ustedes dos.

-Hum… ¿Sabes cómo funciona una manipulación mental?

-Pues… no. No tengo idea.

-El cerebro humano guarda los recuerdos en cadenas y redes, de manera que un recuerdo dispara a otros, por eso las técnicas de mnemotecnia suelen consistir en asociar los datos, para facilitar el recordarlos. En fin, cuando mi padre hizo que Saga y yo selláramos cada uno los recuerdos del otro… hice un pésimo trabajo.

-¿Qué tan malo?

-Apabullante. Mis talentos no incluyen una habilidad natural para las ilusiones ni las técnicas de dominio mental y ese fue mi primer y único intento por hacer una labor así de grande. Como resultado, en lugar de volver inaccesibles solo ciertos eslabones en la cadena de recuerdos de Saga, acabé rompiendo la cadena en varias partes. Un verdadero desastre –Kanon sacó un marco nuevo de una bolsa que estaba en el escritorio, por el nombre de la tienda, Seiya dedujo que debía haberlo comprado en Atenas-. Los fragmentos están ahí y son accesibles, pero están dispersos, revueltos y llenos de bordes afilados. Si Saga intentara recordar en este momento, solo conseguiría sufrir una migraña espantosa –una vez colocada la foto en su nuevo marco, tomó otros dos marcos más de la misma bolsa y puso en cada uno una fotografía nueva. Seiya las reconoció de inmediato, eran copias de dos que tenía Saori en su escritorio: la de los doce Caballeros de Oro y Shion, y la de los gemelos con ella-. Tengo la esperanza de que los eslabones se unan nuevamente por sí mismos con el tiempo, pero hasta que eso suceda, los recuerdos de Saga permanecerán bloqueados… no solo los que corresponden a la muerte de mamá, sino también muchas otras cosas. Geist y Galatea, por ejemplo. Él sabe que teníamos hermanas menores, pero está bastante intrigado porque hace unos días se dio cuenta que no recuerda nada de ellas a partir del día en que cumplieron cinco años.

-Oh…

-Sabe que Geist huyó del Santuario, pero no recuerda cuándo ni por qué. Y no recuerda si Galatea se marchó con ella o si eso fue después –Kanon frunció el ceño-. Y yo ya no estaba aquí entonces, ni he podido encontrar una sola persona que me diga qué pasó con Galatea, aunque sí me han hablado bastante mal de Geist. Hubiera jurado que se enmendaría después de que el Maestro echó de aquí a sus amigos… pero parece que la mala influencia era ella.

-¿No puedes unir tú los eslabones? –definitivamente, Seiya no quería que la conversación derivara hacia Geist.

-¿Después de la forma en que los rompí? No me atrevo a intentarlo. Podría dejarlo en estado vegetativo. Aunque tal vez su personalidad mejoraría con eso, no creo que Afrodita me lo perdonara.

¿Qué tendría que ver Piscis con eso?

-¿Y el Maestro Shion podría hacerlo?

-Él es el otro problema: no sé si recuerda algo al respecto y no he podido decidirme a preguntárselo. Cabe la posibilidad de que haya borrado su propia memoria o, peor aún, que siga convencido de que es mejor que no recordemos.

Ciertamente era un asunto espinoso y no había mucho que Seiya pudiera hacer para ayudar. Kanon colocó cuidadosamente los tres marcos en la pared y retrocedió para apreciar el conjunto.

-Lo lamento –murmuró Seiya.

-No sufras. Las cosas lucen mal ahora, pero siempre existe la posibilidad de que todo se arregle, el tiempo es una gran medicina, ¿no?

Seiya le dirigió una última mirada a las fotografías. Tuvo la impresión de que no sería difícil distinguir a las gemelas, a pesar de ser idénticas. El lenguaje corporal y las expresiones de ambas eran completamente distintos.

Desde su marco nuevo, la niña que (probablemente) había sido Geist alguna vez pareció devolverle la mirada.

Kanon acompañó a Seiya a la entrada, donde encontraron a Aioros, que iba camino de la Quinta Casa. Seiya, que pensaba bajar a Aries, estaba a punto de despedirse de ambos cuando oyeron que alguien cruzaba la Casa de Géminis a todo correr.

Los tres observaron intrigados a Polemos llegar con ellos casi sin aliento.

-¿Dónde es el incendio? –preguntó Seiya.

-¡Señor Kanon! ¡Señor Aioros! –exclamó el niño-. ¡El señor Saga retó al señor Aioria a un duelo por deuda de sangre!

-¡¿Qué?! –exclamaron Kanon y Aioros al mismo tiempo.

-Están camino del anfiteatro ahora mismo –añadió Polemos.

En un parpadeo, ni Kanon ni Aioros estaban ahí, ambos se habían marchado corriendo. Seiya se quedó mirando al niño, que parecía a punto de llorar.

-¿Qué es un duelo por deuda de sangre?

-Un combate a muerte, señor Seiya.

Eso no podía ser bueno.

-¿Acaso se han vuelto locos esos dos?

Polemos le dirigió una mirada de extrañeza.

-No entiendo por qué se sorprende –declaró el niño con solemnidad-. Si alguien pusiera en peligro la vida de su hermana o de alguno de sus nueve hermanos, ¿no movería usted cielo y tierra con tal de protegerlos?

Seiya se quedó suspenso por un instante. ¿Cómo era que sabía al respecto? Se suponía que solo Ikki, Shiryu, Hyoga y él tenían esa información…

-¿Cómo es que…?

-Usted se ha enfrentado antes al señor Aioria y al señor Saga, ¿no cree que es peligroso que peleen? Quizá debería ir a ayudar a detenerlos.

Sí, eso parecía más importante de momento.

 

A medio camino entre Géminis y Tauro

Poco después, Kiki se sorprendió al ver a Polemos bajando las gradas. El aprendiz de Shura casi nunca iba más abajo de la Casa de Leo a menos que tuviera que hacer algo en el pueblo, pero ese no parecía ser el caso. Algo parecía estar molestando a Polemos en los ojos (cosa bastante habitual), Kiki advirtió que no se estaba fijando por dónde caminaba y lo vio perder pie y caer de mala manera.

No lo pensó dos veces y corrió a ayudarlo.

-¿Te lastimaste?

-Eso creo.

En el suelo, frente a Polemos, dos pequeños círculos cóncavos de tono verdoso destacaban sobre la blancura del mármol. ¿Lentes de contacto? Cuando el otro niño levantó la cara y lo miró, Kiki se sintió todavía más intrigado: el iris de los ojos de Polemos era rojo. No rosado como en un albino, sino de un rojo vivo, intenso, como el de la sangre. Kiki, que sufría regularmente las burlas de los niños de Rodorio por su aspecto exótico, hizo el propósito de no comentarle que sus ojos se parecían a los de un conejo blanco… a menos que Polemos se pusiera demasiado irritante, claro.

-¿Puedes caminar?

-No creo, me parece que me desmonté un tobillo.

-No te muevas, voy a buscar a Asclepio.

Eris esperó a que Kiki estuviera lejos antes de acercarse a Polemos.

-Le avisaste a Sagitario y al segundo Géminis sobre el duelo de sus hermanos –reclamó ella.

-Se me escapó.

-Eres un mal mentiroso, ¿lo sabías? Y un pésimo sirviente, además –la diosa de la Discordia hablaba con absoluta tranquilidad, pero Polemos se encogió un poco y cerró los ojos; sabía lo que vendría a continuación-. Si llegan a tiempo de evitar que se maten el uno al otro, habrás echado a perder lo que pensé que sería tu mejor trabajo hasta ahora. Espero, por tu bien, que estés preparado para asumir las consecuencias.

~****~

Asclepio frunció el ceño al encontrar a Eris junto al aprendiz de Capricornio, pero no dijo nada antes de examinarlo cuidadosamente y empezar a limpiarle la sangre que tenía en la cara.

-No te conocía como alguien que golpeara a niños, prima.

-Me acusas sin pruebas. ¿No te dijo el pequeño pelirrojo que este niño cayó por sus propios medios?

-Me habló de un tobillo lastimado, no de sangre.

Eris se encogió de hombros y Kiki retrocedió prudentemente hasta quedar detrás de Asclepio. La diosa estaba empezando a rodearse de una atmósfera que daba algo de miedo.

-Según he escuchado, se trata de una criatura propensa a los accidentes. Pero yo, en tu lugar, dejaría de discutir y me apresuraría a atenderlo. El pequeño está sintiendo dolor, ¿qué clase de médico alarga su sufrimiento?

-Espero que, para cuando termine con él, tú hayas abandonado este Santuario.

-No tienes autoridad para darme órdenes, ni el poder para echarme de aquí.

-No me conoces, Eris. El niño es un aprendiz de la Orden de Atenea, y si eso no bastara para que te apartes de él, haré que lo acoja la Orden de Apolo.

Eris sonrió con dulzura.

-No me hagas reír, primo. ¿Apolo lo protegerá tan bien como te protegió a ti?

-Vete de aquí. Ahora.

-Como quieras.

Asclepio resopló y se concentró nuevamente en curar a Polemos.

-Tú, tu Maestro y yo debemos tener una larga charla, hijo.

-No será posible hoy.

-¿Por qué?

Polemos señaló hacia el anfiteatro.

-El Caballero de Leo y el Caballero de Géminis van a tener un duelo.

-…Rayos.

 

El anfiteatro

Aioria encontró a Saga esperándolo en la arena, esta vez correctamente vestido de rojo y negro. Al parecer, estaban solos.

-¿Cómo está tu hermano? –preguntó Aioria, decidido a no dejarse engañar de nuevo, ni siquiera por accidente.

-Vivirá.

Sí, esa era la voz de Saga.

-Me alegro, como te dije ayer, nunca tuve intención de lastimarlo a él.

Saga asintió con seriedad antes de hablar de nuevo.

-Las reglas de un duelo por una deuda de sangre son simples: puesto que acepto mi culpa en la muerte de tu hermano, tienes derecho a iniciar el combate y éste durará lo que tú decidas. Ni siquiera una orden directa de Atenea puede forzar tu decisión al respecto. ¿Está claro?

-Sí.

-Entonces, comienza cuando quieras.

Aioria atacó de inmediato.

 

Casa de Aries

Eris se materializó en la entrada. El cosmos de Atenea normalmente interfería con las teleportaciones volviéndolas un tanto peligrosas para quien no tuviera un control realmente fino de dónde quería llegar, de manera que en ese momento, entre toda la Orden solo Shion, Mu (y Kiki en distancias cortas) se atrevían a intentarlo. Por suerte para Eris, ella (como la mayoría de los dioses) tenía los siglos de experiencia indispensables como para poder compensar la interferencia.

Lanzó una mirada rencorosa hacia el palacio y se dispuso a emprender el camino… pero casi chocó con Afrodita y Shun, que regresaban de Rodorio.

-¿Te vas tan pronto? –dijo Afrodita, sorprendido-. No he terminado de responder las cartas que me trajiste.

-¿Qué haces tan lejos de Piscis? ¿No que tenías que guardar reposo? –respondió Eris.

-Las palabras exactas de Asclepio fueron “tómalo con calma” y eso he hecho. Me tienen prohibido participar en los entrenamientos, me mantienen vigilado a todas horas, y el aburrimiento de la razón engendra travesuras, así que fui al mercado a conseguir algunas cosas para preparar un platillo sueco de esos que Cáncer detesta con toda el alma –Afrodita sonrió con algo de maldad-. Invitaré a mis amigos a almorzar, ¿quieres acompañarnos? No querrás perderte la cara que pondrá cierto Caballero de Oro cuando se dé cuenta de que esta vez no cocinaré en italiano.

-Me encantaría, pero no puedo quedarme, Hyacinthe.

-No me llames así, por favor, sabes que lo detesto.

-Nunca he entendido por qué. Cuando mi madre te ganó en aquella apuesta y tuvo que cambiarte el nombre, pidió la opinión de tu madre antes de hacerlo. Dione aprobó que te siguiéramos llamando Hyacinthe.

Afrodita sacudió la cabeza con un gesto lleno de amargura.

-Y luego tus hermanos se encargaron de recordarme cada vez que los veía la historia de Hyacinthe.

-¿Dejaste que esa tontería te molestara?

-En realidad… ¿Quieres que sea sincero?

-Por favor.

-Hyacinthe murió asesinado por la persona que más lo amaba.

Eris frunció el ceño.

-Eso fue un accidente. Apolo nunca tuvo intención de hacerle daño, solamente estaban practicando lanzamiento de disco y él era nuevo en ese deporte… qué digo, el deporte era nuevo en ese entonces, no fue su culpa hacer una mala maniobra.

-Accidente o no, lo que me duele es… En serio, Eris, no te imaginas la angustia que es para mí el llevar un nombre que todavía ahora hace llorar a Apolo.

Eris lo miró estupefacta.

-Pero eso fue… hace más de cinco mil años…

-Pero él lo amaba, lo recuerda, y se pone triste cada vez que alguien se lo nombra. Sé que tu madre le guarda rencor por haber seducido a una de sus sacerdotisas, pero su venganza ha sido bastante cruel, hasta para ella –Afrodita sacudió la cabeza-. No es solo por él, ¿sabes? También es por mí. No me gusta ese nombre porque me da miedo que alguien llegue a sufrir por mí de la misma manera que él ha sufrido por Hyacinthe.

-Lo siento. No volveré a llamarte así.

Dos cosmos elevándose con violencia al mismo tiempo llamaron la atención de los tres.

-¿Qué? –murmuró Afrodita.

-Aioria… y el otro es uno de los gemelos… -dijo Shun.

-Saga… ¡Es Saga! –exclamó Afrodita, espantado.

-¿Por qué estás tan seguro? –dijo Eris de inmediato-. El cosmos de los dos es muy similar…

-¡Es Saga! ¡Lo conozco!

El Caballero de Piscis iba a echar a correr hacia el anfiteatro, pero Shun lo retuvo sujetándolo por un brazo con más fuerza de la que podría esperarse en alguien tan menudo.

-¡Quieto ahí!

-¡Shun!

-Asclepio dijo que no debes esforzarte hasta nuevo aviso, y no voy a permitir que te pongas cerca de algo que parece un combate. Yo iré.

-¡Pero…!

-¡Vigílelo, señora Eris!

Antes de que Afrodita pudiera protestar, Eris lo tomó de una mano y Shun se marchó corriendo.

-¿Por qué te alteras de esta forma? Puede que solo estén practicando.

-No de esa manera. Nadie eleva así su cosmos, a menos que pretenda matar a alguien.

-Lucien… -Eris titubeó unos instantes-. Creí que ese Saga había dejado de importante.

-Él me olvidó, pero yo no olvidé –Afrodita se interrumpió al darse cuenta de que estaba contemplando algo muy poco frecuente: Eris parecía angustiada-. ¿Tuviste algo que ver con lo que está pasando?

-De haber sabido… habría escogido a otro.

-¿A quién? ¿A Kanon? ¿A Angello? ¿A Jabu? ¿O tal vez a Shun?

-Lucien…

-Por favor, Eris, vete de aquí. Te lo ruego.

-Pero… no quiero que hagas una locura.

Afrodita no pudo evitar reírse amargamente.

-No temas por mí. No correré, voy a ir caminando y, para cuando llegue, ya habrá terminado todo. Puedo sentir que Atenea ya está en el anfiteatro, ella los detendrá.

Eris lo dejó ir, sin atreverse a decirle que Atenea no podía detener el duelo.

 

El anfiteatro

Para cuando Shun llegó al lugar de la pelea, Saori ya estaba ahí, rodeada por varios Caballeros más, todos miraban alarmados hacia la arena, donde Saga y Aioria se movían demasiado rápido como para que una persona normal pudiera seguirlos con la vista.

¿Por qué no había tratado nadie de separarlos todavía?

-¡Detenlos! –gritó Aioros.

-¡No puedo! –respondió Saori-. ¡Es un duelo por deuda de sangre! ¡Los dioses no pueden intervenir!

Shun no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿La diosa Atenea no podía intervenir? Pues si ella no podía, no veía razón que le impidiera a él hacer algo al respecto, así que empezó a preparar las cadenas, buscando un momento en que pudiera alcanzarlos a ambos al mismo tiempo e inmovilizarlos.

No era el único buscando cómo parar aquella locura.

Aioros miró a Kanon con desesperación. Kanon le devolvió una mirada calculadora. Hubo un instante de perfecta comprensión entre ellos y, sin una sola palabra más, ambos saltaron a la arena.

-¡Rayo de Plasma!

-¡Explosión de Galaxias!

Aioria y Saga atacaron al mismo tiempo, una fracción de segundo antes de que sus hermanos parecieran materializarse frente a ellos.

Era demasiado tarde para detener o desviar cualquiera de las dos técnicas y los Caballeros de Leo y Géminis solo pudieron contemplar, horrorizados, la máxima expresión de sus respectivos poderes arrasar todo a su paso en dirección a las personas que intentaban proteger.

Shion y Mu crearon sendos muros de cristal para detener el doble ataque, pero solo consiguieron frenar parte de la energía liberada. Por unos segundos, un huracán en miniatura llenó toda la extensión de la arena, ocultado a los cuatro de la vista de los demás.

~****~

Aioros parpadeó, sorprendido de encontrarse con vida. Al llegar al centro de la arena, él y Kanon se colocaron espalda contra espalda, listos para la pesadilla que estaba por desatarse. Pudo notar la aparición de dos muros de cristal concéntricos que trataron de resguardarlos, pero fueron levantados demasiado tarde y el rayo de plasma y la explosión de galaxias los desintegraron antes de que pudieran terminar de consolidarse.

Sin embargo, seguía vivo.

Entonces advirtió un tercer y un cuarto escudos que seguían en pie, aislándolos a ambos del daño causado a su alrededor.

No necesitó ayuda para reconocer el escudo dorado que protegía a Kanon, porque lo había hecho el propio Aioros en una reacción instintiva. Habían pasado muchos años desde la última vez que empleara esa sencilla técnica de defensa, aprendida por insistencia de su Maestro y sin la menor intención de llegar a usarla en un combate real… hasta ese momento, no había sabido que era posible usarla para proteger a otra persona.

Y luego estaba el escudo que lo protegía a él. Ese no era suyo y tampoco era de luz dorada. Era azul y estaba hecho de… ¿agua?

-¿Kanon?

-¿Sí, Aioros?

-¿Tú hiciste este escudo?

-Sí, ¿tú hiciste este otro?

-Sí.

-Gracias.

-Lo mismo digo.

-¿Estás bien?

-No del todo, siempre me alcanzó algo.

-También a mí. Ambos estamos un poco lentos de reflejos, ¿no? –observó Kanon, con una risita adolorida.

-Eso parece –Aioros sonrió a su vez-. Esos dos van a estar furiosos con nosotros, ¿sabes?

-Debiste pensar en eso antes de seguirme la corriente. Además, los prefiero enojados y no muertos.

-Totalmente de acuerdo.

Los dos escudos se desintegraron al mismo tiempo.

Saga, que solo estaba esperando eso, se acercó rápidamente a Kanon y le dio una cachetada.

-¡¿Qué crees que estabas haciendo?! ¡Pude haberte matado!

Kanon empezó a reír, pero de pronto se llevó una mano a un costado y se derrumbó. Saga, aterrado, apenas tuvo tiempo para sujetarlo e impedir que cayera.

Sin el apoyo de Kanon, Aioros también perdió el equilibrio. Aioria, que hasta ese momento no había logrado moverse, corrió a auxiliarlo.

De los demás testigos, Shion fue el primero en llegar con ellos.

-¡Espero que esto le sirva de lección a los cuatro! –exclamó, disimulando su angustia y su alivio con un estallido de cólera.

-No sé Aioria y Saga, pero Kanon y yo sí que estamos bien escarmentados –respondió Aioros.

Kanon empezó a reír otra vez, pero se detuvo con un quejido de dolor.

-No tan fuerte, Saga –suplicó-. Esta vez sí tengo algún hueso roto.

-¡¿Por qué?! –gritó Aioria, dirigiéndose a Aioros y reprimiendo apenas el deseo de sacudirlo-. ¡¿Por qué tuviste que atravesarte así?!

Aioros le sonrió con tristeza.

-No puedo permitir que mi hermano y mi mejor amigo se lastimen mutuamente.

-¿Tu mej…? ¡Pero él…!

-¿Te lastimó a ti alguna vez?

-¡Usó un Satán Imperial conmigo! ¡Me hizo asesinar a una persona!

Aioros abrió mucho los ojos, alarmado, y miró a Saga por encima del hombro.

-¿Eso es cierto?

-Fue Arles –apuntó Kanon.

-Detalles –replicó Saga-. Es evidente que Leo no hace distinción entre Arles y yo, y no se lo reprocho.

-Supongo… que es demasiado pedir que lo perdones –dijo Aioros, dirigiéndose a Aioria.

-¡¿Perdonarlo?!

-No voy a pedirte que lo hagas, pero sí quiero que entiendas una cosa: a partir de este momento, cada vez que intentes atacarlo, yo estaré en medio.

-¡Aioros! ¿Por qué? ¡Él ordenó tu muerte!

-¿Y lamentaste que muriera, hermanito?

-¡Sí!

-Entonces, ¿por qué quieres que Kanon sufra lo mismo que tú? Él no te debe nada.

-Él no es mejor que Saga.

-Cierto, en realidad soy mucho peor.

-¡No te metas, Seadragon, estoy hablando con mi hermano!

-Demasiado tarde, Leo, estoy metido en esto desde que dijiste tu opinión acerca de mi madre, allá en las escaleras.

-¡¿Qué?! –exclamó Saga, escandalizado.

-¡Basta! –gritó Shion-. Es evidente que jamás van a ser amigos, pero en este momento estoy dispuesto a conformarme con que dejen de tratar de matarse. El próximo que ataque va a lamentarlo el resto de la vida, porque yo me encargaré de castigarlo, no importa de cuál de los cuatro se trate. ¿Está claro?

-Sí, señor –respondieron los cuatro, con humildad que resultaba difícil saber si era real o aparente.

-Bien -dijo Saori, que había llegado poco después que Shion y había permanecido callada hasta entonces-. Sin embargo, lo que ha pasado hoy no puede quedarse sin castigo.

-Fue un combate por una deuda de sangre, Alteza –dijo Saga, desafiante.

Saori le dedicó una sonrisa un tanto malévola que (por un instante) la hizo verse extrañamente parecida a alguien más, pero ese recuerdo se escapó de la mente de Saga antes de que pudiera atraparlo.

-¡Oh, pero, por supuesto, Caballero de Géminis! –exclamó ella con sarcasmo-. En la Era del Mito juré por la laguna Estigia que jamás intervendría en un duelo de este tipo. No me pasó por la mente ni un instante la pretensión de castigarlos a ti o al Caballero de Leo.

-¿No? –dijo Aioria, empezando a sentirse asustado.

-Quienes van a ser castigados son Kanon y Aioros.

-¿Ellos? –dijo Saga.

-¿Por qué? –exclamó Aioria.

-Por interrumpir su duelo, obviamente.

-Es justo –dijo Kanon-. Lo hicimos adrede y con toda la malsana intención de echarles a perder la fiesta.

-Nos entregamos a la misericordia de Atenea –suspiró Aioros.

-No esperen mucha piedad de mí en este momento –replicó ella con frialdad-. Aioria, Kanon queda bajo tu responsabilidad a partir de ahora.

-…¡¿Qué?!

-Saga, Aioros queda bajo tu responsabilidad, también a partir de ahora.

-Pero…

-Cuidarán de ellos hasta que se hayan recuperado por completo. Kanon, Aioros, ninguno de los dos tendrá el menor contacto con su respectivo hermano hasta que yo lo autorice. Ni visitas, ni cartas, ni llamadas (sí, Kanon, no finjas sorpresa, que sabías que ya estaba enterada de lo de los teléfonos de contrabando), ni mensajes de texto, y tampoco Twitter.

-Eso último no lo usamos.

-Tanto mejor. Facebook tampoco, espero.

-Menos todavía. Lo que se sube a la red se inmortaliza y nunca me ha gustado dejar rastros.

-Bravo por ti. Como iba diciendo, ningún contacto. ¿Quedó claro?

-Clarísimo –dijo Aioros.

-Como el agua –dijo Kanon.

-¡No! –exclamó Saga-. ¡No puedo confiarle mi hermano a ese demente!

-¡Saga! ¡Me haces daño! –protestó Kanon.

-¿Me llama “demente” a mí? –murmuró Aioria, sin advertir que estaba abrazando a Aioros con tanta fuerza como Saga a Kanon.

-Ni una palabra más –replicó Saori-. Es el castigo que decidí para ellos y se cumplirá al pie de la letra. He dicho.

Los cuatro asintieron, Saga y Aioria visiblemente consternados; Kanon y Aioros intercambiando una mirada cómplice.

Continuará…

 

 

Notas:

Los cien hijos de Mitsumasa Kido: en el manga, Ikki le dice a Seiya que los cien chicos de la Fundación Graude eran todos hijos de Mitsumasa Kido y diversas madres. Como noventa de ellos desaparecieron sin dejar rastro, Saori asume al principio del manga que esos jóvenes murieron en el intento por convertirse en Caballeros de Bronce, y solo sobrevivieron diez (los Cinco y los otros cinco).

Cuando Ikki le dijo eso a Seiya, Shiryu, Hyoga y Shun estaban inconscientes, por lo que pienso que estos tres solo se enteraron de que los diez son hermanos si Ikki y Seiya se los dijeron. Más tarde (siempre en el manga), Seiya le reclama a Saori lo que hizo Kido con sus propios hijos, pero lo hace de una forma en que quizá alguien que no estuviera enterado de todo no llegaría a entender de qué hablaba. Me estoy agarrando de eso, de modo que en este fic Shun no sabe que tiene otros hermanos aparte de Ikki, y los otros cinco no tienen idea de su parentesco con los Cinco.

¿Y por qué no se lo dijeron? Porque no habría sido capaz de guardar el secreto y habría empezado de inmediato a llamar “hermanos” a todos, pero Ikki, Seiya, Hyoga y Shiryu prefieren no recordar que están emparentados con Mitsumasa Kido.

 “El aburrimiento de la razón engendra travesuras”: cualquier similitud entre esta frase y “el sueño de la razón engendra monstruos” es totalmente intencional ;D

Dione: de acuerdo con Hesíodo, Afrodita (la diosa, no el Caballero) nació de la sangre de Cronos y de la espuma del mar. Por su parte, Homero dice que es hija de Zeus y la titánide Dione.

Como me gusta más la versión de Hesíodo, y porque su nombre significa precisamente “espuma”, Afrodita (la diosa, no el Caballero) en mi fic nació como en la primera versión. Y Dione es la madre de Afrodita (el Caballero, no la diosa), pero no es una titánide, sino una humana, antigua sacerdotisa de Afrodita.


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