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Anónimo por Mishogu

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Capítulo XIV: Mis recuerdos.


Tsuzuki permaneció al lado de Hisoka y de Daion en la enfermería, miraba como el otro moreno, cuyo nombre no conocía pero despedía una especie de energía clavaba los ojos en el rostro inconsciente. Hijiri en cambio estaba nervioso, sin saber porque, de pronto el suspiro del castaño gemelo los saco a todos de su ensoñación, sus mejillas se pintaron de un carmesí adorable a la vez que miraba a un lado para decir:

—Necesito ir al baño.
—Iré contigo.—Se ofreció el moreno.

Salieron de la habitación y caminaron por el largo pasillo del corredor lleno de columnas.

—Daion no es humano.—Soltó Chikara.
—¿Qué?
—Es un shinigami…

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Se moría de los nervios por correr detrás de su hermano y no quedarse solo con el atractivo hombre de su lado, sentía como el corazón se le desembocaba y se le ponía loco. Apretó el puño sobre su pecho a modo de apoyo, no quería mirarlo a los ojos y decirle:

—“Me gustas”—Se sorprendió murmurándolo, ¿Qué rayos le pasaba?

Sintió como la mano de Tsuzuki buscaba tomar la suya y estrecharla con la de Daion también, pero los nervios y la vergüenza fueron mayores y lo obligaron a apartar la mano, en un arrebato de valor que no sabia donde había sacado hablo:

—¿Enviaste las cartas e hiciste que Daion las entregara?—Pregunta idiota, ya se esperaba la risa del castaño para mandarlo a freír espárragos.
—Si.—Ese monosílabo lo tomo por sorpresa, algo le gritaba por abrazar a Tsuzuki y besarlo hasta que la verdad le llegara, pero algo muy en su interior gritaba lo contrario.
—Pues que cobarde, usaste a tu hijo.—Si, allí estaba el viejo Hisoka, siempre malhumorado, pensó Tsuzuki. 

Y un nuevo silencio, pero esta vez soportable, no se sentía tenso ni nada por el estilo, ahora Tsuzuki decidió arriesgarse una vez más y tomo de improviso la mano del menor que se estremeció, no solo por lo cálido y suave si no por el torrente de imágenes que le llegaban, podía observar una casa de campo, y a una pareja mirando horrorizados la cuna donde un peliplata dormía lleno de sangre, poco después, el mismo bebe pero ya más grande corriendo detrás de una pelota vieja recibiendo las misma miradas de repudio, el pequeño crecía solo, sin nadie a su lado, como si vivir fuera su pecado, no sabia hablar a pesar de tener más de 7 años por que nadie le había hablado desde entonces, los ojos se le humedecieron al ver al pequeño llorar en medio de la tormenta que con cada rayo proyectaba sombras temibles en el ático donde estaba recluido, pero lo peor era ver como la madre lo esquivaba cuando el pequeño le tendía los brazos… o al padre mirándolo con odio y asco… y su hermano escondiéndose como si el pequeño fuera un demonio.

 

Los abuelos retrocediendo cuando el pequeño aparecía en el marco de la puerta, los ojos carmesí eran hermoso y por lo visto jamás mostraban algo más aparte de inocencia, se sintió tan mal que no pudo evitar llorar, el pequeño no tuvo amigos, ni nadie que lo cuidara… pero, allí estaba otra mujer, una mujer de cabello negro azulado, la cocinera que lo había tomado bajo su cargo, que no lo miraba con lastima, odio o lo que fuera.

Le enseño a hablar, a comer, a leer… a ser una persona, pero la felicidad no le duro mucho porque la dama estaba enferma y no tardo en morir sumiendo al pequeño en la soledad, lo doloroso era que había conocido la compañía y el cariño, pero de los que decían ser su familia no podía tenerlo, ellos no sabían del amor.

—Mi hermoso Daion, lamento dejarte solo…—Escucho como un eco—… desde allá en el cielo yo te cuidare.

¿Daion? No era posible, Daion tenia el cabello negro, no plata, pero… ¿Por qué miraba aquello cuando el padre de este le tomaba la mano y a la vez el sostenía la de Daion?

 

Las imágenes continuaron, veía al pequeño llenarse de libros, leer escondido en un rincón, además a nadie le importaba si comía, si dormía, si salía… el peliplata se paro en un pequeño taburete para alcanzar un viejo libro puesto en lo más alto, su estatura le impedía alcanzarlo pero se estiraba, sus dedos delgados pero limpios lograron tocar la cubierta, sin embargo perdió el equilibro y cayo al suelo llevándose muchos libros, quedo inconsciente, y el estruendo solo provoco una especie de tranquilidad, el pequeño no se movía, parecía no respirar, al cabo de algunos minutos volvió a abrir los ojos para horror de su familia, ya así era, se lastimaba de tal forma que cualquier humano podría morir, pero el no moría, no se iba.

Vio al pequeño que la dama de cabello negro azulado llamo Daion crecer entre silencio y reproche, y para su sorpresa si era el Daion que él conocía, tendría tal vez los 13 años recién cumplidos cuando una fuerte nevada azoto la región, Daion jamás había visto nieve, se emociono mucho y corrió al jardín para jugar, pero mamá se lo prohibió, no dejaría que nadie viera al demonio que vivía en su misma casa, no dejaría que ese fenómeno la hiciera la burla del pueblo.

El pequeño ya entendía mejor las cosas y comprendió que el motivo de su inclaustración forzada era su apariencia, así que saliendo por la puerta de atrás, corrió al bosque, por primera vez se sentía libre no temiendo que los demás lo señalaran como un fenómeno. Una voz lo sedujo, lo llevo a un lago congelado y lo acompaño a hacer travesuras, pero no era una voz buena, era un demonio encantado con la inocencia de Daion, hiso que intentara patinar sobre el hielo quebradizo y lo hundió, mato al pequeño, la energía espiritual de Daion no era algo fácil de controlar y el termino congelado en una prisión perpetua.

 

Después ya no vio más que el mismo paisaje congelando, Daion se había quedado en el mismo lugar de su fallecimiento, cuidando la prisión que le hizo al demonio, con el mismo inhóspito clima que mantenía a todos alejado de ese lugar, vio dos siluetas acercarse, la primera más pequeña que la segunda que desprendían un aura cálida, tranquilizante, pudo reconocer a Tsuzuki con un largo abrigo negro y la segunda… la segunda era él.

Parpadeo un par de veces, no podía ser él, no conocía a Daion, no recordaba el lugar donde estaban parados los tres, él no podía ser… no… era imposible….
Zafo la mano del agarre que el castaño mantenía, miro el rostro triste de Daion y supo que eso que presencio no era más que recuerdos, recuerdos de una mente que había muerto y regresado.


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