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Bajo el mismo escenario por Valeria15

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Bajo el mismo escenario

Invierno - Tercera entrada

~Muchos le llaman la época del desamor, del dolor, pues hace frío y tu corazón se estruja gracias a este..., pero dime; ¿No crees que es el mejor momento para buscar calor en el corazón de otro?~

Simplemente no podía creerlo. Gruñó mientras se tapaba su rostro con ayuda de su almohada, ¿enserio Hidan planeaba marcharse?, ¿por qué?, bueno, estaba más que obvio que había pasado algo con Kakuzu, ¿pero qué y por qué no se lo decía? Lo conocía desde que eran pequeños, aunque aquel le llevaba dos años; lo había conocido una vez cuando Hidan chocó con él mientras escapaba de una panadería, con —obviamente— comida robada; era divertido y aterrador, con sólo nueve años andaba robando comida por ahí, aunque tenía sus motivos. Recordaba con la emoción que le había contado sobre su religión y como sus padres habían sido sacrificados por esta, al rubio siempre le aterró un poco aquel hecho, pero trataba de no prestarle importancia; a Kakuzu lo había conocido hace un año y medio, acosaba a Hidan desde que le había robado uno de sus celulares, él no había presentado cargos, porque se había interesado en el albino, además de que su celular había sido devuelto, claro.

Hidan era su mejor amigo, su hermano y su única familia; podía contar a Kaomi, pero ella sólo era una ama de llaves, le pagaban por estar ahí, Hidan se mantenía por su voluntad y pensó que siempre sería así, pero.., ¿ahora se iba?, no le molestaba que quisiera ir a donde estaba su religión y posiblemente el único miembro de su familia biológica, pero, él no quería y lo sabía, simplemente no quería admitir lo que había sucedido —qué vaya a saber qué había sido—, no quería admitir que le dolía, en fin, que amaba a ese —en palabras de Hidan— idiota avaro del que siempre estaba hablando; en opinión de Deidara, no era un idiota —para qué mentir diciendo que no era un avaro—, simplemente estaba vacío, justo como el albino y creía que si Hidan cedía un poco más ante su orgullo y el otro dejaba de intentar fastidiarlo, todo iría de maravilla, pero bueno, eso nunca pasaría, ¿verdad?

Arrastró un poco la almohada por su rostro dejando que sólo tapara su boca y miró el cielo raso; tenía tantas cosas en la mente. Sasori, el definitivamente era una de esas cosas, ¿y por qué no decirlo?, no lo veía desde la escuela y de eso ya iban.., ¡dos días!, bien, tal vez estaba exagerando, pero no había podido evitar sentirse horrible el día en que lo abandonó—¿así fue?— en la puerta de su casa; quería verlo, ¿y por qué?, no quería saberlo ni pensarlo, simplemente quería estar con él, pero el hecho de ir a su casa le asustaba —quién sabe porqué— y la única escusa que tenía para verle, que era la escuela, había desaparecido, sí, por primera vez en toda su vida se atrevía a despreciar las vacaciones, pues qué tenían de bueno si…, si él no estaba en ellas.

Hubiera seguido divagando por horas para finalmente, en algún momento, dormirse, una siesta no le haría mal, pero algo lo interrumpió; ¿la puerta? Kaomi había salido hacía unos minutos, no podía ser que fuera ella, ¿o sí?

No dijo una sola palabra; algo le dijo que no debía hacerlo. La puerta volvió a ser tocada; aquellos dos golpes algo bruscos, definitivamente no era Kaomi, pero entonces, ¿quién era?

La puerta estaba cerrada con llave y no tenía porque temer, no era un debilucho, pero ¿por qué era que le aterraba que no fueran unos ladrones?, ¿por qué le aterraba que fueraalguien más? Además, los ladrones no tocarían la puerta, creo.

De nuevo. Esos dos golpes, esa forma de tocar la puerta, esa manera de hacer que su pecho se oprimiera, esa sensación de que algo estaba fuera de lugar.

Su almohada quedó a un lado, se sentó en la cama, sus azulados orbes no podían despegarse de aquella puerta, ¿por qué el otro no reclamaba que no abriera?, ¿pensaría que estaba dormido?, hubiera sido genial que así fuera:

—¿Deidara-kun? —preguntó la dulce voz del ama de llaves, parecía algo apenada.

—¿Kaomi?, ¿pasa algo? —se alivió el rubio mientras se levantaba de la cama y comenzaba a caminar a la puerta, aunque, por alguna razón, aun tenía esa horrible sensación de que algo malo iba a pasar y quién sabe, tal vez no estaba del todo errado.

—¿Puedes abrir? —la mano que se dirigía a la puerta se detuvo automáticamente al escuchar la voz que pregunto eso.

—¿Qui…, quién es…, ese? —dijo el rubio temiendo lo peor.

—¿Ese? —reclamó el hombre del otro lado de la puerta—, ¡oh, vamos!, no puedes recibirme así luego de todos estos años.

Sus ojos, sus labios y podría decirse que todo su cuerpo; temblaban, sus dedos sobre aquella pequeña llave puesta en la cerradura de la puerta parecían carecer de fuerza para girarla; no podía ser cierto.

Cerró sus ojos con fuerza pero antes de que pudiera hacer nada una imagen se posó dentro de su cabeza, era aquel, ¡aquel maldito hombre!, su mirada se desvió una décima de segundo a la ventana que se encontraba por detrás de sí, ¡podría salir por esa ventana e irse a la mierda! Bueno, de más está decir que la idea fue descartada automáticamente, sino no hubiera sido necesario comenzar a girar aquella llave —aunque se estaba tardando milenios en hacerlo—.

—Vamos, ¿acaso la cerradura está dañada? —se impacientó aquel hombre, podía sentir aquella asquerosa sonrisa en su rostro.

Deidara frunció el ceño, no podía estar diciendo esas cosas, ¿acaso creía que había ido a la tienda por víveres y vuelto?, es más, ¿qué se creía entrando así a su vivienda?, ¿quién diablos se creía?, porque su padre no lo era ya hace mucho tiempo.

Volvió a bajar sus parpados intentando imaginar que todo aquello era una pesadilla, una horrible pesadilla, que en realidad, se había quedado dormido hacía rato en aquella cama mientras pensaba en Sasori —¿y por qué en él?—, que en realidad, no estaba viendo aquel rostro; aquellas cejas rubias y su cabello enmarañado, por el amor de dios, díganle que no estaba viendo aquellos ojos cafés ni tampoco sintiendo esos brazos sobre sus hombros, díganle que todo aquello había desaparecido y que su puerta seguía cerrada con llave, que Kaomi seguía aún en el mercado y que aquel hombre en Estados Unidos.

—Qué... ¿Qué haces aquí, h'm? —preguntó el rubio sin poder quitar su expresión atónita.

—¿Acaso no puedo visitar a mi hijo? —aquella pregunta fue la gota que rebalso el vaso, ese tono inocente y cariñoso, casi paterno, ¿cómo se atrevía a usarlo con él?, ¿acaso todo había sido una broma para él?, el hecho de que en todos estos malditos años lo había abandonado, ¿era una broma para él!?

No le importaba si Kaomi seguía cerca suyo, sólo sentiría lastima por ella si presenciaba la escena a la que iba dar a lugar, luego se disculparía, pero aquellas palabras no podían quedarse ahí atrancadas, en su garganta, tenían que salir.

Un lento movimiento se deshizo del agarre de las manos del mayor a sus hombros; los labios le temblaban, igual que sus parpados, aunque de todas formas los abrió; sus enormes orbes celestes se fijaban en aquellos marrones, el odio de los años acumulado, eso debía ser.

—Tú… ¿viniste a visitarme, h'm? —estaba a punto de soltar una risa y una maldita sonrisa surcaría sus labios, ¿era enserio?— A ver si entiendo —dijo comenzando a temblar un poco— luego de todos estos años dejándome aquí, ¿vienes a visitarme?

El mayor pareció amagar a responder —a defenderse—, pero la voz del rubio volvió a oírse:

—¿Acaso es una maldita broma!? —gritó sintiendo sus ojos nublarse—, ¡no soy un maldito perro que dejaste en la veterinaria por una semana de viaje! —el rubio estuvo a punto de subir sus manos a su cabeza para comenzar a jalarse de los cabellos, pero a medio camino las detuvo bajándolas con fuerza mientras retrocedía negándose con la cabeza—, estás demente si piensas que voy a hablar contigo como si fueras mi padre, más vale hazme un favor y vuelve a tu maldito país con tu maldita casa y ¡tu maldito trabajo!

—Este es mi hogar, ¡nuestro hogar! —intentó defenderse el mayor mientras comenzaba a caminar en dirección del rubio que seguía negando con su cabeza.

—Este lugar dejó de ser un hogar para mi hace mucho tiempo —fue lo último que llegó a balbucear antes de darse vuelta y comenzar una carrera hacia la puerta, que por suerte, estaba cerca.

Pudo escuchar como su padre lo llamaba mientras bajaba las escaleras a toda velocidad, incluso luego de salir de la casa y echarse a correr su voz llegaba a oírse, bueno, tal vez sólo retumbaba en su cabeza.

No sabía en qué momento habían comenzado a caer sus lágrimas, ni tampoco cuando había comenzado a detenerse. Se sentía en el medio de la nada, ¿qué acababa de pasar?

—Deidara.

Si mal no lo recordaba, el hombre del correo le había dicho que hoy le llegaría su carta a aquel hombre, sólo le quedaba esperar a que éste lo llamara a su —nuevo— celular, la exasperación con la que abría y cerraba aquella tapita acabaría por romper el aparato; era impaciente, quería que lo llamara ahora y le respondiera todas esas preguntas que —gracias a Deidara— ahora rondaban en su mente. Terminó por dejar la tapa de su celular abierta y mirar la hora, el hecho de saber que ya se había pasado el momento de almorzar y más bien era la hora de la siesta lo obligó a levantarse de aquella casi incomoda silla, donde había permanecido sentado desde hace más de media hora, y encaminarse a la heladera; gracias al dinero que le había mandado el Sr. Bauer—ya que ni siquiera contaba con el nombre de pila de aquel hombre— había salido por víveres, ahora su refrigerador se encontraba lleno de refrescos, más, su almacén que estaba lleno de patatas fritas, oh sí, sería un delicioso almuerzo.

El crujir del empaque de frituras fue lo único que llegó a escucharse en toda la casa, y casi pareció que en todo el maldito universo. La vida a veces era muy solitaria, y solía ser buena, suele serlo, pero ahora mismo se lamentaba de que Deidara lo haya mandado al diablo —por no pensar en alguien más que le pudiera hacer compañía—, suspiró encogiéndose de hombros mientras metía su mano dentro de aquel paquete, no le quedaba de otra, era alguien solitario; aunque no porque quisiera..., ¡oh, vamos!, ¿era enserio?, ¿se estaba sintiendo solo?, por el amor a Jashin, eso no podía ser así, Hidan, el gran Hidan, a quien todos le llegaban a temer, el delincuente, Hidan, ¡se sentía solo!

Pronto una idea surcó su mente, ¡pondría música!, sí, así todo ese maldito silencio desaparecería y la depresión bajaría, un poco, no es como si fuera admitir que estaba en la etapa depresiva de su rompimiento, sólo..., pondría música.

Dejó el refresco que tenía en su mano izquierda en la mesa donde había dejado el celular y lo tomó a este, entró al reproductor y seleccionó aleatorio, lo dejó en la mesa junto con el paquete de papas y tomó su refresco para abrirlo, pero en ninguno de esos hechos se encontraba el problema, el problema vino después; cuando la canción empezó a sonar.

I miss you de Blink 182*, ¿era enserio?, parecía ser que su nuevo celular le estaba tomando el pelo. Miró aquel aparato y estuvo a punto de tomarlo y arrojarlo contra aquella pared que tenía enfrente, pero al abrir finalmente su bebida intentó relajarse; no escucharía música, tomó su celular y cuando estaba por presionar el botón para poner pausa a la música, este se calló solo y apareció el icono de una llamada entrante desconocida; el celular se encontraba en silencio así que sólo vibraba en su mano; silencio, sería mejor si atendiera.

—¿Hola?

Estaba pasado el medio día y sus padres se habían ido a buscar a un par de familiares para las fiestas, la casa estaba tranquila, se encontraba en el sillón, ciertamente estaba más relajado que aburrido, pero se le hacía que algo le faltaba y no, no eran unos dangos, pues de eso ya se había comido una caja entera junto a su hermano.

Su mano se escurrió al bolsillo de su pantalón y saco su móvil, lo deslizó hacia arriba para que su pantalla se prendiera, quizá llamarlo sería bueno, aunque, podría ser que estuviera trabajando, corrió su mirada por la habitación, Sasuke parecía estar tranquilo en su habitación, pues no se oía un solo ruido.

No lo pensó otra vez y ubicó la bocina de su celular en su oreja, esperó el sonar de la llamada mientras sus uñas pinchaban el terciopelo de aquel sillón, le echó una mirada a los usuales cuadros que adornaban las paredes, nada interesado estaba en ellos.

—¿Hola? —escuchó preguntar del otro lado de la línea.

—Hola, ¿qué haces? —preguntó el menor acomodando su cabeza en uno de los brazos del sillón.

—Mmh, nada, acabo de llegar a casa —contestó el otro que parecía caminar por el recibidor de su departamento, el crujir de la madera era claro—, ¿tú?

—Nada..., mis padres fueron a buscar a mi tío y mi primo a la otra ciudad, Sasuke no sé lo que hace —dijo quedamente.

—En otras palabras, aburrido —se burló el mayor.

El hubiera dicho que solo, pero bueno.

—La verdad que sí… ¿no quieres venir? —dijo el moreno con una sonrisa surcando sus labios, el otro hasta pudo sentirla.

Escuchó un suspiro cansado pero complacido venir desde la otra línea.

—Al menos me lo pides antes de que me quite los zapatos —dijo el mayor haciendo tintinear sus llaves.

—Hasta te ahorro el trabajo de sacártelos y ponértelos más tarde —bromeó el Uchiha.

El otro pareció tomarse unos minutos para dejar que sus labios fueran surcados por una sonrisa.

—Llego en unos minutos.

—Aquí te espero.

—Deidara —esa voz: la conocía, ¡oh, maldita sea!, ¿por qué diablos se encontraba llorando?, intentó respirar hondo, pero su respiración se cortaba con los sollozos—, ¿estás bien? —se oyó preguntar.

—Sí, h'm —musitó—. Dame un segundo…

Sintió una mano ponerse en su hombro, no se movió, estaba temblando como una maldita hoja a merced del viento, ¿por qué ahora?, queríaestar solo; no, nadie quiere estar solo, simplemente; no quería que lo vieran así.

Suspiró, no le quedaba de otra; volteó con una sonrisa, aún sintiendo sus lagrimas resbalar por sus mejillas.

—Hola, Pain —dijo intentando que su voz no se cortara, aunque no tuvo mucho éxito.

El pelirrojo no pudo evitar mirarlo apenado unos segundos.

—¿Qué sucede? — fue lo único que atinó a preguntar con una sonrisa casi imperceptible, tal vez de consuelo, no era de las mejores personas para animar a Deidara, pero estaba seguro que algo podía hacer por su amigo, después de todo, al verlo correr así, simplemente, sus pies quisieron seguirlo.

La mirada celeste del rubio sobre la del mayor se negaba a darle una respuesta, o por lo menos así fue por unos segundos, la gente que pasaba había comenzaba a mirarlos de forma extraña, pues las lagrimas del menor no se habían detenido y sus labios habían comenzado a temblar.

—Ven, vamos a sentarnos allá —indicó mientras señalaba una de las bancas que se encontraban en el parque de enfrente, el rubio simplemente asintió a cabeza gacha.

Al sentarse, el rubio nada más se quedó mirando su jean y como sus lágrimas iban dejando marquitas un poco más oscuras que el color de la tela de este; despegó sus labios para decir algo, incluso estuvo a punto de levantar su cabeza, pero desistió.

—¿Itachi? —preguntó el pelirrojo que rápidamente fue fulminado con la mirada por el otro.

—No —masculló el rubio reprimiendo el deseo de decirle que no le importaba más el Uchiha y que le gustaba su primo.., espera, ¿qué?—, mi padre vino de…, visita.

—¿Tu padre? —preguntó anonadado el mayor restándole importancia a su pregunta anterior que parecía no haberle agradado mucho al rubio, es cierto, ¿en qué había estado pensando?, ¿Itachi?, se notaba que al rubio había dejado de afectarle, no tenía sentido que hubiera dicho eso—, ¿el mismo que se supone estaría en Estados Unidos por los siglos de los siglos?

El rubio volvió a asintió desanimadamente; ahora tenía dos cosas en mente: su padre y, Sasori, ¿y él en qué momento había llegado ahí?, suspiró, sabía que no tenía caso seguir llorando ahí, debía calmarse, tal vez volver a casa…, no, definitivamente tardaría un poco en volver, no quería encontrárselo de nuevo para escuchar sus cuentos, en primer lugar, ¿por qué realmente habría venido? Se negó nuevamente con la cabeza; no importaba.

Rebuscó en sus bolsillos; había olvidado su celular, la billetera y las llaves, genial.

—¿Y tú que hacías por acá, Pain? —preguntó mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de su suéter.

—Estaba por ir a buscar a Sasori, pero —miró unos segundos al rubio aún preocupado.

—¿Eh?, estoy bien, Pain, ve con él si quieres —dijo el rubio mientras sonreía, aunque no estaría mal si lo invitara a ir con él..., espera, ¿qué idioteces estaba pensando?

—¿Quieres acompañarme?, de todas formas no creo que este —dijo sin ánimos el mayor.

El rubio lo miró desentendido.

—Sasori no es alguien de mucho salir... ¿o sí?

—No y por eso mismo le estoy buscando —aclaró el pelirrojo mientras se levantaba de la banca mirando hacia el camino que debían tomar hacia la casa del Akasuna.

—¿Eres sobreprotector o qué? —preguntó el rubio arqueando una ceja mientras se levantaba también.

—No lo soy, pero ayer tampoco pude encontrarlo y no me contestó el celular, me preocupa.

El rubio sólo pudo hacer sus labios una línea, ahora el también estaba preocupado.

—¿Y no está enojado o algo? —preguntó buscando algo que lo tranquilizase (a él mismo).

—Siempre está enojado —se limitó a responder el pelirrojo, el otro no pudo evitar arquear las cejas.

—Bueno, algo diferente.

El mayor se encogió de hombros, la verdad es que no se le ocurría nada y el silencio cayó sobre ambos, aunque ninguno se percató de ello, cada uno iba sumido en sus pensamientos; Pain buscando una repuesta a la desaparición del pelirrojo y Deidara rememorando las veces que había estado con éste, sin darse cuenta se tomó la nuca sonrojándose un poco en el proceso, aunque no lo notó, sólo recordó algo que ahora sí podría preguntar.

—Oye, Pain —le llamó, el aludido lo miró—, Sasori vive solo, ¿verdad? —el mayor torno su expresión un poco más seria (a decir verdad, muy raro en él) y asintió— Qué… ¿Qué le pasó al resto de su familia?

Silencio.

El de los orbes celestes no soporto seguir mirando a aquellos enormes ojos lilas y bajó su mirada a la acera, la contempló lo que parecieron ser siglos, aunque en realidad fueron escasos minutos.

—Te refieres a sus padres, ¿verdad? —preguntó la profunda (o al menos así pareció) voz del mayor.

El rubio se limitó a asentir mientras miraba de reojo a aquel, lamentablemente sabía qué le iba a responder —o estaba casi seguro—; se formo un nudo en su garganta como la última vez con Sasori, aquella expresión que había puesto en ese entonces, ahora no podía quitarla de su cabeza, aquellos angustiados ojos caramelo…, podría jurar que estaba sosteniendo lágrimas.

El suspiro que soltó el pelirrojo obligó al menor a salir de sus pensamientos.

—Los padres de Sasori…, eran médicos muy reconocidos y un día los llamaron para que viajaran a uno de los países chicos del continente (la verdad, no recuerdo como se llamaba este) para que ayudaran a curar una epidemia, ellos eran —¿por qué tenía que repetir tanto aquella palabra?— muy comedidos y aceptaron; Sasori sólo contaba con ocho años para entonces, por lo tanto lo dejaron a cargo de su abuela y emprendieron viaje —el mayor pareció tomar un respiro para lograr decir lo que seguía—. Pero al parecer, luego de estar un mes allá, también enfermaron y…, murieron.

El silencio que dejó aquella última palabra no pudo romperse con nada más que el tenue zumbido que pareció desprender el dedo del pelirrojo cuando toco el timbre de aquella enorme casa.

Deidara se había quedado paralizado, Sasori simplemente, amaba a sus padres; no había nada más que entender, sólo, se los habían arrebatado, así nada más, en sólo un abrir y cerrar de ojos se habían alejado y mientras él seguramente los esperaba, ellos murieron.

—Maldición —masculló el mayor mientras sacaba su celular del bolsillo de su chaqueta.

—Pain —el llamado del menor desvió la atención del pelirrojo de su móvil a él—, ¿no tienes llaves acaso?

—Sí, pero yo no busco entrar a su casa, simplemente quiero saber donde se ha metido —dijo en forma frustrada.

—¿Y si —tragó saliva de manera ruidosa para seguir con aquella suposición—..., si le paso algo? —aquellas palabras parecieron herirlo a él mismo, no podía haberle pasado algo, ¿verdad?

Esto no podía estar pasándole, ¡no a él!, nuevamente se había perdido; volvió hacia atrás en el ejercicio de aquel libro y comenzó a repasar nuevamente los números, era algo tan sencillo, ¿cómo es que no lograba concentrarse?, ¡era sacar un maldito porcentaje!, que en realidad debería sacarlo con su calculadora, pero, había olvidado dónde la había dejado.., maldita sea, su cerebro no quería cooperar consigo y su cabeza parecía dar vueltas, suspiró, no tenía caso; no había podido ayer, anteayer o el día anterior, y estaba más que claro que tampoco podría hoy.

Dejó su portaminas sobre su hoja en blanco nuevamente y se dedicó a mirar lo sorprendente de la pared que tenía enfrente, parecía muy fuerte, ¿saben?, pero déjenme decirles algo, no era tanto así como lo parecía, pues estaba hueca, sí, seguramente era una mala construcción y aquellos muros eran muy débiles…, oh, espera, eso es un espejo.

Se estremeció al escuchar como su celular vibraba sobre aquella mesa aunque su mano al recogerlo para mirar de quién se trataba fue como un rayo, por alguna razón se había imaginado el nombre de alguien más en aquel texto, pero no, era un simple compañero de clases preguntando una duda, al parecer no era el único que intentaba hacer la tarea de vacaciones lo más pronto posible. Leyó la pregunta que se encontraba escrita en aquel mensaje, la procesó —o al menos lo intentó— y decidió que no tenía la más mínima idea de que estaba hablando aquel chico —o más bien no le interesaba tener idea—, salió del mensaje y acto seguido permaneció unos segundos con sus ojos fijos a la hora y fecha que le dejaba en vista la pantalla de aquel aparato; comenzaba a hacérsele tarde, y no me refiero al horario del día precisamente.

Llevó su mano a su sien y la frotó con algo de cansancio, no podía quitárselo de la cabeza; aquel chico con piel porcelana, pero que no parecía fina, con unos enormes ojos de un violáceo claro, pero nunca vulnerables —o al menos así lo prefería—, una nariz medianamente alzada, a decir verdad, como todas las demás, y su sonrisa burlona, siempre igual de simple. Oh, maldita sea, ¿en qué momento había comenzado a amarlo tanto?, ¡que alguien lo ayudara!, se volvería loco, él ya no tenía nada que ver consigo, lo había dejado ir y había sido lo correcto, ¿verdad? Bueno, la verdad era que no importaba si había sido o no lo correcto; lo había hecho de todas formas, y se lamentaría de todas formas. Pero, y si se lamentaba, ¿por qué no hacía algo?, ¿por qué no iba por él?, tal vez porque tenía miedo al rechazo o quizá porque en el fondo sabía que tenía que dejarlo así, igualmente, todas las razones posibles eran especulaciones, después de todo, se moría por salir corriendo por esa puerta. Se preguntaba por qué no hacía nada de lo que en realidad quería hacer y aunque seguramente la sabía, la respuesta era que siempre había hecho lo que quiso y por eso ahora que pensaba en alguien más, debía negarse a sí mismo..., y lo peor era que, posiblemente, ninguno de los dos estaba de acuerdo con lo que hacía.

Tal vez, simplemente, debía olvidarlo, aunque no era tan fácil como sonaba; tampoco quería hacerlo, al menos no en realidad, solamente su cerebro lo decía, pero díganme algo, en el amor, ¿el cerebro cuenta?

El amor es impulsivo, tanto así, que lo había obligado a levantarse de esa silla y encaminarse a la puerta con su sobretodo en mano, quizás lo que iba a hacer parecía estúpido, pero seguramente, terminaría siendo lo más inteligente que ha hecho.., si llega a tiempo.

Estaba prácticamente sentado arriba del calefactor, era claro que el invierno había llegado, aunque sólo fuera hace unos días —dos para ser exactos— el definitivamente era alguien que pertenecía al verano y aunque fuera lo más tonto del mundo, comenzaba a tener la necesidad de tener a alguien que le ayudara a pasar el frío. Sonrío en forma tranquila al pensar aquello último, tenía a esa persona y que era mejor que también tomar algo de té con ella.

Itachi era alguien de verdad tranquilo y aunque últimamente no se había dedicado a aquellos, le gustaban esa clase de encuentros, tomar un té, algunos dulces y una charla tranquila con la persona que ama, no había nada mejor para su alma y ya había puesto el agua a calentar, sabía que Kisame podía compartir ese gusto, no como Deidara que quizá se aburría en aquellos momentos y terminaría despertando otro lado de él que no los llevaba a nada, nada que no fuera sexo. Claro, el rubio tenía sus cosas, pero era alguien más para Sasori, aquel si había podido tomar un té con él, pero se había olvidado de la charla o quizá era algo cortante, por eso Deidara era perfecto, ese carisma, esa bella sonrisa, definitivamente eso sería lo que salvaría al pelirrojo. De todas formas, ¿por qué había terminado pensando en ellos?, bueno quizá era que ya no sentía el remordimiento al hacerlo, quizá todo parecía haber mejorado.

Escucho la pava silbar y al mismo tiempo el timbre de la puerta, podía abrirle tocando sólo un botón que se encontraba a un lado suyo, pero —otra vez— terminó haciendo algo innecesario, como caminar hasta la puerta, mirar por la mirilla el rostro del mayor y luego, sólo entonces, abrir. Kisame no sabía que existía aquel botón, la verdad, era mejor así, no quería que se diera cuenta que nunca lo usaba para él, pues, cómo decirlo: sería algo vergonzoso, aunque quizá estaba sobrevalorando el hecho.

El recién llegado sonrió al ver como la puerta se abría para él, pasó al interior sin decir absolutamente nada y una vez teniendo enfrente al moreno, lo miró fijamente a aquellos rubíes que tenía como ojos, definitivamente le encantaban; igual que el menor amaba sus ojos casi completamente negros, eran tan simples, pero tan profundos a la vez, bueno, como había leído una vez, quizá aquellos eran realmente la puerta al alma de uno.

—¿No me vas a saludar? —le reprochó el moreno inconscientemente, el otro sonrío casi de forma instantánea, aún no se permitía creer que aquel chico siguiera tomando ese tenue y cálido color en sus mejillas al verlo por primera vez en el día.

Nunca se había acostumbrado a eso, ver a esa persona al primer momento, cuando te encuentras con ella, con el rubio siempre le había parecido algo sencillo, pero cuando sabía que Kisame llegaría, por más común que fuera aquello, algo tenía que hacía que su estomago se revolviera, que sus manos temblaran antes de abrir aquella puerta y que su corazón latiera más fuerte de lo normal; y mientras caminaba hacia aquella puerta, siempre pensaba que iba decir, aunque claro, nunca había encontrado las palabras correctas, ¡era tan extraño!, todo su ser se estremecía y un pequeño miedo se asomaba por detrás de aquel pequeño órgano latente que conservaba en su pecho, ¿y si hacía algo mal? Le parecía tonto y molesto, pero también divertido y placentero, sin dudas algo inexplicable se apoderaba de su cuerpo…, amor.

Suspiró y acto seguido se maldijo a sí mismo por vez número treinta y dos, ¿por qué rayos había olvidado sus llaves?, ¡maldita sea!, no quería tocar esa puerta, de por sí ya no había tenido un lindo día como para seguir con él en su casa, pues, sabía lo que le esperaba —o al menos lo que pensaba que le esperaba ya era demasiado para él—. Después de todo, en la casa de Sasori no habían encontrado a nadie, luego Pain había dicho que debía ir por Konan al aeropuerto, aunque antes de retirarse no había olvidado preguntarle qué había pasado con la abuela del pelirrojo y eso sólo sirvió para que su corazón se estrujara aún más al oír que aquella había muerto dos años atrás de, exactamente, mañana.

Hizo un intento por sacarse todo aquello de su cabeza y volvió a su principal problema: Kitsuchi, aquel maldito hombre, quería sacárselo de encima lo más pronto posible, aunque no sabía cómo, si le preguntaba a qué había venido realmente, seguramente no le respondería —no algo que le sirviera en verdad—; tal vez si esperaba un poco, finalmente se iría, aunque no quería aguantarlo, ¿por qué tenía que haber aparecido?, bueno, el nunca había dicho que no volvería nunca más, pero, enserio esperaba que no lo hiciera, al menos no antes de que fuera mayor y lo pudiera mandar a ya saben dónde.

Todo él se tensó mientras permanecía con la mirada fija a la puerta, ojala y le abriera Kaomi; aquellos tres golpes debieron sonar tan bajo que sólo alguien que andaba cerca de allí los habría escuchado, a decir verdad, había sido apropósito, pues había un timbre que le daba miedo tocar. Se estremeció al oír como alguien se acercaba y comenzaba a abrir la puerta. De todas formas, lo había decidido, fuese quién fuese el que abría la puerta, iría derecho a su habitación a tomar su billetera, llaves y celular para largarse a dónde fuera.

—¡Deidara-nii! —dijo aquella chica de mechas negruzcas al ver al rubio que se quedó paralizado al saludo (lo había abrazado).

—¿Kurotsuchi? —balbuceó mientras intentaba separarse de la chica—, ¿qué haces tú aquí?, ¿no que estaban en España con tu madre, h'm?

—Sí, sí, pero el tío fue por nosotros —explicó rápidamente la menor—…, de todas formas ¿no estás contento de verme?..., ¡Akatsuchi!, ¡él se moría por verte! —exclamó entusiasmada.

Eso era demasiado, ¿por qué había ido por ellos? y ¿ellos por qué habían aceptado venir? Bueno, no era como si no se alegrara de ver a su prima luego de tantos años, a decir verdad, se llevaban bien —aunque no era uno de sus mejores momentos para charlar con gente, a decir verdad, sólo quería la compañía de una persona y no sabía dónde estaba ésta— , lo último que había sabido de sus primos luego de que falleciera su tío era que se habían ido a España con su madre y ahora esto, no lo entendía, ¿por qué habían vuelto a Japón?, sería que…

La joven amagó a salir corriendo hacia dentro de la casa, pero la mano del mayor sobre su brazo la detuvo.

—Kurotsuchi —le llamó en forma algo sería, la chica se volteó sonriéndole de oreja a oreja.

—¿Qué?

—No..., nada, h'm —no era el mejor momento.

Al entrar terminó por sacarse las zapatillas y comenzar a subir las escaleras, Kurotsuchi lo seguía.

—¿Sabes?, cuando subí a tu habitación...

—¿Subiste a mi habitación?!, ¿con el permiso de quién, h'm!? —interrumpió el rubio volteándose a la morena mientras aún sostenía el picaporte de dicho sitio.

—Encontré tu celular —siguió la menor sacando aquel aparato de su bolsillo sin prestar atención al berrinche del otro, que por cierto, siguió:

—¡Ey! —exclamó al mismo tiempo en que le sacaba su móvil de las manos— ¿aún no aprendes que no tienes que tomar cosas que no te pertenecen?, ¡ni entrar a los lugares privados de los demás, h'm!

—Como digas, el punto es que, accidentalmente, abrí un mensaje que tenías y había algo muy curioso.

—¿Un mensaje? —preguntó el rubio, ¿quién podría ser?—, ¿accidentalmente?, si claro, h'm —dijo sarcástico mientras comenzaba a husmear en el aparato.

—Míralo.

Al parecer Hidan tenía nuevo celular y le había escrito un mensaje, este no tenía nada de raro, es decir, por lo visto, había hablado con aquel hombre para saber más de éste antes de viajar y le había mandado la información, seguramente molesto por lo que le dijo.

—¿Qué tiene?, es de un amigo, h'm —dijo el rubio mientras desviaba la mirada de la pequeña pantalla.

—Deidara-nii, ¿tienes idea de quién es el tipo del que habla ese mensaje? —preguntó la menor mientras se dejaba caer en la cama del aludido.

—¿Friedrich…, Bauer, h'm? —releyó el rubio con algo de dificultad.

—¿Nunca has escuchado de él? —preguntó la morena ligeramente asombrada.

—Emh.., ¿no, h'm?

—Por Kami-sama, estás bastante estúpido, nunca escuchaste a mi padre cuando hablaba, ¿verdad? —le reprendió— Ese tipo es conocido en Alemania como el más grande genocida* del país, se dedica a destruir pequeñas o antiguas religiones en nombre del cristianismo.., está loco.

Deidara se había quedado completamente anonadado, ¿el más grande genocida de Alemania…?

Un día mis padres fueron a una reunión de Jashinistas y ahí fue cuando se ofrecieron a él, sólo quedó una persona que le es fiel a Jashin-sama además de mí desde ese entonces, el Sr. Bauer.

Recordaba con que brillo en sus ojos le había contado aquello, siempre le había parecido que todos los Jashinistas estaban locos y por eso no le había prestado atención a su "sacrificio", pero.., ahora todo coincidía, no había sido una ofrenda si no…, una masacre.

—Bueno, no sé qué hará él contigo y tu amigo, pero sería mejor que se alejaran.

El mayor no pareció escuchar nada de lo que le había dicho después de "está loco", su cabeza daba vueltas, aún algo aturdido volvió su mirada a aquel mensaje, aquel saldría esa misma tarde..., tenía que detenerlo.

No podía estar pasándole eso, no ahora, desvió la mirada de la calle por unos segundos para mirar la pantalla de aquel aparato con rabia, batería baja, ¿era enserio? Intentó no maldecir a los cuatro vientos mientras intentaba hacer que sus piernas —que ya no daban abasto— aumentaran la velocidad, haciendo parecer que aquellas pequeñas ruedas en su calzado se desgastaban con cada roce al asfalto.

Su largo cabello volaba gracias al viento, no sólo del clima si no que también por la velocidad con la que se adentraba en las calles, no podía sentir el frío, su corazón iba a mil y ya tenía tanto calor, estaba tan cansado, que casi no daban ganas de seguir, sólo algo lo impulsaba, el rostro de aquel albino chico, los recuerdos, las risas, los enojos, las angustias, los retos, junto con todo lo demás que aquel le había dado, su amistad era como un gran lingote de oro y no pensaba perderla, no por un maldito cristiano que se quería pasar de listo con él.

No se dio tiempo de siquiera suspirar al ver aquella casa, al contrario, apretó el paso, parecía haber alguien más ahí y estaba seguro que no era Hidan.., ¿Kakuzu?

Aún no podía creer que estaba frente aquella puerta, a decir verdad, no recordaba cuando fue la última vez que la había visto, todo esto le parecía tan estúpido —lo era, estaba seguro—, ¿qué creía?, ¿que el menor le abriría la puerta y saltaría a sus brazos?, bueno, no tan así, a decir verdad, su cerebro funcionaba medianamente bien y sabía que eso nunca pasaría, tendría que arreglarlo todo, aunque vaya a saberse cómo.

Tocó la puerta, recordaba muy bien que aquel viejo timbre no funcionaba, intento tocar de forma gentil, como para que no adivinara que era él.

Silencio. Cómo era que en los diez minutos que llevaba ahí parado, en todo ese jodido rato, no se había dado cuenta de que no provenía ni un solo sonido de aquella casa, en realidad, parecía completamente deshabitada: las persianas estaban herméticamente cerradas.

Pudo haber pateado aquella puerta —o lo que sea que se le cruzara—, pero en lugar de eso, bajo la mirada, no era la muerte de nadie, podía volver otro día, ¿verdad?

Le hubiera gustado quedarse con la respuesta que él mismo se había dado y no con la que le iban a dar más tarde.

—¡Ey~! —aquel grito logró sacarlo de sus lúgubres pensamientos, aunque no lo llevó a nada mejor, aquel rubio se acercaba a toda velocidad, tanto así que parecía iba a matarse de un golpe en cualquier momento.

—¿Deidara...? —el aludido por el mayor frenó levantando el poco agua que se encontraba medianamente cristalizada en el asfalto.

—¿No… no está? —preguntó intentando normalizar su agitada respiración.

—¿Hidan? —preguntó el mayor ante la pregunta tan de repente—, no, parece que se ha ido a alguna parte —explicó intentando no mostrar el desanimo, pero al ver que la cara del rubio subió para mirarlo a los ojos y volvió a ser bajada de forma tan angustiada que parecía estar al borde de las lagrimas, preguntó:

—¿Pasa algo?

El menor pareció tomar un respiro para responder la pregunta que le había hecho, si pasaba algo.., más bien, ¿qué no estaba pasando?, aunque claro, la pregunta que el azabache le había hecho era con respecto a Hidan, eso sacaba algunos pesos de encima, pero ¿cómo decir que están a punto de asesinar al albino?

La impaciencia comenzaba a carcomer al mayor, bueno, ¿por qué no respondía?, no podía ser tan grave, ¿o sí...?

—Hidan…, está en peligro, h'm.

Las palabras del rubio no parecían querer ser procesadas por su cerebro.

—¿Qué quieres decir?

—Es algo largo y tengo que seguir buscándolo —dijo el rubio mientras se daba media vuelta: iría al aeropuerto, tal vez podía alcanzarlo.

—No —escuchó decir por detrás de sí el menor—, dime qué está pasando.

La intimidante voz del azabache no lo dejó negarse.

—Te contaré de camino, pero hay que ir al aeropuerto, rápido —dijo el menor resignado.

—Vamos hasta la avenida, buscaré un taxi.

El rubio asintió, sería mejor que cruzar toda la ciudad de nuevo.

La apresurada búsqueda por el taxi no duro mucho, ahora estaban sentados en uno.

—¿Qué hizo ese idiota? —preguntó el mayor logrando imaginar un poco la situación.

—¿Qué, h'm? —preguntó algo desentendido el rubio

—Dijiste que estaba en peligro, supongo que lo amenazan o algo así —indicó el otro.

—Ojala fuera tan simple —masculló el menor—. En realidad, él no sabe que…, que quieren matarlo, h'm.

El azabache sólo pudo mirarlo con expresión atónita mientras se volteaba desde el asiento delantero para mirar al menor que se encontraba atrás.

—Te explicaré todo, pero preferiría que él nunca se enterara de las cosas…, a decir verdad, ahora que te encontré, creo que podré quedarme tranquilo de que se resolverá solo…, si es que llegamos, h'm.

Sólo tenían que llegar antes de que aquel avión partiera, sólo eso.

Observaba como aquella pequeña tasa despedía vapor, se sentía tan tranquilo, giró para mirar a Kisame unos segundos, pero éste parecía hacer lo mismo, agachó la cabeza.

—Ah, Itachi —comenzó a decir el mayor al recordar un pequeño recado que debía hacer—, ¿luego del té me podrías acompañar al aeropuerto?

Al aludido le intrigó un poco la petición.

—¿Al aeropuerto? —dijo arqueando las cejas.

—Al parecer mis padres mandaron una encomienda por las fiestas y eso, tengo que ir a ver —explicó el otro encogiéndose de hombros.

—Ah, claro, me apresuraré a tomar esto y vamos —dijo el azabache a punto de empinarse la tasa con té que tanto había estado observando.

La mano del otro se apresuró a frenar aquella acción del menor poniéndose en la boca de la tasa para que bajara a esta.

—No hay necesidad de que apuremos esto —respondió a la mirada del azabache—, a decir verdad, me gusta esta tranquilidad.

La sonrisa que le dirigió el mayor fue suficiente para hacer que se sonrojara, ¡y maldita sea, eso casi nunca pasaba! Bajó la cabeza, las palabras que había utilizado, el tono en el que las había dicho, el orden en el que las había ubicado, todo aquello había sido el producto de que ahora él estuviera mirando sus piernas.

Sintió un leve movimiento a su lado, pero lo ignoró, bueno, hasta que no pudo evitar sentir la mano del mayor sobre su rostro, levantándolo y finalmente lo miró resignado.

Kisame parecía disfrutar de aquel sonrojo y su ceño levemente fruncido. Se acerco haciendo casi chocar sus narices, sin dejar de mirar fijamente los ojos del azabache, claro.

Y las palabras parecieron atrancarse en su garganta, miraba aquellos profundos ojos negros y sentía su corazón latiendo a mil, quería decirlo.

—Te —musitó quedamente, pero antes de siquiera poder terminar de decir aquella frase, de la cual estaba seguro que el mayor no había llegado a escuchar nada, sintió los tibios labios de éste posarse en los suyos, quizá nunca podría decirle eso.

Pequeños pasos parecieron escucharse por unos segundos, luego, se detuvieron.

¿Sasuke?

Habían decidido separarse, Deidara buscaría entre la multitud y él se encaminaba hacia la recepción, preguntaría si el vuelo ya había partido y en el mejor de los casos, si no fuera así, pediría que lo retrasaran hasta encontrar al albino, les pagaría, lo que fuera, pero tenía que encontrarlo y llevarlo a casa para sentirse, para sentir, que todo estaba bien; aunque en realidad no fuera así.

Llegó a ver como una de las chicas que atendían estaba desocupada y comenzó a trotar un poco, tenía que preguntar.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle? —lo atendió amablemente aquella linda morena.

—¿Tiene vuelos retrasados? —preguntó con su último aliento el azabache.

—Permítame un segundo —dijo la señorita mientras dirigía su mirada avellana al computador—. Mmh.., algunos.

Kakuzu volvió a respirar y la miró impaciente.

—¿Qué hay del último vuelo a Alemania? —preguntó.

La chica le dedicó una reconfortante sonrisa —que a decir verdad lo ayudo un poco— y volvió a mirar el monitor aún asintiendo.

—Creo que ese vuelo —aquella se detuvo para afilar un poco más la mirada al leer—… Efectivamente.

—¿Qué? —se impacientó el otro.

—Salió hace cinco minutos, lo siento —el azabache se quedó unos segundos mirando a la morena que parecía algo apenada—, pero sabe, tiene otro hacia allá a la madrugada de mañana, hay asientos disponibles aún —dijo intentando componerlo.

La frente del mayor se encontraba apoyada en un tramo de aquel pequeño escritorio, su puño se levanto de una manera algo brusca y la golpeó haciendo que un lapicero de aquella mujer rodara por esta mesa; levanto la cabeza y dio media vuelta, todo parecía darle vueltas, no podía estar pasándole esto, ¿se había ido...?

Se tomó la sien, debía calmarse, le avisaría a Deidara que el vuelo ya había partido…, sólo le mandaría un mensaje, la verdad era que no quería escuchar a nadie, a nadie más que él.

Volvió a guardar su celular, ¿qué haría ahora?, esa pregunta rondaba por su cabeza como ninguna otra lo había hecho en toda su vida. Miró hacia la mujer que lo había atendido anteriormente, podía pedirle..., sí, eso haría.

—Oye —le dijo con la voz algo cansada—, ¿pueden detener a alguien cuando baje de aquel avión?

La mujer lo miró algo desentendida.

—¿El ultimo que salió a Alemania?

El azabache asintió.

—Puedo pedir que lo hagan, pero, no estoy segura si puedan, pues baja mucha gente y…, bueno quizá lo pierdan —explicó la morena intentando hacerse entender.

Al menos podía intentarlo.

—Necesito que un chico de pelo extremadamente claro, casi blanco, de ojos lilas y mal carácter, no llegue a salir de ese aeropuerto —indicó el mayor mientras la miraba fijamente.

—¿Puede decirme su nombre?

—Sólo me sé el de pila —comunicó el azabache.

—¿Sólo de pila? —preguntó algo sorprendida la morena—, espéreme un segundo.

El azabache simplemente asintió y la mujer se dirigió a la chica de al lado, parecieron murmurar algo a lo que la otra asintió segura y se encaminó a la cabina de la primera.

—¿Estás buscando a un chico llamado Hidan? —preguntó la nueva pelirroja que tenía enfrente.

Los ojos casi se le salen de las cuencas al escuchar su nombre, observo unos segundos a esa chica de ojos cafés y asintió energéticamente.

—Un chico que dio ese nombre vino a pedirme que le renovara su boleto para poder viajar la próxima semana, pero cuando le pedí su apellido se negó a dármelo —indicó y luego chasqueó la lengua—, tuvimos una especie de discusión y se fue.

—¿Está segura que no subió al avión? —preguntó el azabache.

—Tch, no —dijo casi a punto de soltar una risa—, olvidó su boleto aquí.

Eso definitivamente sonaba a Hidan, ¿a dónde habría ido?, ¿a su casa?, no, algo le decía que no estaba ahí. Tal vez..., no, era una estupidez, no podía encontrarse ahí, ¿verdad?

Sentía que pronto terminaría con los ojos cruzados y comenzaba a pensar que todas aquella cabezas que tenía enfrente eran iguales —o quizá demasiado distintas—; cabellos negros, rojos, rosas, verdes, ¡multicolor!, comenzaba a marearse, aunque en su mayoría había morenos, ¡y es que ese no era el punto!, el problema era que no había una sola que se asimilara a la cabeza del albino.

—Maldita sea —masculló mientras luchaba por atravesar aún más personas.

Comenzaba a sentirse mal, casi enfermo y todos sus pensamientos rondaban por su cabeza: Hidan, su padre, sus primos, ¿qué rayos le estaba pasando a su vida? Había comenzado a empujar gente al caminar, estaba arto de andar pidiéndole permiso a cada una y que ni mínima atención le dieran; llegó a un banco y se paró encima de el. No veía a Hidan.

Volteó bruscamente para observar hacia la salida del aeropuerto y fue como si todo hubiera dado una sacudida, su pie pareció zafarse y casi sintió como rozaba el suelo, ¿acaso estaba levitando? No, definitivamente unos brazos lo estaban sosteniendo, su mirada desorbitada pasó del cielo raso —que por cierto, parecía tan lejano— a aquella persona, que supuso sería desconocida, pero observó un chico de cabellos azulados y rasgos algo grotescos que le sonreía.

—¿Estás bien? —preguntó una voz a su lado.

Volteó, a decir verdad, no se había tomado el tiempo ni de pensar de quién era aquella.

—¿Itachi? —musitó algo confundido al ver al moreno, luego volteó nuevamente al que lo sostenía, la verdad tenía el peso de una hoja—, ¿Kisame, h'm?

—Te hice una pregunta —le reclamó el primer aludido mientras veía como su pareja dejaba de pie al rubio.

—¿Eh? —balbuceó el menor mientras sentía el contacto con el suelo— ¿cuál, h'm?

—Mmh.., creo que está mal —dijo el más alto al notar que el rubio se tambaleaba un poco—. Deberíamos llevarlo a su casa.

El otro lo miró.

—Pero parecía que buscaba a alguien —argumentó mirando al mayor.

¿Alguien…?

—¡Hidan! —exclamó de repente el menor que al mismo tiempo llevó sus manos a la cabeza, casi perdiendo el equilibrio de nuevo.

—¿Hidan? —se preguntó en unísono la pareja.

El rubio miró rápidamente en todas direcciones, ¡no tenía tiempo para andar haciendo idioteces!, debía encontrarlo. Sin darse cuenta comenzó a caminar hacia adelante mirando las personas alrededor, el ruido en aquel lugar era insoportable, las maletas rodar, gritos y conversaciones —conversaciones a gritos— y de vez en cuando la voz de una mujer comentando los vuelos…, que extraño, no había escuchado hablar del vuelo a Alemania desde que había llegado, al menos no recordaba haberlo hecho. Su paso se apretaba.

La gente comenzaba a hacérsele borrosa…

—¡Ey! —oyó exclamar a lo lejos.

El piso parecía estar encerado, pues se había resbalado y las energías lo habían abandonado hasta tal punto que no sentía interés de amortiguar su caída contra aquel reluciente suelo.

Una mano se posó sobre su hombro y, ¡zas!, nuevamente estaba salvado.

—¡Deidara! —exclamó el moreno ahora algo irritado.

El rubio no hizo más que mirarlo unos segundos, algo inexpresivo a decir verdad.

—Tienes que calmarte —le recomendó la pareja del otro.

—Está calmado —le corrigió el Uchiha.

—Por ahora —musitó el mayor.

El moreno le dirigió una mirada acusadora unos segundos y volvió a enfocarse en el rubio.

—¿Puedes decirme que te pasa? —intentó.

El menor lo miró por unos largos segundos —al menos así parecieron— y luego se llevó una de sus manos a la sien, estaba descalzo en el aeropuerto buscando a su mejor amigo y por más que no quisiera admitirlo, aquello era completamente ridículo, sabía que no estaba allí; sonrío, Kakuzu se lo había dicho hace más de media hora, Hidan había partido y ya nada podía hacer.

Un tenue sollozo se escapó de sus labios, ¿cómo había pasado todo esto?, ¿cómo era que había llegado a ese punto?

El moreno había quedado como espectador ante aquello, igual que la pareja de éste, ambos observaban como el menor ahogaba sollozos en su garganta mientras y tapaba la otra mitad de su cara que dejaba ver aquel enorme jopo de cabello rubio.

—Ey —musitó quedamente el Uchiha a aquel.

Se le partía el corazón. Le tomó de los hombros y lo zamarreó un poco en busca de su mirada: nada, aquel seguía sollozando. Se mordió el labio, no podía soportarlo.

Kisame los miró apenado, llevó su mano al hombro del Uchiha y cuando éste miró, le sonrío, sabía lo que aquel quería y no se lo impediría.

—Ya —dijo en forma de consuelo mientras acercaba aquel débil cuerpo hacia él.

El menor tardó en asimilar aquel hecho, Itachi…, lo estaba abrazando, mientras intentaba consolarlo, eso definitivamente parecía algo extraño, aunque a decir verdad, se sentía tan bien, quizá era eso lo que había deseado todo el día, quizá sólo quería algo de tranquilidad.

Pasaron unos segundos hasta que el rubio decidió separarse, intentaba sonreír mientras se limpiaba las lagrimas, los otros dos igual lo intentaron, eso de sonreír.

—¿Qué sucedió? —se apresuró a preguntar el más alto.

El menor ante aquella pregunta bajo la cabeza, miró sus medias sucias, había de todo allí, un poco de sangre, polvo y quizá también sudor.

—No logré encontrar a Hidan, h'm —musitó mientras seguía observando a aquellas.

—¿No lograste encontrar a Hidan? —repitió algo confuso el dueño de la primera pregunta.

—Se fue a Alemania, h'm —volvió a balbucear, su voz aún parecía algo entrecortada.

—¿Alemania? —preguntó de nuevo el mayor.

—¿Qué tal si nos cuentas todo de corrido? —sugirió el moreno—, podemos tomar algo mientras.

El rubio lo miró unos segundos y asintió débilmente, la verdad era que no tenía ganas, pero qué más podía hacer, tenía que pensar que les diría, pues no les contaría la historia de la vida del albino, ¿por qué?, pues…, porque no, no se sentiría cómodo haciéndolo, ¿y acaso eso importaba ahora?

—¿Sasu… ke? —musitó el moreno mientras volteaba en dirección de las escaleras, se había separado del mayor sólo para comprobarlo, pues juraría que escucho a alguien y el sólo hecho de pensar que había sido su hermano menor le aterraba.

No había nadie.

—¿Itachi?

El aludido se volvió a mirar al mayor, ¿habría sido su imaginación?

—¿Pasa algo? —preguntó el de cabellos azulados algo apenado.

El otro negó con la cabeza.

—No, sólo…, pensé haber oído algo —masculló—…, debe haber sido mi imaginación —terminó por decir, aunque no lo creía así, quizá era mejor que fuera su imaginación.

Conservaba el ceño medianamente fruncido después de la discusión con aquella pelirroja, ¡encima hasta ahora se daba cuenta que había dejado su boleto sobre aquel puto escritorio!, y no, no pensaba volver por el, aquella tipa seguramente se le reiría en la cara, no había estado de humor para aguantarla desde un principio, menos volvería ahora. Además, ¿por qué había decidido cambiar su vuelo?, es decir, no era como si tuviera algo que le impidiera irse en aquel, ¿por qué había decidido quedarse?.., ¿por qué no había querido irse?

Pateó una pequeña piedra y la observó saltar por el asfalto hasta una puerta, al levantar su vista, notó que no era cualquier puerta, era la de un café ¡y vaya café con el que se había topado!, ni más ni menos que al que había ido con aquel tipo una vez. Podía llegar a olfatear un delicioso aroma desde el interior de este o quizá simplemente se lo estaba imaginando; quería entrar. No lo pensó demasiado, pues ya se encontraba dentro, esperaba que no lo reconocieran, pero aún así caminaba con la frente en alto mirando a cada persona que se le cruzaba. Apreció como una mesa a un lado de una de las ventanas estaba desocupada y rápidamente se ubicó en ella, dejó su algo maltratado bolso bajo la mesa y sacó la mirada por la ventana; quizá esa mesa era la misma donde se había sentado aquella vez, quizá no, pues parecía tener la misma vista a aquella helada plaza donde se había mantenido parado por más de media hora. Se golpeó la cabeza mentalmente, que idiota había sido.

Sintió como algo le molestaba en su trasero y tanteó sus bolsillos: su celular, esa mierda se había quedado sin batería hace rato, la dejó sobe la mesa.

—Bienvenido, ¿qué se le ofrece? —le atendió una joven de unos dieciséis años, morena.

—Un refres —se detuvo antes de siquiera completar el pedido—.., un café.

—¿Un café?, genial —la chica sonrío y se retiró.

Él se quedó unos segundos mirando hacia el frente: un sillón vacío. A decir verdad simplemente se preguntaba dónde estaría su acompañante.

Intentaba calmarse, aún quedaban esperanzas, ¿verdad?, algo podría hacer.

—¿Y bien? —le apresuró el moreno al ver que el menor se terminaba su refresco.

Tomó aire.

—Hidan se fue a vivir a Alemania por una estupidez, quería detenerlo, pero como ven…, no llegué a tiempo, h'm—explicó el rubio.

No estaba mintiendo, cada palabra en aquella oración era cierta, sólo había ocultado detalles que no tenían porqué interesarles, ¿verdad?

Los dos restantes se habían ahorrado las preguntas, querían ayudarlo a resolver su problema, no meterse en asuntos personales como el saber cuál era esa "estupidez".

—¿Has intentado contactarlo? —preguntó el de cabellos azulados.

—¿Por teléfono, h'm? —el mayor asintió—, lo tiene apagado, aunque igual no tengo batería en el mío.

—Es todo un problema, pero no es el fin del mundo, puede volver —intentó animarlo el moreno.

—Supongo —dijo el rubio intentando parecer relajado mientras se levantaba de su silla—. Oigan, me iré, tengo algunas cosas que tratar, además, supongo que ustedes también están aquí por algo, h'm.

—Una encomienda nada más —comentó el mayor—, bueno, que tengas suerte.

—Gracias, nos vemos, h'm.

—Adiós, Dei —saludó por último el moreno.

A pesar de que retiró sus rollers en la puerta del aeropuerto, siguió caminando con sus medías un par de cuadras, perdido, ¿a dónde iba?

Finalmente llegó a una plaza, hacía algo de frío, pero se sentó en un banco y quedó mirando como la gente pasaba por allí, debía volver a casa y no quería, hoy no parecía ser su día, su padre había llegado y había buscado a dos personas en el día —a ninguna la había encontrado—. Ya ni fuerzas para suspirar le quedaban, el piso estaba frío y subió sus pies para abrazar a sus piernas, las demás personas parecían ignorarlo, todos en sus mundos felices, donde mañana será víspera de navidad y festejaran con sus familias, riendo. Escondió su cabeza en el hueco que se hacía entre su pecho y piernas, todo parecía estarse cayendo.

Escuchó a lo lejos un niño preguntarle a su madre "¿qué está haciendo ese chico?, ¿no tiene frío?" Sí, tenía frío, pero no sabía qué estaba haciendo, levantó la cabeza, sería mejor seguir caminando, o más bien, ponerse los rollers.

Las calles de invierno parecían más frías de lo normal, estaban llenas de gente, tanta que comenzaba a sentirse perdido, iba mirando vidrieras, hasta que algo, mejor dicho, alguien, llamó su atención.

—¿Sasori, h'm? —preguntó algo sorprendido por el encuentro.

—Deidara —se sorprendió mencionando el pelirrojo—, buenas, ¿qué haces por acá?

—Lo mismo pregunto —estaban en la entrada de un callejón, el mayor sostenía un cigarrillo en su mano izquierda mientras observaba al rubio—, ¿fumas, h'm?

El pelirrojo se volvió a mirar el objeto de la pregunta.

—Ah, esto —musitó quedamente.

Un hombre salió de la puerta a un lado del pelirrojo y justamente, aquel se llevó aquel cigarrillo.

—Gracias, Sasori, ya me voy —dijo aquel sonriente.

—Buen trabajo —lo despidió el aludido.

El rubio se quedó unos segundos analizando la escena, bueno, al menos el cigarrillo no era suyo.

—Sólo lo estaba sosteniendo para él —dijo con una tenue sonrisa.

—Ah.., ¡espera!, ¡Pain te estaba buscando, h'm! —exclamó el rubio al recordar a aquel pelirrojo algo agobiado.

—¿Pain? —preguntó el otro alzando una ceja.

—Sí, dice que hace rato anda yendo a tu casa y tú no estás, estaba preocupado —estábamos preocupados.

—Ese idiota, nunca recuerda nada —refunfuñó el pelirrojo—. Le avise, repetidas veces debo decir, que trabajaría en las vacaciones como mesero.

El rubio se quedó unos minutos mirando al de ojos caramelo, ¿acaso aquel lo había olvidado?, ¡maldito idiota!, lo había preocupado, aunque…, ahora se alegraba un poco, estaba a salvo frente a sus ojos, espera, tanto rollo por esto, estaba resuelto, punto, nada de alegrarse porque se encuentra bien.

—Bueno, entonces, supongo que te dejaré trabajar —dijo el rubio aproximándose a retirarse.

El pelirrojo no pudo evitar mirarlo con cara extraña.

—¿Acaso estás bien? —dijo el mayor al mismo tiempo de que le ponía la mano en la frente en forma de broma.

El rubio sonrío costosamente.

—Estoy perfectamente bien de salud, h'm.

—De salud —repitió el mayor—, paso algo.

El otro no pudo evitar arquear las cejas.

—¿Enserio estás preguntando, h'm?

—No, lo estoy afirmando, cuéntame, tengo cinco minutos antes de empezar mi turno —dijo el pelirrojo—, la verdad es que me aburro —agregó.

El rubio lo medito, aquellos ojos acaramelados le miraban fijamente a los suyos que comenzaban a carecer de brillo, ambos sabían que no había nada bien ahí.

—Hidan se fue a Alemania, a vivir —soltó el menor bajando la cabeza algo desanimado —. Quería alcanzarlo antes de que se fuera, pero no llegué al aeropuerto a tiempo.

El pelirrojo no dijo nada, pues no había palabras que decir, o quizá no encontraba las correctas.

Miró la cortina de cabellos rubios que tapaban el rostro del menor, sus labios se curvaron en una bella sonrisa.

—Vamos —dijo mientras llevaba su mano al rostro de aquel, lo levantó y chocó con aquellos celestinos ojos—, todo se solucionara.

.

.

.

 

Notas finales:

* I miss you es una HERMOSA -la amo- canción de Blink 182, bueno, hasta en un momento nombran a Jack y Sally de la peli "El maravilloso mundo de Jack" y bueno, como saben, Hidan molesta a Kakuzu con que los tatuajes que tiene lo hacen parecer a Jack, entonces me parecía gracioso que justo en ese momento esa canción sonara xD (cosas raras de Val)

* Genocida, supongo que saben el significado de esto, digamos que el Sr. Bauer es Hitler en el siglo veintiuno.

...

¿Hola? owó

No puedo creer que este actualizando esto, la verdad, me sorprende y pensé que me iba a tardar aún más tiempo, pero decidí que como nunca terminaría -además de que no me gusta meter taaaanto en un cap- el final no sería en este, si no en el próximo :B

Así que..., bueno, pido perdón por lo que me tardé, enserio he estado muy ocupada y me costó mucho llevar esta conti uwu ¡pero bueno!, ustedes me dirán si valió la pena, ¿verdad?, espero que sí n_n

Espero sus comentarios que siempre me animan e intentaré apurarme con la conti, ya vienen las vacaciones asi que tendré más tiempo :D

Nos leemos pronto, ¿sí? Los quiero x3

P.D. Perdón si me olvido de algo, estoy cansada y sólo prendí la pc para subir esto porque hoy a la mañana FF no me quería funcionar xD


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