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El regreso del Club de los Inadaptados por DagaSaar

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Notas del fanfic:

Este va a ser uno de esos fics largos, largos, con demasiados personajes y más mitología de lo que se recomienda como dosis diaria para una buena salud mental. Sorry, últimamente me salen así.

Se trata de la continuación de otros dos fics, no es indispensable haberlos leído, pero si alguien quiere echarles una ojeada, son "Shoguns" (pueden encontrarlo aquí o aquí) y "El Club de los Inadaptados" (pueden encontrarlo aquí o aquí).

Hay además una pequeña galería de ilustraciones en mi página, pueden verla aquí. Con cuidado, eso sí, porque contiene spoilers.

Notas del capitulo:

Luego de la Saga de Hades, los sobrevivientes de la Orden de Atenea (y Kanon) intentan llevarse bien.

Dos Caballeros de Oro (Cáncer y Piscis), dos de Bronce (Shun y Jabu), y un ex-Shogun de Poseidón han entablado una amistad que sorprende a propios y extraños, por lo que algunos han dado en llamarlos "los inadaptados".

Las cosas no estaban de todo mal en aquel extraño verano (demasiado caluroso, demasiado largo), hasta que alguien intentó envenenar a Atenea.

Introducción

Este fic se ubica en el mismo universo que “Shoguns” y “El Club de los Inadaptados”. La acción se inicia unas dos o tres semanas después de finalizar este último. No es indispensable haberlos leído para comprender lo que ocurre (o al menos eso espero), pero pondré aquí unos datos básicos para aclarar cómo está la situación.

Luego de la Saga de Hades (e ignorando todo lo de Lost Canvas y Next Dimension que no me convenga XD porque todavía no tenemos idea de cómo va a terminar eso), Saori se ha establecido en el Santuario.

De la Orden de Atenea solamente sobreviven diez Caballeros de Bronce (conocidos como “los Cinco” y “los otros cinco”), doce Caballeros de Oro (rescatados del Hades por gracia de la Gran Voluntad… o por pura suerte, no sabemos), tres Amazonas de Plata (Marin, Shaina y June), Kanon (que asegura no formar parte de la Orden, aunque algunos se refieren a él como el caballero número trece), y el Patriarca Shion.

 

En este universo, Saga y Kanon son hijos de Shion y de una tal Febe, quien murió el mismo año en que nació Saori. Además, Saori también es hija de Febe, pero hay probabilidades de que no sea hija de Shion.

 

Luego de una pequeña aventura que involucró resolver el misterio de unas armas desaparecidas y testificar sobre quién ganó una apuesta entre dos dioses, Kanon, Máscara de Muerte, Afrodita, Shun y Jabu establecieron una amistad que sorprende al resto de la Orden, por lo que están empezando a ser conocidos como “los inadaptados”.

Ni en el manga ni en el anime se menciona en ningún momento que Saga haya sido poseído por el dios Ares (eso es parte del fanon) y lo estoy aprovechando: en este universo, “Arles” fue una personalidad secundaria de Saga que surgió a partir de un evento traumático (el condenar a Kanon a morir en la prisión del Cabo Sunión).

Aparte de lo anterior, este fic incluye un poco de shonen-ai además de algunas parejas het (estas últimas espero que no se salgan demasiado del canon). No era mi intención en un principio, pero, cuando me di cuenta, de pronto se habían formado dos parejas que no pude evitar, aunque, palabra, no pretendía meter romance de ninguna clase. Eso sí, prometo que no habrá nada demasiado explícito XD


 

 

El regreso del Club de los Inadaptados

 Primera parte: la espada de Ayax y la prisión de Niké

 

“AYAX: (…) Y he de huir a yerma soledad, a tierra que jamás pisaron humanas plantas, y en un hoyo cavado en la tierra habré de sepultar mi espada (¡maldita espada!) donde jamás puedan hallarla. La Noche y el Abismo serán sus custodios. Desde que de la mano de mi mayor contrario, del valeroso Héctor, recibí esta espada, todo ha sido funesto para mí: ya nada pude hacer que tuviera valor a los ojos de los argivos. Bien lo dice el refrán  de los mortales: dones no son los dones del enemigo y nunca son de provecho.”

Sófocles, "Ayax"

 

 

Capítulo uno

Cría cuervos y te sacarán los ojos

 

O, lo que es lo mismo,

Un atentado dentro del Santuario

 

Casa de Géminis

El sol brillaba en el cielo, haciendo que esa mañana de verano fuera más espléndida de lo habitual. Más calurosa también. Quizá demasiado calurosa.

El día era lo que MM solía calificar como un día con sol de excesiva buena calidad. En otras palabras, era el punto más ardiente del verano y el sol tenía fuerza como para derretir piedras, o ablandarlas cuando menos.

El Santuario destellaba como una joya y era un regalo para la vista, pero el calor hacía que nadie lo apreciara mucho en ese momento, lo cual era una verdadera lástima.

Kanon terminó de barrer la entrada (o salida, dependía de qué dirección llegara el visitante) de la Casa de Géminis y deseó (por enésima vez desde el principio del verano) que algo de brisa aliviara un poco el tormento de ese calor. El único que no tenía quejas en esos días era Kamus, siempre y cuando nadie lo obligara a abandonar su Casa.

Un poco de lluvia no vendría nada mal...

¿Qué era ese olor?

Fue extraño que tardara en reconocerlo, olía a sal marina, a agua de mar.

Al regresar al Santuario, poco antes de la batalla contra Hades, una de las cosas que le llamaron la atención fue lo mucho que extrañaba el olor del mar al encontrarse tierra adentro. Respirar el aire del Santuario era particularmente difícil en verano, pero la nostalgia del mar hacía que ese verano entre todos fuera el peor para Kanon... y ahora de repente llegaba ese olor a agua salada sin ninguna razón, sin previo aviso y sin rastro de viento al que pudiera echársele la culpa. Podía no ser nada y podía ser una advertencia.

Así pues, decidió considerarlo una advertencia. Siempre había que prepararse para lo peor.

Saga se dio cuenta inmediatamente cuando su hermano volvió a entrar en el templo, pero estaba enfrascado en una discusión con Shion y no lo miró ni siquiera cuando pasó junto a él. Shion, por su parte, casi nunca miraba a Kanon, como si en realidad no existiera. Así que llegó sin contratiempos a la habitación que compartía con su hermano. Buscó algo de papel y empezó a escribir unas cuantas cartas... no debía quedarle mucho tiempo.

Luego de terminar con la última carta (eran siete en total) y guardarla en su respectivo sobre, se encontró con el dilema de cómo hacerlas llegar a sus destinatarios, ya que solamente deberían leerlas si llegaba a pasarle algo a él… necesitaba confiárselas a alguien que pudiera encargarse de distribuirlas si llegaba el momento.

Salió de la habitación a tiempo para ver a Shion y Saga separarse y caminar en direcciones opuestas. Casi tuvo que sonreír. Estaban furiosos el uno con el otro y la actitud altanera con la que se daban la espalda en ese momento hacía que lucieran tan parecidos como les era posible. Era sorprendente el que casi toda la Orden ignorara que eran padre e hijo.

-Lo que sea, se le pasará y luego te buscará para disculparse y darte la razón –dijo Kanon, lo más gentilmente que pudo, cuando Shion pasó junto a él, ignorándolo una vez más.

Shion se detuvo en seco y lo miró sorprendido.

-¿Kanon?

-¿Señor?

-No te había visto, pensé que no estabas en casa.

-Tengo tendencia a mimetizarme con mi entorno –Kanon se encogió de hombros-. ¿Por qué fue la discusión esta vez? Digo, si no es una indiscreción de mi parte… tal vez pueda convencerlo para que ceda un poco.

-No hay nada que discutir y ese es el problema –Shion empezó a caminar de nuevo, pero más despacio que antes, cosa que Kanon interpretó como una invitación a caminar a su lado-. Es esa idea suya de conseguir que un médico se establezca en el Santuario.

-¿Cuál sería la desventaja de eso?

-Una persona ajena a la Orden no tiene por qué residir en el Santuario. Y no hay médicos en la aldea… no la clase de médico que él insiste en conseguir.

Por supuesto. En Rodorio había unos cuantos curanderos y parteras, pero Saga pretendía que consiguieran un médico general… Tanto el Patriarca como el Caballero de Géminis tenían un poco de razón, ya que el abrir el Santuario a alguien ajeno a la Orden y al culto de Atenea era exponerse todos a un serio peligro, pero también era cierto que, aunque todos ahí sabían bastante de primeros auxilios, a veces era necesario conseguir a alguien que supiera realmente de medicina.

-Bueno, ya llegarán a algún acuerdo –dijo Kanon, con una sonrisa-. Es tan solo una cuestión de puntos de vista, no una diferencia realmente grave.

-Hum… También hay algo que necesito hablar contigo.

Oh, eso sonaba a que estaba a punto de recibir un auténtico sermón.

…Bueno, no sería muy diferente de los que recibía a diario de Saga.

-Lo escucho, Maestro.

-Te diriges a Atenea con demasiada informalidad. Hablas con ella casi igual que como lo haces con tu hermano.

Sin duda alguna. Lo que Shion ignoraba era que esa familiaridad era algo que la propia Saori le había pedido, tan pronto como quedó claro que tanto él como ella conocían el “secreto” de su parentesco. No era un problema para Kanon, pero sí podía resultar extraño (cuando no inquietante) para alguien que no estuviera enterado… es decir, para la mayor parte de la Orden. Shion probablemente estaba a punto de pedirle discreción a él, ya que no podía pedírsela a Atenea.

-Yo no discuto con ella –declaró, tratando de sonar lo menos rebelde posible, cosa que no le era nada fácil.

-No, pero le hablas casi como si fueran parientes.

Kanon enarcó las cejas, preguntándose para sus adentros si Shion se habría borrado la memoria a sí mismo en algún momento después de obligarlos a él y a Saga a borrársela el uno al otro el día de la muerte de la madre de ambos, eso explicaría muchas cosas. Se sintió tentado a explorar el cosmos del Patriarca y averiguar por sí mismo si Shion efectivamente había olvidado que los gemelos y la reencarnación de Atenea eran hijos de la misma madre en esa generación, pero no habría sido prudente. Shion era un telépata natural, y se habría dado cuenta de inmediato.

-De acuerdo. Seré más formal con ella. Al menos en público.

A diferencia de Saga, Kanon era fácil de hacer enfadar y sus rencores eran largos. No era propio de él aceptar una crítica (y mucho menos una orden) con tanta calma, y eso desconcertó a Shion.

-¿Eres Kanon o eres Saga? –preguntó por fin, exasperado. Era algo que no había tenido que preguntar en mucho tiempo. La sospecha repentina de estar siendo engañado (una vez más) por los gemelos era demasiado molesta, sobre todo porque una parte de él deseaba en ese momento que fuera así, con tal de que el universo recobrara su orden lógico: era una verdadera pesadilla el discutir con Saga y hablar civilizadamente con Kanon, las cosas nunca habían sido así, pero si estaban intercambiando identidades de nuevo, tal vez él no se estaba volviendo loco, después de todo.

Cuando eran niños, la madre de los gemelos había tratado de acostumbrarlos a usar ropa de distintos colores para facilitar a los demás el distinguirlos. Saga siempre llevaba algo rojo y Kanon siempre llevaba algo azul, pero los gemelos habían aprovechado el código de colores precisamente para hacer más grandes las confusiones y cambiaban de lugar con frecuencia. ¿Era eso lo que pasaba últimamente?

El gemelo con el que estaba tratando lo miró con una expresión de sorpresa que tenía que ser fingida.

-¿No es obvio? Soy el que tiene los ojos verdes.

-¡Los dos tienen los ojos verdes!

-Corrijo y aclaro: soy el que siempre tiene los ojos verdes.

-¡Kanon!

-Ah, ahora sí sabe quién soy, ¿no?

Efectivamente, Kanon era el de las respuestas absurdas e inesperadas, pero Shion se mordió la lengua y no cayó en la trampa, no, definitivamente no iba a admitir eso en voz alta.

-¿Qué es lo que sucede contigo y con tu hermano? –preguntó-. Ambos actúan de una forma muy extraña últimamente.

-Siempre hemos peleado así. La principal diferencia es que antes no teníamos público.

-No me refiero a eso.

Por la mente de Shion pasó fugazmente el recuerdo de la anterior encarnación de los gemelos, Aspros y Deuteros, y su trágico final. Al tenerlos de nuevo en el Santuario, reencarnados como hermanos y bajo el signo de Géminis una vez más, Shion se había esforzado particularmente por impedir que se repitiera la pesadilla que ocurría en cada generación. No podía contravenir completamente las normas del Santuario (las leyes dictadas por la propia Atenea) que impedían que se mencionara el hecho de que había dos candidatos a la armadura de Géminis, pero al menos logró evitar que se acusara a Kanon de haber nacido bajo la estrella del Caos. No había sido suficiente y no podía evitar sentir algo de cólera cada vez que la división entre los hermanos se manifestaba frente a él. “El que siempre tiene los ojos verdes”, si Saga llegaba a escuchar eso…

-¿Qué es lo que resulta extraño? –preguntó Kanon, repentinamente serio, como si le hubiera leído la mente, cosa que Shion sabía que era imposible, Kanon no tenía esa habilidad.

-Saga nunca había sido tan irritable como ahora. Y tú jamás has sido paciente.

-¿Por eso pensó que estábamos cambiando de lugar? Saga siempre ha sido impaciente y colérico, en eso somos exactamente iguales. Es solo que él lo disimulaba mejor que yo.

-¿Y esta paciencia de la que haces gala ahora cada vez que él te grita, es algo nuevo o estás disimulando tu mal carácter frente a los demás?

Kanon apartó la mirada y se concentró en una de las columnas. Su cosmos se elevó lentamente y envolvió la estructura. Shion observó sorprendido una pequeña nube de polvo de mármol rellenar las grietas y luego sellarlas con ayuda del cosmos de Kanon, hasta que la columna recuperó su aspecto original, como si jamás hubiera sido dañada.

El Patriarca siguió a Kanon, observándolo reparar una columna tras otra, con una mirada de intensa concentración.

-Entre nuestra última conversación y el incidente con Hades, pasaron más de diez años durante los cuales los tres estuvimos separados –dijo Kanon finalmente-. En ese tiempo aprendí una cosa o dos sobre la paciencia, y sobre si sirve o no discutir con alguien que está ofuscado. Peleo con Saga, es cierto, pero solo si él lo necesita.

-Explícate, por favor.

-Mi hermano se acostumbró a reprimir sus malos instintos como si todo fuera parte de las manifestaciones de Arles, y siempre le atribuyó a su personalidad secundaria todo mal pensamiento que pasara por su mente. Pero ahora que “Arles” ya no existe, y que estamos disfrutando de un período de paz, se ha llevado la gran sorpresa de que sus malos instintos siguen ahí.

Eso alarmó a Shion.

-¿Estás diciendo que tu hermano…?

-No, no, no. No se lance a interpretar lo que todavía no he terminado de decir. Sacar conclusiones antes de tiempo, eso es lo que suele meter a Saga en problemas. Lo que trato de decir es que mi hermano no es perfecto, y ahora que se ha dado cuenta de que tiene defectos, como todos los mortales, no sabe qué hacer consigo mismo, porque jamás tuvo la oportunidad de aprender a vivir con el hecho de que puede experimentar envidia, cólera y el resto de los siete pecados capitales, como cualquier hijo de vecino. Siempre se le dijo que era como un ángel, y ahora se siente como un ángel caído. Eso es todo.

-Pero…

-Yo aprendí a reparar cosas –Kanon señaló las columnas con un ademán-. Cuando estuve en el Santuario de Poseidón, no tenía con quién hablar al principio y no había nada más que hacer excepto reparar los pilares o contar granos de arena, y reconstruir el lugar era la menos aburrida de las dos opciones. Eso me ha ayudado con mi mal carácter, porque, afortunadamente, me ha tocado vivir en lugares donde siempre hay algo que tiene que ser arreglado. Y seguiré discutiendo con Saga, aunque eso sea preocupante para los demás, porque es la única forma que tiene mi hermano para desahogarse.

-¿Eh?

-Imagine que se trata de una olla de presión: pelear conmigo es la válvula de escape que impide que la presión interna lo haga estallar.

Una analogía de cocineros. Por un instante Shion creyó estar escuchando a Febe, la madre de los gemelos.

-Eso no bastará, no puede depender de pelear contigo para mantenerse estable el resto de la vida. Por mucho que lo racionalices, tampoco tú vas a soportar para siempre que esté culpándote de todo.

Kanon enarcó las cejas, comprensión era algo que no había esperado del Patriarca en ese momento. Fue una sorpresa agradable.

-Funciona por ahora. Y estoy enseñándole a reparar el mármol.

-Terminarán restaurando las Doce Casas antes de que él haya aprendido a controlar su carácter.

-Probablemente, pero si funcionó conmigo, puede funcionar con él. Y si no es bastante con las Doce Casas, siempre podemos pedirle que nos enseñe a reparar armaduras.

Shion sacudió la cabeza.

-Tendrá que bastar con el mármol. Por mucho que me duela admitirlo, ustedes dos no tienen ese don en particular.

Kanon sonrió a medias, sentía la tentación de decirle que algunas habilidades pueden adquirirse a fuerza de terquedad aunque no exista el talento natural, pero estaba demasiado acostumbrado a guardar sus ases bajo la manga como para llegar a hacerlo.

Además, presumir de la habilidad adquirida, probablemente pondría a Shion sobre la pista de lo muy celosos que (todavía) se sentían los gemelos cada vez que el Patriarca alababa el talento de Mu.

 

Palacio del Patriarca

-¡Hasta luego, hermano!

-Hasta... ¡Eh! ¡Espera un momento! ¿A dónde vas?

-Los muchachos y yo iremos al pueblo hoy...

-¿A qué?

-No sé... dar una vuelta... tal vez veamos una película... lo de siempre.

Ikki frunció el ceño. Últimamente, el término “los muchachos” en boca de Shun significaba “Kanon, Jabu, Máscara de Muerte y Afrodita”, y no acababa de entender por qué... pero lo que sí no tenía sombra de duda era que no le gustaba.

Todo había empezado con aquella extraña aventura cortesía de la diosa Afrodita. Un momento estaba Ikki en el salón del trono con la mayor parte de los demás Caballeros en un día completamente común y corriente y al siguiente parpadeo (aunque según los calendarios había pasado casi un mes) todo había cambiado.

Por supuesto, Shun seguía siendo la persona dulce y agradable de siempre, pero cada vez pasaba más tiempo con “los muchachos”, a los que (por cierto) el resto del Santuario estaba empezando a llamar “los inadaptados”.

¿A qué se debía el que Shun se hubiera vuelto tan amigo de esos cuatro? Lo peor era no poder obtener una respuesta clara: cada vez que interrogaba a Shun sobre el asunto, sólo conseguía la mirada inocente de toda la vida y un paciente relato de la aventura en Delfos, Citeres y el Olimpo... con unos cuantos huecos realmente notorios, como el por qué Afrodita de repente tenía un nombre que sonaba remotamente masculino (pero al que sólo respondía cuando lo usaba alguno de sus cuatro amigos), o por qué “los muchachos” y Shun recibían correo desde otros lugares de Grecia en forma bastante regular, con remitentes de nombres tan curiosos como Louise de Champagne y Placer Uránida. Por no mencionar las cartas de Cid y Bud desde Asgaard (con el ocasional “recuerdos a tu hermano” en alguna parte cerca de la firma). Ese relato incompleto no bastaba para justificar una amistad tan repentina.

¿Acaso no había sido Jabu el principal atormentador de Shun cuando estaban en la Fundación? ¿Y no había sido el Caballero de Piscis quien casi lo había matado en la batalla de las Doce Casas? ¿Y Kanon? ¿Qué podían tener en común Shun y ese frustrado aspirante a dueño del mundo? Y, para colmo de males, Máscara de Muerte, sobre el cual era mejor no hacer comentarios, ni siquiera mentales. ¿Es que Shun se había vuelto loco? ¿Serían secuelas de lo sucedido en el Hades?

 

Casa de Virgo

Shaka salió de su Casa esa mañana para encontrarse con el aprendiz de Shura examinando cuidadosamente el suelo a pocos metros de su puerta.

Polemos era el primer aprendiz que había llegado al Santuario desde el regreso de Atenea, con lo que el número de aprendices en ese momento se elevaba a… exactamente dos: Kiki y él. Shaka no había tenido oportunidad (ni interés) de tratarlo mucho, aunque sí había escuchado que los habían comparado un par de veces, porque el niño tenía también el cabello rubio y lacio.

Movido por la curiosidad, el Caballero de Virgo abrió los ojos un momento para contemplarlo. Sí, era rubio, parecía algo mayor que Kiki… y sin duda habría que decirle a Shura que se moderara un poco, el pobre niño tenía más moretones de la cuenta en brazos y cara… a menos que fuera propenso a los accidentes.

-¿Qué buscas? –preguntó Shaka, luego de cerrar los ojos una vez más.

-Perdí un lente de contacto –murmuró el muchacho-. Ah, aquí está.

¿Un lente de contacto? Eso no era muy prudente para alguien que debía practicar a diario técnicas de combate. Y unos lentes tampoco serían algo muy seguro de usar…

-¿Es muy grave tu problema? –preguntó Shaka, preocupado.

-¿Por qué lo pregunta?

-Porque si necesitas lentes en forma permanente, quizá no estás en el lugar más adecuado para ti. El entrenamiento puede agravar cualquier problema de visión que tengas y el tener que estar protegiendo tus ojos constantemente te pone en desventaja…

-¿Y me lo dice alguien que siempre tiene los ojos cerrados? –respondió Polemos.

Podría haber sonado insolente. Debería haber sonado insolente. Pero Shaka descubrió con sorpresa que tenía la impresión de que aquello había sido dicho con toda inocencia… y tuvo la repentina seguridad de que alguien menos tranquilo que él se habría enfurecido de inmediato con el aprendiz.

En ese momento, todos los moretones que decoraban la piel de Polemos tuvieron pleno sentido: el Santuario estaba lleno de personas menos pacientes que él, y no estaba pensando en los demás Caballeros (ni siquiera Cáncer caería tan bajo como para golpear a un niño, o al menos eso esperaba Shaka) sino en la servidumbre, la gente encargada de los suministros, limpieza y reparaciones del Santuario; un niño irritante que apenas estaba empezando su entrenamiento (y que, además, no era nativo de la isla sino de alguna otra parte de Grecia, hasta donde le habían contado) podía correr un serio peligro de recibir coscorrones por cualquier palabra irreflexiva.

-No has respondido mi pregunta, Polemos –dijo Shaka, con tono severo.

-Hum, no es un problema grave… señor.

Se tardó demasiado en añadir el “señor”. Sí, habría que conversar con Shura y pedirle que hablara un poco sobre protocolo con su aprendiz. En ese momento, Shaka percibió el cosmos de uno de los Géminis saludándolo desde la otra entrada de la Casa de Virgo y marchó a recibirlo, olvidándose por completo del niño.

Si no hubiera tenido los ojos cerrados, quizá habría alcanzado a notar que el lente de contacto de Polemos muy probablemente no tenía nada que ver con la calidad de su vista, ya que se trataba de un lente de color.

-Saludos, Caballero de Virgo –le dijo Kanon tan pronto como estuvo cerca de la entrada.

Shaka se forzó a no fruncir el ceño. Era de agradecer que le hubiera hablado primero, porque las voces eran de las pocas cosas que permitían distinguir a los gemelos con facilidad, ya que la de Saga era mucho más grave que la de Kanon. Había quien afirmaba que el Caballero de Géminis había fumado bastante durante su adolescencia, y eso le había afectado las cuerdas vocales en forma permanente, pero Shaka se resistía a creerlo. Saga no era de los que caían fácilmente en un vicio tan absurdo como el del tabaco.

Aún así, Shaka tenía ciertas reservas para hablar con Saga (de hecho, evitaba hablarle siempre que era posible) y no le gustaba para nada hablar con Kanon. Había algo en el segundo gemelo que le resultaba francamente irritante, y nunca le habían gustado las cosas ni las personas que lo sacaban de balance.

-¿En qué puedo ayudarle, Géminis? –preguntó con toda corrección, aunque con bastante frialdad.

-Sin el “Géminis”, por favor, el título es de mi hermano, no mío.

-¿En qué puedo ayudarle? –repitió Shaka, omitiendo el título y sin usar el nombre de Kanon. Si aquello era algún intento medianamente sutil de intentar convencerlo de hablarle con familiaridad, el segundo gemelo iba a fracasar estrepitosamente.

-Necesito pedirle un favor –dijo Kanon, cambiando de actitud por completo para hablar con la formalidad que solía usar con el Patriarca Shion en presencia de testigos, y, acto seguido, le ofreció a Shaka un pequeño paquete sellado-. Esto contiene cartas para seis personas que residen en el Santuario. Quiero pedirle que las guarde por un tiempo… y que las entregue a sus destinatarios si llega a sucederme algo antes de que pueda pedírselas de regreso.

-Estás bajo la protección de Atenea y vives en su Santuario. ¿Qué podría llegar a sucederte? –preguntó Shaka, vagamente ofendido de que Kanon pudiera siquiera pensar que corría algún peligro, de la clase que fuera, en el mismo lugar que defendían los Caballeros Dorados.

Kanon le sonrió, y eso aumentó todavía más la desconfianza de Shaka.

-Es un presentimiento, nada más. Pero tengo la mala costumbre de prestar demasiada atención a mis presentimientos. Si pasa suficiente tiempo sin que nada me obligue a alejarme del Santuario, entonces le pediré de vuelta las cartas y no habrá pasado nada, Caballero.

Shaka extendió la mano hacia el paquete.

-¿Quiénes son los destinatarios?

-Mis amigos, mi hermano, el Maestro Shion. El contenido es… solo cosas personales, nada de importancia.

Tan poco importante que había que ponerlo por escrito y garantizar que esas personas recibieran sus cartas. ¿Acaso Kanon creía que hablaba con un tonto?

-De acuerdo –Shaka tomó el sobre-. Lo guardaré.

-Gracias.

Kanon volvió sobre sus pasos, Shaka guardó el paquete en su biblioteca y procuró olvidarse de él.

 

Casa de Piscis

Curiosamente, la temperatura no era tan elevada en el resto de Grecia, con buena parte de Europa pasando por una onda fría que había hecho nevar en Castilla La Mancha al punto que la nieve acumulada amenazaba con derrumbar los molinos de viento más antiguos.

El Maestro Shion había dicho en algún momento que el excepcional buen clima del Santuario se debía a la radiante presencia de la diosa Atenea. Y alguien había comentado en voz baja (pero lo suficientemente alto como para que algunos pudieran escuchar) que era imperativo enviarla a Japón antes de que el mármol terminara de fundirse.

Aunque la tradición (mejor dicho, el reglamento) exigía el uso constante de las armaduras cuando la diosa residía en el Santuario, conforme avanzaba el verano se pudo ver infracciones cada vez más graves a esa costumbre particular de la Orden, especialmente porque los únicos que parecían soportar la temperatura al aire libre eran Aldebarán, Ikki, Shun, Jabu, Nachi y Ban.

Otros seres vivos que tampoco se sentían muy a gusto con la temperatura eran las plantas.

Ciertamente, incluso en las mejores circunstancias no era usual ver muchas plantas en el Santuario, pero cuando las rosas de la Casa de Piscis empezaron a adquirir una tonalidad uniforme (tallos, hojas y pétalos) que tendía definitivamente hacia “castaño calcinado por el sol”, ya no cupo la menor duda sobre algo que Kamus había declarado desde un mes antes de que la tierra reseca empezara a mostrar más grietas de lo normal: hacía demasiado calor.

Las rosas cultivadas por una larga sucesión de caballeros de Piscis (se trataba de una tradición iniciada por Apolodoro de Pisics, quien había sido parte de la Primera Generación) eran de una variedad tan resistente que casi parecían inmortales: habían sobrevivido a plagas, terremotos, heladas, inundaciones, guerras y generaciones de cabras montesas sin dejar de florecer y renovarse, por lo que resultaba totalmente descorazonador llegar a la Casa de Piscis y encontrar a Afrodita (el caballero, no la diosa) contemplando los capullos doblarse muertos antes de haber tenido oportunidad de abrirse, las hojas cayendo de los tallos y los tallos quebrándose por sí solos con chasquidos que recordaban a los producidos por la leña al quemarse.

Así pues, aunque Shun hubiese tenido una personalidad más cercana a la de su hermano Ikki, de todos modos se le habría encogido el corazón ese día de aquel sofocante verano, cuando llegó a la entrada este de la Casa de Piscis para encontrar (precisamente) a Afrodita contemplando la maraña reseca que era todo lo que quedaba de sus rosas.

-Estoy seguro de el Cortejo de Afrodita te enviará suficientes plantas nuevas como para repoblar el jardín tan pronto como termine la sequía –dijo Shun, tratando de consolarlo.

Afrodita sacudió la cabeza sin molestarse en mirarlo o en levantarse de donde estaba arrodillado.

-No es eso. Por supuesto que me enviarán suficientes plantas. Lo que está mal es no haber podido salvar ninguna. Ni siquiera las que Acuario ofreció guardar en su Casa van a sobrevivir.

Shun no pudo responder a eso, el día anterior había visitado la Casa de Acuario y era testigo de la frustración de Kamus, quien, a pesar de la temperatura cuidadosamente controlada en su Casa, no había encontrado la manera de evitar que los tres pequeños rosales se achicharraran igual que los que estaban al aire libre. Era como si todos los rosales de Afrodita fueran en realidad uno solo.

-Y lo peor de todo es... –continuó Afrodita.

Qué podría ser lo peor de todo fue algo de lo que Shun no pudo enterarse ese día, porque justo en ese momento la voz del Maestro Shion llegó a través del cosmos.

“Todos. Al Palacio.”

El Patriarca podía hablar durante horas y horas, pero cuando se trataba de la comunicación mental, solía ahorrar palabras.

La primera vez que habían tenido que obedecer a uno de esos llamados relámpago, los caballeros de Bronce no pudieron evitar sorprenderse por la velocidad con la que habían acudido los de Oro.

Con el tiempo (muy poco tiempo) comprendieron que Shion siempre esperaba ser obedecido de inmediato… y era sumamente saludable no hacerlo esperar.

-Debería cambiarme de ropa… y ponerme la armadura… -murmuró Afrodita, mirando con desconsuelo su ropa de trabajo. Shun rió por lo bajo-. No es gracioso.

-Nada más cámbiate, no creo que llegue nadie con armadura –aconsejó Shun-. Hace demasiado calor.

-Cierto…

En efecto, cuando llegaron al palacio, descubrieron que todos estaban vestidos más o menos seriamente, pero ninguna armadura estaba a la vista. Lo único llamativo en ese momento era una caja de cartón en una mesa y una diosa que parecía un tanto ofuscada.

-En serio, Shion, no era necesario que los llamaras a todos. ¡Solamente hice una pregunta!

Shion la miró con aire incrédulo. ¿Acaso la diosa había olvidado los reglamentos que ella misma estableciera desde la Era del Mito? Una pregunta hecha por ella no podía quedarse sin respuesta…

Saori sacudió la cabeza con frustración y se dirigió al resto de los Caballeros con una sonrisa algo avergonzada.

-Me han enviado rosas… pero no hay firma en la tarjeta… Yo solo quería saber si alguno de ustedes sabe quién me las regaló.

-¿Seiya? –preguntó Ikki de inmediato, con un tono de burla fácil de percibir.

Seiya descubrió con incomodidad que todas las miradas estaban fijas en él.

-Eh... no, no he sido yo.

-Aquí el único que cultiva rosas es Piscis –dijo Milo, con voz neutra.

-Estas no las trajo él –dijo Shun, que se había acercado para espiar el interior de la caja.

-¿Cómo lo sabes? –preguntó Tatsumi, que ya estaba empezando a fruncir el ceño.

-Todavía tienen las espinas. Y además están completamente abiertas. A una señorita se le obsequian rosas en capullo o a medio abrir... Además de que esta variedad nunca la había visto antes, y conozco bien todas las que cultiva, ayudo en el jardín en mi tiempo libre.

-Pasas demasiado tiempo con ese idiota –sentenció Ikki.

-“Ese idiota” está presente y acaba de escucharte, Fénix –intervino Afrodita.

Saori sonrió amablemente para el Caballero de Piscis y le señaló la caja.

-¿Sabes de dónde provienen?

La pregunta tomó por sorpresa a Afrodita. No esperaba que Atenea le dirigiera la palabra... pero, claro, la diosa debía querer poner distancia entre el Fénix y él antes de que se iniciara una pelea. Resignándose, se acercó a la mesa y tomó una de las rosas para examinarla.

-No son de Europa.

-¿Seguro? –Ikki se las arregló para sonar completamente desconfiado en una sola palabra.

La expresión de Afrodita no se alteró para nada, pero apretó el puño con fuerza, sin darse cuenta de que las espinas de la rosa estaban clavándose en la palma de su mano. Seguramente no valía la pena mencionar que no solo era un experto en botánica sino que además tenía un título para respaldar sus palabras, pero de ahí a una provocación no había más que un paso y Shun no apreciaría que peleara con su hermano en presencia de Atenea.

-Esta variedad fue creada hace tres años, si no me equivoco. Las llaman “Reina Mora”... me parece que el creador de la variedad es peruano, pero no estoy realmente seguro al respecto. Lo que sí recuerdo bien es que han ganado varios concursos internacionales. No es fácil lograr este tono de amarillo.

Curioso, ¿por qué su visión se estaba poniendo borrosa? En fin, lo importante era que estaba cometiendo un grave error de etiqueta, ya que le estaba hablando a Ikki en lugar de dirigirse a Atenea. ¿Dónde estaba Atenea? Estaba empezando a sentirse mareado. Bajó la mirada hacia la rosa, luchando por concentrarse... ¿Era sangre lo que goteaba de su mano?

-No verá una de estas en un jardín, son demasiado delicadas y solo se dan bien en el ambiente controlado de un invernadero -¿por qué su propia voz se escuchaba débil y lejana?-. Han sido refrigeradas para traerlas aquí. La desventaja de hacer eso es que no tardarán mucho en marchitarse...

Tatsumi, que había salido poco antes, volvió a entrar y le dijo a Saori que tenía una llamada. Saori se disculpó por la interrupción y salió.

Afrodita volvió a colocar la rosa en la caja, era un alivio no tener que seguir recitando datos, visto el hecho de que Atenea no parecía haber recordado que el protocolo le impedía salirse del tema hasta que ella se lo permitiera, pero ese alivio no contribuyó a disminuir el malestar que sentía... ¿Por qué le temblaba tanto la mano? ¿Y por qué tenía tanto frío, si estaban en pleno verano?

-¿Afrodita? –esa era la voz de Shun. Se oía preocupado, lo cual no era nada raro, tratándose de él. Aún así, le pareció extraño al Caballero de Piscis. Todo estaba tan fuera de foco...

Y, cuando quiso levantar la mirada y preguntarle a Shun qué ocurría, perdió el equilibrio. Supo que estaba cayendo, pero (afortunadamente, tal vez), quedó inconsciente antes de tocar el suelo.

~***~

-Es veneno, de eso estoy seguro –dijo Mu, mirando casi con desesperación a su Maestro.

Shion asintió y miró expectante a Dohko, que sacudió la cabeza. No, no sabían qué clase de veneno era, y ellos dos y Mu eran lo más parecido a médicos que había en el Santuario.

Piscis no había recobrado el sentido en ningún momento y más bien parecía empeorar. Su respiración se escuchaba más y más difícil.

Tatsumi había sido el primero en darse cuenta de que algo andaba mal y por eso había alejado a Atenea, cosa que Shion agradecía profundamente. No habría sido nada agradable que la diosa viera a uno de sus caballeros dorados caer como fulminado por un rayo. Especialmente cuando todo indicaba que el veneno estaba en las rosas que nadie sabía cómo habían llegado hasta el salón del trono.

Llevar a Piscis a su Casa había sido cuestión de minutos, pero ahora nadie parecía saber qué hacer.

La mirada de Shion se encontró con la de Saga, que permanecía silencioso y lo más lejos de él que le permitía el ancho de la (diminuta) habitación. Shion no supo si sentirse aliviado o molesto porque el Caballero de Géminis no había intercalado todavía un “te lo dije”.

Pero ahora lo importante era sacar a Piscis de ese problema... Mu estaba preparando algunas hierbas que había traído consigo, pero Shion podía adivinar por su expresión que no tenía la menor esperanza de que sirvieran de algo y sólo lo hacía para no permanecer inactivo.

Después de todo, envenenar al Caballero de Piscis era una hazaña supuestamente imposible. Gracias a las costumbres ancestrales de la Casa de Piscis, sus representantes consumían regularmente diversos tipos de venenos, al punto de volverse venenosos ellos mismos. Se suponía que era imposible encontrar sobre la faz de la tierra un veneno capaz de afectarlos una vez concluido su noviciado.

Pero ahí estaba Afrodita, agonizando por causa de un veneno desconocido.

Alguien llamó a la puerta y entró sin esperar a recibir permiso. Shion frunció el ceño al ver que se trataba del Caballero del Unicornio, otro de los inadaptados.

-Creí haber dicho que los amigos de Piscis podían esperar afuera –dijo Shion.

-Eso dijo –confirmó Jabu-. Pero, como diría el propio Piscis, ¿qué le hace pensar que somos amigos?

Esquivando las miradas de enojo de Dohko y Shion, Jabu se apoderó del vaso con agua que Afrodita mantenía siempre en su mesita de noche. Las expresiones de enojo cambiaron a curiosidad cuando el muchacho abrió un pequeño frasco que llevaba consigo y vertió parte del contenido en el agua.

-¿Qué es eso? –preguntó Mu.

-Cuerno de unicornio –Jabu levantó el vaso para contemplarlo al trasluz. El polvo se había disuelto completamente y ahora el agua era un líquido opalino-. Se dice que es un antídoto contra todos los venenos que existen.

Jabu continuó hablando calmadamente acerca de los usos del cuerno de unicornio ya fuera en polvo o en trozos mientras conseguía que Afrodita bebiera poco a poco el contenido del vaso.

-¿Tienes idea de lo valioso que es eso? –dijo Shion.

Jabu enarcó las cejas. Era la primera vez desde su regreso que el Patriarca parecía darse cuenta de la existencia de otros Caballeros de Bronce aparte de los Cinco, y justo tenía que dirigirle la palabra a él. En fin, no había sobrevivido a tener que hablar en un juicio ante la casi totalidad de los dioses griegos solo para quedarse mudo ante los miembros más antiguos de su Orden.

-Sí, lo sé. Se trata de una de las sustancias más escasas y valiosas del mundo. Muchos alquimistas matarían por la mitad del contenido de este frasco –respondió, con un tono que al menos sonaba casi indiferente.

-¿Dónde lo obtuviste?

-El secreto pasa de un Maestro a su discípulo y no debe ser compartido por nadie más, lo siento.

Shion no insistió, pero era evidente que estaba contrariado. Jabu cerró el frasco y le dirigió una última mirada a Afrodita. Ya respiraba sin problemas y había recuperado algo de color. Enki tenía razón sobre las propiedades curativas del alicorno, como en todo lo demás, hasta el momento.

Cuando se dirigía a la puerta, luego de despedirse de los Caballeros de Oro con una educada reverencia (que habría sorprendido mucho a los demás Caballeros de Bronce), Jabu sintió un impulso repentino y decidió en ese instante que buscaría a Mu ese mismo día y le entregaría el frasco. Tenía más alicorno (cuidadosamente escondido) y, aparte del hecho de que el Caballero de Aries sin duda le daría un muy buen uso, quizá sería mejor crear la impresión de que ya no tenía en su poder algo tan valioso.

…Probablemente sí pasaba demasiado tiempo con los inadaptados, esa era una maniobra de manipulación más propia de Kanon que de él.

 ~***~

Afrodita despertó de un sueño intranquilo para descubrir que había alguien velando junto a su cama.

-¿Kanon? –preguntó en un susurro.

La mirada sorprendida de Saga casi lo hizo reír. El mayor de los gemelos no estaba tan acostumbrado como Kanon a que lo llamasen por el nombre equivocado.

-No, soy yo… eh… soy Saga –dijo por fin, un poco dolido, como si temiera decepcionarlo.

-Claro, solo bromeaba. ¿Qué haces aquí?

-Tus amigos decidieron turnarse para cuidarte…

-¿Y Kanon encontró cómo chantajearte para que tomaras un turno tú también?

-¿Tan obvio resulta? –murmuró Saga.

Estaba resentido, pero la risa de Afrodita lo confundió lo bastante como para hacerlo olvidarse de su disgusto. ¿El Caballero de Piscis estaba bromeando a costa suya?

Era extraño, desconcertante y familiar al mismo tiempo, ver a Afrodita sonriendo con tanta naturalidad, como si se sintiera cómodo en su presencia (cosa que no ocurría con la generalidad de los Caballeros de Atenea). Fragmentos de recuerdos trataron de subir a la superficie de su memoria, indicándole que no era la primera vez que lo veía reír así, pero los envió de nuevo a la zona vacía (un espacio de casi una década completamente en blanco) al decirse a sí mismo que el Caballero de Piscis probablemente veía en él a Arles, no al verdadero Saga.

Después de todo, la primera vez que hablaron a solas desde el regreso, Afrodita lo había llamado “Arles”, y esa equivocación había dolido demasiado en su momento.

Debería avisarle al resto de los inadaptados que Afrodita estaba despierto y marcharse de ahí, pero no lograba decidirse a hacerlo. Tenía ya mucho tiempo sin poder sentirse a gusto.

Hasta el momento de aquella extraña emergencia, no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a Piscis y Cáncer…

La sonrisa de Afrodita desapareció de repente.

-Saga…

-¿Sí?

-Me siento mal…

Minutos después, Shion estaba empezando a sentirse realmente desesperado, cuando se le acabaron las ideas. No era que Afrodita había recaído, sino que ahora sus síntomas eran completamente distintos, y lo más grave era que parecía encontrarse mucho peor que en la mañana.

-No lo entiendo –dijo Jabu, con el aspecto de alguien que se encuentra totalmente aterrorizado-. El alicorno debería haber sido más que suficiente.

-En eso estamos de acuerdo –dijo Dohko-. Lo único que se me ocurre es que pueda ser una reacción alérgica.

-Solo eso nos faltaría. Una persona venenosa que es alérgica a los antídotos… ¡si hasta suena lógico! –casi gritó Shion.

Dohko, Mu, Jabu, Saga y Kanon lo miraron como si temieran que fuera a volverse loco de un momento a otro, de modo que Shion se esforzó en serenarse. Piscis, tan parecido y tan diferente a sus predecesores, nunca le había resultado fácil de comprender, pero era un Caballero de Atenea, debía haber alguna manera de…

-¿Qué estás haciendo, Kanon? –exclamó Saga, escandalizado.

El menor de los gemelos estaba revolviendo el contenido del ropero de Afrodita como si registrar las pertenencias de otro Caballero fuera la cosa más normal del mundo. Shion lo miró perplejo mientras sacaba un teléfono celular de algo que parecía ser una cajita de ébano con incrustaciones de marfil.

¿Qué hacía eso ahí? Otro de los motivos de sus discusiones con Saga era el si permitir o no que los miembros de la Orden usaran teléfonos. La mayoría podía comunicarse fácilmente por medio del Cosmos, lo que (en opinión de Shion) hacía innecesario el uso de tales aparatos. ¿Y ahora resultaba que Piscis tenía un teléfono, pese a saber que eso no era del agrado del Patriarca, y además Kanon estaba enterado?

-No sé qué pensarán hacer ustedes, pero a mí me parece que lo mejor es llamar a un médico –dijo Kanon, mientras buscaba algo en la memoria del teléfono.

-¿Y cómo se supone que vamos a encontrar un médico ahora? ¡Aunque lo trajéramos de Atenas a toda prisa, tardaría… -empezó Saga.

-Cállate, hermano mayor, ya está timbrando –gruñó Kanon.

Luego de hablar rápidamente con alguien al otro lado de la línea, Kanon apagó el teléfono y volvió a dejarlo donde estaba.

-Estará aquí en… -alguien llamó a la puerta en ese instante-. Ahora mismo, creo.

Shion abrió la puerta y se encontró frente a un hombre rubio de unos cincuenta años, de aspecto decididamente griego y que se apoyaba en un bastón en el cual estaba enroscada una serpiente de oro… o color oro, porque todo indicaba que estaba viva…

-Maestro, Caballeros, les presento a Asclepio, dios de la Medicina –dijo Kanon, con un tono ligeramente burlón-. Les sugiero que los que no seamos completamente indispensables salgamos ahora mismo de aquí, porque hay muy poco espacio como para que nos dediquemos a estorbar.

Jabu y Saga lo siguieron de inmediato y Shion solo atinó a apoyar la espalda contra la pared mientras Mu y Dohko le describían a Asclepio los síntomas de Afrodita.

¿Desde cuándo los dioses menores tenían celulares… y cómo era que el Caballero de Piscis tenía el de Asclepio en la memoria de su teléfono?

 

Continuará…

 

Notas  mitológicas:

Asclepio, hijo del dios Apolo y la princesa humana Coronis, fue discípulo del centauro Quirón, de Apolo y de Atenea, quienes le enseñaron los secretos de la curación, de modo tal que el alumno llegó a superar a los tres maestros en ese campo.

Luego de que Perseo matara a Medusa para salvar a Andrómeda, Atenea le regaló a Asclepio dos frascos con la sangre del monstruo. El contenido de uno de esos frascos era un veneno mortal, el del otro era una medicina capaz de revivir a los muertos.

Preocupado por la posibilidad de que esas resurrecciones trastocaran el orden natural (o porque Hades se quejó de que le estaban robando sus súbditos, depende de la versión), Zeus fulminó con un rayo a Asclepio luego de que reviviera a Hipólito (uno de los hijos de Teseo). En venganza, Apolo mató a los cíclopes (quienes habían forjado el rayo).

Luego de su muerte, pasó a ser considerado un dios.

Dos de sus hijos varones (Podalirio y Macaón) fueron grandes guerreros y trabajaron además como médicos de los griegos durante la guerra de Troya. Sus hijas (Yaso, Higía, Aceso, Egle y Panacea) eran consideradas también diosas de la medicina.

Tenía templos en toda Grecia y se le representaba con el aspecto de un hombre de unos cincuenta años, barbado, fuerte y sereno. Su símbolo era un bastón de madera con una serpiente enroscada, y todavía hay quienes confunden ese bastón con el caduceo de Hermes, que es una vara (no un bastón) de marfil con dos serpientes enroscadas.

 

De acuerdo con las leyendas europeas (las asiáticas tratan el tema diferente) un unicornio tiene el poder de purificar el agua que ha sido envenenada por las serpientes con, simplemente, sumergir su cuerno en el agua.

Debido a esta leyenda, los cuernos de unicornio (o “alicornos”) eran muy apreciados por los ricos y poderosos, siempre expuestos a que algún enemigo (o pariente) tratara de envenenarlos. Eso dio pie (lógicamente) a numerosas falsificaciones. Tengo entendido que en Inglaterra se conservaron por muchos años con la etiqueta de “cuernos de unicornio” algunos cuernos de narval (un tipo de ballena). Para usarlo como contraveneno, se molía el alicorno, se disolvía en vino o en agua y se le daba a beber al paciente.

Ah, y para saber si se contaba con un alicorno auténtico o una falsificación, se guardaba un trozo de éste en una caja con escorpiones. Si al día siguiente los escorpiones estaban muertos, era alicorno real.

 


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