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Bajo el mismo escenario por Valeria15

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Notas del capitulo:

¡OHAIO~!

Dios.., emh.., ejejeje ^^U

¿Están enojados con Vale? o3o

Gomene~ Enserio, no tengo escusas, soy un desastre, me atoré y no le pude avanzar, muy a la fuerza logré terminar el cap uwu Pero quedó extremadamente largo owó Por alguna razón quedó así xDU

Bueno.., espero les guste mucho, porque, ¡por jashin-sama!, me dio mucho trabajo D: xD

Agradezco de corazón a todos los que se pasan a leer y más aún a los que dejan sus reviews QwQ

Bueno~ Aquí tienen *3*

Bajo el mismo escenario

Invierno

~Trozos de luna comienzan a caer del cielo, ¿a esto es lo qué le llaman soñar despierto?, el problema es que tú imagen se ve tan real.~

Finalmente; terminó de secar su cabello y pudo apagar aquel molesto aparato, que hacía un estruendoso ruido que ya no lograba soportar, apenas era de mañana y ya le dolía la cabeza.

Cepillaba su negruzca y larga cabellera mientras iba desde el baño a su habitación. Solo llevaba su ropa interior y tenía su toalla colgada al cuello. Terminó por cepillar su cabello y tiró su herramienta hasta su cama donde cayó sin hacer ningún ruido, se puso en cuclillas frente a su placar abierto de par en par, tomó sus zapatos de todos los días, sacó el pulcro uniforme que debía llevar también toda la semana y dejó todo por enzima de su cama. Volvió a tomar su cepillo de allí, lo dejó en la mesa de luz, tomó una coleta y se ató el cabello para comenzar a vestirse.

Bajaba las escaleras tranquilamente, comenzaban a oírse los movimientos en la cocina, aunque no parecía efectuarse ninguna charla, su padre seguramente ya se había ido al trabajo, pero era extraño que hubiera silencio.

—Buenos días.— Saludó mientras se aproximaba a sentarse en la mesa.

—Buenos días, hijo.— Le saludo Mikoto mientras le servía jugo.

—¿Y Sasuke?— Preguntó el moreno mientras comenzaba a comer su desayuno ya servido.

—Él se fue hace unos minutos, dijo que le tocaba limpieza y que no debía llegar tarde.— Indicó la madre mientras seguía limpiando los trastos de la noche pasada.

—Ya veo…— Soltó mientras comía un poco de arroz.

—Oye hijo, ¿Cómo se encuentra Deidara?— El moreno no puedo evitar girar completamente su rostro hacía la que había cortado el silencio.

—Bien, ¿Por… Por qué preguntas?

—Oh.., es que hace unos días, antes de irnos al viaje del que volvimos ayer, lo crucé en la tienda y me pareció que no se encontraba muy bien.— Indicó la mujer algo extrañada.

—¿Hablaste con él?— Preguntó el moreno mientras tomaba su vaso de jugo para pasar un poco la sorpresiva pregunta.

—No, creo que no llegó a verme…— Dijo la cuestionada aún preguntándose que le pasaría al rubio.

—Bueno— Comenzó a decir el menor mientras se levantaba de la mesa ya un poco más aliviado por el echo de que el rubio no hubiera estado hablando con su madre, no era como si aquel fuera a decir algo malo de él, sus padres ni siquiera sabían que el rubio había sido su novio, más bien le veían como un amigo cercano de él, pero por alguna razón no se sentía cómodo con la idea de que su madre le tratara, más aún si el menor estaba deprimido —seguramente— por su culpa. Una pequeña puntada le dio a su estomago ¿Sería culpa? Daba igual, llegaría tarde. —, ya me voy.

—¿No vas a terminar tu desayuno?

—Lo siento, se me hizo tarde ya.— Se disculpó y tomó su mochila al hombro.

—Ve con cuidado.— Indicó la mujer mientras le despedía con la mano con una sonrisa.

—Si.— Y dicho eso salió de la casa, comenzando a caminar hacía la escuela.

Hacía un frío infernal, sentía que iba a congelarse con cada paso que daba, el invierno parecía haberse adelantado un poco y las calles estaban heladas, tenían cierto brillo gracias al rocío congelado de la madrugada, aunque el parque por el que pasaba ahora estaba cubierto por una capa completamente blanca, y eso que no era tan temprano como para que aquello siguiera así, debería haberse desecho hace rato por el calor de la media mañana, aunque parecía no haber suficiente de este.

Una suave sonrisa surcó los labios del menor al llegar a ver la peculiar espalda de su amante, pero no apresuró el paso, siguió mirándole mientras caminaba, recordando lo que había pasado hace poco con él, extrañamente, sentía que su relación con él, se había vuelto más "seria" y le parecía un poco estúpido, suspiro, había buscado desesperadamente tapar su vacío todos estos días, ¿por qué ahora que lo había logrado se sentía terriblemente mal?

—¡Kisame!

El frío viento pegándole en la cara, sus piernas se movían rápidamente y con cierta gracia mientras escuchaba aquellas pequeñas ruedas bajo sus pies, atravesaba las calles esquivando la gente; los mayores se quejaban de que —bajo su mirada— iba a matar a alguien, los niños simplemente le admiraban por su destreza, ¿los adolescentes? bueno.., esta de más decir que iba hipnotizando chicas por el camino, pero no estaba para hacer esas tonterías ahora, las palabras de Konan lo atormentaban haciéndole sentir más frío del que ya podía tener y es que su estilo de vestir no le dejaba mucho con que abrigarse, llevaba una campera no muy abrigada, más bien estaba para adorno, era blanca con manchas de pintura de diferentes colores y atrás tenia una estampa que decía "ART", debajo llevaba una remera manga larga celeste claro, unos mitones negros en sus manos y sus pantalones eran unos jeans celeste gastado, bueno.., en sus pies, su medio de transporte claro; unos rollers negros, bueno más bien era un medio desesperado por no llegar más tarde de lo que ya estaba y no había sido una buena idea, para nada, mañana comenzaría el invierno oficialmente, las calles estaban resbaladizas y tenía que andar con cuidado, aunque era todo un experto con esas cosas, no podía dejar de prestarle atención al camino.

Corrió su mirada a su reloj de muñeca unos segundos, solo eran cinco minutos que llevaba de retraso, ¡pero faltaban diez cuadras aún!, volvió a mirar a la calle y empezó a apresurarse aún más, no era una buena idea ir así y mucho menos en calles céntricas, pero ya que. Varios autos le tocaban bocina cuando cruzaba, él simplemente se disculpaba con una sonrisa, ni que fueran a pisarlo.

Bien, solo eran dos más y llegaba al centro comercial, diez minutos, solo son diez minutos, se repetía mentalmente mientras bajaba la velocidad, comenzó a andar más tranquilo mientras se acomodaba un poco más su bufanda blanca ¿Qué, había olvidado mencionarla? Bueno, ahí estaba, no quería enfermarse para mañana, se mataría si lo hacía.

Las puertas del lugar se abrieron automáticamente al sentir su presencia allí, paso através de ellas y de pronto olvido todo su apuro, ¿cuánto hacía que no iba al centro comercial?, ¡había olvidado lo genial que era ese lugar!.

Se paseaba sobre aquellas botas con ruedas mirando las luces a su alrededor, la gente ya estaba preparándose para la navidad y estaba lleno de luces y adornos hermosos, claro, él no festejaba eso, pero siempre le pareció muy hermoso cómo las demás personas lo hacían, la ilusión en los niños —la que él nunca tuvo, ni siquiera cuando estaban sus padres presentes—, el esfuerzo de las familias por mantener esa llama viva en ellos.., entonces lo recordó.

—¡Sasori, h'm!— Pensó en voz alta mientras miraba al frente a ver si había rastro del pelirrojo; bajo el árbol de navidad gigante en el medio del lugar, como si fuera un ángel que le acababan de regalar, aquel chico le miraba expectante, sintió un escalofríos, estaba molesto, podía apostarlo.., hagas lo que hagas no llegues tarde, esas habían sido las palabras de Konan, se sonrojó mientras se apresuraba a acercarse a él ¡y a él que le importaba si el pelirrojo se enojaba!, claro que no le importaba.

Repasó la apariencia de aquel, tenía una remera blanca -podía ver el cuello de esta- tapada por un una campera negra de cuero, un gorro también negro apenas dejando ver aquellos peculiares rizos rojizos, unos jeans grises y unas zapatillas converse negras también, no vallas a utilizar colores para vestirte, pensó el rubio mientras seguía examinándole, era la primera vez que le veía sin el uniforme de la escuela ¿verdad? volvió a sonrojarse, eso no importaba.., aunque debía admitir que quedaba igual de guapo sin o con el.., ¡ya basta de pensar esas cosas! se dijo mientras sacudía su cabeza en un intento por alejar esa idea, sintió como una de sus ruedas se trabó y por el amor de dios, casi cae al piso, pero con ayuda de sus brazos que comenzaron a hacer gestos extraños, y un poco de equilibrio, volvió a su postura normal riendo nerviosamente al ver como el pelirrojo parecía reírse por lo bajo y algo le golpeó el corazón ¡Quería estar más cerca para escuchar su risa!

—Hola— Saludó arrastrando la ultima vocal con una sonrisa. —… Perdón por la tardanza.— Terminó diciendo el rubio cuando estaba solo a unos metros del mayor.

—Si, no te preocupes— Dijo el otro encogiéndose de hombros —sin sacar sus manos de sus bolsillos del pantalón— al mismo tiempo en que daba un par de pasos para acercarse al rubio, que se detuvo, quedando enfrente de él. —. Y.. ¿Qué quieres hacer?

El silencio reinaba por completo en esa habitación, aquel lugar apenas llegaba a estar iluminado, gracias a las rendijas que habían quedado en la cortina, aquella luz era grisácea, debía estar nublado allá afuera.

No estaba seguro de cuando había caído en los brazos de Morfeo y ahora despertaba en los brazos de Kakuzu, efectivamente, estos le rodeaban la cintura, atrayéndole más al mayor, su espalda desnuda chocaba contra aquel cálido pecho, sus piernas estaban enredadas con las de este y sentía su tranquila respiración a un lado de su oreja, parecía acoplarse con la suya.

Se quedó completamente inmóvil, sus orbes a tono lila recorrían la habitación con completa tranquilidad, era extraño, demasiado, amanecer con el azabache ¿y eso por qué había pasado? ¡ah! ya recordaba, ayer cuando estaba a punto de irse, una gran tormenta se había largado y en vez de pagarle el taxi el muy avaro lo había invitado a pasar la noche.

Aquel sábado por la mañana se le hacía muy tranquilo, y de pronto sufrió de un ataque de ansiedad, quería salir afuera, a correr, algo, pero de algún modo este desapareció tan rápido como había llegado, su ojos se cerraron con algo de soñolencia, era tan cálido; aquel cuerpo que lo abrazaba como si nunca más quisiera dejarle ir, le provocaba tal seguridad que era casi imposible de creer, o por lo menos para él lo era, entonces una imagen comenzó a formarse en su mente, un recuerdo de la noche pasada, cerca de cuando había perdido el conocimiento, no habían comido nada, simplemente estaban en aquella cama, hacía rato que habían terminado aquel intimo acto, qué no se confundan, no estábamos hablando del mismo que el del jueves, completo silencio les había inundado, ambos comenzaban a cabecear, el menor se encontraba abriendo las puertas de sus sueños, pero entonces sintió como el mentón del otro quedo apoyado en su hombro, de seguro era para dormir más cómodo, eso pensó, pero al parecer no era así del todo, había otro pequeño propósito en aquella acción.

Te amo.— Aquellas dos palabras resonaron en su mente haciendo que abriera sus ojos bruscamente desconectándose casi instantáneamente de aquel recuerdo, ¿lo había soñado..?, efectivamente, ¡eso tenía que ser!, en que estaba pensando, aquel idiota declararle algún sentimiento, eso era imposible, ¿no..?, sabía que muy en el fondo no quería que fuera así y allí iniciaba su duda.

Solo había un significado para eso y si en verdad se lo había dicho no había sido para dar marcha atrás, sintió ganas de golpear su cabeza contra la pared, lo repasó, aquellas seis letras, lo había pronunciado a la perfección, ¿verdad?, tal vez había querido decir "Te mato", pero debido a la soñolencia no se había entendido.., ¡esa maldita frase no tenía sentido dentro de aquel contexto!, oh definitivamente un día de estos tendría que acabar con su vida para así dejar de pensar tantas idioteces.

Quiso revolverse en la cama, pero gracias a alguien no podía hacerlo con comodidad, suspiró, bueno, más que un suspiro eso había sido un bufido, pero es casi lo mismo. Sus ojos comenzaron a perderse en una pila de libros que se encontraba contra la pared enfrente de él. No quería pensar, definitivamente no quería hacerlo. Sus ojos se cerraban y volvían a abrirse, aún tenía sueño y debía ser muy temprano para estar despierto.

Sus ojos se abrieron de nuevo, bostezó en forma distraída mientras se sentaba en la cama usando su mano derecha como apoyo detrás de él, para observar el lugar donde se encontraba, recordaba haber cerrado sus ojos unos segundos y luego.., bueno, al parecer se había vuelto a dormir, giró su rostro sobre su hombro, pero quien buscaba no se encontraba más detrás de él.

Se echó una mirada, tenía una camisa blanca que por supuesto no era suya y también tenía sus boxers negros que había perdido ayer en la noche, se sonrojó en sobre manera con la sola idea de que el azabache le haya puesto un poco de ropa para que no se resfriara, ¿tan dormido había estado?, o tal vez el mayor era muy cuidadoso.., definitivamente había tenido un sueño terrible y prácticamente se había quedado desmayado.

Intentó olvidar el pequeño detalle de que el otro le había vestido y bajó su mirada al piso para buscar su ropa; no estaba. Gruñó al mismo tiempo de que pegaba un salto desde la cama e iba a la puerta que daba a la cocina-comedor, donde seguramente el azabache se encontraba leyendo el diario o alguna idiotez así.

—¡Ey!, ¡tú te llevaste mi ropa!— Eso no estaba ni cerca de ser una pregunta.

—Se esta lavando.— Indicó el azabache sin siquiera mosquearse, que efectivamente; se encontraba tomando un café mientras leía el diario.

El menor no dijo nada, solo bufó y comenzó a dar vueltas en círculos mientras pensaba que debía escapar de allí, además de que tenía —raramente— un compromiso esa tarde. El de ojos color esmeralda lo miraba de reojo, suspiró y se levantó de la mesa dejando el periódico a un lado de su tasa, caminó hasta el refrigerador, sacó un par de cosas, se volvió a la mesada y comenzó a preparar una mezcla en un bol, todo siendo seguido por la inquisitiva mirada del albino.

El azabache se giró sobre su hombro, mientras batía aquella sospechosa mezcla donde parecía haber partido un par de huevos con algo de harina, tal vez azúcar y además leche, descubriendo al menor observándole y a aquel no pareció importarle, ni desvió su mirada, no, ahora siguió con su mirada recelosa directo a los ojos del mayor que pronto volvió a voltearse sobre la mesada.

—Tienes hambre, ¿Verdad?— El tono que uso el mayor le dio ganas de responder un cortante "no", pero antes de que pudiera decir algo su estomago ya había respondido por él, sacándole un sonrojo a él y una, de más esta decir; inesperada y algo burlona, risa al otro. —Haré unos Hot Kates.— Dijo mientras se apresuraba a tomar una sartén de la alacena.

Un poco de música navideña, comerciales y muchas conversaciones se encendían a su alrededor, el centro comercial estaba tan concurrido como siempre y la gente sobraba, aunque para el pelirrojo, lo único que era audible era el sonido de las ruedas bajo los pies del menor, divagaba, ¿cuánto tiempo había pasado desde la ultima vez que había pisado aquel lugar?, ¿cinco años, más?, sin duda; mucho. No era algo que le importara demasiado, pero se sentía extraño; a gusto, aunque la charla comenzaba a decaer y dudaba que el rubio la estuviera pasando bien.

—¿Comemos algo?— Sugirió al tiempo de volverse al rubio que paseaba su mirada en.., bueno, le había estado mirando todo ese tiempo, de eso no había duda, aquel ahora escondía su sonrojo mirando sus pies, lo que le provocó una sonrisa al mayor.

—Claro, h'm…— Aceptó mientras se maldecía mentalmente por haber sido atrapado, y de todas formas, ¿por qué se había quedado tanto tiempo viéndole?.

—¿Qué te gusta comer?— Aquella pregunta hizo que el rubio se volviera mirar al de ojos acaramelados de nuevo, con algo de sorpresa. El otro arqueó una ceja en espera de la respuesta, que ya se había tardado.

—¿Mi comida favorita?— El pelirrojo no respondió, sabía perfectamente que el rubio no necesitaba un "sí" para saber que obviamente era lo que le estaba preguntando. —Bakudan.., pero lo que sea esta bien, h'm.— Terminó por decir el menor mientras se encogía de hombros, ¿qué era esa actitud tan sumisa de su parte?.

—Conozco un buen lugar para comer por aquí.— Si es que aún sigue ahí, pensó el que invitaba recordando un restauran familiar que había visitado la ultima vez que había salido con sus padres.

—Esta bien, h'm.

En un abrir y cerrar de ojos salieron de aquel bullicioso lugar y caminaron un par de cuadras para llegar a un calmado restaurante familiar, tenía un ambiente amigable, el rubio se pregunto si realmente el pelirrojo alguna vez había ido a un lugar así, se le hacía un poco difícil de imaginar.

Pasaron y se encaminaron a una mesa extrañamente alejada de todas las demás, no era como si fuera un antisocial, simplemente la mesa le había gustado porque estaba a lado de una ventana que daba al parque de enfrente y además le había gustado una pintura de un canario enjaulado que había en la pared.

—¿Sueles venir a comer aquí?— Preguntó el rubio observando el lugar mientras se sentaba, pronto notó la pintura que anteriormente había visto el pelirrojo y se quedó levemente embelezado.

—La verdad; no.— Dijo el pelirrojo mientras desviaba su mirada hacia afuera, el rubio volvió su mirada hacia el rápidamente.

—¿No dijiste que conocías este lugar, h'm?— Preguntó algo extrañado el menor.

—Dije que lo conocía, no que lo frecuentaba.— Espetó el otro.

—Ya me imaginaba yo que no eras de venir a estos lugares.— Terminó por decir el de ojos azules mientras también sacaba su mirada por la ventana.

—¿Ah?, ¿y a qué se debe esa observación, mocoso?— Preguntó el mayor ahora más interesado mirando fijamente al otro.

—Ehh.., como explicarlo— Comenzó a decir el menor mientras sentía la pesada mirada del otro sobre él. —.., este lugar es de un aspecto muy.., ¿amigable?, ah, como sea, creo que no va contigo, h'm.

—¿Te das cuenta que acabas de decirme hostil?

—Si, h'm.— Respondió con sencillez el otro.

Al pelirrojo estuvo a punto de darle un tic en el ojo, pero la actitud del rubio le hizo cambiar de opinión y más bien hizo que le diera risa.

El rubio no pudo hacer más que mirar atónito al pelirrojo mientras dejaba escapar una risa más melodiosa de lo que pudo haber imaginado en lo que iba de toda su existencia, miraba al mayor con un ligero sonrojo en sus mejillas mientras aquel terminaba aquella acción tan extraña en él, sin duda eso había sido más que música para sus oídos y tomó nota; intentaría provocar esa sonrisa más seguido.

—Eres un idiota— Y bueno, eso rompió el momento por completo. —, si es que piensas así de mi, pPor qué rayos me invitaste a salir?

—No es como si pensara que eres un amargado— Aunque si lo pensaba a veces. —, además me acabo de dar cuenta que a veces sonríes, h'm.— Señaló el rubio mientras volvía a mirar por la ventana.

—Tch, claro que sonrío.— Efectivamente no, nunca, lo que es más, ¿por qué acababa de reírse?, bueno, era extraño, pero.., le agradaba.

—Buen día, ¿Qué les gustaría que les sirviera hoy?— Una joven mesera había llegado dispuesta a servirles como era su labor.

—Hola, tráenos dos refrescos de soda y para comer que sea una porción de bakudan para cada uno.

—Esta bien.— Y la chica se retiró.

El rubio no había prestado atención en lo absoluto a la presencia de aquella mujer y ahora se encontraba con la mirada pegada al cuadro por detrás del pelirrojo intentando leer el nombre del autor de esta, pero no llegaba, de por si aquel se encontraba arriba de la cabeza del pelirrojo lo cual hacía que el menor se viera algo extraño intentando ver aquel borroso nombre escrito con tinta china.

—Tarō Okamoto*.

—¿Eh?

—Es el autor de la pintura, idiota.— Bien, el "idiota" estaba de más, pero lo que ahora el menor se preguntaba era como había sabido que él estaba mirando la pintura, ¿y cómo no saberlo?, aquel había estado haciendo muecas raras mientras intentaba llegar a ver que rayos decía bajo aquella incomprehensible firma.

—¿Cómo sabes eso?

—No es de mis favoritos, pero es un artista muy popular y ya me tengo grabada su firma en la cabeza.

—¿Te gusta el arte?

En ese momento, sin que nadie lo notara, la mesera paso y dejo las bebidas.

Ver al pelirrojo con las cejas arqueadas comenzaba a hacerse costumbre y comenzaba a pensar que él era el que hacía preguntas estúpidas todo el tiempo.

—¿Tú que crees?— La sonrisa sádica del pelirrojo también comenzaba a hacerse costumbre. —. Por lo visto a ti también te interesa.

El menor asintió enérgicamente.

—¡Claro, el arte es mi vida, h'm!— La charla ahora parecía tomar un rumbo más interesante para ambos.

—Umh, parece que no eres tan estúpido después de todo— El pelirrojo no lo creyó así en ningún momento, pero le parecía divertido ver la cara del menor molesta. —. ¿Y qué visión del arte tienes?

—El arte, claro, es efímero, h'm.— Concluyó el rubio ignorando hábilmente los insultos del mayor.

—Retiro lo dicho.— Terminó por decir el otro mientras tomaba del vaso que le había llenado de refresco recientemente la mujer.

El menor frunció le ceño mientras miraba los cerrados parpados del mayor al beber.

—El arte es eterno.

—Efímero, h'm.

—No vale la pena discutir esto contigo.— Esas palabras realmente hirieron el orgullo del rubio el cual también tomó un trago de liquido y sacó su vista por la ventana.

—Supongo que tu tienes tu opinión y yo la mía— Soltó mientras sonreía levemente. —, la respeto, h'm.

—Yo no.

—¡Maldición, Sasori! ¡Deberías respetarme también!— Gruñó el rubio haciendo que le pelirrojo riera nuevamente, ¿tres veces en el día?.

—Te comportas como un adulto y luego como un mocoso, quién te entiende.

El menor infló sus cachetes en forma de berrinche y volvió su mirada al parque sin olvidar seguir observando de reojo al otro que sonreía sádicamente.

—Gracias por la espera.— La mesera había vuelto con la comida.

El rubio sonrío al ver que al fin comería algo, bueno, hace rato que tenía hambre por más que no hubiese dicho nada; debido a quién sabe qué.

—¡Delicioso, h'm!— Exclamó el rubio al probar su comida.

—Supongo que si era un buen lugar después de todo.— Dijo el pelirrojo al cabo de que comenzaba a comer.

El silencio quedó por unos segundos mientras comían, hasta que finalmente fue roto por el pelirrojo.

—Tsk, mañana comenzará el invierno.— Gruñó el mayor al recordar aquello mientras sentía un poco de frío.

—Si y con el, el festival de invierno de la escuela— Dijo con pesadez el rubio. —. Maldición, nos falto ensayar bastante.

—¿Y eso?— Inquirió casi a burla el pelirrojo. —, ¿nervios por besarme frente a toda la escuela?— El rubio no pudo evitar sonrojarse a tal comentario, aunque debía admitir que todo lo que hacía en aquella obra era besar al pelirrojo innumerables veces. —. Bueno, supongo que deberás superarlos si quieres llegar a ser un gran actor como tanto dices.— Terminó por decir aquel para luego llevarse otro bocado de comida.

—¿Y a ti quién te dijo eso?

—No hubo falta de que alguien me lo mencionara directamente— Comenzó a decir el mayor. —, pude escucharlo entremedió del montón de sandeces que tubo que decirte el Uchiha para que me besaras.— Bueno, podría parar de mencionar el echo de besarlo a cada rato, pero se estaba deleitando con el rostro del rubio sonrojándose a cada rato.

Silencio, nombrar a Itachi no había sido una buena idea, pues el rubio se había quedado callado mientras miraba su comida con algo que parecía ser tristeza, el otro no dijo nada, no iba a decir algo estúpido como "ay, perdón por mencionar a nuestro ex novio", más bien le iba a gritar que lo superara si no dejaba de poner esa cara cada vez que algo tenía que ver con él.

—Sasori, h'm— Llamó el rubio, había dejado de lado la sonrisa que tenían mientras discutían "amigablemente", el mayor simplemente le miró para que supiera que lo oía. —. Gracias por lo del otro día.

"Lo del otro día", ¿por qué podía estar agradeciéndole el rubio ahora?, nada le cruzaba por la mente, solo la mueca que llevaba el rubio de una sonrisa entrecruzada con frustración y nervios.

Llegó a escucharse la campanilla de la puerta de entrada y una fría brisa pareció atravesarlos, los cabellos de ambos se removieron levemente, solo le venía una cosa a la mente con eso de ayudar al rubio, ¿sería eso?, bueno, otra cosa no se le ocurría, así que sí.

—No tienes porqué agradecérmelo— La repentina humildad del pelirrojo pareció sorprender al menor que le miraba atentamente mientras el mayor volvía a abrir sus ojos con algo de pesadez mientras hablaba. —, simplemente supuse que necesitabas un poco de ayuda para sacártelo de encima, aunque, seguramente después tuviste que arreglártelas solo y fue peor.

Ahora si, el rubio se preguntaba como diablos hacía el otro para decir exactamente lo que tenía que decir, ¿simplemente sus palabras fluían con montones de sabiduría o llevaría la conversación completamente planeada?, siempre sería un completo misterio. Lo único cierto era que le pelirrojo había acertado de tal manera que casi le aterraba.

—Recuerda que yo también tuve que lidiar con eso.— Advirtió el pelirrojo que ya veía que el rubio se estaba haciendo mucha fantasía ahí en su mente.

—¿Por eso me ayudaste?

—Supongo.

El menor no pudo evitar decepcionarse un poco al escuchar aquello, bueno, ¿y por qué aquel iba a ayudarle?, seguro eran tan buenos amigos, que se note el sarcasmo en eso ultimo.

Aburrido, era la única palabra con la que se asemejaba la situación ahora, salir de compras navideñas no era algo que específicamente le agradara, más bien le parecía estúpido, ¿por qué tenían que salir todos juntos a hacer aquello?, separarse, volver a agruparse, no tenía sentido, para eso iban todos separados de entrada y listo, pero no, tenían que ir todos al mismo tiempo.

Paseó su mirada por una de las vidrieras en busca de algo que pudiera comprarle a su hermano menor, no estaba seguro de que podía darle, el menor estaba en esa edad en la que no puedes regalarle un juguete y ropa le aburriría, ¿dinero?, posiblemente fuera a optar por aquello. Llego a escuchar un timbre de voz que conocía demasiado bien y luego escuchó el murmuro de otra voz también conocida responderle, llegó a ver de reojo como ambas cabelleras propietarias de aquellas voces pasaban a su izquierda. El menor sonreía abiertamente al pelirrojo que sorprendentemente, le seguía la charla de buena gana, ambos parecían ignorar por completo el echo de pasar a su lado y parecían seguir haciéndolo, como si hubiera sido una mosca, al menos eso pensó él, pero ambos chicos ni le habían visto, suspiró, no era como si le interesara.

Volvió su vista a la vidriera y se sorprendió aún más al ver un enorme chico de cabellos a tono azul metal que le miraba con el ceño levemente fruncido; seguro le había visto mirando con recelo a los otros dos al pasar, ignoró aquel echo y le saludó con la mano, a lo que el otro le indicó que pasara a saludarle, no había notado para nada el echo de que el mayor tuviera el uniforme del lugar, la campanilla sonó detrás de si y sus labios fueron apretados con los del otro casi automáticamente. En aquello tan fugaz, pudo sentir el recelo en los labios del mayor y le dio un mal gusto a los suyos, dicen que cuando uno pierde la confianza, ya no la recupera, ¿acaso ahora debía ganársela?, aquello cada vez se ponía mejor.

El moreno miró hacía ambos lados de la tienda en busca de algún cliente o supervisor del otro.

—No hay nadie.— Dijo la grabe voz del mayor.

—¿Trabajas aquí?

El mayor asintió levemente y se encamino al mostrador donde el moreno se sentó, el otro estaba en su silla.

—¿Tú paseas?— Preguntó curioso el mayor.

—Busco un regalo de navidad para Sasuke— Informó. —, aunque no he encontrado nada.

Un suspiro cansado salio de los labios del moreno, eran esas pequeñas cosas las que a Kisame seguían diciéndole que el menor era una persona muy dulce, amaba a su hermano y su familia, aunque a veces no la soportara, ni a las actividades que hacían, pero ahora mismo se sentía frustrado por no encontrar nada para su pequeño hermano que —seguramente— ya le había comprado algo a él.

—Tiene doce, ¿no?

El menor asintió.

—¿Por qué no le regalas un celular o algo así?

El moreno se lo pensó un rato, era una muy buena idea, el joven Uchiha amaba la tecnología y le gustaban esa clase de cosas, pero celular ya tenía, ¿una consola de juegos?, podría ser.

—Gracias, ya me diste una idea, Kisame.— Dijo bajándose del mostrador el menor.

—¿Te vas?

—Tengo que ir a comprar eso, pero ¿quieres ir a casa cuándo termines aquí?

—¿Seguro?— El mayor arqueó las cejas, no veía a la familia de Itachi hace bastante y no estaba seguro de que le fuera a ir bien con eso, el otro asintió.

—Nuestros padres trabajaban juntos— Dijo el moreno. —, seguro le gustará verte. Ven a almorzar, ¿vale?— Y dicho eso, sin esperar siquiera una respuesta auditiva, pues el otro solo había llegado a asentir torpemente, desapareció tras la puerta.

Debía dejar de preocuparse por el rubio y el pelirrojo e intentar enfocarse en lo más importante, las ganas de hablar con aquellos dos ya se le pasarían, además los otros seguro no guardaban las mismas ganas, así que mejor evitar otro desagrado.

El azabache dejó el desayuno frente al menor que tenía el ceño ligeramente fruncido mientras miraba aquellos apetitosos Hot Kates, no tenía idea de que el mayor cocinara y comenzaba a preocuparse de que en realidad no lo hiciera, pero parecían tan deliciosos y tenía mucha hambre; además había que aceptar —aunque sabemos que nunca fuera a hacerlo—, que era todo un sueño echo realidad comer algo echo por aquel especialmente para su consumo.

—No los envenené ni nada por el estilo.— Soltó el mayor junto con un suspiro, al ver como el albino parecía picar su comida con el tenedor en busca de alguna mala reacción al contacto, ¿acaso esperaba que el utensilio se deshiciera por algún toxico?, quién sabe.

Finalmente, el menor cortó un trozo de comida y se lo mandó a la boca aún con algo de recelo. Se sorprendió en sobre manera cuando casi se le escapa un "¡Delicioso!" de los labios, lo contuvo. Sin duda nunca hubiera esperado que el mayor fuera un buen cocinero, le miro de reojo, el otro leía el diario casi impasible.

Era demasiado anormal para él, silencio, solo el ruido de los cubiertos chocar llegaba a sobresalir, de vez en cuando la pagina pasar, estaba todo muy tranquilo. Su mirada se corrió al piso, había libros tirados por donde miraras, hojas, bollos y bollos, también estaban regados por todas partes, ¿acaso había estado estudiando?, su mirada se corrió nuevamente al azabache, aquel lo miraba intensamente mientras sostenía sus lentes de leer en su mano derecha, el diario estaba cerrado, mordía la patilla de aquel objeto con una ligera sonrisa.

—¿Están buenos?— Preguntó al ver como el menor aún sostenía aquel tenedor en su boca y el plato se encontraba casi completamente vacío, solo quedaba un pequeño trozo acompañado de algunas migajas, que fue hurtado por el mismo que había echo la pregunta al no recibir una respuesta.

—¡Ey!— Chilló el menor al notar el asalto.

El azabache sonrió con satisfacción al ver la reacción del otro.

—Delicioso.— Opinó aquel mientras se quedaba con el pequeño palillo que había utilizado entre sus dientes.

—Eso era parte de mi desayuno.— Hizo notar el otro.

—¿Enserio?— Cuestionó el mayor en busca de un poco de diversión por la mañana, el otro solo le frunció el ceño, si, solo para él. Se levanto en busca de venganza por su ultimo bocado, pero antes de que pudiera dar dos pasos para llegar hasta su lado, tropezó con una pila de libros que siquiera había llegado a notar. Se oyó un gran estruendo y seguido a eso un gemido molesto.

—Maldición…— Masculló aquel mientras intentaba retomar su postura.

El azabache solo le miró con una sonrisa divertida, sabía que no se había echo ningún daño. Se levantó de su silla y se puso en cuclillas frente al menor que ahora estaba sentado en el piso.

—Ten más cuidado— Comenzó a decir, el albino se sonrojó y estuvo a punto de responderle cuando el otro siguió la frase. —, debo devolver estos libros a la biblioteca.

—¡Y para que mierda los tienes tirados entonces, idiota!— Le reprochó el menor. Por supuesto que no venía a preocuparse por mi, que estaba pensando.

No hubo respuesta, el azabache simplemente quedó mirando directamente a los ojos del menor, hundiéndose en lo intenso de aquellos, siempre le había encantado el recelo y pasión que ponía el albino al mirarle.

El menor se hundía en el avaricioso esmeralda de los ojos del otro, la forma en la que su rostro se reflejaba en ellos, podía ver el deseo con el que le miraban, aquel miserable solo lo quería para él y de alguna manera se sentía feliz por aquello, parecía como si aquel extraño brillo en ellos le avisara que lo obligaría a quedarse con el para siempre, no le importaría en lo más mínimo.

En algún momento el mayor había comenzado a acortar la distancia entre ellos, tanto así que podían sentir la respiración del otro, no le prestaban importancia, el silencio que inundaba la habitación era extremadamente frío como estaba allí afuera, pero en esa burbuja que casi habían terminado de cerrar aquellos dos, había una extraña calidez provocada por sus respiraciones y pensamientos.

El cuerpo del jashinista se tensó y sus puños se apretaron mientras caía a la cuenta de que esa situación no era normal, no le asustaba besarlo, ni sucumbir a aquel deseo en sus ojos, lo extraño era la forma en la que se encontraban, sumidos en el silencio, son suma delicadeza se miraban, sin hacer nada en absoluto, eran contadas las veces que no discutían sobre idioteces y/o pensaban en el otro.

Los labios de ambos estaban siquiera separados, la mano del mayor corrió a la barbilla del otro, acercándolo más a si mismo, sus labios rozaron como si buscaran la seguridad y finalmente se unieron, aquellos parecían acariciarse lentamente, poco a poco el menor cedió ante la lengua del otro y aquella danzó con la suya, era como un sueño, que lo llevaba a casi tocar el cielo, cuando se olvidaba de todo el rencor que le guardaba y se dejaba besar tan delicadamente, como pocas veces lo hacía el mayor, como pocas veces intentaba siquiera demostrarle algo de afecto que el nunca llegaba a del todo palpar. ¿Por qué es que todo era tan difícil de entender en sus labios y su mirar?, todo se volvía como una tensa neblina que no le dejaba siquiera asomarse a la realidad de las cosas, ¿qué era todo aquello que a veces parecía querer decirle el azabache?, se hacía tan confuso, podían dar con miles de palabras sin sentido, pero no daban con lo que realmente importaba ahí, ¿y eso qué era?.

Se separaron lentamente, sin dejar atrás aquel embelesamiento que los comía por dentro, un hilo de saliva aún unía sus cuerpos, intentó recordar las pocas veces que se habían encontrado en tal situación, cuando recorrió con sus propios dedos aquellas mejillas, tan infantilmente siguiendo aquellas líneas que parecían coceduras, le preguntó porqué las tenía, se le hacían tan divertidas. Pero volviendo a la realidad, se relamió los labios queriendo preguntar aquello que tanto le había intrigado y molestado.

—¿Qué estuviste haciendo?— Preguntaron los labios del alvino y al ver que el azabache no lograba ubicar del todo la pregunta, agregó: —. Éste ultimo mes.

Aquel sonrío con autosuficiencia al recordar lo que había tardado en terminar aquella —que ahora se atrevía a llamar— porquería.

—La tesis— Soltó el mayor sin prestarle demasiada importancia al echo de que se miraban directamente a los ojos mientras él se encontraba hincado en el piso y el otro sentado. El menor inclinó su cabeza hacía un costado como quien no termina de entender la cosa. —. Para entrar a la universidad.

Recordaba vagamente haber mantenido una entrecortada conversación sobre los estudios con él y que le había dicho que aquel año no le habían permitido la entrada a la universidad que el deseaba concurrir, por lo tanto, se tendría que presentar de nuevo, junto con otros detalles que no lograba hilar en ese momento.

Su mirada se desvió de aquellos intensos ojos a la habitación que se encontraba llena de libros tirados por donde llegaras a ver, se veía que había estado estudiando sin cansancio, recordaba que al mayor le gustaba hacer todo de un solo tiro en vez de tener que ponerse varías veces para la misma cosa, pues se perdía más tiempo y no es como si fuera ansioso, que no lo era, pero el tiempo es dinero y no debe perderse. Estuvo a punto de echar un gruñido, ¿por qué no simplemente se lo había dicho?, él hubiera entendido.., bueno, tal vez no, pero igual debió habérselo dicho y entonces hubiera podido siquiera intentar entender porqué lo sometía a aquella separación. Aunque si lo pensaba un poco llegaba a la conclusión de que el mayor ni siquiera estaba obligado a tomarse la molestia de decirle que no quería verle la cara, no eran novios, ni nada por el estilo, así que, contando que se trataba del azabache, ¿por qué se había molestado?.

Sin darse cuenta sus ojos habían vuelto a su principal objetivo y buscaba en lo verdoso de estos la respuesta, ¿acaso si el importaba?, maldición, ¿por qué rayos era tan complicado entender lo que aquel quería?, ¿acaso no podía usar las palabras para llegar al grano? —Te amo— volvió su mirar a los labios del mayor, pero aquellos parecían no haberse movido y el mayor parecía encontrarse en las mismas que él; estaba sumido en sus pensamientos, ¿aquello había sonado en su cabeza?, pareció tan real, lo era, o tal vez no, algo dentro de si no le permitía creérselo. Apretó sus labios en una fina línea, quería preguntar, pero su orgullo lo detenía y es que no podía permitirse sonar tan necesitado, pero ¿acaso prefería el echo de que sino nunca lo sabría?

Luego de que al rubio casi le da un ataque de claustrofobia debido a estar encerrado con el pelirrojo en un mismo lugar casi una hora, salieron al frío de calle a caminar como había propuesto el primero.

Le dolían las piernas y pies de estar usando los rollers todo ese tiempo, habían caminado hasta quién sabe dónde, hablando de cosas triviales, como si ninguno de los dos quisiera tocar ningún tema demasiado personal para que cayera el silencio, el rubio se dio cuenta —del todo— de que había acertado cuando se había dicho que sería muy difícil mantener una conversación con el pelirrojo, ya que de nuevo cayeron al silencio, ya hasta del clima habían hablado y no se le pudo ocurrir otra cosa —debido a sus molestias— que decirle que se sentaran en uno de los bancos del parque por el cual ahora pasaban.

El frió parecía haberse llevado a toda persona posible que pasara por allí, dejándolos completamente solos a diez cuadras a la redonda.

El mayor llegó a notar como el rubio miraba con recelo sus pies, más bien estaba odiando a su calzado profundamente con su mirada, tanto así que parecía que iba a soltarle un gruñido en cualquier momento.

—¿Te duelen los pies?— Preguntó la melodiosa voz del pelirrojo.

El rubio lo miro con algo de nerviosismo, no era como si fuera una nena que no podía aguantárselo hasta más tarde. Aquellos rollers los había comprado al principio de clases, porque los que tenía eran muy viejos, no estaba seguro del porqué no los había usado hasta ese día y como aquellos estaban sin aflojar*, empezaban a lastimarle los pies.

Apenas asintió.

—Y si te duele, ¿por qué no te los sacas, idiota?

El rubio no respondió, se limito a imaginarse sus pies ensangrentados por las seguras lastimaduras que aquellas cosas le habían provocado, además, si se los quitaba, no le entrarían ganas de volvérselos a poner y terminaría siendo peor.

—No importa, ya pasará, h'm.— Terminó por decir el menor mientras hacia un gesto con la mano intentado restarle importancia a aquel echo, el otro arqueó las cejas.

—Si mañana tienes los pies lo suficientemente lastimado como para no actuar; Itachi te matará.— Le advirtió, a él mismo mucho no le importaba si el menor podía o no actuar, mucho menos le importaría la obra, más bien llegaba a desagradarle por el echo de que aquella cosa era organizada por aquel Uchiha y gracias a eso le tenia que seguir viéndole la cara.

El de ojos azules suspiró con resignación y acto seguido se sacó su calzado, sus medías blancas tenían tenues manchones de sangre los cuales intentó ocultar cruzando sus pies y haciéndolos hacia atrás para dejarlos por debajo del banco, donde la vista del mayor no llegaba.

El otro también dejó escapar un suspiro, claramente había visto que tenía los pies lastimados y le había dolido a él mismo, pero simplemente se limitó a decir:

—¿Por qué no vas a enjuagarte?

El rubio se sonrojó, claramente no quería ir a limpiarse, ¿por qué no simplemente ignoraba el pequeño detalle?, como lo hacía con la mayoría.

—Te infectaras las heridas.— Le volvió a advertir.

—Ya voy, h'm.— Respondió el otro resignado que se levantó con suma pesadez y caminó hasta una canilla que había a unos pasos de ellos, sobre el césped.

Se sentó sobre el muy frío césped y se sacó las medías para mirar sus heridas, eran unas tres en cada pie.

—¿Te arden?

El rubio asintió inconscientemente mientras llevaba su mano a la canilla, pero cuando logró identificar la voz se dio vuelta casi aterrado, el pelirrojo estaba levemente inclinado hacia el mirando sus finos pies, la piel de aquel estaba levemente tostada, era unos pies muy delicados y cuidados, se notaba con el solo echo de ver que tenía las uñas pintadas con esmalte negro, igual al que llevaba en las de sus manos.

—Mira si serás idiota, con pies tan delicados usas esas cosas.

El aludido se sonrojó notablemente gracias al comentario del mayor, ¿enserio tanto iba a fijarse?. Comenzó a frotarse las heridas con la helada agua mientras se mordía una labio para no soltar un gemido por el ardor y/o el frío.

—Por dios— Soltó el mayor mientras se tomaba la sien viendo como el rubio cerraba la canilla y las heridas ahora estaban al completo descubierto. —. ¿Quieres ir a mi casa?

El rubio torció la boca, pensando en cuanto deberían caminar hasta la casa del otro, aunque no estaba del todo seguro de dónde estaban, era un parque al que jamás había ido, no se culpaba, pues la ciudad era muy grande y si no tienes un buen sentido de la orientación no te ubicas sin ver los números de las calles —aveces ni eso basta—.

—Estamos a dos cuadras.— Comentó el de los ojos semejantes a caramelos de miel al ver como el menor parecía querer evitar el caminar, aunque no era del todo eso.

—¿Qué hora es?— Preguntó con cierto temor el rubio, el otro arqueó las cejas y sacó su celular.

—Las tres y media pasadas.— Informó.

Excusas, excusas, le era tan difícil encontrar una buena en esos momentos, pero debía hacerlo, de otro modo los chicos se verían descubiertos mientras preparaban las cosas para la fiesta de cumpleaños de la noche.

Un zumbido pareció salir de la yema de su dedo, el timbre había sonado y no había vuelta atrás, no podría escapar; bueno, podía salir corriendo, pero eso sería demasiado estúpido como para permitírselo.

Escuchó la exclamación del moreno diciendo que ya iba a abrirle, pero alguien se antepuso a esta antes de que él llegara a la puerta, uno más joven, el picaporte bajó y la puerta quedó abierta dejándole enfrente de él un chico muy parecido a su pareja, una diferencia era que aquel tenía el cabello corto y encrespado hacia atrás.

—Tú debes ser el amigo de mi hermano— Dijo el menor, casi para si mismo. —, será un placer almorzar contigo.

—Muchas gracias por recibirme en su mesa.— Kisame no había olvidado que la familia de Itachi era muy educada —por no decir que se habían quedado en el tiempo— y debía comportarse frente a ellos, lo recordaba de pequeño, Itachi había sido tan aburrido gracias a ellos.

—¡Kisame!— Exclamó el moreno mayor asomándose al recibidor. —Pasa.

El menor se encogió de hombros y dejó a su hermano con el invitado, se podría decir "a solas", estos no se molestaron en saludarse como solían hacerlo, era cuestión de prevenir problemas, ahora eran amigos y estaban —se podría decir— acostumbrados a eso.

—Tu hermano creció…, mucho.— Comentó algo sorprendido por solo recordar al menor como un niño, ahora se podía decir que estaba entrando a ser todo un adolescente y muy apuesto se podía asegurar, igual que el mayor de aquellos dos.

—Ah si, no lo habías vito las veces que viniste, ¿verdad?

El mayor negó con la cabeza quedamente mientras se sacaba el calzado para pasar y saludar el resto de los Uchiha, nostalgia, definitivamente era eso lo que sentía.

—Mi padre llegará en unos momentos; se le hizo tarde en la oficina, dijo que estaba ansioso por saludarte y preguntarte como iban los negocios de tu padre.— Comentó el moreno mientras se encogía de hombros y le dirigía una suave sonrisa al otro que iba a su lado mientras caminaban hacia la cocina/comedor.

—Ah ¿si?, que bueno.— El mayor miraba la sonrisa que el Uchiha le regalaba con atención, parecía estarse esforzando porque todo saliera bien.

—¡Kisame, hola!— Exclamó la mujer morena cuando aquellos llegaron a entrar a su territorio.

—Señora Uchiha— Dijo amigablemente el aludido mientras hacía una reverencia ante ella. —, muchas gracias por recibirme en su casa, de nuevo.

—Por favor, dime Mikoto— Le respondió la otra amablemente, restándole un poco de importancia a todas las formalidades. —, además es un placer tenerte en la mesa, como cuando eran pequeños, que lindos recuerdos, crecen sin que llegues a darte cuenta.

—Si…— Soltó el otro junto con una risa nerviosa.

—Madre, iremos a mi habitación.— Indicó el moreno y la otra asintió.

—Les avisaré cuando llegue tu padre.

—Gracias.— Y dicho eso, el menor le hizo una seña al otro para que le siguiera a donde ya estaba dicho.

El cuarto del menor era bastante simple; su cama estaba contra la pared, a un lado había un escritorio con una silla, claro, su computador portátil encima y por arriba de esto había una gran repisa llena de libros, luego estaba el ropero en la pared y la puerta que daba a su propio baño.

—Siguen encantándote los libros, ¿eh?— Comentó el mayor al ver la pequeña colección de libros que tenía en aquella repisa, pues los demás libros el moreno los guardaba en la biblioteca de la casa, esos eran sus favoritos, los cuales no iba a dejar que caigan en manos de nadie más.

—¿Sabías que me gustaban los libros?— Preguntó al mismo tiempo que arqueaba una ceja el otro.

—Claro, antes de que me conocieras, recuerdo que solías leer en el receso.— Dijo al tiempo que se daba vuelta el interrogado.

El menor no pudo sacar su mueca de incredibilidad.

—¿Sabías que hacía cuando no me conocías?

El más alto río abiertamente.

El otro le miraba sonrojado, la respuesta era más que obvia y el mayor se veía que no se iba a dignar a darle un "sí".

Cerró la puerta de su habitación con ayuda de su pie y suspiró, no se había esperado que Kiomi se tomara tan a mal que hubiera salido "un ratito" sin decirle, bueno si lo sabía, pero no tenía porqué ser justo ahora cuando se enojara con él, nunca lo hacía, parecía apropósito ahora que había traído al pelirrojo hasta acá.

Levantó la mirada y enseguida se encontró con aquellos acaramelados orbes del mayor.

—¿Tomas té, h'm?— Preguntó levantando levemente la bandeja que traía entre sus manos; con dos vasos llenos de té y algunos dulces, mientras le sonreía algo nervioso; no podía evitarlo, esa mirada era tan.., tan penetrante, que lo ponía completamente nervioso, vaya a saberse porqué realmente se ponía así.

—Claro.., ¿acaso te retaron por mi culpa?— Preguntó el pelirrojo mientras aún le observaba desde al lado de una pequeña mesa que había en el medio de la habitación, que por cierto estaba completamente desordenada, había ropa, regada por dónde mires, entre otras cosas que también evitaban el paso.

—No, es que— Entonces se bendijo a si mismo por tener esa gran idea. —…, es mi culpa por olvidarlo— Dijo mientras se asomaba a la mesa y le pasaba su té al otro. —; olvidé que hoy vendrían unos familiares de ella a visitarla y no debería estar por aquí después de las seis— Terminó de "explicar" el rubio ahora encogiéndose de hombros. —. Luego te acompaño hasta tu casa y yo tal vez vaya a visitar a Hidan.

—Ah— Fue lo único que tuvo por respuesta. —. Por cierto; ¿tocas la guitarra?— Curioseó —extrañamente— el pelirrojo, mientras señalaba una guitarra eléctrica negra que había contra la pared.

—¿Eh?— El rubio volteó a donde indicaba el mayor. —, ¿eso?, se podría decir que es.., de adorno.

—¿Tienes una guitarra eléctrica y no sabes tocar?— Inquirió el mayor mientras arqueaba sus cejas. —. Bueno, era de esperarse viniendo de ti.

—¿Cómo que viniendo de mi?— Cuestiono el de ojos celestinos. —, además no todos somos buenos en la música, engreído.— Le reprochó mientras se metía un dulce a la boca.

—Tsk, una guitarra de adorno…— Masculló el mayor casi ofendido, pues tanto la música como los instrumentos eran arte, cómo es qué podía simplemente tenerla de adorno, eso era una blasfemia.

—También tengo un piano abajo.— Comentó el rubio captando rápidamente la atención del otro que levanto su mirada recelosa desde el té hasta él.

—¿También de adorno?— Inquirió, casi a punto de gruñirle.

El menor frunció levemente el ceño.

—Bueno.., era de mi madre, ahora si, se podría decir que esta de adorno.— Terminó por decir con una sonrisa nerviosa.

Antes de poder siquiera darse cuenta, el silencio había caído sobre ellos, ambos habían terminado sus bebidas.

—¿Quieres verlo?— Le ofreció el rubio, ya viendo que no lograría que el mayor hablara con cualquier tema, además había algo que anhelaba.

El mayor lo miro con expresión expectante.

—Al piano, digo; ya que consideras a los instrumentos arte, supuse que te gustaría.

—¿Cuándo dije yo que los consideraba arte?— Inquirió el pelirrojo, seguro de que él nunca había comentado tal cosa, aunque si fuera cierto.

—Veras, yo supuse que si te consideras un artista deberías pensar en tus instrumentos como arte; como yo veo a los libretos que interpreto.— Indicó el rubio con suma confianza en sus palabras.

No se dijo nada, el pelirrojo se levanto decidido a observar aquel piano y el menor sonrío, había encontrado un buen tema.

El ultimo bajo rápidamente las escaleras, tras él iba el pelirrojo que miraba la cabellera del primero rebotar contra su espalda entre los pequeños saltos que iba dando el otro mientras bajaba.

Al llegar a la planta baja no fueron a un living como el mayor había creído, fueron a un especie de estudio, donde se encontraba un piano completamente blanco, muy fino debía admitir, al lado de un gran ventanal que daba al patio, podía apreciarse también una gran colección de libros, algunos incluso estaban en pilas sobre el piso porque no había estante donde cupieran todos, un pequeño escritorio dejaba descansar unos cuadernos que parecían ser donde la dueña de la habitación escribía sus canciones y también había un florero con unas rosas rojas marchitas, el pelirrojo no pudo evitar pensar que si no fuera por aquellas enormes librerías, también quedarían enormes cuadros en las paredes; ya sabía de donde había sacado el menor su lado artístico, pero cuando volvió su mirada a aquel rubio, este solo estaba cruzado de brazos mirando las cosas con recelo.

Ignoró el echo de que el rubio no pareciera agradarle el lugar y se encamino hacía el piano para examinarlo minuciosamente, estaba a punto de tocar una tecla, se extraño al ver que parecía ser que era lo único que no tenía polvo en toda la habitación.

—Alguien viene a afinarlo debes en cuando— Le comentó el rubio mientras se acercaba. —, creo que es una perdida de tiempo ya que nadie lo usa, pero bueno.

El pelirrojo no se molesto en dar una respuesta a aquel comentario y acto seguido se sentó en el taburete y rozó las teclas emitiendo un cálido y tenue sonido.

—¿Tocaras algo?— Preguntó el menor con el animo que ya le estaba volviendo.

El pelirrojo lo miró mientras arqueaba las cejas.

—Creo que ya sabías mi respuesta antes de preguntar.

—¿No quieres cambiarla?— Le incitó el otro, con una pequeña gota de esperanza en su interior, ¿era tanto pedir qué tocara algo para él?

—¿No te quedaras a almorzar?— Inquirió el mayor mientras observaba como el otro se ponía sus prendas a toda velocidad.

—No puedo, tengo que hacer.— Soltó mientras ponía su corbata en el bolsillo del pantalón y comenzaba a caminar al recibidor con sus carpetas bajo el brazo —ni mochila usaba—.

El mayor no dijo nada y le siguió.

Al llegar a la puerta el joven albino intento abrirla; cerrada con llave. Le dio paso al mayor que le saco la llave, pero no le abrió la puerta, lo miraba expectante tapando la salida.

—¡Maldita sea Kakuzu, ábreme!— Exigió el menor.

—¿Vendrás esta noche?

El de ojos a tono lila lo miró con el ceño fruncido, se le hacía tarde, y además ¿Por qué por la noche?

—¡No lo sé!— Soltó desesperándose.

El azabache solo le devolvió la mirada filosa.

—¡Esta bien, esta bien, lo haré, pero ábreme!

Una sonrisa satisfecha se extendió en los labios del de ojos esmeralda, tomó del brazo al menor y lo acercó a su rostro a la fuerza robándole un ultimo beso y algo más antes de que se fuera.

—Más te vale que vengas.— Y dicho eso, la puerta se abrió y el otro salió disparado.

Al llevar dos o tres cuadras su carrera había cesado y ahora caminaba casi en forma distraída a su hogar, el plan era simple, debía llegar bañarse, vestirse y salir a la casa del responsable de la fiesta, ahora su líder; Pain.

Se deshizo de su ropa recién lavada con olor a rosas, la revoleó a quién sabe dónde y tomó otra muda de ropa para llevarla al baño consigo.

La lluvia ardiente que caía contra el mosaico podía escucharse desde afuera, abrió la puerta y pronto el cálido vapor le golpeó en la cara, frunció levemente el ceño al no poder verse en el espejo, por alguna razón odiaba cuando este se empañaba, no es como si quisiera admirar su torso desnudo, simplemente le daba mala espina —si, como en las películas de terror—, aunque nunca se lo admitiría a nadie, limpió este con la palma de su mano y ni siquiera se sonrió —como solía hacerlo—, con solo esa expresión algo difusa se metió bajo la lluvia.

Sus cabellos se cruzaban en el camino de sus ojos, que a decir verdad; miraban un punto fijo en el mosaico salpicado de la pared, rara vez no pensaba en algo y esta no era la excepción, aunque el tema en su cabeza comenzaba a hacerse costumbre; Kakuzu.

Oh si, aún no lograba creérselo, más bien tenía miedo a creer aquel echo, ¿lo amaba, aquel lo amaba?, él siempre había sentido eso por el azabache, más bien, no podía deducir cuándo había comenzado, ese "siempre" realmente existía, bueno, sabía perfectamente que al principio había odiado a aquel acosador, hasta terror le había provocado —aunque tampoco fuera a admitirlo—, pero en algún momento había comenzado a quererle; ¿cuándo?, bueno, supongo que ya no importa aquel detalle, el problema residía en que lo hacía y.., ¿el mayor también?, no podía creerlo.

La blanca espuma resbalaba por su pecho mientras sus dedos seguían enredándose con su cabello, sus ojos completamente cerrados, comenzaba a formar una imagen en su mente, aquel cuerpo al que guardaba tanto deseo como recelo, ¿cómo era que se había permitido enamorarse de un hombre?, ¿cómo era que se había permitido el simple echo de enamorarse?, con quién sea, del genero qué fuera, sabía que era una idiotez.

Volvió a encender sus ojos, todo estaba nublado, por el vapor, por la falta de comunicación, por el agua, por las palabras ¿o sería la falta de ellas?, sin duda ambas. Cerró la ducha e intento despejar un poco tanto su mente, como la "neblina", abrió la puerta del baño para que escapara por aquel lado, volvió a pasar su mano, ahora empapada, por el espejo del baño, tomo dos toallas, una la dejo sobre su cabeza; en espera, y con la otra comenzó a secarse el cuerpo.

—Y cuéntame Kisame, ¿cómo les ha ido a ti y a tu padre por allá?— Preguntó ansioso el mayor de los Uchiha mientras miraba con atención al aludido en sus palabras, aquel tragó el bocado de comida que apenas había terminado de llevarse a la boca y sonrío.

—Por suerte; muy bien, gracias por preguntar— Respondió sin dejar de lado aquella sincera sonrisa. —. ¿Su negocio ha ido bien también?

—Claro que si, aunque extrañamos a tu padre, ahora esta ocupando su lugar mi hermano; Madara— Comentó animadamente el mayor. —. ¿Y cómo es que tu has vuelto para estos lados?

La pareja del interrogado estuvo por lanzarse a su padre diciéndole que tal vez aquel no quería comentar tantas cosas personales, pero se detuvo al escuchar aquella pregunta, era algo que realmente le intrigaba y nunca le había preguntado.

—Pues— Una risa nerviosa se escapo del nadador. —.., nada en especial, siempre me gusto esta ciudad y claro, sus habitantes; mis viejos amigos.— Dijo al momento de echarle una furtiva mirada a Itachi aprovechando que el mayor había vuelto su mirada al plato con comida.

—Ya veo.

—Kisame, ¿ quieres que te sirva más?— Le ofreció la única mujer al invitado.

—No, por favor, ya he comido bastante y ha estado delicioso.— Expresó mientras sonreía amablemente.

—Me alegro de que te haya gustado.— Dijo sonriente la morena.

—Estas estudiando en el mismo lugar que Itachi, ¿verdad?— Inquirió el padre de la familia mientras dejaba sus palillos y limpiaba un poco su boca con la servilleta.

—Si, aunque yo voy un año más adelante que él, a la preparatoria, él sigue en secundaria.

—Oh, había olvidado que eras un año mayor que él, y ¿cómo te..?— La frase quedó inconclusa cuando el celular de aquel comenzó a sonar haciendo que pidiera perdón varias veces levantándose de la mesa.

—Madre, ¿puedo ir a mi cuarto?— Pidió el menor de los cuatro que habían quedado.

—Claro, cariño.— Respondió amablemente la mujer mientras que comenzaba a levantar los platos.

El menor desapareció.

—¿Vamos, Kisame?— Ofreció el moreno mientras hacia un ademán de ir a charlar más a gusto a su habitación.

—¿Y tu padre?— Preguntó el aludido.

—Oh, no te preocupes por él, una vez que lo llaman siempre sale corriendo a la oficina— Dijo la Uchiha mientras sonreía amablemente a los dos jóvenes. —. Vamos, vayan a divertirse.— Aquello ultimo logró sacar un sonrojo en el menor, que se imaginó que podría ser ese "divertirse" que su madre había mencionado inocentemente.

El mayor de los dos sintió la calida mano del otro sobre su muñeca, volteó a verle, pero aquel miraba en dirección a su habitación.

—Vamos, entonces.— Soltó el moreno al ver que el otro se había quedado clavado al piso.

—Si...— Aquel murmuro fue lo ultimo que quedó en aquella habitación.

No asimilaba cuándo habían llegado a la habitación, ni cuándo había escuchado al menor poner la traba de la puerta, solo podía lograr darse cuenta de que en algún momento el había quedado sentado en la cama del moreno y aquel, aquel estaba erguido frente a él, sus pantalones habían desaparecido, igual que su ropa interior y lo único que había quedado era su camiseta blanca.

Sentía el danzar de la lengua del menor sobre su miembro, algo exquisito que le provocaba pequeños temblores a su cuerpo, podía llegar a sonreír amargamente al sentir que le recordaba a los días en la escuela.

El problema residía en que no estaba del todo dentro de la situación, allá afuera estaba la familia del menor, apenas cruzando esa puerta, que por más que se encontrara cerrada con pestillo, aquello no iba a evitar que alguien golpease, ¡imagínate!, que tal si viniera el padre del menor y les exigiera que le abrieran la puerta, sería un completo desastre. Pero también, volviendo a la realidad, la verdadera situación que tenía enfrente no se asemejaba, el moreno estaba logrando despertar aquel fuerte deseo de nuevo y eso no era del todo bueno, no ahora.

Su mente parecía estar de más mientras comenzaba a jadear, estaba llegando a su limite.

—Itachi— Masculló entrecortadamente mientras llevaba —inconscientemente— una mano a la cabeza del menor. —… Ya.., para…

El moreno, claro; hizo caso omiso a aquella petición y siguió su trabajo, hasta sentir que su boca se llenaba del mayor.

No hubo intermedio, o tal vez se lo perdió mientras jadeaba intentando recuperarse, antes de que pudiera darse cuenta estaba tirado en la cama y arriba de el se encontraba el moreno, inclinándose a sus labios.

Un apasionado beso se había desatado, sentía cada roce contra su cuerpo, la danzantes lenguas entre sus bocas, no estaba seguro cuando, pero se había hundido en aquel placer y deseo, los papeles se habían invertido y ahora él era el que desnudaba al menor, sus manos iban seguras y se deshacían de sus ropas, regándolas por toda la habitación.

—¿Estás seguro..?— Llegó a preguntar el mayor con lo poco de conciencia que aún sostenía.

—Si no hacemos ruido no se darán cuenta.— Indicó la seductora voz del Uchiha.

El otro miró a cada lado en busca de aquella herramienta que podía salvarlo, se estiró hasta tomar la corbata del uniforme del menor que se encontraba colgada en la lámpara de la mesa de luz y se la colocó como una mordaza a su amante.

—Con esto bastara.— Susurró al ver que bien había quedado la cerrada boca del menor y siguió un camino de besos por el desnudo cuello del menor.

—No puedo creer que no hayas tocado ni una tecla para mostrarme alguna canción, h'm.— Dijo el rubio mientras inflaba sus cachetes — inconscientemente— en forma de berrinche.

—Y yo no puedo creer que hayas estado hora y media pidiéndolo.— Dijo el pelirrojo mientra se volvía a poner su abrigo.

—Por eso mismo no lo creo, cualquier otro se hubiera rendido a los quince minutos, h'm.— Indicó sabiamente el menor mientras se colocaba sus zapatillas.

—Podría aguantarte todo el día.

El rubio tubo que voltearse y se quedó mirando fijamente al pelirrojo; atónito. ¿Enserio había dicho eso?, tal vez había sido su imaginación, sentía el tenue calor en sus mejillas, el pelirrojo le miro igual y también se sonrojo al caer a la cuenta de lo que acababa de decir.

—Aunque dudo que salieras ileso de eso si me haces perder mi paciencia.— Comentó mientras se sentaba para ponerse sus zapatillas, pensando en arreglar lo anteriormente dicho; sin pensar.

—Me contaron que no tienes mucha, h'm.— Comentó el de ojos celestes al cabo de unos segundos intentando no hacer caso a lo que había dicho recientemente el menor, se levantó y comenzó a dar pequeños golpes al piso con la punta de sus zapatillas viendo si calzaban bien.

—Te informaron bien.

No pareciera que fuera así, pensó el rubio. Si se detenía a pensarlo el pelirrojo no era nada de lo que le habían dicho, pues aún no lo había golpeado por la impaciencia, era considerado como para invitarle a su casa para que no fuera a lo de Hidan, si, ¿no lo creen extraño?, e incluso no se había enfadado porque había llegado tarde a la cita.

—¿Será porqué soy yo…?— Murmuró el menor sin darse cuenta y acto seguido miró al otro que parecía no haberle escuchado. Se negó moviendo su cabeza de un lado a otro repetidas veces, era obvio que le pelirrojo solo había cambiado sin darse cuenta.

—¿Vamos?— Dijo el mayor mientras se levantaba golpeando sus zapatillas igual que el otro.

—Si, h'm…

Al abrir la puerta el frío viento golpeó su rostro y arrastró sus cabellos hacia atrás, se estremeció por el cambio de ambiente tan bruscamente, pero terminó de pasar afuera, seguido por el pelirrojo, ambos caminaban en silencio casi queriendo abrazarse en busca de calidez, el cielo estaba completamente nublado y oscuro, no llegaba a verse ni una estrella gracias a las espesas nubes, habían sido días de pura tormenta y este parecía que no iba a ser la excepción, una helada llovizna les golpeaba la cara, pero parecía escarchada; no era lluvia ni nieve.

El menor agradeció mentalmente que la casa del pelirrojo solo estuviera a unas pocas cuadras de su casa.

—Que frío…— Murmuró sin intención de que el mayor le respondiera, pero para su sorpresa si lo hizo:

—Claro, es víspera de invierno.— Le dijo. El pelirrojo parecía haberse acostumbrado un poco al clima de la calle y ahora caminaba con sus manos en los bolsillos de los pantalones más tranquilamente.

—¿Cuánto falta hasta tu casa?— Preguntó el menor que había olvidado contar las calles mientras se tomaba molesto todo su cabello a punto de atarlo en una sola coleta, el pelirrojo río al ver como aquel intentaba tomar cada escurridiza mecha dorada.

El menor lo miró ahora algo indignado —aunque comenzaba a amar cuando se reía—, estaba a punto de preguntarle el porqué de aquella discreta y melodiosa risa, pero no llegó a hacerlo antes de que el otro hablara.

—Dos, y usa esto, así no se te irán los pelos a la cara— Le indicó el mayor pasándole su gorro negro, el rubio sonrojado miro su coleta y volvió a mirar el gorro; opto por la segunda opción. —. De nada.

—Gracias.— Dijo el menor entre dientes mientras volvía a meter sus manos en los bolsillos de la campera mirándole algo receloso, ¿por qué?, quién sabe; a lo mejor habría sido porque el mayor se había confundido y ahora se encontraban frente a su casa.

El mayor sacó sus llaves y si decir ni una sola palabra abrió la puerta, se hizo a un lado y dejó pasar al rubio primero para el cerrar.

No paso mucho tiempo hasta que el silenció pareció desaparecer, tres chicos habían saltado de quién sabe dónde y los habían —prácticamente— emboscado, el mayor se quedó con expresión incrédula.

—¿Qué es esto?— Inquirió el mayor casi a punto de romperle la cara al albino que tenía enfrente.

—Una fiesta, ¿qué no ves?— Dijo el anteriormente mencionado.

—Si, la veo, me refiero al porqué esta en mi casa.— Dijo a punto de hacer rechinar los dientes y posó su mirada directo a su primo que le sonreía en manera nerviosa.

—Es por tu cumpleaños.— Indicó la chica del grupo.

—¿Mi cumpleaños?— Inquirió el pelirrojo alzando las cejas. —. Konan, sabes qué mi cumpleaños fue hace casi dos meses, ¿verdad?

La expresión del rubio ante la situación era no solo de incredibilidad, sino que también estaba avergonzado, debió imaginarse que el cumpleaños del mayor había pasado hace ya rato, ¿por qué saldría con él en su cumpleaños?, era absurdo. Ahora solo le quedaba una pregunta ¿por qué entonces la fiesta?, estaba claro que los mayores sabían a la perfección que el cumpleaños del otro había pasado ya.

—Si.

Ahora el pelirrojo pareció mirarle aún más incrédulo, con una ceja más alta que la otra, esperando que aquella chica se dignara a decir algo más.

—Pero para tú cumpleaños no me dejaste hacer nada, así que se me ocurrió hacerlo hoy.— Volvió a hablar sonriente.

El de ojos acaramelados, se tomó el puente de la nariz entre sus dedos y dio medía vuelta para mirar al menor.

—¿Tú sabías de esto?— Le preguntó.

El menor sonrojado y no solo por el frío que hacia afuera —es más, comenzaba a pensar que este había desaparecido—, asintió quedamente, el rostro "cansado" del mayor no le incitaba a decir palabra alguna.

Un suspiro agobiado salió de los labios del pelirrojo y se volvió a mirar al de cabellos anaranjados.

—Compraron algo de tomar, ¿no?

—¡Así se habla, enano!— Exclamó el albino al mismo tiempo que salía corriendo hacia la cocina en busca de las bebidas.

Dejo caer su peso sobre el sudado pecho del mayor, sus brunos cabellos se pegaban a aquellos enormes pectorales que hacían el movimiento de subibaja.

Alzó su mirada en busca de ayuda para su boca —aunque pudiera ayudarse con sus propias manos—, el de cabellos azulados sonrío avergonzado, casi había olvidado aquel pequeño detalle.

Desató aquella mordaza improvisada y se fijo en la pieza, hacía unos minutos habían escuchado como la madre y el hermano del menor habían decidido salir, se sentían aliviados al estar solos en la casa, aunque ya había pasado todo el peligro de que los llamaran en un mal momento, pensó en que tendrían que asear la habitación antes de que volvieran y suspiró en forma agobiante, su amante no dijo nada, sabía perfectamente lo que pensaba.

El aliento del menor le quemaba el pecho, igual que la punta de sus dedos que habían comenzado a acariciar este.

—Estamos solos.— Murmuró el menor cerrando sus ojos con cansancio.

—Si…— Soltó quedamente el otro.

—Ey, Kisame.

El mayor solo emitió un sonido, las energías lo habían abandonado, el reconfortante calor de sus cuerpos solo les brindaba soñolencia.

—¿Qué harás en navidad?— Preguntó el otro aún sin mostrar sus enormes orbes-rubíes.

El interrogado se sorprendió a la pregunta y acto seguido se encogió de hombros en forma de respuesta, no iba a viajar a ver a su familia y tampoco creía que ellos viajaran, así que: nada.

—¿No quieres pasar las fiestas aquí?— Esta vez el menor si abrió sus ojos para mirar la barbilla del mayor, también llegó a ver sus ojos completamente cerrados, la respiración de ambos se había normalizado y ahora estas se acoplaban.

No tubo que pensarlo mucho, claro que vendría, no quería estar solo en aquellas fechas y estar con él era lo máximo que podía pedir para estas; asintió quedamente.

El moreno arqueó las cejas al ver tan seca respuesta.

—Te estás durmiendo, ¿verdad?— Aquello salió en forma de murmuro de los labios del moreno y aunque Kisame lo escucho, no hubo respuesta.

El ultimo hablado suspiró quedamente, tomó la camiseta del mayor y se la colocó por arriba de su torso para volver a cerrar los ojos.

Sintió el fuerte brazo del dueño de la remera abrazarlo más hacia él.

—Gracias.— Le murmuró al Uchiha.

El menor volvió a abrir los ojos al escuchar aquel comentario.

—¿Dijiste algo, Kisame?— Inquirió en busca de asegurarse que no estaba alucinando, pero nada obtuvo como respuesta, volvió a suspirar, aunque hubiera jurado haber escuchado aquellas palabras, su cabeza aún recostada sobre aquel confortable pecho daba vueltas —no literalmente, claro—, incluso en la oscuridad que le otorgaban sus parpados cerrados no lograba conciliar el sueño, porque no podía dejar de decirse que así había sido, le había agradecido, el no estaba loco. — De nada...

Se había quedado completamente paralizado frente a la escena, miraba el cuerpo inerte del menor sobre la alfombra de su living, no podía creer lo que estaba viendo, ni una palabra quiso salir de su boca, paso su mirada por arriba del culpable, la mirada y sonrisa triunfante comenzaban a desaparecer dejando una mueca de incredibilidad, sintió los pasos y simple charla de la pareja acercándose.

Su cuerpo se decidió a reaccionar y se acercó a tropezones hasta llegar al lado del rubio, no sabía en que momento se había agachado a su lado, ahora miraba como sus labios estaban levemente separados.

No dijo nada, solo suspiró con alivio y comenzó a levantar el cuerpo, Pain —sin que siquiera le den una explicación— lo ayudó a poner al rubio sobre su espalda como parecía trataba de hacer el menor.

—Tienes suerte de que este inconsciente.— Soltó el pelirrojo al culpable mientras salía de la habitación.

Cuando comenzó a alejarse de la escena, comenzó a oír los murmullos de sus tres amigos que ahora parecían discutir, nunca se le había ocurrido que el albino sería capas de pegarle a alguien con una silla en la nuca, bueno, si se le había ocurrido, pero nunca pensó que a uno de sus amigos y todo por sacar el tema de que se les hacía que era homosexual, se preguntó porqué no le habría pegado a él y rápidamente te quitó la idea de la mente, por alguna razón; lo hubiera preferido.

Subía las escaleras levemente inclinado hacia delante para que no se le cayera el rubio, que a decir verdad era pesado, bueno, en cuerpo muerto quién no se le haría pesado, agradeció mentalmente ser un enano con fuerza y luego se maldijo por decirse enano en sus pensamientos.

Al llegar a la habitación, prendió la luz con sumo esfuerzo y dándole una nostálgica mirada al lugar se decidió a entrar, recostó al rubio sobre la enorme cama de dos plazas y se quedó unos segundos sentado antes de moverse a hacer otra cosa, su mirada se había quedado fijada en una pequeña foto enmarcada sobre la mesita de luz, se obligó a volver a quitarla y la llevó hasta el rubio que parecía dormir plácidamente, recordó que ni siquiera se había fijado si se le había abierto alguna herida gracias la caída o más bien el golpe.

Volvió a suspirar aliviado recordando el echo de que había caído a la alfombra sin golpearse con nada antes, parecía no haberle pasado nada, además el religioso no había roto la silla con la cual le pegó ni nada; sólo se había quedado inconsciente, quería convencerse de eso.

Pensó en llevarlo al hospital mientras le arropaba, pero no sería bueno que descubrieran a cuatro menores tomando en una casa donde el mayor faltaba y que entre todo, su alcoholizado amigo le había golpeado con una silla al otro.

Le corría los cabellos del rostro mientras sonría inconscientemente, ahora con el rostro descubierto recorría cada facción con aquellos acaramelados orbes que poseía y pronto se descubrió deseando besarle aquellos hermosos labios que siempre le regalaban una sonrisa al mundo, lo envidió y se dijo que aquel era afortunado, mientras se preguntaba si algún día le regalaría una sonrisa a él, o porqué no darle todo, él lo cuidaría muy bien.

El sonido de la puerta siendo tocada lo despertó de aquel trance que le había provocado el —en palabras de Sasori— hermoso rostro del rubio haciéndolo volverse sobre su hombro para mirar quién había llegado, notó que aún permanecía con la mano detrás de la oreja del otro de cuando le había corrido los cabellos y la quitó intentando que el albino no se percatara de aquel echo.

—¿Cómo está?— Preguntó con voz culpable el recién llegado.

El mayor echo un bufido al aire.

—Si te refieres a si ha despertado; no, dudo que lo haga hasta mañana— Dijo el pelirrojo mientras se levantaba. —Deberíamos llamar a su casa para decir que se quedará acá.

—Ya llamamos.

—Genial.

El silencio cayó sobre aquellos dos que se miraban recelosos. Nuevos pasos se volvieron a oír desde la escalera.

—Sasori, acompañaré a Konan a casa y volveré.— Le dijo el de cabellos anaranjados.

—No es como si no pudiera cuidarlo solo.— Soltó el aludido.

—Está bien, pero cualquier cosa me llamas.

El pelirrojo asintió levemente sin prestar demasiada atención a lo que el otro decía.

—¿Vamos, Hidan?— Preguntó la chica del grupo.

—Si…

Veía a las siluetas de sus dos amigos desvanecerse en la oscuridad de las calles. Rebuscó en sus bolsillos del pantalón.

—Maldita sea, ¿dónde las deje?— Masculló mientras volvía sus manos a los bolsillos de la campera. —. ¡No están!

Ahora comenzó a palmear cada centímetro de su cuerpo, ¡no estaban!, sus llaves, ¿cómo diablos se suponía que entraría a su casa sin llaves?. Empezó a saltar para ver si se escuchaba el tintinear de las llaves en su ropa; nada. Debía encontrarlas, ¿dónde las había dejado?, había despertado en lo de Kakuzu.., había despertado en lo de Kakuzu, ¡le había dicho que volvería!, pero aún así el había tomado sus llaves antes de irse.., el beso, en ese momento había sido.

Se dio medía vuelta quedando en dirección a la calle, —extrañamente—agradecía al accidente que había pasado en la casa de Sasori, gracias a eso se había desalcoholizado un poco y estaba completamente consciente de lo que hacía, aunque le costaba un poco caminar completamente en línea recta.

Se preguntó si Deidara estaría bien, era claro que sí, contadas eran las veces que ellos paleaban y alguien salía lastimado, pero nunca nada grave. Se despreocupó y siguió caminando en dirección a la casa del azabache, no era muy tarde, la fiesta se había cortado gracias a él y había terminado a las once pasadas.

Las calles se veían aterradoras en la noche y se maldijo mentalmente por no vivir en una parte más céntrica de la ciudad, sus pasos retumbaban tanto en la oscuridad como en la soledad del lugar y podía escuchar un eco por detrás de ellos.

De pronto su celular comenzó a sonar y casi se cae al piso del susto por estar tan alerta a cualquier sonido.

—¡Mierda!, ¿quién diablos llama a esta hora?— Vociferó mientras sacaba el celular de su bolsillo y miraba en el identificador de llamadas; Kakuzu. —. ¿Hola?— Preguntó luego de aceptar la llamada, seguía caminando. —. Adivina— Le dijo sádicamente mientras sonreía. —. ¡Ya déjate de idioteces y ábreme!— Eso fue lo ultimo que dijo antes de colgar.

Guardó su celular en el bolsillo y se quedó parado frente a la maltratada puerta, expectante.

—Llegas tarde.— Acusó el mayor al verle el rostro al otro.

—¿Tenía hora?— Se mofó el albino mientras entraba a la casa.

El sonido de la puerta golpeándose contra el marco fue lo único que obtuvo como respuesta.

El azabache observaba como el menor se sacaba sus zapatillas mientras refunfuñaba.

—Olvide mis llaves.— Mencionó con sorna el menor mientras se encaminaba en medias a la sala.

—¿Ah si?— Le dijo el de ojos esmeralda mientras se acercaba al albino que se había detenido frente a la mesita donde —sabía— se encontraba lo que buscaba, aquel se agacho para tomarlas, pero solo llegó a rozarlas debido a que el mayor le tomó del cuello de la camiseta y lo arrastró a su pieza escuchando las miles de groserías que le lanzaba el menor.

—Bebiste, ¿verdad?— Inquirió el mayor mientras miraba al otro directamente a los ojos. El que tenía su iris color lila estaba por debajo del azabache, que le encerraba con sus grandes y fuertes brazos.

—¡Qué mierda te importa eso a ti!— Exclamó el interrogado.

—Ni sueñes con que te iras de aquí.— Le amenazó el otro.

El menor no respondió, solo forcejeó contra el agarre del mayor a sus hombros.

—¡Déjame ir, mierda!— Pidió a gritos. —¡Kakuzu!

—¡No te iras de mi casa en este estado!

—¡Ja! ¡Y a ti desde cuándo te importo yo o lo que hago!— Exclamó el otro a todo pulmón.

—¡Siempre me ha importado!

—¡Si, claro!— Soltó con ironía el menor. —¡Y eso por qué!

—¡Porque te amo, maldito retrasado!

Silencio.

Simplemente no podía; estaba observando aquel pacifico rostro desde hacía ya medía hora, se había despertado y había vuelto a aquella habitación en puntas de pie a fijarse si el menor había despertado, pero no, seguía igual que la noche anterior, sus ojos completamente sellados y una casi imperceptible sonrisa en sus labios. Volvió a correrle los pelos del rostro y sonrió, miró la nota que había dejado en la mesita de luz por si se despertaba en medio de la noche, no había sido tocada, la tomó entre sus dedos y la abolló.

—¿Cómo es que puedes dormir tanto?— Le preguntó mientras se inclinaba a él, casi chocando sus narices, pero claro, no obtuvo ninguna clase de respuesta.

Finalmente se decidió por bajar a desayunar, aunque tendría problemas si el menor no se despertaba pronto, supuso que era temprano para pedir eso —7:30 de la mañana—.

Colocó el agua a calentar y sacó una tasa junto con la caja de té, mientras el agua llegaba a calentarse comenzó a lavar los platos y vasos que habían quedado de la noche anterior.

Por primera vez en mucho tiempo sintió la soledad, el echo de saber que en la vieja habitación de sus padres se encontraba Deidara "durmiendo" le atormentaba, tal vez había sido que todo el día de ayer se la había pasado con él, la verdad no lo sabía, pero simplemente no podía disfrutar de la tranquilidad de la mañana, ¿ansiedad?.

Llenó la tasa con agua y observo como el pequeño saquito de té comenzaba a flotar, lo aplasto un poco con una cuchara y sin darse cuenta salió de la habitación, antes de que pudiera notarlo se había encontrado de nuevo en la habitación donde Deidara, sentado en una pequeña silla a un lado de la cama. Tenía las piernas flexionadas junto a su pecho, una mano pasaba sobre ellas y en la otra sostenía su tasa de té, sus ojos estaban completamente pegados al rostro del menor, era impaciente y quería que se despertara ahora.

Su plegaría había sido escuchada, ¿plegaría?, de qué estamos hablando, bueno, tal vez si había sido un pedido mental, pero no tanto así. Su sonrisa se ensancho al ver como aquel bostezaba y estiraba sus brazos hacia arriba golpeándose contra el respaldo de la cama.

—Auch...— Se quejó el menor al mismo tiempo en el que alzaba sus ojos en un intento por ver con que se había golpeado.

—Buenos días, ¿no?— Dijo la melodiosa voz del pelirrojo.

Los ojos del menor rápidamente se volvieron al propietario de aquellas palabras, no pudo encontrar frase alguna para responderle, estaba completamente confundido, ¿cuándo había llegado a la cama —que ni siquiera era suya—?, ¿por qué estaba vestido en la cama? y ¿cómo era que el pelirrojo le estaba dando los buenos días?, ¿acaso estaba soñando?, sin duda eso debía ser, se sentó en la cama adormiladamente, bajo la acaramelada mirada del mayor, aquello no parecía un sueño, le dolía la cabeza.

—¿Te duele?— Esta vez el tono de voz del mayor era diferente, más bien, preocupado, igual que su expresión.

Se estremeció al sentir el calor de la mano del pelirrojo sobre la suya —que quién sabe cuándo había llegado a su nuca—.

—Hay que ponerte hielo.— Declaró el de ojos castaños y sin más se levanto dejando su tasa de té en la mesa de luz para salir de la habitación.

Tenía que ser un sueño; uno de los mejores que había tenido en toda su vida.

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.

.

Notas finales:

Tarō Okamoto* Bueno, esta es una de las pequeñas curiosidades que he encontrado sobre mi amado rubio (*¬*), pues verán; este hombre fue un artista japonés conocido por sus pinturas y esculturas abstractas y de vanguardia. Deidara esta inspirado en este tipo; su frase más repetida, "El arte es una explosión", fue popularizada por Tarō en 1981 y su obra de arte definitiva, que acaba igualmente explotando, tiene la forma de la Torre del Sol. x3 Bueno, la pintura de un ave enjaulada, amh, es una obsesión mía porque una vez cuando salí a cenar con unos amigos vi una pintura así, pero la firma estaba tan gastada que no entendí quién era el autor ¬3¬
Sin aflojar* Y esto.., bueno, supongo que es experiencia propia, a mi me encanta andar en rollers, pero cuando son nuevos es una tortura, los pies se te lastiman y terminas manchándote las medias de sangre y arde mucho Q.Q

Etto~ ¿dudas?, ¿sugerencias?, ¿me retiro y me voy a un poso? ¡díganme! xDU

P.D. Que conste que yo lo quería subir por la madrugada, pero mi madre estuvo rompiéndome hasta que me fui a acostar y tuve que terminar de revisar por la mañana ¬3¬ (falté a la escuela ewe)


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