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El regreso del Club de los Inadaptados por DagaSaar

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Notas del capitulo:

Esmeralda tiene dudas muy serias que plantearle a Ikki. Kanon empieza a estudiar la cultura de los dragones chinos. Saori le ofrece un consejo a Dionisio. Guilty le cuenta a sus hijos la leyenda de las constelaciones de Cáncer Mayor y Cáncer Menor. Saga realizar una ilusión involuntaria en la Casa de Piscis. Y Afrodita decide enfurecer a Shun.

El regreso del Club de los Inadaptados

Segunda parte: El heredero de la maldición

 

“SEGISMUNDO: (…) Mi padre, que está presente,
por excusarse a la saña
de mi condición, me hizo
un bruto, una fiera humana;
de suerte que, cuando yo
por mi nobleza gallarda,
por mi sangre generosa,
por mi condición bizarra,
hubiera nacido dócil
y humilde, sólo bastara
tal género de vivir,
tal linaje de crianza
a hacer fieras mis costumbres.
¡Qué buen modo de estorbarlas!
(…) Sirva de ejemplo este raro
espectáculo, esta extraña
admiración, este horror,
este prodigio: pues nada
es más que llegar a ver,
con prevenciones tan varias,
rendido a mis pies un padre,
y atropellado a un monarca. (…)”

Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño

 

Capítulo diecisiete

Desde que os tengo, hijos míos, no he dormido a gusto

 

O, lo que es lo mismo,

Reajustes y desbarajustes

 

Casa de Cáncer

MM se había encontrado con muchas cosas extrañas en la entrada de la Cuarta Casa en diversas ocasiones, pero ciertamente no esperaba encontrarse al Caballero del Fénix esperando en su atrio nada más abrir las puertas a primera hora de la mañana.

-¿No es un poco temprano como para ir al palacio? No creo que encuentres a nadie despierto a esta hora –dijo MM, a modo de saludo.

Ikki no le agradaba. Tenía una actitud sombría y una manera de fruncir las cejas que le hacía recordar de inmediato la expresión de Guilty minutos antes de que le administrara una golpiza “de entrenamiento” a su único hijo… MM se corrigió mentalmente en ese segundo, a su único hijo varón. A pesar de lo mucho que MM se parecía a su padre, Ikki se parecía todavía más, cosa que le resultaba incómoda y bastante molesta, además de un poco inquietante. Pero era el hermano mayor de Shun, y Afrodita no ocultaba que el Caballero de Andrómeda era una de sus (muchas) debilidades, por lo que el Caballero de Cáncer solía hacer el esfuerzo de no buscarle pleito.

-No voy hasta allá. Quiero hablar con Esmeralda.

-¿Con mi hermana? –eso sí que no se lo esperaba.

Ikki hizo un gesto de impaciencia.

-Ha estado evitándome desde que regresó. Quiero hablar con ella.

MM, que ya estaba a punto de dejarlo entrar, se detuvo en seco. No le gustaba el tono con el que Ikki estaba hablando, y no era porque el mocoso estuviera dándole órdenes cuando apenas despuntaba el sol, sino porque sonaba tan parecido a Guilty que no pudo menos que preguntarse si Esmeralda no tendría buenas razones para evitarlo.

-Si mi hermana no quiere verte, por algo será –sentenció.

Ikki frunció (todavía más) el ceño.

-Que me lo diga ella misma.

MM no se movió de su lugar, bloqueándole la entrada. Contempló con atención a Ikki y se dio cuenta de que el muchacho efectivamente tenía toda la pinta de alguien que llegaría a ser igual de alto y fornido que Guilty. En unos dos  tres años más, MM tendría que mirar hacia arriba para poder hablarle, y decidió no llamarlo “enano” porque sin duda eso podría revertirse en su contra demasiado pronto.

-Iré a preguntarle, pero quiero que prometas permanecer calmado, no importa cuál sea su respuesta.

El ceño fruncido de Ikki dio paso a una expresión de sorpresa.

-No estoy enojado… y dices eso como si temieras que fuera a agredirla o algo así…

-Te crió mi padre, ¿no?

Eso fue como un baldazo de agua fría para Ikki.

-Yo no… ¡jamás le haría daño! ¡En serio!

Curioso, con esa cara alarmada, de pronto se parecía… un poquito… a Shun.

-De acuerdo, ven conmigo –dijo MM, dejándolo entrar finalmente-. Solo quiero que sepas que, a pesar de las apariencias, yo no soy como mi padre y tengo intención de cuidar a mi hermana hasta donde alcancen mis fuerzas.

-Me parece bien. Yo tampoco soy como él, te lo aseguro. Solo quiero saber por qué no quiere hablar conmigo.

-¿Se llevaban bien los dos en la Isla de la Reina Muerte? Sé que fuiste discípulo de mi padre, pero no recuerdo que ella te haya mencionado todavía…

-Hasta hace un par de días, estaba convencido de que sí nos llevábamos bien –Ikki volvió a fruncir el ceño-. Ella era lo único por lo que valía la pena despertar cada mañana en ese infierno.

MM se detuvo en seco e Ikki, que lo seguía, estuvo a punto de chocar contra él.

-¿Estás diciendo que tú y mi hermana…? –MM no sabía qué cara poner.

-Somos novios.

-¿No es un poco… raro?

-¿Raro, por qué?

-Hombre, tal vez necesitas lentes… ¿No has visto que tu hermano parece mi hermana con pantalones?

-¡Vaya! Por un momento pensé que lo dirías al revés –respondió Ikki con sarcasmo.

-¿Que mi hermana parece tu hermano con vestido? Suena igual de mal. En todo caso, si ella te quiere, es su problema. Es solo que… me resulta un tanto incómoda la idea.

-A mí también me resulta incómoda –dijo Esmeralda, que no se acercó a Ikki sino que se quedó casi escondida detrás de MM-. Me habías dicho que te recordaba a Shun, pero nunca me dijiste que la semejanza es… francamente, inverosímil. Fácilmente podríamos pasar por mellizos.

-Esmeralda…

-Ikki –Esmeralda levantó una mano para interrumpirlo-. Un parecido tan marcado no parece casual. ¿Y si somos parientes?

-¡¿Qué?!

-Piénsalo. Angello y yo somos de diferentes madres. ¿Qué pasaría si también Shun fuera nuestro medio hermano?

Ikki se quedó sin palabras y le dirigió una mirada de desesperación a MM, que no supo qué hacer al respecto. El Fénix dio media vuelta y regresó sobre sus pasos mientras que MM y Esmeralda se quedaban inmóviles en donde estaban.

-¿Acabas de romper con tu novio? –preguntó MM, preocupado, cuando Ikki estuvo lo bastante lejos.

-Padre siempre se opuso –dijo Esmeralda con amargura-. Nunca le gustaron mis otros novios…

-¡¿“Otros”?! ¿En plural?

-…pero la sola idea de que me gustara Ikki lo ponía furioso, a pesar de que siempre dijo que era su mejor discípulo. Hasta que vi a Shun no se me ocurrió ninguna razón para que le molestara tanto nuestra relación.

-¿El viejo te dijo, explícitamente, que hubiera alguna razón para que estuviera en contra?

-No, pero…

-Entonces, creo que es mejor que no te apresures, ve a desayunar, yo tengo que hablar un par de cosas con Saga y luego iremos al palacio, llevaremos al viejo a Atenas y hablaremos con él por el camino.

-Pero podría enojarse… -gimió Esmeralda, asustada.

-Eso no sería nada nuevo. No temas, tienes a tu hermano mayor para cuidarte.

~***~

-Visto así, es perturbador –dijo Seiya, luego de que Ikki terminara de contarle sobre su conversación con Esmeralda-. Aunque Esmeralda y tú no tuvieran ningún parentesco, no debe resultar cómodo para ella parecerse más a su cuñado que a su hermano.

-¡Pero no hay parentesco! Shun y yo somos hijos del mismo padre y la misma madre.

-¿Seguro? –dijo Shiryu.

-¿Qué insinúas?

-El señor Kido no quería recibir a Shun en la Fundación, ¿recuerdas? Estaba muy interesado en que formaras parte del proyecto, pero dijo que Shun no cumplía con los requisitos, le permitió quedarse solo porque fue la única manera de que te quedaras tú también.

-¡Por todos los cielos, Shiryu!

-Si yo fuera Shun, ya estaría pidiendo un examen de ADN.

-¡Seiya!

-De hecho, creo que eso sería lo mejor –dijo Hyoga-. Podrías decirle a Esmeralda sobre los cien hijos de Mitsumasa Kido, pero no calmarías sus dudas sino que las harías más grandes: ¿qué tal si en lugar de que ella, Cáncer y tal vez Shun sean hijos de Guilty (como teme ella), resulte más bien que ellos tres y tú son hijos de Kido?

-Oh, rayos.

-Y todos nosotros seríamos medio hermanos de Cáncer…

-Seiya, no lo empeores.

-Eras muy pequeño cuando nació Shun –dijo Shiryu, conciliador-. Él incluso podría ser adoptado…

-¡Claro que no!

-¿Estás cien por ciento seguro? Por lo que sabemos, hasta podría ser mellizo de Esmeralda.

-¡Seiya!... Voy a sugerirles lo del examen.

-Sabia decisión –aprobó Shiryu.

Seiya advirtió que Aioros le hacía señas y se despidió de sus amigos para correr y alcanzarlo camino de la entrada del Santuario. Hyoga y Shiryu se encargarían de ayudar a Ikki a transmitirle la propuesta a los miembros de la Casa de Cáncer ahora que por fin habían podido encaminarlo en la dirección correcta, así que podía acompañar al Caballero de Sagitario con una preocupación menos en la cabeza.

La invitación de Aioros para acompañarlo mientras investigaba la denuncia de otro ataque de depredadores sorprendió agradablemente a Seiya.

Siempre se había sentido muy cercano de alguna manera al Caballero de Sagitario, ya que había contado con su protección durante momentos cruciales de su vida, aunque el alma de Aioros se encontraba en el Hades en ese entonces.

Tan pronto como le fue posible luego del regreso, una de las primeras cosas que hizo Seiya fue presentarle sus respetos y agradecerle toda su ayuda. Nunca se había detenido a pensar qué clase de persona sería Aioros (aparte de asumir que sería un modelo de Caballero, si era cierto el rumor de que en algún momento Shion había querido designarlo como su sucesor) y se encontró con un joven apenas unos años mayor que él y (cosa curiosa) mucho menos solemne que Aioria. Aquello no dejó de sorprenderle un poco.

-Fue más fácil comunicarme contigo que con mi hermano –había dicho Aioros, cortando de pronto las frases de agradecimiento que Seiya había elegido con tanto cuidado.

El carácter de Aioros era tan cálido como el de Aioria y Seiya no tardó en encontrarse a gusto en su compañía, pero las ocasiones de pasar un rato con él eran limitadas, porque el Caballero de Sagitario cumplía con muchas labores dentro de la Orden. Así que la oportunidad de acompañarlo en la búsqueda de los chacales resultaba muy oportuna.

Con ellos iba uno de los Caballeros de Plata, armado (al igual que ellos dos) con arco y flechas. Seiya trató de entablar conversación con él también, pero no tuvo suerte: su sola presencia ponía bastante incómodos a muchos de los Caballeros de Plata y ese en particular, Tremmy de Sagitta, tenía buenas razones para incomodarse, por lo que al Caballero de Bronce no le quedó más que armarse de paciencia, tal vez algún día la Orden podría superar lo sucedido durante la Batalla de las Doce Casas, después de todo, la gran mayoría de los que habían servido a las órdenes de Arles creían estar haciendo lo correcto al combatir a Saori como a una impostora. Tal vez si tenían éxito en su búsqueda, Tremmy se relajaría un poco y lograría decir más de tres palabras seguidas.

-Esto empieza a ponerse serio –dijo Seiya, al tiempo que arrugaba la nariz cuando llegaron al lugar donde los chacales habían atacado por última vez.

El espectáculo de una oveja devorada hasta dejar solo el esqueleto ya no impresionaba tanto como al principio, pero no dejaba de ser inquietante.

-Consumieron absolutamente todo –dijo Aioros, que estaba removiendo los huesos con un palo-. Esos pobres animales deben estar realmente hambrientos.

-¿“Pobres animales”? –exclamó indignado Penteo Kyrgiakos, el dueño del rebaño-. Son unas bestias dañinas, por si no te has dado cuenta, mocoso.

-No debería hablarle así a un… -empezó a protestar el Caballero de Sagitta.

-Tremmy, no –lo interrumpió Aioros con voz tranquila-. El señor Kyrgiakos tiene razón de proecuparse.

-Es solo cuestión de tiempo para que ataquen a alguien. ¿No deberían invocar al dios Ares para que se lleve sus bestias? –insistió Kyrgiakos.

-Ya quisiera verlo yo hablándole en ese tono a Ares –dijo entre dientes uno de los pastores. Seiya lo miró de reojo y se corrigió mentalmente: al principio había creído que todos los pastores eran muchachos y niños, pero la persona que acababa de hablar sonaba como una chica, a pesar del cabello mal cortado y la ropa masculina.

-¿Qué dijiste? –gruñó Kyrgiakos.

-Nada, señor. Que si fuera posible invocar a Ares, probablemente Atenea ya lo habría hecho.

-Insolente…

-¡Chacales! –gritó otro de los pastores.

Efectivamente, dos chacales los miraban, a menos de cien metros. En un instante todo se volvió un caos, mientras Kyrgiakos gritaba órdenes y la mayoría de los pastores corrían en todas direcciones.

-¡Tremmy, quédate! ¡Seiya, ven! –exclamó Aioros, tomando el mando de inmediato.

Seiya no hizo preguntas, solo siguió a Aioros corriendo tan rápido como le fue posible. Los dos eran realmente veloces, pero los dos chacales (a los que no tardó en unirse un tercero) eran mucho más rápidos, algo que parecía imposible, y no tardaron en perderlos de vista.

-Qué raro –dijo Aioros, cerca de diez minutos después-. El rastro termina aquí.

En efecto, las huellas de los chacales estaban perfectamente marcadas en la tierra hasta donde empezaba el terreno pedregoso y a partir de ahí ya no había nada, excepto tres buitres que reposaban con aire solemne en las ramas de un árbol cercano.

-¿Seguro que eran chacales? –preguntó Seiya-. Parecían perros callejeros.

-Estoy seguro –Aioros recogió cuidadosamente unos mechones de pelo que estaban enganchados en un arbusto-. Pero tal vez podamos hacer analizar esto, para despejar dudas.

-Buena idea.

Seiya ya se estaba encaminando de regreso a donde había quedado Tremmy con el dueño del rebaño cuando notó que Aioros no lo seguía, sino que estaba mirando a los tres buitres, que parecían muy ocupados en acicalarse.

-¿Qué ocurre?

-¿Ves esos pájaros?

-Están entre los más feos que he visto jamás. ¿Qué tienen de particular?

-Son de tres especies diferentes: un buitre egipcio, un quebrantahuesos y un alimoche sombrío. Ninguno es propio de esta parte de Europa y me parece extraño verlos tan juntos, como si fueran amigos.

A Seiya le pareció todavía más extraño el que los tres pájaros no demostraran  la menor inquietud y continuaran acicalándose, como si se esforzaran por parecer inofensivos.

-¿Serán también de Ares? –sugirió.

El alimoche sombrío dejó de acicalarse y miró en su dirección. Por un instante, su mirada se cruzó con la de Seiya. Aquel animal tenía los ojos rojos. ¿Sería común en esa especie?

-Vámonos –dijo Aioros-. De todos modos, no tenemos equipo apropiado para atraparlos sin hacerles daño y cabe la posibilidad de que se les permita estar libres porque se alimentan principalmente de carroña, no son peligrosos.

-No creo que Esquilo haya pensado lo mismo el quebrantahuesos le dejó caer encima la tortuga que lo mató.

 

Casa de Géminis

Saga se sentía molesto.

Era comprensible que Afrodita quisiera regresar a la Doceava Casa; ahora que una parte de la familia del Caballero de Géminis estaba ahí para acompañarlo, ya no era necesario continuar con las órdenes de Shion para mantenerlo vigilado hasta mayo, pero nada le impedía despedirse. ¿Por qué había sacado sus cosas y se había marchado sin decirle nada?

Al principio pensó en dejar así el asunto, pero en ese momento, mientras trabajaba en el estudio para evitar enfrentar el problema que significaba la poco clara situación de sus hermanas (principalmente Geist) dentro de la Orden, se daba cuenta de que no tardaría en dejar todo para ir a buscar a Afrodita y reclamarle su falta de cortesía. El trabajo solo estaba retrasándolo, lo indispensable para calmarse un poco y no hacer el reclamo a gritos.

El cosmos de MM lo saludó en el atrio Este. Saga correspondió al saludo y siguió trabajando, hasta que se dio cuenta de que MM  había ido a buscarlo al estudio en lugar de cruzar la Casa de Géminis.

Levantó la mirada de la traducción que tantos dolores de cabeza le estaba dando y descubrió con sorpresa que MM lo contemplaba desde la puerta con una actitud extrañamente seria y solemne.

-¿Todo bien, Cáncer?

-¿Puedo pasar?

-Por supuesto –Saga hizo a un lado los papeles y le señaló una silla frente a su escritorio-. ¿Ocurre algo?

-Es sobre lo que dijiste… acerca de que nos compraste a Afrodita y a mí.

-Ah, eso.

-Sí, “eso” –MM tragó saliva con dificultad. Estaba más nervioso e incómodo de lo que había anticipado-. Voy a devolverte ese dinero.

-No es necesario.

-No voy a ser tu esclavo.

-Legalmente…

-Tengo derecho a comprar mi libertad y la de Afrodita, ¿no?

-Déjame terminar. Legalmente, no eres esclavo de nadie. Los documentos de manumisión fueron hechos y tramitados el mismo día en que los compré. Yo solo fui su tutor hasta que cumplieron la mayoría de edad, exactamente igual que con Aioria.

-¿En serio?

-Un esclavo no puede ser Caballero de Atenea, ¿recuerdas? Precisamente esa parte del reglamento fue lo que me permitió desterrar a Ixión, porque venderlos fue un crimen en contra de Atenea y de la Orden. Si los hubiera conservado como mi propiedad, habría cometido exactamente el mismo delito.

-Bueno, gracias, pero igual tengo que devolverte el dinero.

-No te lo pensaba cobrar.

-Voy a asumir que fue un préstamo –MM frunció el ceño-. A menos que quieras que piense que fue limosna.

-Lejos de mí tal cosa.

-¿Cuánto es lo que te debemos?

Saga anotó una cifra en un papel y se lo dio. MM abrió mucho los ojos, horrorizado.

-¿Pagaste esto por nosotros dos?

-No. Por cada uno.

-¡¿QUÉ?! Pero… pero…

-No te alarmes, el precio era razonable. Lo que lo elevó fue la compensación que tuve que pagarle al dueño del burdel. Estaba muy interesado en ambos.

-Por favor, dime que no era rubio.

-¿Seguro que quieres saberlo?

-…Mejor no. Pero… ¿tanto?

Saga se encogió de hombros.

-Hubiera podido regatear, pero me pareció de mal gusto.

-…Claro… de mal gusto… ¿De dónde sacaste semejante cantidad?

-Una parte, de los ahorros de Kanon. Recuerda que yo lo creía muerto… Probablemente debería reintegrarle lo que tomé antes de que se de cuenta de lo que hice. En cuanto al resto… bueno, yo llevaba tres años ganando salario como Caballero de Géminis y como Patriarca.

MM se quedó boquiabierto.

-¡Diantre! –exclamó por fin, luego de varios intentos-. ¡Ya veo a quién salió tu hermano!

-¿De qué hablas? Kanon y yo nos parecemos en absolutamente nada.

-Claro, claro, solo se parecen como dos gotas de agua. Doble sueldo, qué bárbaro. ¿No hay alguna norma contra eso?

Saga hizo entonces algo que no había hecho en mucho tiempo: le dirigió a MM una sonrisa que solo podía describirse como “malévola”.

MM, que en un principio estuvo tentado a reír, se puso serio de repente.

Había tenido la extraña impresión por un segundo (solo por un segundo) de que el cosmos de Saga se había vuelto… ¿diferente?

 

Santuario Submarino

El almuerzo transcurría en medio de un silencio sepulcral. Era la primera vez que Fei aceptaba sentarse a la mesa con ellos y todos se sentían incómodos.

También era la primera vez desde el nacimiento de los cachorros que Kanon lograba acompañar a los demás a comer. Hasta entonces se había visto obligado a ayudar a Xian a alimentarlos y ella había empleado a Feng como traductor porque no había manera de que lograran entenderse: lo poco que sabía ella de griego lo mataba su acento y lo poco que sabía él de chino se reducía a unas cuantas palabras sueltas y expresiones básicas para turista, pero ese día Kanon ya no aguantó más. Una cosa era haber tomado a los dragones bajo su protección y otra muy distinta era pasar con ellos las 24 horas del día, así que simplemente se dirigió a la sala a la hora del almuerzo y no dijo nada ni a favor ni en contra cuando los dragones lo siguieron.

Notó la incomodidad de Julián y los Shoguns, pero procuró no darle más importancia de la que merecía. A alguna hora tendrían que aprender todos a convivir, porque no tenían más opción que hacerlo: deshacerse de los dragones sería condenarlos a muerte y romper la promesa que le había hecho a Drakontas, así que sería mejor que todos se fueran acostumbrando a la presencia de los demás.

Los tres cachorros eran los únicos que no tenían ninguna preocupación. Estaban encantados de conocer la sala, donde no habían tenido oportunidad de entrar todavía, y Kanon sonrió al advertir el brillo en sus ojos ante tantas cosas curiosas y coloridas en los estantes. La mayor parte de la colección de caballitos en miniatura había pasado a la historia, pero quedaba todavía bastante de la de ranas como para ser fuente de entretenimiento.

Durante la comida surgió el primer problema, cuando el cachorro blanco tomó una rodaja de zanahoria del plato de Kanon y se la comió tranquilamente en tres bocados. Xian lo regañó en el lenguaje de los dragones (una serie de siseos y gruñidos imposibles de reproducir para un ser humano); sin embargo, eso no pareció impresionar al dragoncito, que trepó a su sitio habitual (el hombro derecho de Kanon) y respondió con un siseo corto.

Indignada, Xian se dirigió a Kanon y le habló en chino.

-¿Qué dijo? –preguntó Kanon.

-Mi hermana pide su ayuda. Los cachorros deben aprender a comportase correctamente –tradujo Feng.

Kanon enarcó una ceja, aquello no había sonado como una petición precisamente.

Con mucho cuidado, tomó al blanco y lo colocó en el lugar que le correspondía, junto a sus hermanos.

-Obedece a mamá –le dijo, señalando a Xian con un movimiento de cabeza.

El blanco lo miró confuso y replicó con una vocecita plañidera. Un poco sorprendido, Kanon reconoció una palabra en chino (una de las pocas que conocía) mezclada con los gorjeos y siseos del cachorro: maa (“mamá”).

Miró interrogante a Feng, que tradujo de inmediato.

-Ha dicho “mamá eres tú”.

Sí, eso le había parecido entender.

Kanon acarició suavemente al cachorro, se inclinó hacia él y le habló con tono cómplice.

-Perdóname, lo dije mal. Quise decir “obedece a baa”.

Xian echó la cabeza hacia atrás, ofendida al escuchar que la llamaba “papá”. Su exclamación de enojo fue casi un grito que dejó pasmados a los Shoguns.

-¿Feng? –dijo Kanon.

-Eh… -resultaba evidente que Feng no se atrevía a traducir aquello.

-Mi hija ha dicho “estúpido humano ignorante” –intervino Fei-. Me disculpo por ella, creí haberle enseñado hace muchos años a evitar el uso de redundancias –añadió con una sonrisa burlona.

-Lo lamento –dijo Xian, bajando la cabeza-. No debí expresarme de esa manera.

-Tal vez puedas explicarme por qué te alteras tanto por una simple rodaja de zanahoria –respondió Kanon, restándole importancia al asunto-. Pensé que te alegraría ver que uno de los niños come verduras por voluntad propia.

Xian lo contempló estupefacta.

-¡De verdad no sabes nada…!

-Tú misma lo expresaste muy bien: soy un ignorante. Ilumíname.

Ella frunció el ceño. Notaba demasiado bien la burla en su voz y, sobre todo, en su sonrisa arrogante. El Shogun no se daba por ofendido con sus exabruptos porque estaba retándola a hacer o decir algo a lo que valiera la pena concederle importancia.

-Tomó comida del plato de un adulto –empezó a explicar, habló cuanto pudo en griego y Feng se encargó de traducir lo que no le quedó más remedio que decir en chino-. A ti no te molesta, pero el nuestro es un pueblo para el que las jerarquías son de suma importancia. Ellos, Feng y… algunos de los Shoguns deberían comer en otra mesa, porque son niños.

-¡Eh! –protestaron Sorrento, Isaac y Baian. Xian continuó sin prestarles atención.

-La Shogun Tethys y yo deberíamos comer en otro recinto. Todos en la misma mesa… demasiado informal.

-Y los esclavos no se sientan a la mesa de los amos –apuntó Fei.

-Somos informales –dijo Kanon.

-Eso he podido ver –replicó Xian-, pero las jerarquías existen aunque te sientas cómodo ignorándolas. Los cachorros vivirán mucho más que tú y si algún día se encuentran entre otros dragones, tendrán que respetar las normas. Tomar la comida de un plato ajeno no es aceptable, porque es el líder del clan quien decide qué, cuánto y cuándo comen los que están bajo su autoridad. Ha habido casos de dragones que mataron cachorros por un bocado de carne… lo que me preocupa no es la zanahoria, es el que Laosan debe aprender a no tomar la comida de otro.

-¿Es normal que un dragón adulto lastime a un cachorro? –preguntó Kanon, preocupado.

-Los cachorros son tesoros, pero los dragones viejos son mucho más fuertes y tienden a olvidar que los más jóvenes son como cristal: un mordisco que solo pretenda llamar la atención a veces resulta fatal por accidente. Y también están los que no temen matar al hijo de un enemigo o rival por cualquier causa. Una incorrección en la mesa, donde las jerarquías siempre están muy claras, sería una excusa perfecta para que un enemigo golpeara o mordiera a Laosan sin que su familia pudiera defenderlo.

-Comprendo –Kanon inclinó la cabeza en un ademán respetuoso que había visto hacer a Shion en alguna ocasión (probablemente había sido el gesto correcto, a juzgar por la cara de sorpresa de Xian), y le habló de nuevo a los cachorros-. Niños, yo no conozco las normas de etiqueta de los dragones, tendremos que aprenderlas los cuatro juntos.

Los dragoncitos respondieron a coro y Feng estuvo a punto de atragantarse. Cuando recuperó el aliento, le dirigió una mirada avergonzada a Xian antes de hablarle a Kanon.

-Han dicho “como desees, mamá”.

-Eso me pareció entender… -murmuró Kanon con resignación.

 

Palacio del Patriarca

-Pensé que querrías ver a tu madre inmediatamente –dijo Saori con suavidad.

Polemos sacudió la cabeza sin apartar la mirada del mar que apenas se distinguía a lo lejos. Saori había tenido muchos problemas para encontrarlo y no tenía la menor duda de que el pequeño daimon la estaba evitando. Había sido imposible hasta ese momento reunirlo con el avatar de Niké.

-Tengo miedo –admitió él.

-¿De qué?

-¿Y si la decepciono? ¿Si no estoy a la altura de lo que debería ser un daimon de la Victoria? ¿Y si está molesta conmigo porque no he buscado a mis hermanos? ¿Y si…?

-Vas a ahogarte entre tantas preguntas.

-No puedo evitarlo. Mi cabeza siempre está llena de preguntas y cada una genera diez más.

-Es natural –dijo Niké, acercándose a ellos-. Tu naturaleza está ligada a la duda científica, es lo que te hace participar a la vez de la Guerra y de la Victoria. Veo que ya puedes considerarte un daimon de la Guerra, porque tus preguntas llevan fácilmente al debate. Ahora, solamente te falta saber elegir, entre todas tus preguntas, aquellas que conducen a la Victoria.

Saori se apartó de ellos y los contempló desde una respetuosa distancia mientras hablaban.

No estaba segura de qué había esperado de esa reunión (¿abrazos y lágrimas tal vez?), pero estaba resultando muy diferente. Se encontraba demasiado lejos como para descifrar las palabras, pero alcanzaba a escuchar el tono de las voces, Niké hablaba con gentileza y Polemos hablaba con respeto, pero se mantenían a distancia. No parecían una madre y un hijo sino un súbdito y una soberana. ¿O un soldado y una oficial? Polemos se mantenía en posición de firmes, como si estuviera rindiendo un informe ante un superior.

La había tomado por sorpresa el que Niké llegara de repente al palacio, hubiera jurado que dormiría durante meses antes de tener fuerzas suficientes como para tomar el control e ir a buscarla, pero no le había dado tiempo de hacerle preguntas, solo le había dicho que estaba segura de que uno de sus hijos estaba en el Santuario. Saori la acompañó a buscar a Polemos, le explicó la situación del daimon por el camino, y ahora estaba esperando ahí…

-Señorita –Tatsumi se acercó a ella con gesto alarmado, y palideció todavía más al darse cuenta de que el Caballero de Piscis tenía el cabello blanco en ese momento, señal de que Niké estaba al mando del cuerpo que compartían.

-¿Sí?

-Tiene… una visita…

¿Por qué lo decía en ese tono tan extraño?

-¿Pasa algo malo?

-Apareció… de repente… No subió por las gradas, solo se materializó…

-¿Dónde está?

-En su despacho, Señorita.

Saori se olvidó por completo de Niké y Polemos para marchar con paso rápido a su despacho. Tatsumi dudó entre seguirla y quedarse ahí, mirando a la extraña pareja que eran la diosa Niké y el aprendiz del Caballero de Capricornio, pero finalmente decidió seguir a su patrona.

-¿Dionisio? –dijo Saori, sorprendida.

El dios del Vino le sonrió, y la sorpresa de ella aumentó todavía más al darse cuenta de que aquella sonrisa no iluminaba sus ojos, que solían ser siempre alegres. El más joven de los doce Olímpicos se veía muy diferente… cansado, casi envejecido. Con creciente alarma, logró distinguir una que otra cana entre sus espesos rizos oscuros.

-Mi querida hermana. Asclepio me llamó y me dijo que te vendría bien la ayuda de un… ingeniero agrónomo. ¿Quieres mostrarme el terreno que te preocupa?

Saori lo guió de inmediato al jardín de Piscis, donde Dionisio examinó cuidadosamente la tierra, la hierba, los dos árboles y los restos resecos de los rosales.

-Afrodita, mi Caballero de Piscis, se recupera bastante bien, según Asclepio, pero la sequía persiste y los rosales…

-La tierra está bien, saludable, sigue siendo fértil, un poco seca, pero fértil. Veo que tu Caballero se ha tomado el trabajo de irrigarla puntualmente, la hierba está en perfectas condiciones, los árboles… hum, me dicen que serían completamente felices si no fuera por el asunto de los rosales. Creo que no hay conexión entre la sequía y el problema de las rosas.

-Oh.

-Eso te preocupa.

-Me preocupa Afrodita, las rosas son muy importantes para él.

-Hum. Si lo son, no debería tardar en encontrar la solución por sí mismo.

-¿A qué te refieres?

Dionisio señaló los árboles con un movimiento de cabeza.

-Esos dos me han contado una historia interesante acerca de la Casa de Piscis y su relación con los rosales. Pienso que esa parte del problema se solucionará por sí misma, es solo cuestión de tiempo. Lo que me preocupa más es la sequía. Te habrás dado cuenta de que no ocurre nada parecido en el resto de Europa.

-Lo he notado, sí. Pero Poseidón me aseguró que él no me está negando la lluvia… Oh, no… ¿Piensas que Zeus…?

-Aunque nuestro ilustre padre tiene el poder para retener las nubes, no se metería sin un buen motivo en un terreno que es potestad de Poseidón. Lo normal sería que le ordenara a Poseidón que te negara la lluvia, y Poseidón no te mentiría al respecto. No, creo que el problema que tienes aquí se debe a Ares.

-¿Estás bromeando?

-Ya quisiera yo. Sabes que todo lugar en el que se haya vertido sangre durante un combate le debe homenaje a él, y aquí se ha vertido mucha sangre a lo largo de los siglos. Ares es quien está alejando las nubes de lluvia.

-¿Pero por qué?

Luego de dirigirle una mirada de preocupación al cielo completamente despejado, Dionisio la miró de nuevo, completamente serio.

-Quizá trata de comunicarse contigo, ¿no crees?

Saori frunció el ceño. Ares no tenía muchos amigos entre los dioses, ni siquiera entre los Olímpicos, que eran su familia más cercana. Podía decirse que se llevaba bien con Hades, y tenía una historia escabrosa con Afrodita (la diosa, no el Caballero), aparte de ellos… si acaso tenía una leve afinidad con Dionisio.

-Él tiene parte entre los dioses de la Naturaleza –dijo Dionisio, respondiendo la pregunta que no había tenido tiempo de formularle todavía-. Démeter es la cosecha, Perséfone es la renovación de la primavera, Artemisa es el bosque virgen, yo soy la vegetación salvaje y desatada, Ares… si él hubiese querido, habría sido la tierra que gana vida a través de la sangre derramada en ella. Eligió otro camino, pero sigue teniendo un poco de dios de la Fertilidad, no puede evitarlo, así como tú no puedes evitar saber más de la cuenta. Su influencia se limita a los campos de batalla, pero justamente por eso su influencia aquí es grande.

Saori se mordió los labios. Si Dionisio tenía razón y Ares estaba tratando de hacerle llegar un mensaje a través de la sequía, ¿qué clase de mensaje podía ser ese? Eris había dicho que Ares había tenido intención de pagar él mismo el precio impuesto por las Grayas para revelar dónde estaba Niké, pero que eran Fobos y Deimos los que se habían convertido en esclavos de las tres brujas… ¿Dónde estaba Ares? Y si quería comunicarse con ella… ¿por qué lo hacía a través de un fenómeno natural?

Miró hacia el atrio del palacio, donde Niké todavía estaba hablando con Polemos. Podía sentir sobre ella la influencia del daimon de la Duda… pero era diferente a otras ocasiones y eso le arrancó una risa breve. Polemos estaba empleando su poder en la forma que ella había deseado que lo hiciera en un principio, estaba creando duda científica. La larga, incómoda y complicada explicación que había tenido que darle a Shura sobre la naturaleza y cualidades de su aprendiz había rendido fruto, tal vez por la combinación del nuevo enfoque en su entrenamiento con la influencia de la diosa de la Sabiduría y la de la Victoria, porque acababa de ayudar a Saori a llegar a la pregunta correcta: ¿existía la posibilidad de que también Ares estuviera prisionero?

-¿Qué es tan gracioso?

-Nada en particular. Me has ayudado mucho, Dionisio. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

-No creo.

-¿Y qué tal si me dices qué es lo que te ocurre?

-¿A mí?

-No pretenderás engañarme, ¿verdad? Luces fatal y sé que no son los efectos de una noche de juerga.

Dionisio sacudió la cabeza, no deseaba hablar al respecto. Saori lo miró con fijeza, segura de que no conseguiría negarle la información por más de un par de minutos, pero Tatsumi llegó a interrumpir de nuevo.

-Señorita, tiene una llamada de Japón.

Mientras Saori hablaba rápidamente en japonés, Dionisio empezó a subir las gradas hacia el palacio. En su camino, se cruzó con Polemos, que bajaba muy serio las gradas, y luego con Niké, que iba más despacio.

-Saludos, Dionisio.

-¿Te conozco? –preguntó él, intrigado y preocupado.

-¿No me recuerdas? No importa. Mi aspecto es muy diferente de la última vez que nos encontramos. Soy tu cuñada Niké.

-¿Es broma? ¿Dónde has estado todo este tiempo?

-Algo ocupada. ¿Cómo está mi noble suegro?

-Espero que bien, tengo tiempo sin verlo.

-Ares siempre te ha apreciado mucho.

¿A qué venía ese comentario, salido de la nada? Dionisio empezó a sentirse incómodo con la mirada penetrante de Niké, era como si la diosa quisiera ver a través de él.

-Hace tiempo que no lo veo a él tampoco. ¿Cómo está?

-Es justo lo que quisiera saber.

-¿Eh?

-¿En qué fecha estamos?

-Quince de marzo de…

-En años olímpicos, por favor. Todavía no he tenido tiempo de estudiar este calendario nuevo que parecen estar usando todos.

Más intrigado que al principio, Dionisio le dio la fecha según el calendario del panteón griego, que tomaba como año uno el de la derrota de Cronos. Niké hizo unos cuantos cálculos mentales y sacudió la cabeza, decepcionada.

-Entonces, te falta poco tiempo para tu próxima reencarnación y debes estar ocupado con los preparativos. Lástima, me hubiera gustado contar con tu ayuda.

-Han pasado tres ciclos desde la última vez que reencarné y no creo que lo haga tampoco en esta ocasión. ¿Qué es lo que necesitas?

-¿No has reencarnado? –Niké se sorprendió y alarmó bastante-. ¡Eres un dios de la renovación y el renacimiento! ¡Cualquier otro puede saltarse un ciclo o dos sin problemas, pero tú no! ¿Qué buscas? ¿Extinguir la vida sobre la tierra?

-No es algo que haga por mi gusto. ¿Recuerdas a mi primo Penteo?

-¿Cómo olvidarlo? –Niké hizo un gesto de desagrado.

-Él tiene… muchos y muy buenos motivos para odiarme… Sabes lo que le hice a él, a su madre y a nuestras tías, ¿verdad?

-Recibieron lo que merecían. Ellas maltrataron a tu madre mientras vivía y luego de su muerte esparcieron el rumor de que no eras hijo de Zeus sino de uno de los esclavos de tu abuelo Cadmo. Y luego Penteo prohibió tu culto, encarceló a tus sacerdotes, persiguió a tus Ménades y llegó incluso a humillarte en público, porque reconocer tu divinidad sería admitir que su madre mintió para desacreditar a la tuya. Mereció la muerte que tuvo.

-Hay quien piensa que me excedí. Es lo malo de ser el dios de los Excesos. Si hubiera estado sobrio cuando decreté su muerte… Pero no tiene caso llorar por el vino derramado.

-¿Qué es lo que ocurre?

-El Destino le ha concedido vengarse de mí: las últimas veces que reencarné, él reencarnó también. Me encontró antes de que pudiera despertar al Noveno Sentido, torturó y asesinó a mis devotos, y luego hizo lo mismo con mi reencarnación.

-Dionisio…

-Cada una de esas veces… me hizo mirar mientras torturaba hasta la muerte a mis servidores más fieles, mis amigos más queridos -Dionisio suspiró con amargura-. Me atrapa antes de que pueda completar la renovación de mis fuerzas, cuando estoy más indefenso y mi gente está indefensa también, porque no son guerreros, solo son fuertes durante la bakhia y soy yo quien se las proporciona…

-Cuando puedes hacer uso del Noveno Sentido.

-Exactamente. Por eso no he vuelto a reencarnar. Él no lastima a los míos a menos que yo esté ahí para presenciarlo y yo no voy a arriesgarlos de nuevo. No es culpa suya el que no sea capaz de defenderlos.

-Pero con esto… estás suicidándote, ¿no te das cuenta? Acabarás por desaparecer.

-Quizá sea lo mejor.

-Tiene que haber…

-Ya he probado todo. Incluso le supliqué.

-¿Tú…?

-Busqué su alma en el Hades y le rogué. ¿Puedes imaginarme postrado a sus pies, suplicándole misericordia para mis Ménades?

No, no podía. Niké hubiera jurado que el único Olímpico que superaba en orgullo a Dionisio era el propio Zeus.

-¿Qué te respondió?

-Me lo planteó muy sencillo: “¿Quieres que les perdone la vida? Entonces, deja de existir”. Y, como acabas de señalar, es justo lo que estoy haciendo. No me ha resultado sencillo, pero lo lograré, eventualmente.

-Tiene que haber otra manera.

-Acepto sugerencias.

Luego de unos segundos de silencio, Niké se decidió a hablar.

-Pide la protección de Atenea.

-¿Cómo dices?

-Que tu próxima reencarnación sea en esta isla, asegúrate de ser entregado a la Orden de Atenea el mismo día de tu nacimiento, en el más estricto secreto, permanece aquí como un aprendiz más, estudia y crece… El cosmos de Atenea enmascarará el tuyo, y si permaneces lejos de tus Ménades hasta alcanzar el Noveno Sentido, entonces podrás protegerlos de Penteo.

-¿Me sugieres que nazca… aquí?

-Te ofrecería a los Berserkers de Ares, yo misma te criaría como a uno de mis hijos, pero la mansión de Ares no sería tan buen refugio para ti como el Santuario de Atenea. El poder de tu hermano es menor aquí, por el homenaje que rinde a Atenea, y no podría hacer mucho más que esconder tu presencia.

Al ver que Dionisio dudaba, Niké sonrió comprensiva. No era lo mismo contarle sus problemas a la esposa de su hermano favorito que correr a pedirle ayuda a la primogénita de Zeus. Atena, siempre tan racional y sobria, no aprobaba la embriaguez ni la pérdida de las facultades que acompañaba a la locura sagrada que era el centro mismo del culto de Dionisio, por lo que éste solía sentirse intimidado ante ella.

-Tendría que educarme como a uno de sus candidatos a Caballero –murmuró él.

-¿Y?

-Creo que no daría la talla. No soy un guerrero precisamente.

-Claro, lo tuyo es el vino, la música y el teatro. Pero aunque no logres destacar como guerrero, lo que necesitas es permanecer en un sitio seguro hasta cumplir… ¿trece, catorce años?

-Más bien dieciséis, esa es la edad a la que suelo recordar quién soy realmente.

-Oh, bueno, lo que necesitas es mantenerte en la Orden ese tiempo, es todo. Ya fuiste capaz de suplicar por tus Ménades, ¿qué es una década o dos de férrea disciplina militar comparada con eso?

Dionisio no logró reprimir una risa avergonzada.

-¿Crees que ella me acepte aquí, incluso sabiendo de antemano que seré un perfecto inútil al que habrá que proteger de los bravucones?

-Será cuestión de ponerte con el maestro adecuado.

-Eres muy optimista.

Niké bostezó.

-Es mi trabajo, cuñado. Ha sido un placer verte, pero ya debo regresar a la Casa de Piscis, antes de que esté demasiado agotada y tenga que dejar a mi avatar arreglárselas como pueda para volver a donde estaba…

-¿A qué te refieres?

No hubo respuesta. En ese instante, para sorpresa de Dionisio, el cosmos de Niké se apagó como una vela y frente a él ya no estaba la diosa de la Victoria, sino un simple humano que daba la impresión de acabar de salir de un trance. Alcanzó a ver confusión y sorpresa en los ojos del avatar de Niké al momento que perdía pie en los escalones y caía hacia delante.

Por fortuna para Afrodita, el dios del Vino reaccionó a tiempo y lo sujetó antes de que se estrellara de cara contra el suelo.

Afrodita le lanzó unos cuantos improperios mentales a Niké, a los que solo respondió el silencio más absoluto. Fuera lo que fuera lo que la había hecho despertar, la diosa ya había vuelto a dormirse, sin molestarle en avisarle primero si el cuerpo que compartían estaba de pie, sentado, caminando o, como en ese caso, bajando gradas.

Prácticamente había caído en brazos de alguien y solo le quedó desear que fuera alguien conocido o por lo menos discreto.

-¿Estás bien? –le preguntó una voz que no había escuchado nunca antes.

Afrodita se tragó un quejido de desesperación e intentó apartarse, pero la persona que había evitado su caída seguía sujetándolo con firmeza, sin duda por temor a que cayera de nuevo.

-Sí… gracias.

Compuso su mejor sonrisa y miró por primera vez a su interlocutor.

Era un hombre joven, de cabello oscuro y ojos violeta que (curiosamente) le hicieron pensar de inmediato en jugo de uvas.

-¿Cómo te llamas?

-Afrodita de Piscis. Creo que ya puedes soltarme.

-Ah, claro.

-Gracias.

-De nada.

-¿Quién eres? –Afrodita miró hacia la Casa de Piscis y frunció el ceño-. ¿Te di permiso de cruzar la Doceava Casa?

-No te preocupes, no soy enemigo de Atenea. Puedes llamarme Dennis.

Afrodita se apartó de él con cautela.

-¿Puedo preguntar qué haces aquí?

-Solamente charlar un poco con tu ama –Dionisio empezó a subir las gradas, pero se detuvo de pronto y regresó buscando algo en sus bolsillos hasta dar con una pequeña estaca que puso en manos de Afrodita-. Ten, un obsequio para ti.

-¿Esto?... –Afrodita examinó intrigado la estaca-. No estoy seguro de que la tierra aquí sea apropiada.

-Crecerá bien, no te preocupes.

-Pues… gracias.

El breve encuentro había sido bastante extraño, al menos desde el punto de vista de Afrodita, que regresó a la Casa de Piscis para rebuscar en la biblioteca, tenía la impresión de haber visto ahí alguna vez un texto acerca del cultivo de viñedos, probablemente sería bueno consultarlo para decidir en qué parte del jardín resultaría más apropiado plantar aquel esqueje de vid.

Dionisio regresó al palacio y dejó que el cosmos de Saori lo guiara hasta donde estaba ella. La encontró todavía con el teléfono en la mano y una expresión alterada.

-¿Sucede algo? –preguntó él.

-Una noticia desagradable de Japón.

-¿Puedo ayudarte…?

-No –replicó ella con firmeza-. Esto tengo que resolverlo yo misma, pero gracias por la oferta. Sin embargo, Dionisio…

-¿Sí?

-No respondiste cuando pregunté por tu problema.

-Oh, eso –Dionisio vaciló un poco, dando vueltas en su mente a la sugerencia de Niké-. ¿Tienes tiempo como para escuchar una historia larga y desagradable?

~***~

A Guilty le había sentado bastante mal el que MM se negara a alojarlo en la Casa de Cáncer, pero se las había arreglado para sonreír y fingir que aceptaba graciosamente el desaire. La forma  en que Shion dijo que se quedaría en el palacio no daba lugar a réplicas y Guilty tuvo que posponer su idea de marcharse de ahí de inmediato.

Hubiera jurado que MM estaría feliz de romper todos los lazos que tenía con él, por lo que fue una gran sorpresa encontrárselo esperando fuera de su habitación aquella mañana.

-¿Te perdiste? –preguntó Guilty.

-Vine a recogerte. Esmeralda nos está esperando en la entrada del palacio.

-¿Para qué?

-Iremos a Atenas los tres, pasearemos un poco, y charlaremos.

Eso era realmente extraño.

-¿Charlar? ¿De qué? ¿El clima? ¿Política? ¿Deportes?

-De la clínica donde vas a internarte.

-Ah, claro… ¡¿QUÉ?!

MM decidió interpretar como una buena señal el que su padre no lo atacara inmediatamente.

-Es por tu bien.

-No estoy enfermo.

Quizá el poder de Atenea estaba logrando que Guilty se mantuviera más racional que de costumbre, porque aquel hombre colérico y violento expresó su opinión y luego esperó a que MM expusiera sus argumentos. Eso era algo que no había sucedido nunca antes. MM se mordió el labio inferior unos instantes y le relató su encuentro con Kwan Yin y lo que ésta le había dicho.

-¿Así que quieres enviarme a un asilo de locos porque una diosa china te dijo que soy un desquiciado? –preguntó Guilty al cabo de un rato, cuando él y MM ya caminaban en dirección a la entrada del palacio.

-No es un asilo de locos y no creo que estés desquiciado, sino enfermo… pero sí, básicamente, es eso.

Guilty rió a carcajadas, ganándose una mirada de sorpresa tanto de MM como de Esmeralda.

-¡Tú no estás menos loco que yo, enano!

-Puede que tengas razón, parece que es hereditario.

La risa de Guilty se cortó en seco.

-¿Demencia hereditaria? –su voz sonaba extrañamente preocupada-. No sería raro… Pobre Heracles.

-¿Uh? -¿A qué venía eso? ¿Guilty estaría divagando?

-El origen de la Casa de Cáncer, ¿ya lo olvidaste, enano? El complot de Hera en el que se enredaron los Heráclidas.

-Ah… sí…

Esmeralda preguntó con timidez de qué hablaban, y estuvo a punto de reírse cuando ambos le dirigieron idénticas miradas de sorpresa. Padre e hijo se parecían más de lo que ninguno estaba dispuesto a admitir.

-¿No se lo has contado? –preguntó MM.

-Nunca se me ocurrió que fuera a hacerle falta saber al respecto –Guilty se encogió de hombros, caminarían un buen rato (incluso usando los túneles) hasta llegar a los límites entre las Tierras Místicas y el Mundo Exterior, había tiempo más que suficiente como para contarle la historia a Esmeralda-. En la Era del Mito, hace unos cuantos milenios, vivió un semidiós hijo de Zeus y de la mortal Alcmena, su nombre era Heracles y se las arregló para ganarse el odio de la diosa Hera.

“Generalmente, Hera perseguía con crueldad a las amantes de Zeus y no era raro que le jugara una mala pasada alguna vez a sus hijos ilegítimos. Lo normal era que solamente les diera problemas una vez o dos en la vida y para la mayoría de ellos era suficiente tratarla con respeto y no olvidarla en los sacrificios para mantenerla aplacada. Algunos afirmaban incluso (en voz baja, para que ella no se enterara) que el tan publicitado rencor de la diosa era su manera muy discreta de ayudarlos a demostrar su valor ante el Olimpo, porque superar sus desafíos era como un requisito para ser aceptados como semidioses, lo cual era el único reconocimiento como hijos de Zeus que muchos de ellos lograban conseguir.

“Quizá tenían razón, porque ni antes ni después de Heracles se vio que Hera persiguiera con verdadera saña a un hijo de Zeus.

“Ella envió serpientes a su cuna, enemigos al palacio de su padrastro, traidores entre sus amigos, locura ante la felicidad de su primer matrimonio… y mientras expiaba sus culpas trabajando para el rey Euristeo, hasta envió un cangrejo a estorbarle.

“No era un cangrejo cualquiera. Era una criatura antiquísima, nacida del mar y de la sangre de los gigantes derrotados por los dioses en la última gran guerra del Olimpo, la Gigantomaquia.

“Hera acudió al cangrejo luego de convencerse de que no había ningún mortal lo bastante fuerte como para matar a Heracles en un combate justo, por lo que llegó a la conclusión de que tendría que recurrir a trampas y monstruos para acabar con su enemigo.

“Lo que no esperaba la diosa fue que el cangrejo, a pesar de su origen monstruoso y su apariencia horrorosa, era una criatura pacífica que, cuando ella se presentó en su cubil y le ordenó atacar a Heracles, le preguntó con toda sencillez por qué quería que hiciera eso.

“Hera se sorprendió al escucharlo hablar y dudó un poco antes de responderle que debía hacerlo porque se lo ordenaba la reina del Olimpo.

“El cangrejo replicó que, en ese caso, la reina del Olimpo le estaba ordenando que hiciera caer sobre sí mismo la cólera del rey del Olimpo.

“La diosa no había esperado que el cangrejo hablara y mucho menos que le saliera con un buen argumento en contra, así que le tuvo más respeto y decidió negociar con él, le ofreció protegerlo de cualquier posible venganza de Zeus y darle una buena recompensa. El cangrejo no quería oro ni joyas, ni un palacio, tierras ni honores. Le dijo a Hera que llevaba mucho tiempo solo porque era el único de su especie y le pidió que, ya que era la diosa de la Familia, le concediera otros cangrejos como él que fueran sus parientes.

“Hera consideró la propuesta y le pareció razonable, siempre que el cangrejo renunciara a su inmortalidad, porque a Poseidón no le agradaría la idea de una raza de cangrejos gigantescos e inmortales multiplicándose en sus dominios.

“El cangrejo aceptó de buena gana y Hera, como un adelanto a su recompensa, tomó una joya (obra de Hefesto) que tenía forma de cangrejo, le insufló vida y se lo dio al monstruo como la promesa de una numerosa familia.

“El cangrejo mayor y el cangrejo menor se dirigieron de inmediato a Lerna, donde hicieron todo cuanto pudieron para impedir que Heracles acabara con la Hidra. Pero la fuerza de Heracles y la astucia de su sobrino Ificles fueron superiores a ellos y al final los aliados de Hera terminaron vencidos.

“La diosa recogió sus restos y los puso entre las estrellas donde se convirtieron en las constelaciones de Cáncer Major, Cáncer Minor e Hidra.

“Años después, Heracles murió en una forma cruel que fue del completo agrado de Hera, pero Zeus aprovechó el fuego en el que pereció su hijo para eliminar lo que había de mortal en él, de modo que solo quedó su parte divina, y lo recibió con todos los honores en el Olimpo, convertido en un nuevo dios.

“Entonces, el rey de los dioses obligó a su reina a adoptarlo, y lo casó con Hebe, la diosa de la Juventud.

“Hera fingió aceptar esa nueva humillación con elegancia y esperó una oportunidad para vengarse.

“La preferencia que demostraba Zeus hacia Heracles entre todos sus hijos hizo que los demás dioses murmuraran y se esparció el rumor de que pretendía nombrarlo su heredero, pasando por encima de los derechos de sus hijos legítimos, Atenea, Hefesto y Ares.

-¿Y no era así? –preguntó Esmeralda.

Guilty negó con la cabeza.

-Para nada. Su propósito era el mismo que cuando engañó a Hera para que lo amamantara de recién nacido y que cuando le impuso al pobre desgraciado un nombre que significa “Gloria de Hera”: pretendía que ella lo tomara bajo su protección. Un absurdo, pero Zeus estaba convencido de que si él lo ordenaba, su esposa tenía que obedecer. Nunca tuvo en cuenta que, para cualquier bastardo suyo, contar con la indiferencia de la diosa era el colmo de la buena suerte… muchos pasaron sus vidas enteras dando gracias por eso, pretender obligarla a quererlo… bueno, hasta yo lo encuentro excesivo.

-Pobre… -dijo Esmeralda.

-¿Él o ella? –preguntó Guilty, con un toque de sarcasmo.

-Ella… ambos. Heracles no tenía la culpa de que Zeus fuera tan poco realista.

-Supongo, aunque tampoco se molestó mucho en intentar ser amable con ella.

“Cuando los rumores amenazaban con salirse de control y Zeus temió que se desatara una guerra civil en el Olimpo, Hera le comentó sobre la Orden que estaba formando Atenea y sugirió que Heracles podía acallar los chismes reencarnado y uniéndose a los servidores de su media hermana.

“Esa sería una demostración de humildad y de lealtad, permitiría que Heracles emprendiera nuevas hazañas y además serviría para alejarlo de Ares, porque ambos se detestaban y sus continuas peleas amenazaban con echar abajo el palacio.

“A Zeus le pareció una buena idea. Heracles y Hebe reencarnaron. Sus reencarnaciones se encontraron y, siendo ambos adultos, se unieron a la Orden de Atenea; Hebe, como sacerdotisa y Heracles, como Patriarca.

-¿Heracles… Patriarca de la Orden? –dijo MM, desconcertado, esa parte de la historia no la había escuchado antes.

-Hera le sugirió a Zeus que se lo impusiera así a Atenea, para que la humildad y lealtad de Heracles fueran “recompensadas” adecuadamente.

-Nada bueno pudo salir de eso.

-Correcto. Su gobierno fue corto, pero tan desastroso como puedes imaginar, y un poco más. No tenía capacidad para mandar sobre su propia cabeza, mucho menos sobre un montón de adolescentes.

-¿Esa fue la venganza de Hera?

-El principio, nada más. Como diosa de la Familia, se dio el lujo de escoger personalmente quiénes nacerían como hijos de Heracles y Hebe: nada más y nada menos que los dos cangrejos que el pobre diablo había matado en Lerna y que, por su valor, habían ganado el derecho de renacer como humanos.

-Ouch.

-Y, finalmente, la maldición de locura que ella lanzó contra Heracles en su primera vida y que lo llevó a matar a su primera esposa y a sus hijos, estaba atada a su mortalidad, cuando el fuego lo purificó, quedó libre de ella y siguió libre mientras estuvo en el Olimpo, pero al reencarnar volvió a ser mortal… y la locura regresó. Permaneció latente por muchos años, pero cuando Atenea, harta de su ineficiencia, lo destituyó, Heracles montó en cólera, tuvo un acceso de locura, y mató a Hebe y a su hijo menor. El primogénito sobrevivió, pero para eso tuvo que matar a Heracles.

“Durante el funeral, Hera tuvo la mala ocurrencia de revelarle al muchacho quién y qué había sido en su vida anterior y lo felicitó por haber cumplido finalmente su misión. Lisandro no tenía la menor idea al respecto ni le importaban cosas sucedidas tanto tiempo atrás, de modo que solo pudo horrorizarse ante la crueldad de la diosa. En ese mismo momento renegó de Hera y le juró lealtad a Atenea; poco después se convirtió en el primer Caballero de Cáncer.

“A Hera no le hizo gracia eso y lo castigó permitiendo que la locura de Heracles se transmitiera a su descendencia, de modo que, años después, su propio hijo lo mató en un ataque de locura. Desde entonces, la historia se repite en la Casa de Cáncer: el padre muere a manos del hijo… Ah, no llores, mocosa. Si vas a ser la señora de la casa hasta que tu hermano encuentre una mujer lo bastante desesperada como para casarse con él…

-Yo no voy a casarme. Nunca. Ni tendré hijos –interrumpió MM.

Guilty sonrió con burla.

-¿Piensas que puedes romper la maldición? ¿Por eso no me mataste cuando tuviste la oportunidad?

-Esa vez no me detuve por mí ni por la Casa de Cáncer, sino por Lucy. En ese entonces todavía pensaba que quizá podría volver al Parnaso y no quise que participar en una muerte le cerrara esa posibilidad.

-Ah, pobre nenita. Siempre soñando con imposibles. Nada de lo que he dicho o hecho ha servido jamás para que entienda cómo es la vida. En fin, háblame de esa casa de locos en la que vas a encerrarme.

-¿Estás… de acuerdo? –preguntó MM, sorprendido.

-No, y además estoy completamente seguro de que no conseguirás nada, pero ahora eres el jefe de la familia y es mi obligación obedecerte, o al menos eso es lo que me ha estado diciendo, muy elocuentemente, el Patriarca Shion. Lo haremos esta vez a tu manera, aunque solo sea para que luego pueda decir “te lo dije”. Hn. ¿Te das cuenta, Angello? Me quitaste de mi posición como líder de la Casa más o menos como Atenea despojó a Heracles del mando de la Orden.

-Ah, vamos…

-Es en serio. Por cierto, tampoco te va a funcionar la idea de mantenerte casto y puro.

-¿Por qué no?

-A tu edad, yo también juré que no me casaría, pero entonces conocí a tu madre y hasta ahí llegaron mis buenas intenciones. Luego de que ella y tu hermanito murieron, juré que no habría otra mujer en mi vida, pero entonces viajé por primera vez a la Isla de la Reina Muerte y… ¿adivinas?, ahí encontré a la madre de Esmeralda. La lengua castiga, hijo mío, yo decía “no me casaré nunca” y acabé casándome dos veces.

-¿Te casaste con su madre? –preguntó MM, sin disimular la sorpresa.

-¿Estabas casado con mamá? –preguntó Esmeralda al mismo tiempo.

-¿Después de pasar la vida entera quejándome porque mi padre no se tomó la molestia de reconocerme, iba a correr el riesgo de engendrar un hijo ilegítimo? ¡Por favor!

-Es la primera vez que te escucho mencionar a tu padre –observó MM.

-¿Sí? Procuraré que sea la última. Era un japonés estirado que se creía demasiado importante como para casarse con una campesina italiana, no vale la pena hablar de él. Es más, sus genes asiáticos deben tener la culpa de que seas así de bajito.

-¡Yo no soy bajo, caramba!

 

Casa de Piscis

Sacar discretamente sus cosas de Géminis y llevarlas de vuelta a Piscis fue toda una odisea (¿en qué momento había llevado la mitad de su guardarropa a la Tercera Casa?), pero, entre las mil y una pequeñas dificultades para alojar a los invitados de Shun y lo ocurrido con Niké, Afrodita no tuvo tiempo para angustiarse por Saga.

¿En qué momento había asumido Andrómeda como un hecho indiscutible que le correspondía ser no solo el anfitrión de su Maestro y condiscípulos sino también de los Caballeros Negros? ¿Y en qué momento aceptó eso Afrodita como una verdad incuestionable? Para colmo de males, ¿en qué momento fue que puso a disposición de Shun y de sus invitados la Casa de Piscis?

Tenía su lógica (en alguna parte), porque la otra opción de Shun era alojarlos en el palacio, donde sus condiscípulos tendrían plena oportunidad para buscar problemas con los demás Caballeros de Bronce, y donde los Caballeros Negros tendrían que enfrentar como pudieran el hecho de que Ikki parecía preferir fingir que no existían. Era imposible meterlos a todos en la casita que tenía June en la parte del Santuario reservada a los Caballeros de Plata, y la de Albiore necesitaba una buena reparación antes de ser usada de nuevo. Así pues, todos a Piscis, porque Cáncer tenía sus propios problemas domésticos (y Shun no se acercaba a menos de cincuenta metros de Esmeralda, habría que averiguar por qué). Pero la tensión en la Doceava Casa se podía cortar con un cuchillo.

Era evidente que Shun tenía un conflicto no resuelto con Reda y Spica. Los Caballeros Negros estaban visiblemente incómodos y se esforzaban (quizá demasiado) por no estorbar. June se volvió de inmediato una visita habitual (y casi permanente), pero le resultaba agotador hacer el papel de Suiza en el conflicto de los tres muchachos que habían crecido con ella.

Con todo, lo más tenso para Afrodita fue la mirada de dolorida sorpresa que le dirigió Albiore cuando supo la parte que había tenido en su muerte y la destrucción de la Isla Andrómeda. ¡Ni siquiera se conocían cuando Arles lo envió a asegurarse de que Milo realizara la ejecución! ¿Por qué tenía que reaccionar como si Afrodita lo hubiese herido en lo más profundo… bueno, dejando aparte el hecho de que lo había herido por la espalda?

Aquella frase según la cual los ojos son el espejo del alma se cumplía a niveles exagerados con casi todos los virgo que conocía, al punto que Afrodita empezó a sospechar que Shaka mantenía los suyos cerrados no para concentrar su cosmos sino para conservar un poco de dignidad.

Afrodita, que había aprendido desde muy joven (y por las malas) a guardar para sí sus emociones más profundas y permitir que los demás vieran solo detalles superficiales, se preguntaba intrigado cómo alguien podía vivir siendo un libro abierto para los demás.

Y hablando de libros abiertos… Saga no llegaba a los extremos de esos virgo que tenían invadida la Casa de Piscis, pero cuando solicitó permiso para cruzar ese día, resultaba evidente lo molesto que estaba.

No era algo que se apreciara en su rostro ni en su voz, pero sí en su postura para quien fuera un buen observador o lo conociera bien, para Afrodita era todavía más fácil de notar por la manera en que el cosmos formaba remolinos a su alrededor. Un poco más y sería suficiente como para curvar la luz y el Caballero de Géminis empezaría a crear ilusiones involuntarias.

Ese fenómeno era común entre los aprendices de Géminis, sobre todo durante la pubertad, cuando les era más difícil controlar sus emociones y éstas interferían con sus técnicas. Afrodita recordó con nostalgia las ocasiones en que Saga pasó incluso horas rodeado por un cardumen de diminutos peces de colores, soportando las carcajadas de Aioros, y completamente frustrado porque no lograba hacerlos desaparecer.

-¿Veremos peces hoy? –preguntó Afrodita.

-¿De qué hablas? –dijo Saga, extrañado.

-Nada importante, solo recordaba una anécdota vieja. Pareces molesto por algo.

Sí que lo estaba, Afrodita notó la primera chispa multicolor, aunque desapareció demasiado rápido como para advertir si tenía forma.

-¿Molesto? ¿Por qué habría de estarlo?

-Es justo lo que me preguntaba.

Saga frunció el ceño. Si seguía así, no tardaría en tener una arruga vertical que lo haría fácilmente diferenciable de su hermano. Afrodita caminó a su lado mientras cruzaba Piscis, manteniendo una expresión tranquila, pero hondamente preocupado.

-Abandonaste Géminis sin siquiera despedirte. Y no me avisaste –reprochó Saga, luego de un par de minutos de silencio. Afrodita vio otra chispa luminosa con el rabillo del ojo.

-Quise ahorrarte inconvenientes.

Más chispitas.

-¿Qué clase de inconvenientes?

-Pues… para empezar, lo que habrían pensado tus hermanas en cuanto supieran que dormíamos en la misma habitación.

-Ellas no tendrían por qué pensar nada al respecto.

-¿No? –Afrodita enarcó una ceja y se permitió una sonrisa cuando Saga empezó a lucir más incómodo que altanero. Por supuesto que las gemelas habrían pensado (y creído, y comentado) toda clase de cosas.

Buscarle novia a Saga era uno de sus pasatiempos favoritos cuando niñas. Si llegaban a enterarse de que ellos compartían habitación, se convencerían de que no habían logrado emparejarlo con ninguna de sus candidatas por la simple y sencilla razón de que habían estado tratando con el género equivocado y empezarían a buscarle novio.

O, peor aún, asumirían que Afrodita era su pareja y nada ni nadie podría convencerlas de lo contrario.

-Tienes muy buena memoria –dijo Saga en voz baja. Afrodita se encogió de hombros.

Unas voces airadas aproximándose por uno de los pasillos laterales llamaron la atención de ambos. Reda y Spica estaban otra vez atacando a Shun con una lluvia de reproches sin que June pudiera frenarlos.

Saga notó de inmediato la expresión de alivio en el rostro del Caballero de Andrómeda cuando los vio a ambos. ¿Afrodita había salido de Géminis para ser mediador en Piscis?

Los otros discípulos de Albiore callaron al verlos, pero seguían mirando con enojo a Shun, que se aproximó a Afrodita, seguido por June.

Afrodita empezó a hablar calmadamente, pero se interrumpió al percibir la llegada de alguien más.

-Aioros, Aioria y Seiya piden permiso para cruzar –comentó.

Saga se tensó de inmediato. Aunque su relación con el Caballero de Sagitario era mejor de lo que se había atrevido a soñar cuando acabó de comprender que Atenea había sacado con vida de la región de los muertos a sus Caballeros de Oro luego de la guerra contra Hades, no lograba sentirse cómodo con el empeño de Aioros en tratarlo con afecto delante de los demás.

El tiempo que habían pasado reemplazando a Shion mientras éste acompañaba a Saori al Monte Etna sirvió para que Saga pudiera convencerse finalmente de que era muy poco probable que volvieran a ser los amigos inseparables que habían sido durante la adolescencia.

No era que no quisieran retomar su amistad, simplemente ya no eran las mismas personas de antes… O, mejor dicho, Saga ya no era la misma persona. Mientras que Aioros seguía siendo el joven alegre y bondadoso de siempre, Saga se había convertido en un hombre una década mayor que él, que había pasado por situaciones muy duras y había perdido parte de sí mismo por el camino: ya no podía regresar a aquella época.

Eso dolía.

Aioros, siempre tan optimista, decía que debían entablar una nueva amistad empezando desde cero, pero Saga no lo veía tan sencillo y ahí estaba Aioria para recordarle con una mirada llena de rencor por qué no era una buena idea buscar a su viejo amigo.

-¡Ah, Saga! Qué bueno que te alcanzamos –exclamó Aioros-. No vas a creer lo que Seiya yo vimos hoy…

Aioros se interrumpió y se quedó mirando a Saga con extrañeza. Esto sorprendió a Saga, que miró a Afrodita con la esperanza de que le diera alguna pista. Para su sorpresa, Afrodita estaba mirando hacia arriba… y sonreía.

-¿Afrodita?

-Es maravilloso, Saga.

Saga miró hacia arriba (como todos los demás)… y estuvo a punto de irse de espaldas. ¡Peces! ¡Los malditos peces otra vez! Nadando alegremente por encima de ellos, una multitud de coloridos peces luminosos completaban la ilusión de que todos estaban bajo el agua.

Saga estaba mortificado, conocía demasiado bien esos peces que solían acompañar sus ilusiones involuntarias. ¡Habían pasado años desde la última vez! Pero ahí estaban de nuevo, anunciándole con todo desparpajo que nunca se habían ido del todo… ¿Qué era ese sonido extraño?... Tardó unos segundos en comprender que se trataba de Aioria riéndose. No era una risa burlona, sino una risa genuina, llena de asombro y alegría.

-¡Los peces, Aioros, los peces! ¡Llegué a creer que los había soñado!

Ver a Aioria tratando de atrapar alguno de los peces era demasiado extraño, casi tan extraño como la forma en que los más jóvenes repentinamente dejaron de comportarse como guerreros para imitarlo con todo entusiasmo en la cacería de peces imaginarios.

-Gracias –escuchó que le decía alguien en voz baja. Estuvo a punto de dar un respingo al darse cuenta de que Albiore había llegado con ellos sin que lo notara, porque estaba demasiado ocupado avergonzándose por la presencia de los peces.

-No –respondió Saga, maldiciéndose un poco al mismo tiempo por ser demasiando honrado como para aceptar elogios inmerecidos-. Es un accidente.

-¿Una ilusión involuntaria? –Albiore sacudió la cabeza, incrédulo-. ¿Tan extensa y detallada?

-Una mala respuesta al estrés.

-¡Maestro! –June llegó con ellos para mostrarle a Albiore el pez que acababa de atrapar-. ¡Mire! ¡Son sólidos!

-¿Una ilusión táctil? Eso es muy avanzado –el Caballero de Cefeo no ocultó su asombro, jamás había escuchado de una ilusión involuntaria que además de todo pudiera engañar el sentido del tacto.

-Son fantásticos –June dejó ir el pez y se dirigió a Afrodita-. ¿Los hiciste tú?

Afrodita intentó no reír. En los primeros días desde el regreso de los Caballeros de Oro, June había intentado ser fría e indiferente en su trato hacia él, quizá por solidaridad con Shun, pero al momento en que Shun empezó a frecuentar a los inadaptados, la Amazona se había revelado como una niña cálida y afectuosa, aunque con una clara tendencia a parlotear cuando estaba emocionada.

-¿Qué te hace pensar que fui yo?

-Pues… son peces… Piscis, peces…

Casi podía escuchar la sonrisa divertida que no dejaba ver la máscara.

-Los únicos Caballeros de Oro que manejan ilusiones son Géminis y Virgo –intervino Albiore.

-Son preciosos, señor Saga –dijo ella de inmediato.

-Eh… gracias…

-Me gustaría aprender a hacer algo como esto.

Afrodita los dejó conversando animadamente y salió con Shun al jardín, para asegurarse de que estuviera bien, no le gustaba para nada lo cerca de perder el control que había estado ahí dentro.

-Eres muy importante para Saga, ¿verdad? –dijo Shun de repente.

La pregunta de Shun tomó a Afrodita por sorpresa.

-¿Por qué lo dices? –preguntó cauteloso.

-Los peces… son por ti, ¿no? Especialmente aquel koi… Lo viste, ¿verdad? Era un koi azul y dorado… con un lunar junto al ojo izquierdo.

Afrodita sonrió y meneó la cabeza.

-Te contaré un secreto Cuando Aioria tenía cuatro años… Hum, no, mejor desde el principio. Los padres de Aioros y Aioria eran parte de la Orden. Damón de Sagitario y Eugenia de Lince.

-¿Una Amazona de Plata?

-Correcto. Verás, el nacimiento de Aioria no fue fácil, su madre ya tenía más edad de lo apropiado, hubo complicaciones y… bueno, Eugenia murió pocas horas después de dar a luz.

-Oh.

-Fue muy duro para Damón, él reaccionó sumergiéndose en su trabajo y prácticamente abandonó la crianza de Aioria en manos de una larga serie de niñeras. Aioria apenas tenía siete años, pero fue él quien se preocupó más por el bienestar del recién nacido. Damón se alejó de ambos cada vez más y Aioros acabó siendo el padre sustituto más que el hermano de Aioria.

-Como Ikki…

-Un poco, supongo. El caso es que Damón se cerró emocionalmente; las niñeras solo se aseguraban de que Aioria estuviera limpio y bien alimentado, nada más. El único afecto que recibió el bebé, provino de Aioros.

“Así pues, cuando Aioria tenía un mes o dos, Aioros decidió que debía tener un móvil sobre su cuna y en vez de pedirle a Damón o a la niñera de turno que lo comprara, lo fabricó él mismo, con ayuda de Saga.

-¿En serio?

-En serio. Era una cosa horrible, hecha con alambres, caracoles y trozos de metal, los dos estaban muy frustrados porque no salió como querían, pero era colorido y parece que a Aioria le encantó, porque cuando creció lo suficiente como para empezar a dibujar… dibujaba peces de colores.

-…¿Las figuras del móvil eran peces?

-Adivinaste. El koi azul y dorado lo vi hoy por primera vez, pero los más pequeños, los que parecen dibujados con crayones… esos están en las ilusiones involuntarias de Saga desde el principio. Son los peces que dibujaba Aioria.

-No lo puedo creer. ¿En serio no tienen que ver contigo?

Afrodita rió brevemente.

-Desde antes de conocerme, ya Saga tenía la cabeza llena de peces. La próxima vez que estés en el estudio de Géminis… ¿Has visto las fotografías que tienen los gemelos en una de las paredes?

-Sí.

-Pues en la pared contraria hay unos dibujos enmarcados. Peces de colores. Aioria los hizo para Saga entre los cuatro y los once años. Hoy los vi a todos nadando.

Shun frunció el ceño, intrigado. ¿Entre los cuatro y los once años?

-Siguió dibujando peces para Saga después de la muerte de Aioros –comentó con cautela. Afrodita asintió.

-Luego de esa noche desastrosa, muchos querían expulsar a Aioria del Santuario. Hubo quien sugirió matarlo. Pero Saga se puso de su parte… a todos los adultos los sorprendió la firmeza con la que defendió al “hermano del traidor”, en especial porque, aunque nunca se dijo oficialmente, todos creían que Shion habían muerto defendiendo a Atenea, lo que le daba a Saga el doble de motivos que al resto para pedir venganza.

-¿Por qué?

-¿Uh? Ah, ¿no te lo han contado? Shion, además de ser el Maestro de Saga, es su padre.

-¿Saga es hijo del Maestro Shion?

-Al igual que Kanon, Geist y Galatea.

-Pero… ¿Saga asesinó a su propio padre?

Afrodita guardó silencio.

-Lo siento –dijo Shun al cabo de unos minutos-. El Patriarca no parece guardarle rencor.

-Los motivos que hubo, si los hubo, son cosa de ellos. Ahora están reconciliados y es lo único que debe importarnos a los demás.

-Sí.

-Bueno… estaba hablando de peces. Saga se puso de parte de Aioria y, para sorpresa de todos, el nuevo Patriarca tuvo en cuenta su opinión, aunque en ese momento era el más joven de los Caballeros de Oro, estaba recién ordenado.

-Pero él y Arles eran la misma persona.

Afrodita dejó escapar una carcajada que no tenía nada de alegre.

-En ese entonces no lo sabíamos.

-Pero creí que Shura, Angello y tú…

-Yo tenía nueve años y Angello, once. Shura nunca habría ejecutado a Aioros de haber sabido que era Saga quien se lo ordenaba. Probablemente su primer impulso habría sido pensar que el dolor por las muertes recientes en su familia no le permitía pensar con claridad y habría esperado hasta que Saga se “calmara”. Arles nos fue incluyendo en el secreto poco a poco… Shura no lo supo sino hasta hace dos o tres años.

-Ya veo.

-Arles “nombró” a Saga tutor de Aioria, porque para entonces ya había muerto Damón y Aioros era su último pariente. Muy poco después de eso, Saga empezó a ausentarse del Santuario en “misiones especiales” cada vez más largas, hasta que, hace unos cinco años, dejamos de verlo del todo, “oficialmente”, quiero decir. Pero en los primeros años visitaba a Aioria en forma regular y se aseguraba de que todo estuviera bien, dentro de lo posible.

-Entonces, los peces…

-Cuando te quedan pocas cosas buenas de tu infancia, te agarras de ellas con todas tus fuerzas. Aioria idolatraba a Saga –Afrodita se acomodó maquinalmente el cabello-. Deberías haber visto cómo se deprimió la primera vez que Saga no lo visitó en su cumpleaños por cuestiones de trabajo. Arles tuvo que llamar a Saga al Santuario unos días después porque no había manera de animarlo.

Shun se mordió el labio inferior para no comentar la forma en que Afrodita hablaba de las dos personalidades de Saga como si realmente fueran dos personas totalmente distintas. Supuso que cada uno de los amigos del Caballero de Géminis tenía su propia forma para lidiar con la idea del amigo y el enemigo que eran uno solo y el mismo. Algunos mejor que otros, por lo visto.

-¿Arles trataba bien a Aioria?

-Sí, eso fue lo que mantuvo a raya a la mayoría de los que lo odiaban por causa de Aioros… Aioria confiaba en él ciegamente, al punto de que cuando Atenea lo convenció de que ella era la auténtica diosa de este Santuario,  el muy ingenuo fue a hablar con Arles antes que con nadie más, estaba convencido de que el Patriarca estaba cometiendo un error de buena fe y esperaba poder convencerlo de reconocer a Atenea como nuestra soberana. Ya sabes el resultado que obtuvo.

-El Satán Imperial.

Estaban en el jardín de Piscis, sentados a la sombra del olivo y el laurel. Afrodita estudió de reojo a Shun.

Toda aquella conversación acerca de los peces, y los detalles que le había dejado ver sombre la complicada relación entre Saga, Aioria y Aioros, sirvieron para darle tiempo a Shun de calmarse un poco.

En realidad, los peces de Saga resultaron muy oportunos en esa ocasión, porque segundos antes de que aparecieran, el estrés y los reproches de Rada y Spica estaban logrando que Shun se desmoronara ante sus ojos.

Estaba calmado por el momento, pero el estallido que Afrodita temía únicamente estaba sufriendo un retraso. Ya hacía tiempo que había decidido que era mejor si estaba presente cuando sucediera, y sabía que la única forma de garantizar eso era si él mismo provocaba un estallido “controlado”. Ese parecía un buen momento para ayudar a Shun a enfrentar su crisis, porque si sus condiscípulos lograban quebrar su voluntad en un mal momento, el resultado podía ser una auténtica tragedia.

-Aioria se siente traicionado. No solo porque Saga asesinó a Shion, intentó matar a Atenea y ordenó la muerte de Aioros. Si fuera solo por eso, no habría perdonado tan fácilmente a Shura.

-Shura no sabía que Saga y Arles eran la misma persona –dijo Shun, confundido-. Acabas de decírmelo.

-Pero Shura obedeció órdenes sin cuestionarlas, no tuvo un segundo de piedad para su mejor amigo ni le concedió tan siquiera el beneficio de la duda. Peor aún, abandonó a una bebé al borde de un precipicio. Para mí, eso último fue el verdadero crimen, en todo lo demás puede alegar “seguía órdenes”, como cualquier soldado… incluyendo a los que fueron juzgados en Núremberg.

Shun apretó los labios y apartó la mirada. Afrodita sabía que no le gustaba lo que estaba oyendo, especialmente por el tono sarcástico que estaba empleando en forma deliberada, pero la crisis tenía que iniciar por algún lado.

-Saori no corría peligro, ella es Atenea.

-Él creía que no lo era.

-Juzgas… con mucha dureza, Afrodita.

-Exactamente con la misma dureza con la que me juzgan a mí.

-…¿Qué?

-Oh, por favor, Shun. ¿Crees que estoy ciego y sordo? Sé perfectamente lo que dicen los demás. Soy uno de los traidores, ¿no? Uno de los que conocían el secreto de Arles y no hizo nada al respecto. Uno de sus cómplices, uno de sus asesinos. No tengo la excusa de Kamus, Milo y Shaka, que creían hacer lo correcto ni puedo alegar ignorancia, como Aldebarán y Aioria. Qué deliciosa ironía es ver que todos, hasta Saga y Shura, fueron perdonados de corazón y ahora son apreciados y respetados, pero Angello y yo, no. Dime, aparte de los inadaptados, ¿quién me dirige la palabra por voluntad propia? ¿Quién no me teme o me desprecia… o las dos cosas?

-Eso no es…

-Claro que es cierto. Y lo comprendo perfectamente. Somos un par de tipos arrogantes y nada fáciles de tratar. No hicimos una demostración de arrepentimiento que convenciera a nadie ni hemos dado ningún motivo para que confíen en nosotros. Para colmo de males, somos muy, muy antipáticos. Todo eso lo entiendo y lo acepto. Son las consecuencias de mis actos, ejecutados con plena conciencia y sin que nadie me obligara ni me engañara. Solo hay una cosa que no entiendo, Shun.

-¿Qué es?

-¿Qué haces perdiendo el tiempo con una bola de perdedores como Angello, Kanon, Jabu y yo?

La mirada que le dirigió Shun lo hizo sentirse como si acabara de patear a un cachorro, pero logró mantener una sonrisa cínica.

-Ustedes no son perdedores, son mis amigos –Shun le sonrió y la inquietud de Afrodita subió tres puntos más en su escala imaginaria: aquella sonrisa era tan falsa que parecía hecha en una máscara de teatro.

-Tienes otros amigos, mejores que nosotros, con los que has compartido cosas importantes y que son amados por todos. Pero te alejas de ellos para acercarte a nosotros. ¿A qué juegas, Shun? ¿Es parte de alguna broma elaborada? ¿Debo esperar un puñal en mi espalda en cualquier segundo?

-¡¿Cómo puedes decir eso?! –se indignó Shun. Era la primera vez que Afrodita lo escuchaba alzar la voz.

-¿Y qué esperas que piense cuando uno de los favoritos de Atenea desciende hasta mi miserable cubil y pretende llamarse amigo mío? Si no es para aguardar el momento adecuado y humillarme delante de todos, ¿es por curiosidad o por lástima?

-¡Nada de eso!

Shun se puso de pie de un salto. Afrodita se levantó también y lo enfrentó, siempre con la sonrisa cínica y distante.

-¿Seguro? –preguntó con voz sedosa.

-¡A Jabu no lo cuestionas así!

-Él es de los nuestros. Nunca dejará de ser uno de “los otros cinco”, los que no llegaron a ser héroes. ¿Por qué me buscas a mí en lugar de pasar tiempo con los héroes, Shun?

-¡Porque ellos no entienden!

-¿Qué cosa?

-¡Nunca han visto la oscuridad por dentro!

Ahí estaba la famosa crisis y, tal como temía Afrodita, el cosmos de Shun se elevó fuera de control.

Saori y los Caballeros que estaban cerca advirtieron de inmediato que algo malo pasaba y se precipitaron hacia los jardines de la Doceava Casa ¿Qué podía estar pasando? ¿Un enemigo atacaba el Santuario?

Lo primero que pasó por la mente de Saga fue el misterioso envenenador cuya identidad seguía sin descubrirse. Lo segundo fue que no sabía dónde estaba Afrodita, que había desaparecido de repente en algún momento antes de que se desvanecieran los peces imaginarios.

Ikki llegó corriendo desde el palacio y se sumó al grupo que ya cruzaba el jardín de Piscis en dirección donde estaban aquellos árboles que Afrodita cuidaba tanto, para entonces, Saga ya había confirmado la posición de todos los miembros de la Orden, exceptuando a Afrodita y Shun… ellos dos debían estar en el jardín, en el centro mismo de aquella perturbación en el cosmos.

Era imposible ver a Shun, ni Afrodita ni los árboles. La Niebla de Andrómeda opacaba buena parte del terreno.

-¿Dónde está Shun? –preguntó Seiya, alarmado.

-Allá adelante… en alguna parte –dijo Saga. No podía ser más preciso con el cosmos del Caballero de Andrómeda convertido en una tormenta.

Iban a continuar avanzando, pero unos cuantos rosales parecieron surgir del aire.

Eran pocos y no muy altos, tan completamente transparentes que casi se dieron de bruces contra ellos antes de verlos.

-¿Qué es esto? –exclamó Ikki.

-Una de las técnicas de Afrodita, la Barrera de Zarzas –dijo Saga-. Creo que no quiere que pasemos de aquí.

-¿Es broma? Esto no llega ni a seto de jardín –dijo Seiya-. ¿De verdad espera detenernos con unos rosales tan r… reducidos?

A Saga no se le escapó que había estado a punto de decir “raquíticos”, sacudió la cabeza y tocó con precaución una de las rosas. Definitivamente una Golden Pride, aunque incolora y con aspecto de vidrio. Un fantasma de sus verdaderas rosas.

-Me parece que intenta ser amable –las miradas de incredulidad de los otros lograron sacarle un gesto exasperado-. Conozco estas rosas. Normalmente cada uno de sus pétalos tiene el filo de una navaja. Estos tienen los bordes romos.

-Entonces, es su manera de pedirnos que no nos acerquemos más –dijo Aioros.

Por supuesto, no le hicieron caso a la advertencia y siguieron avanzando.

No tardaron mucho más en encontrarlos, estaban abrazados, y Shun sollozaba. Los Caballeros se detuvieron sorprendidos al verlos… todos excepto Ikki, que dejó escapar un grito de cólera.

-¡Suelta a mi hermano, desdichado!

Sucedió demasiado rápido como para que nadie lograra detenerlo. Ikki agarró a Shun por un brazo y lo apartó de Afrodita de un brusco tirón al tiempo que atacaba al Caballero de Piscis con la Ilusión del Fénix.

Imposible esquivarlo.

Continuará…

 

Notas

Esquilo y la tortuga: cuenta la historia que el poeta Esquilo consultó el oráculo de Delfos en cierta ocasión y el oráculo le advirtió que moriría cuando una casa le cayera encima.

Esquilo se mudó al campo para evitar el riesgo de estar en cualquier construcción de más de un piso, pero un día que paseaba por el campo, un quebrantahuesos que volaba con una tortuga en sus garras, confundió la calva del anciano con una piedra y le dejó caer encima la tortuga. La intención del ave era romper el caparazón de la tortuga para comérsela (sí, está bien documentado este comportamiento en los quebrantahuesos, ¿eso cuenta como uso de herramientas?), pero lo que consiguió fue matar a Esquilo y cumplir la profecía… si se toma en cuenta aquello de que las tortugas llevan su casa a cuestas.


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