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El regreso del Club de los Inadaptados por DagaSaar

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Notas del capitulo:

Saga y Kanon abren unos brazaletes mágicos en Japón. Arturo y Antares encuentran trabajo. Los planes de Saori se tuercen un poco por causa del secuestro de Afrodita. Afrodita tiene una oportunidad de revancha con Fobos. Saga y Aioria siguen a un chacal. Saga encuentra una momia, se enfrenta a un enmascarado con mal carácter y luego tiene problemas con su reflejo.

Capítulo veintiuno

 

Un poco de descoordinación

 

O, lo que es lo mismo,

 

Apareció el perdido y más valdría que no hubiese aparecido

 

 

A medio camino (por aire) entre Grecia y Japón

 

Kanon levantó la mirada de su laptop y estudió a Julián.

Viajar en avión no era del gusto del muchacho (si fuera por él, todos sus viajes serían en barco), pero después de su última experiencia con la Otra Dimensión parecía estar apañándoselas mejor que de costumbre para disimular su incomodidad.

-Bien, avisté a todos los que debían recibir aviso. El personal de tu casa en Honshu debe estar ya en un saludable estado de pánico.

-Su pánico habría sido mucho peor si simplemente hubiéramos aparecido ahí sin avisar, como pretendía Saori.

-Cierto, qué lástima, ¿no? Pero ya habrá otras ocasiones para provocar ataques de histeria.

-Jah.

-Debo admitir que me siento algo orgulloso de ti hoy.

-¿En serio?

No fue fácil continuar como si no notara que contaba de repente con toda la atención de Julián. En Japón encontrarían a otros miembros de la familia Solo (seguramente sería cuestión de horas que se dejaran caer por ahí) y empleados no necesariamente leales a Julián que los observarían como un científico a un virus recién descubierto. A ninguno de los dos le convenía que se notara la importancia que daba Julián a cualquier signo de aprobación por su parte.

-Retrasar el viaje, enviarme al Santuario Submarino a recoger un par de maletas y los pasaportes, entrar legalmente a Japón, todo eso es muy sensato de tu parte. Me consta que los viajes repentinos de los dioses son un dolor de cabeza para los gobiernos del Mundo Exterior y la culpa de cualquier embrollo que surja a partir de apariciones y desapariciones repentinas de ciertos personajes famosos siempre recae en algún pobre empleado. En este momento hay personas en Grecia y Japón que te deben el alimento de sus hijos.

-Oh, por favor –Julián giró los ojos, fingiendo exasperación-. No significa nada para mí la gratitud de algún burócrata de rango medio o bajo.

-¿Ya te olvidaste de la fábula del león y el ratón? No hay aliado pequeño y el asunto no se limita a empleados de poca monta, a esos se les usa como cabezas de turco para resolver las pesadillas diplomáticas y legales que crean los dioses sin darse cuenta, pero las altas esferas también estarán agradecidas por tu consideración.

-Soy el avatar de un dios, su agradecimiento no…

-No hay aliado pequeño –insistió Kanon, ya sin sonreír-, de la misma manera que no hay enemigo pequeño. Nunca subestimes, Julián. Ese fue nuestro error con los Caballeros de Bronce.

-Hn –a eso Julián no podía replicar como le habría gustado. Era cierto que había actuado contra Atenea manipulado por Kanon, pero tampoco había tenido nada en contra de su idea-. No me digas que estás aprovechando el plan de Atenea para corregir errores de estrategia.

-¿Por qué no? Vamos a tener que lidiar con tus primos luego de unas vacaciones demasiado largas y además nos embarcaremos en un juego de astucia con la familia Kido: es una excelente oportunidad para que ejercites tu talento como estratega y diplomático.

-Soy el dueño de una empresa comercial, no un político.

-Gobiernas a los Pueblos del Mar en nombre de Poseidón y la empresa que heredaste de tus padres puede alterar el orden mundial. Tú mismo lo dijiste la última vez que estuvimos en Canadá, ¿recuerdas?

¿Cómo olvidarlo? Fue precisamente el día en que Julián descubrió que Kanon y sus amigos eran parte de una orden sagrada que servía (al menos en teoría) a un dios griego.

-“Puedo destruir la economía de países pequeños” –respondió, citándose a sí mismo.

-Exacto. Pero me parece que puedes hablar más bien de países medianos. Hasta puedes incomodar bastante a algunos grandes.

-Viva yo –gruñó Julián con sarcasmo-. No me interesa nada de eso. Es más, creo que Diógenes el Cínico tenía razón cuando visitaba el mercado y se reía al ver todo lo que no necesitaba.

-Bravo por ti, aunque eso es fácil decirlo cuando nunca te ha faltado nada. Debes tener en cuenta que hay muchas personas que te deben obediencia, pero en realidad estarían muy felices de arrebatarte todo eso que no necesitas… y lo que necesitas, también.

-Cierto, recuerdo que una vez alguien me convenció de inundar medio planeta y declarar la guerra a los dioses.

-Y fue endemoniadamente fácil. Siendo sincero, me aterroriza la sola idea de que alguien más pueda manipularte y tener éxito donde yo fracasé.

-Tú no fracasaste. Atenea te detuvo.

-Ikki del Fénix me detuvo. Atenea cree en el libre albedrío y me iba a permitir llegar hasta las últimas consecuencias de mis acciones; el Fénix fue el que se tomó el trabajo de enfrentarme con argumentos adecuados como para detenerme en seco.

-¿Las… “últimas consecuencias”?

-Si hubiese querido luchar contra ella hasta el final, me hubiera permitido hacerlo. Si hubiese querido morir… no me lo habría impedido.

Julián lo miró con los ojos muy abiertos.

-Pero… eres su hermano…

-Durante la Batalla de las Doce Casas, Saga eligió morir y ella respetó su decisión, mientras que salvó a sus Cinco de Bronce de heridas mucho más graves que la que sufrió mi hermano… nuestro hermano, suyo y mío –Kanon miró hacia la ventanilla. Lo único que se distinguía afuera era cielo y nubes-. Yo tuve intención de morir, hasta que sentí el tridente y pensé “caramba, duele”.

-Oye…

-Entonces me di cuenta de que en realidad prefería seguir con vida.

-Uh… Pues… realmente me alegro de que Atenea decidiera salvarte.

Kanon sonrió a medias al tiempo que cerraba la laptop.

-Oh, sí, yo también. Sobre todo porque no fue ella.

-¿De qué…?

-Julián.

-Ah, ratas. ¿Hace cuánto que lo sabes?

-Lo sospechaba, pero Saori me lo confirmó ayer. Gracias, Julián.

-…De nada.

 

Cercanías de Rodorio

 

-Si van a trabajar con nosotros, será mejor que empiecen a moverse.

Arturo suspiró y obedeció. Tuvo que darle un tirón a Antares, pero al menos eso bastó para que su hermano se pusiera en movimiento. Estaban cansados y tenían hambre, sin embargo, eso tendría que esperar hasta que hubieran completado al menos media jornada de trabajo, según parecía.

No acababa de entender qué era ese lugar (o cuándo, porque parecía que hubiesen retrocedido en el tiempo), pero era una suerte el que el dueño de aquellos rebaños necesitara contratar más pastores, de otro modo habrían acabado pidiendo limosna o robando antes de poder orientarse ahí.

La chica a la que habían encargado de enseñarles el oficio (al menos él pensaba que era una chica, porque “Algia” sonaba a nombre de chica, aunque no estaba muy seguro de si era él o ella, y los demás pastores la llamaban “Alges”) caminaba con rapidez rumbo a la ladera de la montaña donde estaban las ovejas.

Casi tuvieron que correr para alcanzarla.

 

El Areópago

 

-¿Llevas mucho tiempo aquí? –preguntó Afrodita durante la cena (efectivamente, había miel en todo, cosa que no había creído posible).

-Toda la vida. Me trajeron cuando era muy pequeño.

-¿Cuántas personas viven en la mansión?

-En este lado, solo Meliseo, el Amo y yo… tú también, ahora. Sé que la dama silenciosa tiene otras habitaciones y sus propios sirvientes. Y las brujas tienen para sí la mayor parte del edificio principal. Los sirvientes de ellas van y vienen. Sé que son más, pero solo conozco a Eris y sus hermanos.

Eso no era bueno.

-¿Quiénes son esas brujas que mencionas? ¿Sabes sus nombres?

-Son muy feas –Astarté hizo un moín-. Solo tienen un ojo y un diente para las tres, y los comparten. Les dicen…

-¿Las Grayas?

-Sí, justamente.

-¿Qué más puedes decirme de la dama silenciosa?

-Le gusta la oscuridad y nunca sale de sus aposentos. Ahí hace más frío que en el resto de la casa. Meliseo es quien le dice “la dama silenciosa”, creo que le da miedo pronunciar su nombre.

-¿La has visto alguna vez?

-He hablado con ella, pero no llegué a distinguir su cara, es muy oscuro donde vive. Meliseo me tiene prohibido acercarme.

Eso tampoco era bueno.

-¿Y el… Amo?

-A ese no lo he visto nunca. Meliseo solo lo llama “Amo” y Eris se refiere a él como “tu Amo” cuando le habla a Meliseo. Sé que es un dios griego muy antiguo, y nada más.

Había demasiados niveles de “antiguo” entre los dioses griegos. ¿Tan antiguo como los hijos del Abismo, como los del Océano o como los tres nacidos del Caos?

Peor aun: ¿tan antiguo como el Caos… o tal vez más?

Afrodita decidió guardar todo eso para sí, no tenía caso acosar a preguntas a Astarté cuando era evidente que sabía demasiado poco. Sería mejor observar sus alrededores, así que pasó el resto de la cena dejando que el muchacho guiara la conversación y luego, en la noche, volvieron al jardín para estudiar las constelaciones.

 

~***~

 

-Aquella de allá… ¿la ves? Cuenta tres estrellas hacia la izquierda. ¿Ves que hay una más brillante que las otras? Esa es Formalhualt, la estrella Alfa. Su nombre es árabe y significa “boca del pez”. A partir de ella puedes trazar una línea imaginaria y ver ese pez como un rombo. Luego hay una cinta que une su cola con la del otro pez.

-¿Por qué están atados?

-Ocurrió durante una de las batallas de la guerra entre los Olímpicos y los Titanes. Un gigante empezó a arrojar montañas contra los dioses y ellos tuvieron que huir. Afrodita y su hijo Eros se lanzaron al mar y se transformaron en peces, nadaron hasta Egipto antes de lograr ponerse a salvo de sus perseguidores, pero Eros era muy joven entonces y su madre tuvo miedo de que se perdiera en el mar, ella conocía mejor el camino y por eso lo sujetó con una cinta, para que no se alejara mucho de ella. Para cualquier persona del signo Piscis, la familia es algo muy importante.

Astarté apoyó la cabeza en el hombro de Afrodita; ya era muy tarde y estaba cansado, pero se resistía a dormir.

-Me alegra que estés aquí –comentó.

-¿Sí?

-Había estudiado las constelaciones, pero nunca las había buscado en el cielo.

-Se ven mejor en el Santuario de Atenea, está en un lugar más alto.

-No importa –Astarté bostezó-. No saldremos nunca de aquí, pero me basta con no estar solo.

-¿Sí?

-Tú eres como yo.

-¿Un prisionero?

-No, un avatar.

-Solo por accidente –Afrodita se dio cuenta entonces de que el joven se había quedado dormido-. Genial, otro que duerme mejor si me usa como almohada.

-¿Qué tenemos aquí? –dijo Meliseo, que acababa de llegar al jardín-. Forman un lindo cuadro ustedes dos.

Instintivamente, Afrodita rodeó con un brazo a Astarté. Meliseo sonrió.

-¿Cuál fue el propósito de secuestrar a esta criatura?

-¿De qué hablas? Astarté no fue secuestrado: sus padres lo abandonaron y yo hice una obra de caridad al ofrecerle un hogar.

-No creo una palabra al respecto.

-Como prefieras. El caso es que le permití vivir aquí para ofrecerle un cuerpo temporal a la Dama Niké, dado que su cuerpo real está fuera de su alcance. Una función que tú estás cumpliendo ahora. ¿Tal vez debería desechar al niño?

-Desgraciado.

-Quiero hablar con Niké.

-Ella duerme y yo no voy a perturbar su descanso solo porque desees hablarle.

La sonrisa de Meliseo desapareció y sus ojos se llenaron de dureza.

-Si te mato en este momento, Niké tendrá que buscar otro cuerpo y el avatar más cercano es este muchachito, así que no me importará si tengo que matarte, insolente.

Afrodita le sostuvo la mirada.

-Me doy cuenta –respondió con frialdad-, pero la diosa duerme. ¿Crees que no he intentado contactar con ella desde el segundo en que vi a los Areidas? ¡Está agotada! Casi tres mil años prisionera en un báculo, con su cosmos siendo drenado en forma constante… no tiene fuerzas ni para mantenerse despierta y dormirá hasta que se haya recuperado un poco. Por lo que sé, eso puede tardar el resto de mi vida.

-Ya veo. Espero, por tu bien, que ella logre despertar antes de que mi Amo pierda la paciencia.

-Despertará cuando pueda hacerlo y ni un segundo antes. ¿Es que no les enseñan lógica a ustedes?

Meliseo iba a contestar, pero se contuvo. Reemplazó su expresión colérica con una sonrisa estudiada y enredó un mechón del cabello de Afrodita entre sus dedos, en una actitud falsamente afectuosa.

-No había visto a Astarté así de contento en los diez años que he cuidado de él. Parece que le has caído en gracia y tengo la impresión de que has empezado a tomarle algún afecto. Me figuro que te habrás dado cuenta del grave error que cometiste al no disimularlo mejor… Creo que preferirás ahorrarte un peso en la conciencia y…

-Protector de las Abejas –interrumpió Afrodita, imitando perfectamente la entonación y el ritmo de Meliseo-, mis primeras lecciones de retórica las recibí de Apolo en persona, y las más importantes las aprendí en el Santuario de Atenea: no pierdas tu tiempo aburriéndome y ve al grano. Si vas a amenazarme, hazlo directamente y quizá incluso logres que te desprecie un poco menos. Ah, y, por favor, deja en paz mi cabello.

-Está bien –Meliseo soltó su cabello y abandonó toda pretensión de gentileza-. Avísame en cuanto Niké despierte o este niño sufrirá. Llévame la contraria, y entonces te mataré y el niño tomará tu lugar como avatar de Niké. ¿Satisfecho?

-Eso fue tolerable. Me doy por enterado. Obviamente, no te haré promesas.

Meliseo levantó la cabeza en un gesto lleno de indiferencia.

-Hace rato que pasó la hora de dormir para Astarté. Llévalo adentro.

-Sí.

-¿Sí, qué?

Afrodita se levantó en silencio, tomó en brazos a Astarté y se dirigió hacia la puerta. Ya en el umbral, miró de nuevo a Meliseo por encima del hombro.

-Soy el avatar de la Victoria. Si crees que voy a dirigirme a un simple daimon como si fuera mi superior, puedes esperar sentado.

Mientras caminaba hacia la habitación de Astarté, pudo sentir el cosmos de Meliseo hirviendo de cólera y se permitió una sonrisa leve.

 

Cercanías de la ciudad Chiba, Isla Honshu, Japón

 

Chiba es la capital de su prefectura, una ciudad importante en la bahía de Tokio, en Honshu, la isla principal de Japón.

Hay grandes edificios en toda la ciudad y mucho movimiento, pero el lugar al que Saori se dirigió nada más recibir a Julián y Kanon (sin casi darles tiempo ni de saludar) parecía una burbuja en el tiempo.

La propiedad estaba rodeada por una anticuada empalizada de madera, y árboles, casi un bosque, que impedían que los sonidos de la ciudad llegaran hasta la casa ubicada en el centro.

Los pocos sirvientes que atendían aquella pequeña finca perteneciente a la familia Kido se apresuraron a presentar sus respetos entre reverencias, muy sorprendidos de verla ahí. Eran en su mayoría personas ancianas. Saori tuvo palabras amables para cada uno de ellos (cosa que los sorprendió bastante, ninguno esperaba que supiera sus nombres) y pidió hablar con el dueño de la casa.

El más anciano de los servidores, Yuto, un hombre alto y muy delgado, de aspecto tan frágil que parecía estar a punto de partirse en dos, intercambió una mirada de preocupación con Kohana, la regordeta ama de llaves.

-La dueña es usted, Kido-sama.

-Quise decir… ¿Mi tío abuelo podrá recibirnos?

-Su… Oh –Yuto vaciló unos instantes-. Le avisaré de inmediato, Kido-sama.

Kanon aprovechó la pausa para acercarse a Saga, que lo saludó con un movimiento de cabeza. No habían podido hablar durante el recorrido y aun tenían pendientes un par de explicaciones. Todavía no era el momento, pero era bueno poder darle a entender que no había olvidado.

Aparte de ellos dos, Julián y Saori, también estaban ahí Seiya e Ikki. Eso sorprendió un poco a Kanon, sin imaginar que su hermano estaba todavía más sorprendido que él. Saga conocía mejor a los Cinco y habría escogido a Shiryu o a Hyoga (inclusive a Shun) en lugar de a Ikki para esa visita.

Saori, sin darse por enterada de la curiosidad de los gemelos, ni de la incomodidad de Julián y Seiya, ni del gesto ceñudo de Ikki, agradeció con una sonrisa cuando Yuto le indicó que sería recibida. Le indicó a sus acompañantes que aguardaran en la sala principal (aunque a Seiya pareció no gustarle la idea de perderla de vista) y siguió al mayordomo hasta un salón más pequeño, decorado al estilo tradicional.

Allí la esperaba otro anciano.

-Así que la nieta de Mitsumasa ha venido a verme.

Saori se esforzó por sonreír mientras estudiaba a Kido Yushiro, el último de los sobrinos de Kido Mitsumasa, tan abiertamente como él a ella.

Sabía que tenía setenta años y podía ver en ese momento que su cabello era blanco como nieve, pero resultaba demasiado difícil no mirarlo sin pensar en Shun. Era muchísimo mayor que el Caballero de Andrómeda, cierto, pero su voz era engañosamente joven y su piel casi no tenía arrugas.

“Comeaños” pensó Saori para sus adentros. “Seguro que a los veinte todavía aparentaba quince, y a los cuarenta parecía de veinte. Me pregunto qué irán a pensar Shun, Sean y Esmeralda cuando se miren en este espejo.”

Sin embargo, Yushiro no era Shun y Saori se recordó a sí misma que era mejor tener eso presente, porque el rostro inexpresivo del hombre (probablemente una de las razones de que tuviera tan pocas arrugas) debería hacer pensar más bien en Hades: más antiguo que anciano, cargado con un dolor insondable y (lo peor de todo), con pleno derecho a albergar odio y resentimiento.

-Tío abuelo Yushiro –saludó ella. En realidad, debería llamarlo “primo”, pero para los planes que tenía, le servía más empezar a usar con él un parentesco que lo aproximara lo más posible a la autoridad de Mitsumasa frente al resto de la familia.

-No me insultes invocando un parentesco que sabes que no tenemos –no había cólera en la voz de Yushiro, pero eso mismo puso en tensión a la parte de Saori que era la diosa de la Estrategia. Es fácil lidiar con la gente colérica y apasionada, pero el “agua mansa” siempre es impredecible.

-Ser adoptada no me hace menos nieta de tu tío.

-Yo no me apresuraría tanto en defender una relación con ese hombre, teniendo en cuenta que fue el responsable directo de la muerte del ochenta y cinco por ciento de sus propios hijos… Ah, ¿sorprendida? ¿No esperabas que supiera eso? Inclúyelo en tus cálculos, jovencita, porque si yo, que estoy prisionero aquí, sé acerca de sus hijos, el resto de los viejos buitres están todavía mejor enterados.

Era un buen consejo, pero Saori supuso que esa información no era una ofrenda de amistad, sino un intento por sacarla de balance, el viejo era astuto… mejor para ambos. ¿Sería posible obtener un poco más antes de tener que empezar a ofrecer?

-No hace mucho que lo saben –respondió con cautela-. Quieren usar eso para controlarme, pero todavía no están seguros de cómo.

Yushiro le dirigió una mirada calculadora.

-Salta a la vista. Si lo hubieran sabido antes, te habrían reemplazado con cualquiera de ellos tan pronto como murió Mitsumasa.

-¿Por qué no hacerlo ahora?

-Ya no son niños. A un niño le dices qué hacer. Un adolescente es peligroso porque quiere hacer su voluntad y es inestable, impredecible. Pero no es solo eso: Mitsumasa los crió (si a eso podemos llamar “crianza”) y nadie en la familia quiere otro Mitsumasa al mando.

-¿Entonces, cómo van a usarlos para controlarme?

-Amenazándote con revelar su existencia. Esperan que el temor de perder tu posición y la fortuna Kido sea suficiente como para dominarte. En realidad, a ellos tampoco les interesa que se sepa: uno solo de los quince que reclamara su herencia bastaría para dejar a todos los buitres por fuera.

Saori asintió y decidió que Yushiro le agradaba. Sus lazos con la familia Kido habían quedado roto muchos años atrás, por lo que (probablemente) no actuaría en su contra solo por lealtad familiar. Ahora bien, sus lazos con la Orden probablemente estaban muy resentidos luego de una cautividad tan larga.

Con una sonrisa plácida, empezó a explicar sus planes mientras Yushiro (silencioso y con una expresión ilegible) servía para ella el té.

~***~

Saori se tardaba bastante en volver, pero sus acompañantes no percibían peligro.

Mientras Julián recorría por cuarta o quinta vez el jardín (en cuyo centro destacaba, completamente chocante con el resto del ambiente, una estatua de Atenea con una espada en una mano y la otra cerrada frente a ella, como si sostuviera algo que ya no estaba ahí), Kanon aprovechó para acercarse a Saga y contarle un par de cosas de las que todavía no había podido hablarle. La cara de incredulidad de su gemelo compensó sobradamente el esfuerzo.

-Dragones –dijo Saga, a medio camino entre una pregunta y una muestra de exasperación.

-Pues sí. ¿Recuerdas que siempre quise una mascota?

-Eres demasiado irresponsable hasta para cuidar un cactus, nadie en su sano juicio te confiaría un cachorro de algo, mucho menos tres.

-Oye, yo no tuve la culpa de lo que pasó con el cactus.

-Por supuesto que sí. ¿Por lo menos conoces sus nombres?

-Ya te lo dije: Laoda, Laoer y Laosan.

Saga apretó los dientes. Aquellos no eran nombres, ¿era que Kanon jamás había prestado atención cuando Shion intentaba enseñarles chino?

-¿Y así quieres salir adelante en un embrollo de esta magnitud? ¿Qué sabes tú de criar dragones?

Kanon frunció el ceño, ofendido.

-Pues gracias por tus palabras de aliento, hermano mayor. Sé que todo saldrá bien ahora que cuento con tu apoyo –contestó, sarcástico.

-No es cosa de broma, se trata de seres vivos.

-¡¿Crees que no lo sé?!

-¡Baja la voz! –Saga miró de reojo a Seiya, que los contemplaba con inquietud.

-Hay otros tres dragones y creo que…

-Una madre primeriza que debe estar absolutamente desorientada. Un cachorro un poco mayor que los otros tres, al que más bien deberían estar criando en lugar de tener que ayudar a criar a los más pequeños y un anciano demente que ya intentó asesinar al resto, y a ti también. ¿Seguro que puedes con todo?

Kanon abrió la boca para responder, seguro de que iba a arrepentirse de lo que diría en el momento mismo en que las palabras abandonaran sus labios, pero Saga no pareció notarlo y siguió hablando.

-Necesitas consultar con alguien más. Alguien que sepa sobre dragones y pueda orientarte, pero que no esté mezclado con el conflicto de esa familia.

Kanon se quedó con la boca abierta unos instantes antes de recordar cómo cerrarla.

-¿Vas a sugerirme a alguien?

-No conozco dragones, pero voy a empezar a preguntar tan pronto como pueda. Tú deberías hacer lo mismo.

-Sí… -Kanon meditó un poco al respecto-. Necesito encontrar el equivalente draconiano de un pediatra.

-De preferencia alguien que pueda aconsejarte teniendo en cuenta las diferencias biológicas y culturales.

-Y que no sea súbdito de Shuolong.

-Justamente. Hum, Atenea regresa.

Saori, acompañada por Yushiro, salía de la casa para reunirse con ellos. Kanon fue de inmediato con Julián, a quien Saori ya estaba presentando con el anciano.

-Ya los rumores entre la familia Kido deben estar tomando vuelo –comentó Saori, luego de comprobar que no había ni un solo sirviente a la vista, cada cual debía estar informando a alguno de sus parientes adoptivos-, y tío abuelo Yushiro ha aceptado acompañarnos a Grecia, una vez que haya podido liberarlo de esta prisión.

-¿Prisión? –dijo Ikki, con un dejo de sarcasmo. El muchacho paseó una mirada por el jardín, la empalizada de madera, la casa antigua y los senderos vacíos, para luego mirar sombrío al anciano-. No me explico qué te retuvo aquí. Yo me habría marchado hace mucho.

Los labios de Yushiro se curvaron ligeramente con el fantasma de una sonrisa. Echó hacia atrás las mangas de su kimono y le mostró los brazos a Ikki. En cada uno portaba un pesado brazalete de hierro.

-Tienen grabado el nombre de Atenea –dijo Seiya, sorprendido.

-¿Eso es todo? –preguntó Ikki.

-Es más que suficiente –dijo Saga.

Ikki vio que Kanon, Julián y Seiya asentían, y frunció el ceño, actuaban como si se tratara de algo de conocimiento general.

-No veo cómo –insistió.

-Observa –respondió Yushiro.

Caminó lentamente hacia la entrada de la propiedad. Cuando ya estaba a pocos metros del portón, se escuchó un tintineo metálico, que fue haciéndose más fuerte con rapidez: a medida que se acercaba a los límites del jardín, los demás pudieron ver materializándose unas cadenas de gruesos eslabones que iban volviéndose más sólidas y más reales con cada paso, hasta que llegó un momento (cuando ya estaba a un paso de hallarse fuera) en que no le permitieron avanzar más.

Ikki pudo ver entonces que las cadenas estaban unidas a los brazaletes de Yushiro y que sus extremos estaban sujetos por el puño cerrado de la estatua de Atenea que tanto desentonaba en el jardín japonés.

-De acuerdo con Mitsumasa, esto fue un decreto de Atenea –explicó Yushiro-. No creo ofender a la diosa si admito que a lo largo de los primeros años intenté a diario destruir su estatua. Es… muy resistente.

-Hefesto la hizo para mí hace mucho tiempo; mantuve prisionero con ella a uno de los Titanes durante siglos –dijo Saori-. No sabía que estuviera en Japón.

-No lo sabías… -murmuró Yushiro, reflexivo. Guardó silencio por unos instantes y luego miró con interés a Saori-. Dime, diosa de la Sabiduría, ¿puedo conservar la esperanza de que no hayas extraviado la llave?

Saori rió brevemente.

-Por si acaso, traje dos. Saga, Kanon, ¿serían tan amables…?

-Eh… sí, claro. ¿Quieres que destruya toda la estatua o solo que le arranque el brazo?

-¡Kanon! –exclamó Saga.

-¿Qué? ¡Pero si ella misma…!

-¿Es que nunca te cansas de ponerme en vergüenza?

-¿En serio quieres una respuesta a eso?

-¡Esperen los dos! –interrumpió Saori, riendo-. No es necesario romper nada, solo abran los brazaletes.

-¿Abrirlos? –dijo Kanon, confundido.

Saga ya se había acercado a Yushiro, que extendió un brazo sin decir palabra. El Caballero de Oro examinó el brazalete, sin encontrar ningún cierre, era como si el objeto estuviera hecho de una sola pieza. Luego lo tocó, y en ese instante el brazalete se abrió y cayó al suelo.

-Justo así –dijo Saori-. Tu turno, Kanon.

-Sí… claro…

Luego de abrir el segundo brazalete como lo había hecho Saga, Kanon le dirigió una mirada cargada de extrañeza a Saori.

-Es como con la vasija de Poseidón. ¿No es un tanto contraproducente el que cualquiera pueda romper tu sello?

-Oh, jamás dije que “cualquiera” pudiera hacerlo.

-¿El sello de Atenea puede ser anulado por un Caballero de Oro? –preguntó Saga-. Pero Kanon no…

-Tampoco dije eso –replicó Saori, con una sonrisa misteriosa.

-Pero, entonces…

La expresión de Saori cambió de repente.

-¿Qué sucede? –preguntó Saga, cortando las preguntas que deseaba hacer Kanon.

-Hay un problema en el Santuario. Debemos regresar de inmediato –Saori se dirigió a Julián-. Temo que nuestro plan tendrá que esperar un poco.

 

El Santuario

 

Kanon y Julián se quedarían unos días en Japón, como invitados de Saori en la mansión Kido y con Yushiro como anfitrión, cosa que haría aumentar de volumen los rumores entre la familia adoptiva de Saori (y los parientes de Julián), mientras Saori y sus Caballeros regresaban a Grecia.

Nada más poner un pie en el Santuario, Shion le informó del ataque sufrido por Aioria y la desaparición de Afrodita.

-Fobos, sin duda alguna –dijo Saori.

-Hemos registrado los alrededores, pero creo que se encuentra en el Areópago. Solo estaba esperando una orden suya para…

-No.

-¿Alteza?

-Los Areidas no le harán daño, no mientras sea el avatar de Niké. No vamos a iniciar hostilidades atacando la casa de Ares.

Mientras hablaba, Saori fingió no ver la manera en que Saga se alejaba disimuladamente de ellos.

 

El Areópago

 

-Es hora –decidió Afrodita.

-¿De qué? –preguntó Astarté.

-Si hay algo de este sitio que desees conservar, ve a buscarlo. Nos vamos.

-¿Irnos? ¡Pero eso es imposible!

-Procura llevar contigo solo lo que puedas cargar. Si tenemos que luchar para abrirnos paso, será mejor no tener estorbos.

-Eh… bueno…

 

Entrada del Santuario

 

Ataviado con la armadura de Géminis, Saga se acercaba a la entrada al Santuario sin haber logrado calmarse lo suficiente como para empezar a formular un plan.

La calma con la que Saori había asumido que Afrodita estaría bien casi había logrado hacerlo gritar con desesperación. Y el que Shion aceptara eso sin discutirlo siquiera…

No tuvo más remedio que alejarse, de lo contrario acabaría diciendo algo de lo que se arrepentiría. O, peor aun, algo que lo que no se arrepentiría.

Por eso, fue un alivio para él escuchar de pronto la voz de MM.

-Me alegra verte –dijo Saga. En verdad era una suerte: había buscado al Caballero de Cáncer en la Cuarta Casa sin hallar el menor rastro, de modo que ya se había resignado a partir sin él cuando lo encontró enzarzado en una discusión con Mu y Aioria justo en los límites del terreno sagrado. Un poco aparte de ellos, Esmeralda los contemplaba con inquietud.

-Y yo me alegro de verte. Ayúdame para convencer a este imbécil de no ir a buscar problemas al Areópago –dijo MM, con aire cansado.

-¿Cómo? –Saga no podía creer lo que acababa de escuchar-. En realidad esperaba que tú me acompañaras al Areópago.

-De ninguna manera.

-¿No estás enterado de que los Areidas se llevaron a Afrodita?

-Sí lo estoy, desde que Leo llegó con la noticia. Y también estoy enterado de que la orden es esperar hasta que Atenea ordene otra cosa.

-¿Y desde cuándo sigues las órdenes?

MM reaccionó como si Saga acabara de abofetearlo.

-¡Puedes acusarme de muchas cosas, Saga de Géminis, pero jamás he desobedecido una orden del Patriarca!

Esta vez fue Saga el que reaccionó mal.

-¡¿Estás refiriéndote a Arles?!

-Sí. Y también a Shion. El jefe manda, yo obedezco.

-¡Estamos hablando de Afrodita! ¿No crees que está en peligro?

-Tal vez. Pero no voy a ir en su busca. No esta vez.

-¿Por qué no? –reclamó Saga.

Los ojos de MM se desviaron hacia Esmeralda por un segundo.

-Tengo una responsabilidad aquí –respondió en voz baja.

Saga inclinó la cabeza y el cabello ocultó sus ojos.

-Me disculpo. No debí tratar de obligarte a elegir entre Afrodita y tu hermana.

-No estoy escogiendo entre mi hermana y mi sorellina, eso sería imposible –dijo MM, repentinamente irritado-. Estoy escogiendo confiar en que Lucy puede cuidarse y que Atenea ya nos habría enviado en su búsqueda si no fuera así. ¿No confías en tu diosa, Saga?

Fue bastante complicado para el Caballero de Géminis resistir la tentación de borrar la sonrisa cínica de MM a puñetazos.

-Sé que tienes razón, es solo que eso no me sirve de nada.

-Diantres, Saga…

-No te preocupes, iré solo.

-Solo, no. Yo voy también –intervino Aioria.

MM hizo un gesto de exasperación.

-¡Y sigues con eso! De entre todos los payasos del circo, eres uno de los que menos esperaba ver en el desfile –declaró.

-No estoy cien por ciento seguro de qué quisiste decir con eso, pero intuyo que hay un insulto en alguna parte.

-No sería raro –admitió MM-. Pero, ¿no crees que tu hermano mayor puede tener algunas objeciones a que vayas así a…?

-Y yo que creía que te preocupaba tu novia.

La sonrisa de MM se congeló y luego desapareció. A pesar de que veía cumplido (más o menos) su deseo, Saga se sintió todavía más molesto que antes. Si esos dos empezaban un pleito, no habría manera de salir disimuladamente del Santuario.

-¿Saben qué? Lárguense los dos. Que les vaya bien. Si cuando regresen se encuentran con que Lucy volvió por su cuenta, que la diosa se enfadó con ustedes y que nuestro máximo jerarca los desterró a los dos de por vida a la cocina, sepan que yo estaré riéndome –Mu abrió la boca para protestar, pero MM levantó una mano para pedir silencio-. Espera, Aries. Sabes perfectamente que no va a servir de nada tratar de razonar con ellos. Tenemos solo dos opciones: o los detenemos por la fuerza…

-Jah, como si pudieras –terció Aioria.

-…o llamamos a los demás para que nos ayuden a detenerlos por la fuerza. Eso sí que sería épico, pero no resolvería nada. Creo que lo mejor que podemos hacer es permitir que estos dos se salgan con la suya y luego asuman las consecuencias de sus actos.

-Nuestro deber es impedir que hagan una estupidez –dijo Mu, frunciendo el ceño-. Si salen de aquí, estarán haciéndolo en rebeldía y nosotros seríamos sus cómplices por inacción.

-¿O sea que no estás de acuerdo con mi sugerencia y prefieres tratar de detener al más poderoso de los Caballeros de Oro y al tercero más terco de todos los Caballeros de Atenea, sin más ayuda que la mía?

Eso logró que Mu lo mirara con los ojos muy abiertos.

-¿Me vas a ayudar a detenerlos?

Por segunda vez, MM dejó de sonreír.

-…Te hubiera ayudado si no te hubieras sorprendido tanto.

-¿Eh?

-¡Ondas Infernales!

Saga ni siquiera parpadeó cuando Mu desapareció de la vista de todos, pero Aioria saltó hacia delante y agarró al Caballero de Cáncer por la garganta.

-¡¿Qué le hiciste a Mu?!

-¡Quítame las patas de encima, animal! –MM se soltó de un manotazo-. ¡Nada más lo envié al inframundo!

-¡Maldito traidor…!

-¿Ya vas a empezar con los apodos? ¡Deberías darme las gracias!

-¡Eres un psicópata!

-Y tú, un imbécil, pero nadie te lo echa en cara.

-Basta –intervino Saga.

-¡¿Es que no te das cuenta de lo que hizo este…?!

-Sí. Gracias, Cáncer.

-No me lo agradezcas, porque te lo pienso cobrar. Bien caro. Sobre todo si Aries me da una paliza por esto.

-¡¿Géminis?! –insistió Aioria.

-Ah, meheracle –MM giró los ojos con fastidio-. Una de sus especialidades es la teleportación, volverá aquí tan pronto como se dé cuenta de en dónde está. Lo que les da a ustedes dos algo así como medio minuto para alejarse lo más que puedan antes de que regrese.

Saga asintió y empezó a correr. Aioria dudó todavía unos instantes, y lo siguió.

-Angello. ¿Estás seguro de que Lucy no necesita ayuda? –preguntó Esmeralda.

A MM le hubiera gustado poder tranquilizarla, pero Mu eligió justo ese momento para regresar. El Caballero de Aries apareció frente a ellos con una expresión sombría, su cosmos (furioso y al máximo) hacía que se le agitara el cabello como un muy mal augurio de lo que le esperaba al Caballero de Cáncer.

-Hola, Mu –saludó MM.

-Tú –Mu apretó los puños-. Sabes que te buscaste lo que va a sucederte, ¿verdad?

MM hizo una reverencia.

-Desde que llegaste al Santuario te consideré un santurrón insoportable, superado únicamente por Shura y Shaka. Nada más me arrepiento de no haber podido enviarte antes a pasear por el Yomotsu. Bien, ya dije lo que llevo años deseando poder decirte, hágase la justicia, según como sea que la defines.

-¡Un momento! –protestó Esmeralda.

-No te acerques –advirtió MM-. Tranquila, niña, no va a matarme. Puede que me mande al hospital, pero eso no es nada nuevo.

-¡Angello!

Mu titubeó un poco y su cosmos se apagó.

-Dijiste que me habrías ayudado –dijo, sin afirmar ni preguntar del todo.

-¿Eso dije? –MM se rascó la cabeza-. No me acuerdo. Si vas a romperme la cara, sería bueno que empezaras de una vez, me han dicho que es demasiado dura.

-Lo haría con gusto, pero es más urgente que le avise al Patriarca sobre lo que pretenden Saga y Aioria.

Mu les dio la espalda y se alejó escaleras arriba.

-Bueno, esto sí que no me lo esperaba –murmuró MM.

-¿Qué cosa? –preguntó Esmeralda.

-Está subiendo la escalinata para avisar. Es un telépata, igual que el Patriarca, le habría bastado con contactarlo mentalmente.

Esmeralda empezó a sentirse tranquila por primera vez desde el inicio de la discusión.

-¿Está dándoles tiempo para que se alejen más?

-Quién lo diría, ¿verdad?

 

El Areópago

 

Encontrar cómo saltar el muro no fue problema para los Caballeros de Oro, pero avanzar hasta la mansión no fue tan sencillo.

Saga deseaba llamar a Afrodita a gritos, pero sabía que no era prudente: si no podía percibir su cosmos, estaba demasiado lejos como para oírlo o tenía una muy buena razón para permanecer oculto.

Aquel jardín abandonado se había vuelto una jungla. ¿Cómo era posible que las plantas siguieran verdes con la sequía que azotaba el resto de la isla? No tardaron en escuchar ruido de agua, había por lo menos una fuente en alguna parte del jardín (probablemente más de una) y el sistema de irrigación debía ser realmente bueno.

Siguieron avanzando hacia donde distinguían (entre los árboles y la maleza) lo que debía ser el edificio principal. Era un trabajo arduo el abrirse paso.

Ya iban más o menos por la mitad cuando se encontraron (o, más bien, Aioria casi chocó) con un chacal. El animal (una hembra, por más señas) estaba echado en un montón de hojas secas y se levantó al verlos. No parecía asustada y simplemente se quedó mirándolos.

-Un chacal dorado –dijo Saga, en voz baja-. Originarios de Egipto, creo.

La hembra de chacal asintió y Saga casi podría jurar que sonreía.

Por supuesto, si era un animal sagrado, quizá tendría la extraordinaria inteligencia que llegaban a adquirir algunas de las mascotas de los dioses. Repentinamente esperanzado, decidió hablarle.

-¿Perteneces a Ares?

El chacal ladeó la cabeza un momento y luego asintió. La impresión de que sonreía se hizo más fuerte y Saga decidió interpretar aquello como un “más o menos” algo socarrón.

-Soy Saga de Géminis y él es Aioria de Leo, servimos a Atenea. Estamos buscando a un amigo. Tenemos razones para creer que lo trajeron aquí en contra de su voluntad. ¿Tienes alguna idea…?

El chacal no lo dejó terminar, asintió con brusquedad, dio media vuelta, avanzó unos pasos y lo miró. Evidentemente, estaba invitándolos a seguirla, y los Caballeros obedecieron.

Con suma facilidad, el chacal los guió hasta una puerta secundaria y dentro de la mansión, como si supiera exactamente a dónde debían ir. Probablemente así era.

-¿Seguro de que deberíamos estar siguiendo a un animal que pertenece a Ares? –preguntó Aioria.

-¿Se te ocurre una idea mejor?

-¿Cómo sabes que no es una trampa?

-Lo lógico sería que lo fuera.

-¿Y lo dices tan tranquilo?

-¿Esperabas que esto fuera fácil?

Aioria guardó silencio unos instantes. En días como ese, resultaba demasiado difícil conciliar la idea de que Saga y Arles habían sido la misma persona. El falso Patriarca siempre estaba tramando planes, unos tras otros, unos dentro de otros. Saga, por otro lado… ¿estaba improvisando?

-No estás siendo muy racional, Géminis.

-Creo que este no es el momento más apropiado para psicoanalizarme.

Ciertamente, no lo era, y Aioria decidió que era más prudente guardar silencio, al menos por un rato.

Era sumamente molesta la sensación que producía el caminar por un suelo pegajoso de mugre. Una parte de la mente de Saga (la parte que lo hacía quisquilloso con el orden y la limpieza) ponderaba (con una voz sospechosamente parecida a la de Febe) que aquello no podía ser solamente polvo acumulado.

Tampoco podía ser un infortunado accidente con cera sobre un piso no del todo limpio.

El chacal se detuvo ante una puerta, que empezó a rascar con una pata. Luego de intercambiar una mirada, los Caballeros empujaron la pesada puerta y entraron procurando no hacer ruido.

El lugar estaba a oscuras, la única luz con la que contaban era la que provenía del pasillo que acababan de abandonar, pero fue suficiente como para que descubrieran que había alguien… o algo.

-No es Afrodita –murmuró Saga.

-Gracias a los dioses –replicó Aioria. No le agradaba Afrodita, pero no quería sentirse responsable si algo llegaba a sucederle-. ¿Está… muerto?

-Eso parece. Creo que desde hace mucho tiempo.

Quien hubiese sido, lo habían encadenado en el centro de la habitación, de modo que permaneciera de rodillas, pero con ambos brazos extendidos hacia lo alto. Y lo habían dejado ahí.

El cuerpo era prácticamente piel y huesos mal envueltos en harapos que (siglos antes, quizá) habían sido ropa. La piel tenía el aspecto de pergamino antiguo y Saga supo que no se atrevería a tocarlo por temor a que se desintegrara al menor contacto. Solo el cabello (largo, espléndido, de un inusual tono de rojo) parecía estar vivo.

“Una momia” pensó.

A pesar de que su razonamiento lógico le pedía con insistencia alejarse de ahí lo más posible, Saga se adentró unos pasos más en la habitación. Luego de dudar un poco, siguió caminando y se detuvo a unos tres metros de la momia.

Estaba a punto de dar media vuelta y salir de ahí cuando lo que creía un cadáver… se movió.

Aquello levantó la cabeza y lo miró por entre la cascada de cabello rojo.

Sus ojos eran rojos también.

Luego de un instante, los ojos de aquel ser se cerraron, su cabeza se inclinó lentamente hasta quedar en la posición en que estaba cuando los Caballeros de Oro entraron al recinto, la larga cabellera ocultaba de nuevo su rostro por completo.

En ese instante, escucharon un trueno, seguido por el ruido familiar (y largamente extrañado) de la lluvia.

-¿Viste eso? –preguntó Saga.

-¿Qué cosa? –preguntó Aioria, que estaba mirando al chacal.

Antes de que Saga pudiera responderle, los dos percibieron el cosmos de Afrodita elevándose, no muy lejos de donde se encontraban.

Sin decir una palabra, abandonaron la cámara lo más rápido que pudieron y se adentraron de nuevo en largo corredor, siguiendo el cosmos de Afrodita (cada vez más lejano), pero sin elevar el suyo. Si Afrodita estaba saliendo de ahí por sus propios medios, no querían ponerlo en situación de tener que regresar por ellos si detectaba su presencia.

El chacal los siguió luego de mirar largamente lo que quedaba en el recinto.

Ya estaban a poca distancia de la puerta por la que habían entrado cuando alguien les cortó el paso.

 

~***~

 

Para Afrodita no fue ningún problema llegar casi hasta la puerta principal de la casa de Ares, pero, por supuesto, había alguien dispuesto a impedirle salir.

-¿A dónde creen que van? –preguntó Fobos, aburrido.

-¡Te dije que no podríamos escapar! ¡Es imposible! –exclamó Astarté.

-Aprendiz –replicó Afrodita con voz gélida-, esa no es manera de dirigirse a tu Maestro.

-¿“Maestro”? –Fobos sonrió burlón-. Astarté no tiene coordinación ni para mascar chicle y caminar al mismo tiempo, ¿y tú quieres convertirlo en un guerrero?

-No en cualquier guerrero, sino en el próximo Caballero de Piscis.

Las carcajadas fueron estruendosas y Astarté se encogió, deseando desaparecer, pero Afrodita mantuvo la calma.

A decir verdad, no estaba seguro de que su plan funcionara, pero eso no iba a admitirlo en voz alta, mucho menos frente a Fobos.

-Estamos bien informados, ¿sabes? De la misma manera en que nos enteramos de tu situación con Niké, supimos además lo del alicorno. ¿Cómo vas a enseñarle, si perdiste tu veneno y, con él, la capacidad de emplear las técnicas de Piscis?

Afrodita se las arregló para permanecer impasible, aunque deseaba preguntarle si estaba confirmando la existencia de un traidor en la Orden por accidente o con intención. En lugar de demostrar su curiosidad, sonrió con petulancia.

Un trueno se escuchó entonces y, acto seguido, empezó a llover a cántaros.

-No todo es rosas y espinas para un Caballero de Piscis –dijo Afrodita.

-¿Ah, no? ¿Te importaría hacerme una demostración?

-Puesto que tú lo pides.

Elevó su cosmos y se maravilló al darse cuenta de algo había cambiado: seguía siendo color oro, pero ahora tenía también un eco luminoso y transparente que se extendía un poco más allá de los límites de la luz dorada, un brillo extra que no habría notado si fuera por lo bien que conocía su propia luz. ¿Sería la influencia purificadora del alicorno o una demostración de la presencia de Niké? En cualquier caso, en lugar de estar acompañado por un leve ascenso en la temperatura (que era lo normal, por la relación entre los Caballeros Dorados y la luz solar), su cosmos parecía generar una brisa fresca, como recién llegada de la cima de una montaña, y llevaba consigo un aroma que Afrodita no tardó en reconocer: era el perfume que se respiraba en el bosque sagrado del Parnaso. Entonces, ¿el cambio era más bien una manifestación del don de Apolo?

No era un buen momento para detenerse a meditar al respecto y guardó el tema para más tarde.

Nunca había intentado invocar su armadura desde tan lejos, pero sabía que Saga (o, más bien, Arles) pudo llamar la suya desde varios kilómetros. La distancia entre la Casa de Piscis y el Areópago era mayor que entre la Casa de Géminis y el Palacio, pero también era menor que el récord logrado por Aioria durante su primera misión como Caballero de Leo.

Pronto sintió el peso familiar y el conocido abrazo de las piezas metálicas al cubrirlo, pero había algo diferente: la armadura ya no era cálida al tacto, aunque tampoco era tan fría como la de Acuario. Más bien hacía pensar en…

“Agua, agua fresca” comprendió Afrodita. “Luz diáfana, aire limpio, agua fresca. El antídoto no solo actuó sobre mí sino también sobre mi cosmos y sobre mi armadura. El veneno se fue para siempre… pero tal vez no sea una pérdida completa.”

No necesitó mirar la figura que se dibujaba en su cosmos para saber que también había cambiado. Esa imagen era una manifestación del alma de cada guerrero sagrado y evolucionaba junto con su dueño. Si su relación con el Cosmos y con su armadura era diferente, lo natural sería que el cambio se reflejara en su emblema.

Además, la cara de extrañeza de Fobos era un indicador bastante claro de que algo ahí no era lo que esperaba ver.

-¿Carpas, Afrodita? ¿No deberían ser salmones?

Antes lo eran. La leyenda no menciona en qué clase de peces se transformaron Afrodita (la diosa) y Eros al ser puestos en fuga, pero sí que viajaron por ríos y por mar, y luego remontando el Nilo, para llegar a Egipto. Afrodita (el Caballero) siempre los había imaginado como salmones, porque esos peces nacen en ríos, crecen en el mar y luego vuelven a los ríos para reproducirse. Pero tenía ya algún tiempo de estar en contacto diario con unos cuantos japoneses y uno de ellos en particular (Jabu) era muy aficionado a la mitología de su país de origen.

-Las carpas son uno de los símbolos de los samuráis –explicó-, representan el valor y la perseverancia.

-Afrodita… son mascotas. Peces de lujo que se crían por sus colores y cuya carne es incomible.

Auch.

-Son hermosos y muchos creen que solo sirven de adorno…

-¿Estamos hablando todavía de los peces?

-…pero son feroces luchadores y la leyenda afirma que si una carpa tiene el coraje y la fuerza necesarios para remontar la corriente de un río hasta su fuente, gana el derecho de convertirse en un dragón.

-Aun así, no creo que a mi madre y a Eros les haga mucha gracia el que hayas reemplazado sus salmones con carpas.

-Ya no pertenezco a tu madre, tú mismo lo dijiste. Yo no veo de qué podría quejarse tu hermano: “carpa” en japonés se dice “koi”.

-…¿Y?

-Se pronuncia parecido a “amado”.

-¿Te burlas de él o de ti mismo?

Afrodita se encogió de hombros.

-No lo sé, todavía estoy nadando contra la corriente y puede que necesite un poco de humor.

Fobos sonrió divertido.

-Los Hados me ayuden, te has vuelto filósofo. Espero que…

Se interrumpió, solo para quedarse mirando a Afrodita con los ojos muy abiertos.

A pesar de ser una personificación de la Guerra, la diosa Atenea no creía en la violencia. Esa era una de una de las razones por las que sus Caballeros evitaban el uso de armas. Otra tradición, que para muchos tenía el rango de ley, era que un Caballero de Atenea no atacaba primero y (¡mucho menos!) sin advertir primero a su contrincante del destino que le aguardaba si no se rendía.

Afrodita acababa de atacar, mientras Fobos todavía estaba hablando.

La maniobra había sido por demás extraña: el Caballero de Piscis sujetó a Astarté por un brazo, con lo que era inevitable que lo hiriera con los filos de la armadura, y usó la sangre del muchacho en lugar de la suya para crear las rosas que acababa de lanzarle al dios del Miedo.

-Ya no tengo veneno, pero mi aprendiz tiene un poco –aclaró, en forma totalmente innecesaria.

Fobos miró a Astarté. El muchacho estaba paralizado de espanto (lo cual era una suerte para él mismo, si entraba en pánico y trataba de soltarse, podría herirse seriamente) y miraba como hipnotizado la sangre que resbalaba por su brazo. La herida ya estaba cerrándose con la velocidad característica, pero a Afrodita le bastaría con un movimiento para hacerle otra.

-Claro, adelante –logró decir Fobos, recuperando (con dificultad) una pose más digna-. Lucha contra un dios y, por mí, puedes continuar hasta que tu aprendiz se desangre por completo.

Astarté gimió, aterrado (justo lo que esperaba Fobos), pero Afrodita sonrió y señaló las heridas que le había hecho con las rosas.

-No sabía que el icor es dorado –comentó.

-Pues ya lo sabes.

-Me pregunto…

-¿Qué?

-Mi veneno provenía de Medusa, que era hija de Forcis y Ceto y, por lo tanto, de origen divino. Tú eres un dios… ¿será posible hacer rosas con tu sangre?

-¡¿Qué?!

Con horror, Fobos advirtió que el cosmos de Afrodita actuaba sobre él y de sus heridas (simples arañazos sin importancia) ahora caían pétalos en lugar de gotas.

-No es suficiente –dijo Afrodita-. Astarté, lo siento, voy a hacerte otro corte. Necesito que él sangre con más abundancia para hacer rosas completas. Si logro hacerle una herida bastante grande, tal vez logre convertir en rosas todo el icor dentro de sus venas.

Fobos gritó y se cubrió la cara con los brazos al sentir sobre sí una segunda lluvia de rosas, mucho más nutrida que la primera.

Las rosas que empezaron a acumularse a sus pies, creadas a partir de su sangre, eran amarillas y bastante parecidas a las Golden Pride, pero despedían una luz azulada y fantasmal, como la de un fuego fatuo. Su perfume, además, completamente distinto al de cualquier otra flor, aturdió al dios del Miedo y lo hizo caer de rodillas.

Desde donde estaba, escuchó a Afrodita acercarse y lo vio recoger una rosa para examinarla.

-No hay veneno en tu sangre –comentó Afrodita-, pero sí hay algo. ¿La esencia del Miedo, quizá?

Fobos gimió. Afrodita enarcó una ceja. Era demasiado rara la idea de que al dios pudiera afectarlo así su propia sangre.

-¿Puedes conseguirme un frasco con tapa, Astarté?

El muchacho buscó en su maleta (con manos un tanto temblorosas) y le tendió una botellita de perfume que Afrodita vació para recoger una muestra de la sangre dorada de Fobos. 

-Bien, creo que esto será todo. Que tengas un buen día, Fobos. Vamos, Astarté.

-S-sí… Maestro…

~***~

 

Por unos segundos, Saga solo pudo preguntarse qué diantres era aquello. Era casi tan alto como él y vestía de negro, pero se cubría el rostro con una máscara blanca cuya parte superior se parecía un poco a una corona, y tenía una capa de colores chocantes, de la que Saga no supo si era así por el diseño de la tela o por una infinidad de parches y remiendos.

Para rematar, aquella aparición empuñaba un cetro terminado en una cara sonriente (aunque nada tranquilizadora) que tenía un gorro con cascabeles.

¿Aquel sujeto era un bufón?

-No deseo pelear –dijo Saga-. Apártate de mi camino y me iré sin causar molestias.

El otro sacudió la cabeza y desenvainó lo que Saga había confundido con un cetro y resultó ser en realidad un cuchillo de doble filo.

-No es buena idea usar eso contra el portador de una armadura –advirtió el Caballero de Géminis.

El otro se encogió de hombros, sujetó bien el cuchillo con la mano derecha y le hizo una señal con la izquierda, invitándolo a atacar.

Saga atacó de inmediato. Su intención era incapacitarlo con un golpe rápido, ya que estaba convencido de que debía ser solo un sirviente intentando ser leal a sus amos, no había por qué ensañarse. Pero las cosas no resultaron como esperaba. El enmascarado se movió con rapidez superior a la de un Caballero de Plata y Saga pudo escuchar el rechinido de metal contra metal al tiempo que sentía una línea de dolor trazándose en su brazo derecho.

Contempló con sorpresa una larga rajadura en el brazal dorado. Había sufrido solo un rasguño, pero una hoja que pudiera penetrar así el metal sagrado de una armadura tenía que pertenecer a un arma fuera de lo común.

-¿Estás bien, Géminis? –preguntó Aioria.

-Quédate donde estás y no intervengas –ordenó Saga antes de mirar de nuevo a su oponente-. ¿Quién eres? –preguntó intrigado.

-¿Acaso importa?

La máscara pareció fundirse sobre el rostro de su dueño. Surgieron rasgos y colores en lo que había sido metal blanco y liso. Saga se quedó mudo por un instante, aquella persona era idéntica a Afrodita…

…excepto por un detalle: sus ojos no eran azul claro como los del Caballero de Piscis, sino que uno (el derecho) era azul y el otro (el izquierdo) era negro.

-Excelente imitación. Hasta tu voz se parece a la de Afrodita, pero n es un trabajo lo bastante bueno como para engañarme.

El falso Afrodita sonrió displicente.

-Si mi intención fuera engañarte con su rostro, no habría cambiado de apariencia frente a ti. Y no acepto ese comentario de que mi trabajo no es bastante bueno.

-Soy el Caballero de Géminis. Sé bastante de ilusiones como para juzgar la calidad de una.

-¿Ah, sí? ¿Qué opinas de esto?

La apariencia del enmascarado cambió otra vez. Ya no era casi tan alto como Saga, sino que parecía ser de su misma estatura; su cabello pasó a ser una larga melena gris y su ropa se transformó en una túnica oscura.

Ahora era el rostro de Saga el que lo contemplaba como desde un espejo.

-¿Arles…?

Muy a su pesar, Saga estuvo a punto de retroceder. Pero no, un ojo negro, un ojo azul. No era Arles. No podía ser Arles…

-No eres tú. Imposible.

-¿Seguro? –aquella era, sin duda alguna, la sonrisa burlona de Arles; la sonrisa que convertía su rostro en el de un demente; la razón principal por la que Saga prefería no sonreír.

-No eres real. ¡Nunca lo fuiste!

-Error. Error. Soy tan real como tú. Puede que incluso más. Ah… piénsalo un poco: si nunca existí, ¿quién cometió todos mis crímenes?

-¡No!

-…Solo podrías ser tú, ¿verdad?

-¡No!

-¿En qué clase de monstruo te convierte eso?

-¡Cállate!

Saga alcanzó a ver un borrón castaño pasar por su lado, y una expresión de sorpresa en el rostro de “Arles” al momento en que el chacal lo atacó.

“Arles” hizo una mueca de dolor, pero no emitió ninguna queja, sino que cambió de aspecto una vez más. Su cabello se volvió rojo y lacio, como el de la momia, su estatura disminuyó y sus rasgos se volvieron más suaves. Saga se sorprendió a sí mismo pensando con extrañeza que aquella persona (o lo que fuera) se parecía a Saori.

-¿Atacándome para defender a un mortal? –exclamó el otro con tono ofendido-. ¿Pero qué pasa contigo? ¿Por qué no puedes ser más como tus hermanas?

El chacal gruñó y apretó más los dientes.

-Y además, grosera. Podrías seguir el ejemplo de Harmonía o de Eris y se un poco más… femenina.

El chacal seguía prendido del brazo derecho, que era el que sostenía el cuchillo. El desconocido tomó el arma con la mano izquierda y golpeó al animal, aunque (para sorpresa de Saga) no lo hizo con la hoja, sino con la empuñadura.

El chacal soltó su presa y cayó al suelo con un gemido. El desconocido le dirigió una mirada sombría.

-Esperaba más de ti. Date cuenta que no es ninguna sorpresa el verte rondando por aquí. Tú y tus hermanos siguen con vida solo porque yo lo permito.

-¡Déjala en paz! –ordenó Saga-. Tu contrincante soy yo.

-Ciertamente –respondió el otro. Sus rasgos volvieron a desaparecer bajo la máscara blanca-. Debería acabar con esto de una buena vez.

-¡Amo! –Meliseo llegó corriendo-. ¡El avatar escapó!

-Ah, interesante –respondió el otro.

-Pero… ¡está herido!

-Solo un mordisco, cortesía de la niñita…

El chacal le gruñó al daimon, este frunció el ceño y pronto se escuchó un zumbido que dominó el rumor de la lluvia. Aioria descubrió con sorpresa que había de repente miles de abejas alrededor de ellos, como si estuvieran esperando una orden para atacar.

-Qué encanto –dijo el enmascarado con un tono completamente sarcástico-. Y luego se dirá que tuvo que rescatarme una nube de insectos porque no pude contra una sola cachorra. Dile a tus abejas que se retiren.

-Pero, Amo…

-Que el avatar no esté aquí no supone mucha diferencia. Déjalos ir.

-¡¿Amo?!

El enmascarado se dirigió de nuevo al chacal, como si Saga y Aioria simplemente estuvieran pintados en la pared.

-Sabes que podría matarte si quisiera, pero no lo haré. A diferencia de Zeus, yo no soy un asesino de niños.

El chacal gruñó de nuevo, alzando la cabeza, pero se dirigió a la puerta.

-¿Y ustedes dos, qué esperan? –dijo el enmascarado a Saga y Aioria-. Márchense con ella. ¿O es que prefieren mi hospitalidad?

-¿Quién eres? –preguntó Saga de nuevo.

-Alguien que va a reconsiderar su decisión de dejarte ir si no dejas de preguntar estupideces y te marchas ahora mismo.

-Vámonos, Géminis –dijo Aioria, tirándole del brazo.

Saga asintió, preocupado, y siguió a Aioria y al chacal fuera de ahí.

-¿Qué vamos a hacer con ella? –preguntó Aioria, una vez que estuvieron en camino hacia el Santuario.

-La Casa de Géminis no es un buen lugar para mascotas de los dioses… -Saga iba a proponer que Aioria acogiera al chacal en la Casa de Leo, pero se interrumpió al darse cuenta de que el chacal ya no estaba con ellos. Se había desvanecido sin dejar rastro.

 

El Palacio del Patriarca

 

-Afrodita regresó –dijo Saori de repente.

Shion la miró sorprendido.

-¿Segura?

-Hace un rato que cruzó las primeras Casas, llegará aquí en un rato.

-¿Y Saga y Aioria?

-Están de camino, acaban de abandonar el Areópago.

-Entonces… ¿debemos prepararnos para una guerra contra Ares?

Saori sacudió la cabeza con un gesto preocupado.

-Si Ares tuviera un problema conmigo, vendría en persona y atacaría sin más trámites, es incapaz de planear una estrategia y no comprende los rencores largos. Infiltrar un traidor en mi Orden, la sequía y ahora esta tormenta… Nada es propio de él.

-No olvides lo que dijo Eris sobre las Grayas.

-Ella mintió. Todavía no sé si en todo o en parte, pero mintió.

-¿Por qué estás tan segura?

-Porque es la Discordia. ¿Piensas castigar a Saga por esto?

El giro en la conversación era brusco y a Shion no le gustó, pero quizá era mejor encarar ese problema lo más pronto posible.

-Van dos veces. Por menos que eso, muchos han conocido el Cabo Sunión por dentro.

-De ninguna manera –dijo Saori de inmediato.

-No, claro que no, pero esta vez tendré que tomar una medida más seria que ponerlo a ordenar un sótano.

Saori asintió en silencio y empezó a trenzar y destrenzar su cabello.

-Sabes lo que está haciendo, ¿verdad?

Shion se preguntó para sus adentros si esa era una pregunta retórica o si Saori lo preguntaba en serio.

-¿Mordiendo el freno? ¿Retando mi autoridad? ¿Dejando bien claro el hecho de que no confía en mi capacidad para manejar una situación de emergencia?

-Eso también, pero me refería a que parece creer que es el único miembro de la Orden al que le preocupan sus amigos.

-Tonte… -empezó Shion, pero se detuvo y reflexionó al respecto-. Se siente responsable por ellos, ¿es eso?

-Arles tal vez no convirtió a Máscara Mortal y Afrodita en lo que llegaron a ser, pero estoy segura de que contribuyó mucho. Tal vez no obligó a Shura a creer que el honor era suficiente razón para condenar a muerte a su mejor amigo, ni fue quien hizo que Shaka empezara a creer que una vida humana es menos valiosa que un universo ordenado, pero no evitó que tomaran esos caminos. Como mínimo, se aprovechó de las debilidades, de la confianza y de la inocencia de los cuatro.

-¿“Inocencia”, dices?

-Confiaron en él porque creían firmemente que era mejor que ellos. Dime si eso no es inocencia.

-Ingenuidad, tal vez.

-Quizá.

-Es protector con Shura y Aioria, y un poco también con Shaka, aunque los evita a los tres tanto como puede. Pero cuando se trata de Máscara Mortal, de Afrodita o de Kanon, se vuelve irracional por completo.

-Sobre todo con Afrodita y Kanon.

-Nunca pensé que diría esto, pero en este preciso instante me alegra que Kanon haya puesto algo de distancia. Si llegara a darse cuenta de lo mucho que depende Saga de él, no tardaría en manipularlo.

-Él no…

-Sí lo haría, hasta sin proponérselo. O, peor todavía, con buenas intenciones. Créeme, hija, conozco bastante bien a estos hermanos tuyos… y creo que tú también. ¿Qué le pidió Cástor a Atenea cuando ella ofreció cumplirle un deseo?

-El don de la elocuencia –respondió Saori con una sonrisa.

-¿Y qué hizo en cuanto se lo concediste? ¿Ejercer la abogacía? ¿Convertirse en un gran estadista?

-…Meter a Pólux en un enredo monumental que involucró las vacas de Apolo, el trigo sagrado de Démeter, unos caballos de Poseidón, la última náyade del río Eridano…

-Y todo eso solo para que su pobre y agobiado padre no tuviera más remedio que permitirles participar en la búsqueda del Vellocino de Oro antes de que acabaran con el reino.

-Oh, eso fue una aventura genial.

A Saori le brillaban los ojos de entusiasmo. Shion se llevó una mano a la frente con un gesto melodramático.

-Para ellos, que fueron a divertirse. Para los que nos quedamos en casa, temiendo recibir en cualquier momento la noticia de que se habían ahogado, que los habían aplastado las Simplegades o que se los había comido un dragón, no fue tan agradable.

-Es verdad, lo siento –dijo Saori, un poco avergonzada-. Pero éramos jóvenes y entusiastas y…

-Y se sentían con el deber de cambiar el mundo, desfacer entuertos y demás yerbas.

-La justicia estaba de parte de Jason.

-¿Sí? Mejor no nos metamos con el asunto de quién cometió el primer crimen en esa familia, es terreno pantanoso.

-Tienes respuesta para todo, ¿no?

-Hija, soy tu padre. Es mi obligación.

Ambos estallaron en carcajadas, que tuvieron que dominar a toda prisa cuando un sirviente anunció que el Caballero de Piscis pedía audiencia.

Saori ya empezaba a acostumbrarse a la obsesión de Afrodita con el protocolo, pero no esperaba que se arrodillara frente a ella como cuando le había jurado lealtad al regresar del Hades.

-¿Afrodita…?

-Salve, diosa Atenea. Su Santidad.

Saori intercambió una mirada con Shion, que había puesto mala cara, como siempre que escuchaba a alguien llamarlo por ese título.

-Bienvenido.  Nos complace que hayas vuelto sano y salvo –dijo Saori, siguiéndole la corriente a Afrodita.

-Gracias, Alteza. Con su perdón, hay algo que debo comunicarle a ambos.

-Habla.

-He vuelto con un aprendiz.

Hasta entonces fue que advirtieron al muchacho que permanecía en la entrada, mirándolos con ojos asustados.

“Umbriel ha vuelto a casa” pensó Saori con angustia, “la historia intenta repetirse una vez más.”

-¿Estás seguro, Afrodita? Y, por favor, ponte de pie.

-No hay dudas al respecto, Alteza. Astarté tiene las condiciones necesarias para ser un Caballero de Piscis, incluso ha empezado ya con el proceso para lograr la sangre de Medusa.

-Ya veo. ¿Astarté? Acércate, por favor.

El muchacho obedeció y Saori lo contempló largamente.

-Es demasiado mayor para iniciar el aprendizaje –dijo Shion, que estaba tan angustiado como Saori.

-Sin embargo, es mi aprendiz.

-Solo si Atenea y yo lo aprobamos, ¿recuerdas? Se trata de uno de los honores más grandes para un miembro de la Orden y puede que a mí me parezca que todavía no estás listo para esta responsabilidad. Hay otros Caballeros de más edad y experiencia…

-Ninguno de los cuales puede enseñarle las técnicas de Piscis.

-Si mal no recuerdo, quien te educó a ti no conocía ninguna de esas técnicas.

-Es cierto –Afrodita inclinó la cabeza-. Supongo que me precipité, es la diosa quien debe juzgar.

Saori suspiró.

-Te doy la bienvenida, Astarté de la Casa de Piscis. Mientras dure tu noviciado, estarás bajo la autoridad del Caballero Afrodita de Piscis, del Patriarca Shion y de mí misma. La autoridad del Patriarca está por encima de la de tu Maestro y mi palabra será la última en cualquier asunto. ¿Está claro?

No era la fórmula habitual para recibir a un aprendiz y Afrodita enarcó una ceja, intrigado, pero ya Astarté estaba aceptando la imposición de Saori.

-Por supuesto, Alteza.

-Bien. Afrodita, los dos deben tener mucho que organizar, pero espero que me visites mañana, necesito conversar contigo.

-Sí, Alteza.

-Ahora solo tenemos un problema –dijo Shion-. Saga y Aioria fueron a buscarte.

-…Pero qué imbéciles.

Afrodita hizo una reverencia ante Saori, dio media vuelta y estaba a punto de marcharse…

-¡Muro de Cristal!

Logró detenerse justo a tiempo para no estrellarse contra la pared nacarada que se alzó en el aire.

-¿A dónde crees que vas? –preguntó Shion.

-A rescatar a mis rescatadores.

Shion sacudió la cabeza.

Se daba cuenta de que, desde la partida de Kanon, Afrodita se había esforzado por ser amable con él. Incluso de vez en cuando creía vez chispazos del carácter dulce y noble de Albafika, pero en ese momento, su enojo frío y actitud desafiante proclamaban no al Caballero de Piscis, sino al lugarteniente de Arles.

-Acabas de presentar tu primer discípulo ante Atenea y ya pretendes entrar en combate. No puedes. Enviaré a alguien más a buscar a ese imprudente, pero tú tienes una responsabilidad.

Afrodita se quedó mudo por un instante. Cualquier otro habría tratado de imponerle su autoridad, pero Shion había dado de inmediato con el razonamiento adecuado: sabía que Afrodita conocía de memoria casi todo el reglamento y lo atacó con eso precisamente. Un Caballero que tuviese discípulos no era elegible para misiones arriesgadas a menos que fuera la única persona capacitada en toda la Orden. Y en ese momento había Caballeros más que suficientes para hacerse cargo del problema.

No le quedó más remedio que bajar la cabeza.

-Le ruego disculpe mi impertinencia, Su Santidad, no volverá a suceder.

-Pueden retirarse ambos.

-Sí, Maestro Shion. Con su permiso, Alteza.

Shion esperó hasta que Afrodita y Astarté salieron para mirar de nuevo a Saori, que tenía un gesto sombrío.

-¿Qué haremos, hija?

-Por el momento, vigilarlos.

 

Casa de Géminis (esa noche)

 

Saga regresó al Santuario esperando ser recibido con regaños y un castigo, pero, para su sorpresa, tanto Shion como Saori parecían demasiado preocupados con algo más y simplemente le dijeron a él y Aioria que hablarían seriamente con ambos en otro momento.

De regreso a la Tercera Casa intentó hablar con Afrodita, pero el cosmos del Caballero de Piscis le indicó que cruzara el templo sin detenerse, percibió algo de irritación y decidió que era mejor no presionar.

Una vez en Géminis, envió a la armadura a su sitio y fue a bañarse. No había dejado de llover en ningún momento desde aquel trueno solitario y tanto él como Aioria habían vuelto completamente empapados.

Se puso ropa seca, pensando en si sería mejor prepararse algo de comer o llamar a Kanon por teléfono, cuando se miró por casualidad en el espejo.

Mientras se contemplaba, algo cambió.

En el reflejo, su cabello se volvió rojo, del mismo color que la sangre.

Retrocedió a toda prisa, trastabilló y cayó sentado. En el espejo, su imagen siguió en pie y más bien lo contemplaba con una ceja enarcada.

Los ojos de su imagen eran rojos también.

Continuará…

 

 

Notas:

Las carpas que se vuelven dragones: pues eso dice la leyenda… si suena parecido a la evolución de un pokémon, es porque el pokémon está inspirado en la leyenda y no al revés.


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