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El regreso del Club de los Inadaptados por DagaSaar

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Notas del capitulo:

Saga, Afrodita y Aldebarán llegan a Algeria para ayudar a Milo, Jabu y Shaina. Kanon intercede por un dragón ante el Rey Dragón del Mar del Sur. MM presenta una ofrenda ante la diosa Kwan Yin. A Afrodita no le queda más remedio que admitir cuáles son realmente sus rosas. Milo conoce a Erebo, el dios del Abismo. Y Jabu pelea contra un seudodragón.

Capítulo trece

Lo que no hurtan los ratones, aparece en los rincones

 

O, lo que es lo mismo

La espada de Ayax

 

 

Algeria

Afrodita murmuró algo en italiano al contemplar las doradas arenas del desierto y el sol que se reflejaba en ellas. Aldebarán dejó escapar una carcajada.

-¿Cómo es eso? ¿Desde cuándo los suecos maldicen en italiano? –preguntó.

-Será porque las primeras maldiciones que escuché en mi vida me las enseñó Angello. Tuvo gran cuidado en hacerme lograr la pronunciación correcta.

-Jeh, se nota que es cáncer, siempre preocupado por el bienestar de la familia.

-Y que lo digas.

-Espero que hayas traído bloqueador solar, vas a necesitarlo.

-No me cabe duda –Afrodita suspiró-. Ya sabes, si te llega olor a pescado frito, probablemente sea yo.

Saga marchaba sombrío sin que ninguno de los dos pudiera hacerlo participar en la conversación. Aldebarán era un buen conversador y su carácter cálido y jovial le había ganado fácilmente la buena voluntad de Afrodita.

Debería alegrarse de que el Caballero de Piscis finalmente estuviera logrando lo que no había podido hacer a lo largo de infancia y adolescencia: conseguir otros amigos más allá de Cáncer y Lacerta, pero Saga había estado irritable desde el momento mismo de abandonar el Santuario y no encontraba cómo controlar eso.

En realidad, si se detenía a pensarlo, estaba irritable desde hacía días. Era el insomnio, sin duda.

Cuando se reunieron con los otros tres en el oasis, descubrieron que no había manera de cambiar la situación: quienquiera que tuviese la información sobre el paradero de la espada daba largas al asunto cada vez que alguien se lo preguntaba (y Saga no estaba muy dispuesto a creer que se tratara de unicornios reales… sin duda Jabu estaba usando alguna clase de metáfora que resultaba demasiado oscura al traducirla al griego), y no les quedó más remedio que esperar junto con Milo, Jabu y Shaina a que aquellos seres mágicos se decidieran a decirles si sabían o no dónde estaba la espada.

Casi una semana después de la llegada de Saga, Afrodita y Aldebarán al oasis, Milo estaba a pocos minutos de perder la paciencia.

La serena vida de los habitantes del oasis era un contraste extraño con todo lo que estaba acostumbrado, y, por encima de todo, le fastidiaba la calma con la que Jabu y Shaina parecían tomarlo todo. ¡Tenían una misión por cumplir y ellos dos, como si nada!

Algunos de los nómadas se apartaron de su camino cuando marchó con paso decidido hasta la tienda de Denali, donde (por supuesto) encontró al Caballero del Unicornio y la Amazona de Ofiuco enfrascados en una conversación y examinando… un montón de papeles llenos de…

-¿Qué es esto? –preguntó Milo, luego de tomar un papel y darle varias vueltas sin lograr decidir dónde era arriba y dónde era abajo en ese dibujo. Parecía que alguien hubiera tomado unas cuantas lombrices, las hubiera mojado en tinta y luego las hubiera alentado a recorrer toda la hoja.

-Mis prácticas de caligrafía –dijo Jabu.

-…Te hace falta práctica, ¿sabes?

Finalmente lo había logrado, y esta vez sin proponérselo: el Caballero del Unicornio reaccionó con enojo y le arrebató la hoja, casi rompiéndola en el proceso.

-Si lo tomaras al derecho, tal vez podrías criticarlo mejor.

-Milo, son prácticas de caligrafía en árabe –dijo Shaina-, así es como debe verse.

-Uh. Bueno, no importa. Lo que quiero es saber qué es lo que pasa con esos dichosos unicornios.

Jabu respondió con un refunfuño ininteligible. Milo decidió que aquello sonaba como una grosería en árabe, pero apenas había podido aprender dos o tres palabras hasta el momento en ese idioma.

-No sirve de nada tratar de apresurar a un unicornio –dijo Jabu, volviendo al griego y hablando con más calma-. Ya lo he intentado muchas veces y siempre me han obligado a esperar hasta que lo juzguen conveniente. Para mayor desgracia, nunca he conseguido atraparlos en un error. Ya te lo dije: los unicornios siempre tienen razón, incluso cuando están equivocados. Si dicen que hay que esperar, hay que esperar.

Aquello era una pérdida de tiempo. Milo salió furioso del oasis. Fue así como llegó hasta unas ruinas semienterradas en la arena.

¿Qué podía haber sido ese lugar? ¿Un templo? ¿Un palacio? ¿Una escuela? Justo al pisar las baldosas de lo que parecía una plaza (¿o lo que quedaba del interior de un edificio?), sintió una presencia poderosa que daba la impresión de estar acurrucada en algún lugar bajo el suelo.

Intrigado, registró el sitio hasta dar con una escalinata que descendía y empezó a bajar las gradas.

¿Aquel podría ser el escondite de Ascalon? La leyenda decía que Ayax había sepultado su espada…

Estaba bastante oscuro ahí abajo. Milo decidió que era mejor retroceder y volver luego con laguna luz, pero al ir a dar media vuelta, perdió pie y cayó a un agujero.

 

Santuario Submarino

-¡Maremoto! –exclamó Caza.

-¿En serio? –respondió Baian, sarcástico.

-Aléjense de las estanterías –advirtió Krishna, un segundo antes de que uno de los muebles se desplomara, poniendo fin a una parte de la colección de caballitos en miniatura.

El cosmos de Poseidón se hizo sentir con fuerza y los Shoguns comprendieron que estaba protegiéndolos.

Resultaba difícil desplazarse cuando el piso se movía de un lado a otro y también hacia arriba y hacia abajo, pero (a brincos y tropiezos), Kanon consiguió llegar hasta el patio, donde encontró a Julián y pudo contemplar un espectáculo sorprendente: dragones.

Eran dragones asiáticos, de cuerpos serpentinos y ondulantes. Tres de ellos, bastante grandes, atacaban a uno pequeño, que se defendía duras penas e intentaba escapar. Otros dos dragones observaban todo desde alguna distancia.

-Su pelea es lo que ocasiona el sismo –dijo Poseidón-. Este necio de Shuolong debería tener aunque fuera el mínimo de inteligencia para no venir a provocar algo así en mis dominios.

-¿Quién?

-El dragón rojo que está aparte de los otros. Es uno de los cuatro Reyes Dragones de China, le corresponde el Mar del Sur.

-¿Y tú lo conoces?

-Desde hace unos cuantos siglos. Todas las divinidades marinas tenemos que conocer y respetar los territorios de los demás, o eso se supone.

-No parece una pelea muy justa.

-No lo es: son tres adultos contra un cachorro.

Kanon se mordió el labio inferior. Drakontas le había advertido que la reencarnación de Unity llegaría tarde o temprano por ahí. Ahora que veía a aquellos seis dragones aparecidos de la nada, tenía la impresión de que tal vez uno de ellos podía ser el dragón que había prometido proteger… y si la ley de Murphy seguía funcionando, sin duda sería justo el dragón que estaba recibiendo una paliza en ese momento.

En toda su vida, no había habido una ocasión en la que fallara la ley de Murphy, que siempre había considerado el único principio realmente universal, superando por mucho lo que pudieran ofrecer la física y la lógica.

Si Unity había reencarnado, sin duda sería el dragón pequeño.

¿Cómo diantres iba a rescatarlo?

 

China

-Ah, miren –dijo Mu, señalando algo que acababa de ver al otro lado de la acera-. Ahí hay un templo de Kwan Yin. Si hay tiempo, me gustaría visitarlo.

MM se tomó el trabajo de decir en voz alta la pregunta que pasó por la mente de los demás.

-¿Quién es ese Kwan Yin?

-Es “ella” –corrigió Mu, con una sonrisa-. Es la diosa china de la Compasión, aunque también tiene seguidores en el budismo que la consideran la bodhisattva de la Misericordia, se dice que es la versión femenina del bodhisattva Avalokitesvara, el buda Kanon…

-Oye, un momento, ¿Kanon es un buda? –interrumpió Ikki, con la repentina impresión de que era imposible semejante cosa.

Mu tardó un par de segundos en comprender y entonces dejó escapar una risa breve.

-Dicho así, suena raro –admitió-. Nuestro Kanon tiene el nombre de un buda. El buda Kanon es conocido por su gran compasión y por su fe en que las personas son esencialmente buenas y merecen ser ayudadas.

-Entonces, entre el buda Kanon y el Kanon que conocemos, la única relación es el nombre.

-Cuando le pones a un niño el nombre de un santo, esperas que el santo lo proteja durante su vida y que el niño desarrolle virtudes similares a las de su tocayo –dijo Shaka, pensativo-. Quizá los padres de Kanon deseaban que fuera una persona compasiva.

-Deben haberse decepcionado mucho –gruñó Ikki.

Mu se sintió tentado a reír con ese comentario, pero la disciplina de muchos años le ayudó a mantener una cara serena mientras continuaba con su explicación. Si le daba oportunidad a Ikki de seguir con sus sarcasmos, sin duda habría un problema con MM, que no tenía cara de estar muy contento en ese instante.

-Kwan Yin decide cuántos hijos debe tener cada pareja y cuando un bebé muere muy pequeño o no llega a nacer, es costumbre rogarle a ella para que proteja y guíe su alma al reencarnar, de modo que tenga otra oportunidad de vivir, ya sea en la misma familia o en otra. Eso me lo enseñó el Maestro Dohko.

-Hum, y tú quieres visitar el tempo porque… -dijo Ikki y dejó el resto de la frase en el aire.

-Porque tuve un hermano que nació muerto, y desde que el Maestro Dohko me habló de esta diosa, he querido presentarle mis respetos y rogar por el alma de mi hermano.

Los demás se quedaron callados y Mu comprendió que se sentían incómodos. El tema de su hermano no era algo que tocara con frecuencia. Como sucede en algunas partes de África y Europa, en Yamir los gemelos eran considerados de mala suerte y él había aprendido (de mala manera) que era mejor no mencionar el detalle de que había tenido un gemelo que había nacido muerto. Aquello era mala suerte multiplicada por dos.

Por lo mismo, cuando tuvo edad de comprender, admiró todavía más a su Maestro Shion por haber conservado a sus hijos e hijas a pesar de ser gemelos. Los ancianos de Yamir sin duda le habían vaticinado toda suerte de desgracias en su momento por no deshacerse de al menos uno de cada pareja, pero Shion había tenido la valentía de no hacerles caso. Incluso había llevado a Saga y Kanon con él al Tíbet cuando Mu quedó huérfano… quizá para demostrarle a los parientes cercanos del futuro Caballero de Aries que no había nada malo en los gemelos y que, por lo tanto, cualquier familia de Yamir podía adoptar sin miedo a Mu.

No había funcionado, claro, el miedo a los malos augurios que traía consigo Mu, la muerte de su gemelo y la muerte de sus padres pesaban demasiado en la mente de los otros lemurianos como para que ninguno de ellos se arriesgara, pero él se sintió agradecido de todos modos. El Maestro Shion era sin duda la persona más sabia y justa que conocía.

Esa tarde, mientras los demás se acomodaban en el hotel y hacían los primeros contactos con el coleccionista que supuestamente tenía las espadas Crocea Mors y Arondight, Mu visitó el templo de Kwan Yin y cumplió aquel pequeño deseo que lo había acompañado unos cuantos años, más o menos desde que la muerte repentina de Shion (o, más bien, su asesinato) lo hiciera exiliarse voluntariamente en China para completar su entrenamiento lejos del Santuario y del nuevo Patriarca.

 

Santuario de Poseidón

El dragón pequeño no tardó mucho en caer vencido y, una vez en el suelo, adoptó forma humana. Parecía un niño de unos diez años, de largo cabello negro, y aún inconsciente en el suelo, seguía aferrando un envoltorio de tela harapienta.

Perfectamente seguro de que estaba jugándose la vida, Kanon se apartó de Poseidón y de los demás Shoguns (que ya habían llegado con ellos para entonces) y caminó hacia los dragones.

 

Algeria

-Saga, ¿tu rutina de ejercicios?

-Ahora no.

Afrodita, que ya había iniciado el calentamiento, se detuvo y lo miró, manos en la cintura y (¡otra vez!) una expresión de desaprobación que empezaba a resultarle irritante al Caballero de Géminis.

-¿Qué? –preguntó Saga, molesto.

-No te conozco.

-Hace casi veinte años que me conoces.

-No. Eres un completo extraño y no me gusta lo que veo.

-¿Qué? –Saga se incorporó y lo miró con el ceño fruncido. En otro momento, eso habría sido una advertencia más que suficiente, peor Afrodita ya había acumulado bastante cólera como para ignorarlo.

-¡Mírate! ¿En qué te has convertido? ¡Ni siquiera logras dormir a menos que estés acompañado! ¿Crees que no me doy cuenta de que siempre estás cansado e irritable porque no duermes? ¡Cuando ya no resistes más, te metes en mi cama, duermes unas pocas horas y luego vuelves a tu cama otra vez, creyendo que no me entero, y luego pasas otros tres o cuatro días peleando contra el insomnio, pero sin buscarle un remedio efectivo! ¡Eso es patético, Saga! –Afrodita hizo una pausa, tomó aire y continuó con menos vehemencia, pero con mucha más frialdad-. Y ahora no tienes voluntad ni para una rutina de ejercicios. Si el Maestro Shion se diera cuenta, no te asignaría ninguna misión… Eres débil.

Saga se puso en pie y caminó hacia él. “Débil” era uno de los peores insultos en el repertorio de Afrodita. Podía ofender con la misma habilidad empleando palabras soeces que frases ingeniosas, pero “débil” era un caso especial: estaba demasiado cerca de sus emociones y del desprecio que había llegado a sentir por sí mismo cuando estaba indefenso ante el maltrato de su Maestro. Jamás llamaba “débil” a alguien a menos que lo considerara indigno del espacio que ocupaba sobre la tierra.

Saga sabía eso de sobra y se sintió herido en lo más vivo. Todo su cansancio cedió paso a una cólera fría, racional y (por lo mismo) aterradora. Plenamente consciente de lo que iba a hacer (y un poco sorprendido por la estrategia que había surgido completa en su mente sin necesidad de meditarla siquiera), se detuvo frente a Afrodita, lo miró a los ojos y lanzó un golpe.

Tal y como esperaba, Afrodita lo bloqueó y contraatacó sin demostrar la menor sorpresa o vacilación. Después de todo, su intención desde el principio de aquel discurso había sido provocarlo para obligarlo a reaccionar, aunque fuera con ira; Saga lo comprendió fácilmente y decidió agradecérselo pagándole con la misma moneda: ¿así que a Afrodita le preocupaba que bajara su nivel porque no hacía por dónde controlar su insomnio? Pues bien, nada le costaba demostrarle que a él le preocupaba el que Afrodita no tomara el camino más lógico para recuperar sus rosas.

El combate se prolongó largo rato sin que ninguno de los dos cediera mucho terreno y sin que intercambiaran una sola palabra.

Si alguno de los otros hubiera estado ahí para verlos, probablemente habría admirado aquel despliegue de habilidad y el hecho evidente de que cada uno conocía a la perfección las técnicas y la manera de pensar del otro.

Sin embargo, ninguno estaba en su mejor condición y aquel combate no podía durar demasiado.

Saga, muy consciente de eso, estaba atento a la menor señal, advirtió de inmediato los primeros síntomas de cansancio en Afrodita e intensificó entonces la velocidad y fuerza de su ataque.

Al momento en que Afrodita perdió el equilibrio por primera vez, Saga se colocó a su espalda, sujetó sus muñecas y lo obligó a cruzar los brazos sobre el pecho, de modo que quedó inmovilizado como si le hubieran puesto una camisa de fuerza.

Afrodita no intentó liberarse, conocía demasiado bien sus propios límites y sabía que en ese momento no podría conseguir que Saga lo soltara sin un muy serio riesgo de dislocarse un brazo en el proceso.

-Ganaste –murmuró, tenía la respiración agitada y apenas logró pronunciar aquello de forma inteligible.

-La próxima vez que quieras llamarme “débil”, apoya tus argumentos con unas cuantas rosas.

-Lamento haberte ofen…

-No –cortó Saga. Todavía sin soltarlo, se sentó en el suelo, arrastrándolo consigo-. Nada de disculpas. Quiero ver qué tanto has progresado con tus rosas. Muéstrame una.

-¿Ahora? Pero…

-¿Excusas, Afrodita? Una rosa. Ahora.

Saga soltó su mano izquierda, pero rodeó la cintura de Afrodita con el brazo que ahora tenía libre y acomodó mejor el agarre en su muñeca derecha, dándole a entender que no había escape posible.

Afrodita se mordió el labio inferior. La derecha era su mano dominante y en la época en la que Arles se encargó de completar su entrenamiento, los ejercicios con la mano izquierda habían sido un verdadero fastidio por la insistencia del falso Patriarca en que no debía depender más de una mano que de la otra en un combate real.

La rosa que le presentó a Saga era roja, pero ya estaba mustia por el calor y empezó a deshojarse incluso antes de que estuviera formada del todo.

-¿Todavía insiste con las híbridas de té? Una glandiflora.

-Pero…

-Ahora.

-…Sí.

La segunda rosa era blanca, pero demasiado grande y también estaba marchita.

-No estamos avanzando mucho, ¿eh?

-No me atormentes.

-Sólo hasta donde tú me lo permitas –Saga aflojó su agarre, ahora más bien parecía estar abrazándolo-. Tu variedad emblemática.

-¡¿Qué?!

-Hazlo.

Lentamente, Afrodita liberó su brazo derecho sin que Saga se opusiera, juntó ambas manos e invocó una rosa más.

Era una glandiflora de tamaño mediano, fresca y saludable, perfecta en todos sus detalles, excepto uno: carecía por completo de color.

Saga sonrió al reconocerla: era de la misma clase que había hecho Afrodita cuando lo había encontrado comiendo caramelos, pero ahora que no intentaba obligarla a ser una híbrida de té, la rosa por fin podía desplegar toda su belleza.

-Tal y como sospeché. Es la que te pide menos esfuerzo y acude a ti casi sin que tengas que llamarla, ¿verdad?

-Son débiles, no sirven para un combate…

-Tonterías.

-¿Eh?

-¿Cómo se llama esta variedad?

-…Golden Pride.

-“Orgullo Dorado”. Más perfecto, imposible. ¿De qué color debería ser?

-Amarilla, pero…

-Eso también lo recuperarás.

-No, Saga, jamás he podido.

-¿Cómo es eso?

Afrodita acarició con nostalgia los pétalos transparentes.

-Sé que deberían ser amarillas porque las conocí antes de ser entregado a la Orden, mi padre tiene unos cuantos rosales de esta clase y sus rosas fueron las primeras que vi en mi vida. Pero cuando me hice cargo de la Casa de Piscis, no conseguí hacer crecer un solo Golden Pride en todo el jardín: cada uno de los que planté se secó y murió en cuestión de horas. Y descubrí que puedo… o podía… invocar casi cualquier variedad, pero no una Golden Pride que no sea incolora, como esta. El color se quedó en el Parnaso, junto con todo lo bello y bueno de mi infancia.

-Hum. En verdad me gustaría saber dónde está la raíz de este problema. Creía que tenía que ver con la pérdida de tu veneno, pero si es más antiguo que eso…

-¿Qué hay de la raíz de tu problema?

-Evasivo, ¿eh?

-Eso lo serás tú, yo pregunté primero.

-¿Soltándome una sarta de insultos es como preguntas?

-Puedo discutir al respecto el día entero, si quieres.

-Mmm, es absurdo, en realidad. Estoy bien, hasta que intento dormir.

-¿Pesadillas?

-No. Ansiedad, angustia… miedo…

-¿De qué?

-Ojalá lo supiera. Es una extraña seguridad de que algo está mal y que yo debería saber qué es y ponerle remedio, pero no sé de qué se trata.

-¿Y cómo es que sí puedes dormir en mi cama?

-Repito: ojalá lo supiera. Tu cercanía me tranquiliza.

-¿No te serviría igual un oso de peluche?

Saga rió y lo abrazó más estrechamente.

-No lo creo.

-…Necesitas buscar pareja, Saga.

Saga, que hasta ese momento se había sentido increíblemente cómodo, sintió como si acabara de recibir un baldazo de agua fría

-Aún… me quedan dos años antes… antes de…

Afrodita enarcó una ceja, aunque Saga no podía verlo. ¿A qué venía ese titubeo repentino? En realidad, a Saga le quedaba un año y poco más antes de ser oficialmente “casadero” de acuerdo con las normas de la Orden.

-Es la costumbre, no una ley grabada en piedra –apuntó-. Si quieres buscar esposa ahora, no creo que el Maestro Shion se oponga.

-¿Qué clase de familia podría formar alguien como yo? Estoy dañado, Afrodita, he podido juntar los pedazos, pero no soy capaz de unirlos. ¿Qué puedo ofrecerle a nadie?

-Me gustaría que hablaras con Asclepio sobre tu insomnio –dijo Afrodita, luego de un largo silencio.

-No.

Por supuesto. Saga no era de los que se abrían fácilmente, ni siquiera con los amigos. Si lograba obligarlo a consultar con un médico, se empeñaría en hacerle al galeno las cosas lo más difíciles que pudiera. Para conseguir que hablara sobre su problema con Asclepio, iba a ser necesaria una larga y afanosa labor de convencimiento y no poca manipulación.

Luego de descansar unos minutos más, regresaron al campamento, donde se encontraron con la noticia de que Milo había desaparecido.

A casi medio kilómetro del oasis, el Caballero de Escorpión maldijo en voz baja. Un saliente había detenido su caída dentro del pozo y, cuando por fin logró recuperar el aliento, tuvo la clara sensación de que había evitado por muy poco una segunda muerte prematura.

Y luego estuvo a punto de sufrir un infarto cuando una voz desconocida se escuchó junto a él.

-Hace tiempo que nadie se tiraba a este pozo sin que lo empujaran.

Milo miró a su alrededor y descubrió con sorpresa a un hombre sentado en el saliente. Por un momento se preguntó si no sería más bien un fantasma, ya que, al parecer, era albino: su piel, su cabello y sus ojos eran de una blancura casi aterradora y, para colmo, vestía enteramente de blanco.

-¿Quién eres?

-¿Te tiraste a mi pozo sin saber a dónde ibas? –replicó el hombre de blanco-. ¿Es posible que no hayas reconocido mi emblema al bajar las gradas?

-¿Es broma? ¡Está tan oscuro aquí abajo que apenas logro verte!

El hombre sonrió, descubriendo unos dientes tan blancos como el resto de su persona.

-La oscuridad es mi emblema. Soy Erebo.

-…¿El dios del Abismo?

-Ajá. Uno de los tres dioses nacidos directamente del Caos –Erebo acomodó tranquilamente los pliegues de su túnica. Milo, por su parte, se mordió la lengua para no preguntar si no habían sido realmente cuatro dioses, algunos autores no mencionaban solo a Gea, Nix y Erebo, sino también a Eros, y otros mencionaban además a Tifón, como nacidos del Caos-. Bien, ya que interrumpiste mi descanso, ¿qué tal si me dices quién eres y qué es lo que quieres?

-Soy Milo, Caballero Dorado de Escorpión.

-Ah, uno de los servidores de Atenea.

-Y estoy buscando la espada de Ayax.

-¿Esa reliquia? Estás en el pozo equivocado, no la encontrarás aquí.

-Usted es uno de sus guardianes, ¿verdad? Ayax se la encomendó a usted y a su esposa antes de suicidarse…

Erebo hizo una mueca.

-Ese arrogante. ¡Invocar a la Noche y el Abismo para vigilar una simple espada, solo porque acababa de ponerse en vergüenza ante los demás guerreros! Las criaturas jóvenes, como ustedes, arman verdaderas tormentas en vasos de agua.

-Uh, bueno… tiene razón, Alteza, es una terrible molestia. Si me dice dónde está, lo libraré de ella de inmediato.

Solo consiguió que el dios lo mirara con sorpresa por un instante y luego soltara la carcajada.

-Ojalá fuera tan sencillo. Estoy obligado por un juramento a resguardar esa espada y, por lo tanto, no puedo darme el lujo de hacértelo más sencillo, a pesar de que has ganado mi buena voluntad.

-No sé por qué, pero imaginé que diría algo así.

-Pero, ya que me distrajiste un poco de mi aburrimiento, te daré una pista: pregúntale a los unicornios… ¿Por qué rechinas así los dientes, niño?

-Por nada, por nada… -Milo miró hacia abajo. No se distinguía el fondo-. Sólo por curiosidad, Alteza ¿qué tan profundo es esto?

-Soy el Abismo. Si caes ahí, seguirás cayendo durante mucho tiempo.

-¿No tiene fondo?

-Sí que lo tiene, pero para cuando llegues ahí, solo quedarán tus huesos.

-…¿No resulta un poco exagerado? Ni aunque cayera hasta las antípodas pasaría suficiente tiempo como para que muriera de hambre y mi carne se volviera polvo por el camino. Y si atravesara el centro de la Tierra, me carbonizaría por completo, huesos incluidos.

-Lo que ves se conecta con una dimensión de bolsillo que tendrás que atravesar completa, en caída libre, antes de llegar al fondo. Si no me crees, puedes averiguarlo por ti mismo: solo tienes que saltar.

-Estoy bien así, gracias.

-Como gustes.

Milo examinó la pared, buscando cómo trepar. A excepción del saliente en el que se encontraba, era completamente lisa.

Tal vez podría abrir unos cuantos agujeros a fuerza de golpes para usarlos como puntos de apoyo, pero tenía que cuidar que eso no debilitara la pared del pozo como para terminar cayendo con un derrumbe.

Se preparaba para dar el primer golpe cuando sintió aroma a rosas.

-Imposible… -murmuró.

Unos cuantos tallos de rosal, entrelazados para formar una escalera, bajaron hasta él. Era la segunda cosa más fantasmal que el Caballero de Escorpión había visto ese día, ya que era de un color pálido y enfermizo, como si los tallos estuvieran próximos a secarse. No inspiraba mucha confianza.

-¡Sube, Milo! –esa era la voz de Afrodita.

-¡Esta cosa está llena de espinas!

-¡Si quieres, puedes esperar mientras le quito las espinas a estos cincuenta metros de rosales, solo tardaré un mes o dos!

-Muy gracioso –gruñó Milo, antes de voltear hacia Erebo-. Ha sido un placer, Alteza, gracias por el consejo.

-De nada. Diviértete con tu búsqueda.

-Ojalá tuviera algo de divertido.

Para sorpresa de Milo, aunque sí había espinas en la escalera de rosales, éstas se encontraban lo bastante espaciadas como para que pudiera apoyar las manos sin peligro, siempre y cuando fuera cuidadoso.

Ya le faltaban pocos metros para llegar a la superficie cuando escuchó de nuevo la voz de Afrodita, con un tono inconfundiblemente burlón.

-Oh, Romeo, Romeo…

-¡Cállate, Pescado!

-Lo siento, no lo pude resistir.

-¿Ah, sí? ¿Si tanto te gusta el teatro, por qué no mejor representamos aquella obra en la que hay que averiguar cómo quitarle una libra de carne a un cristiano sin derramar sangre? Puedo usarte a ti como conejillo de indias…

-Acabas de echar a perder el final, Escorpión. Ese no es el enigma, sino la respuesta.

-Absténganse de masacrar a Shakespeare, al menos mientras yo esté presente –intervino la voz de Saga. No sonaba contento.

-Solo estamos jugando –dijo Afrodita.

-¿A eso le llamas “jugar”? ¡Está amenazándote, por si no te has dado cuenta!

-Milo no me lastimaría.

-No, y tampoco lastimaría a mi hermano. ¿Verdad?

Milo hizo una pausa en su ascenso, sorprendido. ¿A qué venía eso?

-Oye, Géminis, no sé qué rayos te habrá dicho tu fotocopia al respecto, pero lo que pasó aquella vez…

-Kanon no me ha dicho absolutamente nada al respecto. Tuve que enterarme por medio de Atenea.

Oh, oh. ¿Y se habría enterado recientemente? Porque su disgusto parecía reciente.

-Él y yo ya hicimos las paces.

-Genial. Termina de subir de una buena vez. No creo que los rosales vayan a resistir mucho tiempo más.

Esa sí era una advertencia sensata y Milo se apresuró a obedecer, lo cual fue afortunado, porque pocos segundos después de que llegó a salvo a la superficie, los tallos se desintegraron.

Afrodita contempló con pena los pocos restos que quedaron.

-Te dije que los tallos son muy débiles…

-Y lo seguirán siendo mientras los obligues a ser lo que no son –replicó Saga-. La próxima vez, más te vale que dejes de discutir conmigo e invoques tu variedad emblemática desde el principio.

Afrodita suspiró y no respondió a eso.

Cuando regresaron al oasis, se encontraron con la sorpresa de que la manada de unicornios estaba esperándolos.

-¿Qué es lo que ocurre? –preguntó Saga, luchando por no demostrar lo impactado que estaba. Jabu les había advertido al llegar ahí que él, Shaina y Milo estaban esperando una respuesta de ciertas criaturas míticas, pero no había imaginado que se trataría de unicornios… ni que los unicornios fueran reales… ni que fueran tantos…

-Tú debes ser el jefe –dijo uno de los unicornios, acercándose a él. Jabu lo presentó como Alkaid y el unicornio, luego de corresponder al saludo de Saga con una inclinación de cabeza, siguió hablando-. Finalmente hemos recibido la señal que esperábamos, uno de tus amigos habló con Erebo.

-Eh… ese fui yo –dijo Milo.

-¿Y qué te dijo el dios del Abismo acerca de tu búsqueda?

-Pues… que le preguntara a ustedes…

-Bien, en ese caso, ya podemos decirles en dónde está Ascalon. Tienen que buscar su espada en la cueva del padre de las serpientes.

-¡¿Ahí?! –exclamó Jabu-. ¡Pero eso está lleno de anfisbenas!

-Y además vive un wyvern ahí –dijo Enki, con tono alegre-. Pero no pongas esa cara, niño, en esta época del año las anfisbenas anidan, no hay una sola en la cueva. Solo les estorbará el wyvern.

-…¿Y por qué no nos dijeron nada antes? –preguntó Milo, enfadado.

-Porque necesitábamos el permiso de Erebo –respondió Alkaid.

-Y porque, aunque se los hubiéramos dicho antes, de todos modos lo más sensato que hubieran podido hacer sería esperar hasta ahora, cuando las anfisbenas están anidando, para ir a buscar la espada. El resultado es el mismo –añadió Enki.

No por primera vez, Jabu deseó poder ahorcar unos cuantos unicornios. Milo compartía ese deseo, pero ninguno de los dos llegó a enterarse de esa casualidad.

 

China

-¿Dónde se metió Cáncer? –exclamó Shura.

Luego de que Mu regresara de su visita al templo, y cuando todos estaban preparándose para ir a visitar al coleccionista, el Caballero de Capricornio fue el primero en notar que les faltaba un miembro del equipo.

Ikki, Mu y Shaka se miraron entre ellos y comprendieron que ninguno contaba con una respuesta adecuada: hasta ese momento no habían notado su ausencia. Lo buscaron por todo el hotel, sin éxito, MM simplemente se había esfumado sin decirle a nadie a dónde iba.

Finalmente, Shura llegó a la conclusión de que debía haber ido a buscar las espadas él solo (una imprudencia, por supuesto) y decidió que fueran todos a la casa del coleccionista de inmediato.

En dirección totalmente opuesta a donde pensaban que estaría, MM llegó al templo de Kwan Yin, luego de haber pasado por unas cuantas tiendas hasta dar con un osito de peluche cuyo aspecto le agradó.

Los sacerdotes encargados del templo debían estar realmente acostumbrados a esas cosas, porque les bastó ver el peluche para comprender por qué estaba ahí, sin necesidad de que recurriera a sus escasos conocimientos de cantonés; MM no tardó en encontrarse frente a una estatua de la diosa, con el osito en una mano y una varilla de incienso (cortesía de uno de los sacerdotes) en la otra.

Depositó el osito a los pies de la estatua (donde ya había otras ofrendas de juguetes y ropita para bebé), encendió la varilla de incienso y se inclinó en un saludo formal.

-Saludos, dama Kwan Yin. Estoy aquí por mi hermano menor… Nuestro padre no era un buen hombre y quizá es mejor que Eros… o Afrodita… no haya nacido, por eso me resigno a su ausencia… pero, aunque no llegué a conocerlo, de todos modos lo echo de menos. Te ruego que lo ayudes a encontrar unos padres que lo amen.

Dejó el incienso en el lugar que le correspondía, dio media vuelta para salir y estuvo a punto de chocar con una mujer que lo miraba sonriente.

¿De dónde había salido esa señora? MM iba a rodearla y seguir su camino, pero en lugar de eso se quedó mirándola, luego miró la estatua y nuevamente miró a la señora, alarmado.

-Sí, soy yo –dijo Kwan Yin-. Qué buenos retratistas hay en Pekín, ¿verdad?

-Uh… Sí, sin duda…

La diosa recogió el osito y lo examinó sin dejar de sonreír.

-¿Sabes, Angello? Tu padre no fue siempre un mal hombre. Su mente estaba dañada y se deterioró por completo luego de la muerte de Ángela, pero hubo un tiempo durante el cual fue un guerrero noble, un hombre enamorado de su esposa y un padre que te amó más que a su propia vida. Es una lástima que su enfermedad acabara con todo eso. Quizá si lo hubieran diagnosticado a tiempo, las cosas serían distintas.

¿Enfermedad? ¿Ixión, la viva imagen de la salud, estaba enfermo?

-Señora…

-No pretendo justificar sus actos. Es solo que creo que es necesario que sepas al respecto, porque la esquizofrenia puede ser hereditaria.

-¡¿Qué?!

-Es lo que padecía Ixión, pero nadie llegó a darse cuenta. Harías bien en estar atento… ¿Te he alarmado? Perdona. No llegarás a desarrollarla, pero no es raro que la enfermedad salte una generación o dos, por lo que podría afectar a tus descendientes. Cuando formes una familia, debes tener eso en cuenta.

MM estaba pálido, por un momento temió que ya no podría mantenerse en pie, pero logró sobreponerse a pura fuerza de voluntad.

-¿Esquizofrenia? –repitió, la palabra sonaba tan extraña con su acento como con el de la diosa.

-Ha estado en tu familia por generaciones.

-Ya… veo… Investigaré al respecto.

-Eso será lo más prudente. Y deberías decírselo a tus amigos más cercanos.

-Yo no tengo amigos.

-¿No? Díselo a Lucien, cuando menos.

Kwan Yin supo de inmediato que la expresión hermética del joven anunciaba que no tenía la menor intención de seguir ese consejo, pero no se molestó.

-Será como quieras, Angello. Solo asegúrate de estar preparado para reconocer los síntomas. La esquizofrenia puede ser tratada y quienes la padecen pueden llevar vidas normales, siempre que estén en control. Ixión, lamentablemente, no supo al respecto, pero tú no tendrás excusa si encuentras a alguien que sufra esa enfermedad y no lo ayudas.

-¿Qué quiere decir con eso?

-Estaba pensando en tu sucesor.

-…¿Eh?

Kwan Yin besó el osito y se lo devolvió.

-Consérvalo, junto con mi bendición. Tu hermano o hermana ya reencarnó, se reunirán en esta vida y podrás darle este regalo.

-Pero…

-Se te dirá claramente quién es, no temas confundirte.

-¿En serio?

La diosa rió suavemente.

-En serio. No te quedará la menor duda.

MM le dio las gracias lo mejor que pudo y abandonó el templo preguntándose cómo se las iba a arreglar para entrar al hotel con un osito de peluche y que nadie se diera cuenta.

No notó que uno de los Inmortales había seguido con sumo interés su diálogo con la diosa de la Compasión.

-Son interesantes estos Caballeros de Atenea –comentó Nezha, al tiempo que salía de su escondite.

-Bienvenido, Hijo del Loto. ¿Cómo estuvo tu viaje? ¿Shiva te dio la información que necesitabas?

-Sí, gracias por su consejo, Señora. Shiva habló conmigo… eventualmente.

-Debes estar agradecido de que se haya dado tanta prisa en responder.

-Eso me han dicho. Ese joven que acaba de salir, ¿era el Caballero de Cáncer?

-Justamente.

-Le prometiste que se reunirá con su hermano. ¿No es cruel de tu parte hacer una promesa así? Tú no puedes decidir sobre las vidas de quienes sirven a otro panteón.

-No, pero los encargados de estos asuntos en todos los panteones nos reunimos de vez en cuando para coordinar nuestro trabajo. He escuchado a las Moiras hablar sobre este caso en más de una ocasión. Las intriga bastante la forma en que la Cuarta Casa atrae hacia sí cuatro almas una y otra vez. Para los otros signos llega de vez en cuando un alma nueva, pero para Cáncer llegan solo ellos cuatro desde el inicio de la Orden. De acuerdo con Láquesis, es como si desde siempre uno de ellos estuviera destinado a morir joven, y los otros tres, a matarse entre ellos.

-¿Oh?

-En este ciclo, las Moiras intentaron introducir un cambio, es algo que a veces funciona cuando un alma parece atrapada en una repetición sin sentido, como lo están estas cuatro. Hicieron que una de esas almas reencarnara mucho antes de lo que le correspondía y bajo otro signo, eso quizá habría cambiado su destino.

-Y no funcionó.

-Tú lo has dicho. Esa pobre criatura no logró nacer y los hilos del destino volvieron a acomodarse para que su parte de la tragedia ocurriera puntualmente una vez más. Así que ahora las Moiras decidieron hacer otro intento: el reencuentro que le anuncié a Angello es esa oportunidad de cambiar el destino de los Caballeros de Cáncer. Queda, por supuesto, el problema de la demencia que suele apoderarse de dos de los otros tres, lo que ocasiona que en cada ciclo un Caballero de Cáncer deba asesinar a su predecesor en defensa propia, solo para que al final su sucesor lo asesine también durante un episodio psicótico.

-Pero tú acabas de introducir otro cambio –dijo Nezha, con aire divertido.

-¿Yo? –Kwan Yin fingió sorpresa-. ¡Yo solo le di una pizca de información, mi querido Nezha! Será cosa de él si decide permanecer alerta por los síntomas tempranos de la enfermedad cuando encuentre a su sucesor… y será cosa suya también si hace o no algo para ayudarlo, en caso de que detecte a tiempo la esquizofrenia.

-Claro, claro. Y el otro Caballero, el que vino un poco antes… Aries, creo. Ese te trajo también una ofrenda por un hermano no nato y no le dijiste nada.

-No hace falta. El alma de quien debió ser su gemelo reencarnó hace tiempo. Es otra constante en la Orden de Atenea: Idas y Linceo regresan siempre lo más cerca que puedan de Pólux y Cástor, para bien o para mal… generalmente para mal –la expresión de Kwan Yin ya no era tan alegre como al principio-. A Mu no le serviría de nada conocer eso y creo que más bien le perjudicaría saber que alguna vez fue Idas Afárida y que en más de una vida le ha correspondido dar muerte a la reencarnación de Cástor, para luego morir a manos de Pólux.

-Probablemente tienes razón.

 

El Santuario de Poseidón

Los otros dragones asumieron también forma humana y se reunieron alrededor del niño. Kanon supuso que era un momento tan malo como cualquier otro para intervenir.

Pudo apreciar que los tres adultos que habían estado golpeándolo vestían como soldados. Había otro dragón joven, que parecía ser muy poco mayor que el niño, pero que vestía en forma similar a la de los soldados, y un adulto ataviado en rojo y oro que debía ser el Rey Dragón.

-¿Así tratan los dragones a sus niños? –exclamó Kanon, fingiendo indignación cuando estuvo lo bastante cerca como para que lo escucharan-. ¿Tres adultos contra un niño indefenso?

Los soldados lo encararon inmediatamente sin decir palabra. Sorpresivamente, fue el otro dragón joven el que le respondió.

-¡Esto no es asunto tuyo, humano! Vuelve con tu gente y no intervengas en problemas ajenos.

-Es problema mío desde el momento en que ustedes invadieron los dominios del Emperador Poseidón y ocasionaron daños en sus propiedades.

-¡Pero qué atrevi…!

-Silencio, Yao –el dragón de rojo y oro interrumpió al joven y se acercó a Kanon. Tenía el aspecto de un hombre de unos treinta años y sonreía de una manera amable que generó de inmediato una oleada de desconfianza en Kanon-. Tú no eres el Shogun del Atlántico Norte que recordamos, pero nos pareces familiar.

-No he tenido el honor.

-Tal vez no en esta vida –Kanon frunció el ceño cuando Shuolong sujetó su barbilla para estudiar con más atención sus facciones. El dragón era unos 10cm más alto que él y, aunque lo sostenía con gentileza, era evidente que poseía mucha fuerza-. Hum. Sabemos que te conocemos, no todos los días nos encontramos con alguien tan insolente como para criticar nuestras acciones… Ah, claro, Cástor de Esparta –Shuolong soltó la barbilla de Kanon y apoyó la mano en su hombro con un gesto lleno de familiaridad-. ¿Finalmente dejaste de seguir a tu hermano a todas partes o estás aquí porque ahora Pólux sirve a Poseidón y no a Atenea?

-Mi hermano es el Caballero de Géminis.

-Qué desperdicio. ¿Cómo está esa hermana tuya…? Ah, no recordamos su nombre, la que quería forjar de nuevo las armaduras atenienses y se fabricó una con piezas sobrantes…

-Geist. Murió. Y mi nombre es Kanon, no Cástor.

-Qué pena. Era inteligente y bonita –Shuolong miró a Poseidón, que se había acercado a ellos y los observaba en silencio-. Ah, Poseidón, te has quedado con el más indisciplinado de la pareja.

-Si quisiera mucha disciplina y nada de cerebro, buscaría dragones.

-El mismo mal carácter de siempre. Te hemos ahorrado trabajo al atrapar nosotros mismos un criminal que pretendía esconderse en tu reino. Pero, ya que estás aquí, hablemos. Una vez intentamos comprarle este guerrero a Atenea y ella se negó a considerar nuestra oferta, ¿serás tú más razonable?

-Mi Shogun no está a la venta.

-Lástima.

-¿Comprarme? ¿Por qué? –preguntó Kanon, extrañado.

-Para hacerte pagar juntas todas tus bromas pesadas, claro -eso sonaba como si Shuolong realmente lo conociera de alguna vida anterior-. En fin, debemos irnos.

-Un momento. No creo que deba dejar que se lleven así al niño –dijo Kanon.

Shuolong miró de reojo al prisionero, que seguía inconsciente. Luego miró a Kanon de nuevo y le sonrió.

-Es el hijo menor y único varón de Wu Fei, uno de nuestros generales. Su padre y los yernos de éste se aliaron en nuestra contra e intentaron derrocarnos. El complot fracasó y todos los involucrados son ahora prisioneros condenados a muerte, pero este niño intentó escapar.

-Me parece demasiado joven para ser un conspirador.

-Y lo es. Pero la traición de su padre trae como consecuencia el exterminio de la familia: los yernos, hijo y nietos de Wu Fei serán ejecutados ante él, y Wu Fei morirá el último.

Kanon apretó los dientes. Shuolong decía eso con una expresión tan plácida que daban ganas de borrarle la sonrisa a puñetazos.

Shuolong, por su parte, lo miraba atentamente y tocó con suavidad su mejilla con las puntas de los dedos.

-¿Te da lástima su destino? Estaríamos dispuestos a ser misericordiosos, si tú quieres pagar el precio.

Kanon retrocedió alarmado. ¡No le gustaba para nada ese tono! Las afiladas uñas del dragón le hicieron accidentalmente unos cortes leves por el movimiento brusco, y Shuolong frunció el ceño, toda su amabilidad se evaporó en un instante.

-¡Nos insultas de nuevo! –exclamó.

-Ignoro cómo –respondió Kanon-. Hubiera jurado que era usted el que me proponía morir en lugar del niño.

Para fortuna de Kanon, Shuolong pareció calmarse de inmediato. Sacó un pañuelo para limpiarse de las uñas la sangre de Kanon sin dejar de mirarlo, evaluándolo, y luego usó su cosmos para hacer desaparecer los arañazos de su mejilla.

-A veces olvidamos que los humanos no recuerdan sus vidas pasadas. No es tu muerte lo que pretendíamos a cambio de la vida del cachorro.

-¿No?

-Somos el único de los cuatro Reyes Dragones que aún no tiene descendencia. Hace algún tiempo… unos cuantos miles de años… consultamos el Oráculo de Delfos y su respuesta fue que no tendríamos más descendencia que la que nos diera el más joven de los Dioscuros.

-¿Ah?

-Nuestra reacción a esa respuesta, justamente. En aquel entonces los Dioscuros (con quienes no nos llevábamos bien, por cierto) acababan de morir y en la constelación de Géminis recién habían aparecido las dos estrellas más brillantes. Por mucho tiempo nos preguntamos cómo una estrella podía darnos descendencia… y entonces reencarnaste. Acudimos a ti para que cumplieras el Oráculo y, por supuesto, tú tampoco tenías la menor idea de cómo resolver nuestro dilema. Tu negativa a ayudarnos se ha repetido en cada una de tus reencarnaciones con una puntualidad exasperante.

-…No sé cómo funcionan las cosas entre dragones, pero yo soy varón y tengo la impresión de que es físicamente imposible que pueda tener hijos conmigo.

Shuolong hizo una mueca.

-¡A nosotros tampoco nos entusiasma la idea! Si se te ocurre una idea útil sobre cómo realizar la profecía, te agradeceremos que nos lo comuniques.

-…Puede estar seguro que así lo haré. Tiene mi palabra.

Shuolong enarcó las cejas.

-¿Sí? Es lo más cerca que has estado de prometernos ayuda. En cuanto al cachorro… quédatelo, que sea tu esclavo.

-Eh…

Sin añadir una palabra más, Shuolong saludó a Poseidón con una inclinación de cabeza, se alejó y recuperó su forma real. Minutos después, todos los dragones, menos el que estaba en el suelo, se habían marchado.

“Lo que acabas de hacer fue muy estúpido o muy valiente. Probablemente muy estúpido, nada más” comentó Drakontas.

Aquello tomó a Kanon completamente por sorpresa.

“Imaginé que este cachorro podía ser Unity… ¿no lo es?” preguntó mentalmente.

“Tú lo has dicho: no lo es.”

“…Rayos.”

Kanon se inclinó para recoger al niño y llevarlo al palacio y atenderlo ahí, pero entonces descubrió lo que había en el envoltorio que el pequeño dragón se había empeñado tanto en proteger.

-¡Oh, ratas! –exclamó sin poder evitarlo.

Julián (Poseidón se había retirado al mismo tiempo que Shuolong) y los otros Shoguns se acercaron a ver.

-¿Qué son estas cosas? –preguntó Baian.

-Creo que son huevos… -dijo Caza-. Huevos de dragón.

Efectivamente, aquellos trapos viejos contenían tres huevos blancos, un poco más grandes que los huevos de ganso.

Kanon no lo sabía todavía, pero sus problemas acababan de comenzar.

 

Algeria

La clave de toda la estrategia, según Saga, era la velocidad, pero en todo caso muy probablemente dependerían también de la protección que les pudieran brindar las armaduras.

-Supongo que será mejor que use la versión completa de la mía –dijo Shaina, incómoda.

-¿A qué te refieres? –preguntó Jabu.

-Es común que las Amazonas no usen todas las piezas de sus armaduras –explicó Saga mientras Shaina regresaba a su tienda-. Originalmente, la Orden no aceptaba mujeres en sus filas y las 88 armaduras fueron diseñadas para ser usadas únicamente por hombres: aunque pueden ajustarse un poco previniendo las inevitables diferencias de estatura y masa muscular de un usuario a otro, sus creadores no tomaron en cuenta la posibilidad de que alguna vez hubiera mujeres que tendrían que usarlas. Algunas no se adaptan bien a la silueta femenina y otras resultan verdaderamente incómodas para ellas.

-Las de Oro en particular pueden ser una molestia para las Amazonas –dijo Aldebarán-. Son más pesadas que el resto. Mientras que las de Bronce y las de Plata están pensadas para guerreros veloces y no demasiado corpulentos (en su mayoría, claro) que tendrían que hacer misiones rápidas en condiciones muy diversas, las de Oro fueron creadas para la guardia personal de la diosa y sacrifican algo de comodidad a cambio de… bueno, de lucir bien.

-De ser impresionantes –apuntó Saga-. Mucho del trabajo de los Caballeros Dorados en aquel tiempo era recibir embajadas de otros dioses, y Hefesto diseñó las armaduras doradas para que causaran la mayor impresión posible de lujo y esplendor.

-Bueno, sí, justamente. El caso es que pesan más que el resto y, por poner un ejemplo, mi abuela materna fue Amazona de Tauro, y era una mujercita menuda. Mi padre me dijo que ella nunca usó la armadura, porque hacía demasiado ruido al caminar.

-Tu padre era un bromista –respondió Saga-. Yo vi a tu abuela usando la armadura en varias ocasiones. Se ponía los escarpes, grebas y rodilleras, pero no los quijotes; también usaba los guanteletes, los brazales, los codales y los cangrejos, pero no los guardabrazos ni las hombreras ni el gorjal, y tampoco el peto ni el espaldar: ensamblaba las partes articuladas del volante de modo que la mitad le servía además como peto. Ah, y la máscara, claro, pero no usaba el casco.

-Hum… la abuela debe haber sido muy creativa, no se me hubiera ocurrido hacer eso con el volante.

-Era pequeña, pero muy fuerte, la recuerdo deteniendo a tu padre con una sola mano en una ocasión en que él y el padre de Milo estuvieron a punto de llegar a los golpes, y no creo que tu padre se haya detenido entonces solo por respeto a su suegra. El peso de la armadura completa no le daba problemas, porque era capaz de cargar su urna tranquilamente, solo le molestaba el volumen.

-Mi abuela murió antes de que yo naciera, ¿qué edad tenías tú cuando la viste hacer todo eso?

-Unos… tres años.

-Debes tener muy buena memoria.

-Para algunas cosas, sí.

Shaina regresó entonces. Se había puesto casi todas las piezas que completaban su armadura, incluyendo el peto y el espaldar.

-Tendrá que bastar sin el volante –declaró cuando llegó con ellos-. Me queda, pero estorba mis movimientos.

-Vaya, ahora sí sirve de algo esa máscara –dijo Milo.

-¿A qué te refieres?

-Er… es que con el peto completo… eh… ¿cómo lo digo?

-Ah. Así no se nota tanto que soy mujer, ¿eso quieres decir?

-Sí.

-Y si usara el volante, se notaría todavía menos. Con el peto me cuesta respirar, pero qué remedio.

-De todos modos, tal y como está, te brinda más protección que si se acomodara a tu silueta –dijo Saga.

-¿Ah, sí?

-Es en serio, Ofiuco. Una de mis hermanas…

-¿Cómo? ¿Tienes hermanas?

-Tenía. Una de ellas era muy aficionada al diseño –Saga sonrió con nostalgia-. Una de las cosas que averiguó estudiando las armaduras fue que un peto que imitara la silueta femenina podría causar mucho daño a quien lo usara si de casualidad lo abollaran en un combate.

Shaina consideró eso unos instantes.

-Vale, prefiero tener que estar midiendo mi respiración a sufrir una lesión por aplastamiento justo ahí. Esa es una de las razones por las que las amazonas de la leyenda se mutilaban, ¿no?

-¿Cómo? –dijo Jabu, sorprendido-. ¿Se mutilaban?

-“Amazona” significa “sin seno” –explicó Shaina-. La leyenda dice que las amazonas originales, que eran descendientes de Ares, se vendaban o incluso se cortaban los senos, para que no estorbaran.

-…Sinceramente, prefiero que tengas dificultades para respirar.

Luego de unos segundos de sorprendido silencio, Shaina rió alegremente.

-¡Por los dioses! Voy a asumir que acabas de elogiar mi bella figura.

Jabu enrojeció, había tardado en darse cuenta de que había hablado sin pensar.

Milo rió también un poco a costillas del avergonzado Caballero del Unicornio y luego se volvió hacia Saga.

-Dime, ¿conocimos alguna vez a tus hermanas?

Saga se encogió de hombros, pero Aldebarán contestó por él.

-Claro que sí. Geist y Galatea, ¿recuerdas?

-¡¿Geist la loca?! –exclamó Milo.

-Galatea no estaba menos loca, pero lo disimulaba mejor –respondió Saga, enojado.

-Yo… lo siento… no quise decir…

-Geist era mi amiga, mi mejor amiga –dijo Shaina, con acritud-. Y tú dejas que las palabras salgan de tu boca sin visitar primero tu cerebro, ¿lo sabías, Escorpión?

-¡Lo siento! Es que… ¿Los ofendí?

-No –interrumpió Aldebarán-. Esta van a perdonártela los dos, pero la próxima te la cobraré yo, ¿está claro?

-Uh… sí, claro… ¿También eran amigas tuyas?

-Geist, no.

Milo decidió no investigar más por el momento.

-Un wyvern es un seudodragón –explicó Jabu mientras se acercaban a la cueva-. Lo que van a ver no se parece a Radamantis de Wyvern –añadió, luego de dudar unos instantes-. Es un lagarto muy grande que camina sobre sus patas traseras. A diferencia de los dragones, sus alas no son extensiones de las costillas, sino que son sus extremidades delanteras y se parecen a las alas de los murciélagos. Su cola termina en un espolón venenoso… de hecho, su sangre también es venenosa… Y tiene dientes muy afilados… y puede escupir fuego…

-¿Seguro que no es un dragón? –dijo Milo.

-Segurísimo. Los dragones son mucho más grandes. Y más peligrosos.

-Oh, gracias por la aclaración.

El plan era sencillo, entrar, tomar la espada y correr. Tal vez hasta pudieran lograrlo, si el wyvern no los detectaba, claro.

 

China

Los otros Caballeros no estaban en el hotel, cosa que intrigó bastante a MM, aunque lo benefició, porque pudo esconder el osito en el fondo de su maleta sin temor a que alguno de ellos lo viera.

Una vez resuelto ese importante detalle, empezó a preguntarse dónde estaría el resto del grupo. ¿Turisteando? Poco probable. ¿Lo estarían buscando? Menos probable. ¿Se habrían ido sin él a hablar con el coleccionista?

Bajó al vestíbulo del hotel y contempló un rato a la gente que iba y venía.

De haber estado alguno de los otros inadaptados en el equipo, lo habría llamado por teléfono para averiguar su paradero, pero eso estaba fuera de la cuestión.

Lo más lógico sería tratar de contactarlos por medio del cosmos, sin olvidar reprimir tanto como pudiera la pregunta de por qué ninguno trató de contactarlo antes de salir del hotel, no fuera a ser que captaran ese pensamiento por accidente. Era una pregunta irrelevante que además podía hacerlo parecer débil.

Aborrecía comunicarse por medio del cosmos. No era tan hábil como Afrodita en eso y resultaba fácil para cualquiera tocar sus pensamientos superficiales sin proponérselo. Kanon, que tenía la pésima costumbre de explorar las mentes ajenas sin avisar ni pedir permiso (ni pedir perdón), había caído una vez hasta su inconsciente y luego tuvo el descaro de hablarle sobre su complejo de Edipo.

No, no le gustaba para nada comunicarse así. Era exponerse demasiado. Pero la otra opción era quedarse mano sobre mano, como un tonto.

En cualquier caso, lo iban a regañar, de eso estaba seguro, así que sería mejor darle trámite al asunto lo más rápido posible.

Shaka se sintió desconcertado al percibir una mente ajena tratando de hacer contacto con la suya.

A casi cualquier otro Caballero lo habría reconocido de inmediato, pero era la primera vez que aquella persona se comunicaba con él de esa manera y tardó varios segundos en darse cuenta de que era MM.

Por supuesto, nunca se había detenido a pensar cómo sería la mente del Caballero de Cáncer y eso hizo que la sorpresa resultara todavía mayor.

Era como un libro abierto.

Shaka pudo “ver” la mente de MM como una llanura sin límites bajo un cielo encapotado. Toda la fuerza de una tempestad podía desatarse en cualquier segundo y, aunque en ese momento reinaba la calma, el espectáculo era impresionante.

Máscara Mortal poseía un poder capaz de arrasarlo todo, como una fuerza de de la naturaleza, y, como la naturaleza misma, sin obstáculos, sin leyes, sin conciencia, ni arrepentimiento…

…y también sin malicia.

Aterrador como un huracán e igual de inocente, porque se puede temer a un cataclismo y odiar sus consecuencias, pero no se le puede acusar de desear hacer el mal.

Fascinante.

“…¿Cáncer?”

Mm estaba muy por debajo de la capacidad telepática de Shaka, por lo que no llegó a percibir ninguna imagen de la mente del Caballero de Virgo, solo captó que parecía… algo perturbado y asumió que le disgustaba el que intentara hablarle. Ni modo.

“Pues sí, soy yo. ¿Dónde están?”

“Camino de la residencia del coleccionista. ¿Y tú?”

“En el hotel.”

“Oh, creímos que te habías adelantado.”

“Me pondré en camino y los alcanzaré pronto.”

“¿Sabes cómo llegar?”

¿Por qué la pregunta sonaba en su mente como si a Shaka le preocupara que pudiera perderse? Debía ser su imaginación.

“Tengo un mapa.”

“Ah. Bien, te esperaremos.”

Shaka sacudió la cabeza y se encontró con la mirada preocupada de Ikki.

-¿Qué pasó?

-Angello acaba de hablarme. Se reunirá con nosotros pronto.

-¿“Angello”?

-Máscara Mortal. Su nombre es Angello.

-Eso lo sé, Shun me lo dijo. Lo que me llama la atención es que no sabía que fueras de los pocos que lo llaman por su nombre, no imaginaba que fueran tan amigos.

Eso sorprendió a Shaka que le dirigió una mirada confusa al Caballero del Fénix.

-Todo lo contrario. Y no entiendo, ¿llamarlo por su apodo no sería más bien un exceso de confianza?

-Creo que estás partiendo de la premisa de que su apodo es una muestra de afecto. No lo es.

Shaka no respondió a eso. No podía entender el desagrado de Ikki hacia MM, ni entendía por qué Shura asentía como aprobando sus palabras.

 

Algeria

Dentro de la cueva, Shaina se adelantó a los demás y fue la primera en ver al wyvern, que parecía estar profundamente dormido sobre un gran montón de oro y joyas… entre sus patas delanteras destacaba un gran almohadón en el que descansaba una espada, que encajaba perfectamente con la descripción que tenían de Ascalon. La Amazona de Ofiuco logró llegar hasta un par de metros de la enorme bestia sin hacer el menor ruido, pero cuando alargaba la mano para tomar la espada, el wyvern abrió los ojos y la miró.

-Ah, qué interesante –dijo, con voz rasposa-. Hacía siglos que los humanos no me mostraban respeto enviándome una doncella.

Shaina consideró por un instante si era conveniente responder a eso, decidió que prefería no hacerlo e intentó tomar la espada y correr, pero el wyvern fue más rápido e interpuso su cola entre ella y el arma.

-Quieta ahí, jovencita. ¿Entrar a mi cueva y robar algo de mi tesoro es alguna prueba de valor o destreza para los novicios de tu Orden?

-No soy una novicia.

-Jum, pareces demasiado joven para lo que estás tratando de hacer, hubiera jurado que te estaban jugando una novatada, chiquilla. ¿Vienes a robar cualquier cosa o algo en particular?

-Vengo por la espada Ascalon.

El wyvern resopló con disgusto.

-La espada de Jorge Verdugo de Dragones. Esa espada mató a uno de mis abuelos, ¿sabes? La tengo aquí para recordar que ningún humano entra a la cueva de un wyvern con buenas intenciones. ¿Tienes algún derecho sobre Ascalon? Si eres descendiente del Verdugo, tal vez tenga que negociar contigo.

-No. Formo parte de la Orden de Atenea. Mi Señora necesita encontrar la espada de Ayax y tengo que averiguar si esa espada y Ascalon son la misma.

El wyvern contempló la espada unos instantes y luego le dedicó a Shaina una sonrisa repleta de dientes afilados.

-Resulta que no lo son. ¿Tienes nombre, jovencita?

-Soy Shaina, Amazona de Plata de Ofiuco.

-Bien, Shaina de Ofiuco, yo soy Ordnarr, descendiente de Medusa. Sé bienvenida a tu tumba.

Denali, Jabu, Milo, Saga, Afrodita y Aldebarán llegaron a tiempo para ver al wyvern lanzándose contra Shaina.

 

China

El coleccionista recibió afablemente a Shura, Ikki, Shaka, Mu y MM (que logró reunirse con el resto justo antes de que entraran a su residencia) y los guió hasta una sala brillantemente iluminada en la que abundaban las vitrinas llenas de colecciones de lo más variadas.

Una vez ahí, se dirigió a una mesa en la que estaban dos espadas.

-Crocea Mors, la “Muerte Amarilla”, cuenta la leyenda que perteneció a Julio César y que en un enfrentamiento con el príncipe británico Nennio, Crocea Mors quedó clavada en su escudo. Así fue como Nennio se adueñó de la espada y, mientras combatió usándola, nadie pudo vencerlo. Él murió quince años después de conseguirla, debido a una herida de su combate contra César que nunca sanó bien del todo, y fue enterrado con la espada. Esta otra es Arondight, que perteneció a Lancelot del Lago y fue sepultada con él, en el Castillo de la Alegre Guardia.

-¿Cómo fue que las obtuvo, señor Trimegisto? –preguntó Mu, curioso.

-Es fácil cuando eres el encargado de llevar almas hasta los dominios de Hades.

Los Caballeros lo miraron sorprendidos y entonces el coleccionista dejó de ocultar su cosmos. Sonrió al ver cómo los cinco inmediatamente se ponían en guardia al descubrir que estaban en presencia de un dios.

-Tranquilos, jóvenes. Soy Hermes, dios del Comercio, los Mensajeros y… bueno, también de los Ladrones, pero de momento no tengo malas intenciones contra ustedes ni contra mi querida hermana mayor. ¿Quieren las espadas? Por mí, pueden llevárselas ahora mismo, y no hace falta que me las devuelvan, ya tengo demasiadas cosas aquí y necesito algo de espacio.

-¿Así de simple? –dijo MM, con desconfianza.

-Así de simple –Hermes dejó de sonreír-. Sin embargo, quiero que le transmitan un mensaje de mi parte a Atenea.

-¿De qué se trata? –preguntó Ikki.

-Díganle que el hecho de que la diosa de la Guerra Inteligente está reuniendo espadas no pasó desapercibido en el Olimpo. Las malas lenguas siguen tan activas como siempre y se comenta mucho, muchísimo, que es extraño que quien ya posee la Égida y el báculo Niké esté buscando además la espada de Ayax, que también tiene la bendición de Niké –Hermes hizo una pausa, ahora ya no estaba serio, sino incluso sombrío-. Su Señora está jugando con fuego, hay muchos dioses a los que nunca les ha gustado el que Zeus la distinguiera desde el principio como su hija predilecta. Díganle que tenga mucho cuidado.

 

Algeria

Mientras los demás atacaban al wyvern desde todas direcciones, Shaina intentaba escurrirse entre sus patas y tomar la espada, pero el seudodragón estaba atento a ella y la rechazaba oportunamente con la cola; el espolón en la punta parecía muy capaz de atravesar su armadura.

-¡Vamos! ¿Es todo lo que tienen, Caballeros de Atenea? –exclamó entre risas-. ¡Acérquense un poco más y vengaré un poco en ustedes la ayuda que le dio su Señora a Perseo para asesinar a mi ancestra, Medusa!

-¡Deberías estar agradecido! –respondió Milo-. ¡Si Perseo no hubiera decapitado a Medusa, no existirías!

Algunas rosas de Afrodita se estrellaron contra el wyvern sin que pudieran causar el menor daño en su coraza de escamas. Afrodita apretó los labios e intentó otra cosa; un golpe del wyvern lo había lanzado poco antes contra una de las montañas de objetos valiosos que había por todos lados, de donde logró salir con una serie de cortadas en un brazo, la sangre manaría en abundancia unos minutos más antes de que las heridas se cerraran por sí solas sin dejar marca alguna y había que aprovecharla.

Concentró todo su cosmos en el reguero de sangre e hizo brotar de golpe tantos rosales como le fue posible. Siguiendo los consejos de Saga, renunció a intentar que fueran híbridas de té y dejó que sus golden pride adoptaran la apariencia que quisieran.

Seguían siendo incoloras, pero se comportaron mucho mejor que las veces anteriores: formaron una muralla casi perfecta que se interpuso en el camino del seudodragón, el cual no pudo esquivarlas a tiempo y se hirió levemente, pero eso no lo detuvo mucho tiempo, rugió con furia y su aliento de fuego carbonizó los rosales en cuestión de segundos.

-¡Cuidado! –Aldebarán empujó a Jabu para alejarlo de la trayectoria de una segunda llamarada y el Caballero de Unicornio fue a dar hasta un rincón.

Habría que decirle a Tauro que la próxima vez no lo enviara tan lejos… cuando iba a ponerse de pie para reintegrase a la lucha, su mano derecha tropezó con un objeto metálico.

Era una espada de bronce, viejísima y en mal estado. Jabu la contempló unos segundos… y entonces corrió hacia donde estaba Afrodita, que todavía no se recuperaba de la impresión de ver destruidos tan fácilmente sus rosales y no supo qué cara poner cuando el Caballero del Unicornio llegó junto a él, lo sujetó por la muñeca y lo obligó a pasar la mano por el filo de la espada, que se empapó de rojo al instante.

-¡Oye! ¡Si se me infecta la herida por tocar esa cosa herrumbrada…!

-No es herrumbre, es moho –respondió Jabu al tiempo que se lanzaba contra el wyvern.

Los Caballeros de Atenea no utilizan armas.

Solo el Caballero de Libra, por orden de Atenea, puede proveer de armas a otros Caballeros y estas deben ser de las que forman parte de la armadura de Libra, las únicas armas que están consagradas al servicio de la diosa.

Jabu había escuchado eso infinidad de veces y no acababa de creérselo.

¿Qué eran las cadenas de Andrómeda si no eran armas? ¿El arco y las flechas de Sagitario? ¿El arco y las flechas de Sagitta? ¿La lanza de Centauro? ¿El escudo de Perseo? ¿La espada de Orión? ¿El látigo de Camaleón?

Desde su punto de vista, al que dijera que los arcos y las flechas no eran armas, había que remitirlo a la guerra del Peloponeso, cuando las flechas de los persas oscurecieron el cielo.

Lo mismo opinaba Denali, que, a diferencia de otros Maestros, se tomaba el trabajo de enseñarle a sus alumnos una o dos cosas sobre el uso de las armas.

Jabu no era un gran tirador, pero al menos conocía las normas de seguridad para manipular armas de fuego, cómo limpiarlas, cómo cargarlas y (según Denali, lo más básico y esencial) que no se le apunta a nada ni a nadie a menos que se tenga la intención de disparar. Las armas de fuego son celosas y traicioneras, pueden dispararse para expresar su disgusto ante ciertas bromas.

También sabía disparar el arco y la clase de mantenimiento que requieren, aunque prefería cazar con lazos.

Y sabía lo básico sobre espadas y cuchillos. Mientras corría hacia el wyvern, estaba seguro de que empuñaba correctamente aquella espada vieja y enmohecida. Era una espada “de verdad”, sentía la empuñadura desgastada por el uso y, en la rápida ojeada que le había dado al tomarla, pudo advertir que la hoja tenía marcas que delataban un uso largo y feroz.

Repasó mentalmente lo que sabía sobre los wyverns. No le serviría de mucho darle tajos, porque sus escamas funcionaban como una cota de malla y únicamente lograría embotar el poco filo que le quedaba a la espada.

Tenía que acercarse lo suficiente al vientre del monstruo, donde las escamas eran más grandes, más blandas y (lo más importante) había pequeños espacios entre ellas; tenía que clavar la espada en uno de esos intersticios, tan profundamente como pudiera, y rogar para que su idea funcionara (y para que, si funcionaba, lo hiciera rápido).

Cuando el wyvern volteó hacia él, se dio cuenta de que no iba a resultarle fácil: el seudodragón protegía demasiado bien su zona vulnerable.

Entonces el wyvern se lanzó hacia él con las fauces abiertas… esa era otra forma de alcanzar una zona vulnerable. Jabu se plantó con firmeza y levantó la espada.

Su primera intención había sido clavarle la espada en el paladar y, con algo de suerte, atravesarlo y llegar hasta el cerebro, pero en el último momento cambió de idea (¿instinto?, ¿una corazonada?) y clavó la hoja en la encía, entre los dientes del wyvern.

El wyvern cerró el hocico y sacudió la cabeza, con lo que Jabu (que no había soltado la espada) se vio alzado en el aire y zarandeado hasta que la hoja de la espada se partió en dos.

Jabu cayó al suelo, todavía con media espada en la mano derecha, y con mucho menos elegancia de lo que le habría gustado.

Un momento después, el wyvern escupió el otro fragmento de espada, que fue a caer tintineando cerca del Caballero del Unicornio.

-Niño, acabas de suicidarte –declaró el wyvern con ira mientras se inclinaba hacia él, la sangre le chorreaba del hocico y formaba charcos en el suelo.

Mientras tanto, Shaina había tomado a Ascalon y se había reunido con los otros, pero Jabu había quedado bastante lejos del grupo.

Jabu notó la tensión a su alrededor, los otros debían estar pensando a toda prisa en cómo rescatarlo, pero era una situación difícil para ellos: cualquier ataque que intentaran probablemente le haría más daño a él que al wyvern.

Recogió el fragmento de la hoja con la mano izquierda y se puso de pie. Necesitaba hacer tiempo.

-Mi nombre es Jabu, Caballero de Bronce del Unicornio –dijo, con calma totalmente fingida.

-Ah, genial –respondió el wyvern, sarcástico-. Me encanta saber los nombres de los mosquitos que aplasto.

-Los mosquitos generalmente no ocasionan hemorragias como esa.

-Un comediante, lo último que me faltaba. ¿Alguna otra cosa que decir antes de que te parta en dos?

-Sí, gracias. Has dicho que eres descendiente de Medusa. ¿Eso es cierto?

-Por supuesto.

-Entonces, tu sangre debe ser venenosa.

-Es correcto. ¿A dónde quieres llegar con eso?

-No muy lejos –Jabu levantó la espada rota-. Le puse alicorno a la hoja antes de atacarte. ¿Sabes lo que le hace el alicorno a la sangre de Medusa?

El wyvern lo miró pasmado por unos segundos, luego miró hacia abajo, hacia los charcos de sangre… A paso lento, pero seguro, su sangre iba adquiriendo un tono nacarado que delataba la presencia de alicorno en una concentración cada vez mayor.

Para asombro de los demás, el wyvern cambió de color: pasó de rojo brillante a blanco verdoso y se desplomó cuan largo era- la punta de su hocico quedó a escaso medio metro de Jabu, quien, tan sorprendido como los demás, no habría acertado a moverse a tiempo si aquella mole le hubiera caído encima.

-Maldito… seas… -susurró el wyvern-. Ya no les basta con robar…

-No creo que mueras –dijo Jabu-. Y solo nos llevaremos a Ascalon. Si no es la espada que buscamos, yo mismo te la traeré de regreso. Y si lo es, te compensaré con algo de igual valor.

El wyvern lo miró fijamente y luego cerró los ojos.

-Hubieran empezado por ahí.

-¿Nos habrías creído?

-No, pero da igual. Llévate a Ascalon. Y llévate también la que tienes en las manos. Esa te la regalo.

-Er… gracias.

-De nada. Ahora, lárgate.

Salieron en silencio de la cueva y caminaron un buen trecho antes de que Shaina se decidiera a hablar.

-¿El wyvern… se repondrá?

-Seguramente –respondió Jabu de inmediato-. Ya hemos comprobado que el alicorno no mata a los herederos de Medusa, se recuperará en algún tiempo… pero creo que ya no podrá envenenar los manantiales.

-Lo que he tenido que presenciar hoy fue una de las estrategias más absurdas e improvisadas que he visto jamás –declaró Saga, con severidad-. Pudo haberte matado.

-Sin duda, pero no habría sido una gran pérdida –Jabu se encogió de hombros e intentó sonreír, ya había pasado la euforia de la adrenalina y estaba empezando a temblar, sudaba frío y se sentía mareado. Si se desmayaba delante de ellos, se moriría de vergüenza…

Shaina enlazó su brazo con el de Jabu en un gesto que podría parecer coqueto, pero que en realidad era una maniobra para brindarle apoyo mientras caminaba.

-¿Qué harás con la otra espada? –preguntó la Amazona.

-Tal vez se pueda arreglar –tratando de controlar su mareo, Jabu miró atentamente la parte de la hoja que todavía estaba unida a la guarda y la empuñadura-. Tiene algo escrito… pero no lo entiendo…

-¿A ver? –Afrodita tomó ese trozo de espada, lo observó y se lo dio a Saga-. Diría que es griego antiguo, ¿tú qué opinas?

-Sí, es griego, y antiguo… como de la Edad del Bronce… Aquí dice… Oh, no puede ser.

-¿Qué cosa?

-“Por petición de Atenea y con la bendición de Niké, Hefesto me forjó con sus manos, para ser tesoro de la casa de Príamo, y de Ilión, la de bellas murallas. Hoy pertenezco a Ayax.”

Cualquier alegría que pudieran sentir en ese momento se evaporó de inmediato cuando cayeron en la cuenta de un incómodo detalle: Jabu acababa de romper la espada de Ayax.

Continuará…

 

Notas:

Las Golden Pride: pues sí, hay una variedad de rosas amarillas que se llaman justo así.

La obra de teatro de Shakespeare: Afrodita intenta comparar a Milo subiendo por la escala de tallos de rosa con Romeo escalando el balcón de Julieta. Milo responde con una referencia a “El mercader de Venecia” en la que uno de los personajes, el judío Shylock, le hace un préstamo a otro, el comerciante cristiano Antonio, con la condición de que, si no puede pagarle a tiempo, el acreedor podrá cortarle una libra de carne. La forma en la que una chica inteligente, Porcia, resuelve el conflicto es estableciendo que Shlylock puede cortarle la libra de carne a Antonio, pero como la sangre no se mencionó en el contrato, debe cortarle esa cantidad de carne sin derramar una gota de sangre. Ante la imposibilidad de hacer eso, Shylock tiene que renunciar a su intento.

Las anfisbenas: son serpientes legendarias que tenían dos cabezas, una a cada extremo del cuerpo.

Los reyes dragones: son cuatro: Koulong (el Rey Dragón Azul del Mar del Este, el Mar de China Oriental), Shuolong (el Rey Dragón Rojo del Mar del Sur, Mar de China Meridional), Junlong (el Rey Dragón Blanco del Mar del Oeste, parte del Océano Índico) y Enlong (el Rey Dragón Negro del Mar del Norte, se cree que puede ser el Lago Baikal).

El wyvern: incluí uno de estos en la historia y no un dragón de verdad por una sola razón: en muchos de los cuadros de San Jorge, éste aparece luchando contra un wyvern.

 


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